Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Dieciocho
Bella fruncía el ceño mientras regaba un lirio. La planta se encogió y ella le dio una palmadita en las hojas en señal de disculpa.
—No es por tu culpa —aclaró—. Es por Edward.
¡Maldito demonio! Se frotaba contra ella en la cama y luego se escondía como un cobarde.
—¿Qué? —Sam levantó la vista de su libro de contabilidad. Parecía un leñador empollón con camisa de cuadros y vaqueros desgastados.
—Le he dicho a la planta que no estaba enfadada con ella. Estaba preocupada.
—Si tú lo dices… —dijo escéptico, subiéndose las gafas de montura dorada por la nariz.
Bella avanzó por la hilera de flores, regándolas y acariciándolas. Al hacerlo se alivió parte de la opresión que sentía en el pecho. Se sumió en la rutina familiar del trabajo, dejando que los diferentes movimientos alejaran sus preocupaciones.
—¿Cómo que no ofrecen servicio VIP? —Una conocida voz interrumpió la concentración de Bella. Dejó la regadera en el suelo y corrió hacia la parte delantera.
Sam estaba parado con las manos en las caderas y dando rítmicos golpecitos en el suelo con el pie. Frente a él estaba Lilian Hale, tan pija como siempre, con un vestido rosa ceñido en la cintura y realzado con perlas, un bolso blanco de diseño y unas grandes gafas de sol que llevaba sobre el cabello rubio peinado en un recogido.
—Esta tienda es mía —dijo Sam, señalando el letrero de EL IMPERIO DE LAS PLANTAS DE SAM que colgaba sobre la caja registradora y que Bella le había pintado a mano como regalo—. Eso es lo más VIP que hay.
Lilian dio un resoplido y lo miró de arriba abajo.
—Entonces tráeme unas begonias diamante.
—Ya te lo he dicho, están agotadas.
Las begonias diamante eran una variedad rara que tenía un efecto estimulante sobre la libido cuando se ingerían. Durante los meses en que estaban de temporada, se acababan casi en el mismo instante en que se ponían en las estanterías.
—No lo entiendes. Las necesito hoy.
—Parece que has dejado para última hora la preparación de tu tarta para el festival —dijo Bella.
Hoy era el día de la inauguración del Festival de Otoño y el concurso de repostería se celebraría esa misma tarde; algo que los insistentes mensajes de texto de su madre le habían dejado muy claro. Bella aún no había respondido a esos mensajes porque su parte ingenua esperaba que su madre reconociera, al menos, el desastre que había sido la cena si no se disculpaba por ello.
—Bella —dijo Lilian—, me alegra verte. —Su tono dejaba claro que no era así.
—Tenemos otras flores comestibles, como pensamientos y caléndulas —dijo Sam—. Si vienes conmigo…
Lilian le cortó con un rápido ademán de la mano.
—No quiero ninguna otra flor. —Se dio la vuelta y se dirigió a Bella—. Este hombre es un inútil. Seguro que tienen begonias diamante.
Bella se cruzó de brazos y miró a Lilian.
—Sam es el dueño de la tienda. Si él dice que no las tenemos, es que no las tenemos.
Lilian resopló.
—Soy la alcaldesa. —Lo dijo como una palabra mágica que fuera a abrir una reserva oculta de begonias.
—Lo sabemos muy bien —dijo Sam en tono seco.
Lilian le dio la espalda.
—Odio hablar con simples obreros. ¿Bella?
Sam parecía ofendido y desconcertado, y Bella se enfureció. ¿Qué esperaba Lilian, que invocara begonias de la nada? Como se trataba de plantas, cabía la posibilidad de que Bella acertara, pero no iba a intentarlo.
—No —dijo.
—¿Qué?
—He dicho que no. —Bella señaló la puerta—. Ahora vete.
Lilian jadeó.
—¿Perdón?
—Dime a mí lo que quieras, pero no seas grosera con mis amigos.
—¿Sabes lo que puedo hacerle a esta tienda? —dijo Lilian—. Podría cerrarla hoy mismo.
Sam ahogó un grito.
Bella levantó la barbilla para mirar por debajo (o por encima) de su nariz a la bruja, que era más alta.
—Tenemos cámaras de seguridad con audio, lo que significa que tus amenazas y comentarios desagradables podrían hacerse virales. —Sacó el teléfono que llevaba en el bolsillo del vestido—. De hecho, una de mis amigas es influencer. ¿Quieres que le envíe un mensaje de texto?
Esas palabras eran estimulantes, pero también nauseabundas. Nunca le había hablado así a Lilian Hale. Lilian era como Renné, con su implacable poder y su incuestionable influencia. Bella se metió las manos en los bolsillos para que no viera cómo le temblaban.
La campanilla de la puerta de la tienda tintineó y Bella sintió una mezcla de rabia y alivio cuando vio una figura alta con sombrero de vaquero. Al parecer, Edward había dejado de ser un cobarde.
Lilian no reconoció al recién llegado.
—Todos los días doy gracias a las estrellas por tener a Rose como hija y no a ti —dijo con dureza en voz baja.
Bella se estremeció.
—Cuidado —gruñó Sam.
—Eres un hazmerreír —continuó Lilian—. «La bruja más poderosa en siglos». Por favor…. —Se rio entre dientes—. Todo el mundo bromea sobre ello cuando Renné no está cerca.
A Bella se le revolvió el estómago ante aquellas palabras tan crueles, pero mantuvo la espalda recta. Estaba harta de que la gente la pisoteara.
Una mano grande se posó sobre el hombro de Lilian, que dio un respingo.
—Hora de irse —dijo Edward en tono seco y llevándola hacia la puerta.
—¡No te atrevas a tocarme! —Lilian se lo sacó de encima—. ¿Sabes quién soy?
—Sí, por desgracia.
Lilian agarró sus perlas y empezó a moverlas con los dedos mientras decía algo en voz baja.
Bella se inquietó.
—Edward, cuidado…
Cuando Edward salió despedido hacia atrás, la onda expansiva golpeó en el pecho de Bella. Una electricidad azul se bifurcó en lo alto cuando se estrelló contra los estantes que contenían las suculentas. Estas cayeron encima de él, con lo que las plantas salieron volando y las macetas de terracota se rompieron. Bella gritó ante el repentino dolor de las hojas magulladas.
Corrió hacia Edward, que se estaba tambaleando.
—¿Estás bien? —Le ardía la nariz por el olor acre del ozono.
Él gruñó.
—Lo estaré.
Bella lo palpó en busca de alguna herida. No parecía estar sangrando, pero cuando le tocó el hombro se estremeció. Él la agarró de las muñecas para tranquilizarla.
—Lo digo en serio —dijo con sorprendente delicadeza—. Soy más duro de lo que parece.
Debía de ser un maldito tanque entonces, porque Edward ya parecía lo bastante duro. Bella se giró hacia Lilian. Una ira ardiente floreció en su pecho y el aire se espesó con una magia que empezaba a aumentar. Las plantas se movieron en sus macetas y una enredadera extendió un zarcillo hacia el cuello de Lilian. Cuando Bella se acercó, sus ojos se abrieron como platos.
—No volverás a hacerle daño —dijo Bella apretando los dientes—. Y tampoco volverás a poner un pie en esta tienda. ¿Lo has entendido? —La furia que sentía correr por sus venas resultaba embriagadora y Bella apretó los puños imaginando que le daba un puñetazo a la bruja.
Lilian empezó a balbucear.
—Bueno, yo nunca…
—¡Bocca en fechersen! —Bella soltó las palabras mágicas sin pensar.
La boca de Lilian se cerró de golpe, pero farfulló una queja. El poder vibraba en las venas de Bella y la euforia la invadió cuando advirtió que el hechizo había funcionado. No necesitaba tiza, tan solo pura rabia.
—¡Fuera!
Lilian se señaló los labios cerrados con los ojos como platos.
Bella se encogió de hombros.
—Encuentra a otro que rompa el hechizo. Yo soy el hazmerreír, ¿verdad?
Luego le dio la espalda y empezó a ordenar la tienda. Cuando la puerta se abrió de golpe, un grito ahogado siguió al tintineo de la campanilla. Cuando Bella se giró vio que Lilian ya no estaba allí.
Bella se apoyó en la estantería más cercana y respiró hondo. La magia que había en el aire disminuyó.
—¡Vaya! —dijo Sam frotándose la barbuda barbilla—. Ha sido increíble.
—Lo siento. Me enfadé.
—Ya lo creo. —El hombre lobo le revolvió el cabello y le dedicó una sonrisa ladeada—. Recuérdame que no te cabree, pequeña.
De repente, Edward se interpuso entre ellos. Se cruzó de brazos, con los ojos entrecerrados.
—¿Quién eres tú?
Bella puso los ojos en blanco.
—Sam es mi jefe.
Ella intentó sacar a Edward del medio, pero él no se movió. La testosterona le salía por todos los poros.
Sam no parecía demasiado impresionado.
—¿Quién eres tú?
—Soy su novio —espetó Edward.
—¿Desde cuándo?
—Desde el viernes.
El hombre lobo se rio.
—¿Y ya actúas como un cavernícola posesivo? —Por suerte, Sam era un tipo tranquilo. Sacudió la cabeza y dio un paso atrás, rebajando la tensión—. Vigílalo —le dijo a Bella—. Los novios sobreprotectores envejecen rápido.
Bella resopló.
—Muchas cosas envejecen rápido, ya lo estoy aprendiendo.
Como la montaña rusa emocional que era fingir que salía con un demonio que podía decidir si la besaría o le arrancaría el alma eterna. Al pensarlo, la rabia que aún llevaba dentro se intensificó.
Edward aún parecía tenso. La miró con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
—Yo no soy a la que han lanzado por los aires.
—Pero las cosas que dijo…
—No quiero pensar en eso.
Lo único en lo que quería pensar era en que el hechizo saliera bien y poder arreglar la tienda. Se agachó ante el amasijo de tierra derramada, terracota destrozada y plantas dañadas. Pronunció un conjuro y la magia salió de sus dedos mientras curaba las hojas rotas y obligaba a las plantas expuestas a tirar de la tierra derramada alrededor de sus raíces. Mientras sanaba las plantas, Sam recogía los fragmentos de macetas rotas.
Sonó la campanilla y ella levantó la vista. Vio a su compañera de trabajo, Tanya, parada en la puerta. La larga cabellera rubia de la náyade estaba húmeda tras uno de sus baños diarios. Parpadeó cuando vio la escena.
—Parece como si hubiera estallado una bomba.
—Lilian Hale, más bien —dijo Bella.
Tanya hizo un mohín.
—¡Uf! Pensaba que era demasiado culta para un sitio como este. —Ante el ceño fruncido de Sam, Tanya se encogió de hombros—. Ser intelectual no es malo. —Miró alrededor y se encontró con Edward. Gritó—: ¡El recién llegado buenorro!
—¿Qué? —preguntó Bella—. ¿Conoces a Edward?
—Me vio mientras me estaba hidratando —dijo Tanya alegremente.
Una fea semilla de celos se plantó en el pecho de Bella. Giró la cabeza para mirar a Edward.
—¿Es eso cierto?
Él alargó las manos en señal de rendición.
—Estaba mirando la fuente. No esperaba que hubiera nadie dentro.
Bella resopló.
—Deberías asumir que siempre hay alguien en una fuente.
—Espera. —Tanya miró a una y luego al otro—. ¿Están saliendo?
Bella se revolvió incómoda.
—Sí.
Tanya se quedó boquiabierta.
—No salías con nadie la semana pasada.
Tal vez no era una acusación, pero para la conciencia de Bella sonaba justamente como eso.
—Ha pasado todo muy rápido. —Miró a Edward con el ceño fruncido. Este dirigía su mirada hacia la puerta, con clara intención de escapar. ¿Podría al menos fingir que quería estar cerca de ella? —. Me dejó sin palabras.
—Esperemos que de una manera menos violenta a como Lilian Hale le dejó sin palabras a él —dijo Sam con delicadeza.
Edward lo fulminó con la mirada.
—Podría haberla detenido.
El hombre lobo enarcó las cejas.
—¿De verdad? ¿Y por qué no lo hiciste?
—Decidí no hacerlo. —Edward se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y empezó a dar pisotones con rabia. Sam se alejó de Edward y puso los ojos en blanco con disimulo.
—Buena suerte —le susurró a Bella.
—¿Qué? —preguntó Edward.
Sam continuó cambiando las plantas de maceta.
—Nada. Solo le estaba deseando lo mejor a Bella mientras se mueve por el mundo de la masculinidad tóxica.
Edward se puso tenso.
—¿Perdón?
Sam hizo un ademán con la mano, todavía concentrado en los fragmentos.
—Estás perdonado.
El pecho de Edward se hinchó.
—Ten cuidado, esa es mi mujer…
—Para. —Bella agarró Edward por el antebrazo—. ¿En serio acabas de decir que soy tu mujer? No sabía que pudieras viajar en el tiempo a una época menos ilustrada, pero si puedes, por favor, regresa a esta mañana y a cómo quedaste como el culo.
Ya estaba harta de que se acercara un momento y se alejara al siguiente.
Él la miró boquiabierto.
—¿Un culo? ¿Cómo?
Tanya y Sam los observaban atentamente, y a Bella se le sonrosaron las mejillas. Sin embargo, no quería quedarse atrás en la discusión.
—Me rechazas cuando estamos solos, luego te enfadas y dices que soy tu mujer unas horas más tarde.
Le clavó a Edward un dedo en el pecho.
—No te pertenezco.
—No he dicho eso.
—Entonces, ¿qué era esa mierda de «mi mujer»?
Él dejó escapar un gruñido de frustración.
—No quería decir eso.
—¿Entonces qué querías decir?
Él apartó la mirada.
—Yo… Eh…
Bella levantó las manos.
—¿Es que los hombres no han oído hablar de la comunicación emocional?
Él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Es evidente que no. —Bella se pellizcó el puente de la nariz, esforzándose por mantener la calma—. Mira, estás muy gruñón y parece que aún no sabes qué sientes por mí, así que te pido que te vayas a otra parte y nos dejes en paz a mis amigos y a mí durante unas horas.
A Edward se le encogió el estómago.
—De acuerdo —dijo, girando sobre sus talones—. Retiraré mi desagradable yo de tu presencia.
La puerta se cerró tras él.
Tanya miró a la puerta y luego a Bella.
—Nunca te había oído levantar la voz.
—Sí, bueno, saca lo peor de mí. —Bella se puso a recoger plantas de nuevo—. Lo siento, Sam. No es tan malo cuando lo conoces.
El hombre lobo resopló.
—¡Qué apoyo tan rotundo!
Ella hizo un mohín.
—Se podría decir que estamos pasando por una mala racha.
¿Qué diría la Querida Esfinge de la Gaceta de Forks sobre una relación falsa o un pacto de almas que había salido mal?
—¿En solo tres días? —preguntó Sam con escepticismo.
—No creo que saque lo peor de ti —dijo Tanya—. Había que ponerlo en su sitio y tú lo has hecho. —La náyade se encogió de hombros—. Yo creo que has sido una campeona.
A Bella nunca la habían llamado «campeona». Le gustó.
—De todos modos, esto nos dará a ambos un tiempo para calmarnos. —Miró su reloj y advirtió que solo le quedaban treinta minutos de turno—. ¿Te importa si me voy un poco antes? —le preguntó a Sam—. Una vez que haya limpiado esto, claro.
Sam hizo un ademán con la mano para que se fuera.
—Vete. No queda mucho por hacer.
—Eres el mejor. —Bella le besó la mejilla—. ¡Hasta luego!
Era hora de ponerse las pilas.
