Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Diecinueve
Bella aparcó su bicicleta frente a la biblioteca de Forks. Era un edificio peculiar, con una torre de ladrillo que contenía los textos mágicos y una pirámide de cristal que albergaba libros corrientes.
Bella caminó hacia la torre. Las curvadas paredes estaban forradas de libros y una escalera corría arriba y abajo la espiral sobre unos rieles ranurados. La escalera pasó zumbando mientras ella subía, pues alguien la había llamado más arriba en la rampa.
Se detuvo en la sección dedicada a las criaturas mágicas.
—Escalen a veniresen.
Para su deleite, la escalera dorada apareció y se detuvo frente a ella.
Subió con cuidado y empezó a examinar los estantes. Guivernos, súcubos, dragones… Demonios.
El primer libro de la estantería era Introducción a la demonología. El cuero parecía viejo y descuidado, con grietas como el lecho seco de un arroyo. Uno de los problemas de que un pueblo tuviera una biblioteca mágica tan grande era que no había personal suficiente para ocuparse de los libros. Incluso a una bruja aficionada a la literatura le llevaría años, ya que la colección se extendía bajo tierra. Algunos niveles estaban prohibidos para quien no tuviera las credenciales de seguridad para acceder a los tomos de magia negra, y se rumoreaba que algunos niveles solo aparecían una vez cada siglo al hechicero o la bruja que había sido elegido.
En las gruesas paredes se habían tallado unas pequeñas zonas para sentarse; unos acogedores nichos iluminados por vidrieras. Bella llevó una pila de libros a un escritorio y, con la luz del arcoíris cayendo en cascada sobre las páginas, empezó a leer.
Capítulo 1: Cosmología demoníaca
Al principio, el vacío esperaba la chispa de la vida.
Así empieza el Origatorium.
Sintió un cosquilleo en los brazos.
—¡Oh! Drama máximo.
Según el texto fundamental de la tradición demoníaca, Lucifer el Brillante fue desterrado de la Tierra por un malvado hechicero por haber ayudado a un mortal a tener una muerte indolora. Fue enviado a un vacío negro como el carbón. Pero el alma del humano acompañó al demonio y, al ver cómo brillaba, Lucifer llamó a sus hermanos para que establecieran su hogar en ese plano oscuro, libres de la persecución de los mortales.
Bella pasó las páginas, buscando algo menos mítico.
Capítulo 6: Negociadores de almas
La negociación de almas es el deber más importante al que puede aspirar un demonio. Muy pocos nacen con el talento para apoderarse de las almas y, sin sus esfuerzos, se cree que el plano demoníaco volverá a la oscuridad y todos los seres que lo habitan morirán.
¡Vaya! Sabía que las almas proporcionaban algún tipo de poder al reino demoníaco, pero ¿en serio morirían los demonios sin ellas? Si era cierto, eso ponía en perspectiva la obsesión de Edward por el deber, aunque no explicaba por qué no se esforzaba demasiado por llevarse su alma.
Esta es la maldición de los demonios: dependen de la magia de los brujos para vivir, pero son incapaces de producirla por sí mismos. De ahi que ser negociador sea un puesto que merece el máximo respeto.
Deben ser instruidos como negociadores astutos y despiadados, ya que cualquier debilidad emocional o intelectual podría provocar que el trato saliera mal. Cuando un demonio ha sido convocado para encargarse de un trato, deberá llevarlo a cabo, lo que significa que las condiciones podrán negociarse durante horas o días para asegurarse de que ambas partes están satisfechas.
Se le encogió el estómago. ¿Por qué era una norma? ¿Y qué hacía falta para romperla?
Había un subtítulo: Ejemplos de tratos famosos. Al lado del texto había el boceto de un demonio. Era bastante preciso, con aspecto humano y cuernos más pequeños, aunque estos apuntaban hacia arriba en vez de hacia atrás y los colmillos eran demasiado grandes.
En el siglo X de nuestra era, Olga de Kiev pidió ayuda a un demonio después de que una tribu vecina, los drevlianos, torturara y asesinara a su marido. Junto con la negociadora de almas Blednica, preparó una violenta venganza. Asediaron el pueblo donde su marido había sido asesinado. Al cabo de un año, Olga prometió clemencia si cada casa del pueblo enviaba tres palomas y tres gorriones como tributo.
Blednica fabricó azufre, que Olga ató a los pájaros con trozos de tela. Blednica prendió fuego al azufre y, cuando los pájaros volaron de vuelta a sus nidos, el pueblo (y todos sus habitantes) ardió hasta los cimientos.
Bella enarcó una ceja. Eso sí que era una revancha. Ojeó unas cuantas entradas más, encontrando personajes históricos que habían hecho intercambios por dinero, poder o venganza.
Un famoso ejemplo de engaño relacionado con un trato es el de Astaroth de los Nueve, considerado uno de los mejores negociadores de todos los tiempos por su labia y su placer en manipular las expectativas humanas. Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon pidió ser reelegido y que su nombre pasara a los libros de historia, Nixon obtuvo más de lo que esperaba.
Frunció el ceño al leer el nombre de Astaroth. Resultaba chocante descubrir que los demonios habían influido en muchos acontecimientos de la historia humana. Por otra parte, los seres humanos eran quienes habían solicitado los tratos.
Bella avanzó y se detuvo con el dedo en una página prometedora.
Capítulo 10: Fisiología del demonio
—Por favor, que haya una sección de penes —suplicó Bella.
Los demonios son inmortales, aunque pueden morir por decapitación, y, como se ha mencionado antes, por la pérdida de magia en su propio plano (se trata de una hipótesis, aunque avalada por siglos de investigación, así como por el malestar sufrido por la especie cuando los negociadores intentaron transformar las sociedades meritocráticas en otras más igualitarias).
Los demonios son unos centímetros más altos que los seres humanos y su temperatura corporal es más elevada. Los cuernos les sirven para disuadir a los depredadores.
—También son una zona erógena. —Bella miró la contraportada y suspiró ante la biografía del autor—. Claro que es un hombre. Cero imaginación.
Los demonios comen cada dos o tres semanas. Duermen una o dos veces por semana como máximo.
Era evidente que este libro lo había escrito alguien que no sabía de lo que estaba hablando, así que Bella lo cerró y buscó el siguiente.
Las emociones de los demonios son limitadas. El negociador es el ejemplo perfecto de carácter frío y calculador, y no ofrece más que engaños mezquinos a su víctima.
Bella tiró el libro a un lado.
—Siguiente.
Los demonios son criaturas violentas y malvadas que se regocijan en el sufrimiento humano, y cada tres semanas se dan un festín con los que son moralmente impuros. Sus colmillos infestados de rabia…
—¡Siguiente!
Los Callidus daemonium buscan sustento cada dos o tres semanas. Duermen aproximadamente una vez a la semana. Con el paso del tiempo, también se hacen menos frecuentes sus funciones vitales.
Vale, esto era muy extraño. Aunque el libro había sido escrito por un profesor de demonología, Edward no se parecía en nada a lo que describía. El siguiente volumen era más delgado y tenía una cubierta carmesí con letras doradas. Negociadores de almas destacados. El año de publicación era 1953. Los demonios estaban ordenados alfabéticamente y Bella lo hojeó hasta dar con el nombre de Edward.
Edward el Despiadado
Protegido de Astaroth de los Nueve, Edward es un negociador muy eficaz. Su primer trato consistió en ayudar a Napoleón a escapar de la isla de Elba y tergiversar los términos para asegurarse de que este se apoderara de Francia, pero no necesariamente de que la conservara.
Cuando el mafioso Al Capone intercambió su alma para evitar ser procesado por una serie de crímenes, Edward olvidó incluir en el trato la evasión de impuestos. Su astucia solo es comparable a su crueldad y los pactos de venganza y los asesinatos son su especialidad.
Bella frunció el ceño. No se parecía en nada al Edward que ella conocía.
Alguien se aclaró la garganta y Bella levantó la vista. Un hombre que le resultaba familiar y que iba vestido de tweed había entrado en la sala mientras ella estaba absorta en su investigación. Era delgado, con el cabello rubio claro, gafas de pasta y un sombrero de fieltro. Tenía los pómulos afilados como cuchillos.
—Disculpa —dijo él con acento británico—. He visto que estás leyendo sobre demonios.
—Sí —dijo con recelo. El desconocido era guapo como un modelo de pasarela, pero los hombres que se acercaban a las mujeres de la nada no siempre tenían buenas intenciones. Además, aquel hombre era más del tipo de Rose; Bella siempre bromeaba con que a Rose le gustaban los hombres que podría romper como una ramita.
—Estoy escribiendo un libro sobre psicología y la diferencia entre deseos, necesidades e impulsos.
—¿Ah, sí?
Él se ajustó las gafas.
—Bueno, creo que los tratos demoníacos son perfectos para comprender cómo diferencian los seres humanos los deseos básicos de los que no lo son. Todo es relativo cuando se trata de lo que más valora la gente. ¿Qué te motivaría a ti a intercambiar tu alma, por ejemplo?
Bella quería reír, o tal vez llorar. Si este tipo supiera en qué lío se había metido…
—Jamás vendería mi alma.
—Mmm… —Frunció los labios, pensativo—. Supongo que yo lo haría por algo importante. Como salvar el planeta.
—Si hablamos de extinción planetaria, claro, dado que la alternativa sería la muerte.
—O para salvar una especie en peligro de extinción. —El hombre asintió —. Sí, creo que me dejaría convencer por algo así.
Bella cambió de tema, ya que estaba demasiado preocupada por las salamandras de fuego.
—¿Estás de visita para el Festival de Otoño?
—¡Oh! —dijo él, saliendo de su ensimismamiento—. Lo siento, estoy siendo muy grosero. Parloteando con una extraña. —Alargó la mano—. Soy Caius Vulturi, periodista. He venido para informar sobre el festival, pero también estoy haciendo mis propias investigaciones, como puedes ver.
Tenía la mano caliente. Bella la estrechó, preguntándose dónde estaría Edward. Ya se había enfadado con Sam, así que se pondría furioso si la viera hablando con otro apuesto desconocido.
—Bella —dijo, deseando que Edward apareciera para que pudieran gritarse un poco más—. Encantada de conocerte.
Caius sonrió.
—El placer es mío. Si pudieras recomendarme un libro sobre tratos demoníacos, te estaría muy agradecido.
Bella le entregó Negociadores de almas destacados, ya que no tenía ganas de seguir leyendo sobre el oscuro pasado de Edward. Caius le dio las gracias y se acomodó en su escritorio.
Bella suspiró y agarró otro libro.
Una hora y una montaña de libros después, Bella se recostaba en su silla con un gemido. Había aprendido un montón de trivialidades sobre los demonios: su temperatura corporal era de 38,5 ºC, establecían fuertes lazos comunitarios y los nueve archidemonios libraban una batalla continua por la supremacía. Nada de eso le decía cómo podía librarse de un trato.
—Son unas criaturas fascinantes —dijo Caius.
Bella había olvidado la presencia del periodista.
—¿Qué?
—Los demonios. —Caius señaló un libro—. Sabemos tan poco sobre ellos… ¿Sabías, por ejemplo, que hay casos en que se enamoran de seres humanos?
Bella se sentó más erguida.
—¿En serio?
Caius asintió.
—Algunos seres humanos intercambian sus almas por la inmortalidad para poder pasar la eternidad con sus amantes.
Bella no sabía qué hacer con esa información.
—¡Vaya!
—Es interesante. —Caius recogió sus cosas mientras le sonreía—. Yo creo que eso me tentaría. Para no tener que volver a estar solo… ¡Menudo regalo, la verdad!
Se marchó, dejando a Bella sola con sus libros. Ella se quedó mirando las tapas de cuero, con la mente excitada ante nuevas posibilidades que no se había planteado.
¿Cambiaría su alma por salvar una especie en peligro de extinción? ¿Y si pudiera detener las guerras o solucionar el hambre en el mundo? ¿Lo haría por amor? Lo que asustaba a Bella era que no lo sabía.
Bella pedaleaba hacia el bosque una hora y media antes de que se celebrara la asamblea. El sendero que había tomado conducía a una de las fuentes termales más espectaculares.
Las hojas moribundas crujían con la brisa y las gotas de lluvia perdidas salpicaban los pétalos carmesíes de las flores fénix. Los pájaros trinaban en lo alto y el lejano canto de un guiverno resonaba en las colinas.
Desde que Edward llegó no había pasado suficiente tiempo en el bosque. A cada paso que se adentraba en la naturaleza se sentía más relajada.
El sendero se hizo más plano y rodeó un saliente rocoso. La fuente termal aparecería después de la curva. A diferencia del oasis secreto de Bella, este era un estanque muy popular, y apostaba a que habría unos cuantos seres humanos y náyades disfrutando de un baño vespertino.
Bella dobló la esquina y jadeó.
No había nadie en el humeante estanque. En su lugar, podía verse amarilla, sucia y voluminosa maquinaria de construcción. El canto de los pájaros había sido sustituido por el ruidoso zumbido de la maquinaria.
Mientras Bella lo observaba, una excavadora sacaba tierra y rocas del suelo.
—Es demasiado pronto —murmuró—. Se suponía que no empezarían hasta después de la asamblea. ¡Alto! —exclamó, pero las máquinas ahogaron su grito. Una retroexcavadora levantó tierra cerca de las raíces de un árbol y unos pájaros salieron disparados de las ramas graznando.
Bella sintió un intenso dolor en el pecho y cayó de rodillas. Escuchó un fuerte crujido y luego un ruido ensordecedor. Las lágrimas le inundaron los ojos cuando vio un árbol, que antes se erguía orgulloso, tirado ahora en el suelo. Estaban destrozando el bosque y su magia se contagiaba de la tristeza y el dolor de la naturaleza.
Las plantas morían de forma natural todo el tiempo y esas muertes no le dolían a Bella. Pero esto… esto era cruel.
Introdujo las manos en el suelo y murmuró un conjuro mientras enviaba magia por la tierra herida. Los tallos rotos y las hojas hechas jirones se recompusieron. No podía hacer nada por el árbol, pero consoló al tocón de todos modos.
—Volverás a crecer —susurró.
Cuando su magia se extendió, rozó algo feo, oscuro… y conocido. Más allá de los crueles dientes metálicos de la maquinaria de construcción, había algo que estaba devorando el bosque.
Bella no podía detener las obras por sí sola, pero sí podía enfrentarse a este otro enemigo. Se levantó, se secó las lágrimas y se adentró en el bosque. Caminó con cuidado mientras tocaba con delicadeza las ramas que se acercaban a ella. Buscaban su ayuda de forma desesperada y ella hizo lo que pudo para procurarles alivio y sanar sus pequeñas heridas.
Conforme se alejaba del estanque el ruido se atenuaba, pero persistía un zumbido de fondo que le hacía castañear los dientes. Le dolía la cabeza y sentía náuseas.
Unos minutos después, lo encontró.
Un arroyo descendía por una ladera rocosa; a su lado, una podredumbre negra brotaba de un árbol que había en la cima de la colina. Mientras Bella observaba la escena horrorizada, una ramificación oscura se dirigió hacia el agua. Cuando tocó la orilla, el arroyo se tiñó de negro. Un pez saltó fuera del agua, cayó al suelo y sus escamas se oscurecieron hasta que se quedó inmóvil.
Bella corrió hacia el árbol, tropezando en el suelo irregular. La podredumbre se extendía ahora con mayor rapidez y la corriente la llevaba a zonas que antes no estaban infectadas. Bella se arrodilló y presionó el tronco del árbol con las manos, que empezaron a temblar por la energía maligna que corría bajo sus dedos. Invocó su magia y envió al tronco todo el amor que llevaba dentro.
—Cicararek en arboreum. —Pronunció el conjuro una y otra vez. La podredumbre empezó a retirarse, pero lo hacía con demasiada lentitud.
Sudaba y estaba mareada, pero si se detenía ahora, fuera lo que fuese esa magia maligna, esta volvería a imponerse.
Recordó lo que le había dicho el hombre de la biblioteca: «salvar una especie en peligro de extinción». Un escalofrío le recorrió la columna. Ver sufrir a su amado bosque le dolía a un nivel profundo. La magia de la naturaleza era lo único que le había salido bien en una vida repleta de fracasos, y el bosque era su mayor consuelo, el único lugar en el que se sentía realmente libre y segura. No soportaría que lo destruyeran.
Pero ¿daría su alma por salvarlo? Y si no lo hiciera… ¿qué diría eso de ella?
Bella cerró los ojos y vio la red de magia danzando detrás de sus párpados, con vetas verdes y doradas donde las líneas ley se encontraban con los pozos naturales de poder. Esta zona negra era como un agujero en un precioso tapiz.
Se imaginó juntando los bordes de aquel agujero, incitando a la magia del suelo a elevarse y unirse a su propio poder. Puede que no fuera capaz de solucionarlo por sí sola, pero si algo había aprendido de la naturaleza era que todas las partes del ecosistema eran importantes. Desde las raíces hasta las copas de los árboles, desde los gusanos hasta los pájaros, la naturaleza era una sinfonía que dependía de la contribución de cada pieza.
Bella también formaba parte de esa sinfonía. Alimentó con magia la tierra y le pidió que su propia magia surgiera a cambio. Las raíces se entrelazaron en sus dedos y clavaron sus manos al suelo. Cuando abrió los ojos, se quedó boquiabierta cuando vio que cientos de brotes diminutos se abrían paso en la tierra ennegrecida. Cuando Bella le dio al bosque todo lo que tenía, el bosque le correspondió y la magia se hizo más y más intensa.
La podredumbre se retiró y pronto la ladera se inundó de verdor. Cuando la última zona afectada hubo desaparecido, Bella respiró aliviada.
—Gracias —susurró.
Las raíces acariciaron sus manos y luego volvieron a introducirse en la tierra. Bella permaneció de rodillas, observando cómo se abrían los tiernos brotes. No durarían mucho cuando llegara el invierno, pero reconfortaba saber que siempre había vida en la tierra esperando a brotar.
Se levantó y se apoyó en el árbol mientras la cabeza le daba vueltas. No se encontraba tan mal como cuando intentó eliminar la primera zona negra por su cuenta, pero aún se sentía agotada.
En sus oídos sentía un zumbido: el sonido chirriante de unas obras que no deberían llevarse a cabo sin la aprobación del pueblo. Era un triste recordatorio de que en el bosque había más de un problema.
Bella regresó al estanque, decidida a hacer unas cuantas fotos para demostrar que las obras se estaban llevando a cabo ilegalmente. Si Lilian Hale y sus compinches pensaban que podían construir el resort sin consecuencias, estaban a punto de descubrir lo contrario.
