Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veintiuno

El salón de actos del Ayuntamiento estaba abarrotado.

Edward se apresuró por un pasillo lateral, sintiéndose incómodo mientras decenas de ojos lo seguían. Lilian Hale estaba sentada a una mesa sobre una plataforma, en la parte delantera de la sala, deslumbrante con un traje de chaqueta blanco realzado con diamantes.

La reunión ya había empezado.

—¡Eres una corrupta! —gritó un hechicero con sombrero de copa—. Te presentas al cargo para representarnos y luego vendes el pueblo para llenarte los bolsillos.

Bella y Rose se sentaron juntas al final de una fila y Edward ocupó la silla vacía del pasillo. El salón de actos parecía más una mezcla de iglesia y burdel que un edificio gubernamental. Las paredes estaban cubiertas de brocado de terciopelo rojo y a lo largo de una de ellas había unas vidrieras.

Unos intrincados candelabros iluminaban la estancia y, además de las hileras de sillas plegables, había unas chaise longues de color carmesí alineadas en el perímetro del salón.

Lilian se inclinó hacia el micrófono que tenía delante en la mesa.

—Ese lenguaje no es apropiado.

—¡Puedes coger lo que es apropiado y metértelo por el culo!

Los murmullos se extendieron por la sala, junto con algunas exclamaciones que incluían las palabras «Hale» y «respeto». La mezcla de personas era muy variada: había hechiceros y brujas con túnica, un contingente de ancianas corrientes con vestidos morados y sombreros rojos, un grupo de centauros e incluso una pixie borracha que solo llevaba un tanga y unas pezoneras con forma de salamandras de fuego. El jefe hombre lobo de Bella fruncía el ceño desde el otro lado de la sala mientras Alice flotaba sobre el gentío, sentada con las piernas cruzadas en el aire y filmando todo con su smartphone.

—Cuando me presenté a las elecciones, prometí proteger los intereses de Forks —dijo Lilian—. Eso significa garantizar que estamos al día.

—¿Estar al día? —Tanya se levantó de su silla. Había sustituido su camiseta de «Salven a los celacantos» por otra que decía «¡LAS SALAMANDRAS DE FUEGO TAMBIÉN TIENEN DERECHOS!». Llevaba unas algas trenzadas en el cabello rubio—. ¿Te refieres a estar al día con el infierno capitalista de las grandes ciudades?

—El resort traerá consigo un movimiento económico que necesitamos. Con esos fondos, podremos abordar proyectos de infraestructuras clave…

—Tonterías —dijo Tanya—. ¡Ya atraemos muchos negocios y si de verdad trabajaras con mi organización sin ánimo de lucro, el Proyecto de Resiliencia de Forks, descubrirías que hay muchas formas de mejorar las infraestructuras que no implican destruir nuestros bosques para atender a un uno por ciento!

—El resort no es para un uno por ciento —dijo Lilian con frialdad—. Pienso hacerme socia y solo los Hale ya son el tres por ciento.

—Supongo que encontró a alguien que rompió tu hechizo —murmuró Edward—. Me gustaba más con la boca cerrada.

Bella estaba matando a Lilian con la mirada.

—¿Crees que debería lanzar el hechizo de nuevo?

—Desde luego.

Bella resopló y negó con la cabeza.

—Eso violaría las normas de libertad de expresión de la asamblea. Incluso las zorras conspiradoras pueden opinar. —Miró a Rose disculpándose—. Lo siento.

Rose se encogió de hombros.

—Si gruñe como una perra…

Tanya volvió a hablar.

—¿De verdad crees que alardear de tu riqueza hará que el pueblo vea el resort con mejores ojos? No va a ofrecer servicios a la comunidad.

—No es culpa de este gobierno que seas pobre —dijo Lilian.

—Yo no soy pobre. Solo tengo empatía.

El intercambio desencadenó una oleada de comentarios por parte de los asistentes. Una llamarada verde anunció el descontento de alguien, mientras que la lámpara de araña vibró lanzando unos estremecedores repiques por el aire.

—No se trata de favorecer a los ricos —dijo Lilian—. Los beneficios que obtengamos irán a parar a la comunidad.

Rose se levantó.

—Después de llenarte los bolsillos, ¿verdad? No creas que no sabemos quién es inversor en la empresa, mamá.

—Siéntate, Rosalie —espetó Lilian.

A Rose se le sonrosaron las mejillas.

—Hemos hablado de esto muchísimas veces. Tú sabes por qué el resort es tan mala idea…

—Sé que eres una persona egoísta y que no quieres que nadie más disfrute de las cosas bonitas.

Rose dio un paso atrás mientras un silencio incómodo se extendía por el salón. Era la primera vez que Edward veía sufrir a la bruja rubia y sintió el extraño impulso de protegerla. ¿Qué les pasaba a estos mortales, que trataban a sus hijos con tanta crueldad?

—Ya está bien —murmuró Bella, y se levantó—. Rose no es egoísta. Lo único egoísta aquí es apoyar la destrucción de nuestros bosques para que tú puedas disfrutar de un tratamiento facial una vez por semana.

Su voz era poderosa, pero sus manos se agarraban con fuerza a la falda.

Edward le dio un empujoncito en el puño y se sintió satisfecho cuando ella le agarró la mano.

Un centauro con el torso desnudo dio un fuerte pisotón y saltaron chispas del suelo de piedra.

—¡Eso, eso!

Un anciano vestido de lentejuelas de pies a cabeza tomó la palabra.

—Este pueblo está anclado en el pasado. Estamos tan centrados en nuestro legado mágico que no vamos a crear un futuro para Forks.

—No se puede crear un futuro destrozando el ecosistema —replicó Bella.

Lilian fulminó a Bella con la mirada.

—Estamos trabajando estrechamente con unos consultores medioambientales y están seguros de que no habrá efectos nocivos.

—¡Y una mierda! —gritó Alice desde su posición cerca del techo.

Sus alas eran un borrón arcoíris.

—¿Cómo se llama la consultoría medioambiental con la que trabajas?

Lilian se aclaró la garganta.

—Everwell.

Los pulgares de Alice bailaron sobre su teléfono.

—Una búsqueda rápida dice que el director general es hijo del dueño de la constructora que has contratado.

—¡Corrupción! —gritó Tanya. Un clamor parecido resonó en una mitad de la asamblea, mientras que la otra mitad defendía el proyecto también a gritos. Un estruendo se apoderó del salón de actos y estallaron unos fuegos artificiales sobre la multitud, mientras los centauros daban fuertes pisotones con sus pezuñas.

—¡Orden! —gritó Lilian—. ¡Orden en la sala!

Cuando eso no bastó, se llevó el collar de perlas a los labios y empezó a murmurar. Edward se estremeció al recordar cuando lo había lanzado contra una estantería. Le había dicho a Bella que estaba bien, pero la verdad es que aún le dolía.

Un enorme gong apareció en el estrado. Lilian agarró el mazo y le dio un golpe con él.

¡Gongggggg!

El sonido debió de amplificarse con la magia, porque hizo temblar a Edward hasta los huesos. Se estremeció por un intenso dolor de cabeza.

Este dolor se sumaba al del hombro y del cuerno. Los demonios se curaban rápido, así que era extraño que aún le doliera tanto. Cuando el sonido reverberó, los asistentes se quedaron en silencio. Lilian ocupó el centro del escenario. Parecía una reina de las nieves con su atuendo blanco, el cabello reluciente como el oro y diamantes brillando en sus muñecas y cuello.

—Cuando mi antepasado Jasper Hale fundó este pueblo, sabía que con el tiempo se expandiría y cambiaría. Esperaba que así nos convirtiéramos en un todo un hito en el mapa mágico mundial.

La mirada de Lilian recorrió la audiencia y Edward comprendió por qué se había convertido en una figura tan influyente. Además de su dinero, legado y poder, desprendía una regia autoridad.

—Ahora mismo —continuó— tenemos la oportunidad de añadir un poco de lujo a nuestra vida cotidiana al tiempo que aumentamos el turismo. El balneario acogerá a seres mágicos de todo tipo y los residentes tendrán un descuento en la entrada.

—¡Qué generoso! —espetó Rose—. Destruyes nuestro bosque y luego nos haces un descuento del diez por ciento.

—¡Oh, por favor! Las consecuencias sobre el bosque serán mínimas.

Bella se puso tensa. Se deshizo de la mano de Edward y luego se llevó los puños a las caderas.

—Ya he visto esos efectos de primera mano y están muy lejos de ser mínimos.

—Espera —dijo Alice desde arriba—. ¿De primera mano? El proyecto no empezará hasta la semana que viene.

Bella fulminó a Lilian con la mirada.

—Ya están cavando.

Lilian se aclaró la garganta.

—Es solo una prospección del terreno.

Bella se dio la vuelta.

—¿Puedes proyectar algunas imágenes? —le preguntó a Rose.

Cuando esta asintió, Bella sacó su teléfono, pasó varias veces el dedo por la pantalla y se lo entregó a su amiga.

Rose colocó el teléfono en su regazo, luego sacó una madeja de hilo de su bolsillo y empezó a anudarlo mientras movía los labios sin pronunciar palabra. El aire que había sobre el teléfono se enturbió y se formó una imagen que iba haciéndose más grande a medida que Rose trabajaba en su hechizo. Con un último movimiento de sus dedos, la imagen se desplazó hasta la pared. Sus colores y ángulos se materializaron hasta que pareció tan real como una obra de arte enmarcada.

En el salón se oyeron jadeos. La imagen mostraba una parcela de tierra con maquinaria de construcción. Había varios árboles caídos al fondo y Edward sintió una punzada de dolor al pensar que Bella había presenciado aquella destrucción.

Rose mostró más fotos. La cuarta era un primer plano de un animal que yacía muerto sobre la tierra removida, con el cuerpo medio aplastado y un charco de sangre debajo de él. Edward reconoció que era un wolpertinger, una rara criatura de Baviera con cabeza de conejo, cuerpo de ardilla, alas de faisán y una pequeña cornamenta.

El centauro dejó escapar un murmullo de angustia y agitó la cola.

—¡Asesinos!

—Es de esperar que haya algunas bajas —Lilian parecía indiferente ante la espantosa imagen—, pero la vida de un wolpertinger es intrascendente si la comparamos con los beneficios que obtendremos del balneario.

Rose pasó a la siguiente foto: un arbusto cerca de un agujero excavado en el suelo. Sus hojas, normalmente de color verde esmeralda, estaban arrugadas y eran marrones en la parte más cercana a las obras.

—Estamos en una confluencia de líneas ley y las plantas se alimentan de la magia del suelo —explicó Bella—. La excavación está perturbando esa magia.

—Las consecuencias serán muy limitadas. Sigamos adelante.

—¿Qué sentido tiene hacer una asamblea si no escuchas a tus votantes? —La voz de Bella destilaba frustración—. La red de magia ya se está deshaciendo. ¡Puedo sentirlo!

—¿Con qué habilidad mágica? —dijo Lilian con desprecio—. Eres una fracasada.

—¡Mamá! —exclamó Rose—. No la trates así.

Edward corría el riesgo de romperse los dedos si apretaba los puños con más fuerza. Unas palabras coléricas se le atascaron en la garganta, pero Bella le había dicho que no la defendiera y tenía que respetar su deseo.

—No la escuches —murmuró—. Eres increíble.

—Por una vez, el demonio y yo estamos de acuerdo. —La expresión de Rose era tormentosa—. Y siento lo de mi madre. Hoy está mostrando su peor yo.

—Pero tiene razón —susurró Bella con los ojos llorosos—. Nadie va a creer lo que siento con mi magia.

A Edward le latía una vena en la sien. Estaba tan enfadado que quería arrojar su silla plegable al otro lado del salón.

—Si ya se ha acabado el drama, ¿podemos zanjar la cuestión? —dijo Lilian—. Los contratos están firmados, así que el proyecto saldrá adelante.

—¿Por qué se firmaron antes de que el pueblo tuviera la oportunidad de votar? —exigió saber Alice—. Sé concreta, porque estoy haciendo un streaming en directo.

Por una vez, Lilian parecía incómoda.

—Las asambleas son el mecanismo que tiene la comunidad para expresar sus opiniones. No son una votación formal. Agradezco su sinceridad y comprendo sus preocupaciones. Las obras se llevarán a cabo infringiendo el menor daño posible.

Bella respiró hondo. Por muy vulnerable que se sintiera, no había acabado de hablar.

—Ya se ha hecho demasiado daño. Tienes que detenerlo.

Lilian se burló.

—¿Por qué deberíamos escuchar a la tonta del pueblo?

Edward se puso colorado. Se levantó de un brinco cuando la ira tiró abajo su escaso autocontrol.

—Bella es una bruja increíble —dijo con ferocidad. Una intensa energía pulsaba bajo su piel y se le puso la piel de gallina en los brazos—. Y es mucho más poderosa que tú.

Varias personas prorrumpieron en carcajadas y se oyeron las burlas de otras por encima del ruido:

—¿Más poderosa que Lilian Hale?

—¡Qué risa!

—Todo el mundo sabe que la joven Swan es un desastre.

—Se lo está inventando para llamar la atención.

—Es un milagro que los Swan no la hayan repudiado todavía.

—¡Silencio! —bramó Edward. Un rayo azul rompió el aire del techo al suelo y dejó una mancha negra frente a los pies de Lilian. Ella gritó y retrocedió de un salto.

Edward miraba atónito cómo se apoderaba el desorden de la habitación.

Había sido una coincidencia, ¿verdad? Algún hechicero había decidido freír el culo conspirador de Lilian justo cuando Edward estaba hablando. Pero la piel le escocía con una extraña energía y, cuando levantó la mano, unas chispas azules bailaron entre sus dedos.

—¡En el nombre de Lucifer! —¡Me ha atacado! —gritó Lilian—. ¡Saquenlo de aquí!

Edward estaba demasiado aturdido para protestar mientras un fornido guardia de seguridad se lo llevaba. Bella también parecía atónita. Se dispuso a seguirle, pero Edward negó con la cabeza.

—Te esperaré fuera.

Eso suponiendo que los mortales no lo arrestaran. No creía merecerse que lo encarcelaran por nada, pero a Estados Unidos le gustaba demasiado su sistema penitenciario.

Por suerte, el guardia de seguridad lo dejó fuera.

—No es lo más extraño que haya pasado en una asamblea —dijo el hombre encogiéndose de hombros—. Además, se lo merecía. —Le guiñó un ojo y volvió a entrar.

Edward examinó su mano a la rojiza luz del atardecer. Las chispas azules habían desaparecido y tenía el mismo aspecto de siempre.

Sin embargo, algo había sucedido. Había sentido cómo la electricidad se acumulaba en su cuerpo antes de que se liberara de forma tan espectacular.

Tampoco era la primera vez que sentía esa energía intensa y temblorosa.

Los negociadores tenían magia, pero no así. ¿Qué le estaba pasando? Las puertas del Ayuntamiento se abrieron y la gente salió, todavía enzarzada en una discusión.

Edward se apoyó en el muro de piedra, observando cómo se encendían las farolas y la gente regresaba a casa andando, volando o galopando.

Bella y Rosalie fueron de las últimas en salir. La expresión de Bella se relajó cuando vio a Edward acechando en las sombras.

—¡Gracias a Hécate! —dijo, apresurándose a acercarse—. Pensé que te arrestarían.

—¿Por qué iban a arrestarlo? —preguntó Rose—. Ha fallado. —Se cruzó de brazos y empezó a dar, nerviosa, pisotones con el pie—. No es que apoye necesariamente que haya que electrocutar a mi madre, pero se ha comportado fatal ahí dentro.

—Yo no quería… O no era mi intención…. —Edward se interrumpió, inseguro de cómo explicar lo que había hecho cuando ni él mismo lo sabía.

—¿Eso era magia demoníaca? —preguntó Bella.

Edward negó con la cabeza.

—No sé qué era.

Ambas brujas lo observaron: Bella con preocupación y Rose con desconfianza.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Rose.

—No tengo ni idea de lo que ha pasado. Me enfadé y entonces cayó un rayo.

—Los brujos suelen tener arrebatos mágicos cuando están aprendiendo a manejar sus habilidades —dijo Rose—. Pero tú no lo eres.

El estómago de Edward eligió ese momento para rugir con fuerza.

Recordó que no había almorzado. Maldita fuera la nueva fisiología que padecía: comer, dormir, exteriorizar sentimientos y, ahora, ¿rayos?

Bella le tocó el antebrazo.

—Vamos a cenar y luego solucionamos esto.

—Espera —dijo Rose—. ¿No le diste de comer espaguetis hace unos días?

Edward empezó a entrar en pánico. Al parecer, Rosalie sabía más de demonios que Bella, lo que significaba que empezaba a advertir que algo no iba bien.

Bella frunció el ceño.

—¿Y?

—Los demonios comen, ¿qué?, ¿cada dos semanas? Entonces, ¿por qué necesita comer de nuevo?

Bella negó con la cabeza.

—Come tres veces al día. Estuve leyendo en la biblioteca sobre demonios y no te imaginas la de tonterías que hay en esos libros.

—De acuerdo. —Rosalie se enfrentó a Edward con una mirada decidida —. Edward, quiero que seas totalmente sincero ahora mismo. ¿Puedes hacerlo?

Edward tenía la garganta seca. Tragó saliva varias veces, barajando sus opciones. Sabía lo que diría Astaroth («Si no está relacionado con un trato, miente siempre a los mortales, y si no puedes mentir, haz que la verdad parezca una broma»), pero mentirle a Bella no le parecía bien y Rosalie parecía capaz de olfatear las mentiras a la legua. Pero si confesaba sus anomalías, podría perjudicar su misión. Aunque no es que no la hubiera perjudicado ya…

Bella le dirigió una mirada suplicante y él tomó una decisión rápidamente. No podía negarle nada cuando ella lo miraba así.

—Seré sincero.

—Los demonios, como especie, mienten a los seres humanos con frecuencia —dijo Rosalie—. ¿Verdadero o falso?

Edward dudó antes de responder. No necesitaba darle a Bella motivos para desconfiar de él, pero había prometido ser sincero.

—Verdadero.

—Eso es exactamente lo que está pasando —dijo Rose, señalándole—. O estás jugando al ajedrez 3D o eres un maldito demonio friki.

—Es friki —confirmó Bella antes de que Edward pudiera defenderse.

Cuando él la miró con el ceño fruncido, ella se encogió de hombros—. No puedes negar los hechos.

—¿Verdadero o falso? —volvió a preguntar Rosalie—. Los demonios solo comen una vez cada varias semanas.

—No todos los demonios —dijo Edward en un intento poco entusiasta de desviar la atención.

Rosalie no se dejó engañar.

—¿Los demonios, como especie, solo comen una vez cada varias semanas, sin contar a demonios atípicos llamados Edward el Despiadado?

¡Por Lucifer! Habría destacado como interrogadora en los altos tribunales demoníacos. Edward suspiró.

—Verdadero.

Bella miraba a una y luego al otro, y él se preguntaba qué estaría pensando. ¿Lo juzgaría por no haberle contado antes sus problemas?

—¿Verdadero o falso? Los demonios que no se llaman Edward duermen menos que los seres humanos.

Edward giró la cabeza para ver si podía escapar. La explanada de césped que había frente al Ayuntamiento estaba bordeada por unos caminos asfaltados que se extendían como rayos de sol y los curiosos merodeaban entre el follaje, puede que esperando más anomalías electromagnéticas.

—Verdadero —espetó.

—¿Verdadero o falso? Tú, Edward el Despiadado, comes y duermes todos los días, aunque no es así como viven los demás demonios.

—Tus preguntas son redundantes —espetó Edward. Rosalie ni se inmutó.

—Dilo.

El aire del atardecer se cerró a su alrededor, oliendo a canela y azufre. Se tiró del cuello de la camisa.

—Verdadero.

—¿Verdadero o falso? —Los ojos azules de Rosalie se clavaron en él como un taladro—. Algo te está pasando.

Edward apenas oyó la queja de Bella sobre lo groseras que eran las preguntas. Le zumbaban los oídos. Esta era la cuestión que había estado evitando desde que el alma del hechicero se había anclado en su pecho en vez de dirigirse tranquilamente al plano demoníaco. «¿Estoy acabado?», se había preguntado innumerables veces. «¿No volveré a ser útil nunca más?». «¿Me estoy equivocando?».

Una gota de sudor le recorrió la sien. Cerró los ojos y respiró hondo, preguntándose por qué el oxígeno nunca le había parecido un recurso escaso.

—Verdadero.

Se produjeron unos instantes de silencio. Entonces Rose volvió a hablar.

—¿Y bien? ¿Qué pasa?

Unos pequeños dedos se entrelazaron con los suyos.

—¿Quieres hablar de esto cuando estemos solos? —preguntó Bella.

Él abrió los ojos con agradecimiento y asintió.

—Nos vamos a casa —le dijo Bella a Rose.

—¡Venga ya! Estábamos a punto de descubrir qué está pasando.

—Tiene sentimientos. Apuesto a que a ti tampoco te gustaría hablar de tus problemas en público.

Rose se echó la coleta por encima del hombro.

—¿Qué problemas? Soy muy normal.

Bella resopló.

—Claro. Eres una persona totalmente equilibrada que no necesita ninguna terapia.

Rose le sacó la lengua.

—Zorra.

—Vaca.

Las dos mujeres se abrazaron y Edward se preguntó si alguna vez comprendería a los seres humanos. Eran volubles en sus estados de ánimo, pero constantes en sus amores. Sus vidas eran cortas, pero brillaban tanto…

—Vamos. —Bella le apretó los dedos—. Vamos a casa.