Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veintitrés

Bella no estaba segura de lo que esperaba. Tal vez que Edward se la echara al hombro como un cavernícola y luego se la follara salvajemente.

Pero lo que no esperaba era su suave jadeo y el roce de sus labios. Él acunó sus mejillas y la besó como si fuera algo precioso y delicado. Por lo visto, no habría nada salvaje en ese proceso.

—Quiero que sepas que esto es muy especial para mí —murmuró él contra su boca.

—Edward —ella sintió unas inexplicables ganas de llorar ante su ruda delicadeza—, también lo es para mí. —Edward la ponía a veces de los nervios, pero puede que se hubiera enamorado de él.

Él apoyó la frente en la suya y sus húmedas y aceleradas respiraciones se entremezclaron.

—Voy a darte mucho placer —le aseguró, y un escalofrío recorrió la columna de Bella. La besó una vez más y luego se levantó mientras le agarraba el culo con fuerza. Bella gritó ante el repentino movimiento y se apresuró a rodearle la cintura con las piernas. ¿Habría algo salvaje después de todo?

Edward avanzó por el pasillo, moviéndose con una precisión admirable para ser alguien que la estaba besando con lengua. Le manoseó las nalgas y ella se murió de ganas de sentir aquellas manos grandes y expertas recorriéndola.

Edward entró en la habitación en penumbra.

—¡Ay! —Sus pasos se detuvieron cuando le dio una patada a algo.

—Lo siento. Olvidé que me estuve probando zapatos esta mañana.

Ella se había estado probando unos cuantos pares mientras él estaba escondido en el cuarto de baño tras su frustrada sesión de sexo, aunque al final se había decantado por sus fieles botas de montaña.

Ahora Bella estaba deseando que se la follara. Vale, quizá no fuera la forma más sexy de decirlo, pero cada vez pensaba menos de forma racional.

—¿Cómo puedes vivir con este desorden? —murmuró Edward mientras se acercaba a la cama.

Ella le mordisqueó una oreja.

—¿Quieres seguir riñéndome por mi desorden o prefieres follarme hasta romper la cama?

—Buena observación.

La arrojó a la cama y Bella soltó una risita. Luego subió él y se arrodilló entre sus piernas flexionadas. Ella tenía el vestido subido y se retorció de placer cuando sintió el roce de sus vaqueros en la cara interna de sus muslos.

Él se inclinó hacia la mesilla y se escuchó un clic cuando tiró de la cadenita de la lámpara. Una suave luz dorada inundó el dormitorio.

Edward entornó los ojos mientras la recorría con la mirada. Cuando se pasó la lengua por los labios, Bella se estremeció.

—Quiero ver cada centímetro de tu cuerpo —dijo—. Quiero ver cómo pierdes el control.

¡Vaya! Los libros de la biblioteca no decían nada sobre hablar sucio en la cama. Envalentonada por el deseo, Bella se llevó las manos por detrás de la cabeza en la almohada y arqueó la espalda para darle una mejor visión de sus pechos en el escote redondo de su vestido con estampado de girasoles.

Edward gimió y le agarró los pechos con las manos.

—Son preciosos —ronroneó mientras los acariciaba. Sus dedos recorrieron el borde de la tela—. No puedo esperar a saborearte.

Bella se sintió la mujer más sexy del mundo.

—¿A qué estás esperando? —preguntó sin aliento.

Edward gruñó y la puso boca abajo. Bella se agarró a la almohada mientras él le deshacía el lazo de la cintura y le aflojaba el ceñidor. Le bajó la cremallera lentamente, aunque sonó muy fuerte en la habitación en silencio.

Bella lo ayudó a desvestirla y se quedó en sujetador y bragas, ambos de color verde lima.

—Si hubiera sabido que íbamos a hacer esto, me habría puesto encaje —dijo.

Las manos de él recorrieron su cintura y luego sus caderas.

—Esto es perfecto.

—Le pasó un dedo por la columna y empezó a manipular el cierre del sujetador. Farfulló una maldición mientras jugueteaba con él y Bella contuvo una carcajada. Al parecer, algunas cosas eran universales en todos los planos.

Cuando finalmente le quitó el sujetador, lo lanzó por los aires como si fuera un tirachinas. Antes de que Bella pudiera protestar por la arrogancia con que manipulaba su lencería, él la había vuelto a colocar boca arriba y ya solo pudo pensar en que la tenía casi desnuda.

Sus ojos dorados parecían ahora más oscuros, con las pupilas dilatadas por el deseo. Se pasó una mano temblorosa por la boca.

—Preciosas —dijo, mirando fijamente sus tetas desnudas—. ¡Por Lucifer! ¿Cómo puedes ser real?

Bella se retorció ante su mirada de admiración. Tenía más de doscientos años y, sin embargo, sus pechos lo habían dejado pasmado. Ella sacó las manos de la almohada para acariciárselos, pasando los pulgares por sus rosados pezones.

Edward le apartó las manos y tomó el relevo. Y, ¡oh!, sus manos eran mucho mejores que las de ella. Sus dedos eran callosos y cálidos, y el suave roce sobre su piel le ponía la piel de gallina. Le masajeó los pechos mientras los miraba con algo parecido al asombro.

Cuando le pellizcó un pezón, Bella jadeó y echó la cabeza hacia atrás.

—¿Te gusta? —preguntó, mientras le pellizcaba el otro pezón y le provocaba una oleada de placer que le recorrió todo el cuerpo. Ella asintió con la cabeza, agarrando las sábanas con fuerza—. De acuerdo —dijo él.

Bella pudo ver una sonrisa engreída antes de que bajara la cabeza y le chupara un pezón.

Si sus dedos habían sido buenos, su boca era mágica. Le pasó la lengua por el pezón y luego lo chupó con fruición, intensificando la sensación con el calor de su boca. Bella le pasó las manos por el cabello y luego le acarició los cuernos para excitarlo. Eran cálidos y suaves, y cuando los tocaba él gruñía y chupaba más fuerte, así que siguió haciéndolo.

Pasó unos largos minutos besándola, acariciándola y mordisqueándole el cuello y los pechos, dejándole unas marcas rojas que Bella esperaba que le duraran. Quería verlas mañana en el espejo, porque serían la prueba de que alguien la deseaba más allá de lo imaginable.

Edward la besó desde el pecho hasta el vientre y Bella soltó una risita cuando le pasó la lengua por el ombligo. Cuando se la metió, ella intentó zafarse. Él sonrió contra su piel y Bella se quedó sin aliento. ¿Alguna vez lo había visto tan feliz y excitado? Cada centímetro de ella que exploraba parecía proporcionarle una alegría infinita.

No parecía justo que él la besara por todas partes y ella no tuviera la oportunidad de tocarlo.

—Quítate la camiseta —dijo Bella.

Él se incorporó y se quitó la camiseta, y Bella suspiró agradecida por las vistas. Tenía el pecho suave, con la piel tensa sobre los músculos. Siguió con la mirada sus abdominales y se relamió al ver la línea de vello que bajaba del ombligo a la zona del pubis. Los demonios no parecían tan peludos como los seres humanos, lo cual era agradable en cierto modo (no se irritaría la piel con su barba), pero aquel rastro de vello púbico le hizo la boca agua. Quería reseguirlo con la lengua. Intentó incorporarse y poner en marcha su plan, pero Edward la detuvo.

—Todavía es mi turno.

Se frotó los muslos cuando sintió que sus fluidos le impregnaban la ropa interior. Estaba excitadísima y él ni siquiera la había tocado por debajo de la cintura.

—Entonces date prisa.

Él sonrió de forma lenta y sensual, y luego se pasó la lengua por el labio inferior.

—Los seres humanos no saben saborear las cosas.

¡Por Hécate! ¿Y si la hacía esperar durante horas? ¿Y si esto era un noviazgo y aún faltaban años para llegar a la siguiente fase? Bella no podría esperar tanto tiempo.

—Lo estoy saboreando —argumentó—. Solo que lo saboreo más rápido que tú.

Él se rio y le apretó las caderas con las manos.

—Eres una impaciente.

—Me gusta coger al toro por los cuernos —le corrigió. Entonces recordó algo y reprimió una carcajada con la palma de la mano.

—¿Qué? —preguntó, mientras dibujaba círculos en su piel con los dedos.

—Es que como tu también los tienes… —Se señaló la cabeza.

Él resopló.

—¿Has acabado con tus bromas? Porque me gustaría empezar a lamerte.

—¡Oh! —Bella se sonrojó—. ¡Oh, sí! Hazlo.

Él le dedicó otra de sus engreídas sonrisas antes de bajar de la cama.

Luego le quitó la ropa interior y le puso las piernas por encima de sus hombros. Bella se tapó la cara con las manos, excitada y avergonzada a la vez.

—No —dijo Edward. Su aliento llevó aire caliente a sus labios vaginales—. Mírame mientras te saboreo.

Bella gimió. No iba a sobrevivir a esa noche. Pero se destapó los ojos y vio la cabeza de Edward entre sus muslos. Parecía un ser malvado, con sus ojos dorados y gruesos cuernos. Como si todas las fantasías que nunca había imaginado fueran posibles.

Le sopló aire caliente sobre el clítoris y Bella se estremeció. Al chorro de aire le siguió un lento lametón. La saboreó a fondo, recorriendo cada rincón con la lengua. La garganta de Bella se llenó de ruidosos jadeos cuando él le chupó el clítoris. Se agarró a la almohada como si eso pudiera impedir que levitara de placer. No había sido una de sus habilidades mágicas anteriormente, pero si había algo que podía enviarla a la estratosfera, era la boca de Edward.

No estaba yendo rápido, pero tampoco estaba siendo delicado. Ese había sido, hasta entonces, el problema de Bella con el sexo oral: los hombres tendían a pasar la lengua de forma burda, sin ejercer suficiente presión y esperando que todo acabara lo antes posible. Pero Edward le comía el sexo a fondo, chupándole los labios y luego mordisqueándole el interior de los muslos. Cuando pasó con suavidad los dientes sobre su clítoris, una descarga de sensaciones arqueó la espalda de Bella sobre el colchón.

Edward introdujo un dedo en su vagina y Bella gimió ante el ligero estiramiento.

—¡Por Hécate! ¡Qué bueno eres! El mejor, un absoluto… ¡Oh! —Edward aprovechó ese momento para aumentar sus esfuerzos y las palabras salieron volando de la cabeza de Bella mientras él la devoraba como un hambriento al que le hubieran puesto delante un banquete.

Al primer dedo se le unió un segundo, y él los abrió en V antes de meterlos en su vagina y acariciar su interior.

—Estás muy apretada —gruñó entre lametones—. Tengo que prepararte para poder follarte.

Bella ahogó un grito. El pecho se le hinchó y la tensión aumentó en el bajo vientre. Nunca se había corrido con sexo oral, pero sin duda estaba yendo por ese camino. Sus caderas se movían frenéticamente por el deseo.

Él le introdujo los dedos más rápidamente mientras le chupaba el clítoris y Bella lanzó un grito. Un orgasmo la recorrió como una ola caliente y palpitante. Ella se agachó a ciegas, le agarró los cuernos y lo atrajo con fuerza hacia ella mientras se dejaba llevar por las gloriosas sensaciones.

Finalmente, las palpitaciones se calmaron y Bella volvió a la realidad.

Edward seguía gruñendo entre lametones desesperados y Bella apartó las manos de sus cuernos para apretarse con ellas la frente.

—Hostia puta —jadeó, mirando aturdida a Edward mientras él se arrodillaba entre sus piernas y se limpiaba la boca con el antebrazo. Las mejillas y la barbilla brillaban con sus fluidos, y los muslos de Bella temblaban—. Ha sido… ¡Guau!

Él sonrió, mostrando unos dientes blancos perfectos con unos incisivos algo más largos que le habían proporcionado una sensación increíble cuando le mordisqueó el interior de los muslos.

—Estás deliciosa. —La palabra sonaba pecaminosa en su boca.

Ella se incorporó recordando cómo le había tocado los cuernos.

—¿Te he hecho daño en los cuernos? No quería agarrarte tan fuerte.

Él gimió y echó la cabeza hacia atrás.

—Puedes agarrármelos cuando quieras. Me ha encantado.

En la biblioteca no había ningún capítulo sobre cunnilingus demoníacos, pero Bella estaba dispuesta a escribir un maldito libro sobre el tema.

—Me quedo contigo —soltó. Entonces sus ojos se abrieron como platos.

¡Mierda! ¿De verdad había dicho eso en voz alta?

La expresión de Edward se suavizó.

—Bella…

Desesperada por abandonar el tema de su incierto futuro, Bella llevó una mano a la cinturilla de sus pantalones.

—Esto fuera.

—Mandona e impaciente —dijo él con una sonrisa.

Los dedos de Bella liberaron el botón de sus vaqueros y luego le bajaron la bragueta. Estaba demasiado impaciente para esperar a que él se quitara los pantalones, así que metió la mano por dentro y le agarró el miembro con la mano. «Grande».

Aunque su tacto estaba limitado por los vaqueros y el incómodo ángulo, era obvio que Edward tenía un buen paquete.

—Internet tenía razón —suspiró Bella mientras se movía arriba y abajo con delicadeza, sintiendo aquella barra de acero bajo la tela de los calzoncillos.

Aún no tenía claro si tenía púas en el pene o algo por el estilo, pero estaba impaciente por averiguarlo.

—¿Internet? —jadeó él mientras ella le apretaba la polla.

—No importa. —Edward no necesitaba saber cuánto había aprendido Bella sobre el porno de demonios—. Quítate los pantalones.

A él se le escapó una risita mientras se zafaba de su agarre y se quitaba los vaqueros.

—Ahora túmbate y deja que te admire.

—Estás dando muchas órdenes —dijo él mientras se estiraba sobre el edredón.

—Ahora me toca a mí —dijo Bella, acercándose para poder pasarle las manos por el pecho. Era guapísimo, con sus enormes pectorales y su tableta de chocolate. La V sagrada acababa en unos calzoncillos negros en los que podía distinguirse una erección.

Bella necesitaba poner los ojos, las manos y la boca en esa polla y en ese orden. Se agachó y agarró con los dientes la cinturilla de su ropa interior, tirando de ella hacia abajo. Él dejó escapar un murmullo de sorpresa y Bella sintió un arrebato de orgullo. Puede que él tuviera más de doscientos años de experiencia, pero ella tenía algunos trucos bajo la manga. Al final tuvo que utilizar las manos para quitarle por completo la ropa interior. En ese momento, Bella se sentó sobre sus talones, con los ojos clavados en la que ya era su polla favorita del mundo. No tenía púas ni nada que pareciera extraterrestre, pero era gruesa y larga, y la piel más rojiza y oscura que su natural tono pálido. A Bella se le hizo la boca agua al ver las venas que se enroscaban por un costado.

Puede que se la estuviera comiendo con los ojos, pero iba a chupar todo el plano demoníaco de esa polla.

—No es tan grande como el consolador que invocaste —dijo Edward y, espera, ¿de verdad parecía cohibido?

Los ojos de Bella se clavaron en los suyos.

—Edward —dijo muy seria—, esta es la polla más perfecta que he visto en mi vida. De verdad, la polla ideal.

Él entrecerró los ojos y soltó una risita.

—Tienes facilidad de palabra.

—Tengo algo más que palabras.

Bella había leído un montón de artículos sobre mamadas antes de hacer la primera en la Universidad, y le gustaba creer que se le daban bien. Y si no era buena, al menos era entusiasta, lo que contaba para algo, ¿no?

Solo había una forma de saber si Edward estaba de acuerdo. Bella se zambulló en la teoría de las formas de Platón con la boca por delante, separando los labios para chupar la punta de su miembro.

—¡Joder! —Soltó él, con el torso saliéndosele de la cama. Bella se colocó a horcajadas sobre su muslo y se metió la polla en la boca. Tenía un buen sabor; una mezcla almizclada de sal, humo y especias. Rodeó la base con una mano y la cerró, chupando luego al compás del movimiento de su cabeza. Era ambiciosa, pero no tanto como para tragarse la polla entera la primera vez.

Edward se estaba volviendo loco. Farfulló una maldición y se retorció, haciendo unos ruidos sensuales y desenfrenados mientras ella se la chupaba.

Le había puesto una mano encima de la cabeza, así que tiró de ella hacia abajo mientras le guiñaba un ojo para hacerle saber que podía agarrarla del cabello si quería. Cuando lo estiró de las raíces, Bella gimió y se apretó más contra él.

—¡Increíble! —gritó Edward. Los tendones del cuello se le tensaron mientras apretaba la mandíbula y mostraba los dientes—. ¡Joder, qué bueno!

Bella le chupaba el pene como si estuviera saboreando una piruleta.

Empezaba a dolerle la mandíbula, pero no se daba por vencida. Haría todo lo posible para que este demonio se corriera.

De repente, él le tiró del cabello para apartarla. La polla se le escapó de la boca con un suave ¡pop! cuando se acabó la succión y Bella hizo un mohín de contrariedad.

—Quiero que te corras en mi boca —se quejó.

Edward se estremeció.

—La próxima vez, velina.

No conocía esa palabra.

—¿«Vel» qué?

Él se pasó una mano por la cara.

—Es lengua demoníaca antigua —murmuró. Parecía avergonzado de que se le hubiera escapado—. Un término cariñoso.

A Bella le gustó cómo sonaba.

—¿Tú también eres mi velina?

—Velina es la versión femenina. Aunque yo podría ser tu velino. La versión de género neutro es veline.

—Mi velino. —Ella pronunció la palabra—. En ese caso, mi velino, ¿por qué no puedo chupártela?

Su pecho subía y bajaba con cada entrecortada respiración y el sudor le cubría la piel.

—Porque quiero follarte ahora mismo.

Ella se quedó sin aliento. De acuerdo; Bella podía aceptar ese plan.

—Entendido —dijo, y luego se quedó en silencio. No dominaba la habilidad demoníaca de hablar sucio.

A Edward no pareció importarle su timidez (de hecho, ni la advirtió). La estaba mirando como si fuera el centro de su universo, con los ojos llenos de oscuras promesas.

Bella no tenía ahora cabeza para pensar en los problemas que podían acarrear las relaciones entre especies, así que abrió de un tirón un cajón de la mesita de noche y sacó un paquete de condones. Siempre había sido una persona optimista, así que había unos cuantos de tamaño XXL entre los condones de tamaño normal. Sin duda, el demonio estaba a la altura de un XXL.

Ella se mordió el labio inferior mientras miraba la larga y bonita parte de su cuerpo.

—¿Qué postura prefieres? —A ella le encantaría tenerlo encima para que la embistiera contra el colchón, pero también le gustaba la idea de ver todos sus músculos. Y no diría que no a que la penetrara por detrás…

—Quiero que me montes —dijo al instante—. Al menos al principio. Hasta que te acostumbres a mi polla.

Bella se estremeció.

—¿Y luego qué?

—Luego —dijo él, pasándose la lengua por los labios— te haré lo que yo quiera.

Sonaba prepotente, pero Edward era un demonio prepotente y Bella estaba demasiado excitada para protestar. Nunca se había considerado una pervertida, pero si Edward quería revolcarse con ella un poco mientras le gruñía obscenidades al oído, ella estaba más que dispuesta. Se sentó a horcajadas sobre él y abrió el envoltorio del condón con dedos temblorosos. Habían pasado años desde la última vez y nunca había deseado a nadie tanto como a él. Le puso el preservativo estirándolo sobre el cuerpo del pene hasta ajustarlo en la punta.

—No haces un nudo, ¿verdad? —soltó.

Él frunció el ceño.

—¿Un nudo? —preguntó mientras hacía un claro esfuerzo por contenerse. Le clavó los dedos en las caderas.

Nunca había tenido que explicárselo a nadie, ya que era un concepto habitual en las comunidades más frikis de las ficciones de fans on-line; comunidades que había visitado muchas muchas veces. Al fin y al cabo, como el calentón no desaparecía cuando una estaba soltera, había que darle otras salidas.

—En las ficciones de fans significa que el pene «se hincha», y ya que eres de otra especie…

—¿Que el pene se hincha? —Parecía horrorizado.

—No todo el pene. Solo la base, para que la mujer no pueda… —Bella se interrumpió al ver que se horrorizaba todavía más—. ¿Sabes qué?

Hagamos como si nunca lo hubiera mencionado.

Él asintió frenéticamente.

—Sí, por favor.

Bella era una experta en enturbiar las cosas a pocos centímetros de una penetración. Respiró hondo y esbozó su sonrisa más sensual.

—¿Estás listo?

—¡Sí! —rugió Edward.

Bella le agarró el miembro para metérselo.

—Hace años que no hago esto.

—Yo no hago esto desde mediados del siglo XX. —Parecía a punto de tener un ataque—. No pares, por favor.

Bella se sintió poderosa mientras se frotaba el sexo (único en todo un siglo, por lo que parecía) de arriba abajo contra su polla.

—¿Quién es ahora un impaciente? —se burló—. Deberías saborear la experiencia.

—¡Joder! —Cerró los ojos con fuerza—. Olvida todo lo que he dicho.

—Será un placer. — empezó a metérsela y, ¡oh!, lo que sentía era increíble. Su miembro era duro, grueso y caliente, y con cada centímetro que entraba parecía que iba a quedarse sin aliento. Cuando estuvo totalmente sentada, Bella exhaló con fuerza. Intentó hablar, pero solo le salió un gemido. Edward no parecía estar mejor.

—Dame un minuto —dijo él de forma entrecortada.

A Bella también le vendría bien un minuto. Estaba tan tensa que juraría que podía sentir su propio pulso dentro del cuerpo. Movió las caderas a modo de prueba y el gemido de Edward la animó a continuar. Después de una pausa de cortesía para que él se calmara, Bella le puso las manos en el pecho y empezó a cabalgar, saboreando la intensa fricción de su miembro.

Edward le clavó los dedos en las caderas y flexionó los músculos para seguirle el ritmo. Sí, a Bella le gustaba mucho esta postura con vistas privilegiadas.

Él murmuraba en voz baja todo tipo de cosas. Bella pilló referencias a sus pechos, sus caderas, sus labios, sus botas de montaña… A Edward parecían gustarle muchas cosas de ella, pero no resultaba lo bastante coherente para que Bella pudiera hacerse una idea completa.

Se agarró al cabecero para coger ímpetu y lo cabalgó con más fuerza.

Cuando le acarició el clítoris, ella jadeó.

—¡Sí!

Él le daba en el punto perfecto con cada embestida y su mirada de férrea determinación le transmitía que no se detendría hasta que ella estuviera totalmente satisfecha. Bella se relajó y cerró los ojos mientras se movía como una ola en el océano. Sentía aumentar la tensión que la llevaría al orgasmo.

Edward la sacó de su polla y a Bella la cabeza empezó a darle vueltas.

—¿Qué…? —preguntó ella. Encontró la respuesta cuando él la colocó a cuatro patas—. ¡Oh, sí! —jadeó mientras él se ponía de rodillas a su espalda. Se había acostumbrado a su miembro y ahora él iba a hacerle lo que quisiera.

—Eres mía —gruñó, volviendo a penetrarla con una rápida embestida.

Bella gritaba con una penetración cada vez más profunda. Edward le pasó un brazo por debajo, oprimiéndole el pecho mientras se encorvaba sobre ella, con los abdominales sudorosos contra su espalda. Con la otra mano le acarició el clítoris y Bella soltó un gemido como nunca antes en su vida.

—¡Sí, sí, sí! —gritaba. Sus pechos rebotaban con cada embestida y la presión ejercida sobre su clítoris parecía que iba a hacerla volar por los aires. Entonces él se lo acarició con dos dedos callosos y el placer se convirtió en algo irresistible. Su orgasmo estalló como una oleada de calor.

Mientras su sexo palpitaba, Bella gritó, sus brazos cedieron y el antebrazo que Edward había colocado entre sus pechos fue lo único que la sostuvo.

Edward seguía empujando mientras murmuraba obscenidades y cumplidos contra su cabello. «Apretada y húmeda». «Bruja perfecta». «Velina, quiero follarte para siempre». Pero incluso los demonios eran víctimas de su biología y Edward se corrió tras unas cuantas embestidas más, gritando tan fuerte que a Bella le zumbaron los oídos.

Se desplomó sobre un costado, llevándose a Bella con él. Ella jadeaba, inspirando aire como si hubiera corrido una maratón. La cabeza le daba vueltas con un torrente de hormonas, feromonas, neurotransmisores y Hécate sabría qué más, como si un fuego artificial mágico hubiera estallado en su cerebro. Sentía también un intenso hormigueo en los dedos de las manos y los pies.

—¡Joder! —dijo Edward.

—¡Wow! —dijo ella en respuesta—. Ha sido…

—Sí.

Parecía que Bella se había tragado el mismo sol. Sonreía tanto que le dolían las mejillas. Por fin había tenido sexo con su demonio y lo único que quería saber era cuándo podrían repetirlo.