Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veinticuatro

Hay experiencias tan profundas, tan perfectas, que no pueden expresarse con palabras. Edward aspiró el aroma del cabello de Bella, sintiéndose inmensamente feliz.

¿Había estado alguna vez tan relajado? Podría haberse fundido con las almohadas.

—¿Los demonios tienen período refractario?

La pregunta de Bella lo sacó de su estupor.

—¿Mmm? —Era incapaz de hilvanar una frase.

Ella se acurrucó en su pecho. ¡Por Lucifer! ¿Había una mujer más sexy en todos los planos? Sus curvas le habían parecido tentadoras bajo la ropa, pero totalmente desnuda era una diosa.

—Me preguntaba cuándo estarás listo para otra ronda —dijo.

Edward gimió. Con ella se sentía capaz de lograr cualquier hazaña, pero eso superaba sus capacidades.

—Puedes esperar veinte minutos o hacer un trato para que yo tenga una erección instantánea.

Bella se rio y en respuesta una sonrisa se dibujó en sus labios. El trato para apoderarse de su alma seguía siendo un tema difícil, que dolía como tocarse un moratón, pero bromear lo hacía más llevadero.

Bella se acurrucó más contra él.

—¿Hay fecha para hacer el trato?

Edward estaba tan atontado de correrse con tanta fuerza que veía manchas.

Respiró hondo, esperando que el oxígeno le ayudara.

—Mmm… —respondió. No era un buen comienzo.

Bella se retorció para mirarle.

—Estaba pensando —dijo ella.

Eso le espabiló.

—¿Sobre qué? —Él estaba cautivado por el reguero de pecas de su nariz y el sonrojo de sus mejillas tras el sexo. Tal vez veinte minutos sería demasiado tiempo.

—Tierra a Edward. —Le dio un empujoncito en el pecho—. Sobre el trato, claro.

—Claro. —¿Cómo no se había dado cuenta antes de la variedad de tonos cafés y dorados que había en sus ojos color chocolate? Eran un caleidoscopio de colores tierra, como los bosques que tanto amaba.

—Los demonios viven para siempre, ¿verdad?

¿A dónde quería ir a parar?

—Sí.

—Así que sus líneas temporales son más largas que las nuestras, ¿verdad? Como el cortejo que dijiste que lleva años.

Él asintió con la cabeza. Llevó la mano a su culo y agarró una nalga suave y sexy. Sí, sin duda podría superar esa estimación de veinte minutos.

¿Cómo debería follársela ahora? ¿Empotrándola contra la pared?

—Entonces… —consiguió decir— ¿por qué no te quedas aquí un tiempo? Así podríamos investigar cómo librarnos del trato. Y, si no encontramos la solución, tal vez podrías quedarte a largo plazo. Como… setenta años o así.

Eso le devolvió la concentración.

—¿Qué?

Parecía avergonzada y se mordía el labio inferior mientras sus mejillas se enrojecían aún más.

—Sé que es mucho proponer, pero tú no quieres quitarme el alma y yo tampoco quiero renunciar a ella. Así que ¿qué tal si mantenemos el trato hasta que yo muera?

La idea de que Bella muriera era como si le echaran agua helada por la cabeza. La abrazó con más fuerza, hasta que su nariz quedó atrapada entre sus pectorales.

—No quiero pensar en tu muerte —dijo con ferocidad.

—Yo tampoco —dijo ella con la voz apagada. Él aflojó su desesperado agarre, dándole espacio para respirar—. Pero es inevitable. ¿Y si te quedas en la Tierra conmigo y te llevas mi alma cuando esté lista para renunciar a ella? No estaríamos ignorando el trato, tan solo posponiéndolo.

Le dio vueltas a su propuesta. Astaroth se enfadaría mucho. Pero Bella tenía razón: las líneas temporales de los demonios eran más largas.

El pecho de Edward palpitó con indignación cuando recordó la apuesta de Astaroth. ¿Por qué debería sacrificar a esta preciosa mujer (y su propio corazón) solo para que Astaroth ganara puntos en la eterna y estúpida competición en la que se enzarzaban los viejos demonios? Su interminable lucha por el poder no significaba nada para él después de todo, mientras que Bella significaba mucho.

Se lo empezó a imaginar: vivir en Forks y mudarse a una casa que estuviera cerca de Bella (tenía mucho dinero humano tras siglos ahorrando e invirtiendo). Podría verla todos los días si ella quisiera. Podría aprender a cocinar, prepararle el desayuno, limpiarle la casa. Podría asegurarse de que siempre durmiera en una cama con las sábanas perfectamente dobladas.

Setenta años no era tanto tiempo para un demonio, pero verla envejecer sería una agonía. Edward había pasado más tiempo que ese estancado en una vida sin cambios, excepto por cada nuevo trato. Sin embargo, era mucho tiempo para los seres humanos.

—Te cansarías de mí —dijo.

—No, no me cansaría.

—Tendría que estar siempre cerca. Aunque no tuvieras que verme, sabrías que estoy ahí.

Ella se movió para tener más espacio para mirarle.

—¿Odiarías tener que hacer algo así? —La vulnerabilidad que veía en sus ojos le partía el corazón.

—¡Por Lucifer, no! Amo estar cerca de ti. Pero te mereces mucho más en esta vida que cargar con un demonio gruñón cuando podrías estar con alguien normal. —Cuando la palabra «amor» salió de su boca, el corazón le dio un vuelco y comprendió de repente por qué los seres humanos daban tanta importancia a las palabras más insignificantes. Casi le había confesado que la amaba y acabaría siendo inevitable que lo hiciera si se quedaba cerca de ella.

Era una locura. ¿Cómo podía haberle pasado esto de forma tan rápida e intensa?

Bella arrugó la nariz.

—No quiero a alguien normal.

—Pero te mereces a alguien normal —argumentó él—. Alguien que pueda hacer brujería contigo, que te dé hijos y envejezca a tu lado.

—Tú puedes hacer brujería. ¿Ya lo has olvidado?

Con la confusión que llegaba tras el orgasmo había olvidado sus nuevas y extrañas habilidades mágicas.

—No es lo mismo.

Ella había estado haciendo un dibujo en su pecho con la punta del dedo, pero su mano se detuvo.

—Puedes decirme que no quieres estar conmigo —dijo en voz baja—. No tienes que poner excusas.

Esto era lo último que quería que ella creyera.

—¡No! No es eso.

—Entonces, ¿qué es? Por favor, sé sincero conmigo.

Respiró hondo, intentando decidir la mejor manera de expresar todo lo que tenía en la cabeza. Había un motivo por el que nadie pedía a los hombres que realizaran tareas complejas justo después del orgasmo. La sangre se le había acumulado en la polla, no en el cerebro.

Sin embargo, sabía una verdad fundamental.

—No soy lo bastante bueno para ti.

Bella se incorporó indignada.

—Mentira —dijo, dándole un manotazo en el brazo—. Eres increíble.

Él sacudió la cabeza.

—Todo lo que he hecho en mi vida es llevarme las almas de la gente. No tengo amigos de verdad, ni familia, y pocas aficiones. He sido muy infeliz durante mucho tiempo y tú eres como el sol rompiendo las nubes. Haces que todo sea radiante y acogedor. —Los pocos días que llevaba conociéndola habían sido los mejores de su vida, incluso con sus discusiones y la amenaza del trato pendiendo sobre ellos.

—Eso es muy bonito. —Le temblaron los labios al sonreír—. Tú también me haces sentir así.

Él resopló.

—Me cuesta creerlo. —Se aburriría de él rápidamente.

—¿Estás cuestionando mi opinión? —El tono de voz de Bella se volvió más agudo. Edward abrió los ojos como platos. Se sentó para mirarla.

—No, eso no es…

—Porque no necesito que hables por mí. —Ella se cruzó de brazos.

¡Por Lucifer! Lo estaba echando todo a perder.

—No he querido decir…

—Si no quieres estar conmigo, dilo —dijo ella, levantando la voz por encima de sus balbuceos—. Y si vas a seguir intentando apoderarte de mi alma, dilo también. Quiero saber qué puedo esperar.

—Podría esconderme. —Las palabras le salieron sin pensar—. Cuando te hayas cansado de mí, podría construir unos túneles bajo tierra para que no tengas que volver a verme. —Setenta años allí escondido no sería tan malo. Podría traerse sus libros y hacerse una guarida. Lo bastante cerca para asegurarse de que ella estuviera bien, pero lo bastante lejos para que no tuviera que verlo todo el tiempo.

Un intenso dolor en el brazo le provocó un respingo.

—¡Ay! ¿Me has pellizcado?

Ella no parecía nada arrepentida.

—Estabas en babia. ¿Por qué querría que te escondieras bajo tierra?

—Te lo he dicho. —Empezó a levantar la voz—. Te mereces algo mejor que yo.

Ella hizo un ademán con la mano.

—Ignora esa horrible idea por un instante. Concéntrate en tus sentimientos. Si pudieras quedarte en la Tierra conmigo en vez de llevarte mi alma, ¿lo harías?

La pregunta pesaba entre ellos; una línea que separaba lo que era y lo que podría ser.

—Sí.

La confesión fue tan silenciosa que fue menos que un susurro. Sin embargo, Bella la oyó. Su rostro se transformó con una alegría tan contagiosa que lo dejó sin aliento.

—Entonces arriésgate —dijo, subiéndose a su regazo y rodeándole el cuello con los brazos—. Quédate conmigo. Quizá encontremos la forma de librarnos del trato, pero, pase lo que pase, quiero intentarlo.

Vivir en la Tierra. Desafiar la orden de Astaroth de entregarles el alma de Bella antes de que acabara el mes. Sería un escándalo en el plano demoníaco y echaría a perder lo que quedara de su reputación. ¿Qué clase de negociador abandonaba su puesto por amor a una mortal? De todos modos, la reputación era algo delicado y podía perderse por muchos motivos. En cuanto tuvo su propia alma, los mismos negociadores que lo habían alabado se apresuraron a tacharlo de fracasado. ¿Por qué lo que ellos pensaran debía condicionar sus acciones?

La idea de arriesgar la seguridad de su pueblo le era más difícil de aceptar, pero había otros negociadores de almas que podrían continuar el trabajo. Edward se uniría a sus filas en unas décadas, cuando Bella hubiera muerto. Sin ella, no tendría nada por lo que vivir, salvo el deber.

—¿Y? —preguntó Bella, con las mejillas sonrosadas y un brillo en los ojos. Pasara lo que pasase dentro de setenta años, ahora mismo estaba feliz y sonriente en su regazo, y eso era todo lo que él necesitaba.

—¿Qué me dices?

Por una vez, Edward no sintió la pesada carga del deber o del honor presionándole. Setenta años pasarían muy deprisa y tal vez ella le pediría antes que saliera de su vista, pero Edward aprovecharía todo el tiempo que pudiera. Con Bella en su vida, los días, meses y años serían más ricos de lo que jamás había imaginado.

—Sí. —Su boca se estiró en una sonrisa tan amplia como la de ella—. Digo que sí.

Bella soltó un grito y le plantó un sonoro beso en los labios. Él se rio y le devolvió el beso, exhalando en su boca sus tímidas esperanzas. Se le aceleró el corazón y las mariposas volvieron a llenarle el pecho con el aleteo de miles de emocionantes posibilidades.

Edward el Despiadado había existido durante más de doscientos años. Esta noche, finalmente, empezaría a vivir.

—Entonces —dijo Bella contra sus labios después de que sus besos se hubieran vuelto desesperados—, ¿qué pasa con ese período refractario de los demonios?

En respuesta, Edward la tumbó, persiguiendo su cantarina risa en la cama.