Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veinticinco

—¿Qué te parece esto?

Edward aceptó el helado que Bella le acercaba a los labios. Chupó la cuchara de plástico rosa e hizo un mohín.

—¿Qué sabor es?

—Espresso. ¿No te gusta?

Estaban junto a una furgoneta de helados, al sur de la explanada de césped. La calle estaba cerrada al tráfico y las coloridas carpas florecían por doquier. El Festival de Otoño de Forks estaba en marcha y Bella se había alegrado mucho de poder mostrarle a Edward una gran variedad de comida, artesanía y extrañas competiciones mágicas durante la última semana.

Ella era hoy todo un espectáculo, con sus rizos castaños sujetos con una pinza dorada y sus curvas ceñidas en un escotado vestido color burdeos.

Cada vez que miraba el cinturón, se imaginaba tirando de él con los dientes.

Volvió a centrarse en el tema en cuestión.

—Sabe a tierra dulce —dijo con sinceridad.

Ella puso los ojos en blanco.

—Algún día conseguiré que te guste el café.

Ahora decía cosas así continuamente. «Algún día». Cada vez que ella mencionaba el futuro con tanta naturalidad, Edward sentía un rubor de felicidad. Toda la semana había sido como caminar sobre las nubes. Sin embargo, junto con esa sensación llegó con sigilo el miedo de que no duraría, de que acabaría cayendo en picado a tierra.

Ella señaló con la barbilla su tarrina de helado.

—¿Y el tuyo?

Le acercó la cuchara a los labios y sintió una tirantez familiar bajo el cinturón cuando ella la chupó lascivamente con la lengua antes de guiñarle un ojo. No habían podido apartar las manos el uno del otro desde aquella primera noche. Ahora que habían dejado a un lado el asunto del trato, Edward se había dedicado a aprender cómo le gustaba a ella que la besaran y la tocaran exactamente, y Bella le había correspondido con entusiasmo.

Bella saboreó el helado.

—¿Especias para calabaza? Una elección curiosa para un demonio grande y malvado.

—Me gusta el sabor.

—Estaba descubriendo que le gustaban todas las cosas dulces: galletas, miel, té, pastel y, sí, cualquier cosa que supiera a especias para calabaza. Se inclinó hacia ella y le rozó la oreja con los labios —. Pero me gusta aún más tu sabor.

Ella le dio un pequeño manotazo en el pecho.

—Ligón.

A Edward le dolían las mejillas de tanto sonreír. ¿Eso significaba algo?

¿Una alegría tan intensa que invadía la piel y los músculos?

—De todos modos —dijo, volviéndose para mirar una actuación en la explanada de césped—, puede que seas una zorra básica, pero eres mi zorra básica.

—Que soy tu… ¿qué?

—Olvídalo. Vamos a ver a los malabaristas.

Ella lo arrastró hacia la explanada, donde una compañía de malabaristas actuaba frente a la fuente. Edward miró el agua con desconfianza, preguntándose si habría alguien nadando desnudo.

Uno de los artistas hacía malabares con bolas de fuego. Edward se acercó desplegando sus sentidos demoníacos y se sorprendió al advertir que el hombre era un humano corriente. ¿Cómo podía hacer eso sin lanzar un hechizo? Los seres humanos podían ser maravillosos de un modo desconcertante.

Los otros malabaristas tenían habilidades mágicas. Se lanzaban unos a otros orbes de luz, junto con cuchillos, sillas, balones de fútbol y… ¿un gato? El público aplaudía mientras los objetos se arremolinaban en el aire, a veces cambiando de trayectoria. Cuando un balón de fútbol se desvió de su rumbo hacia la fuente, alguien salió del agua.

—¡Cabezazo! —gritó la náyade en toples (Tanya, recordó que se llamaba), mientras devolvía el balón de un cabezazo. Bueno, eso respondía a la pregunta de si alguien se estaba bañando desnudo o no. Un tentáculo azul moteado salió del agua… y Tanya le chocó los cinco. Nadie se inmutó.

—¿Qué es eso? —preguntó Edward espantado.

Bella miró el tentáculo, que ahora volvía a meterse en el agua.

—¡Oh! Esa es Jenny —dijo—. Nuestro querido monstruo con tentáculos.

Edward miró con recelo las hileras de ventosas.

—Si tú lo dices…

Forks estaba lleno de rarezas parecidas y Bella lo había arrastrado a participar en muchos eventos y actuaciones inusuales en los últimos días. Había un equilibrista, un adivino, un grupo de hadas que danzaban en el aire, una pantomima representada por seres que cambiaban de forma y mucho más. Entre evento y evento, habían probado magdalenas, vino caliente, sidra con especias y golosinas de numerosos concursos de repostería. Cuando él le preguntó a Bella por qué no participaba, ella le dijo que cocinaba por placer, no para ganar nada.

—Y además —le había dicho, guiñándole un ojo—, el Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico es mi objetivo.

El concurso de flores tendría lugar el 31 de octubre, el último día del festival. Bella se estaba preparando a conciencia. Visitaba su invernadero varias veces al día para susurrarle a las plantas, regarlas y alimentarlas con magia. Ahora estaba trabajando en su arreglo floral: una gran variedad de flores de colores que estaban plantadas en macetas pintadas a mano y que colocaría en una mesa cubierta con una tela dorada metalizada.

Le había sorprendido su habilidad para pintar las macetas. Escenas realistas de plantas y animales que parecían salirse de la cerámica, con los pigmentos mezclados con brillante polvo de hadas. Alice le había proporcionado el polvo batiendo las alas sobre un cuenco mientras se quejaba en voz alta de lo indigna que era la situación. El polvo hacía que los pigmentos fueran más intensos y les añadía volumen, con lo que las imágenes parecieran moverse.

Bella tenía una paciencia y una atención al detalle infinitas para la repostería, la jardinería y la pintura, así que ¿por qué le costaba tanto prestar la misma atención a su magia? Aunque practicaba todos los días, sus hechizos eran impredecibles, y Edward había tenido que acorralar a más de un animal que había aparecido en su cocina.

Comer galletas, reírse y acorralar gansos asustados no era la forma en que había imaginado que pasaría el tiempo, pero ahora no quería hacer otra cosa.

—¿Quieres visitar el bosque? —preguntó Bella, mirando el sol poniente. Bella había ido todos los días con sus amigos para manifestarse contra las obras en curso, separándose de ellos para buscar zonas muertas.

Por desgracia, había encontrado varias; la podredumbre negra parecía extenderse, rezumando de los tocones de los árboles y convirtiendo las verdes enredaderas en marañas ennegrecidas. Aunque había podido eliminar todas las zonas muertas con su magia (un área en la que nunca había tenido problemas), el esfuerzo le estaba pasando factura.

Ese había sido el único inconveniente de la última semana, aparte de la obsesión cada vez mayor de Edward de que esa felicidad no podía durar.

Pero Bella ignoró sus ruegos de que descansara.

—El bosque es como mi familia —le había dicho cuando él la instó a tomarse un descanso, preocupado por las ojeras que ahora tenía—. Hasta que averigüemos qué está provocando esto, necesito hacer todo lo que pueda para ayudar.

Bella trabajaba por las mañanas, así que Edward dedicaba esas horas a investigar en la biblioteca. Bella le había acusado de ser un esnob con los libros de los seres humanos, por lo que había accedido a investigar las posibles causas de la podredumbre negra, así como la forma de acabar con el trato.

—No es que quiera que te vayas —había explicado Bella—. Es que quiero que estés aquí por propia voluntad. Quiero que sea una elección de verdad.

Ya era una elección. Estaba eligiendo ir en contra de todo lo que le habían enseñado sobre el propósito de su vida. Pero él sabía lo que ella quería decir. Si solucionaba el tema del trato, no quedaría nada pendiente entre ellos. Bueno, nada excepto los problemas que a un inmortal le acarrearía cortejar a una mortal, pero Edward se negaba a pensar en ello. La vida ya era bastante complicada.

Bella miró el reloj de la explanada de césped.

—¡Ay! Creo que Alice ya ha llegado.

Caminaron hacia el este, serpenteando entre la multitud de juerguistas.

Cuando una voz familiar se coló entre la algarabía, Edward dio un respingo.

—¡Bella, querida! ¡Edward! ¡Hola!

Bella gimió.

—Esperaba que no tuviéramos que verla hasta la cena familiar.

—¿Tenemos que volver a ir? —preguntó Edward entrando en pánico. Era sábado, lo que significaba que solo tenían un día de libertad antes de la locura familiar de los Swan.

—Se celebra todas las semanas. No es una opción.—Aceleró el paso.

—Podría ser una opción si quisieras —argumentó él, alargando sus zancadas para mantener el ritmo—. Solo tienes que decir que no.

—¿Así de fácil? —Bella se detuvo de repente en la acera—. Pues díselo tú.

—Espera…

Demasiado tarde. Renné Swan ya se había acercado. Una pequeña pero poderosa figura con un traje de chaqueta azul celeste y tacones de aguja morados.

—¡Creía que no me habías oído! —exclamó. De los lóbulos de sus orejas colgaban dos zafiros del tamaño de un huevo de petirrojo y sus rizos castaños estaban metidos en una boina morada que tenía un dragón en miniatura. Chasqueó los dedos y el dragón abrió la boca y lanzó una pequeña llamarada de fuego—. ¿Te gusta mi sombrero? Me lo ha enviado Phil.

—¿Por qué motivo? —preguntó Bella.

—Se sentía fatal por haberse perdido el Festival de Otoño de este año, así que me envió este regalo para disculparse. Le tienen muy ocupado con esos parques temáticos, pero estoy segura de que vendrá el año que viene.

Bella y Edward compartieron una mirada cómplice. Parecía que el tío de Bella le había enviado más un soborno que un regalo para que Renné no lo molestara.

—Por cierto —Renné se llevó las manos a las caderas y dirigió una severa mirada a Bella—, he oído que montaste toda una escena en la asamblea.

Bella gimió.

—Mamá, déjalo.

—No voy a dejarlo —replicó indignada—. Lilian me dijo que fuiste muy grosera con ella delante de todo el mundo.

—¡Vaya! ¿Ahora te importan los sentimientos de Lilian? ¿No ha vuelto a ganar el concurso de tartas?

Renné jadeó y se llevó una mano al pecho.

—Eso es un golpe bajo. La pillé moliendo Viagra para mezclarla en su pastel para aumentar la libido, que debía ser «solo mágico». Típico de ella saltarse las reglas para poder ganar. —Miró a Bella con complicidad—. Aro dice que es una persona tóxica sin conciencia de los límites.

—¿Estás segura de que se refería a Lilian? —murmuró Edward.

—Querido Edward —Renné sonrió mientras se abalanzaba para rodearle el cuello con los brazos. Él se tambaleó hacia atrás, espantado—, he oído que casi electrocutaste a Lilian —soltó, y luego le pellizcó la mejilla—. Y decías que no tenías poder…

—No lo tengo —dijo Edward, frotándose la mejilla para quitarse de encima el hormigueo—. Tan solo me enfadé. —No había sido capaz de repetir algo así desde la asamblea, a pesar de los intentos de Bella de enseñarle algunas palabras mágicas.

—¿Así que está bien que él le dispare rayos a Bella, pero si yo le contesto es de mala educación? —Bella se cruzó de brazos—. Eso es aplicar un doble rasero.

Renné se encogió de hombros.

—Las reglas de etiqueta no se aplican a las demostraciones de poder y a Lilian le vendría bien que la electrocutaran, pero estoy de acuerdo con ella respecto al spa. Estoy deseando que me den un buen masaje. —Cuadró los hombros y miró a Edward de arriba abajo con lascivia—. Tienes unas manos enormes. Quizá debería contratarte para que me des un masaje hasta que abran las instalaciones.

Lo último que Edward deseaba era pasar más tiempo del necesario con Renné, sobre todo si eso implicaba tener contacto físico. ¡Por Lucifer, cómo odiaba a esa egocéntrica mujer!

—¿Sabes por qué me enfadé con Lilian? —le preguntó—. Dijo que Bella era una fracasada.

Bella lanzó un suave quejido y apretó el antebrazo de Edward con una mano. Él se la cogió y la apretó con delicadeza.

Renné se quitó una pelusa invisible de la manga.

—Bella, querida, la gente no diría cosas así si trabajaras más.

—¿Eso es todo? —Edward estaba horrorizado—. ¿No crees que fue una grosería que insultara a tu hija?

—La gente me insulta a mí todo el tiempo —dijo Renné—. Normalmente por celos. Ser una Swan significa llamar mucho la atención, tanto buena como mala. —Palmeó el hombro de Bella—. La mejor manera de silenciar a los que te odian es utilizar la magia para intimidarlos hasta que se sientan como los gusanos que son.

Bella miraba a Edward como si le suplicara que dejara de defenderla. Era difícil no gritarle a Renné lo que pensaba sobre lo exigente que era con su hija, pero se mordió la lengua. Nada cambiaría en la dinámica familiar de Bella hasta que ella se defendiera de verdad.

—Ha sido encantador verte —dijo Bella—, pero tenemos que irnos.

Renné hizo un mohín.

—¿No van a ver la batalla? Competimos en una hora cerca del Mercado de Setas de Mothman. Todos los participantes van a desnudarse y tomar setas mágicas.

—Eso suena a receta para el desastre.

—Va a ser un motín. He estado tomando alucinógenos toda la semana para practicar y he aprendido un nuevo hechizo para transformar a mis enemigos en lagartos asmáticos. —Renné se alborotó el cabello y los reflejos de su alianza casi cegaron a Edward—. Charlie va a filmarlo para GhoulTube, así que me aseguraré de enviaros a los dos el enlace. Edward ¿cuál es tu dirección de correo electrónico?

Él todavía estaba asimilando la imagen mental de un montón de brujas desnudas y alucinadas convirtiéndose unas a otras en lagartos.

—No tengo.

—Tonterías. ¿Cuál es el correo electrónico de la facultad de magia en la que enseñas? Algo de las Antípodas.

—La Escuela de Brujería de las Antípodas —dijo Bella, interviniendo cuando se hizo evidente que Edward no iba a inventarse una mentira lo bastante rápido—. No utilizan el correo electrónico tradicional. Los mensajes se envían por… cuervos.

«¿Cuervos?», vocalizó Edward en silencio mientras Renné se lanzaba a explicar por qué las cocatrices y otras criaturas mágicas eran mensajeros mucho más fiables.

Bella se encogió de hombros.

—Acabo de ver Juego de tronos.

Su engreída sonrisa resultaba embriagadora y Edward se quedó mirándole la boca, preguntándose cuánto tardaría en volver a saborearla.

—… estaría encantada de teletransportar un oozlefinch desde la base militar más cercana para que puedas escribirme —dijo Renné—. Son muy rápidos y con su habilidad para los misiles son muy útiles para disuadir a los ladrones de paquetería.

Edward recuperó la consciencia justo a tiempo para advertir que Renné estaba tratando de establecer algún tipo de horrible amistad por correspondencia con él.

—No, gracias —dijo, buscando una forma de disuadirla—. Las cartas son tan… impersonales. —Apartó la mirada, buscando una vía de escape.

¿Debería escabullirse bajo el puesto de manzanas de caramelo? Tal vez podría ponerse a cubierto detrás de uno de los zancudos…

—Eres un encanto, Edward —dijo Renné—. No hay duda de que debemos pasar más tiempo juntos.

Eso no era lo que Edward había querido proponerle.

—Espera… —Renné pareció recordar algo de repente—. La cena de mañana será maravillosa. Estoy importando paella de Valencia y mojitos del bar más exclusivo de Nueva York. Dime que llegarás pronto para que podamos charlar un poco más. —Agarró el antebrazo de Edward mientras batía las pestañas. Sus cuidadas uñas le recordaron a unas garras.

—No podemos llegar temprano —dijo Edward, entrando en pánico.

—Entonces a la hora habitual. —Renné se puso de puntillas (ni siquiera con los tacones de aguja alcanzaba a Edward) y le dio un sonoro beso en la mejilla—. Nos vemos mañana por la noche, queridos. Les contaré todo sobre la batalla.

Se alejó a zancadas, con los tacones chasqueando en los adoquines.

Edward parpadeó mientras ella se marchaba. Se sentía como si lo hubiera atropellado un camión. ¿Cómo podía ser tan destructiva una mujer tan pequeña?

Bella se cruzó de brazos.

—Gran trabajo diciendo que no a la cena familiar.

Él gimió y se pellizcó el puente de la nariz.

—Me ha pasado por encima.

—Claro que sí. —Bella le dio un empujoncito—. Anímate, nos pasa a todos. ¿Qué tal una magdalena de especias para calabaza de camino al bosque?

—¿Me estás sobornando para que participe en la protesta?

Ella le guiñó un ojo.

—No, ya sé que lo harás igualmente. Tan solo me gusta ver cómo te emocionas con la comida.

Edward estaba tan enamorado de Bella que haría cualquier cosa que ella le pidiera. Le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia sí para darle un rápido beso.

—Entonces vamos a comernos unas magdalenas, velina.