Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Veintisiete
—Ayorva en tigasium —dijo Aro con voz temblorosa, dando un golpe en el suelo de la cocina con su bastón—. La «um» al final de tigasium indica que es tu sartén, no la de otro. Si, en cambio, quisieras calentar la sartén de Edward, tendrías que acabar con «il». O «sen», si te diriges directamente a la sartén. Excepto algunas veces que es «sun». O «sinez», para objetos múltiples. —Se dio un golpecito en la bulbosa nariz, con los ojos brillantes bajo las pobladas cejas blancas—. Hay otras variantes, claro. Si la sartén es tuya, pero una vez perteneció a Edward, puedes acabar con «silum».
Edward observó que Bella se golpeaba en la frente con la palma de la mano.
—¿Por qué cambian tanto los sufijos?
Eran las diez de la mañana de un domingo lluvioso y el pequeño hechicero, ataviado con una túnica de terciopelo púrpura y una tiara de plástico, estaba dando un repaso al lenguaje de la magia. Edward estaba sentado a la mesa, escuchando, mientras Aro y Bella permanecían cerca de una encimera llena de objetos mágicos. Edward tomaba notas (las notas de Bella eran desordenadas, si es que tomaba alguna), pero las complicadas palabras ya le estaban confundiendo. ¿Cómo iba a deletrear esas tonterías?
—No siempre son sufijos —dijo alegremente el viejo hechicero—. A veces van al principio o puedes añadirlos al verbo en su lugar. Rotkva en iyiltransformen es una forma aceptable de decir «los transformo a todo el grupo en rábanos», pero también puedes decir transforma a rotkviyil. Y tigasi a ayorvum es otra forma de calentar la sartén. —Se encogió de hombros y luego hizo una mueca de dolor cuando le crujió la columna—. Lo que sea más fácil de recordar.
—Nada de esto es fácil de recordar —dijo Bella—. Ese es el problema.
Edward dio un sorbo a su té con especias para calabaza, fascinado por la discusión. El lenguaje de la magia era famoso por su complejidad y su gramática cambiaba a formas arbitrarias e ilógicas que combinaban las estructuras de varios idiomas. Muy poca gente que no fuera brujo se molestaba en aprenderlo, aparte de profesores de lingüística o masoquistas; una distinción inútil, supuso. Que fuera incomprensible era uno de los motivos por los que los magos poderosos eran tan escasos. La mayoría de los brujos inferiores aprendían lo que necesitaban para hacer su vida más fácil (hechizos para limpiar la casa o arreglar la leche rancia, por ejemplo), mientras que solo los más excéntricos se molestaban en practicar hechizos más arcanos. Y, puesto que una parte de la magia era propósito y concentración, ni siquiera dominar su lenguaje aseguraba que el hechizo saliera bien.
—Prueba con la tiza —dijo Aro, tendiéndole una.
—Creía que era solo para trabajos más ambiciosos. Invocaciones y cosas parecidas.
—Bueno, sí. Pero asociar un ritual a un hechizo ayuda mientras estás aprendiendo. Con el tiempo, no necesitarás la tiza ni ningún otro foco material para lanzar pequeños hechizos.
Bella refunfuñó y trazó unas líneas en la encimera. Algún glifo que debía indicar «sartén», con unas líneas onduladas que salían de él.
—Tigasi.
—¡Espera! —Aro se lanzó hacia la encimera y limpió el glifo con la manga—. Ese glifo es incorrecto, a menos que quieras derretir la sartén.
Bella soltó un grito de frustración y tiró la tiza, que se estrelló contra la nevera y salieron volando varios fragmentos blancos. Uno cayó en el té de Edward y el líquido caliente le salpicó la cara y el sombrero.
Bella se quedó abatida.
—Lo siento —dijo, corriendo a limpiarle las gotas de la cara—. No debería haber perdido los estribos.
—Yo también me enfadaría —dijo Edward—. Y, además, es agradable. Como lluvia tibia.
Le habría hablado de las calurosas tormentas que azotaban el plano demoníaco (aunque aquellas olían vagamente a azufre, no a especias para calabaza), pero Aro no sabía que Edward era un demonio, y Edward no quería que ese hecho saliera a relucir en la cena familiar.
Aro suspiró, pronunció un conjuro en voz baja y agitó una mano. La tiza se recompuso y volvió a flotar sobre la encimera.
—Nada de tiza, entonces. —Se acarició la larga barba blanca y miró a Bella pensativo—. No entiendo por qué te resulta tan difícil.
—No se lo estás poniendo fácil precisamente —dijo Edward, tensándose ante la insinuación de que era culpa de Bella—. Acabas de darle un montón de palabras confusas para decir lo mismo.
—No creo que sea el lenguaje. —Aro miró a Bella con los ojos entrecerrados—. La técnica de la tiza es poco fiable, sí, pero creo que el problema tiene que ver más con el propósito. Simplemente no quieres hacerlo.
Edward se levantó de su silla, listo para seguir defendiendo a Bella, pero esta lo detuvo poniéndole una mano en el brazo.
—Tienes razón —dijo ella—. No quiero hacerlo. —Su tono era de asombro, como si se hubiera sorprendido incluso a sí misma. Lanzó un suspiro y relajó los hombros, como si se hubiera quitado un peso de encima —. No me interesa dominar un hechizo para calentar la sartén porque disfruto cocinando y no necesito atajos. —Alzó la voz—. No me gustan las clases de magia en general. De hecho, las odio.
Aro parecía escandalizado, tanto como podía parecerlo alguien que era un noventa por ciento de túnica extravagante y un diez por ciento de cejas demasiado largas, pero Edward sintió una oleada de orgullo. Su bruja por fin se estaba defendiendo.
—Cuéntale más —la animó.
Bella levantó la barbilla.
—Odio que siempre me digan que no soy lo bastante buena. Odio que todos me vean como una fracasada porque no respetan la magia de la tierra. Odio que a nadie le interese ni remotamente en lo que soy buena. —Se rio sin humor—. ¡Puede que ni siquiera sepan en qué soy buena, porque nunca me lo han preguntado!
El hechicero se movió inquieto, hurgando en los flecos dorados de sus mangas.
—Los Swan siempre han sido buenos en magia mayor. Invocación, teletransporte, transfiguración…
Bella le señaló.
—Me refiero a eso exactamente. Solo el estilo de magia de mamá es «mayor» en esta familia. Mi magia natural se considera «menor», aunque puedo sanar grandes áreas de bosque y mantener las plantas floreciendo todo el año.
La planta araña de la ventana susurró y un helecho que había en una maceta que colgaba del techo extendió una rizada fronda hacia Aro. El hechicero dio un respingo cuando el helecho rozó su tiara. Se apartó, mirándolo con desconfianza. Edward no lo culpaba. Si las plantas podían ser amenazadoras, aquel helecho hacía todo lo que podía, erizándose como un gato arisco.
—Hay que reconocer que cultivar bien unas flores no es tan espectacular como invocar a un hada para que cumpla tus órdenes —dijo Aro.
—¿Quieres espectáculo? —preguntó Bella—. Pues te daré espectáculo.
Se acercó a Aro y este retrocedió hasta que su espalda chocó con la encimera.
—¿Sabes lo que podría hacer ahora mismo? —Edward vio por la ventana cómo las hojas otoñales se movían como ciclones en miniatura en el patio trasero de la casa, respondiendo a su estado de ánimo. Bella tenía las mejillas sonrosadas y el pecho le subía y bajaba con rapidez. Era cautivadora; estaba bellísima enfadada—. Podría invocar a esos árboles de ahí fuera para que sacaran sus raíces del suelo. Podría pedirles que te rodearan los tobillos y te arrastraran bajo tierra hasta asfixiarte, y no necesitaría tiza para hacerlo.
—¡Soy inmortal! —gritó Aro.
—¿Y? Te mantendrían allí para siempre si yo quisiera. —Bella enseñó los dientes—. Podría pedir a las raíces que crecieran dentro de tu cuerpo milímetro a milímetro. Te pasarías toda la eternidad agonizando, respirando tierra mientras las raíces se extienden por toda tu piel.
A Edward no debería excitarle su crueldad, pero por algo lo habían apodado «el Despiadado». Con alma o sin ella, podía apreciar una demostración de poder y sus vaqueros empezaron a apretarle. En cuanto Aro se fuera, Edward se llevaría a Bella a la cama.
Sin embargo, él la conocía. Si se enfurecía, lo lamentaría. Edward dio un paso hacia ella.
—Velina.
Ella levantó una mano para detenerle.
—Pero ¿sabes qué, Aro? —preguntó, con la mirada fija en el anciano—. No voy a hacerlo. —Aro se apretujó contra la encimera, con el alivio escrito en su arrugado rostro—. No voy a hacerlo porque no soy como mamá ni como nuestros gloriosos antepasados. Celebro la vida y la bondad. Me gusta que las cosas prosperen y no quiero hacerle daño a nadie. —El helecho se agarró a la manga de Aro, que dio un respingo. Bella sonrió con satisfacción—. Pero quiero que sepas que podría hacerlo.
En el silencio que siguió solo se escuchaba la respiración entrecortada de Aro. Entonces el miedo de su rostro se transformó en vértigo.
—Así que, después de todo, eres una Swan —dijo sonriendo—. No había oído un discurso tan bueno desde que Malevola Swan le dijo a su marido que iba a convertir su polla en un tritón la próxima vez que la metiera donde no debía.
Edward se aclaró la garganta.
—¿Vas a responder a lo que ha dicho?
Aro asintió.
—Bella, tengo que confesar que nunca me había parado a reflexionar sobre la magia que haces con la naturaleza. Y tienes razón, todos la hemos despreciado por considerarla aburrida en comparación con lo que los Swan han conseguido a lo largo de la historia. —Se estremeció—. Pero la amenaza a la que nos enfrentamos me ha convencido de que debemos tenerla en cuenta.
—La magia debería valorarse por algo más que su espectacularidad —dijo Bella—. ¿Sabías que el bosque se está muriendo? Una especie de podredumbre mágica está matando los árboles y envenenando los animales.
Aro frunció las cejas.
—Eso no suena nada bien.
—Claro que no. La magia está entretejida con el ecosistema. ¿Qué crees que pasará si todos los árboles, flores y animales mueren?
—Los paseos por la naturaleza serán sin duda menos interesantes. —Ante la mirada indignada de Bella, Aro levantó una mano marchita—. No, entiendo lo que quieres decir. A diferencia de tu madre, a mí sí me preocupa el rumbo que está tomando este pueblo. Cuando vives tanto como yo, sabes cómo encajan las piezas pequeñas en el todo.
—A menos que la pieza pequeña se llame Bella —espetó ella.
—No eres una pieza pequeña —dijo Edward—. Eres una reina. —El calor se extendió por su pecho cuando ella le dirigió una mirada de adoración.
Aro miró a Edward con los ojos entrecerrados.
—¡Qué raro! —murmuró. Luego volvió a centrarse en Bella—. Sé que las líneas ley son delicadas. Necesitan las criaturas vivas tanto como nosotros a ellas. Esperaba que las obras de construcción se retrasaran tras la desastrosa asamblea. —Frunció el ceño—. ¿Crees que la constructora está provocando la podredumbre?
—Tal vez —dijo Bella—. O alguien más se está beneficiando de destruir el bosque. Hasta ahora, mi magia ha sido lo único capaz de detenerlo, pero ayer encontré una zona afectada demasiado grande para que pudiera solucionarlo yo sola. Esperaba que pudieras ayudarme. Sin involucrar a mi madre.
—No sé si te habrás dado cuenta —dijo Aro en tono seco—, pero intento evitar a tu madre todo lo posible. —Dio un golpe en el suelo con el bastón y el cristal de la punta echó chispas—. Consultaré mis libros. ¿Me enviarás un mensaje con la ubicación de la podredumbre? —Ante la mirada incrédula de Edward, Aro soltó una carcajada sibilante—. Puede que sea más viejo que Matusalén, pero sé manejar una pantalla táctil.
Cuando Aro se dirigía a la puerta principal, alargó la mano para acariciar a Bella en la mejilla.
—Eres una buena chica que se merece mucho más de lo que te hemos dado —dijo—. Y siento no haber hecho más por defenderte.
Ella suspiró.
—Gracias, Aro. ¿Crees que podrás convencer a mi madre para que también se disculpe?
Aro hizo un mohín.
—Lo intentaré. Pero ya sabes cómo es.
—Sí, lo sé. —Bella miró de reojo a Edward con una sonrisa que mostraba sus hoyuelos—. Pero yo también sé cómo soy.
Edward estaba desesperado por agarrarla y colmarla de besos. Quería desnudarla, meter la cabeza entre sus muslos y lamerla orgasmo tras orgasmo. Bella solo se merecía cosas buenas y estaba orgulloso de que al fin estuviera poniendo límites.
Aro se giró al llegar a la puerta principal y miró a Edward y a Bella, que estaban en la entrada de la cocina.
—Te estoy vigilando —dijo, llevándose dos dedos a los ojos y luego señalando a Edward.
Edward sintió una punzada de miedo. ¿Sospechaba Aro lo que él era o se trataba de la típica amenaza al nuevo novio? Pero entonces la puerta se cerró tras el hechicero y Edward se olvidó por completo de él. Por fin tenía a Bella para él solo y pensaba aprovechar bien el tiempo.
La levantó en brazos, la llevó de vuelta a la cocina mientras ella se reía y luego la sentó en la encimera.
—Ha sido muy sexy —dijo mientras le subía la falda. Le acarició el cuello y le lamió la suave piel. Su sabor era embriagador, con toques de vainilla y flores silvestres, y se estaba convirtiendo en su adicción.
Bella echó la cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso.
—No puedo creer que me haya enfrentado a él —dijo sin aliento—. Me sentí tan bien…
—Ver cómo lo amenazabas me la ha puesto dura —admitió Edward, mordisqueando el escote de su vestido rojo cereza.
Bella se rio.
—Pervertido.
Edward le agarró los muslos por debajo del vestido y le manoseó la delicada carne. Le encantaba su constitución: suave y fuerte a la vez, con curvas que lo volvían loco. Estaba hecha para el sexo.
—Todo en ti me la pone dura. —Le recorrió con los pulgares el pliegue entre el vientre y los muslos, y ella se estremeció.
—Estoy mojada —dijo.
Edward no aguantó más charla. Le subió el borde del vestido hasta la cintura.
—Sujétalo.—Ella obedeció y él se arrodilló para meter la cabeza entre sus muslos.
—¡Oh! —Bella le clavó los talones en la espalda mientras él lamía su ropa interior. Podía olerla, almizclada y femenina, y el aroma lo excitó aún más. Ella no había mentido: estaba mojada; sus fluidos empapaban la tela.
Cuando le pasó la lengua por debajo de las bragas, Bella gimió. Su sabor era como una droga. Con ganas de más, Edward le apartó la ropa interior y empezó a lamer y chupar con fruición.
¡Por Lucifer! Le encantaba cómo gemía cuando le pasaba la lengua alrededor del clítoris. Le encantaba lo resbaladiza que estaba. Le encantaba cómo cogía aire cuando él le metía la punta de la lengua en el orificio de la vagina. Usó toda su cara para darle placer, acariciándole el clítoris con la nariz y empapándose las mejillas y la barbilla con sus fluidos. Supo que podría hacerlo para siempre.
Bella se restregó contra su cara mientras le clavaba los talones en la espalda para hacer fuerza. Apenas podía respirar, pero respirar estaba sobrevalorado. Al final él se apartó un poco, pero solo para meterle un dedo mientras le acariciaba el clítoris con la lengua.
Bella gritó y su coño palpitó en su dedo. ¿Estaba lista? Él continuó metiéndole los dedos y lamiéndola durante los espasmos. En algún momento, ella dejó caer el borde del vestido para agarrarle del cabello.
Cuando luego le agarró los cuernos con las manos, Edward estuvo a punto de correrse en los vaqueros. Gimió mientras el placer lo recorría por dentro.
Edward se puso en pie y capturó la boca de Bella en un beso ardiente y desesperado. Ella le devolvió el beso con fervor mientras buscaba a tientas el botón y la cremallera de los pantalones. Él sacó un condón del bolsillo trasero y abrió el envoltorio mientras los vaqueros y los calzoncillos caían a sus pies.
Edward no perdió el tiempo y se quitó la ropa. Se colocó el preservativo, apartó su ropa interior, encajó la punta de su polla en la entrada de su coño y la penetró.
Ambos gimieron a la vez.
—Esto es tan jodidamente bueno… —dijo Edward. Estaba demasiado excitado para ir despacio, pero Bella no parecía necesitar tiempo para adaptarse. Le agarró el culo, incitándole a continuar.
Edward la follaba con embestidas rápidas y profundas. Bella se apoyó con los brazos en la encimera y giró la cabeza para poder mirar cuando la penetraba. Edward también miraba y la visión de su polla entrando y saliendo de su húmedo coño lo puso al borde del clímax.
—Te entra tan bien… —gimió él.
—Más fuerte —ordenó ella, apretándole las caderas con sus muslos.
Edward obedeció y estableció un ritmo brutal. Le agarró el culo con una mano para mantenerla quieta y se sujetó con la otra en una vitrina. Los cucharones que guardaba en un tarro traquetearon y, cuando un fuerte empujón provocó que Bella soltara un grito y recolocara las manos, volcó un bote de metal. El azúcar se derramó, brillando a la luz del sol que entraba por la ventana.
El pene de Edward parecía que iba a explotar, pero necesitaba que ella volviera a correrse. Por suerte, Bella parecía estar en el mismo punto. Pasó una mano entre sus cuerpos y se acarició el clítoris en caóticos círculos. Él mantuvo el ritmo frenético, clavándole las puntas de los dedos en el culo.
—Córrete, velina —dijo—. No puedo… Voy a…
La tensión alcanzó el punto de no retorno. A Edward se le nubló la vista y soltó un grito cuando la tensión se liberó de golpe. La bombilla del techo se hizo añicos. Bella gritó cuando llegó al orgasmo a la vez que él.
Edward se sintió como si hubiera trascendido a un plano superior donde los momentos perfectos se abrían como flores.
—Te amo —jadeó contra su cuello.
Bella se puso tensa. Edward tardó unos segundos en advertir lo que había dicho.
«¡Mierda!». Sabía que amaba a Bella. ¿Qué podía ser sino ese sentimiento doloroso, emocionante, vertiginoso y maravillosamente horrible?
Edward se enderezó y miró preocupado a Bella. Tenía los ojos color chocolate muy abiertos y los dientes clavados en el labio inferior. Era difícil saber qué estaba pensando.
—Lo siento —dijo—. Tal vez haya sido inapropiado para las costumbres humanas.
Para su sorpresa, ella se rio.
—Edward, no creo que las costumbres humanas tengan nada que ver con nosotros. Es solo que ninguna pareja me había dicho algo así.
—¿Nunca? —preguntó incrédulo. La idea de que alguien con quien hubiera salido en el pasado no se hubiera enamorado de ella le resultaba incomprensible—. ¿Cómo puede alguien conocerte y no amarte?
Se le humedecieron los ojos y le rodeó el cuello con los brazos.
—Quizá sea demasiado pronto —dijo, con las palabras amortiguadas contra su pecho—, pero Edward, yo también te amo.
—¿En serio? —Una felicidad efervescente se instaló en sus entrañas como el champán más exquisito. Se sentía capaz de enfrentarse a cien bestias nocturnas con sus propias manos. Siempre había pensado que el amor era una debilidad, pero él sentía el amor de Bella como una armadura.
Bella asintió, con la mejilla apoyada en su pecho.
—No me lo esperaba. Cuando apareciste en mi cocina, creí que mi vida se había acabado. ¿Qué iba a hacer con un demonio que estaría a mi alrededor hasta que se llevara mi alma? —Le plantó un beso en el pecho—. Ahora me encanta tenerte cerca todo el tiempo.
A Edward también le encantaba. Aún había un poso de culpa bajo la alegría, una punzada de arrepentimiento por haber llevado a Bella a esta situación, pero si ella no lo hubiera invocado, él nunca la habría conocido.
No habría aprendido a amar.
—Odiaba mi alma —dijo Edward—. Sentir cosas me resultaba incómodo y creía que me hacía más débil. Pero ahora no puedo imaginarme la vida sin esas emociones. —La apretó más fuerte contra sí—. Sin ti.
Su camino no sería nada fácil. Edward tendría que explicar a Astaroth su decisión de posponer el acuerdo y ¿quién sabía cuáles serían las consecuencias? Además, había otros problemas. Qué harían con la necesidad de estar cerca el uno del otro, por ejemplo. Y, en última instancia, qué harían con el hecho de que Bella fuera mortal y Edward no.
Su amor por ella no se desvanecería, de eso estaba seguro. Y no le importaba si le salían arrugas o canas en el cabello. Su alma sería igual de resplandeciente y su corazón igual de grande. Pero verla envejecer cuando él no lo haría… No quería pensar en ello.
—Esto será difícil —dijo.
—Lo sé. —Ella le miró con ojos ardientes de pasión—. Pero quiero ver hasta dónde llegamos.
—Yo también.
Ella se rio y sacudió la cabeza.
—¿Sabes? A Rose le preocupaba que me mintieras, pero eres tan sincero que duele.
—Nunca te mentiría —dijo.
La sonrisa de Bella era tierna y delicada.
—¿Prometido?
—Prometido.
