Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veintiocho

—¡Queridos! —exclamó Renné, manteniendo la puerta abierta de par en par—. ¡Han venido!

Bella esbozó una tensa sonrisa mientras abrazaba a su madre.

—La verdad es que no podíamos faltar.

Su madre llevaba un vestido de noche amarillo con un volante en el cuello de intrincados pliegues. Las amatistas salpicaban su cabello y brillaban en sus dedos, a juego con su manicura de color púrpura. Lo único que Bella había heredado de Renné (la falta de autoestima no contaba) era su pasión por la ropa de colores.

Bella aún llevaba puesto el vestido rojo cereza de escote redondo que había usado mientras Edward hacía de las suyas con ella. Estaba dolorida de una forma deliciosa entre los muslos y se deleitó con el recuerdo de lo que habían hecho…; de lo que habían estado haciendo casi sin parar desde que decidieron darle una oportunidad a su relación.

Bella se sentía electrizada de pies a cabeza y no precisamente por la magia recién descubierta de Edward. Nunca había experimentado una pasión tan intensa y no todo era lujuria. Edward era inteligente, comprensivo y divertido a su manera. Ella ansiaba estar cerca de él y él parecía sentir lo mismo.

Estaba obsesionado con verla preparar su arreglo floral para el campeonato, comentando su talento como artista y la belleza de las flores.

Bella se sentía como una de esas flores, abriendo sus pétalos al sol. O a las nubes, ya que se adentraban en el lluvioso invierno del noroeste del Pacífico, pero Bella sabía mejor que nadie que no había reglas cuando se trataba de florecer.

Vio cómo Edward aceptaba el abrazo de Renné con clara incomodidad. Aún llevaba su maltrecho sombrero vaquero negro, pero la camisa azul y los vaqueros negros eran nuevos. Poco a poco estaban armando su guardarropa y él incluso había abierto un pequeño portal al reino de los demonios para recoger ropa de su guarida. Había echado un vistazo a su habitación y no le sorprendió ver que era austera y práctica. Edward le había confesado que no se había preocupado por el arte o la decoración hasta entonces. Astaroth lo había educado en la creencia de que el apego a cualquier cosa, ya fueran personas u objetos, lo volvía más débil.

Si Bella se encontraba con Astaroth alguna vez, le daría una buena paliza, y empezaría probando sus nudillos. Nunca había pegado a nadie, pero estaba segura de que lo haría bien. O tal vez le pediría a Rose que lo hiciera, ya que así le dolería más.

—Pasen, pasen. —Renné les hizo señas para que entraran al pasillo de los retratos. Como siempre, Bella evitó la mirada de ojos saltones del tío abuelo Trenton. Entrar en la casa de la familia Swan era como pasar por la banqueta, rodeada por todas partes de parientes con más talento que ella.

Ella tenía talento, se recordó a sí misma. Tan solo que no era el talento que Renné Swan quería que tuviera. Sin embargo, por primera vez, Bella tuvo la tentación de decirle a su madre «¿A quién le importa?». Por fin se sentía cómoda en su piel.

La mesa estaba puesta, pero solo su padre y su primo Jake estaban sentados bajo las amenazantes cabezas de los autómatas de Phil.

—Creía que te ponías enfermo esta semana —le dijo Bella a Jake mientras se sentaba frente a él.

Jake sacudió la cabeza para apartarse de los ojos un mechón de cabello negro.

—Mamá y papá me prometieron una consola nueva si pueden estar enfermos todo el mes.

—¿Vale tanto la pena? —preguntó Bella dubitativa.

—También me dieron doble paga. —Se encogió de hombros—. Además, la comida es mucho mejor que la que prepara papá. —Le mostró a Bella la pantalla del teléfono, que estaba repleta de imágenes virtuales de demonios necrófagos—. Y estoy haciendo grandes progresos en Poltergeist Go.

—No se murmura en la mesa —dijo Renné, tomando asiento. Lanzó su hechizo habitual para acortar la mesa y Edward se estremeció cuando Renné se acercó a ellos—. Ahora solo necesitamos a Aro. ¿Dónde está ese viejo idiota? Charlie, ¿sabes algo de él?

Charlie negó con la cabeza sin molestarse en bajar el periódico. Renné pronunció un conjuro y aparecieron unos mojitos frente a los adultos.

Bella bebió un sorbo. Era perfecto, con la lima y la menta suavizando el ardor del alcohol.

Observó cómo probaba Edward el cóctel. Sus cejas se alzaron y se quedó mirando la bebida como si fuera ambrosía.

—Increíble.—Se lo llevó a los labios y bebió.

Bella hizo una mueca de dolor.

—Es más fuerte que el vino, recuérdalo.

Edward abrió mucho sus ojos dorados por el borde de su vaso, que ya estaba vacío.

—¿Cuánto más fuerte?

—¿Como tres o cuatro veces?

—¡Oh! —Miró el vaso vacío con tristeza—. Debería habérmelo reservado.

—No te preocupes, invocaré otro —dijo Renné alegremente.

Un segundo mojito apareció frente a Edward. Lo miró con evidente anhelo y Bella sonrió.

—No pasa nada por achisparse —le dijo—. Hemos venido andando después de todo.—La verdad es que le encantaría ver a Edward borracho. Él la había visto así después de unos margaritas, así que sería justo.

—Está tan bueno…—dijo Edward—. Como si fueran colores explotando en mi boca.

Ese tipo de comentario haría que Bella se preguntara qué drogas tomaba esa persona, pero Edward le había hablado con más confianza desde que habían hecho oficial su relación. Sabía que los sonidos, olores y sabores podían estimularlo en exceso.

—Bebe despacio —le aconsejó—. Saboréalo.

Edward le dedicó una sonrisa ladeada.

—¡Oh! ¿Ahora te gusta ir despacio y saborear las cosas?

—Cállate. —Le ardían las mejillas; podía recordar todas las veces que él había insistido en saborearla.

—Solo digo que deberías ser coherente con lo que dices.

Bella se acercó y le plantó un beso en la boca.

—Y yo solo digo que deberías plantearte las consecuencias que tiene burlarse de mí.

—¿Hay consecuencias? —Le acercó la boca a la oreja—. Habla.

Bella sintió el familiar sonrojo de la excitación y le habría dicho algunas de esas consecuencias, pero no era el lugar adecuado. Renné ya los estaba observando como una mantis religiosa a la caza y no necesitaban darle más espectáculo a su familia.

—Son unos tortolitos adorables —dijo Renné —. ¿Alguna novedad sobre procreación?

—¡Mamá! —dijo Bella mientras Edward se atragantaba con su bebida—. Eso está fuera de lugar.

Renné hizo un ademán con la mano.

—No necesitas ser tan reservada con tu vida sexual. ¿Acaso no quieres darme nietos? —Luego batió las pestañas, pero si había algo que no se le daba bien era hacerse la ingenua.

Normalmente, Bella habría evitado el tema o habría puesto fin a un momento tan incómodo, pero un rescoldo de indignación se había instalado en su pecho. Cuadró los hombros.

—Si tengo hijos —le dijo a su madre—, será cuando yo lo decida. Y no tendrá nada que ver contigo, así que no quiero volver a oírte mencionar el tema de la procreación.

Se hizo el silencio e incluso el dedo de Jake se detuvo sobre la pantalla de su smartphone.

Renné parpadeó.

—Somos familia. Lo compartimos todo.

—No, no lo hacemos. —La voz de Bella se volvió más segura—. Mi relación es asunto mío. Mi útero es asunto mío. Así que, por favor, deja de comportarte como si fueras mi dueña.

—¡Oh, mierda! —dijo Jake en voz baja, con los ojos marrones abiertos como platos.

El periódico cayó de las manos de Charlie. Bella se enfrentó a la mirada sorprendida de su padre levantando la barbilla. Él siempre dejaba que Renné la pisoteara y Bella estaba harta de alimentar aquella dinámica.

Renné se levantó de golpe y su silla cayó al suelo. Bella se preparó, preguntándose qué cosa horrible invocaría su madre para castigarla.

—Tú —dijo Renné, señalando a Bella— eres una mocosa desagradecida.

Edward hizo un ruido de protesta, pero Bella lo miro fijamente y negó con la cabeza.

—Es mi lucha —le susurró.

Él apretó la mandíbula y un músculo se le tensó en la mejilla. Luego asintió.

Bella le apretó el brazo en señal de agradecimiento y luego se puso en pie.

—No soy una desagradecida —le dijo a Renné—. Solo te estoy poniendo límites.

—¿Después de todo lo que he hecho por ti? —quiso saber Renné—. Años de pagar las mejores escuelas, la mejor educación, lo mejor de cualquier cosa, ¿y me lo pagas con estas acusaciones? No me comporto como si fuera tu dueña.

—Sí lo haces. —El corazón de Bella se aceleró, bombeando adrenalina por sus venas. Nunca se había enfrentado a su madre de esta manera y era tan aterrador como emocionante—. Entras en mi casa sin ser invitada. Registras mis cosas. Controlas mi magia.

—Alguien tiene que hacerlo. —Los dedos de Renné repiqueteaban con rapidez en la superficie de la mesa, como el sonajeo de advertencia de una serpiente de cascabel—. A pesar de todo el tiempo y el dinero que hemos invertido en ti, eres una vaga. Tu brujería es horrible. Me está llevando años de esfuerzo convertirte en una Swan y, aun así, sigues fallando.

En las entrañas de Bella bulló una familiar mezcla de rabia y vergüenza, y sintió una opresión en el pecho. Todos la miraban: Edward con preocupación, Jake con espanto y su padre con una expresión de resignada decepción.

Esta era la parte en la que se suponía que se iba a acobardar y disculparse.

Hace unas semanas, Bella lo habría hecho.

Ahora respiró hondo y se puso firme, imaginando que tenía los pies bien anclados en el suelo y tierra entre los dedos. Bajo los cimientos, la tierra era rica y oscura. Las lombrices se mezclaban con la tierra y las raíces extendían sus finos dedos para sujetarse en lo más profundo. «No nos moverán», decían aquellas raíces. «Pertenecemos a este lugar».

Bella tampoco se movería. Esta vez no.

—No soy una fracasada —dijo—. Soy increíble con la magia de la naturaleza, pero no la respetan.

Renné se burló.

—Jugar con flores no es tan importante como otras habilidades mágicas.

—¿Qué utilidad práctica tiene el teletransporte? —preguntó Bella—. Yo puedo combatir las enfermedades de las plantas, hacerlas florecer en invierno, mantener viva la naturaleza. Tú solo puedes presumir en las fiestas.

—Cuida tu tono —dijo su padre—. Tu madre está intentando ayudar.

—¿Que cuide mi tono? —Bella soltó una desquiciada carcajada—. No, no creo que lo haga.

Renné puso una expresión de asombro.

—¿Qué te pasa esta noche? No nos hemos gastado miles de dólares en clases de etiqueta para que acabes así. —Hizo un gesto en dirección a Bella y el dragón autómata de arriba soltó una bocanada de humo.

—Yo no pedí clases de etiqueta —replicó Bella—. Tú insististe, como has insistido en controlar cualquier otro aspecto de mi vida. Ya me he cansado.

—¡Cockatrice din convosen! —gritó Renné.

Bella se estremeció cuando un pequeño dragón del tamaño de un gran danés apareció en el centro de la mesa. Tenía dos patas, cola de serpiente y cabeza de gallo. Dejó escapar un estridente graznido; un ruido metálico horrible que provocó que todos se taparan los oídos.

Se rumoreaba que las cocatrices mataban con la mirada, pero se trataba de un malentendido que tenía su origen en la Edad Media, cuando se utilizaban para torturar a los prisioneros. Lo que hacían era emitir unos sonidos tan insoportables que nadie podía estar cerca de ellas; hasta el punto de que hacían sangrar los oídos. Renné intentaba hacer callar a Bella por todos los medios.

Al ver las miradas de dolor de Edward y Jake, que se tapaban los oídos en vano, Bella se sintió invadida por la furia. Renné estaba hiriendo algo más que la autoestima de Bella. Dibujó en la mesa una estrella de cinco puntas con el dedo.

—¡Aufrasen di cockatrice! —gritó por encima del incesante gruñido.

La cocatriz desapareció.

Bella se quedó mirando boquiabierta el lugar donde había estado la criatura. Le zumbaban los oídos y tardó un instante en comprender lo que decía Renné. Su madre, contra todo pronóstico, estaba radiante.

—¡Sabía que acabarías pillándole el truco! —exclamó—. Solo necesitabas un empujoncito.

Bella miró a Edward fijamente a los ojos.

—Lo conseguí —dijo estupefacta—. Lo he hecho desaparecer.

—Lo has hecho. —Su expresión era de orgullo.

—Solo necesitabas que alguien te gritara —dijo Renné, y Bella volvió al instante a la conversación—. Puedo ser más dura contigo si da tan buenos resultados.

—¡No! —Bella dio un golpe en la mesa. La cabeza del grifo rugió—. Este hechizo no ha tenido nada que ver contigo.

Renné resopló.

—Claro que ha tenido que ver conmigo. Nunca habías conseguido invocar o hacer desaparecer nada.

—Tú no has tenido nada que ver —espetó Bella—. La magia ha salido de mí.

Entonces Bella lo comprendió todo y se quedó boquiabierta. Por primera vez vio con claridad por qué su magia funcionaba unas veces y fallaba otras.

Era evidente que nadie más había experimentado una epifanía semejante.

Su madre seguía parloteando sobre cómo «dar forma» al talento de Bella mientras Edward rechinaba los dientes y apretaba los puños intentando quedarse al margen. Jake había encontrado un mojito de sobra y se lo estaba bebiendo mientras lanzaba miradas furtivas a la salida.

Para confirmar su teoría, Bella dibujó otra estrella de cinco puntas invisible sobre la mesa.

—Aufrasen en mojitoil —murmuró.

El mojito desapareció, dejando a su primo menor de edad chupando ruidosamente una pajita vacía. Este soltó un grito y se echó hacia atrás en la silla.

Bella movió el dedo índice hacia ambos lados.

—No puedes beber alcohol hasta dentro de cuatro años.

Él frunció el ceño.

—Tú no eres mi madre. —Luego su boca se torció en una sonrisa—. Bonita desaparición, eso sí.

—Gracias. —Bella sonrió. Seguía enfadada, pero haberlo comprendido por fin le resultaba estimulante. Cuadró los hombros y miró a su madre.

—Será una pena tener que invocar a una cocatriz cada vez que lances un hechizo —dijo Renné—, pero si es necesario…

—Me toca hablar a mí —dijo Bella levantando la voz.

Renné hizo una pausa.

—¿Sobre qué? Hemos descubierto la clave de tu magia. Solo necesitas practicar.

Bella negó con la cabeza.

—No, yo he descubierto la clave de mi magia. ¿Sabes por qué mi brujería falla cuando estás cerca? Porque me ordenas que lo haga. El impulso no viene de mí.

—¿Y? —Renné frunció el ceño—. Así aprende todo el mundo.

—No cuando me has acomplejado tanto al respecto. —Bella se sentía cada vez más segura—. Una parte de la magia es el propósito, ¿verdad?

Este no provenía de mí. Tenía tanto miedo de meter la pata que se convirtió en una profecía autocumplida.

Edward le entrelazó los dedos y ella lo miró. Estaba sonriendo, con el rostro transformado por el placer. En el contorno de sus ojos se dibujaban unas líneas de expresión que Bella deseaba ver tan a menudo como fuera posible.

—Hice desaparecer la cocatriz porque estaba cansada de que me hicieras callar —dijo—. Hice lo mismo con el mojito porque así lo quise. Y mi magia funcionó cuando estaba cerca de Edward porque mi deseo era el que daba forma al hechizo, no el tuyo.

—Solo he intentado que seas la mejor bruja posible. —Renné se llevó una mano al pecho y su brazalete atrapó la luz. Las amatistas eran tan centelleantes y resistentes como ella—. No puedes culparme de que aprendas despacio.

Ahora que Bella había empezado a defenderse, no podía detenerse. Las palabras brotaban de ella sin cesar, tras décadas de resentimiento y dolor.

—¿Te estás escuchando? —dijo—. Siempre intentas pisotearme. Me has menospreciado toda mi vida, diciéndome que soy lenta aprendiendo o que no tengo talento, que soy una decepción y una vergüenza para el legado de los Swan. Tal vez pensaste que así me esforzaría más, pero no importa cuánto me haya esforzado porque nunca ha sido suficiente para ti. Y no soy una aprendiz lenta en absoluto; mi magia de la naturaleza ha sido poderosa desde el principio.

—La magia no se limita a las plantas—argumentó Renné, que, como de costumbre, ignoraba cualquier crítica que se le hiciera—. Hay que ser bueno en todo. Las estrellas, el viento y la tierra auguraron…

—¡Me importan una mierda las estrellas, el viento y la tierra! —gritó Bella—. Me da igual lo que hayas oído o creído oír. No quiero ser como tú. Quiero ser yo.

—¡Esa lengua! —dijo Charlie tras unos segundos de horrorizado silencio.

—Y tú —dijo, girándose hacia su padre— la has dejado pisotearme durante años. Siempre que me ha insultado, la has apoyado. —En cierto modo, eso era lo que le había hecho más daño. Bella sabía cómo era su madre: difícil, narcisista y ciega a sus propios defectos. Pero su padre era una persona relativamente normal y nunca había defendido a Bella de las críticas de Renné.

Él suspiró y se subió las gafas para pellizcarse el puente de la nariz.

—Bella, sabes que te queremos.

—¿De verdad? —preguntó ella, sintiendo el escozor de una herida profunda e irreconocible. Edward había hecho aflorar ese dolor cuando lo conoció. «¿Crees que ella te quiere?», le había preguntado cuando aún intentaba manipularla. Y había dado en la llaga—. El amor es apoyar a alguien —dijo ella—. Levantarlo, no hundirlo. Amarlo tal como es, no como quieres que sea. —Edward era un demonio gruñón, inestable emocionalmente y con un pasado turbio, y aun así a ella le gustaba tal como era—. Edward me ha mostrado más amor en unas semanas que ustedes en todos estos años.

—¿Por qué nos atacas así? —Los ojos de Renné estaban secos, pero su labio inferior temblaba—. Después de todo lo que hemos hecho por ti. Tan solo el gasto…

—El dinero no es amor —dijo Bella—. Si hubiéramos sido pobres y tú me hubieras tratado con paciencia y amabilidad, habría sido mucho más feliz.

Renné rompió a sollozar. En un instante, Charlie se levantó de su silla y se apresuró a estrecharla entre sus brazos.

—Mira lo que has conseguido —le dijo a Bella mientras acariciaba el cabello de su mujer—. Has hecho llorar a tu madre.

—Lo dudo —dijo Bella—. Pero incluso si así fuera, ustedes dos me han hecho llorar muchísimas más veces. Estoy cansada de callarme y aguantarlo.

Su primo hizo un sutil gesto de victoria con el puño y ella le sonrió. No estaba sola en esta familia: tenía a Jake, Aro, Rachel y Billy, por no hablar de Héctor y Phil, los parientes que Renné ya había ahuyentado.

Bella estaba lista para hacer lo mismo que ellos.

—No vendré más a las cenas de los domingos —dijo.

Renné sollozó con más fuerza.

—Entonces puedes olvidarte de que te pague el posgrado.

El posgrado en Herbología Mágica que tanto deseaba Bella pendía de un hilo. Si la familia Swan no la apoyaba, tendría que buscarse la vida para pagar la matrícula.

Curiosamente, esa amenaza resultaba liberadora. Como administradora del fideicomiso, Renné siempre había utilizado el dinero como un arma contra su familia. ¿Valía la pena que la trataran tan mal para no tener que pedir un préstamo estudiantil?

No, no lo valía. Bella era adulta; ya encontraría la solución.

—De acuerdo —dijo—. Me abriré camino en la escuela. Pediré un préstamo. No voy a dejar que tomes mi futuro como rehén. —Edward le apretó la mano y Bella agradeció el reconfortante gesto. Respiró hondo—. De hecho, no te veré hasta que cambies de comportamiento. Deja de controlarme. Deja de insultarme. Deja de menospreciar la magia de la naturaleza. Soy adulta y tu hija, y merezco respeto.

—Solo quería que fueras poderosa. —La voz de Renné estaba lo bastante afectada para que Mariel pudiera creer que estaba llorando—. Tu futuro parecía tan prometedor… Pensé que serías feliz si cumplías la profecía.

Bella tiró de la mano de Edward. Él se levantó y Bella se apoyó en su costado.

—Mi futuro es prometedor. Y soy feliz. —Sonrió a Edward y le dijo—: ¿Quieres que nos vayamos?

—Claro —gruñó él, y ella advirtió por su mirada que se la follaría en la superficie horizontal o vertical más cercana en cuanto pudiera. Era emocionante lo excitado que se ponía cuando ella conseguía imponerse.

La puerta del comedor se abrió de golpe con un estruendo y una nube de humo púrpura. Bella dio un respingo y se giró para ver qué nueva abominación había invocado su madre.

Pero no era una abominación. Era Aro, con la túnica manchada de barro y la barba llena de ramitas. Sudaba y miraba enfadado a Bella mientras lo señalaba.

—¡Tú!

Edward parecía desconcertado.

—¿Qué?

—Aléjate de ella, demonio.

Aro pronunció un conjuro, hizo un movimiento brusco con la mano y Edward salió despedido por la habitación. Bella gritó cuando chocó contra la pared y quedó inmovilizado por la magia de Aro.

—Déjalo en paz —dijo, acercándose a Edward. Pero su cuerpo se quedó congelado y la magia de Aro se extendió para mantenerla en su sitio.

El viejo hechicero rara vez hacía alarde de sus habilidades, pero llevaba siglos practicando la magia. Aunque Bella lo intentaba con todas sus fuerzas, no podía moverse ni un centímetro, y no conocía ningún hechizo para librarse de una trampa sobrenatural.

—¿Qué quieres decir con «demonio»? —preguntó Renné, levantando la cara del pecho de su marido.

Aro soltó una risita sombría.

—¿No te has dado cuenta? Yo lo supe en cuanto lo vi.

Pronunció otro conjuro y el sombrero de Edward salió volando, mostrando sus cuernos. Renné jadeó y Jake se apartó de la mesa tan rápido que su silla cayó al suelo.

—¡¿Estás saliendo con un demonio?! —gritó Renné.

—Por favor —dijo Bella apretando la mandíbula—. No es como los demás demonios. Es amable y bueno, y me ama…

—Mentira —intervino Aro—. Estaba en el bosque, investigando la podredumbre.

—¿Podredumbre? —preguntó el padre de Bella.

—Es grave —dijo Aro, ignorando la pregunta—. Y está empeorando. Solo pude limpiar unas pequeñas zonas de tierra y la magia negra las volvió a matar al instante.

—¿Qué tiene que ver esto con Edward? —preguntó Bella, esforzándose por acercarse a su amado. Él también lo intentaba, pues podía ver la protuberancia de sus músculos mientras lidiaba con el hechizo. Una luz azul crepitaba sobre su cabeza como un halo.

—He visto esa podredumbre antes. —Las tupidas cejas de Aro se juntaron mientras miraba a Edward—. Hace siglos, cuando un demonio intentaba obligar a una bruja del bosque a hacer un trato.

A Bella se le encogió el estómago del miedo.

—¿Qué estás diciendo?

—El bosque está siendo envenenado, pero no por magia humana —Aro señaló a Edward con un dedo tembloroso—, sino por magia demoníaca.

Bella se quedó mirando a Edward, incapaz de creerlo.

—Él no me haría algo así. —Pero Aro no tenía motivos para mentir.

Las advertencias anteriores de Rose resonaron en su cabeza.

«Los demonios son grandes mentirosos». «Si intentara engañarte para que me entregaras tu alma, lo primero que haría sería amenazar lo que más quieres». «¿Y si lo hizo Edward?».

A Bella se le rompió el corazón. Las lágrimas inundaron sus ojos y empezaron a rodar por sus mejillas, y fue incapaz de detenerlas.

—Me mentiste —sollozó.

Edward parecía atormentado. Caían relámpagos y truenos a su alrededor, chamuscando el suelo de madera. Aún no sabía cómo controlar su magia.

¿O también era mentira? ¿La había estado manipulando todo el tiempo, mintiendo sobre que tenía alma para acercarse a ella? ¿Se había inventado quién era para atraerla con todo lo que ella quería: aceptación, amor, un protector al que ella también pudiera proteger?

—No fui yo. —A Edward se le tensaron los tendones del cuello mientras trataba de escapar—. Por favor, Bella, tienes que creerme.

Aro la soltó. Bella se secó los ojos y la nariz, dejando un rastro de mocos en el dorso de su mano. Se sentía aliviada, aunque con el estómago dolorido por la pérdida.

—No tengo que hacer nada —dijo—. Ni por mis padres, ni por ti.

Giró sobre sus talones y echó a correr.

Ya había bajado la colina cuando oyó los gritos de Edward detrás de ella. Al parecer Aro había liberado al demonio.

—¡Bella, espera!

¡Y una mierda! ¿Qué decían los médicos? ¿«Si oyes cascos, no esperes un unicornio»? Bueno, pues Bella había mirado a Edward, había escuchado su historia y había decidido que era un unicornio: el único demonio con alma de todo el universo y que, casualmente, se había enamorado de una bruja que no le entregaría la suya. Durante las últimas semanas, él se había aprovechado de su soledad y falta de autoestima, animándola a que confiara en él mientras destruía lo que más amaba.

¿Cómo habría acabado todo? ¿Con el bosque moribundo y Edward prometiéndole que detendría las obras de construcción y lo devolvería a la vida si ella hacía un trato? Tal vez le habría dicho que la amaría con o sin su magia y ella se lo habría creído.

Mientras Bella se enamoraba… Edward había estado conspirando en su contra.

Sacó el teléfono del bolsillo. Apenas podía ver la pantalla entre lágrimas, pero buscó las llamadas recientes. Sonó tres veces antes de que Rose respondiera.

—¡Hola, nena!

—Tenías razón. —La voz de Bella sonaba entrecortada por los mocos y las lágrimas.

—¡Ey! ¿Qué está pasando?

—Edward. —Bella no podía decir nada más. Se le había formado un nudo en la garganta y respiraba de forma entrecortada de tanto correr.

—¡Oh, mierda! ¿Estás en casa?

—Llegaré pronto.

—Voy para allá. Pondremos un círculo de protección tan poderoso que sus pelotas volarán hasta Marte si intenta entrar.

Después de colgar, Bella puso a prueba sus piernas y sus pulmones. Era una ávida excursionista, pero correr largas distancias nunca había sido su fuerte. Debería haber ido en bicicleta a casa de su familia y dejar que Edward fuera caminando, pero como una tonta enamorada no había querido separarse de él. Del demonio que intentaba robarle el alma.

¿Cómo pudo ser tan ingenua? La vida no era un cuento de hadas lleno de amor verdadero y villanos redimidos. Los villanos se llamaban así por un motivo.

Bella nunca había esperado que su corazón fuera el arma que blandieran contra ella.