Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Veintinueve

—¡Bella! —A Edward se le quebró la voz mientras la perseguía.

Ella le llevaba una buena ventaja, pero él tenía las piernas más largas y estaba decidido a alcanzarla antes de que se encerrara en casa.

—Por favor, escúchame.

Estaba aturdido por lo que Aro había dicho. ¿La plaga había sido provocada por un demonio? Los demonios no podían sentir su propia magia como lo hacían con la magia humana y, por lo que él sabía, era el único demonio que había sido destinado al noroeste del Pacífico, así que ni siquiera se había planteado esa posibilidad.

Ahora Bella pensaba que era un monstruo.

Su tatuaje empezó a hormiguear y gruñó de frustración.

—Ahora no…

Sin embargo, la invocación era insistente y el cosquilleo se convirtió en ardor y luego en un dolor parecido al de ser apuñalado con un cuchillo ardiendo. Se detuvo frente a una casa que tenía unas calabazas de Halloween en la fachada. Sus caras talladas parecían hacer muecas y con las llamas mágicas de su interior parecían moverse.

Alargó las manos temblorosas, con las palmas hacia arriba.

—Le espero, maestro.

«Y será mejor que hables rápido».

Astaroth apareció, vestido con un traje blanco y portando su bastón con espada oculta.

—¿Dónde está el alma de la bruja? —preguntó.

—Necesito más tiempo —respondió Edward—. Mucho más tiempo, la verdad.

—Te di hasta final de mes.

—Que no es hasta mañana. De todas formas, no voy a acabar a tiempo para que ganes la apuesta.

Astaroth se puso tenso y la amenaza que vio en su rostro provocó que un sudor frío le recorriera a Edward la espalda.

—¿Perdón?

Edward necesitaba solucionar las cosas con Bella, lo que significaba que su plan de vivir en la Tierra no había cambiado.

—Me quedaré hasta que esté lista para entregarme su alma. Puede que en unos setenta u ochenta años. —Muy poco tiempo para pasarlo con la persona que amaba, pero aceptaría cualquier cosa. Incluso un minuto más en su presencia sería un regalo, teniendo en cuenta que ella creía que era culpable.

—De ninguna manera. —Astaroth dio un golpe en el suelo con su bastón —. La apuesta…

—No es mía. —Era el tono más cortante que había empleado nunca con su mentor, pero si Bella podía enfrentarse a su maltratadora madre, él podía ponerle límites a Astaroth—. Es tu apuesta, por lo que tú debes lidiar con las consecuencias.

El viento azotaba las copas de los árboles, llevándose consigo las hojas muertas. Astaroth clavó sus ojos en Edward.

—Te has enamorado de la mortal —dijo en tono de disgusto.

—No es ninguna vergüenza. Tendrás su alma, solo que en mi línea de tiempo.

—Es vergonzoso que pongas en peligro a tu especie porque una mortal se haya abierto de piernas.

—No hables así de ella. —Edward se acercó. Astaroth era una proyección, pero deseó poder quitarle a puñetazos esa sonrisita de desprecio de la cara —. El reino puede esperar unas décadas más por su alma.

—No, no puede —espetó Astaroth.

Edward dio un paso atrás.

—¿Qué?

—Hay un… problema.

—¿Qué pasa? —¿Había muerto otro negociador en plena acción?

¿Sucedía algo malo en el plano demoníaco?

Edward estaba cansado de ser negociador de almas, pero aún se preocupaba por su hogar.

—No he sido totalmente sincero contigo —dijo Astaroth. El bastón hizo «tap, tap» contra su bota. «Tap, tap»—. Has hecho un trabajo magnífico a lo largo de los años (dejando a un lado los últimos fracasos), pero cada vez nacen menos demonios con el nivel de poder y control necesarios para convertirse en negociadores. No hemos reemplazado las pérdidas en nuestras filas con la suficiente rapidez.

El miedo le recorrió a Edward la columna.

—¿Qué quieres decir?

—El plano demoníaco se está muriendo —dijo Astaroth sin rodeos—. Poco a poco, las luces se irán apagando. El alto consejo lo ha estado ocultando, pero llegará el día en que todos sepan lo que está pasando. Y después… no tardaremos nada en perderlo todo.

Edward sintió una horrible sensación de pesadez en el estómago, como si se hubiera tragado una piedra. Ahora podía imaginarse su hogar: los elegantes edificios de piedra, las pasarelas sobre ríos humeantes, los orbes dorados que flotaban como enormes luciérnagas iluminando el perpetuo crepúsculo.

Los negociadores debían ser estoicos e insensibles, pero el resto de la especie tenía más libertad para formar vínculos. Si estuviera en el plano demoníaco ahora mismo, vería las pruebas de ello. Las parejas caminaban a la orilla del río cogidas del brazo. Los niños jugaban en las fuentes de fuego, riendo mientras las llamas les hacían cosquillas en los pies y caían sobre sus cabezas. Cuando el crepúsculo se adentraba en los negros matices de la noche, los demonios se reunían en sus guaridas para cenar y luego cantaban canciones más antiguas que la memoria de los demonios más viejos.

Puede que los demonios no sintieran las emociones con la misma intensidad caótica y desbordante que los seres humanos, pero seguían sintiéndolas. Seguían viviendo y amando. Seguían valorando a sus vecinos.

Si moría la magia, todos los demonios también lo harían. El plano era un ecosistema donde todas las vidas estaban entrelazadas; ninguna podía sobrevivir sin las otras.

Como el bosque de Bella.

Sentía que el corazón se le partía en dos.

—Necesitan más almas.

Astaroth asintió.

—No solo más almas, sino almas más poderosas. Y las necesitamos ya.

El mensaje era evidente. El alma de Bella era muy poderosa. Y sería suficiente para salvarlos del desastre mientras otros demonios negociaban con lo que pudieran.

—Entiendo —dijo Edward, sintiéndose paralizado. Tenía que haber una salida, pero necesitaba tiempo para pensar en ello.

—Anímate. —Astaroth le lanzó una sonrisa mordaz—. Cuando regreses con el alma de la bruja, te convertirás en un héroe.

Astaroth desapareció y Edward cayó de rodillas. Dejó caer la cabeza entre las manos y gritó en las palmas. ¿Cómo iba a escoger entre su pueblo y su amor? Hiciera lo que hiciese, sería un monstruo. Cambiar tantas vidas inmortales por una mortal equivaldría a un genocidio. ¿Traicionaría a Bella para obligarla a hacer un trato?

Era una situación imposible, pero también lo eran muchas otras cosas. Era imposible que un demonio tuviera alma. Era imposible que una bruja invocara a un demonio accidentalmente. Era imposible que un negociador de almas y una bruja se enamoraran.

Se levantó tambaleándose, decidido a encontrar una solución. Primer paso: encontrar a Bella y convencerla de que no le había hecho daño al bosque.

Pero ¿quién lo había hecho?