Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Treinta

Bella no entendía por qué Edward no la había alcanzado en la puerta de casa.

Respiraba de forma entrecortada y tenía los pulmones ardiendo de tanto correr. Rose aún no había llegado, pero lo haría en cualquier momento, así que Bella se apresuró a cruzar la casa y salir por detrás, en busca del consuelo de sus plantas. Estaba demasiado temblorosa y desconcertada para lanzar un hechizo de protección, pero Rose podría echar a Edward fácilmente si llegaba primero.

Edward…

Bella cayó de rodillas frente a su invernadero y empezó a llorar. La hierba moribunda se enroscó en sus dedos y el manzano bajó una rama desnuda para acariciarle el cabello. Las plantas se entregaban con libertad y de forma desinteresada, aunque la gente las pisoteara, las arrancara o las talara para construir edificios. Bella también había querido entregarse con esa libertad. Entregarle su palpitante corazón a alguien y, por una vez, que lo cuidaran y protegieran. Se había desnudado ante Edward tanto en sentido literal como figurado. Había compartido con él su cuerpo, sus pensamientos, sus inseguridades, todo. Y había pensado que él había hecho lo mismo con ella.

Lástima que todo hubiera sido mentira.

—Bella.

Sin duda, esa voz grave no era la de Rose. Bella se puso en pie y giró sobre sus talones. La figura de Edward se recortaba en la puerta de la cocina.

—Vete —dijo ella con voz temblorosa.

Parecía que él estaba agonizando.

—Por favor, escúchame. No le he hecho nada al bosque.

Ella se burló.

—Claro, debió de ser otro demonio atrapado en un pacto de almas con una mujer que adora el bosque.

—Parece ridículo, pero es la verdad. —Dio un paso adelante y se quedó inmóvil cuando un rosal le rodeó el cuello con un tallo espinoso, amenazándole con hacerle daño si continuaba—. ¿Estás obligando al rosal a hacer esto?

—Sí. —Bella se cruzó de brazos—. Y no dudaré en arrancarte la garganta. —Esta última parte no era cierta, pero Bella estaba devastada y no podía pensar con claridad—. Dijiste que tenías alma. Dijiste que eras el único demonio que sentía emociones tan intensas. Dijiste que me amabas. —La voz se le quebró en la última frase.

—Lo hago —aseguró—. Te amo, Bella.

—Mentiroso. —La acusación fue tan despiadada como las que les había lanzado a sus padres—. Eso es lo que hace todo el mundo, ¿no? Me ven y piensan que podrán mentirme, hacerme daño y manipularme como quieran.

—Bella…

—No he acabado.

Él cerró la boca.

—Dime la verdad —dijo Bella—. Si te pidiera que acabaras con la plaga del bosque a cambio de mi alma, ¿lo harías?

La boca de Edward se abrió y se cerró. Finalmente, asintió.

Bella rio amargamente.

—Contabas con que bajaría la guardia. Que estaría tan desesperada que te pediría que salvaras el bosque. Déjame adivinar: ¿aún me amarías sin mi magia?

Edward torció la boca.

—Sí, pero yo no he hecho esto. Lo juro.

—Entonces, ¿quién lo ha hecho?

Él empezó a encogerse de hombros, pero se detuvo cuando el rosal le rodeó el cuello con más fuerza y le clavó las espinas en la piel.

—Otro demonio. Tengo que investigar un poco, preguntar por ahí…

Ella se burló.

—¿Qué, no podías decir que era magia demoníaca desde el principio?

—No es tan simple. Sentimos la magia humana porque la atrapamos, pero no podemos sentir la de otro demonio.

—¡Qué casualidad! —exclamó Bella—. Tienes respuesta para todo.

Se oyó algo en el callejón que había cerca del patio trasero, como si alguien le diera una patada a una lata de refresco. Bella giró la cabeza, pero no vio a nadie. Al parecer, Rose aún estaba de camino.

—No tengo todas las respuestas —dijo Edward, y Bella volvió a mirarlo—. No sé quién está haciendo esto ni por qué. Pero sí sé una cosa. —Respiró hondo—. Eres la mejor persona de todos los mundos que he conocido y quiero estar contigo. Tan solo es… complicado. Necesito solucionar algunas cosas.

—¿Como qué? —preguntó ella de forma desagradable—. ¿A qué más vas a hacerle daño? ¿Es mi invernadero la próxima víctima?

—Eso no es lo que estoy haciendo. Pero algo malo está pasando en el plano demoníaco. —Se le formó un nudo en la garganta—. El plano se está muriendo. Necesitan más almas.

Bella se burló. Si necesitaba más pruebas de que la estaba manipulando, ahí las tenía.

—¿Estás probando la táctica de la culpa? ¿Todos esos pobres demonios inocentes que morirán sin mi mísera alma?

—No es mísera —dijo Edward— y voy a encontrar la manera de ayudarlos. Pero quiero buscar una solución contigo. —Hizo un mohín—. No tengo ni idea de lo que está pasando en el bosque. No sé cómo solucionarlo. Pero necesito que me creas cuando te digo que te quiero y que yo no he estado maquinando robarte el alma. No después de los primeros días, al menos.

—¿Bella? —La voz de Rose llegó desde el interior de la casa—. ¿Dónde estás?

—¡En la parte trasera! —gritó—. Con el demonio.

—Hijo de puta. —Rose salió furiosa y luego se colocó entre Edward y Bella—. No sé lo que has hecho, pero tienes que irte ahora mismo.

—No he hecho nada. —Edward levantó las manos a la defensiva—. Ha sido un malentendido.

Rose señaló la casa.

—Fuera.

—No puedo. —Miró a Bella por encima del hombro de Rose—. Por favor, Bella. Dame una oportunidad. Podemos solucionarlo.

—No —dijo Bella—. Jamás te entregaré mi alma. No me importa cuánto tiempo tenga que buscar a brujas de la naturaleza para acabar con la plaga, pero las encontraré. Aunque me lleve décadas, aunque la destrucción casi acabe con el bosque, encontraré la forma de salvarlo. —Se enderezó todo lo que pudo cuadrando los hombros—. No puedes hacerme daño, Edward el Despiadado.

Él se estremeció.

Un segundo después, un relámpago de color blanco apareció en el cielo.

La tierra tembló y, tras un trueno ensordecedor, se oyó el ruido de unos cristales rompiéndose. Bella se quedó ciega por un instante. Luego parpadeó para intentar recuperar la visión y vio un revelador destello de color naranja.

—No —dijo, con el horror golpeándola con la fuerza y rapidez de un rayo —. ¡No!

Su precioso invernadero estaba ardiendo. Las paredes de cristal estaban destrozadas; el armazón de metal, ennegrecido y doblado, y las plantas del interior daban alaridos mientras ardían y luego morían.

—¡Apágalo! —gritó, corriendo hacia las llamas—. ¡Apágalo! —La piel de los brazos le escocía y la sangre señalaba dónde le habían impactado las pequeñas esquirlas de cristal.

—¡Bella, detente! —gritó Edward—. Te vas a quemar.

—Aléjate de ella, imbécil.

Rose le dio un puñetazo a Edward, que retrocedió tambaleante y se llevó una mano al ojo. La bruja rubia empezó a anudar el hilo que tenía entre los dedos y una nube negra ocultó la luna. Empezó a llover torrencialmente, escociéndole la piel a Bella. Esta lloraba y temblaba, abrazada a sí misma, mientras observaba cómo subía el humo en espiral donde la lluvia se encontraba con el fuego.

Pronto las llamas se extinguieron, aunque las cenizas siguieron humeando. Rose avanzó hacia Edward, con el cabello revuelto por un viento artificial, mientras hacía nudos y pronunciaba un conjuro. Una mano invisible arrancó a Edward del suelo y lo lanzó lejos, con su grito desvaneciéndose en la nada.

—Pondré el círculo de protección —dijo Rose.

Bella asintió con la cabeza y luego tropezó con los restos de su invernadero. El cristal crujía bajo sus botas. Tocaba todas las plantas que encontraba a su paso, insuflándoles magia y tratando de encontrar un destello de vida oculto en su interior. Algunas respondían agitando sus frondas ennegrecidas. La mayoría no lo hacían.

En la parte trasera del invernadero, Bella encontró su mesa expositora para el Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico. Estaba agrietada por la mitad y en el suelo de cemento de alrededor había unas marcas negras en forma de espiral. Allí era donde había impactado el rayo, en lo que era su orgullo y su alegría.

No quedaban más que cenizas.

Bella se desplomó, ignorando el dolor cuando una esquirla de cristal se le clavó en la rodilla. Ese dolor no se acercaba remotamente a lo que sentía por dentro. En el transcurso de treinta minutos había perdido a su novio, sus ilusiones… y sus queridas plantas, que había cultivado durante tanto tiempo.

Las que habían sobrevivido estaban malheridas y Bella percibió su dolor. Lo que había sido su refugio en el mundo ahora estaba en ruinas.

Como su corazón.

Detrás de ella se oyeron unos pasos sobre los cristales y la mano fría de Rose se posó en su cabeza.

—Lo siento mucho —dijo—. Lo siento tanto…

—Él las ha matado. —Bella tenía la garganta tan seca que le costaba articular las palabras.

—¡Maldito bastardo! Espero que se caiga sobre algo en punta. —Rose se agachó al lado de Bella—. Vamos a limpiarte. ¿Necesitas hacer algo más por aquí?

Bella se secó los ojos, aunque no le sirvió para detener las lágrimas.

—Algunas siguen vivas. Pero están heridas.

La boca de Rose era una sombría línea recta.

—Haz lo que puedas. Traeré el botiquín y luego prepararé unas bebidas bien fuertes.

El silencio que se produjo tras la marcha de Rose le pareció espeluznante tras una noche de gritos. Lo único que Bella oía era el silencioso goteo del agua.

—Lo siento mucho —susurró—. No debería haber confiado en él. —Pero lo había hecho y ahora sus plantas habían pagado el precio. Le ardían las rodillas y tenía un nudo en las entrañas, pero se obligó a levantarse y empezar a cuidar de las plantas heridas. Vertió su magia y su amor en ellas, deseando que los tallos ennegrecidos y las hojas carbonizadas recuperaran su color verde. Tardarían en sanar y volver a estar como antes, pero Bella se comprometió a hacer todo lo posible por salvarlas.

Edward el Despiadado la había atacado donde más le dolía, pero Bella no le daría la satisfacción de rogarle que salvara lo que había destruido.

Reconstruiría todo, empezando por los muros que rodeaban su corazón.

Cuando Bella se despertó se encontró a Rose durmiendo a su lado. Era de madrugada; Rose debía de haber gastado mucha energía invocando la tormenta y «lanzando al demonio al condado vecino», como ella había dicho.

El whisky también podía tener algo de culpa. A Bella le dolía la cabeza, pero no sabía si era por la resaca o por las secuelas de una noche de llanto interminable. Rose había preparado dos Old Fashioned mientras Bella se desahogaba y, cuando se fueron a dormir, pasada la medianoche, Bella ya veía doble.


Se incorporó poco a poco. Le dolía todo el cuerpo. Las piernas y el culo de correr, y la rodilla y los brazos de los fragmentos de cristal. Rose la había vendado, pero los cortes aún le escocían.

Rose abrió los ojos.

—¿Qué hora es? —preguntó somnolienta.

—Las once.

Rose gimió.

—Maldito seas, whisky.

Bella se levantó y se acercó a la ventana. Unas cuantas familias estaban dando su paseo diario y Bella casi esbozó una sonrisa cuando una niña disfrazada de princesa pasó agitando su varita de plástico.

Entonces lo recordó.

—Hoy es Halloween.

Rose se fue incorporando en la cama.

—Alice nos invitó a una especie de rave de duendes que hay esta noche. —Hizo un mohín—. Aunque en vez de eso podríamos tomar una copa en Le Chapeau Magique para aliviar la resaca.

—Tu madre dijo que las obras de construcción se reanudarían en Halloween.

Rose abrió los ojos como platos.

—Tienes razón.

Bella se mordió el labio inferior. Si hubiera sido un Halloween normal ya estaría en la explanada de césped, montando su arreglo floral para el Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico. Se le partía el corazón al recordar sus plantas chamuscadas. Necesitaba barrer los cristales y empezar a montar un nuevo invernadero, pero no creía que pudiera enfrentarse aún a aquel desastre. La ira no tardó en aparecer. Edward le había quitado demasiado; se negaba a que la codicia de Lilian le quitara todavía más.

—Me voy a la obra.

La cara de Rose se tensó por la preocupación.

—No creo que lo de mi madre fuera un farol. No dejarán que continúen las protestas.

—¿Qué van a hacer, tirarme encima una excavadora?

—A ver, no sería raro, estamos hablando de mi madre.

—Tienes razón. Aun así, es probable que me arresten.

Ahora mismo a Bella le importaba un bledo esa posibilidad. Ya había perdido muchas cosas; ¿por qué no debería seguir adelante?

Rose suspiró.

—¿Cómo hemos acabado con dos madres codiciosas que no ven más allá de sus cuentas bancarias y sus trofeos?

—Más bien, ¿cómo acabaron ellas con nosotras?

—¿Por rebelión adolescente? —sugirió Rose—. Solo intentamos ser buenas personas.

Bella se rodeó la cintura con los brazos y se apoyó en la pared.

—Ser bueno apesta.

Rose asintió.

—No tienes ni idea de cuántas veces he pensado en lanzar esas excavadoras montaña abajo, pero no sería justo para los trabajadores de las obras.

Bella resopló.

—No, no sería justo. De hecho, sería asesinato.

A diferencia de Edward, esos trabajadores eran mortales. La magia de Rose podía magullar al demonio (Bella no esperaba haberse librado de él para siempre), pero los seres humanos acabarían planos como una tortita.

Las palabras de Bella llevaron un pensamiento a la cabeza de Bella, que de repente supo lo que haría hoy. Se apartó de la pared.

—Estoy cansada de ser buena. Voy a hacer lo correcto.

Rose la miró con recelo.

—Reconozco esa mirada. Estás tramando algo.

El corazón de Bella empezó a latir con determinación. Se negaba a ceder ante otra forma de maldad.

—Voy a detener las obras de construcción.

—Genial —dijo Rose—. Pero… ¿cómo?

—Todavía estoy dándole vueltas. —Bella empezó a recoger ropa de la cómoda—. ¿Quieres venir?

—Me encantaría, pero he quedado con mi brujita para comer. ¿Puedo ir después?

Rose era mentora de Grandes Hechiceros, Grandes Brujas, una organización que emparejaba a jóvenes brujos con otros más veteranos, que les orientaban y aconsejaban. Era una obligación que se tomaba muy en serio.

—Sí, pásate después —dijo Bella—. Necesito conocer el terreno de todos modos.

Rose se estiró.

—Entendido. Pero no hagas nada imprudente hasta que yo llegue, ¿de acuerdo?

—Claro —dijo Bella, sin creérselo para nada. Todo le importaba un bledo y el plano demoníaco no contaba con la furia de una bruja despechada.


Bella espiaba las obras de construcción entre los árboles.

Tanya y unos cuantos manifestantes obstaculizaban, inquietos, el camino de la maquinaria. Los agentes de la policía montada rodeaban el claro y sus pegasos pisoteaban el suelo furiosamente.

—Esta reunión es ilegal —dijo un policía con la voz amplificada por la magia—. Quien se quede estará invadiendo una propiedad privada y será detenido.

Los brujos se dispersaron ante la amenaza. Tan solo se quedaron Tanya y el centauro de la asamblea.

—No vamos a rendirnos sin antes luchar —dijo Tanya. Llevaba rodilleras, una mochila de La Sirenita y un casco de ciclista, en apariencia su equipo antidisturbios.

El centauro dio un pisotón en el suelo.

—Estas obras son ilegales. La corrupta de nuestra alcaldesa decidió hacerlas por capricho y…

—Es mi última advertencia —dijo el oficial.

—Muérdeme —se burló Tanya.

El policía sonrió y le mostró sus colmillos.

—Será un placer. —Hizo una señal y el resto de los policías entraron en el claro, con las porras y esposas preparadas.

Bella se arrodilló e introdujo las manos en la tierra en busca de su magia.

—Gabbisinez en machina. —Había buscado varios conjuros en su smartphone mientras espiaba y este era el que más le había gustado—.Gabbisinez en machina.

Las plantas que rodeaban el claro se agitaron. Las zarzas se arrastraron por la hierba y extendieron sus espinosas ramas hacia la maquinaria de construcción. Las raíces se ondularon en el suelo y lanzaron zarcillos hacia la superficie. Un pegaso de la policía se encabritó cuando una liana trepadora se interpuso en su camino.

—¿Quién está haciendo esto? —preguntó el policía cuando las lianas serpentearon sobre la cuchara de la excavadora.

Tanya miró a su alrededor. Cuando vio a Bella entre los arbustos, sonrió.

—Corre —vocalizó Bella en silencio.

Tanya le dio un golpecito al centauro en un costado y se puso de puntillas para decirle algo. Él miró el arbusto en el que estaba Bella y luego asintió.

—Móntate —dijo, flexionando las patas delanteras para acercar la espalda al suelo.

Tanya se subió al lomo del centauro y se alejaron al galope. La policía intentó perseguirlos, pero la maleza crecía con rapidez y las raíces y lianas les impedían avanzar.

La excavadora estaba ahora casi cubierta por un enrejado verde.

—Gabbisinez en machina —volvió a decir Bella, insuflando más energía en el suelo. Se estaba mareando, pero se negaba a rendirse. Este bosque era suyo.

El bosque respondió a su llamada con entusiasmo. Las plantas también estaban furiosas por la intromisión en el paisaje. Su intensa rabia reverberó en el pecho de Bella y se mezcló con la suya hasta que no sintió más que una furia ardiente.

—¡Que te jodan, Lilian Hale! —dijo, clavando las uñas en la tierra—. ¡Que te jodan a ti también, mamá! Y, sobre todo, un gran y sincero «¡que te jodan!» Edward el Despiadado.

El recuerdo de sus flores ardiendo acabó de inclinar la balanza. Bella gritó y un dique se rompió en su pecho. Todo el dolor que había experimentado a lo largo de su vida regresó y el torrente de emociones propulsó una oleada de magia tan fuerte que los árboles se tambalearon con la onda expansiva. Las zarzas se entrelazaron, atrapando ruedas y palas, y los obreros huyeron mientras el bosque se apoderaba de la obra.

Bella se puso en pie, con el cabello revuelto por un viento mágico. Se adentró en el claro y se rio cuando el policía más cercano alejó su montura de ella.

—No perteneces a este lugar —dijo. Su voz sonaba diferente, con ecos de rocas que caían y ramas que crujían bajo sus palabras, y cada aliento que soltaba sabía a hoja perenne.

El bosque vibraba en sus venas y su magia se mezcló con la propia hasta que se sintió como una extensión de las raíces.

—Basta ya —dijo el policía, apuntándola con una pistola eléctrica.

Bella echó la cabeza hacia atrás y se rio. Nunca había sentido un poder semejante. Cuanto más le daba al bosque, más le devolvía este, en un bucle infinito de magia furiosa.

Resultaba embriagador.

Una liana le arrancó al policía la pistola eléctrica de la mano. Este desmontó y fue hacia ella, enseñando los colmillos y levantando la porra.

—Te voy a meter en la cárcel.

Bella ya no se achantaba por nadie. Se plantó firmemente en el suelo y extendió los brazos.

—Me gustaría ver cómo lo intentas.