Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Treinta y uno

Edward llegó tambaleándose a Forks alrededor del mediodía de Halloween. Estaba magullado y dolorido tras haber sido lanzado a lo que él calculaba que eran treinta millas de distancia. Por suerte, había aterrizado en un lago y no en una roca, pero aun así le había escocido. A pesar de sus esfuerzos, no había podido regresar al pueblo haciendo autostop (un demonio grande y con la ropa empapada no debió de gustar a los automovilistas), así que aquí estaba, arrastrándose frente a una heladería de camino a casa de Bella con los pies hinchados y doloridos.

A ella le horrorizaría volver a verle, pero el tirón que sentía en el pecho lo atraía hacia ella. Era insoportable estar tan lejos del pueblo; el dolor solo disminuía con cada milla que avanzaba.

También sentía la culpa como un dolor lacerante en el pecho. No había provocado el rayo de forma voluntaria (ni siquiera había sentido el hormigueo que solía alertarle de un inminente estallido mágico), pero había destrozado igualmente el invernadero de Bella. Nunca olvidaría el grito que ella había dado.

¿Cómo pudo hacer algo así? Desde luego no había sido intencionado; era lo último que querría hacer. Sin embargo, había visto con sus propios ojos el relámpago blanco y cómo un rayo caía sobre el invernadero. Dominado por una oleada de odio hacia sí mismo, se detuvo para clavar los cuernos en la fachada de ladrillo de la heladería.

—¡Ey! —dijo una voz femenina—. ¿Qué coño te pasa?

Se dio la vuelta y se encontró a Alice con una tarrina de helado de fresa en la mano. Cuando lo vio, abrió los ojos como platos.

—¡Mierda! ¿Qué te ha pasado?

Él se miró e hizo un mohín. Aunque se le había secado la ropa, estaba arrugada y polvorienta, y estaba bastante seguro de que tenía un ojo morado. Le dolía todo el cuerpo de agotamiento.

—Me equivoqué de bruja.

—¿Qué hiciste? —preguntó Alice—. ¿Y dónde está tu sombrero?

Él se frotó cohibido el cuerno derecho.

—El sombrero también se equivocó de bruja.

Al otro lado de la calle, una pareja los miraba sin disimulo con la boca abierta. Un padre que se iba acercando por la acera les echó un vistazo, agarró a su hijo y se dio la vuelta.

—No vemos a mucha gente con cuernos por aquí —explicó Alice—. Y, cuando lo hacemos, suelen dar problemas.

Edward lanzó una carcajada carente de humor.

—Puedes añadirme a esa lista.

Para su sorpresa, Alice le agarró por el codo y tiró de él hasta la mesa de una cafetería.

—Siéntate y cuéntame qué ha pasado.

Diez minutos más tarde, cuando Edward hubo acabado su historia, Alice estaba con la boca abierta. Se le había derretido el helado, pero parecía ignorarlo.

—¿Dices que hay otro demonio en el pueblo?

Edward hizo un mohín.

—Eso parece.

—No te ofendas —dijo, reclinándose en su silla—, pero no culpo a Rose por lanzarte por los aires. Tienes que admitir que pareces culpable.

—Lo sé. —Se llevó las manos a la cabeza—. Y no ayuda que volara el invernadero de Bella sin querer.

Ella silbó.

—Eso es un problemón. ¿Y dijiste que no lo viste venir?

Él sacudió la cabeza.

—No tuve ningún aviso. Salió de la nada. —Se le nubló la vista por algo más que el cansancio y se apretó los ojos con los nudillos—. Haría cualquier cosa por volver atrás. Cualquier cosa.

—Para empezar, es muy extraño que ocurriera algo así —dijo Alice—. Bella hace explotar cosas todo el tiempo, pero solo cuando está probando nuevos hechizos. Tú le lanzaste un rayo a Lilian durante la asamblea, pero porque estabas enfadado con ella, no con Bella.

—Claro que no. Jamás le haría daño.

—Mira, estoy tentada de soltarte unas cuantas gilipolleces y darte una patada en las pelotas —dijo Alice—, pero no controlo mis impulsos tan bien como Rose. —Metió la mano en el bolso—. Además, tengo deberes de Etnografía, así que tomémonos esto como una entrevista para la asignatura.

Él se quejó.

—No estoy de broma, Alice. Le hice daño a Bella sin querer y jamás creerá que yo no estoy envenenando el bosque.

—No tiene buena pinta —dijo, sacando un cuaderno verde fluorescente y un bolígrafo. Garabateó «Entrevista: Edward, el demonio enamorado (¿o mentiroso?)»—. Repítemelo: ¿qué sientes cuando vas a tener un arrebato de magia?

No estaba seguro de por qué Alice querría esta información, pero ella era su único vínculo con Bella y necesitaba ayuda.

—Hormigueo por toda la piel. Las luces parpadean y el aire se vuelve, no sé, diferente.

—¿Tienes un sinónimo para «diferente»?

—¿Pesado? O como si estuviera esperando algo. —Sacudió la cabeza—. Eso no tiene sentido.

Ella agitó el bolígrafo.

—La magia no tiene sentido por sí sola. Parece que puedes sentir la electricidad antes de invocarla. Pero entonces, ¿por qué no la sentiste antes de que cayera el rayo? Dijiste que casi freír a Lilian había sido lo más importante que has hecho con la magia, pero lo del rayo lo ha superado.

Edward frunció el ceño tratando de recordarlo todo. Había estado parado frente a Rose, un rosal había estado a punto de asfixiarlo y Bella acababa de llamarlo «Edward el Despiadado». Aquello le había hecho más daño de lo que hubiera imaginado. ¿Le había parecido que el aire era más pesado? ¿Se le había puesto la piel de gallina?

—No hubo nada —dijo—. Ninguna señal. Ni siquiera estaba pensando en la magia. Y entonces apareció ese destello blanco…

—Espera. —Alice levantó la cabeza de su cuaderno—. ¿Un destello blanco?

—Sí. El rayo.

Alice dio un golpe en la mesa con el bolígrafo.

—Edward… ¿Tu rayo no es de color azul?

Esa pregunta detuvo en seco todos sus pensamientos. Se miró las manos e intentó recordar todo lo que sabía sobre su magia. Cada descarga había sido de un azul eléctrico.

—¡Por Lucifer! —jadeó—. Así es.

Alice cerró el cuaderno y se acomodó en su silla.

—Creo que sé lo que está pasando.

—¿En serio? —Esperaba que alguien lo hiciera.

—Hay otro demonio que tiene como objetivo a Bella e intenta echarte la culpa.

Edward frunció el ceño.

—¿Por qué? Un demonio nunca interfiere en las negociaciones de otro. Es una cuestión de honor.

A menos que un demonio tuviera algo importante que perder…

Jadeó cuando la respuesta irrumpió en su agotada mente.

—Es Astaroth. Está intentando presionar a Bella para que acepte un trato.

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Edward le había contado a su mentor lo mucho que Bella amaba el bosque y sus plantas. Y aunque el demonio lo había tildado de aburrido, ¿y si había decidido centrar ahí sus esfuerzos mientras Edward lo hacía en la inseguridad y necesidad de afecto de Bella? El demonio había estado jugando con ambos: amenazando y obligando a Edward a ofrecerle un trato mientras atormentaba a Bella para que lo aceptara.

—Genial. —Alice recogió con la cuchara un poco de helado derretido—. ¿Quién es Astaroth?

Edward se levantó tan rápidamente que casi tiró la mesa.

—Tenemos que encontrarla antes de que Astaroth haga algo aún peor. — ¿Estaba el plano demoníaco siquiera en peligro o se trataba de la apuesta que Astaroth había hecho con el alto consejo?

—Puede que esté en la protesta. —Alice comprobó su teléfono—. ¡Maldición! Se suponía que me reuniría con ellos al mediodía.

—¿En las obras?

Alice asintió.

—Hoy es el día en que Lilian Hale cumple su amenaza. O nos arrolla con la maquinaria o ganamos.

La idea de que Bella se enfrentara a una excavadora le resultaba casi tan aterradora como que se enfrentara a Astaroth.

—¿Puedes llevarme volando? —preguntó. Los pixies eran más fuertes de lo que la mayoría de la gente pensaba.

Alice hizo un mohín.

—¿Cómo? ¿Echándote al hombro? Eres demasiado grande; no podría ver por dónde voy. —Lo miró de arriba abajo—. Pero si pudiéramos meterte en una bolsa o algo…

Y así fue como Edward se encontró metido en una bandolera hecha con sacos de patatas robados y colgado de una pixie vestida de colorines, para volar hacia el bosque y la mujer que amaba más que a nada en el mundo.