Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Treinta y dos
Bella apenas podía ver entre la bruma que había provocado la magia.
Aunque su poder había aumentado, su magia estaba atrapada en un bucle de retroalimentación con el bosque, y se amplificaba a cada segundo que pasaba.
Estaba rodeada por un muro de zarzas. El policía le propinaba golpes con la porra, pero los arbustos se hacían más tupidos. La maquinaria de construcción estaba totalmente enterrada y una alfombra de flores de vivos colores se extendía en todas direcciones.
Con la ayuda de Bella, el bosque estaba recuperando la tierra que le habían robado.
Su magia alcanzó zonas afectadas que había a lo lejos. Estas se derritieron lentamente y los nuevos brotes echaron atrás la podredumbre. Pero, cuanto más se extendía su magia, más zonas de oscuridad encontraba ella, por lo que quizá este aluvión de poder no fuera suficiente.
El policía gritaba.
—¡Allanamiento, vandalismo, agresión a un agente de policía! ¡Y eso es solo el principio!
—Interesante —dijo una voz con acento británico.
Bella pegó un brinco y estuvo a punto de caerse, pero las zarzas la enderezaron con delicadeza. Cuando perdió la concentración, el flujo de magia disminuyó y la niebla desapareció de su vista.
Un hombre rubio que le resultaba vagamente familiar y que llevaba un sombrero fedora negro estaba dentro de la fortaleza de zarzas, examinando el entramado de vegetación.
—¿Quién eres? —preguntó Bella.
Entonces recordó que lo había conocido en la biblioteca. Caius Vulturi, el periodista. Llevaba el mismo sombrero, aunque ya no llevaba gafas, y se había cambiado el traje de tweed por un impecable traje blanco. Si antes le había parecido un profesor distraído, ahora su sonrisa le recordaba a un tiburón.
Se quitó el sombrero y aparecieron unos cuernos negros.
—Astaroth de los Nueve —dijo mientras le hacía una reverencia—. Encantado de conocerte oficialmente.
Se quedó boquiabierta. ¿Este era el malvado mentor de Edward? Esperaba a alguien más grande, no a un dandi británico con un gusto discutible para los sombreros.
—Vete a la mierda —soltó.
Él se enderezó imperturbable. Vio que llevaba un bastón con una calavera de cristal en la empuñadura y que daba golpecitos rítmicos con él en su reluciente zapato blanco.
—¿Qué he hecho yo para que me desprecies tanto?
—Lavaste el cerebro y atormentaste a un niño indefenso, por ejemplo.
Recordó demasiado tarde que esa historia sobre el pasado de Edward también podría ser mentira, pero fuera lo que fuese lo que había sucedido, este monstruo había convertido a Edward en lo que ahora era.
Astaroth se rio entre dientes.
—Supongo que te refieres a Edward. No sé qué te habrá contado, pero te aseguro que le he dado lo mejor. La mejor educación, el mejor alojamiento, la mejor posición que pudiera soñar en la sociedad demoníaca.
Esas palabras le recordaron a sus padres. Lo mejor de todo, pero nada de lo que un niño realmente necesita.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó—. ¿Y por qué estabas en la biblioteca? —El policía seguía gritando al otro lado de las zarzas, pero ella estaba mucho más preocupada por la amenaza que tenía delante.
Él seguía dándose golpecitos con el bastón. La calavera de cristal era demasiado y su alfiler de corbata era una cruz al revés; si al principio había pensado que Edward era un cliché, esto era otro nivel.
—Me he enterado de que Edward no ha estado a la altura —dijo Astaroth—. Y yo conozco una forma de librarse de un trato con el demonio.
Bella soltó un suspiro de sorpresa.
—¿En serio?
Él lanzó una sonrisa mordaz.
—Haciendo un trato con otro demonio.
La chispa de esperanza se desvaneció. La idea de hacer un trato con Astaroth le parecía aborrecible.
—No, gracias. Con uno es suficiente.
—¿Estás segura? Te has metido en un buen lío. Puedo hacer que la policía se olvide de todo lo que ha pasado.
—¿Y apoderarte de mi magia a cambio? —Ella negó con la cabeza—. No, gracias.
El demonio frunció el ceño.
—¿Edward te dijo eso?
—Sí, y ya intentó intimidarme para llegar a un acuerdo. —Se llevó las manos a las caderas—. Si él no lo consiguió, tú tampoco.
Astaroth la observaba con sus escalofriantes ojos azules. El sombrero fedora y el bastón con la calavera habrían hecho reír si los hubiera llevado cualquier otra persona, pero había algo inquietante en la forma en que el demonio se comportaba. Estaba muy quieto, excepto por el implacable golpeteo de su bastón, y había algo en sus ojos que incomodaba a Bella, que percibió que se trataba de un ser antiguo en un cuerpo joven.
—Edward no ha sido claro con este tema —dijo Astaroth—. No te ha ofrecido nada que realmente necesites.
Ella frunció el ceño.
—Voló en pedazos mi invernadero.
Astaroth parpadeó.
—Puedo arreglarlo, ¿sabes? Puedo arreglar muchas cosas.
El malestar iba creciendo en las entrañas de Bella. El policía gritaba obscenidades, pero ella no se atrevía a apartar la vista del demonio. Le había ofrecido enseguida una solución para su invernadero.
¿Se había ofrecido Edward a arreglarlo? Intentó recordar si había dicho algo después de que cayera el rayo. Le había gritado que se detuviera y que se quemaría.
Se le encogió el estómago. Magia demoníaca en el bosque, rayos demoníacos en su patio trasero… Todo le pareció tan evidente cuando solo había un demonio en Forks… Ahora se enfrentaba a un segundo demonio. Uno que no había dudado en ofrecerle lo que quisiera. Uno que había intuido por qué querría intercambiar su alma durante su conversación en la biblioteca.
—No —dijo Bella, intentando que no le temblara la voz—. No quiero tu ayuda.
—Creo que subestimas lo que podrías sacarle a un trato. —Astaroth se acercó y Bella se preparó, evitando retroceder hasta las zarzas—. No tienes que intercambiar tu alma por una sola cosa. Podría librarte de la cárcel, arreglar tu invernadero y resucitar tus plantas; también detener las obras de construcción para siempre y retirar la plaga que azota el bosque. Todo eso y más. —Señaló a su alrededor—. ¿Acaso no vale la pena sacrificar tu magia para salvar todo esto?
Astaroth le estaba prometiendo todo lo que ella quería, pero Bella sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo.
—No te he hablado de la plaga —dijo con los labios entumecidos.
Astaroth se encogió de hombros.
—Me he puesto al día con Edward. Es un hongo asqueroso, ¿verdad? Pero es fácil librarse de él.
Eso era todo lo que Bella necesitaba oír para comprender que tanto ella como Edward habían sido manipulados. No era un hongo; ella creía a Aro. Se trataba de magia demoníaca.
Así que este era el rostro de un mentiroso: tranquilo y sonriente, prometiendo cosas maravillosas e imposibles. Sin ceño fruncido, ni respuestas hoscas, ni rudo encanto. Tan solo un trato demasiado bueno para ser verdad.
—¿Sabes? —dijo Bella mientras la ira le formaba un nudo en el estómago—. Algunos vendedores de coches usados me han soltado rollos mejores. —Él no dejó de sonreír, pero parpadeó rápidamente.
—¿Qué?
—Lo que acabas de soltarme. El mejor negocio de mi vida, bla, bla, bla.
—No es ningún rollo. —Un músculo debajo de su ojo tembló—. Es una oferta para solucionar todos tus problemas.
—Quiero que se solucionen todos mis problemas —dijo Bella—, pero no gracias a ti.
Astaroth sujetó la empuñadura del bastón con los dedos. A Bella se le puso la piel de gallina.
—¡Qué egoísta! —dijo con una delicadeza que la hizo estremecer—. Todo lo que amas podría morir y no te importa. Solo quieres conservar tu magia.
La culpa se enroscó en el corazón de Mariel. El demonio era un experto manipulador, ella lo sabía. Y por su culpa se estaban muriendo las cosas que amaba. Pero si Bella podía salvar Forks y las tierras que lo rodeaban, aunque eso significara perder algo que también amaba… ¿No haría ese sacrificio una persona que fuera realmente buena?
—¡Bella! —El grito llegó desde arriba y la sacó de su ensimismamiento. Un instante después, un gran saco de tela cayó al suelo con un golpe seco—. ¡Ay!
El saco se sacudió y Edward salió magullado de él.
—Podrías haber volado más bajo —le dijo a alguien por encima de su cabeza.
Bella nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Se arrodilló junto a él y le ayudó a quitarse la tela de encima. Sus ropas estaban arrugadas y sus cuernos polvorientos, pero contemplar su familiar cara (incluso con un ojo morado) bastó para que el corazón le diera un vuelco.
—No le hiciste daño al bosque, ¿verdad? —le dijo—. Ni volaste el invernadero.
Él sacudió la cabeza y la miró con ojos llenos de pasión.
—Jamás haría daño a aquello que amas.
Bella solo quería llorar.
—Siento haberte culpado. Astaroth ha estado detrás de esto.
—No tienes que disculparte. —Edward miró al otro demonio mientras trataba de levantarse. —Pero este desgraciado…
—Así que mi testarudo aprendiz por fin aparece —dijo Astaroth—. ¿Vienes a hacer un trato que esté a tu altura?
Edward apretó los puños.
—¿El plano demoníaco se está muriendo de verdad? ¿O era otra mentira para obligarme a hacer un trato?
—Sí, se está muriendo —dijo Astaroth. Pero Bella miraba al mentiroso atentamente y observó un ligero parpadeo en su párpado.
—Está mintiendo —dijo Bella—. Le ha temblado el ojo.
—¡Oh, por favor! —dijo Astaroth con esa altivez que los británicos dominan tan bien. Y, espera, ¿por qué era británico el demonio? —. Has visto demasiadas películas policíacas.
—Tuviste el mismo tic cuando mencioné que Edward había destruido mi invernadero. En el póquer, a eso se lo llama «delatarse». —Y que era lo único que Bella sabía sobre póquer.
—Sabes mucho para ser una insignificante mortal.
—Si solo soy una insignificante mortal, ¿por qué estás tan desesperado por cerrar un trato? —preguntó Bella—. ¿Por qué has infectado el bosque? ¿Por qué has volado mi invernadero? ¿Por qué has venido hasta aquí para negociar?
Edward giró la cabeza para mirarla.
—¿Te ha ofrecido un trato?
—Por lo que parece, es la única forma de romper un trato existente, aunque no creería ni una palabra que saliera de la boca de este imbécil.
A Astaroth le rechinaban los dientes.
—¿Han olvidado los mortales lo que es el respeto?
—Sí —respondió Edward—. Y, ¿sabes qué?, bien por ellos.
—No has negado ninguna de mis acusaciones —le dijo Bella a Astaroth—. Has intentado forzar mi voluntad incriminando a Edward para conseguirlo—. Las espinas de zarza se alzaron con su indignación y un zarcillo alcanzó el zapato de Astaroth.
—Si Edward tuviera sentido común —dijo Astaroth, esquivando la enredadera—, habría hecho lo mismo. —Su bastón repiqueteaba ahora más rápido—. Eres una tonta por invocar a un demonio y negarte a tratar con él. ¿Qué esperabas? ¿Que fuera tu perrito faldero para siempre?
—No —dijo Bella al mismo tiempo que Edward—, yo lo sería. —Le dirigió una mirada cariñosa y luego le agarró la mano—. Pero no un perrito faldero —le dijo—, sino una compañera.
—¡Vaya! —dijo Astaroth.
Edward miró a Bella con los ojos entrecerrados.
—¿Entonces volvemos al plan A? Si el plano demoníaco no se está muriendo, no hay ninguna prisa por cerrar el trato. —Edward dirigió una mirada fulminante a Astaroth—. La apuesta que haya hecho con el alto consejo no es mi responsabilidad.
—Plan A —aceptó ella. Sería duro, pero no iba a renunciar a tener un futuro con Edward.
Cuando miró a Astaroth, se alarmó al ver que sus ojos se habían vuelto negros. Al instante siguiente, Edward se precipitó hacia delante y cayó de rodillas frente a Astaroth. Aunque sus músculos se tensaron, no podía moverse.
—¡Suéltalo! —Bella intentó moverse, pero la magia demoníaca la retenía como si fuera un escudo magnético.
Astaroth agarró la parte superior de su bastón y sacó una espada. Debajo de la calavera, la empuñadura era negra como la brea, y unas vetas iridiscentes recorrían la hoja plateada. Bella gritó cuando Astaroth puso la espada en el cuello de Edward.
—Aquí tienes una prueba —dijo Astaroth, clavando sus ojos ahora negros en Bella—. Eres tan egoísta que dejarías morir el bosque para conservar tu magia. ¿Lo dejarías morir a él también?
—No lo hagas —dijo Edward apretando los dientes—. No es solo tu magia, Bella. Son tus emociones.
Ella jadeó.
—¿Qué?
Astaroth le dio un revés a Edward.
—¿Quieres callarte?
—El alma —dijo Edward, escupiendo sangre—. Mira lo que me pasó a mí.
El alma del hechicero había entrado en el cuerpo de Edward y le había proporcionado magia… y emociones. ¿Cómo era posible que Bell nunca hubiera advertido esa conexión? Había estado justo delante de ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Te volverás fría y racional. —Astaroth lo dijo como si eso fuera algo bueno—. Sin la carga de las debilidades humanas, tu juicio estará libre de emociones. Algunas de las figuras más influyentes de la historia intercambiaron sus almas y tuvieron una vida plena.
Pero no sería una vida plena si no hubiera risas ni lágrimas. El ser humano era complicado, pero Bella no podía imaginar nada peor que perder esa esencia emocional.
—No puedes matar a Edward —dijo—. Es tu mejor negociador.
Astaroth se burló.
—Ya no. —Clavó la hoja y la sangre corrió por su cuello.
—Detente —dijo Bella, con el pánico atascado en la garganta. No podía perder a Edward Él poseía su corazón, sus esperanzas, su futuro.
—Ya sabes cómo puedes detener esto —dijo Astaroth con calma—. Haz un trato.
Bella se quedó paralizada, incapaz de pensar con claridad. Tenía que haber una salida; solo necesitaba un poco más de tiempo…
Astaroth suspiró.
—Muy bien. —Retiró la espada—. Cortémosle la cabeza.
—¡Espera! —gritó Bella mientras la hoja plateada cortaba el aire.
Esta se detuvo a una pulgada del cuello de Edward.
—Haré un trato.
—¡Bella, no! —Edward luchaba contra la magia que lo mantenía inmovilizado, con los músculos tensos mientras todo su cuerpo temblaba.
—Por fin. —Astaroth arqueó una ceja mientras miraba a Edward—. Parece que sí quiere algo lo suficiente para hacer un trato.
Edward miró a Bella con ojos desesperados.
—Por favor, velina, no lo hagas. Lo perderás todo.
Bella tragó saliva.
—Lo sé.
Su magia, sus emociones… Sin su alma, Bella sería una cáscara vacía.
Pero si Edward moría, no podría volver a vivir consigo misma. Si llegaba a un acuerdo, salvaría a Edward, pero también podría salvar el bosque y las criaturas vivas que lo habitaban.
Una idea hizo su aparición entre la bruma de miedo. No quería darle nada a Astaroth. Y, si conseguía expresarlo correctamente, Edward siempre tendría algo de ella.
—No tengo todo el día. —Astaroth consultó su reloj de bolsillo—. El alto consejo se reúne en una hora para tratar la apuesta.
Bella le fulminó con la mirada.
—Discúlpame por tomarme unos segundos para contemplar el fin de mi vida tal como la conozco.
—Déjame morir —suplicó Edward—. Por favor, Bella. Ya he vivido suficiente.
Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas.
—No —dijo ella—. Solo estabas existiendo. Acabas de empezar a vivir.
Él también lloraba. Después de toda una vida entumecido, tenía poca práctica con el dolor, pero sabía que lloraría la pérdida de quien ella había sido. Bella no quería provocarle ese dolor, pero no había otra opción.
—Intercambiaré mi alma —dijo Bella—, pero tengo condiciones.
Astaroth hizo un ademán con la mano.
—Adelante.
—Me liberarás del trato con Edward. También detendrás la construcción del resort y el spa, y no volverán a tocar los terrenos de alrededor de Forks para ningún otro proyecto urbanístico.
—Eso es fácil. —Cerró los ojos—. Mmm… —dijo, con una mueca en los labios—. Parece que por fin se ha descubierto la identidad de la propietaria del terreno, que ha dejado un testamento en el que estipula que este seguirá siendo una reserva natural a perpetuidad. En la alcaldía están alborotados y a punto de llamar al capataz para que detenga las excavaciones. —Se rio entre dientes—. Aunque casi lo lograste tú misma. También limpiaré la escena y haré que la policía se olvide de todo, solo por ti. —Abrió los ojos y clavó en Bella esa inquietante mirada—. Ahora para el intercambio…
—He dicho «condiciones», en plural —le espetó Bella—. Deberías poner más atención.
—Descarada. —Astaroth blandió la espada—. Tienes suerte de que esté de buen humor.
Bella lo ignoró y miró a Edward, deseando que viera en sus ojos todo lo que sentía por él. Él le había dado coraje y le había enseñado a quererse por quien era, en vez de por los estándares que le imponían los demás. La había hecho sentirse fuerte y hermosa.
Ella sería lo bastante fuerte para continuar.
—Limpiarás la podredumbre mágica y no volverás a hacer nada parecido. Además, repararás mi invernadero y devolverás la vida a todas las plantas. Y arreglarás mi exhibición del Festival de Otoño. Y liberarás a Edward ahora mismo.
Astaroth refunfuñó.
—Es aburrido, pero de acuerdo. ¿Algo más?
—Una cosa más. —Ella le sostuvo a Edward la mirada—. Que mi alma vaya a donde hay amor.
Edward abrió los ojos como platos.
—Bella…
Ella sonrió con labios temblorosos, luego respiró hondo y se concentró para pronunciar las palabras mágicas del hechizo más importante de su vida.
—Almaum en vayrenamora. —«Mi alma va a mi amado». Ladeó la cabeza—. Estoy lista.
Astaroth se burló.
—¿Qué es esa tontería?
Ella le miró fijamente.
—¿Quieres hacer el intercambio o no?
—Donde hay amor —murmuró para sí—. Vaya sinsentido. Los seres humanos son ridículos.
Edward temblaba y las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas.
—Velina —susurró, y ella se preguntó si sabía lo que estaba haciendo.
Claro que lo sabía. Era Edward y la conocía mejor que ella misma.
Astaroth levantó la mano y Bella se preparó. Sintió un tirón en el pecho y, a continuación, un intenso desgarro. Gritó de dolor.
Bella no pudo ver el momento en que su alma abandonó su cuerpo, pero lo sintió. Se le heló el pecho y el cosquilleo familiar de la magia desapareció. Mientras caía de rodillas, las flores se volvieron hacia ella.
Y luego no sintió nada.
