Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Treinta y tres
Edward gritó mientras Bella caía al suelo.
Su rostro se relajó y luego se quedó inmóvil; la chispa se apagó.
Edward había sentido muchas emociones desde que la conoció, pero nunca algo así. La tristeza era un torbellino en su pecho; una tormenta tan poderosa que pensó que se moriría.
Y quería morirse. Bella tenía razón: él solo había existido antes de conocerla. Pero lo que ella no había comprendido es que era la fuente y el sentido de todo. Una vida sin ella no valía la pena.
Su alma flotaba en el aire, un orbe dorado tan brillante que dolía mirarlo.
Astaroth la alcanzó.
—¡Vaya, vaya! —dijo—. ¡Qué bonita es! —El alma se dirigió hacia la mano abierta de Astaroth… y luego pasó de largo. Astaroth frunció el ceño.
Edward estaba preparado cuando el alma se metió en su pecho. Fue mil veces más intenso que cuando el alma del hechicero lo había hecho. Una efervescencia le abrasaba las entrañas y el torrente de magia le provocaba pequeñas descargas eléctricas en la piel. Podía sentir el pulso del mundo, la chispa que había en cada flor y en cada árbol, la ávida expansión de las raíces bajo tierra. Cuando las flores se volvieron para mirarlo, descubrió que Bella tenía razón: las plantas la amaban.
Ahora que ella estaba dentro de su cuerpo, también lo amaban.
Edward se esforzaba por respirar en el aluvión de magia. No es de extrañar que viera el mundo con tanta esperanza. Su alma era radiante y hermosa, y estaba llena de brillantes emociones que se entremezclaban como piedras preciosas. Estaba lleno a reventar con su esencia.
Edward no creía que pudiera vivir así. No quería vivir así.
—¡Qué raro! —Astaroth envainó su espada—. Supongo que se ha ido con el autor del trato original. La has enviado al reino de los demonios, ¿verdad?
Al parecer, Astaroth solo había visto que el alma había desaparecido, pero no a dónde había ido. Edward asintió aturdido, evitando decir ninguna mentira cuando estaba tan angustiado. Miró fijamente a Bella con los ojos empañados en lágrimas. Parecía diferente: quieta y solemne cuando antes había habido una sucesión de vívidas emociones en su rostro. Bien podría haber sido una estatua.
Astaroth la ayudó a levantarse.
—¿Cómo te sientes, querida? —Edward quería arrancarle las entrañas a su mentor por atreverse a hablarle, y mucho menos a tocarla. En cuanto se liberara, Astaroth estaría muerto.
Bella se miró las manos.
—Vacía.
Edward sintió mucha tristeza por ella. Él había estado entumecido, pero nunca había dejado de tener sentimientos. La mayoría de las personas con las que había hecho tratos eran sociópatas dispuestos a hacer cualquier cosa por poder o venganza. Y el resto se estaba muriendo y pensaba que tenía poco que perder. Bella, sin embargo, era la persona más amable y llena de vida que había conocido. Debería tener décadas de amor y alegría frente a ella. Ahora hasta la hierba que tenía a sus pies se alejaba de ella.
Astaroth sonrió a Edward.
—Sé cómo se siente tu amado. Si pudiera me arrancaría la cabeza con sus propias manos. Pero no tendrá la oportunidad de hacerlo, claro.
Edward sabía que Astaroth lo mataría. Bella le había pedido al demonio que lo liberara, pero no le había dicho qué pasaría después. Y no le habría importado morir, pero con el alma de Bella dentro de su cuerpo, necesitaba tiempo para decidir qué iba a hacer. Si ambos morían, sus almas gemelas acabarían vagando sin rumbo por el plano demoníaco y él no estaba dispuesto a renunciar a Bella.
Una enredadera rozó su mejilla, reconfortándolo a su limitada manera. Se concentró en la magia de Bella, dejando que su conciencia se entrelazara con la red de la vida. Ella había sacrificado tanto por él y por el bosque que amaba… No dejaría que fuera en vano.
Tenía que haber una manera de traerla de vuelta. Tal vez robando un alma para ella. No volvería a tener su magia de la naturaleza, pero ya que él no podía hacer un trato para devolverle su alma…
Edward respiró hondo, recordando qué había pasado justo después de que fuera poseído por el alma. Le había preguntado a Astaroth si podía intercambiarla por algo y el demonio había negado con la cabeza.
—Solo los mortales pueden intercambiar almas. Y, además, no sería un trato equitativo. Estás demasiado ansioso por deshacerte de ella. No sería un sacrificio.
Edward le había creído. Claro que los demonios no podían hacer ese tipo de tratos; no tenían la magia de los seres humanos.
Pero Edward tenía magia. Había pertenecido a un hechicero, pero ahora era suya, lo que significaba que tal vez podría hacer un trato, después de todo. Y, esta vez, sería un trato equitativo.
Una hoja revoloteó y se posó en su hombro como un pajarillo rojo.
Incluso cuando el bosque se dirigía hacia la muerte y la decadencia del otoño, la promesa del renacimiento habitaba en lo más profundo de la tierra.
—Quiero hacer un trato —dijo Edward.
Astaroth parpadeó.
—No puedes. Ya lo hemos hablado.
—Eso fue antes de que quisiera algo igual que un alma. —Estaba totalmente convencido. Aunque fracasara y acabara muerto o entumecido, al menos lo habría intentado.
—No eres ningún hechicero —dijo Astaroth en tono paciente, como si le estuviera explicando lo más elemental a un niño—. Los demonios solo pueden hacer tratos con mortales. Así funciona la magia.
Edward ya no estaba tan seguro de no serlo.
—Quiero intentarlo. Estás obligado a negociar cuando te piden hacer un trato.
Astaroth clavó los ojos en el cielo plomizo y se pellizcó el puente de la nariz como si quisiera evitar un dolor de cabeza.
—Déjame adivinar. ¿Quieres cancelar su trato? ¿Devolverle el alma y fingir que esto nunca ha ocurrido? Porque no funciona así cuando ya le he concedido sus deseos. —Hizo un gesto y el muro de zarzas se retiró. Los policías habían desaparecido y el suelo volvía a estar intacto. Los lazos mágicos que mantenían a Edward en su sitio se aflojaron.
—No —dijo Edward, ganando confianza a cada segundo. Podría quedarse arrodillado ante su antiguo maestro, pero el poder lo llenaba y le conectaba a la red de la vida. Tenía una fuerza con la que Astaroth solo podía soñar—. Quiero intercambiar mi alma.
Era un truco de semántica, del tipo que Astaroth le había enseñado a emplear. Como Bella le había dado su alma, ahora le pertenecía a él, lo que significaba que tenía dos almas. Las dos almas que ardían en su pecho eran suyas y podía hacer con ellas lo que quisiera… y no le había contado con cuál estaba negociando.
Astaroth era un demonio muy viejo y poderoso, pero nunca se había enfrentado a una situación como esta. No conocía las reglas mejor que Edward; de hecho, puede que las conociera peor que él porque no sabía que Edward pudiera hacer magia.
—No va a funcionar —suspiró Astaroth—. Pero si insistes…
—Insisto.
El último lazo de magia que sujetaba a Edward cedió y este se puso en pie tambaleándose. Buscó a Bella, pero ella estaba parada, inmóvil, con la mirada vacía. Su amor por él también había desaparecido.
«No se ha ido», se dijo a sí mismo. Le dejó su alma para que la guardara.
—Quiero intercambiar mi alma por mi seguridad y la de Bella —dijo—. Ni asesinatos, ni torturas, ni acoso, nada. Tú y tus secuaces nos dejaran en paz para que podamos estar juntos, y tú cortarás el lazo que te permite invocarme.
—Claro —dijo Astaroth en tono sarcástico—. Quédate con el cascarón vacío de tu novia. —Se dio unos golpecitos en la bota con el bastón—. Y, cuando este trato se vaya al traste, te arrancaré la cabeza de los hombros.
—Que así sea. —Edward respiró hondo—. Deseo que mi alma vaya a donde hay amor —dijo, repitiendo las palabras de Bella.
—¿En serio? —Astaroth arqueó las cejas.
Edward ignoró a Astaroth y se concentró en su propósito para lanzar el hechizo. En su mente repitió lo que Bella había dicho, sabiendo que esto podría salir muy mal si cometía un error. ¿Qué había dicho Aro sobre el lenguaje de la magia? «Um» era la terminación de «mío», así que cuando Bella había dicho «almaum», debía de haber dicho «mi alma». Pero había una variante para algo que era suyo pero que antes le había pertenecido a ella. Se devanó los sesos intentando recordar las notas que había hecho durante la clase de lingüística de Aro en la cocina de Bella. «Si la sartén es tuya, pero una vez perteneció a Edward, puedes acabar con "silum"».
Cuando hubo encontrado las palabras mágicas del hechizo y tuvo claro su propósito, Edward cerró los ojos y respiró hondo.
—Almasilum en vayrenamora. —No tenía ni idea de lo que significaba, pero tenía la ferviente esperanza de que «almasilum» significara «el alma que es mía pero que una vez fue suya».
Astaroth soltó una carcajada.
—¿Has perdido la cabeza? ¿Estás intentando lanzar un hechizo?
—Es un tributo que le hago ella. —Edward aguantó estoicamente la mirada incrédula de su mentor. Que el demonio pensara que era un idiota.
Si había calculado bien, este sería el mayor truco llevado a cabo en la historia de los pactos de almas.
Astaroth sacudió la cabeza.
—Entonces muere como un tonto sentimental.
Mirando del rostro inexpresivo de Bella a la sonrisa engreída de Astaroth, Edward se preguntó por qué había dejado que aquel demonio vanidoso y cruel moldeara su vida. Había perdido la esencia de su ser; el niño que había cogido la mano de su madre mientras veía florecer los lirios de fuego en la noche más oscura del año. Se había vuelto insensible, sin nada por lo que vivir salvo el deber y el orgullo.
Ahora tenía mucho más por lo que vivir.
—El trato está cerrado. —Los ojos de Astaroth se volvieron negros y
Edward se preparó, preguntándose si había cometido el mayor error de su vida.
