Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Treinta y cinco
Edward se colocó junto a la mesa expositora de Bella, embriagado por la emoción. Se encontraban al norte de la explanada de césped, en el lado opuesto al reloj, y los jueces casi habían recorrido todos los arreglos florales.
Bella se recolocó el vestido de terciopelo verde que se había puesto para la ocasión.
—¿Tengo buen aspecto?
—Estás perfecta —dijo Edward. Alice había maquillado y peinado a Bella y parecía lista para salir a la pasarela. Tenía las mejillas sonrosadas y sus rizos castaños brillaban a la luz del sol del mediodía que, de vez en cuando, se colaba entre las nubes. La curva carmesí de su boca era una tentación.
Bella lo sorprendió mirándole los labios.
—Puedes echar a perder mi lápiz labial cuando se vayan los jueces.
—Será mejor que vengan pronto —gruñó él, agarrándola por la cintura y acercándola para poder olisquearle el cabello. Olía a prados primaverales y a bosques otoñales.
Se desembarazó de él y soltó una risita.
—Déjame comprobarlo todo.
Observó cómo comprobaba una y otra vez su arreglo floral. Astaroth había cumplido con los términos del trato y las flores estaban tan radiantes como siempre. Cuando Bella vio su invernadero en pie, su grito de felicidad hizo florecer la alegría en el corazón de Edward.
¿Cómo era posible que hubieran llegado hasta aquí después de tanto sufrimiento? Hacía solo dos horas, Edward estaba convencido de que había perdido al amor de su vida. Pero aquí estaba ella: entera, sana y aún en posesión de su alma.
Astaroth no estaba aquí y ese pensamiento le hizo sonreír de forma malévola. Esperaba que el demonio hubiera caído sobre algo bien duro. No sabía cuál sería el precio por perder la apuesta, pero la verdad es que no le importaba. Lo siguiente que había en su agenda era visitar a un especialista en eliminación de tatuajes. Edward había acabado con su mentor.
De hecho, puede que hasta hubiera dejado de apoderarse de almas.
—¿Sientes una chispa de alegría? —le había preguntado Alice mientras montaban el arreglo floral y, aunque era una forma extraña de decirlo, la pregunta tenía mucho sentido. La alegría burbujeaba en su corazón como el champán cada vez que miraba a Bella. Cuando pensaba en volver a negociar, sentía el corazón frío y pesado.
—No —le había respondido.
Alice se encogió de hombros.
—Entonces haz ese rollo de Marie Kondo.
Él parpadeó desconcertado.
—¿Qué?
—Tíralo todo. Averigua qué te provoca verdadera chispa y quédate con eso.
Había sonreído al ver cómo Bella arrullaba una pequeña flor, elogiándola hasta que abrió más sus pétalos.
—Ya tengo a mi verdadera chispa.
Alice se había tapado la boca con las manos e imitaba el sonido de una sirena.
—¡Uuuuh, uuuuh! ¡Alerta de chiste malo!
Edward todavía no estaba seguro de lo que era un chiste malo, pero sí que lo estaba de una cosa: Bella lo hacía feliz. Y él, contra todo pronóstico, también la hacía feliz a ella.
—Ya vienen —dijo Bella emocionada, agarrándose a su manga. Edward se metió la mano en el bolsillo y agarró la aguja que había cogido prestada de los materiales de costura de Bella. Se la clavó en la yema del dedo índice y luego puso la mano sobre el lirio de fuego. La llama empezó a parpadear dentro de la flor.
—¡Tu mano! —Bella la agarró—. No quiero que te hagas daño.
Él se encogió de hombros.
—Soy un demonio. Se curará enseguida.
Los jueces se acercaron, aunque algunos tartamudearon al ver sus cuernos. Él sonrió sabiendo que la gente tardaría en acostumbrarse a ver a un demonio en Forks. Uno de los jueces era el jefe hombre lobo de Bella, que le guiñó un ojo antes de mirar a Edward con desconfianza.
Edward le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Le llevaría tiempo ganarse al amigo de Bella, pero Edward solo tenía tiempo.
Eso era lo único que empañaba su felicidad: la certeza de que seguiría viviendo mucho después de la muerte de Bella. Aun así, estaba decidido a disfrutar de cada momento que pasara con ella.
—¡Maravilloso! —exclamó una jueza mientras se inclinaba sobre el arreglo floral para contemplar la pirotecnia del lirio de fuego—. ¿Qué hechizo has utilizado?
—No hay ningún hechizo. —Bella sonaba confiada, pero se agarraba la falda con fuerza—. Se trata de una técnica secreta de jardinería con la que he conseguido que ardan.
—Me encantan las técnicas secretas —dijo la jueza—. Háblame del resto de tus flores.
Bella se lanzó a un apasionado discurso sobre las variedades que había cultivado. Edward escuchaba con una sonrisa curvándole los labios. El arreglo de Bella era, con diferencia, el más hermoso. Había hecho la ronda por toda la exhibición, preguntándose si habría algún competidor al que tuviera que eliminar…, pero el entusiasmo que ella tenía era contagioso. No tenía dudas de quién ganaría.
Los jueces pasaron a la siguiente mesa y los hombros de Bella se relajaron mientras lanzaba un suspiro.
—¡Uf! Me alegro de que se haya acabado. —Se dio la vuelta y miró a Edward—. ¿Tú…?
Edward interrumpió su pregunta con un beso apasionado. La echó hacia atrás mientras le presionaba la base de la columna con el antebrazo y, cuando Bella le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso, estallaron vítores a su alrededor.
Cuando volvió a levantarla tenía la barbilla manchada de carmín. Él debía de tener un aspecto parecido, porque Bella lanzó una carcajada y luego le limpió las comisuras de los labios con el pulgar.
—El rojo te queda bien.
—¡Bella, querida, estamos aquí! —La voz de Renné Swan era inconfundible, y Edward y Bella compartieron una mirada de espanto antes de enfrentarse al tornado que se aproximaba.
Sin embargo, Renné parecía más apagada de lo normal. Con el brazo entrelazado al de Charlie y Aro detrás (Bella había llamado antes al viejo hechicero para hacerle saber que Edward era inocente), Renné se acercó vacilante.
—Nunca habías venido a ver mis arreglos florales —dijo Bella apretando la mandíbula.
—Lo sé —dijo Renné—. Y te pido disculpas.
Edward se quedó estupefacto. Bella también, porque se quedó boquiabierta.
—¿Que tú qué?
Renné hizo una mueca de dolor.
—Te pido disculpas —repitió—. Por todo. Por despreciar tu magia y presionarte tanto. Tienes razón, no valoré las cosas que te gustaban o en las que eras buena.
—¡Vaya! —dijo Bella, parpadeando rápidamente—. No me lo esperaba.
—Tuvimos una reunión familiar —dijo Charlie—. Aro nos dijo que habías tenido una conversación parecida con él, y que hemos sido demasiado duros contigo. —Suspiró—. Yo también lo siento. Te queremos.
—¡Y estas cosas son preciosas! —exclamó Renné, señalando una flor—. ¿Qué es eso, una margarita?
—Un ave de paraíso —dijo Bella.
—¿Y esto? —Se inclinó sobre el lirio de fuego—. ¿Le has prendido fuego?
—Algo así.
Mientras Renné elogiaba las flores, Aro se acercó cojeando hacia Edward.
—Lo siento —dijo el hechicero—. En mi defensa diré que eras el único demonio del pueblo que conocía. —Le tendió una mano—. ¿Hacemos las paces?
Edward le estrechó la mano con delicadeza, para evitar romperle alguno de sus frágiles huesos.
—Siempre debes defender a las personas que amas. —Ladeó la cabeza hacia Bella—. Yo haría lo mismo por ella.
—Así que la amas. —Aro observó a Edward con sus viejos y oscuros ojos—. Un demonio y un ser humano enamorados. —Sacudió la cabeza, haciendo ondear la borla dorada de su sombrero—. Posible, aunque extraño.
La palabra «domingo» llamó la atención de m Edward, que se concentró en lo que Renné le estaba diciendo a Bella.
—Quizá podamos cenar como en los viejos tiempos.
—No —dijo Bella con delicadeza y firmeza a la vez—. Todavía no me siento cómoda yendo a la cena familiar. Y, cuando regrese, no quiero que sea como en los viejos tiempos.
Renné empezó a discutir, pero un suave codazo de Charlie (y otro menos sutil de Aro) le hizo cerrar la boca. Apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Límites —dijo Aro con aprobación—. No he visto muchos de esos en esta familia.
Tras un poco más de conversación incómoda, los Swan se marcharon a mirar otras flores. Bella hinchó las mejillas y exhaló el aire.
—Ha sido más fácil de lo que esperaba.
Edward la rodeó con sus brazos.
—Estoy orgulloso de ti.
Bella sonrió.
—Yo también estoy orgullosa de mí. Espero que lo que dice mi madre sea verdad, pero tendré cuidado. Y, si no lo es, me sentiré igual de poderosa. —Apoyó la cabeza en su hombro—. Gracias. Por apoyarme y por ayudarme a ver mi propia valía.
—Yo podría decir lo mismo —dijo—. Eres un milagro, Bella. Mi milagro.
—¿Se producen milagros en el Infierno? —preguntó. Cuando él le dio una palmadita en el culo, ella se rio.
Un toque de trompeta interrumpió la conversación. Los jueces se habían congregado en el centro de la explanada de césped, donde un fauno con trompeta presidía una mesa llena de cintas y trofeos.
—¡Ya tenemos los ganadores! —anunció el hombre lobo.
Bella gritó y agarró a Edward de la mano, tirando de él para reunirse con la muchedumbre.
—Empezaremos con el Mejor Arreglo Floral y luego pasaremos a los premios por categorías. En el tercer puesto de la División Sobrenatural del Campeonato Floral del Noroeste del Pacífico: ¡Miras Muratov!
Mientras un hechicero de mediana edad con zapatillas de deporte rojas se dirigía al podio, Bella se reclinó en un costado de Edward y empezó a mordisquearse las uñas.
—Tenía unas dalias muy bonitas. ¿Y has visto sus flores de luna?
—No son tan buenas como las tuyas —la tranquilizó.
—En segundo lugar: ¡Tanya Denali!
Bella gritó y aplaudió mientras su compañera de trabajo, la inoportuna bañista desnuda, recogía su trofeo.
—Sé que todo el mundo acusará a Sam de tomar partido, pero, sinceramente, ella es una jardinera increíble.
Cuando los aplausos se apagaron, Sam se aclaró la garganta.
—Y ahora, el premio al Mejor Arreglo Floral en la División Sobrenatural es para… ¡Bella Swan!
Bella gritó y empezó a brincar mientras Edward aplaudía y vitoreaba tan fuerte como podía. Sonrió con todas sus ganas cuando Bella fue a recoger su trofeo: una flor de loto de cristal.
Cuando ella regresó al lado de Edward, él no pudo contenerse más. La levantó, la hizo girar y luego le dio un largo beso. Cuando acabó, a ella no le quedaba ni rastro de carmín en los labios.
—¿Qué vamos a hacer después de la ceremonia? —preguntó Bella.
—Tengo algunas ideas —le gruñó al oído—. Tienen que ver con mi lengua y…
—¡Batidos de celebración! —La exclamación interrumpió a Edward, que se dio la vuelta y se encontró con Alice y Rose sonriendo a Bella.
—Batidos, claro —dijo Alice.
Bella miró la expresión de disgusto de Edward y luego soltó una risita.
—Primero los batidos —dijo—. La lengua, después.
Una hora más tarde, los cuatro se sentaban apretujados en el Café Centauro. Edward sorbía su batido de chocolate, que estaba increíble, y escuchaba a las mujeres chismear sobre el festival. Frente a Bella había un montón de trofeos: al Mejor Arreglo Floral, claro, pero también al Mejor de su Clase: Floración Exótica por el lirio de fuego; al Mejor de su Clase: Dianthus; al Mejor de su Clase: Ave del Paraíso, y a la categoría con el confuso nombre de Mejor de su Clase: Aspecto Apetitoso.
—Los centauros votan en esa categoría —le había dicho Bella—. Les di unos cuantos pensamientos para que luego pastaran.
—Menudo día —dijo Rose, recostándose en el reservado mientras sujetaba un batido de vainilla—. Edward hizo magia, Bella entregó su alma y yo le di un puñetazo a un demonio.
—No olvides el importante papel del transporte —dijo Alice. Iba por su tercer batido de fresa y parecía que temblaba.
—Tenemos que hablar de tu técnica para dejar a la gente en el suelo.
Alice resopló.
—Mira, si tengo que sufrir la humillación de volar con tu culo por todo el pueblo, tú puedes sufrir la humillación de hacerlo en un saco.
—El problema no es tanto el transporte —replicó Edward— como la caída.
Alice le apuntó con una uña amarilla.
—¡Tú, ni pío! ¿Quién crees que convenció a Rose de que no te cortara las pelotas?
Él hizo una mueca de dolor.
—Entendido.
—No iba a cortárselas —dijo Rose, robándole una de las patatas fritas a Bella—. Solo iba a hacerlas picadillo.
—No es mucho mejor —resolló Edward, doblándose por acto reflejo. Al hacerlo, su dedo rozó el botón de sus vaqueros y una punzada de dolor lo atravesó. Observó su dedo, que aún tenía una pequeña marca roja del pinchazo—. ¡Ay! —dijo.
—¿Estás bien? —preguntó Bella.
—Todavía me duele —dijo, mirando fijamente la marca. También le seguía doliendo la cara. Bella le agarró la muñeca y le besó la punta del dedo.
—¿Así mejor?
—No. Pero, de verdad, esto es muy extraño.
—¿Qué es extraño? —preguntó Rose.
Giró la mano para mostrarle a las mujeres la pequeña herida.
—Ya me he pinchado antes en el dedo. Una herida así se cura en unos pocos minutos.
—¡Oh! —Alice sacó su teléfono para hacerle una foto—. El misterio del dedo demoníaco —dijo con voz sepulcral.
—Ni se te ocurra publicarlo en las redes sociales —le advirtió.
Ella puso los ojos en blanco.
—Vale. Pero me debes un selfie.
—Ya nos hemos hecho un millón de selfies —señaló Bella.
—¡Siempre hay tiempo para uno más! Pero, en serio, ¿por qué tienes todavía el dedo herido? —le preguntó Alice a Edward.
—No tengo ni idea. —Se palpó con cuidado la piel de alrededor del ojo—. ¿Está mejor el ojo morado?
Rose hizo una mueca de dolor.
—La verdad es que está peor.
Muchas cosas habían cambiado en su vida en los últimos días, pero esto era nuevo.
—¿Podría ser el alma? Ha provocado todo tipo de síntomas.
Bella abrió los ojos como platos y jadeó.
—Edward, espera. —Se pasó la lengua por los labios; parecía nerviosa—. ¿Recuerdas lo que dijo Astaroth, que los demonios solo pueden hacer tratos con mortales?
—Astaroth no tenía ni idea de lo que estaba hablando —dijo Edward—. Como ningún demonio lo había hecho antes, supuso que no se podía hacer.
—¡Oh, mierda! —dijo Rose, advirtiendo lo que Bella estaba pensando—. ¿Crees que…?
Bella empezó a revolverle el cabello a Edward como un mono en busca de piojos.
—¿Qué haces? —preguntó desconcertado.
Volvió a jadear cuando llegó a su sien.
—Miren —le dijo a las mujeres mientras tiraba de un pelo.
Edward se quedó quieto mientras Rose y Alice se inclinaban para ver lo que Bella les estaba mostrando.
—¿Tengo algo en el pelo?
Alice hizo una foto.
—No en tu pelo. Se trata de tu pelo.
—Eso no tiene sentido… —Se interrumpió cuando ella le puso enfrente
la pantalla del teléfono para mostrarle la foto que había hecho. Los dedos de Bella se veían pálidos contra su cabello azabache y estaba pellizcando…
—No —dijo incrédulo. Pero allí estaba, claro como el día: un pelo blanco.
—¿Estaba ahí antes? —preguntó Bella.
Edward sacudió la cabeza. Siempre había tenido el cabello muy negro.
—Tengo una teoría —dijo Bella, soltándole el pelo y recolocándose en el banco para mirarle a la cara—, y no sé si te gustará.
—¿Qué pasa? —preguntó, aunque él mismo tenía una sospecha.
—Creo que obtener un alma mortal… te hizo mortal.
Su corazón latía demasiado rápido. ¿Mortal? Siempre había sabido que iba a vivir para siempre, o al menos hasta que se cansara de existir y alguien le cortara la cabeza. Pero si era mortal…
—Piénsalo —dijo Bella—. Tienes alma y magia humana. ¿No empezaste también a comer y dormir con más frecuencia, como lo haría un ser humano? Y si tus heridas se curan más lentamente y tu pelo se está llenando de canas…
—Estoy envejeciendo —dijo, sin apenas creerlo. La perspectiva era aterradora, pero a medida que se desarrollaba en su mente, abría un nuevo mundo de posibilidades—. Puedo envejecer contigo —dijo con el corazón en un puño mientras miraba a Bella.
Parecía a punto de llorar.
—¿Eso es lo que quieres? Envejecer da miedo y nadie quiere morir.
Se imaginó una vida humana para los dos: viajar por el mundo, casarse, tal vez tener hijos. El cabello de Bella encanecería como el suyo y sus cuerpos se volverían cada vez más débiles. Y, sí, ambos morirían.
Pero Bella moriría de todas formas y Edward no estaba seguro de querer seguir viviendo sin ella. Ahora, en vez de verla envejecer mientras él se mantenía sano y fuerte, podrían emprender el viaje de la vida juntos.
Echó la cabeza hacia atrás y se rio, mareado ante la perspectiva.
—¿Es una buena respuesta? —preguntó Rose.
—No sabría decirlo —respondió Alice.
Bella aún parecía ansiosa, así que Edward se inclinó hacia ella y la besó.
—No veo la hora de envejecer contigo —le dijo contra sus labios.
En ese momento, Bella empezó a llorar, pero él sabía que eran lágrimas de felicidad, así que se limitó a abrazarla, sintiendo que el corazón le iba a estallar de alegría. Se acabó negociar con almas; se acabó la insensible, indiferente e interminable existencia. En vez de eso, tendría una vida humana caótica de la que extraería hasta la última gota. Y lo haría al lado de la persona que más le importaba del mundo.
—Cuando nos cueste caminar compraremos dos bastones a juego —dijo.
—Sin espadas dentro. —Los labios de Bella se curvaron contra su camisa—. O, espera, puede que sí quiera una espada.
—Con una espada, sin duda.
—Alice asintió—. Aterroricen el asilo de ancianos.
Bella se secó los ojos y se incorporó.
—Será toda una aventura —dijo—. Y estoy impaciente.
—Yo también. —Levantó su batido para hacer un brindis—. Por nosotros.
Bella sonrió y chocó el batido de chocolate con el suyo.
—Por nosotros… y por lo que nos depare la vida.
NOTA:
Llegamos al final de la historia, es un libro que me gusto bastante desde la primera vez que lo lei y quise compartirlo con ustedes en una adaptacion para Edward y Bella, espero que les haya gustado. La siguiente adaptacion del Spooky Season Especial la pueden encontrar en mi perfil
