La sombra avanzaba, imparable, como una ola oscura que devoraba todo a su paso. Desde lo alto de las murallas, Charlie observaba con el corazón pesado, sintiendo el temor aferrarse a su alma. Los guardias, armados hasta los dientes, mantenían su posición, pero había algo en esa negrura que les helaba la sangre. No era una sombra común. Era algo vivo, algo malévolo que parecía consumir no solo la luz, sino también la esperanza.

Aedendor, el pueblo que durante tanto tiempo había estado protegido por la naturaleza, ahora estaba siendo devorado. Las casas, los árboles, los caminos... todo desaparecía bajo el manto oscuro que avanzaba con una lentitud aterradora. Y a medida que la sombra cubría el terreno, los gritos de los aldeanos comenzaron a resonar, unos gritos de terror que perforaban el aire. Charlie cerró los ojos por un momento, su mente invadida por la desesperación. Sabía que no podría salvarlos a todos.

—¡Protejan las murallas! ¡No dejen que la sombra avance más! —gritó Charlie, pero incluso mientras daba la orden, sabía que no era algo que los soldados pudieran detener.

El castillo de cristal temblaba, como si la tierra misma respondiera al caos que se estaba desatando. Charlie observaba, impotente, cómo la oscuridad se detenía justo frente a las murallas, como si algo invisible la retuviera. Las torres del castillo se iluminaron por un instante, una luz tenue que parecía provenir del corazón mismo de la fortaleza. Fue entonces cuando Charlie entendió: el antiguo poder que protegía a Aedendor había despertado, el mismo poder que durante siglos había mantenido la paz en su tierra. Pero incluso ese poder no era suficiente para evitar el desastre que ya había comenzado.

La sombra se detuvo, pero el precio había sido alto. Aedendor, el hogar de tantas almas, estaba parcialmente destruido. Las casas más cercanas a las murallas se desmoronaron bajo la presión de la oscuridad. Los gritos cesaron, dejando un silencio que resonaba más fuerte que cualquier ruido. Charlie apretó los puños, sintiendo la impotencia arder en su pecho. Sabía que había perdido mucho esa noche, quizás más de lo que podría soportar.

—Señor, debemos irnos —la voz urgente de Carlisle rompió el silencio.

Charlie se giró hacia su fiel escudero, quien llevaba a Cristal envuelta en una manta. La niña seguía dormida, ajena a la destrucción que se cernía sobre su reino.

—La profecía, mi rey. No podemos quedarnos aquí. Cristal debe estar a salvo. El enemigo ha atacado demasiado pronto, no podemos arriesgarnos a que la encuentren —dijo Carlisle, su voz cargada de preocupación.

Charlie asintió lentamente, su mirada aún fija en lo que quedaba de su pueblo. Su corazón se debatía entre el deber de proteger a su hija y el dolor de abandonar a su gente en su momento de mayor necesidad. Pero sabía que la única esperanza de Aedendor, la única manera de evitar su completa destrucción, residía en la niña que sostenía Carlisle.

—Llévala lejos de aquí, Carlisle. Protéjala con tu vida. No permitas que nada le pase. Cuando llegue el momento, regresa, pero hasta entonces... mantenla oculta. La profecía aún no se ha cumplido. —Las palabras de Charlie fueron graves, cada una de ellas cargada con el peso de la responsabilidad.

Carlisle miró al rey con determinación y asintió. —Haré lo que sea necesario, mi señor. Cristal estará a salvo conmigo.

Charlie se inclinó hacia su hija, besando suavemente su frente. Sentía el calor de su pequeña en sus manos, un contraste doloroso con el frío que lo rodeaba.

—Perdóname, Cristal... —susurró, mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla—. Pero este no es tu momento.

Carlisle sujetó a la niña con más firmeza y, con una última mirada a su rey, giró sobre sus talones y se dirigió rápidamente hacia las puertas traseras del castillo. Sabía que el camino que tenía por delante estaría lleno de peligros, pero también sabía que no podía fallar. La vida de Cristal, y el futuro de todo Aedendor, dependían de su éxito.

Afuera, la sombra seguía pulsando, detenida momentáneamente en las murallas, pero no destruida. A medida que Carlisle se alejaba del castillo, Charlie sintió cómo el peso del reino recaía completamente sobre sus hombros. Los susurros de la oscuridad parecían envolverlo, cada rincón de su mente luchaba por mantenerse firme.

—Mi señor, hemos perdido a muchos... —la voz de uno de los capitanes rompió el pensamiento de Charlie.

—Lo sé —respondió Charlie, su tono vacío.

El silencio se instaló nuevamente entre ellos mientras observaban el panorama de destrucción que había dejado la sombra a su paso. Las llamas, que antes ardían en algunos rincones del pueblo, se habían extinguido, y solo quedaban las ruinas, donde antes había vida.

Pero algo en su interior le decía que esto no era el final, que la sombra solo se había retirado temporalmente. Sabía que Aedendor no volvería a ser lo que fue. No ahora, no después de esta devastación.

—Que los supervivientes se reúnan en la plaza principal —ordenó Charlie, su voz recuperando algo de firmeza—. Necesitamos evaluar lo que hemos perdido y prepararnos para lo que viene. Esto no ha terminado.

Los guardias asintieron y comenzaron a moverse rápidamente, convocando a aquellos que quedaban con vida. Charlie, mientras tanto, permaneció de pie en las murallas, su mirada fija en el horizonte oscuro. Sabía que había algo más, algo que aún no comprendía. La sombra no había desaparecido por completo, y la profecía seguía en su mente, grabada como una advertencia de lo que estaba por venir.

Carlisle, mientras tanto, se movía con agilidad a través de los túneles secretos del castillo. Su único objetivo era llevar a Cristal lo más lejos posible de la sombra y de quienes la perseguían. Sabía que el destino de la niña estaba marcado, pero también sabía que aún no era el momento. La profecía hablaba de su lucha dentro de veinticinco años, cuando el Solsticio de Invierno volviera a alinearse. Pero hasta entonces, su tarea era clara: mantener a Cristal con vida.

Cuando finalmente salió de los túneles, Carlisle respiró hondo el aire frío de la noche. La oscuridad lo envolvía, pero sentía una fuerza interna que lo empujaba hacia adelante. No sabía exactamente a dónde iría, pero tenía un propósito claro: proteger a Cristal, costara lo que costara.

Siguió corriendo a través del bosque que rodeaba el castillo, buscando un lugar seguro. La niña se movió ligeramente en sus brazos, pero no despertó. Carlisle sonrió brevemente, reconociendo la tranquilidad que irradiaba la pequeña, incluso en medio del caos.

—No te preocupes, pequeña —susurró Carlisle, mientras ajustaba la manta que la envolvía—. Estás a salvo conmigo.

La luna, que apenas iluminaba el cielo, se alzaba detrás de las nubes, como una testigo silenciosa de lo que estaba ocurriendo en Aedendor. Las estrellas, ocultas por la oscuridad, no brillaban esa noche, y Carlisle sabía que las sombras regresarían. Pero hasta entonces, debía mantenerse alerta, debía seguir moviéndose.

El camino sería largo, pero estaba decidido. Nada ni nadie podría apartarlo de su misión.