El Solsticio de Invierno estaba a solo días de distancia. La atmósfera en Aedendor era densa, cargada con una sensación de expectativa que pesaba sobre cada rincón del reino. Las gentes, antaño llenas de esperanza, se movían con el temor silencioso de aquellos que saben que algo terrible está por llegar. Los cielos se oscurecían más temprano, como si la luz misma estuviera retrocediendo ante una fuerza más poderosa que el simple cambio de estaciones.

Cristal observaba desde la ventana de su habitación en la fortaleza de cristal, su mirada fija en el horizonte. Desde el ataque de la sombra hacía veinticinco años, el reino nunca había vuelto a ser el mismo. Aunque el poder del castillo había detenido su avance, el pueblo aún llevaba las cicatrices de aquella noche oscura. Y ahora, la sombra parecía regresar, más fuerte y más decidida.

Cristal respiró hondo. Sabía que el momento se acercaba. Carlisle se lo había repetido una y otra vez: cuando llegara el Solsticio, la profecía comenzaría a cumplirse. Su vida había sido una preparación constante para ese día, pero ahora que estaba tan cerca, no podía evitar sentir una punzada de incertidumbre. No era miedo lo que sentía, sino la duda de si estaba realmente preparada para lo que estaba por venir.

En las últimas noches, Cristal había tenido sueños oscuros, llenos de sombras que se retorcían como serpientes bajo un cielo sin estrellas. Siempre despertaba con el corazón acelerado, sus manos empapadas de sudor. Carlisle no lo sabía, pero cada vez que miraba hacia el horizonte, tenía la sensación de que algo se estaba moviendo, acercándose poco a poco.

Desde la sombra de la puerta, Carlisle observaba a Cristal con una mezcla de preocupación y orgullo. Sabía lo que la niña, ahora una mujer fuerte y capaz, estaba sintiendo. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, él también compartía sus dudas. Pero no tenía más respuestas de las que ya le había dado. Todo lo que quedaba era esperar y confiar en que cuando llegara el momento, Cristal encontraría dentro de sí misma lo necesario para cumplir con la profecía.

—¿Te preocupa el Solsticio? —preguntó Carlisle, dando un paso dentro de la habitación.

Cristal giró lentamente, su mirada aún perdida en el horizonte.

—Más de lo que me gustaría admitir —respondió ella con sinceridad—. Siento que todo se está cerrando alrededor de mí, como si el tiempo corriera en mi contra.

Carlisle se acercó, su presencia siempre reconfortante. La había visto crecer de una niña pequeña a una guerrera formidable, y aunque sabía que ella nunca admitiría sus temores, él podía ver el peso de la responsabilidad en sus ojos.

—Es normal sentirte así —dijo Carlisle con suavidad—. Nadie está realmente listo para algo como esto. Pero lo que importa es que, cuando llegue el momento, actuarás según tu corazón. Y eso es lo que te hace diferente.

Cristal suspiró, dejando que sus hombros se relajaran un poco. Carlisle siempre sabía qué decir para calmar sus pensamientos. Él había sido la única constante en su vida, el único en quien había podido confiar completamente. Pero incluso en esos momentos de consuelo, algo en su interior le decía que Carlisle no le había contado todo.

—A veces me pregunto... —comenzó Cristal, su voz un susurro—. Si sabes más de lo que me has contado.

Carlisle la miró en silencio durante un largo momento. Sus ojos, siempre tan seguros, parecían vacilar por un instante.

—No te he mentido, Cristal —dijo finalmente—. Te he dicho lo que sé, pero hay cosas que ni siquiera yo entiendo del todo. La profecía... es ambigua en muchos aspectos. Pero hay algo que te puedo asegurar: pase lo que pase, no estarás sola. Siempre estaré contigo.

Cristal asintió, pero la duda seguía rondando en su mente. La profecía mencionaba un guía, alguien que la acompañaría en su lucha, pero Carlisle jamás le había dado detalles sobre quién sería. ¿Podría ser él? ¿O alguien más a quien aún no conocía?

La conversación fue interrumpida por el sonido de pasos rápidos acercándose. La puerta se abrió de golpe, y Edward, uno de los guerreros más jóvenes y leales de Aedendor, apareció con una expresión de preocupación en su rostro.

—Mi señora, Carlisle —dijo con voz entrecortada—. Algo está ocurriendo en los bosques. Las sombras... están avanzando de nuevo.

Cristal y Carlisle se miraron brevemente antes de que ambos se dirigieran hacia la puerta.

—Llévanos allí —ordenó Carlisle con firmeza.

Edward, un joven elfo de ojos dorados, había sido su compañero en numerosas batallas simuladas. Habían crecido juntos, entrenado lado a lado, y Cristal siempre había admirado su agilidad y astucia en combate. Aunque era joven, Edward ya había demostrado ser un guerrero formidable. Sin embargo, en los últimos meses, había algo más entre ellos, algo que Cristal no podía ignorar. Las miradas compartidas, los momentos de silencio que parecían decir más que las palabras. No sabía si lo que sentía por él era parte de la confianza que tenían o algo que se estaba gestando en su corazón. Pero no era el momento para esas reflexiones.

El grupo se movió rápidamente a través de los pasillos del castillo, pasando por los grandes salones donde una vez se celebraban festividades y banquetes, ahora vacíos y silenciosos. El eco de sus pasos resonaba en las paredes de cristal, creando una atmósfera de tensión palpable. Afuera, el viento se había levantado, susurrando a través de los árboles, como si la misma naturaleza estuviera advirtiendo del peligro inminente.

Cuando llegaron a las murallas del castillo, Cristal vio lo que había temido. A lo lejos, una negrura densa se arrastraba por el suelo del bosque, lenta pero implacable, como una marea de sombras que engullía todo a su paso. El aire a su alrededor estaba cargado con una energía oscura, una presencia que hacía que los árboles se doblaran bajo su peso, y que el cielo mismo pareciera más opaco.

—La sombra está volviendo —susurró Cristal, sus palabras entrelazadas con el viento.

Los guerreros de Aedendor ya estaban en posición, sus arcos listos, pero Cristal sabía que no bastaría con la simple fuerza de las armas. Esta oscuridad no era como cualquier otra que hubieran enfrentado. Había algo en ella, algo profundo y antiguo, que resonaba con la misma esencia de la destrucción.

Edward se acercó a Cristal, su rostro lleno de preocupación. Sus ojos dorados brillaban en la penumbra, y había una cercanía en su gesto que la hizo sentir una calidez inesperada.

—Estaremos listos para lo que venga, Cristal —dijo Edward con una voz suave pero firme—. No importa lo que pase, yo estaré a tu lado.

Por un momento, Cristal se encontró perdida en su mirada. Había algo en Edward que siempre la había reconfortado, pero ahora sentía algo más, algo que no podía describir con palabras. Era como si una chispa estuviera empezando a encenderse entre ellos, un sentimiento que apenas comenzaba a florecer.

—Gracias, Edward —respondió ella, con un tono que intentó mantener profesional, aunque sabía que él notaría la gratitud más allá de las palabras.

Carlisle, que observaba desde un lado, notó la tensión entre los dos, pero no dijo nada. Sabía que Cristal necesitaba apoyo, y aunque Edward era joven, confiaba en él. Pero, aún así, Carlisle no podía evitar sentir una ligera inquietud. La profecía no mencionaba nada sobre los sentimientos personales de Cristal, y eso añadía un nuevo matiz al destino que le aguardaba.

—Nos atacarán en el Solsticio —dijo Carlisle en voz baja, como si estuviera comprendiendo el alcance de lo que estaba sucediendo—. Se están preparando. Lo saben.

Cristal sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había entrenado toda su vida para esto, pero incluso ahora, frente a la amenaza, una pequeña voz en su interior le susurraba dudas. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si, a pesar de todo, fallaba?

—No lo permitiré —murmuró para sí misma, apretando los puños con determinación.

—¿Qué haremos? —preguntó Edward, con los ojos fijos en la sombra que avanzaba lentamente.

Cristal respiró hondo, dejando que la calma regresara a su mente.

—Nos prepararemos —dijo, su voz firme y segura—. Llamen a todos los guerreros y aseguren las defensas. No permitiremos que esta oscuridad cruce nuestras murallas.

Edward asintió rápidamente, sabiendo que en ese momento su papel era crucial, no solo como guerrero, sino como el apoyo que Cristal necesitaba. Su determinación le daba confianza a quienes lo rodeaban, y aunque sentía que algo profundo se estaba gestando entre él y Cristal, sabía que ahora no era el momento para dejarse llevar por esos pensamientos.

—Voy a reunir a los guerreros de inmediato —dijo, tocando suavemente el brazo de Cristal antes de partir, una señal de que estaba allí para ella en más de un sentido.

Cristal sintió la calidez de su toque, un simple gesto que, en medio de la tensión, lograba calmarla de una forma que no podía explicar. Observó cómo Edward se alejaba rápidamente, y aunque su mente estaba enfocada en la batalla que se avecinaba, una parte de ella no pudo evitar preguntarse qué sería de ellos después de todo esto. Si es que habría un "después".

Carlisle observaba con atención desde las murallas, su mirada fija en la negrura que se acercaba lentamente. Sabía que el Solsticio traía consigo algo más que una batalla física; la profecía estaba a punto de cumplirse, y eso significaba que el destino de Cristal estaba en juego. Aunque nunca se lo había dicho abiertamente, Carlisle llevaba una carga que él mismo no comprendía del todo. Parte de la profecía hablaba en fragmentos, y en esos fragmentos había algo que aún no entendía por completo. Pero pronto lo descubrirían, juntos o separados.

Cristal no perdió tiempo. Subió a las murallas, sus ojos violetas brillando bajo la luz menguante mientras observaba a los guerreros de Aedendor tomar sus posiciones. Algunos eran veteranos que habían luchado en la gran batalla contra la sombra hacía veinticinco años, otros eran jóvenes guerreros que apenas habían conocido la paz. Pero todos compartían la misma expresión: miedo mezclado con determinación. Sabían lo que estaba en juego.

De pie junto a Carlisle, Cristal se permitió unos instantes de silencio. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también sabía que no podía mostrar duda o miedo. Su gente confiaba en ella, y aunque las visiones y los sueños oscuros la atormentaban, debía mantener su compostura.

—La sombra no puede atravesar las murallas —dijo Carlisle en voz baja, como si intentara convencerse a sí mismo—. La última vez, la magia del castillo la detuvo. Debería poder hacerlo de nuevo.

Cristal asintió, pero algo dentro de ella no estaba tan segura. La oscuridad que veía ahora parecía más fuerte, más decidida. Había pasado mucho tiempo desde el primer ataque, y la sombra no se había retirado para siempre; había estado acumulando fuerza.

—Esta vez es diferente, Carlisle —respondió Cristal con un tono grave—. Siento que hay algo más en juego, algo que no comprendemos completamente.

Carlisle la miró, su rostro endurecido por los años y por el peso de ser su protector durante tanto tiempo. Había momentos en los que deseaba poder quitarle esa carga, pero sabía que era imposible. Cristal estaba destinada a esto. Lo único que podía hacer era guiarla hasta el último momento.

—Debes confiar en ti misma —le dijo, su voz más suave—. La profecía es ambigua, pero tú has entrenado toda tu vida para esto. No estás sola.

Antes de que Cristal pudiera responder, un fuerte viento helado atravesó las murallas. Era como si la sombra misma hubiera llamado al aire para advertirles de su llegada. Los árboles se inclinaron con la fuerza de la ráfaga, y los guerreros se prepararon, tensando los arcos, ajustando las espadas. El momento se acercaba.

De repente, un sonido retumbante llegó desde el bosque. Era como un rugido distante, bajo y profundo, que resonaba en los corazones de todos los presentes. Cristal sintió cómo sus manos se tensaban alrededor de su arco, preparándose para lo que estaba por venir. La sombra se movía más rápido ahora, acercándose a las murallas del castillo con una velocidad que antes no había mostrado.

Carlisle retrocedió un paso, sus ojos fijos en la oscuridad.

—Esto no es como la última vez... —murmuró.

Cristal, por su parte, respiró profundamente y levantó el arco, preparando una flecha. Sentía el poder acumulado en su interior, ese poder que siempre había sabido que estaba allí, pero que solo ahora comenzaba a comprender. No podía permitirse dudar. No ahora. Sabía que la sombra no era solo una amenaza física; era algo más profundo, algo que resonaba con la oscuridad misma.

Edward regresó, esta vez con un grupo de guerreros detrás de él. Sus ojos dorados se encontraron con los de Cristal por un instante, y en ese breve momento, ambos compartieron una comprensión tácita. Sabían que el destino de Aedendor estaba en juego, y que esta batalla sería diferente a cualquier otra.

—Estamos listos —dijo Edward, su voz firme, aunque su rostro mostraba la preocupación de lo que sabían que estaba por venir.

Cristal lo miró y, durante un breve segundo, permitió que una pequeña sonrisa cruzara sus labios. Sabía que no estaba sola. Sabía que Edward estaría a su lado, y por alguna razón, eso le daba una fuerza adicional. No sabía qué depararía el futuro, pero por ahora, tenerlo cerca era suficiente.

—Que todos mantengan su posición —ordenó Cristal, elevando la voz para que todos pudieran escucharla—. No podemos permitir que la oscuridad cruce las murallas. Hoy protegemos Aedendor. ¡No fallaremos!

Los guerreros respondieron con un grito unísono, y el eco de sus voces resonó en las murallas del castillo.

La sombra, ahora más cerca que nunca, se detuvo justo en el borde del bosque, como si estuviera esperando. Cristal no bajó la guardia. Sabía que el verdadero ataque aún no había comenzado. La profecía estaba a punto de cumplirse, y aunque las palabras exactas de su destino aún eran inciertas, había una cosa que estaba clara.

El Solsticio de Invierno traería consigo una batalla por el futuro de Aedendor.