Bella PDV
Después de otro año vagando por la tierra, comenzaba a perder la esperanza de encontrar la verdad sobre mi muerte. La resignación se había asentado en mí como una sombra, y cada día se sentía más pesado que el anterior. Sin embargo, a pesar de la confusión, empezaba a sentirme un poco más relajada, aunque la verdad permaneciera fuera de mi alcance. Había aprendido a aceptar mi nueva realidad, a adaptarme a la vida fantasmal y a encontrar consuelo en las pequeñas interacciones con otros espíritus.
Un día, mientras recorría los pasillos del hospital, mi atención se posó en una pareja. La chica rubia, muy bonita, parecía de unos 25 años, irradiaba una fragilidad que me inquietó. Junto a ella, un chico rubio proyectaba una energía inquietante, una sombra que parecía consumirla. La ansiedad en su rostro era palpable, y su luz interior parecía desvanecerse a cada instante.
Sentí su angustia como un eco de mi propio dolor. Aunque no podía hablarle ni hacerme visible, mi deseo de ayudarla era inquebrantable. Su sufrimiento resonaba en mí, recordándome que, a pesar de mi propia búsqueda de respuestas, aún podía ser un faro para otros.
A medida que me acercaba, observé cómo el chico la sostenía con una mano de forma posesiva. Ella intentaba mirar a su alrededor, buscando una salida, pero su mirada siempre volvía a él, como si estuviera atrapada en una red invisible de control y miedo. En ese momento, comprendí que su lucha era más que una batalla personal; era una lucha por recuperar su voz y su esencia.
Aunque no conocía la verdad sobre mi propia existencia, la calma que empezaba a sentir me permitía enfocarme en ella. Deseaba que pudiera encontrar la fuerza para liberarse de las cadenas que la mantenían prisionera. En medio de mi resignación, su situación me ofrecía una oportunidad: ser un rayo de esperanza en su oscuridad, un recordatorio de que la lucha por la verdad y la libertad nunca debería cesar. Y así, mientras observaba, me comprometí a permanecer a su lado, lista para ofrecerle la guía que necesitaba.
Mientras me acercaba a la pareja, más inquietud sentía al estar cerca del chico. Su energía era oscura, casi opresiva, y una sensación de peligro emanaba de él. A pesar de que mi estado era etéreo, la tensión que él proyectaba me envolvía como un manto helado.
La chica, en contraste, parecía sumida en un profundo sufrimiento. Noté los cortes en sus brazos, marcas frescas que hablaban de un dolor interno que no solo era físico. Su brazo envuelto en yeso. También había moretones en su rostro, evidencia de una lucha que iba más allá de lo visible. Era una imagen desgarradora que resonaba en mi propio ser, recordándome que la vulnerabilidad podía manifestarse de formas muy crueles.
Quería acercarme más, pero la presencia del chico me detuvo. Su mirada vigilante y despectiva me hizo sentir como si estuviera cruzando una línea peligrosa. La chica, sin embargo, parecía anhelar una conexión, y aunque no podía tocarla ni hablarle, sentí que mi energía podía ser un rayo de luz en su oscuridad.
Mientras el chico la mantenía bajo su control, vi cómo ella miraba a su alrededor, casi como si buscara una salida. Su luz interior luchaba por salir a la superficie, aunque las sombras la intentaban sofocar. En esos momentos, mi deseo de ayudarla se intensificó. Sabía que necesitaba liberarse de esa influencia tóxica.
A pesar de la inquietud que me causaba el chico, mi determinación crecía. No podía quedarme de brazos cruzados mientras ella sufría. Aunque no conocía la verdad sobre mi propia existencia, estaba lista para ser un faro en su tormenta, un testigo silencioso que la alentara a encontrar su fuerza y su voz, a liberarse de las cadenas invisibles que la mantenían prisionera.
No pasó mucho tiempo antes de que Emily me encontrara. Su presencia era un alivio en medio de la tensión que se había acumulado. Al mirar al chico, su expresión reflejaba desprecio, y pude sentir su propia indignación hacia él. Mientras nos acercábamos, escuchamos fragmentos de una discusión en voz baja entre la pareja.
Él le decía a la chica, con un tono amenazante, que era su culpa, que a la próxima debía tener más cuidado sobre cual camino seguir. Las palabras parecían más bien una amenaza disfrazada, y cada sílaba resonaba con un poder oscuro que la mantenía atada a su miedo. La chica bajó la mirada, claramente intimidada, y el dolor en su expresión era casi palpable.
Emily, al notar mi inquietud, se acercó un poco más. —No podemos dejar que esto continúe —susurró con determinación. Su voz era un ancla en medio del caos, y sentí que, juntas, podríamos hacer algo.
Observé cómo el chico se acercaba a la chica, su postura arrogante y su tono cargado de ira. Ella, en cambio, se encogía, tratando de hacerse más pequeña, como si eso pudiera hacer que desapareciera su dolor. Era desgarrador, y la impotencia me llenaba al no poder intervenir directamente.
Emily miró a la chica con una intensidad que transmitía esperanza. —Ella necesita saber que tiene poder, que puede liberarse de él —dijo, y su determinación me inspiró. Aunque no podíamos hablar con ella, podíamos estar allí, ser un testimonio silencioso de su lucha.
A medida que la discusión continuaba, sentí que mi conexión con la chica se fortalecía. Aunque ella no podía vernos, deseaba que pudiera sentir la energía positiva que intentábamos enviarle. Necesitaba recordar su valor, su luz. Mientras la tensión aumentaba, su mirada furtiva hacia nosotros me hizo entender que, de alguna manera, estaba buscando apoyo.
Justo cuando la tensión alcanzaba su punto máximo, llegó otra chica llamada Alice, claramente preocupada por lo que estaba sucediendo. —¿Qué ha pasado? —preguntó, su voz entrecortada por la ansiedad.
El chico fue el primero en responder, adoptando un tono suave y conciliador. —Fue un accidente. Mientras subiamos una montaña, Ella perdió el equilibrio y se cayó, no hubo tiempo de detener la caída—dijo, intentando restarle importancia a la situación. Sus palabras estaban cargadas de una seguridad que, en ese momento, parecía funcionar.
Alice miró a la chica rubia, buscando respuestas en su expresión. La chica, aunque aún visiblemente afectada, asintió ligeramente, como si, al ver la reacción del chico, comenzara a cuestionar su propio juicio. Era evidente que había un vínculo entre ellas, y ese lazo pareció influir en su percepción.
—Sí, solo fue eso —dijo la chica, su voz un poco más firme, aunque su mirada revelaba la confusión interna que sentía.
La actitud del chico había logrado confundirla aún más. Alice, sintiendo el cambio en el ambiente, frunció el ceño. —Pero, ¿Como se te ocurrió? Le tienes miedo a las alturas, no recuerdas?—replicó, su preocupación palpable.
La dinámica se tornó incómoda. Aunque Alice estaba decidida a desentrañar la verdad, el chico continuaba proyectando una imagen de protector, manipulando la situación con una habilidad que resultaba inquietante.
Mientras observaba esta escena, comprendí que la verdadera lucha por la chica estaba lejos de terminar. Aunque Alice intentaba abrir los ojos de la chica a la realidad, la influencia del chico seguía siendo fuerte. Mi deseo de ayudar creció aún más; sabía que debía encontrar la manera de reforzar la luz que Alice traía consigo, para que la chica pudiera finalmente ver la verdad detrás de las palabras dulces que escondía el manipulador.
Al final, cuando la chica y Alice salieron del hospital, me quedé observando cómo se marchaban. Algo dentro de mí me incitaba a seguirlas, a no dejar que se desvanecieran de mi vista. Era como si una fuerza invisible me empujara hacia ellas, guiándome en esta búsqueda de respuestas y apoyo.
Me despedí de Emily con la mirada; ella entendió el mensaje y asintió, como si supiera que debía seguir mi instinto. Recordé las palabras de Félix: "Sigue tus instintos". Esa frase resonaba en mí, recordándome que a veces, la verdad y la libertad se encuentran al dar un paso hacia lo desconocido.
Así que me lancé a seguirlas, sintiendo cómo mi esencia se movía a través de las paredes y los espacios que me separaban de ellas. Aunque era solo un espectro, cada movimiento me llenaba de propósito. Alice y la chica rubia, aún discutían sobre lo sucedido, pero la atmósfera había cambiado. Alice, con su energía vibrante, parecía empoderar a la chica, ayudándola a recobrar su confianza.
Me imaginaba un viaje mas corto, pero inesperadamente y para mi sopresa entrabamos al pequeño pueblo de Forks, sin duda, las coincidencias no existían, tenia la seguridad de que las respuestas que buscaba rodeaban a estos chicos que acababa de conocer.
Finalmente, llegamos a una hermosa casa entre los árboles del bosque, un refugio acogedor que parecía salido de un cuento de hadas. La estructura de madera, con grandes ventanales que reflejaban la luz del atardecer, emitía un brillo cálido y acogedor. Fuera, una pareja esperaba con sonrisas radiantes:
—Esme, Carlisle— la chica rubia los saludo debilmente.
—¡Tanya! —exclamó Esme, corriendo hacia ella con los brazos abiertos. Su rostro mostraba preocupación y amor, y su abrazo fue un alivio reconfortante para Tanya, que aún se sentía vulnerable.
Alice se volvió hacia Tanya, su expresión llena de apoyo. —Puedes quedarte con nosotros mientras te recuperas. Aquí estarás bien cuidada —le dijo con suavidad, mirándola a los ojos como si pudiera infundirle la fuerza que necesitaba.
James, que había seguido la escena con una sonrisa calculadora, intervino de inmediato. —Eso suena genial —dijo, esforzándose por sonar amable, aunque su tono sonaba un poco forzado—. Despues de nuestra luna de miel, planeabamos volver, aunque no fue como esperabamos es un gusto estar aquí. ¿Podría entonces mandar traer nuestras cosas para quedarnos durante un tiempo?
Alice, ajena a las intenciones de James, asintió entusiastamente. —Claro, James. De hecho, Edward tambien está de vuelta en casa despues de mucho tiempo, tu sabes desde...—un incomodo silencio le siguio,— bueno, creo que podríamos preparar una cena de recibimiento. Sería una buena oportunidad para ponernos todos al día.
Un ligero temblor recorrió la expresión de Alice al mencionar a Edward. Recordó la última vez que James y Edward habían estado en la misma habitación hace años. La tensión había sido palpable, y su instinto la alertó sobre la incomodidad que eso podría generar. Se sintió un poco incómoda, pero rápidamente trató de disimularlo. —Seguro que será una gran noche —dijo, aunque su voz sonaba un poco más apagada, rogaba interiormente que Edward aceptará la situación, no quería perder a su hermano otra vez, suficiente había sido su larga y dolorosa ausencia.
Tanya miró a James y luego a los padres de su amiga, que los quería como si fueran suyos, buscando apoyo y seguridad. La calidez de Esme y Carlisle, junto con la energía positiva de Alice, le infundieron algo de confianza. —Me encantaría quedarme —respondió, su voz un poco más firme.
Esme sonrió, tomando la mano de Tanya con ternura. —Ven, te mostraremos tu habitación y te haremos sentir como en casa —dijo, guiándola hacia la entrada de la casa.
Mientras cruzaban el umbral, la sensación de alivio me invadió. La casa, con su decoración cálida y acogedora, se sentía como un santuario. Los muebles de madera oscura y las suaves alfombras creaban un ambiente tranquilizador. A medida que entraban, el aroma de la cena recién preparada comenzaba a llenar el aire, un indicio de la calidez que había en el hogar.
Alice se dirigió hacia la cocina, emocionada, pero su mente seguía volviendo a la idea de Edward y James juntos. —Voy a ayudar a Esme con la cena. Edward debería estar aquí pronto, y quiero que todo esté perfecto —dijo, intentando concentrarse en la tarea, aunque la preocupación dominaba en el fondo de su mente.
Carlisle se quedó junto a Tanya, su mirada comprensiva. —Aquí siempre serás bienvenida. Queremos que te sientas segura y cuidada —le aseguró, y ella asintió, sintiendo cómo su corazón comenzaba a relajarse.
Mientras observaba cómo se acomodaban dentro de la casa, sabía que este era un nuevo comienzo para Tanya, un lugar donde podría empezar a sanar y reconstruirse. Aunque James estaba allí, manteniendo su control con una sonrisa cuidadosamente construida, la fortaleza de la familia y la energía positiva de Alice formarían un contrapeso poderoso.
Mientras la familia se movía en armonía, preparándose para la cena, decidí que seguiría vigilando desde la distancia. Estaría lista para ser su apoyo, recordándole que siempre había esperanza y que nunca estaba sola en su camino hacia la luz. Sabía que esta noche sería un paso crucial en su viaje hacia la libertad y la sanación.
