Se veía a un hombre sentado en un bar mientras hacía señal con la mano al bartender para que le pasara otro vaso lleno de alcohol. El bartender le pasó otro vaso con alcohol, pues aquel hombre estaba esperando a una persona. ¡Demonios! ya se estaba cabreando. Se suponía que esta persona iba a ser puntual y no iba a demorarse; después de todo, él tenía cosas que hacer.
Una voz se hizo escuchar en medio de la taberna, rompiendo la línea de pensamientos de aquel hombre. El hombre dejó el vaso en la mesa mientras giraba la cabeza y le dijo:
—Llegas tarde, llevo tres horas esperando en esta taberna.
El otro hombre sonrió y respondió:
—Tuve que encargarme de unas cosas. Sabes de lo que hablo.
El hombre que estaba sentado en la silla le contestó:
—Sí, sí, sí, lo que digas, niño. Después de todo, una persona como tú no quiere cabos sueltos en esta misión, ¿verdad?
El chico le respondió:
—No soy un niño, tengo diecinueve años. Aparte, esta misión es muy crucial, necesito eliminar...
El hombre sentado en la silla soltó una carcajada y le preguntó:
—¿Un niño como tú quiere eliminar a alguien? Me sorprende. Supongo que quieres matar a esa persona porque se metió con tu mujer o porque se metió con tu hermana, después de todo, es lo más normal, ¿no?
El chico le dijo:
—No es por eso, es por otra cosa. Esa persona interfiere con mis metas. Aparte, me enteré de que eres una persona que cumple con el trabajo.
El hombre sentado en la silla sonrió mientras decía:
—Parece que has escuchado bien, niño.
Aquel hombre le preguntó al chico:
—¿Cuánto te dan por la cabeza de esa persona?
El chico respondió:
—El precio es lo de menos, tú solo cumple con el contrato y mata a esa persona.
El chico le dijo mientras se levantaba y caminaba hacia el hombre, luego se sentó al lado de él:
—Esa persona no es cualquier cosa.
El hombre alzó la mano y hizo una seña al bartender para que le trajera un vaso lleno de alcohol. El bartender se acercó con pasos lentos mientras sostenía una botella de alcohol y un vaso. Antes de que el bartender le sirviera el alcohol, el chico le dijo:
—Yo no tomo.
El hombre se giró y le dijo:
—Vamos, toma un poco. No me digas que no vas a tomar ni un poco de alcohol, porque te vas al infierno. Después de todo, no se compara a lo que me pediste, matar a una persona.
El chico frunció el ceño mientras miraba al hombre. Este no se intimidó ante su mirada y le dijo:
—¿Acaso tu mirada me da miedo? Te falta más, niño, para lograr intimidarme. Después de todo, eres una pulga ante mí.
El chico giró su mirada y le dijo:
—Olvídalo.
En el rostro del hombre se formó una sonrisa mientras giraba la cabeza para ver al bartender y le decía que olvidara la orden. El bartender encogió los hombros mientras se giraba para recibir otra orden.
El hombre se giró hacia el chico y le preguntó:
—¿A quién hay que matar?
En el rostro del chico se formó una sonrisa que era capaz de partirle el rostro al hombre. El chico deslizó una mano a su bolsillo, sacó una imagen y se la dio al hombre. El hombre recogió la imagen y la observó detenidamente. En la imagen se veía a una chica joven con un rostro delicado y juvenil, con facciones suaves que expresaban serenidad y determinación. Sus ojos, de un tono violeta o azul profundo, le daban una apariencia solemne y carismática. Sus expresiones eran tranquilas y llenas de convicción. También se veía que su cabello era rubio claro, casi platinado, y lo llevaba en un estilo corto que llegaba a los hombros, con algunos mechones más largos a los lados. En la parte superior, su cabello estaba recogido y sujeto por una diadema plateada que le daba un aire de dignidad y feminidad.
El hombre siguió mirando la imagen detenidamente, observando los detalles. Aquella mujer tenía una figura esbelta y de estatura media, con una complexión atlética que demostraba su entrenamiento como guerrera. Su postura siempre era erguida y firme, reflejando su carácter noble y fuerte. Llevaba una armadura plateada que cubría su torso, brazos y piernas, diseñada para protegerla en combate, pero también estilizada para que mantuviera una figura elegante. Su atuendo también incluía una falda de malla metálica y una capa larga de color púrpura oscuro que reforzaba su imagen heroica.
El hombre vio que aquella mujer llevaba una bandera. Sostuvo la foto un poco más mientras la seguía observando y, finalmente, la guardó en su bolsillo. Luego le preguntó al chico:
—¿Ella quién es?
El chico le respondió:
—Si le preguntas a ella, parecería una mujer santa, o alguien devoto de Dios, o incluso una monja. Literalmente, eso parece.
—Ella es Jeanne d'Arc —le dijo el chico.
El hombre alzó una de sus cejas y preguntó:
—¿Dame?
—Ella es conocida como la heroína histórica francesa que lideró a su pueblo durante la Guerra de los Cien Años, guiada por su fe y sus visiones. Fue ejecutada en la hoguera, y su papel como figura santa y mártir le otorga una gran presencia en el mundo espiritual.
El hombre parpadeó unos momentos, luego volvió a sacar la foto y la miró detenidamente antes de guardarla. El chico se pasó la mano por la cabeza y le dijo:
—Entiendo tu reacción, pero no es para tanto.
El hombre respondió, con una expresión de incredulidad:
—¡Diablos, niño! ¿Me pides matar a una figura heroica?
El hombre le dio una sonrisa torcida y le dijo:
—Esto te costará más, niño. No estamos hablando de cualquier persona.
El chico dio un suspiro más y le respondió:
—Lo sé, viejo. Sé que me va a costar más.
El hombre, con una mirada curiosa, le pidió:
—Niño, ¿me puedes repetir lo que dijiste?
El chico alzó una ceja y le contestó, con tono desafiante:
—¿Acaso no entendiste, viejo?
El hombre, visiblemente impaciente, le respondió:
—¿Cómo esperas que haga bien el trabajo si no me das lo que necesito?
El chico, con calma, le replicó:
—¿Qué parte quieres que te repita, viejo?
El hombre, con un gesto de frustración, comentó:
—¿Cómo es eso de que murió y ahora está viva? ¿Acaso invocan al diablo? Bueno, ya sabes, sacrifican una cabra y todo se descontrola...
Mientras decía esto, hacía gestos exagerados con sus manos.
El chico, visiblemente molesto, empezó a templar el ojo izquierdo. Estaba a punto de mandar al diablo al hombre, pero se concentró y tranquilizó sus pensamientos. Luego, le dijo de una forma amenazante:
—Ese no es tu problema.
El hombre sonrió, alzó la mano y la puso encima de la cabeza del chico, diciéndole:
—Ya, ya, ya, no llores.
El chico se enojó, y con un rápido movimiento, apartó la mano del hombre de su cabeza. Lo miró con desdén y le dijo:
—No, ya en serio, viejo. ¿Tienes alguna duda sobre la chica que tienes que matar?
El hombre lo miró fijamente y le respondió, con tono serio:
—No, niño, no tengo dudas.
Una vez dicho esto, el chico se levantó de la silla y le dijo:
—Espero que cumplas con el trabajo que te di, Toji Fushiguro.
—Claro que cumpliré mi trabajo, Shirou Kotomine —respondió Toji, con tono desafiante—. Lo que sea, niño. Da por hecho que cumpliré ese trabajo. Anda, alista esos fajos de dinero. Después de todo, Toji Fushiguro nunca volverá a perder una pelea, y me aseguraré de matarla para no llevarme sorpresas.
Toji repitió esto último en su mente, mientras pasaban flashbacks de la pelea que tuvo con Satoru Gojo. En esa pelea, él había muerto.
Aquel chico llamado Shirou se giró y comenzó a caminar hacia la salida de la taberna. A milímetros de la puerta, Shirou le dijo algo que no se alcanzó a escuchar. Toji lo miró y le sonrió, gesto que el chico le devolvió antes de abrir la puerta y salir de la taberna.
Una vez fuera, Shirou continuó su camino, mientras que Toji se quedó unos minutos más en la taberna. Sonrió y dijo para sí mismo:
—En tres a siete días.
Luego se levantó de la silla y se dirigió a la salida. Antes de irse, el bartender le dijo:
—Tienes que pagar, no puedes irte sin pagar.
Toji lo miró a través de un espejo, sin girarse, y le respondió:
—Anótalo en mi cuenta.
El bartender insistió:
—Tienes que pagar, Toji.
Toji, con una mirada de enojo, se calmó y de su bolsillo sacó una pequeña bolsa de monedas de oro. La lanzó hacia atrás y dijo:
—Ahí te pagué, viejo. Con eso te bastará, ¿verdad?
El bartender asintió con la cabeza mientras Toji salía de la taberna. El Fushiguro miró al cielo, y vio cómo las nubes tenían un tono gris, un color que reflejaba tristeza. Pero a Toji le daba igual. Después de todo, no se podía cambiar, y tampoco era un problema suyo.
Bajó la vista y continuó caminando hacia su destino. Mientras lo hacía, la lluvia comenzó a mojar su ropa, pero a él le importaba poco. Miró al cielo nuevamente y dijo, entre susurros:
—Genial, está lloviendo.
Pero no le dio importancia. Volvió a mirar al frente y siguió su camino, mientras la lluvia mojaba su cuerpo. Su mente vagaba, pensando en cómo había llegado a este mundo. Recordaba claramente que se había quitado la vida para evitar pelear contra su propio hijo. A pesar de lo que había hecho, no podía evitar sentirse feliz al ver que su hijo ya estaba grande.
Satoru Gojo había cuidado bien de Megumi, y si Megumi estaba bien, Tsumiki también debía estarlo. Después de todo, ellos no eran hermanos de la misma madre, pero se querían mucho. Esto hizo que una pequeña sonrisa apareciera en el rostro de Toji mientras continuaba caminando hacia su destino.
Se repetía constantemente las palabras en su mente: "Toji Fushiguro, clase assassin." A él le daba igual. Después de todo, había sido un mercenario, un hombre que mataba por dinero. No era algo que le sorprendiera. Y nunca fallaba... hasta que llegó el día en que se enfrentó a Satoru Gojo, el usuario del Infinito y el poseedor de los Seis Ojos. Bueno, Gojo lo mató, solo que no se aseguró. Tenía que cortarle la cabeza, pero al hacerlo, Gojo usó una técnica maldita llamada inversa. Esta técnica, normalmente destructiva, combinaba dos energías negativas que se neutralizaban entre sí y generaban una energía positiva capaz de regenerar el cuerpo y curar heridas. Eso fue lo que lo resucitó, curando todas sus heridas.
Al estar al borde de la muerte, Toji andaba eufórico. Se recuperó rápidamente y le devolvió el golpe con más fuerza, usando una técnica de su clan llamada vacío púrpura. Esta energía se producía cuando el azul y el rojo se unían, formando el vacío púrpura. Desconocía esa técnica, pero, sorprendentemente, la técnica de Gojo le perforó el costado derecho de su torso, cerca del abdomen. La herida fue profunda, y comenzó a sangrar considerablemente. Ese ataque le destrozó los órganos internos, llegando al punto de desaparecerlos. Perdió cuatro órganos importantes: el hígado, el pulmón derecho, el intestino grueso y el riñón derecho. Sin embargo, lo más sorprendente fue que, a pesar de estar en ese estado, seguía consciente, algo que sería imposible para cualquier otra persona en esa situación. Perdió medio litro de sangre, y sabía que tarde o temprano moriría. Pero lo que no sabía era cómo.
Aunque no le importaba mucho; después de todo, era lo que cabía esperar. Ahora le tocaba sobrevivir en este nuevo mundo y seguir "chambeando". Después de todo, él era el mejor chambeador de su casa. Nadie lo podía superar.
Toji giró la cabeza en varias direcciones, nuevamente perdido en sus pensamientos. Continuó caminando unos minutos más, hasta llegar a su destino. Cuando sus pasos se detuvieron, miró hacia adelante y entró a su casa.
El aspecto de la casa de Toji no era gran cosa. Apenas tenía unos pocos muebles: un comedor de madera y una cocina que parecía no haber sido usada en años. Fushiguro siempre prefería comer fuera de casa, aunque sabía lo básico de la cocina. Sin embargo, rara vez cocinaba. Continuó avanzando dentro de la casa, hasta toparse con una puerta. No se demoró mucho en abrirla y, una vez dentro, se dirigió directamente a un pequeño armario. Su cuarto no era grande ni estaba lleno de cosas, solo tenía lo básico: una cama, un espejo mediano y una mesa pequeña con una vela que servía para iluminar la mitad de su cuarto.
Se acercó al armario, lo abrió y observó su ropa. Su atuendo estaba compuesto por:
Camiseta ajustada negra: Una camiseta de manga corta, ajustada, que acentuaba su musculatura y le permitía libertad de movimiento.
Pantalones amplios de color gris claro: Un diseño suelto y ancho, dándole un aspecto relajado. Este tipo de pantalones eran cómodos y prácticos, permitiendo una gran libertad de movimiento.
Toji cogió la ropa y la tiró encima de la cama. Comenzó a desvestirse. Primero se quitó el suéter gris claro y, al hacerlo, su torso quedó completamente desnudo. Giró hacia la derecha y miró su reflejo en el espejo. Al hacerlo, vio su cuerpo lleno de cicatrices. Aquellas marcas fueron producto de los abusos sufridos a manos de los integrantes del clan Zenin, y otras por su trabajo como mercenario. Tenía muchas cicatrices, pero las más notables eran las que se encontraban cerca de sus labios, la que cruzaba su costado derecho del abdomen, y las que adornaban su espalda, hombros y brazos.
Toji observó su cuerpo en el espejo, con sus cicatrices contando historias de sufrimiento, lucha y supervivencia. Cada marca, una huella de las batallas que había enfrentado.
Cicatriz en el costado derecho del abdomen: Una de las más prominentes y visibles en su torso, ubicada en el lado derecho de su abdomen. Esta cicatriz era larga, producto de un corte profundo, probablemente de alguna pelea brutal y extensa.
Cicatrices en la espalda y hombros: A lo largo de su espalda se podían ver varias cicatrices largas y diagonales, que cruzaban tanto los hombros como el centro de la espalda. Estas eran el resultado de múltiples ataques con armas y combates cuerpo a cuerpo.
Cicatrices en los brazos: En sus brazos también se reflejaba su vida de lucha. Las marcas visibles eran claras señales de los constantes enfrentamientos y heridas que había recibido a lo largo de su carrera como mercenario.
Y, por supuesto, no podía olvidar la cicatriz en su mejilla izquierda, cerca del labio. Esa cicatriz fue el resultado del maltrato que recibió de joven por parte del Clan Zen'in. No podía olvidar a esa familia de mierda que le destrozó la vida desde que era pequeño. Todo comenzó cuando su madre se suicidó al enterarse de que él no tenía energía maldita, algo que marcó el principio de su oscuridad interior. Desde ese momento, su vida se oscureció, hasta que convirtió su mayor debilidad en su mayor fortaleza. Se transformó en el asesino de hechiceros más temido, no porque tuviera energía maldita, sino porque la ausencia de ella lo hacía indetectable. Su Restricción Celestial también le permitió desarrollar habilidades físicas sobrehumanas, lo que lo convirtió en un enemigo casi invencible.
Era conocido por muchos nombres: Ghost Zen'in, Asesino de Hechiceros, o El Ogro del Clan Zen'in. Con solo mencionar su nombre, la gente se estremecía. Después de todo, el Clan Zen'in lo veía como una aberración, un fracaso, una completa decepción. Pero a Toji le daba igual lo que pensaran esos viejos seniles. Él siguió su propio camino, desafió su sistema de valores y puso en peligro su reputación. Se hizo poderoso. Inclusive el mismo Clan Zen'in temía a su existencia.
Mientras recordaba todo esto, Toji giró su cabeza hacia un lado y luego al otro. Volvió a perderse en sus pensamientos, antes de decidir girarse a la izquierda para tomar su camisa negra. Se la puso sin prisa, y luego se miró en el espejo. Sonrió, luego se giró de nuevo y dijo: "No me queda nada mal". Con una sonrisa de satisfacción, realizó una pose de doble bíceps, flexionando ambos brazos a la altura de los hombros y mostrando sus bíceps, mientras contraía otros músculos de su torso, como los abdominales y pectorales. Se veía atractivo, claro, pero para él eso no importaba. No estaba pensando en encontrar una mujer, al menos no en ese momento.
Siguió con su rutina, quitándose los pantalones negros y poniéndose unos pantalones amplios de color gris claro. Estos eran más cómodos y perfectos para chambear, es decir, para moverse rápidamente en combate. Además, le daban una mejor flexibilidad y eran adecuados para su trabajo de asesino.
Se quitó sus zapatos deportivos negros y, con un ágil movimiento, se agachó para tomar sus zapatillas negras tipo alpargata. Las prefería por ser ligeras y cómodas. A alguien como él, un asesino, le convenía mucho este tipo de calzado.
Una vez que se puso las zapatillas, se levantó, se giró hacia el espejo y dijo con una sonrisa: "Me veo bien". Pero, justo cuando pensaba que ya estaba listo, algo extraño ocurrió.
De repente, apareció un gusano de color morado, conectado a su torso. El gusano tenía una cara humana, o algo que se asemejaba a una cara humana. Toji pasó la mano por la cabeza de esa cosa, acariciándola como si fuera una mascota. Para cualquiera, esa escena sería completamente perturbadora. Ver a un hombre acariciando un gusano con tal naturalidad era inquietante. Sin embargo, para Toji, esa criatura era una herramienta útil, algo que le ayudaba en su trabajo.
Este gusano morado no era una simple mascota, sino un espíritu maldito conocido como Almacenamiento de Objetos. Este espíritu le otorgaba una habilidad única: podía almacenar armas y herramientas dentro de él. Actuaba como un "almacén viviente", donde Toji guardaba todo su arsenal de armas sin necesidad de llevarlas físicamente encima.
Toji sonrió al ver su reflejo y, una vez más, se giró hacia su destino, preparado para lo que fuera que el mundo le tuviera preparado.
Toji observaba todo desde las sombras, su mente ya analizaba cada detalle de la escena frente a él. Desde su posición elevada sobre el árbol, con una calma letal, veía cómo la chica que había estado buscando no solo estaba resistiendo, sino que estaba luchando contra un golem gigantesco que intentaba aplastarla. El golem no era una amenaza menor, su tamaño y poder destructivo eran impresionantes, pero la chica no parecía estar dispuesta a rendirse, lo que le generaba cierta curiosidad a Toji.
La joven, de cabello rubio, mostraba una determinación feroz al evitar ser aplastada. Estaba claramente en una situación desesperada, pero algo en su postura le decía a Toji que no era una simple luchadora. Su estilo de combate mostraba signos de habilidad y resistencia. Aunque la chica parecía estar en desventaja, su capacidad para esquivar y contraatacar le dio una ventaja táctica.
Toji, desde su escondite, observó con atención los movimientos de la chica. Pero lo que realmente llamó su atención fueron los otros dos individuos que acompañaban la escena: un chico de cabello castaño y otro de cabello rosa. No parecían ser tan importantes en la lucha contra el golem, pero sin duda tenían algo que ver con la chica rubia. ¿Aliados? ¿Proveedores de ayuda? Toji no podía saberlo aún, pero lo que sí sabía era que no podía permitirse apresurar el ataque. Necesitaba estudiar la situación antes de actuar.
Mientras tanto, las palabras de Toji resonaban en su mente: "Parece que estoy listo". Él no estaba ahí solo para enfrentarse a una chica cualquiera, estaba ahí para cumplir con un trabajo, y no fallaría. No iba a subestimarla, pero tampoco iba a dudar en cumplir su misión. La recompensa estaba al alcance de su mano, y el dinero, como siempre, era un excelente motivador.
El Fushiguro había estado preparado para este momento desde el instante en que aceptó el encargo. Había revisado su arsenal, se había asegurado de que todas sus armas estuvieran listas y en su lugar. Su Lanza del Cielo Invertida le había servido bien en el pasado, y lo seguiría haciendo. Pero esa no era la única herramienta en su arsenal. Tenía un arsenal completo, cada arma con su propósito específico, pero la que más le gustaba y confiaba en su poder era la lanza.
Sin embargo, algo dentro de él sentía que esta batalla iba a ser diferente. La chica parecía estar en una situación crítica, pero él sabía que algo no cuadraba. Las dudas comenzaban a rondar en su mente, pero las desecharía. Toji Fushiguro nunca había sido de dudar en el campo de batalla.
Su sonrisa regresó a su rostro, mostrando una mezcla de diversión y desprecio mientras analizaba la situación. "Diablos, parece que todo está a punto de volverse interesante..." murmuró para sí mismo. Toji nunca se había enfrentado a una misión tan intrigante, pero eso solo aumentaba la emoción de lo que estaba por venir.
Mientras tanto, el golem seguía lanzando ataques devastadores hacia la chica rubia, pero ella no se rendía. Toji sintió que era el momento adecuado. Se agachó ligeramente, evaluó el ángulo y con rapidez se preparó para intervenir.
"Este trabajo es mío", pensó mientras se preparaba para hacer su movimiento. Sin embargo, la presencia de los otros dos individuos, aunque parecía más un obstáculo que una amenaza directa, lo mantenía alerta. ¿Quiénes eran? Toji no tenía tiempo para detalles, pero algo en su interior le decía que esta misión no iba a ser tan fácil como las anteriores.
La caza de la chica estaba a punto de comenzar, pero Toji Fushiguro no se dejaría distraer. Él siempre ganaba.
La batalla entre Toji Fushiguro y Mordred Pendragon se intensificaba, y la atmósfera se volvía cada vez más cargada de tensión. Toji, con su astucia y brutalidad, estaba dominando la pelea, pero Mordred, la hija del legendario rey Arthur Pendragon, no era una oponente cualquiera. Con cada movimiento de su espada, cargada con su noble phantasm, Toji se veía obligado a reaccionar con una rapidez letal.
Al ver a Mordred concentrarse y canalizar todo su mana en la espada, Toji sabía que algo grande venía. El Clarent Blood Arthur, la espada mítica de Mordred, brilló con una luz deslumbrante mientras ella invocaba su grito de guerra. El aire vibraba con el poder de su ataque. Era el momento crítico. Toji, sin embargo, no mostró señales de miedo, ni siquiera de preocupación. Él no temía a los ataques directos, ya que había superado tantas adversidades como esta en el pasado. La sonrisa en su rostro permaneció desafiante, como si el mundo entero pudiera ver la calma con la que estaba enfrentando a su oponente.
Cuando Mordred lanzó su ataque, Toji se movió con una rapidez que dejó a todos sorprendidos. Sin el menor esfuerzo, bloqueó el poder absoluto de su noble phantasm, utilizando sus habilidades físicas superiores y su dominio de la velocidad. Mordred, aún incrédula, abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que Toji no solo había detenido su espada, sino que ahora estaba justo frente a ella, demasiado cerca como para que pudiera reaccionar a tiempo.
"Imposible…", murmuró Mordred mientras retrocedía en shock. Pero ya era tarde. Toji, con una precisión mortal, la había desarmado y estaba a punto de finalizar la pelea. Su sonrisa se amplió mientras sentía la presión del poder de la espada aún vibrando en sus manos. "No tan rápido, niña…" dijo con voz baja y segura.
Mordred, que antes se había sentido llena de determinación, ahora experimentaba el desmoronamiento de sus expectativas. La presión física de la lucha había comenzado a hacer mella en ella, y la certeza de que sus ataques no serían suficientes contra Toji Fushiguro, un hombre que carecía de energía maldita pero que poseía una habilidad sobrehumana, se hizo evidente.
Toji aprovechó el desconcierto de Mordred y, con un ágil movimiento, la empujó hacia atrás. El hecho de que Mordred no fuera capaz de reaccionar a su velocidad se debió a la diferencia de sus habilidades. Ella había confiado en su noble phantasm, pero se olvidó de algo crucial: Toji no dependía de la energía maldita. Su fuerza física y su rapidez eran su única arma, y eso le daba la ventaja.
La batalla continuó en un vaivén de movimientos rápidos y ataques inesperados, pero Toji Fushiguro sabía que ya había ganado la ventaja. Mordred estaba agotada, y él no pensaba darla un respiro. "Es hora de acabar con esto." Con esas palabras, Toji se lanzó al ataque final. Mordred, aún en shock, no pudo responder. El golpe de Toji la alcanzó de lleno, y la pelea llegó a su fin.
En ese momento, cuando todo parecía estar decidido, Toji se detuvo frente a ella. "Buen trabajo, pequeña… Has sido una buena oponente," dijo, dejando que el silencio llenara el aire entre ellos. Mordred, exhausta, apenas podía mantenerse en pie. Pero su mirada todavía estaba llena de orgullo y desafío.
"Mi nombre es Toji Fushiguro," dijo él, y sus palabras resonaron en la mente de Mordred. "Recuerda ese nombre."
Mordred, con dificultad, levantó su espada, dispuesta a resistir hasta el final. Pero Toji la detuvo con una simple mirada. "Eso no será necesario."
La historia de la batalla entre Toji Fushiguro y Mordred Pendragon se convertiría en un relato que resonaría mucho tiempo después, una lucha entre dos guerreros decididos, pero solo uno saldría victorioso.
Toji Fushiguro había demostrado, una vez más, que no importaba el oponente ni la situación, él siempre encontraría la manera de ganar.
Toji, con un movimiento rápido, desarma a la chica, y con otro, perfora su armadura. La armadura comienza a cuartearse, y pronto se deshace en varios cristales que se dispersan por el aire. A partir de ese momento, Toji abre paso y perfora la garganta de la chica. Con un movimiento más, baja la lanza del cielo invertida y la dirige hacia su torso, causándole una herida mortal. Toji retira la lanza del cuello y torso de la chica, mientras patea sus piernas, lo que provoca que pierda el equilibrio y caiga al suelo. El golpe del cuerpo al caer resuena en el campo de batalla. Toji observa a la mujer muerta y dice, "A lo que vinimos." Luego, camina hacia donde se encuentra la Santa de Orleans.
Sin embargo, en ese momento, los ojos de Toji se abren con sorpresa al ver que el golem ya se ha levantado y está intentando matar a Jeanne. Toji no tarda en blandir la lanza del cielo invertida y se pone en postura de ataque mientras la luz de la luna ilumina su arma. Enseguida, se abalanza contra el golem, comenzando a leer sus movimientos en busca de un patrón fijo, ya que Jeanne sigue evadiendo los ataques mientras intenta lanzar los suyos. A pesar de que el golem no detecta a Toji debido a su falta de mana, él sigue corriendo hacia el monstruo. Con un salto y empuñando la lanza, corta uno de los brazos del golem, cuyo miembro cae al suelo. Toji aterriza a las espaldas del golem, se gira con un solo movimiento y ataca con varios cortes en las piernas del monstruo, cortando sus articulaciones y haciéndolo caer debido a su inestabilidad.
Jeanne se aparta, observando la lucha entre los dos. Toji espera pacientemente a que el golem caiga, y su espera es recompensada cuando finalmente lo ve desplomarse. Toji camina hacia el golem, se coloca sobre su pecho y, con un rápido movimiento, lo mata. "Esto fue demasiado fácil. Esperaba que la misión fuera más difícil," dice Toji, pero un sonido interrumpe sus pensamientos. Se gira hacia el origen del ruido y ve a Jeanne d'Arc observándolo. Toji le devuelve la mirada, mientras coloca la lanza del cielo invertida frente al espíritu maldito, que se la traga rápidamente.
Jeanne observa con algo de asco mientras el espíritu maldito termina de devorar el arma. El espíritu escupe una pistola, y Toji la toma, poniéndola en su mano. Jeanne se pone en guardia, preparada para cualquier ataque de Toji. En ese instante, un disparo resuena en el campo de batalla:
PUM, PUM, PUM.
PUM, PUM, PUM.
PUM, PUM, PUM.
Toji había disparado a otra persona, o eso pensaba él, al ver cómo más de esos seres salían del suelo en un movimiento que Jeanne no pudo percibir. Toji la toma rápidamente en brazos y, colocando la mano cerca del espíritu maldito para que este escupa otra arma, extrae la Split Soul Katana. Toji sonríe y dice, "Llevaba tiempo sin usar esta arma." Se pierde en sus pensamientos, recordando cómo, con esta misma espada, mató a la maldición de Suguru Geto.
De repente, un movimiento lo hace pisar firmemente el suelo, gira a su derecha y mira a Jeanne, que está sobre su hombro. Toji le dice que se quede quieta, porque si no lo hacía, solo sería un estorbo en la pelea. Con un rápido movimiento, se desliza hacia el frente mientras empuña la Split Soul Katana y elimina a los enemigos uno tras otro. Pasaron varios minutos hasta que logró acabar con todos. Luego, se gira hacia atrás y observa a las personas que había noqueado, ahora despertando.
Toji le dice a Jeanne que se quede quieta, porque le incomodaba mucho. Jeanne, con cierta irritación, responde: "Si tan solo me bajaras..." Mientras intenta hacer movimientos bruscos para zafarse del agarre de Toji. Finalmente, el Fushiguro observa el campo de batalla y se aleja con Jeanne, llevándola como un saco de patatas o un costal de arena.
