Hola:
Tema del día 22. Ahora veremos otro fetiche de Minos, que de nuevo involucra a Anna.
Gracias por leer, comentar y seguir.
Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. La historia es de mi autoría personal, la cual solamente escribí por diversión.
Día 22: Sexo en público/Public Sex
Acto sexual en un espacio público.
[Minos x Anna]
Inframundo, Tribunal del Silencio.
Minos comenzaba a hartarse de aquellas almas condenadas. Ese día en particular, Lune de Balrog no se encontraba disponible para remplazarlo en la Corte. Así que debía soportar las quejas y súplicas absurdas de estos pecadores. Se trataba de personas que habían cometido actos inmorales y crueles, y a pesar de saberlo, se hacían las dignas, exigiendo un juicio que los indultara.
El juez Grifo bien podría haber usado sus hilos de cosmos para romperles el cuello y que guardaran silencio. Pero eso sería limpieza extra para las monjas oscuras, incluyendo a Anna, su linda marioneta. No quería que ella se quedase demasiado tiempo aquí, pues hoy tenía deseos de llevarla a Ptolomea y follarla por largo rato.
A decir verdad, en estos precisos momentos, deseaba tenerla entre sus brazos, y hacer travesuras sobre el escritorio con ella. Lo pensó un instante y una idea comenzó a tomar forma en su mente.
Les dio una mirada a los muertos que hacían fila en el vestíbulo, esperando su turno. No eran más de ocho almas, las últimas del día, y por lo poco que hojeó en el libro de juicios, todos habían sido lacras en vida. Ni siquiera tenía ganas de revisar sus deslices para juzgarlos a conciencia, pues merecían irse directo a la sexta prisión del inframundo.
Cuando oyó abrirse la puerta del muro posterior, supo que aplicaría una sentencia general. Sus ganas de trabajar acababan de esfumarse con la llegada de Anna.
Ella se acercó al escritorio con escoba y cubeta en mano, dispuesta a realizar las últimas labores del día. Pero cuando vio que aún había almas en el vestíbulo, tuvo que preguntar.
—Señor Minos, ¿Desea que vuelva después? —
El mencionado sonrió, terminando de redactar el veredicto. En ese momento, empezó el murmullo de los muertos, quienes se dieron cuenta de que el juez cerraba su libro, sin la intención de llamarlos uno por uno para juzgarlos.
—Acércate Anna, por hoy te libero de tus obligaciones de aseo— la llamó con un gesto, indicándole que se sentara en un área libre del escritorio. —Tengo ganas de hacer otras cosas. —
La sirvienta hizo un respingo, ya que la tomó por sorpresa su indicación. Ya estaba acostumbrándose a los caprichos del juez Grifo, pues sabía que cuando él tomaba esa actitud perversa, ella debía complacerlo. Pero no se esperó que quisiera hacerlo aquí, con todas aquellas almas prestando atención.
—Señor, no creo que sea buena idea— habló con duda, dejando sus artilugios en el suelo y acercándose con precaución. —Me refiero a que… hay almas que están esperando… y yo no… —
El juez se levantó de su trono y la tomó por la cintura, alzándola con facilidad, para luego depositarla sobre la superficie del escritorio. Sus intenciones eran claras, y más cuando empezó a escuchar las quejas de los muertos.
—Oiga, ¿Qué se supone que hace?, faltamos nosotros— dijo uno.
—No puedo creerlo, pensé que los jueces eran más serios— masculló una mujer. —Esto es tan inmoral. —
—¡Esto no puede estar pasando, yo le pagué muy bien al barquero para que me trajera!, ¡Exijo un juicio justo! — exclamó otro.
—¡Señor juez, no puede hacer eso, tenga algo de respeto! — increpó alguien más.
Las quejas fueron en aumento y a Minos no parecía importarle en lo más mínimo, pues ahora estaba entretenido subiéndole la falda del hábito a la monja. Esto era excitante para él, ya que, en estos momentos, era el único ministro presente en el Tribunal. Los soldados Skeleton se encontraban afuera, vigilando, y no ingresarían a menos que se les ordenara. Por otro lado, ya había tenido ganas de poner en práctica una fantasía muy particular: Tener sexo en público.
¿Por qué deseaba esto?
Por mero capricho, por probar cosas nuevas, y por sus huevos. Al ser el juez principal, tenía muchas libertades en todos los sentidos. Y eso incluía divertirse con su amante donde se le pegara la regalada gana. Pero había que hacer algo con las almas quejumbrosas.
En cuanto a la monja, ella no podía hacer nada al respecto. Esta era una situación bochornosa, pero también se dio cuenta que no era tan "grave". Es decir, sólo eran ellos dos en el estrado, pues las almas no contaban del todo, ya que el juez las enviaría a una prisión por el resto de la eternidad. Anna no conocía a nadie y no importaba lo que sucediese ahora mismo, pues jamás volvería a verlas.
Entonces, notó que el juez ya había levantado su vestimenta, y ahora acariciaba sus muslos internos con una mano, mientras que, con la otra, ejecutaba un ademán hacia el vestíbulo. Sabía perfectamente lo que iba a suceder.
Los hilos violáceos se desplegaron en un instante, atrapando a todas las almas del cuello y las extremidades. Las quejas cesaron, siendo reemplazadas por balbuceos de temor y desconcierto. Minos era un Espectro sádico, y una de sus actividades favoritas, era torturar almas cuando éstas lo importunaban. A él no le gustaba que lo molestasen mientras jugaba con su marioneta favorita.
La sirvienta giró un poco el rostro para mirar al inesperado público, quienes ahora observaban hacia el estrado, hacia ellos específicamente, obligados por los hilos. Permanecían atados, con brazos y piernas inmovilizados, los cuellos tensos, las bocas selladas, y una expresión de pánico en sus caras.
—Minos, estás desquiciado— pensó para sus adentros.
Ella no se resistió a sus intenciones, sólo era cuestión de cerrar los ojos y cooperar. Después de todo, ceder a sus perversos comportamientos le brindaba protección y seguridad. El inframundo era peligroso, así que estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario para mantenerse a salvo. Incluso si Minos deseaba follarla sobre el escritorio, con muchos pares de ojos contemplando el obsceno acto.
El ministro sonrió complacido, ver a sus víctimas atadas con sus hilos provocaba en él una sensación excitante. Regresó su mirada a la monja, quien ahora lo observaba dudosa, pero sin oponerse a sus caricias. Sus manos se esmeraron en recorrer su piel, al mismo tiempo que iba retirando la prenda interior.
—Relájate mi querida Anna, esto será divertido— se relamió los labios con malicia.
Nerviosa, la mujer tragó saliva, no quedándole más opción que dejarse hacer, a pesar de saber que la lengua del juez era muy placentera. Sus pensamientos se interrumpieron cuando notó que Minos se perdía entre sus piernas, olfateando con morbo.
La lengua masculina comenzó a recorrer la rosada carne de la sierva, arrancándole un gemido ahogado y un notorio estremecimiento. Sin perder el tiempo, se enfocó en estimularla con rapidez, mientras de reojo observaba a las almas hacer gestos de desaprobación ante lo que hacía. Era divertido para él notar su frustración a la vez que se divertía.
En ese instante, Anna comenzó a jadear con mayor profundidad y su lubricación se hizo presente. Lo que aumentó la lujuria del juez. Continuó libando con insistencia en lo que chasqueaba los dedos de una mano. Su Sapuri vibró ligeramente, atendiendo el mandato implícito. Las piezas que protegían su cintura y caderas se desprendieron, cayendo al suelo con un ruido metálico.
En el vestíbulo, los muertos contemplaban indignados la perversa escena. Para ellos esto era un acto sumamente inmoral y no podían hacer nada para dejar de mirar, pues permanecían retenidos por las hebras infernales, las cuales los constreñían cada vez que intentaban moverse.
Minos sonrió con lascivia, tras apartarse de la sierva y sentir la punzada de su ahora endurecida virilidad. Ella estaba lista para recibirlo, pues su mirada anhelante no disimulaba el deseo que ahora la recorría. Sin dejar de acariciar sus muslos, bajó su oscura vestimenta, liberando su palpitante miembro. Lo sujetó con firmeza, para guiarlo hacia la cavidad femenina. Empezó a restregarlo contra sus húmedos pliegues, percibiendo una grata sacudida.
Por su parte, la mujer liberó un gemido entrecortado, sintiendo la contracción de su sexo. La fricción de la dureza masculina la hizo temblar y casi suplicar, ya que Minos la había dejado en un punto demasiado estresante.
Él pareció entenderlo, pues no demoró más tiempo. Se inclinó sobre ella, comenzando a penetrarla con lentitud, placiéndose de su increíble abrazo. No pudo evitar regodearse ante lo que sentía, permitiendo que el instinto lo dominara. Se quedó quieto por un instante, dejando que las descargas lo recorrieran. Pero cuando notó que Anna le rodeaba las caderas, casi demandante, supo que era momento de continuar.
La sirvienta se dejó arrastrar por aquella vorágine de sensaciones obscenas, exigiéndole más a su amante. Minos la complació iniciando un intenso vaivén de sus caderas. Sus sexos se fusionaron por completo, regalándoles un mayor deleite carnal.
Las almas se quedaron quietas, presenciando aquel primitivo acto. Escuchando la sicalíptica melodía de sus gemidos, observando el descarado baile de sus cuerpos. Presintiendo que, aquel espectáculo, sería lo último que verían.
El juez aumentó la fuerza de su empuje al notar que su culminación se aproximaba. La monja se aferró a su cuello, percibiendo su propio orgasmo creciendo. Se miraron el uno al otro, complaciéndose de ver la lujuria mutua en sus respectivas pupilas.
El tiempo se detuvo un instante, justo cuando el clímax explotaba en ambos. Su clamor llenó el lugar, sincronizados en aquella potente culminación. La semilla del juez se derramó, mientras el interior femenino se constreñía con fuerza. El éxtasis los sumergió en un divino sopor, llevándolos poco a poco hacia la relajación.
…
Las almas permanecían mudas todavía cuando Minos levantó la mirada hacia donde estaban. Aún no se apartaba de su amante, pero su expresión, a pesar de estar relajado y satisfecho con lo acontecido, no perdía ese aire siniestro que lo caracterizaba.
Levantó una mano, haciendo otra gesticulación. Los hilos violáceos se disiparon. Sin embargo, los muertos no tuvieron tiempo de nada, pues de inmediato se ejecutó la sentencia que ya había dictaminado el Grifo. En menos de un segundo, el grupo fue envuelto en una estela brillante, desapareciendo de inmediato.
Minos soltó una risita burlona, para luego apartarse de la monja. Volvió a vestirse y a llamar las piezas de sus Sapuri. Anna, por su lado, se incorporó con lentitud, visiblemente cansada.
—Puedes retirarte, mi linda marioneta— se acercó, dándole un intenso beso. —Por hoy es suficiente, procura descansar, porque quizás desee repetir esto después— sonrió ladino.
La mujer asintió, apenas recuperando el aliento. Bajó del escritorio, y con las piernas temblándole aún, se marchó de la Corte.
Definitivamente, complacer al juez principal, se estaba volviendo agotador y perverso.
Gracias por leer.
22/Octubre/2024
