Cuando Daruk y los soldados llegaron a la aldea, el caos ya estaba en su punto máximo. Los Centaleones avanzaban implacables, destruyendo casas y tiendas con cada paso. Los soldados que quedaban intentaban desesperadamente evacuar a los aldeanos, guiándolos hacia las salidas más alejadas del ataque. Los gritos de la gente resonaban por todas partes mientras el cielo nocturno se llenaba de humo y el resplandor de las llamas que empezaban a surgir entre los edificios.
Uno de los Centaleones levantó su espada y, con un golpe feroz, destrozó una parte de la muralla de la aldea, arrojando escombros por los aires. Los gritos de los aldeanos eran ensordecedores, y el pánico reinaba.
—¡Evacuen a los civiles, rápido!— gritó un oficial del cuartel mientras corría de un lado a otro, ayudando a familias a huir hacia las colinas cercanas.
Daruk se lanzó al combate sin dudar. Con su gran maza en la mano y su risa temeraria resonando por el aire, golpeó directamente a uno de los Centaleones en el flanco. La bestia gruñó y retrocedió levemente por el impacto, pero la sonrisa confiada de Daruk pronto se desvaneció al ver que el golpe apenas había hecho mella en la criatura.
—¡Por las barbas de Din!— exclamó Daruk, retrocediendo un paso.
El Centaleón lo atacó de inmediato, balanceando su espada con una velocidad que casi lo sorprendió. El Escudo de Daruk se activó justo a tiempo, formando una barrera de energía que desvió el golpe, pero incluso con su habilidad única, Daruk sintió el tremendo impacto en su cuerpo.
—¡Vaya! ¡No va a ser tan fácil, eh!— rugió Daruk, apretando los dientes.
Los tres Goron de élite que lo acompañaban se lanzaron contra los otros Centaleones, sus puños de roca chocando con la armadura dorada de las bestias, pero aunque sus ataques eran poderosos, no lograban hacer mucho daño. Los Centaleones, alimentados por la malicia de Ganon, eran más fuertes y rápidos de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado.
—¡Defiendan a los aldeanos!— gritó Daruk, bloqueando otro golpe con su escudo. Cada impacto hacía temblar el suelo, y aunque su escudo seguía resistiendo, sabía que solo podía defenderse. Los ataques no parecían causar ningún daño real a las criaturas.
Los soldados y Goron continuaban la lucha, mientras la aldea seguía siendo evacuada. El caos y la desesperación reinaban en las calles, y los Centaleones, imparables, parecían cada vez más decididos a destruir todo lo que encontraban a su paso.
Daruk, jadeando por el esfuerzo, mantuvo su escudo en alto, pero sabía que no podía resistir para siempre. Los golpes eran constantes, y cada vez más fuertes. A su alrededor, los soldados luchaban valientemente, pero cada vez más caían, incapaces de detener a las bestias.
—-
La aldea Hatelia estaba en ruinas. Las casas, una vez llenas de vida y risas, eran ahora escombros ardiendo bajo el cielo nocturno. Las calles que antes habían sido un refugio seguro para los aldeanos, ahora yacían desiertas y llenas de destrozos. El esfuerzo por evacuar a todos había sido un éxito, pero el costo fue alto: la aldea estaba completamente devastada. Sin embargo, Daruk, con los músculos tensos y el rostro cubierto de sudor, vio una oportunidad en medio de la tragedia.
Los aldeanos estaban a salvo.
—¡Ahora podemos luchar con todo!— gritó Daruk con una mezcla de furia y resolución, apretando su gigantesca maza. El escudo de Daruk brillaba alrededor de su cuerpo, reflejando la luz de las llamas mientras él, al fin, podía concentrarse plenamente en la batalla.
A su alrededor, los tres Goron de élite, guerreros curtidos por el fuego y la roca, se preparaban para un nuevo asalto. Sabían que el combate sería feroz, pero con la aldea evacuada, podían liberar toda su furia sin preocuparse por dañar a inocentes.
—¡Vamos, chicos! ¡Es hora de demostrarles de qué estamos hechos!— rugió Daruk, lanzándose hacia el primer Centaleón con toda la potencia de su cuerpo.
Los Goron de élite se alinearon detrás de Daruk. Era el momento de utilizar una técnica que pocas veces habían tenido la oportunidad de ejecutar, algo que solo era posible gracias al increíble poder del Escudo de Daruk. La técnica, conocida como el Embate Volcánico, requería una sincronización perfecta entre los Goron y el patriarca.
Daruk se encorvó como una bola masiva de roca, y con el escudo activado alrededor de él, comenzó a rodar hacia el Centaleón más cercano. Los Goron de élite, armados con sus gigantescas Machacarocas, levantaron sus armas y, con una fuerza brutal, comenzaron a golpear a Daruk en plena trayectoria, cambiando su dirección con cada golpe, enviándolo como un proyectil contra los Centaleones.
—¡Machacadme fuerte, chicos!— rugió Daruk desde el interior de su bola protegida.
Los golpes de los Goron eran descomunales, y cada vez que lo impactaban, el cuerpo de Daruk cambiaba de dirección, estrellándose violentamente contra los Centaleones. Las bestias gruñían al sentir los embates, sus cuerpos masivos tambaleándose por la fuerza de los impactos.
El escudo de Daruk resplandecía con cada golpe que recibía, protegiendo al patriarca de los efectos devastadores de los Machacarrocas, algo que cualquier otro Goron no habría podido soportar. Era una técnica devastadora, pero incluso con el escudo, cada golpe lo estremecía por dentro. Aún así, Daruk resistía, sabiendo que esta era su única oportunidad de enfrentarse a las bestias.
Los Centaleones retrocedían, pero no caían. Sus cuerpos, aunque dañados, parecían regenerarse ante los ojos de Daruk y los Goron. Las heridas que abrían con sus ataques, esas mismas que deberían haber debilitado a las criaturas, se cerraban rápidamente, como si la oscuridad misma las sanara.
—¡Por la roca sagrada! ¡Esto no es normal!— gruñó Daruk, deteniéndose un segundo para ver cómo las heridas desaparecían casi al instante.
La malicia de Ganon los mantenía vivos, curando sus cuerpos de una manera antinatural. A pesar de los devastadores golpes, los Centaleones parecían cada vez más furiosos, pero no debilitados.
Los Goron jadeaban, exhaustos por los constantes embates que, si bien afectaban a los Centaleones, no eran suficientes para derrotarlos.
—¡No importa cuánto los golpeemos, parece que no sienten dolor!— exclamó uno de los Goron de élite, frunciendo el ceño ante la imposibilidad de derribarlos.
Entonces, una nueva fuerza entró en la escena.
Desde las sombras del bosque que rodeaba Hatelia, se movieron figuras rápidas y silenciosas. Ninjas Sheikah, guerreros especializados en combates oscuros y magia, emergieron como espectros, sus cuerpos envueltos en capas negras que los camuflaban en la noche. Al frente del escuadrón iba Impa, la líder Sheikah, con su presencia imponente y mirada decidida.
—¡Sheikah, ataquen desde las sombras!— ordenó Impa, con una voz firme pero contenida.
En un parpadeo, el escuadrón Sheikah se dispersó. Los ninjas atacaban en pequeños grupos, golpeando con precisión los puntos más vulnerables de los Centaleones. Eran sombras vivientes, saltando y cortando con espadas afiladas, lanzando shurikens encantados que brillaban con magia oscura. Cada golpe era preciso, dirigido a las áreas donde la malicia fluía más intensamente.
Impa, liderando a su grupo, generó varios clones de sí misma usando una técnica avanzada de magia Sheikah. Las copias se movían tan rápido y eficientemente como la original, atacando desde todos los flancos a uno de los Centaleones. Los clones de Impa atacaban con cuchillas afiladas y precisos movimientos, cortando en los lugares donde la malicia era más intensa.
El escuadrón Sheikah comenzaba a ganar terreno, debilitando las criaturas que antes parecían invulnerables. Cada vez que los Sheikah cortaban, las sombras alrededor de los Centaleones se desvanecían brevemente, como si la malicia retrocediera ante la magia oscura de los ninjas. Sin embargo, aún no era suficiente para derrotarlos por completo.
—¡Daruk! ¡Nos encargamos de atacar!— gritó Impa, mientras sus clones continuaban atacando. —¡protegednos y mantengan la barrera! ¡Aguanten lo que puedan!
Daruk asintió, aunque aún jadeaba por el esfuerzo. El Escudo de Daruk, una vez más, resplandeció a su alrededor, y él y los Goron se colocaron en formación alrededor del escuadrón Sheikah, actuando como una barrera viviente para defender a los ninjas mientras estos continuaban atacando.
—¡Aquí vamos! ¡Que intenten pasar por encima de este escudo!— gritó Daruk, plantándose firmemente mientras los Centaleones intentaban atacar.
Los Centaleones, furiosos, lanzaban golpes devastadores con sus espadas, pero el escudo de Daruk resistía, protegiendo a todos detrás de él. Los Goron, con sus cuerpos robustos y llenos de cicatrices, también se mantenían firmes, bloqueando con sus mazas cualquier intento de los Centaleones de romper la formación.
La batalla continuaba feroz, con los Sheikah atacando desde las sombras y los Goron defendiendo con toda su fuerza. Pero mientras los minutos pasaban, la situación seguía siendo desesperante. Aunque la combinación de los ataques Sheikah y la barrera Goron mantenía a raya a los Centaleones, la malicia de Ganon seguía regenerándolos lentamente, manteniéndolos en pie a pesar de los daños sufridos.
Impa, con el rostro cubierto de sudor, sabía que no podrían mantener este ritmo para siempre. Necesitaban una forma de detener la malicia que alimentaba a los Centaleones, o todo el esfuerzo sería en vano.
—¡Tenemos que encontrar una manera de cortar su conexión con la malicia!— gritó Impa, mientras su mente trabajaba rápidamente, buscando una estrategia que pudiera salvar la situación.
La batalla continuaba en las ruinas de Hatelia, con el destino de todos pendiendo de un hilo, mientras Daruk y los Goron mantenían la línea, y los Sheikah intentaban descubrir el secreto para vencer a estos monstruos indomables.
—-
Lejos del campo de batalla en Hatelia, en una sala de investigación oscura y llena de luces parpadeantes, Prunia caminaba de un lado a otro, tensa y nerviosa. Las noticias del ataque a Hatelia y la aparición de los Centaleones resonaban en su mente, y aunque sentía la presión, también sabía que esto representaba una oportunidad única. Mientras miraba los planos esparcidos sobre la mesa y los restos de antiguas ruinas que había estado estudiando durante meses, una idea comenzó a tomar forma en su cabeza.
—Esto es una locura, pero... tal vez sea nuestra única opción— murmuró para sí misma mientras sus ojos se posaban sobre un objeto metálico alargado apoyado contra la pared.
La tecnología que había descubierto junto a Rotver, una combinación de viejas reliquias Sheikah y sus propios conocimientos de ingeniería, era aún un prototipo. No había sido probada en combate real, pero las inscripciones en las antiguas ruinas hablaban de su capacidad para destruir la malicia. La tecnología Ancestral. Prunia había trabajado incansablemente para descifrar esos textos antiguos, y aunque aún estaban lejos de reconstruir todo el armamento descrito en ellos, habían logrado crear un solo artefacto: una espada larga, un mandoble Ancestral.
Prunia observó el mandoble con ojos calculadores. El arma era grande, pesada y resonaba con una energía azul brillante que indicaba su poder latente. Los grabados antiguos indicaban que estas armas eran las más efectivas contra la malicia de Ganon, pero al ser solo un prototipo, no sabían si funcionaría. Y aún así, sabían que no había más tiempo para dudar.
—No podemos esperar más—, dijo Prunia, dirigiéndose a Rotver, quien la observaba en silencio desde el otro lado de la sala. —Es el momento de probarla. Si las leyendas son ciertas, esta espada podría ser la clave para detener a los Centaleones. Y aunque no esté completamente terminada... no tenemos otra opción.
Rotver asintió, aunque el escepticismo era claro en sus ojos.
—Apenas hemos logrado estabilizar el núcleo de energía. La espada es poderosa, sí, pero no sabemos cuánto tiempo podrá mantenerse operativa— comentó, ajustándose sus gafas mientras miraba los planos con preocupación.
—No importa— respondió Prunia con decisión. —La única persona que puede manejar algo de este tamaño y poder es Daruk. Sabemos que su Escudo de Daruk podría protegerlo lo suficiente para usarla. Aunque la espada sea pesada, él es el único que tiene la fuerza para blandirla.
Sin más preámbulos, Prunia ordenó que el mandoble Ancestral fuera empaquetado rápidamente y entregado a un escuadrón Sheikah. El tiempo corría en su contra, y sabía que cada segundo contaba para los que luchaban en Hatelia. Mientras los Sheikah se preparaban para partir, Prunia lanzó una última mirada a la espada.
—Espero que funcione— susurró, su corazón dividido entre la ansiedad y la esperanza.
—-
El campo de batalla en Hatelia seguía en caos. Los Sheikah, liderados por Impa, habían dado todo de sí en la lucha contra los Centaleones. Su habilidad para moverse en las sombras y sus ataques mágicos les habían permitido resistir durante un tiempo, pero el desgaste comenzaba a mostrar sus efectos. Incluso los ninjas más expertos estaban alcanzando sus límites.
Impa jadeaba, cubierta de sudor y con cortes visibles en su ropa y piel. Sus clones se habían desvanecido hacía tiempo, y ahora, solo ella y su escuadrón permanecían en pie. Cada ataque de los Sheikah debilitaba momentáneamente a los Centaleones, pero sus heridas seguían sanándose por la malicia que los envolvía.
—¡Mantengan la línea! ¡No retrocedan!— gritó Impa, aunque sabía que sus fuerzas estaban al borde del colapso.
Los Goron, quienes hasta ahora habían servido como la primera línea de defensa, también se tambaleaban. Daruk, el más fuerte de todos, se encontraba en el centro del conflicto. Su Escudo de Daruk había sido su única salvación, pero cada vez que bloqueaba un golpe, el impacto resonaba más fuerte en su cuerpo. El agotamiento era evidente en su rostro, y su respiración era pesada y entrecortada.
—¡Vamos, chicos, no es hora de rendirse!— rugió Daruk con la voz más firme que pudo, aunque incluso él sabía que estaban en las últimas.
Uno de los Centaleones levantó su espada masiva y golpeó con toda su fuerza. El escudo de Daruk volvió a brillar, deteniendo el ataque, pero el impacto hizo que Daruk cayera de rodillas. Su maza, pesada y robusta, se le cayó de las manos, y aunque intentó ponerse de pie, su cuerpo simplemente no respondía.
—Por Din... no puedo... levantarme— murmuró, apenas consciente de lo que sucedía a su alrededor.
Los tres Goron de élite también yacían agotados a su alrededor, sus armas inútiles en el suelo, y los Sheikah, por más hábiles que fueran, no podían seguir el ritmo de los Centaleones. Las bestias avanzaban, más feroces que nunca, sus ojos brillando con un odio inhumano mientras la malicia seguía alimentando sus cuerpos.
Entonces llegó el mandoble Ancestral.
Los Sheikah que Prunia había enviado llegaron al campo de batalla, corriendo con la espada brillante en manos de dos guerreros, conscientes de que su única esperanza residía en ese artefacto. Pero cuando vieron a Daruk apenas consciente y rodeado de Centaleones, supieron que algo no andaba bien.
—¡Daruk! ¡La espada Ancestral está aquí!— gritó uno de los Sheikah, alzando la brillante arma al aire. Pero Daruk apenas podía levantar la cabeza, demasiado debilitado como para siquiera tomar la espada.
—Es... demasiado tarde— murmuró, casi desfalleciendo.
Todo parecía perdido.
Cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de todos, un sonido familiar resonó en la distancia: el trote firme de soldados marchando. Rohin y su escuadrón aparecieron corriendo por el camino, con Link a su lado, el joven guerrero con el ceño fruncido y el corazón lleno de determinación.
—¡Refuerzos!— gritó uno de los Sheikah al ver la llegada del escuadrón.
Rohin, al ver la devastación y a Daruk en el suelo, no perdió ni un segundo.
—¡Vamos, muchachos! ¡Formación defensiva, cubran a los heridos!— ordenó con voz firme.
Link, con la respiración agitada, vio a los Centaleones, a los Sheikah debilitados, y a Daruk al borde de la inconsciencia. Sabía que esta batalla no era como ninguna otra que había enfrentado antes. Pero en ese momento, no había tiempo para dudas.
—-
Link, con la respiración agitada, observaba cómo el caos reinaba en el campo de batalla. Los Centaleones seguían avanzando, imparables, mientras los Sheikah debilitados y los Goron, exhaustos, apenas podían mantener la línea. Pero entonces, el escuadrón de élite liderado por Rohin llegó al rescate, su presencia imponente devolviendo algo de esperanza a los que aún seguían luchando.
—¡Formen filas!— gritó Rohin, su voz cortante como una orden que atravesaba el ruido del combate. Los soldados de élite que habían entrenado bajo su mando se movieron rápidamente, con disciplina y precisión, para comenzar a rescatar a los heridos.
El sanador del escuadrón, un hombre hábil en el uso de magia curativa, se apresuró a atender a los caídos, sus manos brillando con una tenue luz mientras cerraba las heridas de los soldados Sheikah y Goron más cercanos. Cada segundo contaba, y aunque no podían curar por completo en el campo de batalla, al menos podían estabilizarlos para que siguieran combatiendo o fueran retirados a un lugar seguro.
Rohin, por su parte, observaba el campo con una mirada calculadora. Sabía que el tiempo apremiaba, y aunque el ataque era crucial, primero debían asegurarse de que los heridos estuvieran a salvo. En pocos minutos, su escuadrón había retirado a los caídos más graves hacia una zona segura, donde el sanador podía trabajar sin interrupciones.
—¡Nos preparamos para atacar!— ordenó Rohin, una vez que los heridos fueron sacados del peligro. Su mente ya estaba en la estrategia. No podía permitirse ningún error.
Impa, quien aún podía mantenerse en pie a pesar de las heridas y el agotamiento, se acercó a Rohin. Sus Sheikah restantes, aunque también cansados, seguían listos para luchar. La presencia de Rohin y su escuadrón traía un nuevo aire de esperanza a la batalla, y aunque Impa ya no era joven, su espíritu seguía siendo indomable.
—Nos pondremos bajo tus órdenes—, dijo Impa, inclinando levemente la cabeza en señal de respeto. Aunque ella era una líder por derecho, sabía que ahora, con las fuerzas unidas, Rohin era la mejor opción para dirigir la ofensiva.
Rohin asintió, agradecido por la confianza de Impa.
—Entonces luchemos juntos—, respondió, su mirada decidida. —Vamos a rodearlos y debilitar sus flancos. Los Sheikah cubrirán los ataques desde la distancia y con magia, mientras mi escuadrón y yo enfrentamos a los Centaleones directamente.
Los Sheikah, bajo el mando de Impa, se prepararon para sus ataques rápidos y letales desde las sombras, utilizando su velocidad y agilidad para hostigar a los Centaleones sin exponerse demasiado. Al mismo tiempo, Rohin organizó a sus hombres, alineándolos en una posición ofensiva clave.
La batalla se reanudó, más feroz que nunca. Los soldados de élite y los Sheikah luchaban lado a lado, atacando desde varios frentes y tratando de encontrar una apertura en las defensas de los Centaleones. Los golpes de las espadas resonaban en el aire, mezclándose con el rugido de las bestias y los gritos de los combatientes.
Pero mientras el combate proseguía, Daruk, quien aún no se había recuperado del todo, se arrastró lentamente hacia la espada Ancestral que los Sheikah habían traído. Sus manos temblaban al tomar el pesado mandoble, y aunque su cuerpo estaba al límite de sus fuerzas, sabía que esa espada podía ser la clave para derrotar a los monstruos.
Con un esfuerzo titánico, Daruk levantó el mandoble y, tambaleándose, caminó hacia Rohin. El peso del arma lo aplastaba, pero la fuerza de su voluntad lo empujaba a seguir adelante.
—Rohin…— murmuró Daruk, su voz grave y entrecortada. —Esta espada... según Prunia, puede derrotarlos... o al menos detenerlos.
Rohin se giró hacia Daruk, observando la pesada espada con ojos incrédulos. El arma resplandecía con una energía misteriosa, pero el tamaño y el peso eran impresionantes, incluso para alguien como Daruk.
Daruk, apenas pudiendo mantenerse de pie, extendió el mandoble hacia Rohin.
—Yo... no puedo seguir...— dijo Daruk, cayendo de rodillas por el agotamiento, su escudo aún protegiéndolo de los ataques que llegaban desde todas direcciones.
Rohin tomó la espada en sus manos, y en cuanto sintió su peso, entendió lo difícil que sería manejarla. La espada era inmensa, incluso para alguien como él, un guerrero que gracias a la Gracia Divina había superado en fuerza y resistencia a los hylianos comunes.
—Por la Diosa... esta espada es...—, murmuró Rohin mientras sus músculos se tensaban al levantar el arma. Incluso con su poder aumentado, el mandoble pesaba más de lo que habría imaginado, y podía sentir la energía vibrando en su interior. Esta no era una espada común.
Rohin miró a su alrededor, viendo a sus soldados luchando valientemente contra los Centaleones. Sabía que esta arma era su mejor oportunidad, pero también comprendía que necesitaría toda su fuerza y estrategia para utilizarla correctamente.
—Con esta espada… tal vez tengamos una oportunidad— dijo Rohin, y con determinación en su mirada, se preparó para entrar en combate.
Rohin, con su gran espada firmemente sujeta entre sus manos, se lanzó hacia los centaleones con una agilidad que desmentía el peso abrumador del arma que empuñaba. El acero brillaba a la luz del crepúsculo, un destello letal que cortaba el aire con cada movimiento fluido que ejecutaba. A pesar de lo imponente del arma, Rohin la blandía como si fuera una extensión natural de su cuerpo, su poder físico descomunal permitiéndole atacar con una precisión devastadora. Sus músculos tensos emitían una fuerza titánica en cada golpe, su velocidad contrastaba con la brutalidad de la espada que, en manos de cualquier otro, sería imposible de manejar. Los centaleones, enormes y temibles criaturas, retrocedían momentáneamente, aturdidos por la furia de aquel guerrero.
Con un giro rápido de su cuerpo, Rohin lanzó un golpe descendente, logrando cortar la gruesa piel de una de las bestias. Su arma refulgía, imbuida con el aura del guerrero que la empuñaba. En cada embestida, la espada parecía tener vida propia, guiada por la destreza y el instinto de Rohin, mientras los centaleones gruñían, intentando igualar la velocidad y potencia de aquel legendario guerrero.
A unos metros de distancia, Link se enfrentaba a su propio desafío. Delante de él, uno de los centaleones rugía, alzando su pesada lanza, amenazando con aniquilar al joven guerrero. Los músculos de Link se tensaron, sus ojos analizaban cada movimiento de la criatura. A pesar de la diferencia en tamaño y fuerza, su habilidad "Procesamiento Acelerado" comenzaba a activarse. El tiempo alrededor de él pareció ralentizarse ligeramente mientras cada golpe del centaleón era más claro en su mente. Poco a poco, Link empezó a adaptarse, su cuerpo respondía de forma instintiva, esquivando y contraatacando con su espada corta.
Golpe tras golpe, el centaleón se movía con furia creciente, pero Link lograba anticipar sus movimientos. Su espada rebotaba contra la gruesa piel de la criatura, pero sus ataques eran precisos, apuntando a las zonas más vulnerables. Con cada intercambio de golpes, Link absorbía la estrategia del centaleón, ajustando su postura, su velocidad y su precisión. Finalmente, tras un duelo de reflejos y poder, Link conectó un golpe certero en el brazo del centaleón, provocando que este soltara su arma.
La pesada lanza cayó al suelo con un estruendo metálico, y sin perder tiempo, Link la tomó. Al principio, el arma era casi imposible de levantar, su peso lo desequilibraba. Sin embargo, su "Gracia Divina" se activó en ese preciso momento, dándole la fuerza necesaria para equilibrar el arma en sus manos. Aun así, sentía que no estaba completamente bajo su control, hasta que su segunda habilidad, "Maestro de Armas", se desplegó en su mente. Poco a poco, la lanza se convirtió en una extensión más de su cuerpo, sus movimientos se hicieron más fluidos y naturales. Link lanzó una mirada decidida al centaleón desarmado, que, aún aturdido, no tuvo tiempo de reaccionar antes de que la lanza atravesara su pecho en un golpe decisivo. La bestia rugió una última vez antes de desplomarse al suelo.
A lo lejos, Impa libraba su propia batalla. Con la concentración al máximo, su enfoque estaba completamente en uno de los centaleones que intentaba resistirse. Dos de sus clones seguían a su lado, pero ya no eran las sombras negras que había creado al inicio del combate. Ahora, irradiaban un profundo azul, más sólidos y poderosos que antes. Cada uno de los clones portaba dagas que no solo cortaban la piel de la bestia, sino que absorbían la esencia maligna que corrompía a los centaleones. Las armas emitían una oscuridad palpable, y con cada corte, la malicia que envolvía a la criatura iba desvaneciéndose, drenada por las afiladas hojas.
El centaleón intentaba resistir, pero poco a poco, la corrupción en su cuerpo se desintegraba, y pronto sus ojos, que antes brillaban con una furia maligna, comenzaron a tornarse más dóciles. Cuando finalmente el mal fue purgado por completo, lo que quedó frente a Impa fue un centaleón común, una bestia formidable, pero no corrupta. Con calma, Impa se preparó para el golpe final. Un solo movimiento fue suficiente para acabar con la criatura, que cayó pesadamente, dejando que el campo de batalla volviera a un silencio momentáneo.
La lucha había sido intensa, pero ahora, con los centaleones derrotados, Rohin, Link e Impa se reunieron, compartiendo miradas de victoria y de alivio. La batalla no había terminado, pero juntos, habían superado uno de los mayores desafíos que habían enfrentado hasta ese momento.
Las dagas oscuras de los clones de Impa, que antes habían mostrado un inmenso poder para sellar energías malignas, no fueron lo suficientemente fuertes para contener la malicia que habitaba en los centaleones. La malicia, una fuerza mucho más antigua y poderosa de lo que habían anticipado, comenzó a corromper las dagas y, con un destello violento, destruyó los clones de Impa. El resultado fue devastador. La malicia, ahora descontrolada, se arremolinó en torno a los cuerpos de los centaleones, consumiéndolos en una nube de oscuridad densa y tangible. Los cuerpos de las bestias se disolvieron, transformándose en una masa negra que se retorcía, hasta que de esa oscuridad emergieron unas manos gigantescas y sombrías, cada una con un ojo amarillo que brillaba con una inteligencia cruel.
Las manos se movían con una velocidad aterradora, serpenteando por el campo de batalla con movimientos erráticos, pero precisos, y comenzaron a atrapar a los soldados y Sheikahs cercanos. Aquellos que eran tocados por las manos sentían cómo sus energías vitales se drenaban casi al instante. Algunos, los más fuertes, lograban escapar solo para caer desmayados poco después, mientras que otros, menos afortunados, se arrugaban como si la vida misma les fuera arrancada, quedando como cascarones marchitos antes de desplomarse sin vida.
Rohin, Impa y Link, conscientes de la amenaza que representaban esas manos, se movían a la mayor velocidad posible. Sus niveles de poder les permitían esquivar los ataques, pero sabían que no podrían sostenerse indefinidamente. El aire estaba cargado de tensión, y la desesperación comenzaba a invadirlos a medida que veían caer a sus aliados.
Rohin, aunque debilitado por la malicia, seguía luchando con todas sus fuerzas. Sin embargo, en un descuido, una de las manos logró tocar su brazo, y una energía gélida lo recorrió, debilitándolo considerablemente. Con un rugido, logró zafarse de la mano oscura justo antes de que el daño fuera irreversible, pero quedó jadeando, con su energía casi agotada. Sabía que no resistiría mucho más.
Impa, por su parte, no fue tan afortunada. Una de las manos la alcanzó desde atrás, envolviendo su cuerpo en su agarre cruel. La vitalidad de Impa fue drenada rápidamente, y aunque intentó luchar, su fuerza se evaporó, dejándola apenas consciente, al borde de la muerte. Su cuerpo cayó al suelo, sin poder moverse, mientras la malicia dejaba un rastro sombrío sobre su piel.
Con Rohin debilitado y Impa fuera de combate, la única esperanza recaía en Link.
El joven guerrero, a pesar del cansancio acumulado y del miedo que lo rodeaba, se mantenía firme. Usando sus habilidades de "Procesamiento Acelerado", sus sentidos seguían alerta, esquivando cada mano que intentaba alcanzarlo. A cada movimiento, su percepción del tiempo se ralentizaba, permitiéndole ver cada ataque con una claridad sobrenatural. Las manos se lanzaban hacia él, rápidas y letales, pero Link lograba evitar los golpes, moviéndose con una agilidad sorprendente para alguien de su edad.
Aún empuñando la pesada lanza que había tomado del centaleón, Link sabía que cada segundo contaba. Con un grito de esfuerzo, aprovechó una oportunidad para contraatacar, balanceando la lanza con todas sus fuerzas. La hoja de la lanza cortó el aire, golpeando una de las manos oscuras con precisión letal. La mano emitió un chillido ensordecedor antes de desvanecerse en una nube de sombras.
Una había caído, pero quedaban cinco más.
El sudor corría por la frente de Link, sus músculos temblaban por el esfuerzo. Sentía el agotamiento acumulado en cada parte de su cuerpo, pero no podía permitirse descansar. Las manos no cesaban su asalto, y sabía que un solo error significaría su fin. Las siguientes manos atacaron en conjunto, moviéndose de forma impredecible, intentando rodearlo. Link giraba, saltaba y se deslizaba para evitarlas, su mente funcionando a una velocidad frenética. Cada golpe que daba era calculado, y aunque el cansancio comenzaba a nublar su juicio, su habilidad de "Maestro de Armas" le permitía dominar la lanza con una maestría que superaba cualquier entrenamiento ordinario.
Otro ataque, otra esquiva. La lanza de Link volvió a cortar el aire, destrozando a la segunda mano con una precisión quirúrgica. Dos habían caído, pero las cuatro restantes seguían siendo una amenaza.
La batalla continuaba, y el cuerpo de Link estaba al límite. Sentía cómo cada músculo de su cuerpo gritaba en protesta, su visión comenzaba a nublarse por el agotamiento, pero sabía que no podía detenerse. La única manera de sobrevivir era seguir moviéndose, seguir luchando. El flujo del tiempo parecía ralentizarse aún más mientras Link se concentraba, permitiéndole prever los ataques de las manos con una precisión casi divina.
En un movimiento final desesperado, tres manos atacaron simultáneamente. Link, al borde de sus fuerzas, se lanzó hacia adelante, utilizando el impulso de su propio movimiento para atravesar una tercera mano con la lanza. Al girar su cuerpo, las dos restantes cayeron ante su destreza, incapaces de atraparlo.
Solo quedaba una mano, y Link sabía que esta sería la prueba final. Con su último aliento, esquivó el ataque de la última mano y, con un giro certero, dejó caer la lanza sobre ella. El sonido de la oscuridad disolviéndose resonó en el aire, y la última de las manos fue destruida.
Link cayó de rodillas, agotado. Había ganado, pero su cuerpo estaba al borde del colapso. El campo de batalla se quedó en silencio mientras las sombras se desvanecían lentamente, y la amenaza de la malicia se disipaba.
Rohin, aunque debilitado por el agotamiento y el contacto previo con la malicia, miraba a su hijo con profundo orgullo. Link, a pesar de su corta edad, había demostrado una valentía y destreza que superaba todas las expectativas. El padre, tambaleante pero decidido, se levantó sobre sus pies, luchando contra el dolor que todavía sentía en su cuerpo. Con esfuerzo, caminó hacia su hijo, y en un gesto cargado de emoción, lo abrazó con fuerza. Los dos compartieron un momento de alivio silencioso, sabiendo que habían superado una prueba mortal. Pero la batalla aún no había terminado.
A unos metros de distancia, Impa seguía inconsciente, ajena a la increíble hazaña de Link. Su cuerpo apenas se movía, agotado y drenado por la malicia. Sin embargo, el campo de batalla no estaba tan tranquilo como parecía. Un escalofrío recorrió el aire, y tanto Rohin como Link lo sintieron.
De la oscuridad que aún persistía en el ambiente, algo comenzó a emerger. La malicia se arremolinaba de nuevo, tomando forma. No era el mismo caos amorfo que habían enfrentado antes. Esta vez, la malicia se concentró, solidificándose en la figura imponente de un guerrero sombrío. Alto, musculoso, su armadura oscura estaba adornada con extrañas runas que parecían arder con un fuego oscuro e indescifrable. En su rostro, oculto tras un casco que solo dejaba ver unos ojos rojos brillantes, se reflejaba una malevolencia profunda, antigua, y su cuerpo entero irradiaba una sombra densa que parecía devorar la luz a su alrededor.
El guerrero no pronunció palabra alguna, pero su presencia era abrumadora. Cargaba una enorme espada envuelta en sombras que vibraban con poder destructivo. Sus movimientos, aunque mínimos, emanaban una amenaza indescriptible. No había dudas de que este enemigo era diferente de los centaleones, más peligroso, más letal.
Antes de que Rohin pudiera reaccionar, el guerrero sombrío se lanzó hacia Link con una velocidad casi sobrenatural. El aire se cortó en un suspiro mientras la sombra atravesaba el campo en un parpadeo. Link, aún exhausto por la batalla anterior, activó su habilidad de "Procesamiento Acelerado", y su mente percibió el peligro inminente con una claridad casi sobrehumana. En ese instante, el tiempo pareció detenerse, su percepción captó cada movimiento de la bestia, la trayectoria de su ataque, e incluso la intensidad de la maldad que se cernía sobre él.
Sin embargo, pese a que su mente analizaba la situación con precisión, el cuerpo de Link no respondió. Estaba demasiado agotado, demasiado herido. El peso del combate anterior lo había dejado al límite de sus capacidades físicas, y aunque su voluntad de pelear seguía intacta, sus músculos simplemente no respondieron a tiempo.
El guerrero de sombras extendió una de sus manos gigantescas, cubierta de malicia, y atrapó a Link con fuerza. Un frío absoluto invadió su cuerpo, y en cuanto la mano del ser lo envolvió, comenzó a drenar su vitalidad. El rostro de Link se contrajo por el dolor. Era como si toda su energía, su fuerza de vida, fuera arrancada de él, su cuerpo debilitándose con rapidez bajo el poder oscuro del enemigo. Link intentó moverse, intentó gritar, pero su voz se perdió en la presión que lo asfixiaba.
—¡No!— rugió Rohin, viendo cómo su hijo caía bajo el poder del enemigo. El miedo y la desesperación se apoderaron de él, pero no dudó. Con un esfuerzo sobrehumano, Rohin se lanzó hacia adelante, atravesando el campo de batalla con la determinación de un padre que no permitiría que su hijo fuera arrebatado.
A pesar de su propio estado debilitado, Rohin logró impactar contra la mano del guerrero sombrío. Con un golpe brutal de su espada, logró romper el agarre del monstruo y liberar a Link, cuyo cuerpo cayó al suelo, casi sin vida, jadeando mientras intentaba recuperar el aliento. Rohin, furioso y resuelto, colocó su cuerpo entre el enemigo y su hijo, preparándose para el combate final.
El guerrero sombrío se mantuvo en silencio, pero sus ojos rojos brillaban con un odio implacable. La batalla no había terminado, y Rohin lo sabía. Estaba cansado, herido, pero la fuerza de su voluntad seguía siendo inquebrantable. Defendería a Link, costara lo que costara. Con un último respiro profundo, Rohin levantó su espada, listo para enfrentar a la maldad encarnada en aquel guerrero de sombras.
Rohin levantó su espada, jadeando, su cuerpo ya al borde de la extenuación. Cada músculo dolía, cada respiración le pesaba, pero no iba a ceder. Frente a él, el guerrero sombrío, una manifestación pura de malicia, lo observaba con frialdad. El aire alrededor se volvía cada vez más denso, como si la oscuridad misma se arremolinara en torno a ellos, cerrando el espacio, creando un campo de batalla donde la esperanza parecía desvanecerse. El fantasma de sombras alzó su espada envuelta en oscuridad, y con un movimiento ágil, que contrastaba con su inmensa figura, se lanzó hacia Rohin.
Los primeros golpes fueron brutales.
Rohin intentaba bloquear los ataques, pero la velocidad y fuerza del fantasma eran abrumadoras. Con cada impacto, sus rodillas cedían más, y la espada que había blandido con tanta destreza empezaba a sentirse como una carga imposible de sostener. El suelo bajo él se resquebrajaba con la fuerza de cada choque, y aunque Rohin lograba mantenerse de pie, era evidente que estaba siendo superado.
Link, tendido en el suelo, observaba la escena con horror. Su cuerpo ya no le respondía, cada fibra de su ser clamaba por moverse, por ayudar a su padre. Sin embargo, estaba completamente agotado, drenado por el combate y por el veneno de la malicia que aún latía en el aire. Apenas podía mantener los ojos abiertos, pero lo poco que le quedaba de fuerza lo usaba para permanecer consciente y ser testigo de la masacre que se desarrollaba ante él. Gritaba por dentro, pero su voz no salía. Sus ojos estaban fijos en su padre, quien seguía resistiendo, aunque era evidente que el final se acercaba.
El guerrero de sombras finalmente golpeó a Rohin con un golpe devastador que lo arrojó contra el suelo, rompiendo su guardia y dejándolo vulnerable. Rohin, herido, intentó levantarse, pero antes de que pudiera reaccionar, la sombra lo tomó por el cuello. El poder oscuro del fantasma se intensificó, envolviendo a Rohin en una negrura que empezó a drenar su energía vital. El padre de Link luchaba, pero su fuerza ya no era suficiente. Poco a poco, la vida se le escapaba.
Entonces, una figura apareció entre las ruinas del campo de batalla.
Desde el área de refugiados, una mujer salió caminando con pasos lentos pero decididos. Su cabello estaba ligeramente revuelto, y sus ojos reflejaban una calma inquebrantable. Era Saria, la madre de Link. Aunque su apariencia no mostraba el aspecto de una guerrera, sus movimientos decididos hablaban de una fuerza interior que hasta ahora había permanecido oculta. Ella superaba el nivel 100, pero su cuerpo frágil nunca había sido apto para la vida militar, razón por la cual había renunciado a ese ideal muchos años atrás. Sin embargo, hoy, en ese momento, nada de eso importaba. Su familia estaba en peligro, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para salvarlos.
Saria caminaba por el campo de batalla, sin que Rohin se percatara de su presencia. La madre de Link no se detuvo hasta llegar junto a su hijo. Se arrodilló a su lado, observando con tristeza cómo Link intentaba mantenerse consciente, pero incapaz de hablar o moverse. Ella sonrió con una ternura infinita, y con una voz suave y cargada de amor, le susurró unas palabras al oído.
—"Mi pequeño, lo siento... No puedo permitir que esto termine aquí. Tienes un destino mucho más grande. Siempre lo supe."— Sus palabras eran dulces, pero también cargadas de una pesada resignación. —"Todo lo que hago, lo hago por ti... por nuestra familia."
Link, desesperado, intentó hablar, pero no pudo. Su mirada, llena de angustia, solo pudo seguir el rostro de su madre mientras ella se levantaba, alejándose de él para dirigirse hacia Rohin.
Saria se colocó a unos diez metros detrás de su esposo, quien aún luchaba por liberarse del agarre del guerrero sombrío. Ella, con lágrimas que empezaban a acumularse en sus ojos, gritó el nombre de su amado.
—"¡Rohin!"— su voz resonó en el campo de batalla. Rohin, al escucharla, giró la cabeza bruscamente. Al verla de pie allí, en medio de la devastación, comprendió de inmediato lo que planeaba hacer.
—"¡No! ¡Saria, no lo hagas!"— Rohin intentó gritar, pero en ese momento, el guerrero de sombras lo sujetó con más fuerza, ahogando sus palabras y drenando más de su vida. El mundo se desvanecía lentamente para Rohin mientras veía impotente cómo su esposa comenzaba a recitar un canto.
Saria, con lágrimas corriendo por sus mejillas, comenzó a entonar un hechizo. Era un canto antiguo, aprendido cuando alcanzó el nivel 100, una habilidad maldita que la había apartado de la vida de guerrera. Una habilidad conocida como "Sacrificio de Amor", un poder que le permitía ofrecer su propia vida a cambio de otorgar un poder inmenso a un ser querido. Una habilidad que había considerado inútil durante tanto tiempo, pero que ahora, por su familia, estaba dispuesta a activar.
El canto de Saria resonó en el aire, una melodía suave pero trágica, llena de amor y despedida:
"Oh, antigua fuerza que habita en mi alma,
Escucha mi llamado en esta última hora.
Por la sangre de mi amor, por el vínculo eterno,
Te ofrezco mi vida, te entrego mi ser."
Rohin, luchando contra la oscuridad que lo consumía, pudo ver cómo su esposa recitaba el hechizo, su cuerpo brillando con una luz cálida. Cada palabra que pronunciaba resonaba con una fuerza increíble, y el aire alrededor comenzó a vibrar.
"A ti, poder inmortal, concede mi súplica,
Que mis fuerzas, mi alma y mi vida,
Sean la chispa que encienda al guerrero,
Y que su poder sea inmenso como el cielo."
La luz que rodeaba a Saria comenzó a intensificarse, mientras su cuerpo se debilitaba a cada segundo. La energía que emanaba de ella fluía hacia Rohin, envolviéndolo en un aura dorada.
"Que mi sacrificio sea la llama que lo eleve,
Que su fuerza supere a los cielos,
Y que mis últimos suspiros lo hagan invencible."
Con la última palabra, el cuerpo de Saria se desplomó. El canto finalizó, y una inmensa cantidad de poder fluyó hacia Rohin. Su cuerpo, antes a punto de colapsar, se revitalizó por completo. Su poder superó los 20,000 puntos seguramente, una fuerza inimaginable. Su vitalidad se restauró en un instante, y su energía se elevó a niveles que jamás había sentido antes.
Rohin, con los ojos llenos de lágrimas y furia, se levantó. Pero en su corazón, sabía lo que había costado este poder. Su mirada se desvió hacia el cuerpo caído de Saria, y aunque sentía una inmensa gratitud y amor, también un dolor desgarrador lo invadía.
Rohin, con el dolor atravesando su alma al ver el cuerpo de su esposa tendido en el suelo, comprendió que no había tiempo para la tristeza. La furia y la desesperación lo invadieron por completo, pero en lugar de dejarse vencer por el dolor, decidió canalizarlo. Activó su habilidad verdadera, una técnica secreta y única que solo había sido utilizada una vez en toda su carrera militar, conocida como "Ruptura Divina".
La habilidad tenía un costo terrible. Con un solo pensamiento, Rohin sacrificó toda su defensa, la cual había sido su marca distintiva como el "Muro Infranqueable" del ejército. En ese momento, todo su poder defensivo se transfirió directamente a su ataque y velocidad. Gracias al impulso descomunal que le otorgó el sacrificio de Saria, su nivel de ataque alcanzó un límite aberrante, una fuerza que jamás había soñado tener. Pero sabía que estaba apostando todo a este último enfrentamiento: sin defensa, solo tenía una oportunidad para acabar con el enemigo antes de caer.
La energía lo envolvía como una tormenta dorada, chisporroteando a su alrededor mientras la fuerza fluyó a través de su cuerpo. Con una velocidad sobrehumana, Rohin se lanzó al combate final contra el guerrero de sombras. El fantasma, que aún sostenía su espada maligna, se preparó para enfrentarlo, pero esta vez Rohin era una fuerza imparable.
El choque fue brutal.
Rohin avanzaba a una velocidad cegadora, su espada ancestral brillando con un aura dorada mientras golpeaba al fantasma con una serie de ataques implacables. El sonido metálico del acero resonaba en el aire con cada golpe, como si el propio campo de batalla estuviera quebrándose bajo la fuerza de sus embestidas. El fantasma, aunque poderoso, no podía igualar la furia de Rohin. Cada corte, cada embestida, empujaba a la sombra más y más hacia el borde de la destrucción.
El guerrero de sombras contraatacaba con su espada negra, pero Rohin, impulsado por la velocidad y el poder de su habilidad, esquivaba con una agilidad sobrehumana. El campo de batalla parecía un torbellino de luz y oscuridad, donde las figuras de ambos combatientes se movían tan rápido que apenas eran perceptibles para un observador común.
Las espadas de Rohin y el fantasma chocaban una y otra vez, creando destellos que iluminaban el cielo como relámpagos. El poder de Rohin era tal que el suelo temblaba bajo sus pies, y cada vez que su espada cortaba el aire, una ráfaga de energía recorría el espacio a su alrededor. A pesar de su falta de defensa, Rohin atacaba con la determinación de un hombre que ya no temía la muerte, un hombre que solo deseaba una cosa: venganza.
Finalmente, en un movimiento casi imperceptible, ambos se lanzaron al ataque final. El fantasma levantó su espada maldita, envuelta en sombras, y Rohin, con la fuerza de todo su ser, dirigió un golpe hacia el pecho de su enemigo. En un instante que pareció eterno, ambas espadas atravesaron sus cuerpos.
Rohin sintió el frío de la hoja del fantasma atravesar su pecho, mientras su propia espada brillaba intensamente al perforar el corazón del guerrero sombrío. La oscuridad y la luz se entremezclaron por un momento, y el fantasma soltó un alarido que resonó por todo el campo de batalla. La malicia en su cuerpo se desvaneció rápidamente, disipándose como niebla bajo la luz del amanecer.
El cielo, que había estado teñido de un rojo ominoso durante toda la batalla, empezó a clarear. Las nubes de malicia se desvanecieron y la luna, oculta hasta entonces, reapareció en lo alto del cielo, bañando el campo en una suave luz plateada. La oscuridad había sido derrotada.
El guerrero de sombras, finalmente derrotado, cayó al suelo y se disolvió en la nada. Solo quedó el eco de su grito en el aire. Pero Rohin sabía que su tiempo también estaba llegando a su fin.
Con un agujero en el pecho, sangrando profundamente, Rohin dejó caer su espada. A duras penas, comenzó a caminar hacia el cuerpo de su esposa. Cada paso era un esfuerzo titánico, sus fuerzas lo abandonaban, pero aún así avanzó, arrastrando su cuerpo debilitado. Sus ojos, llenos de dolor pero también de resolución, se clavaron en Saria, que yacía inmóvil en el suelo.
Finalmente, al llegar junto a ella, Rohin se arrodilló y la abrazó con lo último que le quedaba de energía. Apretó su cuerpo contra el de ella, las lágrimas corriendo por su rostro mientras la mantenía en sus brazos. El calor de su cuerpo comenzaba a abandonarlo, pero antes de rendirse, levantó la vista hacia su hijo.
—"Link..."— su voz, débil pero firme, resonó en la noche. —"Sigue adelante... Vive... te amo, hijo."— Las palabras estaban cargadas de una fuerza inquebrantable, la última voluntad de un padre que solo deseaba el bienestar de su hijo.
Link, tendido en el suelo, apenas pudo ver a su padre. Sus ojos, llenos de lágrimas, se entrecerraban por el agotamiento. El dolor de ver a su padre y a su madre en ese estado lo invadía, y aunque intentaba moverse, su cuerpo no respondía. Lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, incapaz de hacer nada más que ser testigo de la tragedia que se desarrollaba ante él.
Rohin, con una última sonrisa de amor y orgullo, cayó al suelo junto al cuerpo de su esposa, su vida finalmente escapándose de él. El gran guerrero, el "Muro Infranqueable", se había ido. Pero en su muerte, había salvado a su hijo, había protegido lo que más amaba.
El campo de batalla quedó en un silencio sepulcral.
Las lágrimas seguían fluyendo de los ojos de Link mientras su visión se nublaba. La noche, que ahora era pacífica, no ofrecía consuelo alguno. El peso de todo lo que había ocurrido lo aplastaba, y, sin poder soportarlo más, su cuerpo finalmente cedió al agotamiento. Link cayó inconsciente, envuelto en la oscuridad de sus propios sueños, con el eco de las palabras de su padre resonando en su mente.
—-
Pasaron días sombríos tras la batalla en el campo maldito. Link e Impa fueron los unicos sobrevivientes de la masacre, junto con Daruk y sus gorons, quienes habían logrado resistir el daño de la malicia gracias a la resiliencia y resistencia de su raza. Sin embargo, la tragedia no perdonó a muchos soldados y reclutas de Hyrule. Todos los demás, incluidos los guerreros más poderosos del ejército, sucumbieron al veneno de la malicia, sus vidas arrasadas por la oscuridad. Daruk y sus gorons fueron llevados de vuelta a su aldea en la Montaña de la Muerte, donde sus curanderos aplicaron los tratamientos ancestrales de su raza para sanar las heridas físicas y espirituales que les dejó la batalla.
Mientras tanto, Impa y Link fueron trasladados inconscientes al castillo de Hyrule. Las heridas de ambos no solo eran físicas, sino también emocionales y mentales, habiendo presenciado la brutal muerte de los seres que amaban. Las enfermeras y curanderos del castillo los cuidaron con esmero, intentando reparar lo que la malicia había dejado en ruinas en sus cuerpos.
—-
Pocos días después, se celebró un acto ceremonial en honor a los caídos, un evento solemne que destacó el sacrificio de Rohin y los otros cuatro generales que murieron protegiendo al reino. El rey de Hyrule, vestido de negro, estaba presente, al igual que todos los altos dignatarios, soldados y las familias de los fallecidos. Aunque el reino lloraba la pérdida de sus héroes, el dolor más profundo era el del propio rey, que entendía que el ciclo oscuro que atormentaba a Hyrule se acercaba nuevamente.
Rohin fue enterrado junto a su amada esposa, Saria, en una colina de la aldea Hatelia. Ambos reposaban en el lugar donde alguna vez construyeron su hogar y su vida, bajo las tumbas que simbolizaban su sacrificio final. Era un lugar sagrado para quienes conocían la historia de su lucha. Aunque muchos querían que Rohin descansara junto a los héroes del reino, su voluntad de permanecer con su esposa fue respetada. Las dos tumbas se alzaban solitarias, más grandes de lo normal, marcadas por los nombres de aquellos que sacrificaron todo por su hijo y su pueblo.
Link, sin embargo, no pudo estar presente en el entierro. Seguía inconsciente en la sala médica del castillo, su cuerpo reparándose poco a poco, mientras su mente luchaba por salir de la pesadilla que lo envolvía.
—-
Abrió los ojos lentamente, sintiendo el frío de la sala médica y el leve susurro de la brisa entrando por las ventanas abiertas. Lo primero que vio fue el techo blanco, iluminado por la luz suave de la mañana. Giró la cabeza con dificultad y vio a su lado a Impa, todavía inconsciente en la camilla vecina. Aunque ella respiraba con normalidad, su cuerpo aún mostraba las marcas del daño que había sufrido.
Link, a pesar de sentir que su cuerpo estaba casi completamente recuperado, se quedó inmóvil por un momento, tratando de organizar sus pensamientos. Sus recuerdos eran fragmentos difusos de gritos, sangre, malicia y una batalla desesperada. El rostro de su padre, su madre... Los recuerdos le pesaban en el pecho, pero en su corazón, una chispa de esperanza lo mantenía aferrado a la posibilidad de que lo que había visto no fuera real.
Se levantó lentamente de la camilla y se vistió con ropa simple que habían dejado para él. Su cuerpo, aunque completamente sano, temblaba ligeramente. Sin decir una palabra, salió corriendo del castillo, el viento azotando su rostro mientras descendía por los caminos. Tenía que saberlo, tenía que ver si lo que recordaba era verdad. Tal vez, solo tal vez, todo había sido una pesadilla.
Corrió durante unos minutos, con el corazón martillando en su pecho. Llegó a la aldea Hatelia, esperando encontrar todo como lo recordaba: las casas, los árboles, la vida vibrante de los aldeanos... Pero lo que encontró fue devastador.
La aldea estaba completamente destruida. Las casas que alguna vez habían sido su refugio estaban reducidas a escombros. Los árboles, antaño verdes y llenos de vida, ahora estaban marchitos, marcados por las cicatrices de la malicia que había arrasado todo a su paso. Un silencio sepulcral envolvía la aldea, y no se veía ni un alma. Los recuerdos le llegaron de golpe, con una intensidad abrumadora, confirmando el horror que había temido.
Con los ojos llenos de lágrimas, subió una colina cercana a la aldea, un lugar donde siempre había corrido y jugado de niño. Pero lo que encontró en la cima fue la prueba final de su pérdida.
Frente a él, había dos tumbas. Eran más grandes de lo normal, sus lápidas marcadas con los nombres de sus padres, Rohin y Saria. Link se quedó inmóvil, mirando los nombres grabados en piedra, y una profunda tristeza lo invadió. Sus piernas cedieron, y cayó de rodillas frente a las tumbas, incapaz de contener el torrente de emociones que lo inundaba.
—"No... por favor, no..."— murmuró entre sollozos, su voz quebrada por el dolor.
Las lágrimas comenzaron a fluir sin control por su rostro, su cuerpo sacudido por el llanto amargo y desgarrador. Todo lo que amaba había sido destruido, y ahora estaba solo. Los recuerdos de su madre caminando hacia él, las últimas palabras de su padre en el campo de batalla... Todo eso lo atravesaba como cuchillas. La realidad era más cruel de lo que su mente había estado dispuesta a aceptar.
Link lloró amargamente frente a las tumbas de sus padres, sintiendo que una parte de él también moría con ellos. Incapaz de soportar más, su cuerpo, abrumado por el agotamiento emocional, finalmente cedió. La oscuridad lo envolvió de nuevo, y cayó inconsciente sobre la fría tierra, junto a las lápidas que guardaban el recuerdo de los héroes que había perdido.
—-
El cuartel general del ejército de Hyrule estaba envuelto en un aire pesado y solemne. El rey, con el semblante grave, se encontraba sentado en la mesa central rodeado por los cuatro generales restantes. A pesar de sus gestos imponentes y su fortaleza natural, todos compartían una tristeza profunda por la reciente pérdida de Rohin, su compañero y uno de los pilares del ejército. El vacío que había dejado era palpable, y aunque la conversación se centraba en la defensa del reino, el dolor de su ausencia seguía presente en sus corazones.
El rey fue el primero en romper el silencio.
—"El día en que perdimos a Rohin fue uno de los más oscuros para Hyrule. No solo por la magnitud de la batalla, sino por la ferocidad con la que la malicia destruyó todo a su paso. No estuvimos allí para él cuando más nos necesitaba, y no pudimos proteger a nuestro pueblo."— La voz del rey, cargada de arrepentimiento, resonaba en la habitación.
Uno de los generales, de rostro endurecido y cicatrices que contaban su propia historia de batallas, asintió con la cabeza, apretando los puños. —"Sigue siendo difícil aceptarlo. Nos hemos enfrentado a muchas amenazas, pero lo que sucedió ese día... fue devastador. La malicia era imparable, y aunque nuestras fuerzas eran considerables, nos superó en todos los aspectos. Si hubiéramos estado allí, quizás... quizás Rohin seguiría con nosotros."
Los otros generales compartían el sentimiento. Sabían que la amenaza que había emergido no era algo común. La fuerza de la calamidad era mucho mayor de lo que habían anticipado, y el hecho de que ni siquiera Rohin, con todo su poder, hubiera podido sobrevivir era un recordatorio de lo vulnerable que estaba el reino.
Antes de que pudieran continuar, la puerta del salón se abrió. Prunia, la genio Sheikah, entró acompañada de Rotver, su inseparable compañero de investigaciones. Ambos caminaban con seriedad, cargando un par de objetos que parecían tener un peso simbólico mucho mayor del que sus brazos indicaban.
—"Lamento interrumpir,"— comenzó Prunia con su típica energía, pero en su rostro se notaba una seriedad inusual. —"Hay asuntos urgentes que debemos discutir."
El rey asintió, indicándoles que continuaran.
Rotver dejó un gran mandoble destrozado sobre la mesa, sus fragmentos metálicos aún emanaban un leve brillo. El arma destruida había pertenecido a Rohin, el ancestral mandoble que él había utilizado en su última batalla. Prunia lo señaló con un gesto solemne.
—"Este es el mandoble ancestral que Rohin utilizó en la batalla contra la malicia. Como pueden ver, está destruido, pero lo importante es lo que representa. Esta tecnología, una vez perfeccionada, podría ser una de nuestras principales defensas contra la calamidad. Sin embargo, tenemos un problema."— Prunia ajustó sus gafas y continuó. —"Este tipo de arma es inmensamente poderosa, pero también demasiado grande y pesada. Solo alguien como Rohin o Daruk, con una fuerza descomunal, puede siquiera levantarla, mucho menos usarla en combate. Si queremos que el ejército de Hyrule esté preparado para lo que pueda venir, necesitamos crear armas más manejables."
Uno de los generales la interrumpió, mirando los fragmentos del mandoble. —"¿Cuánto tiempo tardaremos en desarrollar algo más práctico?"
—"Estamos trabajando en ello,"— respondió Rotver, cruzándose de brazos. —"Pero se necesitará tiempo y muchos más recursos. Sin embargo, nos comprometemos a lograrlo. No podemos permitirnos enfrentar otra calamidad sin estar mejor preparados."
Prunia asintió antes de sacar su siguiente objeto. Esta vez, lo que colocó sobre la mesa hizo que todos los presentes retrocedieran un poco. Era una lanza colosal, una de las que usaban los centaleones. Pero había algo distinto en esta arma: emanaba un aura oscura, casi tangible, y su superficie parecía cubierta por una malicia que palpitaba suavemente.
—"Esta lanza fue recuperada del campo de batalla,"— explicó Prunia con un tono más sombrío. —"Como pueden ver, aún contiene la malicia en su interior. Su aura es... perturbadora. Me pregunto si alguno de ustedes se atrevería a tocarla."
Los generales intercambiaron miradas tensas. Nadie se movía, hasta que uno de ellos, con el ceño fruncido, se armó de valor y extendió su mano hacia la empuñadura de la espada. Tan pronto como sus dedos hicieron contacto, su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Sentía cómo su energía vital era drenada rápidamente, y en un acto reflejo, soltó la espada de inmediato, respirando agitadamente.
—"Es... maldita,"— murmuró el general, mirando sus manos como si aún sintiera la oscuridad recorrer su cuerpo.
Prunia asintió. —"Así es. Está maldita. Esta espada no puede ser empuñada por cualquiera sin sufrir las consecuencias. Pero lo que quiero que entiendan es esto: hubo alguien en el campo de batalla que sí la empuñó. Y no solo eso, también la utilizó para derrotar a un centaleón corrupto y a las seis manos de malicia que lo rodeaban."
El silencio cayó sobre la sala. Los generales se miraban entre ellos, incrédulos.
—"¿Quién podría haber hecho tal cosa?"— preguntó el rey, rompiendo el silencio con voz grave.
Prunia miró a cada uno de los presentes antes de responder. —"Un niño. Un niño de 12 años."
El impacto de esas palabras hizo que la sala se quedara completamente en silencio. Los generales no podían procesar lo que estaban oyendo.
—"Ese niño,"— continuó Prunia —"era Link. El hijo de Rohin. A pesar de su corta edad, fue él quien acabó con ese centaleón corrupto y con las manos de malicia. Lo que logró ese día... no es algo normal."
Las miradas en la sala se tornaron sombrías, y la atmósfera se volvió aún más densa. El peso de esas revelaciones colgaba sobre ellos como una losa de incertidumbre.
—"Entonces..."— murmuró uno de los generales —"¿qué hacemos con ese niño?"
Prunia dio un paso hacia adelante, su tono decidido. —"Ese niño no es común. Si queremos evitar que lo ocurrido ese día vuelva a suceder, debemos prepararlo. Debemos entrenarlo y darle las herramientas para que se convierta en un guerrero capaz de enfrentar cualquier calamidad. Si hubiera sido mayor, si hubiera estado completamente preparado, es posible que las bajas no hubieran sido tantas. Debemos asegurar que eso no vuelva a ocurrir."
El rey, con la mirada fija en la espada de malicia, permaneció pensativo. Pero antes de que pudiera hablar, Prunia soltó una frase que dejó a todos helados.
—"Y qué sucede..."— comenzó con voz suave pero firme —"si ese niño es el digno portador de la Espada Destructora del Mal, la que dicen las leyendas."
Las palabras de Prunia flotaron en el aire como un eco aterrador. Los generales, que hasta ese momento habían estado asimilando la información, quedaron sin palabras. La Espada Destructora del Mal, una leyenda antigua, un arma destinada solo a aquellos con un corazón puro y el poder para derrotar a la oscuridad misma.
El rey cerró los ojos, profundamente pensativo. Si Link era ese elegido... entonces el destino del reino podría estar en sus manos.
La noticia de que Link había despertado llegó rápidamente a los oídos de la princesa Zelda. Desde el día de la masacre, Zelda había visitado la enfermería del castillo cada día para ver a Impa, su fiel amiga y protectora, que seguía en coma tras los fatídicos eventos. Cada vez que entraba en la sala, su mirada también recaía inevitablemente sobre Link, que había permanecido inconsciente desde que fue llevado allí junto a Impa.
Zelda recordaba con cariño el breve pero hermoso momento que había compartido con Link y su padre, Rohin. Aunque las interacciones con ellos habían sido pocas, esos instantes habían dejado una marca en su corazón, un recuerdo de calidez y camaradería que pocas veces había experimentado en su vida solitaria en el castillo. Ella, que siempre había estado rodeada de responsabilidades, rarezas y la presión del trono, sentía una conexión con Link que apenas comenzaba a comprender. Quería darle su pésame, quería hablar con él, estar a su lado en su dolor, sabiendo que tal vez podían ser una compañía mutua, pues ella también era una niña solitaria.
Un día, cuando finalmente supo que Link había despertado, Zelda se apresuró a la enfermería con la esperanza de verlo. Sin embargo, al llegar, solo encontró a Impa, aún en coma, reposando en su cama. La cama de Link estaba vacía. El niño ya se había ido mucho antes, saliendo corriendo con el corazón cargado de emociones y recuerdos. Zelda se detuvo en la entrada de la sala, una sensación de tristeza la invadió al darse cuenta de que no había podido verlo.
Suspiró, su corazón apesadumbrado. —"Quería verlo... Quería decirle cuánto lo siento..."— murmuró para sí misma. Sabía que en Link podía encontrar una amistad sincera, alguien que comprendiera su soledad, y ahora lamentaba no haber tenido la oportunidad de hablar con él. A pesar de su tristeza, Zelda guardó la esperanza de que algún día sus caminos se cruzaran nuevamente.
—-
Mientras tanto, Link aún estaba frente a las tumbas de sus padres en la colina de Hatelia. Las lágrimas ya se habían secado en su rostro, pero el vacío en su pecho permanecía. Finalmente, con el corazón pesado, se levantó lentamente, dirigiendo su mirada al lejano castillo de Hyrule que se alzaba en el horizonte. No sentía odio por nadie en particular, pero la visión del castillo le recordaba constantemente a su padre y su madre, a todo lo que había perdido.
Miró a su alrededor, al lugar que alguna vez fue su hogar. Ya no quedaba nada. Los recuerdos eran demasiado dolorosos, y la idea de quedarse en Hatelia o regresar al castillo le resultaba insoportable. Sin un lugar al que llamar hogar, tomó una decisión: se marcharía. Sabía muy bien hacia dónde debía ir. El Bosque Perdido. Aquel misterioso bosque siempre había sido un refugio para él, un lugar donde podía estar en paz, rodeado por la naturaleza y por aquellos que lo entendían: los Koroks, sus pequeños amigos que habitaban entre los árboles antiguos. Allí podría calmar el caos de emociones que le retumbaba en la mente y el corazón.
Pero antes de desaparecer de todo, había un último lugar al que quería ir. El río Zora, donde solía encontrarse con Mipha, su querida amiga. Link recordaba cada charla, cada juego entre las aguas y la risa suave de Mipha que siempre lograba tranquilizarlo. Tenía la esperanza de verla una última vez antes de emprender su viaje.
Con paso decidido, pero el alma cargada de melancolía, Link se dirigió al río. Cuando llegó, la visión de Mipha lo llenó de una mezcla de alivio y tristeza. Ella estaba ahí, como siempre, sentada junto a la orilla, esperando. Al verlo acercarse, Mipha levantó la mirada, y una suave sonrisa iluminó su rostro.
—"Link..."— dijo Mipha, con su voz tranquila y serena. —"He venido aquí todos los días desde la batalla, esperando... esperando que despertarías y vinieras a verme."
Link se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras de Mipha lo envolvieran. Su presencia era reconfortante, y por un momento, el peso de sus pérdidas pareció disminuir. Se sentó a su lado, mirando el agua correr suavemente mientras el sol reflejaba destellos sobre la superficie.
—"Gracias, Mipha,"— murmuró, su voz apenas un susurro. —"Significa mucho para mí que hayas estado aquí."
Pasaron un rato en silencio, compartiendo una paz momentánea en medio del dolor. Mipha, con su gentileza natural, no presionó a Link para hablar. Sabía que las palabras no siempre eran suficientes.
Finalmente, Link rompió el silencio. —"Voy a irme, Mipha. No sé por cuánto tiempo, pero necesito estar lejos... lejos de todo esto."— Sus palabras eran tristes, pero firmes. —"Me voy al Bosque Perdido. Necesito encontrar un poco de paz, y ahí es donde creo que puedo estar tranquilo por un tiempo."
Mipha lo miró con preocupación, pero también con comprensión. —"Lo entiendo, Link. Has pasado por tanto... Si estar en el bosque te da paz, entonces debes hacerlo. Pero prométeme algo."
Link la miró a los ojos, con una leve curiosidad.
—"Prométeme que volverás,"— continuó ella. —"Que no te perderás en la soledad. Hyrule te necesita... Y yo también."
El joven Hyliano asintió, tocado por las palabras de Mipha. —"Volveré,"— prometió, con la determinación brillando en sus ojos. —"No sé cuándo, pero regresaré."
Con una sonrisa triste, Mipha se inclinó hacia él y lo abrazó suavemente. Era un gesto simple, pero en ese momento, significaba todo. Después de un rato, Link se levantó, miró una última vez el río donde había compartido tantos recuerdos con ella, y se despidió.
Con el corazón pesado pero decidido, Link partió hacia el Bosque Perdido, dejando atrás su hogar, el castillo, y los recuerdos dolorosos, pero con la certeza de que volvería, algún día, cuando estuviera listo para enfrentarse a su destino.
