Capítulo 7: viviendo en el castillo
El cuarto asignado a Link se encontraba justo al lado del salón de vistas, donde solían hospedarse los generales o visitantes importantes del castillo. Al entrar, lo primero que notó fue la elegancia sobria del lugar, una combinación perfecta entre comodidad y tradición. Las paredes, de un blanco suave, estaban adornadas con delicados tapices de colores cálidos, representando escenas históricas del reino. Las ventanas, amplias y con cortinas pesadas, dejaban entrar una brisa fresca que aliviaba el calor del día. Afuera, el viento susurraba entre los árboles del jardín cercano, creando un ambiente sereno y relajante.
En el centro del cuarto, una cama grande con sábanas blancas y suaves parecía llamarlo. El mobiliario, aunque modesto, era digno de la realeza: una mesita de madera oscura junto a la cama, un par de sillones tapizados en terciopelo rojo y un espejo de cuerpo entero tallado en marfil. Todo desprendía una sensación de lujo discreto, propio de un lugar donde se valoraba tanto el linaje como la sencillez.
Link dejó su mochila junto a la cama y se sentó, sintiendo cómo el colchón blando se amoldaba a su cuerpo cansado. Cerró los ojos por un momento, dejando que la frescura del ambiente lo envolviera, calmando sus músculos tensos por el largo día.
"Es increíble cómo todo ha cambiado tanto…" pensó mientras se recostaba por completo, dejando que la comodidad de la cama lo envolviera. El suave tacto de las sábanas y el aroma a madera fresca lo hacían sentir bienvenido, aunque una parte de él aún no se sentía del todo en casa. El reino que había dejado hacía cinco años le resultaba tanto familiar como extraño. Sin embargo, algo lo inquietaba más que el tiempo transcurrido: en el Bosque Perdido, no sentía que hubiese pasado tanto tiempo.
"Solo un año… no más…" se dijo a sí mismo, recordando cómo el tiempo parecía haber pasado de forma diferente en aquel lugar lleno de magia. Pero al volver, todo había cambiado, las caras, las personas, el ambiente. Incluso él, a pesar de no haberse dado cuenta, había cambiado más de lo que pensaba.
Mientras sus pensamientos vagaban, recordó la conversación que tuvo con el rey más temprano en el día. Zelda estuvo presente todo el tiempo, pero hubo un momento en particular que se quedó grabado en su mente. Justo cuando ella parecía querer decir algo, Prunia había intervenido, desviando la conversación hacia otros temas. "Zelda quería decir algo… pero, ¿qué era?", se preguntó Link mientras se acomodaba mejor en la cama, dejando que su cuerpo se relajara lentamente.
El pensamiento de Zelda seguía rondando en su mente. Sentía la necesidad de hablar con ella, de descubrir qué era lo que había querido decir. "Tal vez fue algo importante…" pensó mientras el cansancio comenzaba a apoderarse de él. Cerró los ojos, dejándose llevar por el sonido suave del viento y el ambiente apacible del cuarto. Poco a poco, sus pensamientos se hicieron más lentos, mezclándose con el sueño que lo envolvía.
Justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, un sonido suave lo hizo abrir los ojos de golpe. Alguien estaba tocando la puerta.
—-
Zelda estaba en su habitación, la luz tenue de una lámpara de aceite proyectaba sombras suaves sobre las paredes decoradas con intrincados detalles en oro y azul, símbolos de la realeza hyliana. Afuera, el cielo estaba cubierto por un manto de estrellas, y la luna bañaba el castillo con su luz plateada. Era tarde, muy tarde, pero el sueño no llegaba a ella. Sentada en su escritorio, rodeada de libros antiguos y pergaminos, Zelda intentaba concentrarse en sus investigaciones sobre la tecnología Sheikah, con la Tableta Sheikah brillando débilmente a un lado.
Impa, siempre tan diligente, había decidido acompañar a Prunia al laboratorio esa noche. A pesar de la hora, ellas dos nunca parecían cansarse de experimentar y explorar los secretos del pasado. Pero Zelda, por su parte, no lograba centrarse del todo. Tenía todo lo que necesitaba frente a ella, pero algo en su mente no la dejaba avanzar. Su mirada, normalmente fija en los textos, se desviaba constantemente hacia la ventana.
Link.
El chico no dejaba su mente. Durante la reunión con el rey más temprano, había querido decirle algo, pero la presencia de Prunia y la dirección que tomó la conversación lo habían impedido. Desde entonces, una incomodidad latente se había instalado en su pecho. "¿Por qué no pude decirle nada?" pensó, frustrada consigo misma. Zelda sabía que, más allá de las formalidades, necesitaba hablar con él. Había pasado tanto tiempo desde que lo vio por última vez, cuando ambos eran solo unos niños. Y ahora, después de cinco años, él había regresado… cambiado, de alguna manera, pero aún tan misterioso.
Zelda suspiró, levantándose del escritorio. Comenzó a pasear por la habitación, dejando que sus pensamientos fluyeran. Aún recordaba a Link de niño, con esa mirada curiosa y valiente. Se habían cruzado algunas veces en la corte, pero nunca habían sido cercanos. "No es como si fuéramos amigos," se dijo a sí misma, tratando de justificar la sensación extraña que le causaba su presencia. Aún así, no podía ignorar el impulso de ir a verlo. Tenía tanto que preguntarle, tanto que decirle. Durante estos cinco años, Link había desaparecido por completo, mientras ella había pasado cada día investigando la antigua tecnología que tanto la fascinaba, pero que debía estudiar en secreto.
"Tal vez…" Zelda murmuró, deteniéndose frente a la ventana, donde el aire fresco de la noche la hizo estremecer un poco. Quizás hablar con Link le ayudaría a entender mejor lo que sentía. Podría contarle sobre sus investigaciones, sobre la tecnología Sheikah que había estado desenterrando en secreto. No había nadie más con quien pudiera hablar de aquello, pero por alguna razón, sentía que podía confiar en él. Quizás, si ambos compartían lo que habían hecho en estos cinco años, esa extraña incomodidad desaparecería.
Pasó varios minutos debatiendo consigo misma, caminando de un lado a otro, sin saber si debía ir. "¿Y si no tiene nada que decirme? ¿Y si es incómodo?" pensaba mientras el silencio de la noche la envolvía. Pero cada vez que intentaba regresar a sus estudios, el pensamiento volvía. Finalmente, suspiró y tomó la Tableta Sheikah de la mesa. "Solo iré a hablar un momento. No puede ser tan difícil."
Decidida, Zelda salió de su habitación. Aunque no sabía exactamente en cuál cuarto estaba Link, sí sabía que se encontraba en la zona de visitas del castillo, donde los generales y huéspedes importantes solían hospedarse. El pasillo estaba en silencio, solo el eco de sus pasos resonaba en la piedra pulida. Su corazón latía rápido mientras avanzaba, pero se convencía a sí misma de que lo peor que podía pasar era que él ya estuviera dormido.
Cuando llegó al ala de los cuartos de visita, Zelda se detuvo un momento. Había varias puertas, todas cerradas, y no tenía idea de cuál sería la de Link. Respiró hondo y decidió que no perdería nada probando. No había más visitas en el castillo, así que no tendría que preocuparse por molestar a nadie más.
Toc, toc.
Probó en la primera puerta, pero no hubo respuesta. Con un leve suspiro, caminó hacia la siguiente.
Toc, toc.
De nuevo, nada. "Vamos, Zelda, no te rindas ahora," sé dijo, algo nerviosa. Se dirigió a la tercera puerta, esperando tener más suerte esta vez.
Toc, toc.
La puerta se abrió lentamente, y ahí estaba él. Los ojos de Link, aún somnolientos por haber estado a punto de quedarse dormido, se encontraron con los de Zelda. Ella no pudo evitar que sus ojos brillaran un poco al verlo. Había algo en él, algo que le hacía sentir que esta conversación, aunque inesperada, era necesaria.
"¿Zelda?" preguntó Link, con una mezcla de sorpresa y confusión en su voz.
"Link... ¿puedo pasar?"
—-
Link abrió la puerta lentamente, esperando encontrar a algún sirviente, pero en su lugar, sus ojos se encontraron con Zelda. La princesa estaba de pie frente a él, con el rostro ligeramente sonrojado y las manos entrelazadas frente a su cuerpo. Llevaba una pijama blanca que parecía un delicado vestido, simple y conservador, pero en su sencillez, realzaba la elegancia natural de la princesa. No mostraba mucha piel, pero no hacía falta: Zelda no necesitaba nada más para resplandecer. Su belleza siempre había sido sutil, etérea, algo que Link no había notado hasta ese momento.
De inmediato, Link sintió cómo el sueño que lo invadía hace un segundo se desvanecía por completo. Se irguió más y parpadeó, como si la sorpresa le hubiera despejado la mente de golpe.
—¿Zelda? —preguntó con incredulidad, su voz un poco más ronca de lo que hubiera querido.
Zelda bajó la mirada por un instante, y aunque su sonrojo se profundizó, mantuvo la compostura, a pesar del evidente nerviosismo que la envolvía.
—Link… ¿Puedo pasar? —murmuró, casi como si se arrepintiera a la mitad de la frase.
Link tragó saliva. Su mente corría a mil por hora, tratando de procesar lo que estaba pasando. ¿Qué hacía Zelda ahí, a esa hora? ¿Debería invitarla a entrar? Claro que sí, pero ¿dónde debía sentarse? ¿En la cama? No, eso parecía descortés, después de todo, ella era la princesa, dueña de todo lo que los rodeaba. Él era el invitado aquí.
—Sí... sí, claro, pasa, —dijo finalmente, haciéndose a un lado para dejarla entrar. Trató de no tropezar con sus propias palabras, y al ver que Zelda avanzaba tímidamente, se apresuró a ofrecerle asiento—. Puedes sentarte en la cama, si quieres.
Mientras ella se sentaba cuidadosamente en el borde de la cama, Link, aún incómodo, tomó una silla cercana y la arrastró hacia la cama, asegurándose de no hacer mucho ruido. Se sentó, ligeramente más apartado, pero lo suficientemente cerca como para poder hablar en voz baja.
El silencio llenó el cuarto durante unos momentos. Zelda miraba el suelo con una mezcla de nervios y timidez, mientras Link, rígido en la silla, pensaba en lo surrealista de la situación. El ambiente era espeso, lleno de esa tensión incómoda que a veces acompaña los momentos más importantes.
Finalmente, Zelda respiró hondo, como si juntara todo el coraje que le quedaba, y comenzó a hablar.
—Lamento mucho lo de tu padre, —dijo en un tono suave pero cargado de emoción—. Yo... fui a buscarte cuando despertaste en la enfermería, pero... ya no estabas. Quería... —Su voz se aceleró un poco, y sus manos, que descansaban en su regazo, empezaron a entrelazarse con nerviosismo—. Quería... ofrecerte mis condolencias personalmente, pero no pude encontrarte en ningún lado... No sabía qué más hacer...
Las palabras comenzaron a fluir más rápido, casi atropellándose unas a otras. Zelda no estaba acostumbrada a este tipo de interacción, y mucho menos a pedir disculpas. Desde pequeña, su mundo había sido controlado, ordenado, rodeada por sirvientes y guerreros, pero nunca por alguien con quien pudiera realmente hablar de corazón a corazón. Y ahora, se encontraba luchando con esa vulnerabilidad.
—No sabía cómo decirte todo esto, y cuando te vi, solo... —continuaba, su voz cada vez más rápida, como si intentara sacar todo de una sola vez, …pensé que debías estar tan… tan confundido y solo, y yo no…
Link, que había estado observando su lucha interna, se levantó con suavidad y se acercó a ella. Zelda, inmersa en sus palabras y emociones, no notó su proximidad hasta que sintió el cálido toque de las manos de Link sobre sus hombros. Se detuvo en seco, sus palabras cortadas de inmediato por la sorpresa.
—Gracias, princesa, —murmuró Link con una suavidad que Zelda no esperaba—. Gracias por haber intentado estar ahí cuando lo necesitaba. Y perdón por haberme ido sin previo aviso. —Su voz era cálida, casi un susurro en el silencio del cuarto. Zelda, aún sorprendida, lo miró directamente a los ojos, y en ese momento, Link pudo ver la tristeza que ella cargaba—. Siento mucho lo de tu madre. Quise buscarte, ofrecerte al menos mi apoyo... tal vez un abrazo, pero no lo logré. No pude hacer nada, pero ahora estoy aquí, y quiero decirte que lo siento mucho.
Zelda bajó la cabeza, sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y ternura. Las palabras de Link habían tocado algo profundo dentro de ella, no solo porque compartían una pérdida dolorosa, sino porque ambos habían sentido la misma necesidad de apoyarse el uno al otro, aunque nunca lo lograron.
—Gracias, —susurró ella, su voz temblando ligeramente. Luego levantó la vista, y aunque había un brillo de tristeza en sus ojos, también había algo más: una pequeña chispa de conexión—. Es tierno que... ambos tuviéramos la misma idea.
Ambos sonrieron levemente, y el ambiente, que antes había estado cargado de nerviosismo, se suavizó un poco. La tensión se desvaneció con la comprensión mutua, y durante unos segundos, solo el sonido suave del viento que entraba por la ventana acompañaba sus pensamientos.
Después de un momento, Zelda soltó una risa pequeña, tímida, pero genuina.
—No soy muy buena en esto de las disculpas... ¿verdad? —dijo, cubriendo su rostro con una mano, apenada por lo mucho que había balbuceado antes.
Link rió suavemente, sintiéndose mucho más relajado ahora.
—Hiciste lo mejor que pudiste, —respondió él—. Y, para ser sincero, lo hiciste mejor de lo que yo habría hecho.
Zelda rió un poco más fuerte, aliviada de que la atmósfera pesada se hubiera aligerado. Ambos permanecieron en silencio unos segundos más, pero esta vez no fue incómodo. Había algo reconfortante en estar ahí, juntos, en el silencio compartido.
El silencio se había vuelto reconfortante, pero Zelda, visiblemente más relajada, lo rompió nuevamente, aunque con una sonrisa tímida.
—Bueno... —empezó, mientras sus mejillas volvían a teñirse de rosa—, no te imaginas el valor que me tomó venir aquí. —Desvió la mirada hacia la ventana, como si confesarse con Link fuera aún más intimidante de lo que había anticipado—. Normalmente no soy tan impulsiva, pero... sentí que debía hacerlo.
Link levantó una ceja, intrigado.
—¿Impa te animó a venir? —preguntó, esperando una respuesta afirmativa, pues sabía cuán persuasiva podía ser la anciana Sheikah.
Zelda negó con la cabeza, aún sonrojada, pero esta vez su mirada fue más firme.
—No... fui yo sola, —confesó—. Simplemente... sentí que tenía que hablar contigo. Y... también tenía curiosidad. —Hizo una pausa, un brillo de genuino interés cruzó sus ojos—. Quería saber qué hiciste estos cinco años... adónde fuiste, qué encontraste. No he dejado de preguntármelo desde que supe que habías ido.
Link sonrió, algo divertido y sorprendido por su sinceridad. No había esperado que Zelda quisiera saber tanto sobre sus aventuras.
—Es una historia bastante poco interesante, —respondió, restándole importancia con un leve encogimiento de hombros—. Nada fuera de lo común.
Pero Zelda negó rápidamente, y sus ojos se iluminaron con curiosidad mientras se inclinaba un poco hacia él, como si estuviera esperando un relato fascinante.
—No importa, —insistió—, quiero escucharla. —La forma en que lo dijo, con tanta intensidad y expectación, hizo que Link se diera cuenta de cuánto había cambiado Zelda, y a la vez, cuánto seguía siendo la misma chica curiosa de siempre.
Link soltó una pequeña risa y negó con la cabeza.
—Sigues siendo la misma chica curiosa que conocí en el cuartel hace tantos años, —dijo, mirándola con una mezcla de nostalgia y afecto.
Zelda le devolvió la sonrisa, esta vez con un toque de complicidad.
—¿Curiosa? Tal vez, —respondió suavemente—. Pero hay algo diferente en ti ahora. dijo Zelda, estudiándolo con atención mientras sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y algo más profundo—. Además del obvio crecimiento, tus ojos muestran algo más… —sus labios formaron una sonrisa suave—, una gran determinación, muy parecida a la de tu padre. Me alegra ver que, a pesar de todo lo que has pasado, sigues con esa misma mirada en tu rostro determinada, valiente aunque sea diferente a la que tenias de niño.
Link se quedó en silencio unos segundos, asimilando las palabras. Sentía una calidez en el pecho, pero antes de que pudiera responder, Zelda, con una expresión nerviosa, continuó hablando sin detenerse.
—Esa mirada me gusta... —murmuró, y al darse cuenta de lo que acababa de decir, sus mejillas se tiñeron de un leve rubor—. Eh... quiero decir... ¿dónde has estado estos últimos cinco años?
Link, aún sorprendido por las palabras de Zelda, sintió que su corazón se aceleraba. Al momento, activó su habilidad "procesamiento paralelo", lo que le permitió sonrojarse por lo que acababa de escuchar y, al mismo tiempo, calmarse rápidamente sin que Zelda lo notara. Respiró hondo y, ya más sereno, comenzó a contarle sobre su tiempo en el Bosque Perdido.
—Bueno... He pasado estos cinco años en el Bosque Perdido, entrenando con los Kologs —dijo, con una calma que contrastaba con la mística naturaleza de lo que estaba diciendo.
Zelda, cuyos ojos se iluminaron con emoción, lo interrumpió antes de que pudiera seguir.
—¿Pudiste entrar al legendario Bosque Perdido? —preguntó, casi saltando en su asiento—. Bueno, tiene sentido, sabiendo que tienes la Espada Maestra, que se supone descansaba ahí. ¿Es verdad eso?
—Sí —respondió Link con una sonrisa—, ahí estaba. De hecho, encontré la entrada cuando tenía cinco o seis años, no lo recuerdo bien. Pero en ese momento no pude extraer la espada. No fue hasta hace como dos días que la saqué de su pedestal.
Zelda abrió los ojos con asombro.
—¡Espera! ¿Recién obtuviste la espada entonces?
—Sí, pasé esos cinco años en el bosque entrenando, pero no me concentré en la espada. No fue hasta que estaba por salir que ella me llamó, y entonces la extraje.
Zelda se llevó una mano a la boca, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. No podía creer la naturalidad con la que Link hablaba de un evento tan trascendental como si fuera cualquier otro día. Estaban hablando de la Espada Maestra, el arma legendaria destructora del mal, pero Link lo describía con una serenidad desconcertante.
—Por cierto... —dijo Zelda, aún recuperándose de la impresión—, ¿dónde está la espada ahora?
—Oh, Prunia se la quedó —respondió Link casualmente—. Quería examinarla, porque cuando no está en mis manos, es una espada muy pesada. Así que, con sus experimentos, la llevó a su laboratorio. Supongo que mañana me la devolverá.
Zelda parpadeó sorprendida.
—¿Y puedes sentir la espada desde aquí? —preguntó con curiosidad.
—Sí —dijo Link, asintiendo lentamente—. Es como si su ubicación apareciera en mi mente. Sé exactamente dónde está.
Zelda no pudo evitar mostrar asombro.
—Eso es increíble, Link. —dijo, y luego, con una chispa de emoción en sus ojos, preguntó—. ¿Y no puedes... llamarla a tu mano o algo por el estilo?
Link frunció el ceño, un poco confundido. Nunca había pensado en algo así, ya que solo había tenido la espada por un corto tiempo.
—Bueno... no perdemos nada por intentarlo, —dijo con una sonrisa nerviosa.
Extendió su mano hacia el frente y cerró los ojos, concentrándose en la espada. De repente, una luz brillante cubrió la habitación, envolviéndolos en un resplandor místico. Cuando la luz se desvaneció, la Espada Maestra estaba firmemente en la mano de Link.
—Espera... sí responde a mi llamado, —dijo Link con asombro, observando la espada en su mano.
Zelda se levantó de su asiento, sorprendida.
—¡Esto es increíble, Link! Puedes llamar a la espada desde donde estés. ¡Es el arma perfecta para cualquier espadachín!
Link sonrió, disfrutando el entusiasmo de Zelda. Los dos continuaron hablando sobre lo que había vivido en el bosque, sobre los Kologs y los extraños misterios del lugar, riendo y compartiendo historias, hasta que, de repente, la puerta se abrió de golpe, tanto él como Zelda giraron la cabeza rápidamente en esa dirección, sus corazones dando un pequeño brinco. Era Prunia, la científica Sheikah, quien apareció en el umbral con la respiración agitada y el cabello despeinado.
—Liiiink... —gritó, jadeando—. ¡La Espada Maestra desapareció de mi laboratorio y...! —Mientras hablaba, su tono pasó rápidamente de un grito desesperado a un murmullo casi inaudible al fijarse en el panorama frente a ella: Link y Zelda sentados juntos... con la Espada Maestra entre ellos.
Los ojos de Prunia se entrecerraron, y su mente brillante comenzó a atar cabos a una velocidad vertiginosa. La primera pregunta importante—el paradero de la espada—quedaba resuelta. Así que su preocupación inicial desapareció. Sin embargo, otra cuestión ocupó su mente: ¿Qué hacía la princesa en el cuarto de Link?
Aunque no podía saberlo con certeza, Prunia llegó a una conclusión clara: Yo aquí solo soy un estorbo. Con una media sonrisa divertida, levantó las cejas y dijo, con una teatral reverencia:
—Lo siento por interrumpir este... momento. Si me disculpan, me retiro. —Cerró la puerta con fuerza y desapareció a la misma velocidad a la que había entrado, dejando un eco detrás de ella.
Zelda, que hasta ese momento había estado tranquila, se puso completamente roja. El calor subió rápidamente a sus mejillas, y con un impulso casi instintivo, saltó de la cama.
—Yo... ¡lo siento! —exclamó mientras se apresuraba hacia la salida, tratando de esconder su vergüenza. Estaba a punto de correr cuando, de repente, Link activó su habilidad especial, "Procesamiento Paralelo". El tiempo para él comenzó a ralentizarse.
En esa fracción de segundo, Link observó cómo Zelda intentaba salir a toda prisa, sus pasos eran como ondas lentas en un estanque. Podía dejarla ir, pensó. Podía pretender que no había pasado nada. Pero algo dentro de él se rebeló ante esa idea. No quiero que se vaya, pensó. Quiero hablar con ella un poco más.
Link meditó sobre esa decisión, explorando cada rincón de su mente mientras el tiempo seguía suspendido. Su resolución fue firme. No la dejaría irse así. Cuando el tiempo volvió a la normalidad, Zelda apenas había dado un paso más cuando sintió la mano de Link sujetar suavemente su muñeca.
—Puedes quedarte un poco más, —le dijo, su tono tranquilo pero lleno de una sinceridad que sorprendió a ambos—. Quisiera seguir hablando contigo.
Zelda se detuvo en seco, su rostro aún ardiendo de vergüenza, pero algo en la voz de Link la hizo dudar. Lo miró a los ojos, titubeando. Parte de ella quería salir corriendo para evitar más incomodidad, pero otra parte... quería quedarse.
—Está bien... —murmuró al fin, volviendo a sentarse lentamente, su corazón latiendo desbocado.
El silencio que siguió fue cómodo, pero cargado de la extraña tensión que surge cuando las palabras no logran captar lo que los pensamientos susurran. Link soltó un leve suspiro, aliviado de que no se hubiera ido, y ambos se quedaron sentados, compartiendo un momento que ninguno de los dos quería que terminara demasiado pronto.
El ambiente en la habitación estaba cargado de una suave tensión. Zelda, aún algo avergonzada por haber sido vista en esa situación, se acomodó nerviosa en el borde de la cama. Link, tras haberla retenido por la muñeca, también sentía una mezcla de incomodidad y una tímida satisfacción al haber logrado que se quedara.
Los segundos pasaban lentamente. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir o cómo retomar la conversación después del pequeño malentendido con Prunia. Link se rascó la nuca, buscando las palabras adecuadas, mientras Zelda jugueteaba nerviosa con los dedos de sus manos.
—Bueno... gracias por quedarte, —dijo finalmente Link, rompiendo el silencio con una sonrisa tímida.
Zelda levantó la vista, aún ruborizada, pero le devolvió una pequeña sonrisa.
—No hay problema... —respondió, sin estar del todo segura de qué decir. La princesa aún sentía un poco de calor en las mejillas por la vergüenza reciente, pero algo en la forma en que Link la miraba la calmaba.
El silencio volvió por unos segundos, y justo cuando parecía que las palabras se les escapaban de nuevo, Zelda, tratando de suavizar la situación, decidió tomar la iniciativa. Miró a Link con curiosidad, sus ojos brillando con interés.
—Oye, antes de que todo esto... pasara, —dijo, su tono suave pero curioso—, me hablabas de cómo has vivido en el bosque, ¿verdad?
Link asintió, agradecido de que Zelda quisiera seguir la conversación. Respiró hondo, todavía sintiendo un leve nerviosismo, pero dispuesto a hablar.
—Sí, pasé mucho tiempo en el Bosque Perdido... —empezó, su voz baja, como si todavía no estuviera seguro de cuánto compartir—. Allí me alimentaba principalmente de frutas, pero, de vez en cuando, cazaba algún animal pequeño... porque, bueno... necesitaba carne para mantenerme sano.
Zelda inclinó un poco la cabeza, sorprendida por lo que escuchaba.
—¿Tú cazabas? —preguntó, genuinamente interesada.
—Sí... —respondió Link, bajando la mirada un poco, aún inseguro de si estaba bien hablar de eso—. No es algo que haga mucho, pero a veces es necesario. Después de todo, solo con frutas no se puede mantener uno saludable todo el tiempo.
Zelda lo miraba con atención, sus ojos fijos en él. Aunque era evidente que Link no se sentía completamente cómodo hablando de ello, ella no podía evitar seguir haciéndole preguntas.
—¿Y cómo era entrenar con los Kologs? —preguntó, inclinándose hacia él sin darse cuenta, cada vez más absorta en su relato.
Link levantó la vista y, al notar el interés sincero de Zelda, se relajó un poco más.
—Entrenar con los Kologs fue... diferente. Ellos me enseñaron a moverme sin ser visto, a escuchar los sonidos del bosque y a ser paciente. —Los recuerdos de los pequeños guardianes del bosque le hicieron sonreír—. Y bueno, a veces, cuando salía a explorar fuera del bosque, me encontraba con enemigos... como los centaleones.
Zelda, sorprendida, abrió los ojos de par en par.
—¿Centaleones? —repitió, casi sin creer lo que escuchaba—. ¿Cómo es que... te enfrentaste a ellos? Son enormes y... ¡peligrosos!
Link se rió suavemente ante la reacción de Zelda. La forma en que ella lo miraba con tanta admiración lo hacía sentirse un poco más seguro de lo que contaba.
—Al principio, claro que tenía miedo, —confesó—, pero después de enfrentarme a varios, empecé a entender sus patrones de ataque. Ahora, puedo anticipar sus movimientos, y aunque siguen siendo peligrosos, ya no me asustan como antes.
Zelda estaba fascinada. No dejaba de hacer preguntas sobre los enemigos que había enfrentado, las técnicas que había aprendido, y sobre los Kologs, que hasta ese momento solo había conocido en textos antiguos. Sus ojos brillaban con admiración mientras Link seguía respondiendo, poco a poco perdiendo la timidez inicial.
Pero después de tanto hablar de sí mismo, Link sintió que había llegado el momento de cambiar el enfoque. Quería saber más de Zelda, de lo que ella había estado haciendo.
—Ya he hablado bastante de mí, —dijo finalmente, sonriendo—. Quiero saber más de ti ahora. —Su mirada se dirigió al artefacto que ella llevaba consigo desde que había llegado—. Por ejemplo, ¿qué es eso que traes en las manos? Parece interesante.
Zelda parpadeó, mirando la tableta Sheikah en sus manos como si la hubiera olvidado por completo.
—¡Oh! —dijo, con una risa nerviosa—. La había olvidado completamente... —Levantó la tableta con ambas manos y sonrió, visiblemente más emocionada —. Es la tableta Sheikah. Ha sido mi compañera durante años, pero con todo lo que me contabas... se me pasó por completo.
Link la observó, intrigado, y la sonrisa de Zelda se ensanchó. Por fin alguien quería escuchar sobre la tableta.
—¡Es increíble! —exclamó Zelda, sus ojos brillando mientras empezaba a hablar con entusiasmo—. Tiene tantas funciones... Puede reproducir imágenes, ver mapas detallados de Hyrule, tomar notas y mucho más. —Sus manos volaban sobre la pantalla, mostrándole a Link cada una de las características.
Mientras Zelda le explicaba todo con la energía de una niña pequeña, Link no podía evitar quedar maravillado, no solo por la tecnología, sino por la forma en que Zelda se mostraba tan emocionada. La veía hablar con tanta pasión y entusiasmo que era como si estuviera viendo a la misma niña que había conocido hacía años, pero ahora con una madurez y belleza que lo desconcertaba.
Sin darse cuenta, Link comenzó a ruborizarse al pensar en lo hermosa que era, pero Zelda, completamente inmersa en su explicación, no lo notó.
—Y aquí puedes ver... —continuaba Zelda, emocionada, sin darse cuenta del leve sonrojo en las mejillas de Link, que la escuchaba atentamente, admirándola en silencio.
Así, entre risas y comentarios, pasaron casi media hora hablando. La conversación, que al principio había comenzado con timidez y nerviosismo, ahora fluía de manera mucho más natural. Era como si todos esos años lejos, sin poder hablarse, hubieran desembocado en esta noche. Zelda y Link sentían que, por fin, algo se estaba formando entre ellos; no solo la conexión de dos personas que compartían una misión, sino el nacimiento de una verdadera amistad.
El tiempo volaba sin que se dieran cuenta. Zelda le contaba anécdotas sobre sus estudios y descubrimientos, mientras Link seguía hablando de sus aventuras y entrenamientos. Pero de repente, Zelda soltó un pequeño bostezo, tapándose la boca con una mano mientras su mirada se dirigía hacia la ventana.
—Parece que se nos ha hecho tarde... —murmuró, con una leve sonrisa en los labios—. Ya es casi medianoche... —La conversación había sido tan amena que apenas habían notado el paso del tiempo.
Link, que también había perdido la noción del tiempo, asintió.
—Sí, ha sido una noche... interesante, —dijo con una sonrisa tímida.
Zelda se puso de pie, estirando los brazos suavemente. Aunque estaba cansada, su corazón estaba lleno de alegría por haber podido pasar ese tiempo con Link. Pero entonces recordó que el día siguiente traería nuevos desafíos.
—Mañana tengo que atender algunos asuntos importantes, —dijo, ya más seria—. Tu regreso ha sido algo muy bueno para el reino, pero también ha traído consigo mucha incertidumbre. Los generales y mi padre están discutiendo sobre qué hacer contigo, Link.
Link frunció el ceño ligeramente, intrigado.
—¿Conmigo? —preguntó, claramente confundido.
Zelda asintió, su expresión tornándose un poco más seria.
—Sí, desde tu regreso, todos saben que eres fundamental para enfrentar la adversidad que se avecina, pero... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—, antes de que aparecieras, ya teníamos un plan de contingencia para la Calamidad.
Link se quedó en silencio, prestando atención a cada palabra. Zelda tomó aire antes de continuar.
—Hemos descubierto algo que puede ayudarnos, —dijo, volviendo a sentarse a su lado—. Las Bestias Divinas... unos colosos mecánicos que encontramos enterrados en las profundidades de Hyrule. Con mucho esfuerzo y estudio, logramos descifrar cómo se pueden controlar, pero solo pueden ser manejadas por personas con una raza y un rango de raza muy específicas.
Link la miró, su curiosidad aumentando con cada palabra.
—¿rango de raza? ¿Qué es eso?
Zelda sonrió levemente, dándose cuenta de que la información que estaba por compartir era algo que pocos sabían.
—No se trata solo de una raza en particular, —explicó—. Se trata de lo que llamamos un "rango de raza".
—¿Rango de raza? —repitió Link, claramente desconcertado. Nunca había escuchado sobre eso.
—Es algo que no mucha gente conoce, —continuó Zelda, adoptando un tono más explicativo—. Dentro de cada raza existen variantes. Por ejemplo, entre los hylianos, hay hylianos comunes, pero también hay hylianos de élite. Sin embargo, hay un rango aún más raro y poderoso: los hylianos "Altos". —Zelda hizo una pausa para ver si Link seguía el hilo de su explicación antes de continuar—. Lo mismo ocurre con los Zoras, los Goron, los Orni... Cada raza tiene representantes de élite, pero solo uno o dos de ellos son lo que llamamos "Altos".
Link frunció el ceño, tratando de asimilar la idea. No había pensado que existían variaciones tan específicas dentro de las razas.
—¿Y esos "Altos"... son los únicos que pueden controlar las Bestias Divinas?
—Exacto, —dijo Zelda, asintiendo—. Por ejemplo, en el caso de los Zoras, su representante "Alto" es la princesa Mipha, quien es una prodigio entre su raza.
El nombre de Mipha resonó en la mente de Link. Mipha, pensó, su amiga de la infancia, la joven Zora que lo había ayudado cuando era más joven y que había entrenado junto a él. Al escuchar su nombre, su rostro se suavizó y un sinfín de recuerdos lo invadieron.
Zelda observó detenidamente la reacción de Link al mencionar el nombre de Mipha. Parecía haber despertado algo profundo en él, una conexión especial.
—¿Sucede algo? —preguntó con curiosidad, ladeando un poco la cabeza.
Link, tras un breve silencio, decidió hablarle con sinceridad.
—Mipha... es una amiga de mi infancia, —dijo, su voz llena de calidez mientras recordaba aquellos días—. Entrenamos juntos durante mucho tiempo. Siempre fue alguien muy especial para mí. No sabía que ella era tan importante para todo esto...
Zelda sonrió al escuchar esto. Se alegraba de que Link ya conociera a Mipha, una de las guerreras clave en el plan para enfrentar la Calamidad.
—¡Qué bien que la conozcas! —exclamó, con una sonrisa aún más amplia—. Mipha es realmente extraordinaria. Ella es lo que llamamos una "Alto Zora". En la tribu de los Zoras, como te mencioné antes, solo unos pocos poseen ese rango tan raro.*
Link asintió, comprendiendo mejor lo que Zelda intentaba explicarle. Ahora todo cobraba más sentido.
—Pero Mipha no es la única, —continuó Zelda—. Por ejemplo, Daruk, de la tribu Goron, es un "Alto Goron".
—¿Daruk? —preguntó Link, recordando vagamente algunas historias sobre los poderosos guerreros Goron.
—Sí, un guerrero imponente y leal. Luego está Revali, para los Orni, quien es increíblemente hábil con el arco y tiene un dominio total del viento. —Zelda hizo una pausa antes de mencionar al último de los cuatro elegidos—. Y por último, Urbosa, la matriarca de las Gerudo. Ella es una guerrera legendaria, fuerte y sabia. Cada uno de ellos ha sido seleccionado para manejar una de las Bestias Divinas.
Link comenzó a conectar las piezas. Mipha, Daruk, Revali, Urbosa... cada uno perteneciente a una raza especial, los "Altos". Todos eran parte del plan para enfrentar a la Calamidad. Y aunque las Bestias Divinas eran asombrosas, lo que más le impresionaba era el hecho de que solo los miembros de las razas "Altas" podían controlarlas.
Recordando lo poderosa que Mipha había sido incluso de joven, Link entendió que las razas "Altas" eran verdaderamente especiales. Pero algo pasó por su mente en ese momento, una pequeña duda que lo inquietaba. Makore, el Kolog que lo había observado tan atentamente, le había dicho que sentía que Link no era un hyliano cualquiera.
—Zelda... —dijo Link de repente, con una chispa de curiosidad en sus ojos—. ¿No existe un "Alto hyliano"?
Zelda se sorprendió por la pregunta. La mirada de Link era seria, y eso la hizo reflexionar un momento antes de responder.
—Bueno... en teoría sí, —respondió, algo dubitativa—. Pero lastimosamente, no ha habido uno en milenios. O al menos eso dicen los registros antiguos. No queda en la sangre de los hylianos... supongo.
Link asintió, aceptando la respuesta, aunque algo en su interior seguía preguntándose si quizás Makore tenía razón. Pero decidió no insistir más en el tema.
—Entiendo... —dijo, y con una sonrisa suave, añadió—. ¿Qué más puedes contarme sobre el plan?
Zelda retomó su explicación con entusiasmo.
—Mañana tendremos una reunión importante para discutir el plan completo de las Bestias Divinas y tu regreso, Link. Ya todos saben que eres fundamental para enfrentarnos a la Calamidad, y el reino te necesita más que nunca. Veremos los detalles de cómo podremos coordinar todo. —Hizo una pausa, mirando a Link con una expresión más serena—. El destino del reino está en tus manos, Link. Pero no estarás solo.
El cansancio finalmente se hizo presente en los dos, y ambos sabían que la conversación había llegado a su fin por esa noche. Zelda bostezó de nuevo, disimulando con una sonrisa cansada.
—Ha sido un día largo... —admitió—. Pero ha sido maravilloso hablar contigo al fin después de tanto tiempo.
Link asintió, también sintiendo la fatiga, pero feliz por haber pasado ese tiempo con Zelda.
—Gracias por quedarte, Zelda, —dijo con sinceridad.
Zelda sonrió, pero justo antes de salir del cuarto, bajó la vista y notó que todavía llevaba la tableta Sheikah en sus manos. Había estado tan emocionada hablando con Link que ni siquiera la había usado en toda la noche. Sin embargo, un pensamiento cruzó su mente: ¿Y si tomaba una foto? Así llamaba a las imágenes que guardaba en la tableta, con la ayuda de Prunia. Pero la idea le pareció algo impulsiva. ¿No sería raro pedirle a Link que se tomaran una foto juntos? Sus mejillas comenzaron a ruborizarse ligeramente ante el pensamiento, y antes de que la timidez la superara, se giró hacia la puerta para salir.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Link la detuvo una vez más, como si hubiera percibido que algo la inquietaba.
—¿Sucede algo? —preguntó con amabilidad.
Zelda, sorprendida por la pregunta, se quedó congelada un instante. Con los nervios a flor de piel, tartamudeó un poco antes de responder.
—Bueno... —dijo con voz temblorosa—. Es solo que... pensaba que... quizás podríamos… —Hizo una pausa, sintiendo el calor en sus mejillas intensificarse—. ¿Tomarnos una foto?
Link parpadeó, buscando en su memoria el término "foto". Recordó que Zelda había hablado de ello antes y entonces lo comprendió. También sintió el rubor subir a su rostro, pero asintió con una pequeña sonrisa tímida.
—Claro... —respondió, tratando de no parecer demasiado nervioso.
Ambos se pusieron juntos para la foto, aunque con un evidente nerviosismo. Estaban colorados, tímidos, y de pie un poco alejados el uno del otro, pero cuando Zelda tomó la foto, la imagen les pareció... bonita. Había algo en la inocencia del momento, en la timidez compartida, que hacía que la foto fuera especial para ambos.
Zelda sonrió mientras revisaba la imagen en la tableta, y con un brillo en los ojos, le agradeció a Link.
—Gracias, Link. De verdad... —dijo, su sonrisa aún tímida pero sincera.
Link asintió, aún un poco sonrojado.
—Gracias a ti también, Zelda.
Con eso, Zelda se despidió rápidamente y salió corriendo de la habitación, su corazón latiendo con fuerza y una sonrisa que no podía borrar de su rostro. Link, por su parte, se quedó mirando la puerta por unos momentos, sonriendo también para sí mismo, mientras el eco de la conversación y la foto compartida permanecían en su mente.
Afuera de la ventana del cuarto de Link, la brisa nocturna entraba suavemente, meciendo las cortinas. Oculta entre las sombras, Impa observaba sin ser vista. Utilizando su habilidad Sombra Espectral, se había camuflado perfectamente en la penumbra. Tras la interrupción de Prunia, Impa había llegado al cuarto de Link, curiosa por lo que sucedía entre él y Zelda, pero al ver cómo la conversación entre ellos fluía de manera tan natural, decidió quedarse.
Es bueno que Zelda al fin haya encontrado un amigo, pensó Impa, una sonrisa apenas perceptible en sus labios. Durante años, había visto a la princesa lidiar con sus responsabilidades en soledad, y saber que ahora tenía a alguien con quien compartir sus pensamientos y preocupaciones la llenaba de una tranquila satisfacción.
Cuando la conversación entre los dos jóvenes terminó y Zelda salió corriendo del cuarto, Impa, siempre discreta, se retiró de su puesto sin dejar rastro, desapareciendo en la oscuridad de la noche como si nunca hubiera estado allí.
—-
El salón estaba lleno de tensión. En el centro, el Rey Rhoam presidía la reunión, su semblante grave. A su lado, Zelda, sentada en silencio, escuchaba con atención. Impa, Prunia, Rotver, y los cuatro generales del ejército real también estaban presentes, todos discutiendo el crucial plan para enfrentar a la Calamidad.
El tema principal eran las Bestias Divinas y sus cuatro jinetes, que ya habían sido seleccionados. Estos guerreros, denominados como los "Campeones", habían sido entrenados durante años y ahora eran la última esperanza del reino. Sin embargo, con la llegada de Link, la situación había cambiado. La profecía comenzaba a cumplirse.
El Rey Rhoam tomó la palabra, su voz profunda resonando en la sala.
—Con la llegada del Héroe, ya casi todas las piezas están en su lugar. Según la profecía, el Héroe y la Sacerdotisa, apoyados por un ejército de guardianes y las cuatro Bestias Divinas, deben derrotar a la Calamidad. —Hizo una pausa, sus ojos serenos pero llenos de una gravedad que no podía ocultar—. Pero aún falta una pieza clave: la Sacerdotisa.
Las palabras del rey cayeron pesadas en el aire, y aunque no lo dijo de manera directa, todos sabían lo que significaba. Zelda permaneció en su sitio, su rostro imperturbable, pero por dentro, sentía cómo cada palabra se clavaba profundamente en su corazón.
—Mi hija estará lista cuando llegue el momento, —dijo el rey, mirando a Zelda, pero sin reproches en su tono. Su voz era diplomática, como si solo estuviera recordando un hecho ineludible.
Zelda asintió, su voz firme pero vacía por dentro.
—Sí, padre. Estaré lista. —Pero dentro de sí, sabía que no había avanzado en su entrenamiento, que su poder aún no había despertado. Cada día que pasaba, la presión era más insoportable, y la sensación de fracaso crecía con fuerza en su pecho.
Impa, que estaba junto a ella, observaba en silencio, consciente del conflicto interno que Zelda sufría. Prunia también notaba la incomodidad en el aire, pero mantenía su habitual actitud relajada.
—Entonces, es hora de proceder, —dijo uno de los generales, rompiendo el incómodo silencio—. Los campeones serán convocados al reino para conocer al Héroe, y tal vez entrenar juntos antes de que la guerra contra la Calamidad comience.
—Además, —añadió Rotver—, serán equipados con la tecnología Sheikah para apoyar en las futuras batallas. No podemos dejar nada al azar.
Los generales asintieron, comprendiendo que la preparación de los campeones era esencial para enfrentar lo que se avecinaba. Con eso, la decisión fue tomada, y uno de los mensajeros fue enviado para convocar a los "Campeones" al reino. El plan comenzaba a tomar forma.
Poco a poco, los generales se retiraron, cada uno consciente de la magnitud de lo que estaba por venir. El mensajero salió rápidamente para enviar las invitaciones, dejando la sala más vacía y silenciosa.
Cuando todos se fueron, solo quedaron tres personas en la sala: Zelda, Impa y Prunia. Las dos Sheikah intercambiaron una mirada cómplice. Sabían lo que Zelda estaba sintiendo, aunque la princesa no mostrara sus emociones. Prunia, siempre juguetona, rompió el silencio con una pequeña sonrisa.
—Vaya, esto se está poniendo serio, ¿eh? —comentó, intentando aligerar el ambiente, aunque sabía que la presión sobre Zelda era enorme.
Zelda solo respondió con una ligera sonrisa forzada, agradecida por el intento de Prunia, pero sabiendo que en su interior el peso de la expectativa aún la aplastaba.
Impa se quedó en silencio, observando con su habitual sabiduría. Sabía que el camino de Zelda sería largo y difícil, pero también sabía que la princesa tendría que encontrar su propio poder cuando llegara el momento. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era estar a su lado.
Una vez que los generales y los mensajeros se retiraron, dejando solo al rey, Zelda, Impa y Prunia en la sala, el ambiente cambió. El Rey Rhoam se recostó en su silla y, con un tono mucho más serio y directo, se dirigió a su hija.
—Zelda, no tenemos mucho tiempo. —Su voz, firme pero no agresiva, resonó en el amplio salón—. Debes despertar tu poder cuanto antes.
Zelda, ya cansada de la presión que venía cargando, intentó defenderse.
—Padre, he intentado de todo... las fuentes de la diosa, los rezos, el entrenamiento... —empezó a decir, su tono mostrando su frustración contenida.
Impa, siempre leal, se adelantó para respaldarla.
—Majestad, la princesa ha hecho todo lo posible. Si tan solo tuviera un poco más de tiempo... —dijo, con su característico tono sereno pero lleno de respeto.
El rey levantó una mano, interrumpiendo a ambas.
—No permitiré excusas. —Su tono era inamovible, pero no agresivo—. He sido paciente, he guardado esta información durante un tiempo porque no quería alarmar a Hyrule... y mucho menos presionarte a ti, Zelda. —El rey hizo una pausa, mirando a su hija con gravedad—. Pero viendo tu escaso avance, debo decirlo: el oráculo Sheikah ha pronosticado que el cataclismo será este año.
Las palabras del rey cayeron como una losa. Zelda sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, como si el mundo se hubiera detenido por un momento. Todo lo que había sentido como presión ahora se convertía en una desesperación silenciosa. Miró a Impa y a Prunia, y al ver sus rostros inmutables, lo comprendió. Ellas ya lo sabían.
—¿Quiénes sabían esto...? —preguntó Zelda, su voz temblando levemente.
—Solo Impa, Prunia, el oráculo Sheikah y yo... —respondió el rey con firmeza—. Y ahora tú lo sabes.
Zelda sintió una oleada de traición. Había estado luchando durante años sin ver ningún avance, creyendo que tenía tiempo. Pero ahora, todo parecía tener sentido: los recursos adicionales para Prunia, los entrenamientos más intensos para los soldados... Todo estaba conectado con esa amenaza inminente. Ahora, todo lo que había intentado parecía insuficiente.
—Zelda, —continuó el rey—, es necesario que viajes por todo Hyrule nuevamente, recorriendo las fuentes de la diosa Hylia. Ya lo has hecho antes, lo sé, pero ahora debes hacerlo de nuevo. —El rey hizo una pausa, su mirada fija en la de su hija—. Tu rezo debe ser escuchado. Esta vez no hay margen de error.
Zelda, ya sintiéndose abrumada por la situación, se tensó aún más cuando el rey añadió:
—Tendrás una escolta de varios guardias que te acompañarán durante todo el recorrido.
El corazón de Zelda se hundió. Guardias, escoltas, estar siempre vigilada... Era lo último que quería, y justo lo que más la frustraba. El simple hecho de imaginarse rodeada por soldados todo el tiempo la hacía sentir prisionera de su propio destino. Estaba a punto de estallar, de gritar contra su padre, cuando una voz calmada la interrumpió.
—Majestad... —Impa habló con cautela—, considero que no es necesario que Zelda tenga una gran escolta.
El rey, junto con Zelda, la miraron con sorpresa. El rey arqueó una ceja, claramente confundido por la propuesta de Impa.
—¿Por qué dices eso, Impa? —preguntó, su tono mostrando un atisbo de molestia.
Impa, aunque intimidada por la mirada del rey, continuó con firmeza.
—Link podría acompañarla en su lugar.
Las palabras de Impa sorprendieron a todos en la sala. Zelda, sintiendo cómo sus mejillas comenzaban a ruborizarse ligeramente, la miró con confusión y timidez, mientras el rey fruncía el ceño, claramente molesto.
—¿Dejar ir al mejor guerrero de nuestras filas en un viaje para que Zelda rece? —dijo el rey, visiblemente molesto—. ¿En lugar de que se quede cuidando el castillo y entrenando con los campeones?
—Majestad, —continuó Impa, firme pero respetuosa—, proteger a la princesa de las adversidades que pueda enfrentar ahí afuera no es algo que pueda encargarse a un grupo de soldados mediocres. Ni siquiera un batallón de generales podría defenderla de monstruos como el centaleón dorado que enfrentó Link el otro día... o de criaturas influenciadas por la malicia de la Calamidad. Link es el único que puede garantizar su protección casi total. Cualquier otra opción sería arriesgar vidas innecesariamente.
El rey guardó silencio, procesando las palabras de Impa. Sabía que tenía razón. La seguridad del reino era importante, pero la seguridad de su hija lo era aún más. Impa continuó, notando que el rey comenzaba a considerar su propuesta.
—Además, es mucho más eficiente a nivel militar desplazar solo a dos personas que a un batallón entero que, seguramente, perecería ante enemigos demasiado fuertes para ellos.
Las palabras de Impa dejaron helado al rey. No tenía una respuesta inmediata. Sabía que Link era una de sus mejores armas, pero también sabía que si alguien podía proteger a Zelda, era él. Y entonces, como si todo encajara, Impa añadió un recordatorio.
—Y no olvidemos al clan Yiga. Siempre andan tras Zelda. Con tanto peligro, debemos mandar a nuestro mejor guerrero.
El rey se quedó en silencio, su mente procesando todas las implicaciones de la propuesta. Sabía que Impa tenía razón, pero una última preocupación lo atormentaba.
—Pero si la Calamidad ataca mientras Link no está... ¿qué haremos?
Prunia, que había permanecido callada hasta ese momento, intervino.
—Majestad, la velocidad de ese chico no es normal. —dijo con una sonrisa confiada—. Podría cargar con Zelda y llegar al centro de Hyrule desde cualquier parte en menos de 1 hora seguramente. —Luego, con un brillo de entusiasmo en sus ojos, añadió—. Además, si Zelda lleva consigo la tableta Sheikah, tengo buenas noticias. He estado experimentando con ella y... logramos desarrollar un "medio de teletransporte".
—¿Teletransporte? —preguntó Zelda, con curiosidad.
—Sí, —respondió Prunia—, hemos logrado descifrar un sistema que permite a la tableta Sheikah transportarlos instantáneamente a cualquier punto de teletransporte que tengamos habilitado. Ahora mismo, tenemos uno en mi laboratorio, y podrían regresar al instante si fuera necesario.
El rey, ante tal información, no pudo argumentar más. Se quedó pensativo, su rostro serio, pero claramente considerando que la propuesta era la mejor opción.
Zelda, aunque su rostro permanecía serio, sentía una alegría interna. Impa y Prunia la habían defendido antes de que ella misma hubiera tenido la oportunidad de estallar. Y, aunque no lo diría en voz alta, la idea de viajar sola con Link no le desagradaba en lo absoluto.
Finalmente, el rey asintió, cediendo.
—Daré la orden cuando los campeones estén aquí. Hasta entonces, tengo otras cosas en qué pensar. —Su tono mostraba resignación, pero también la aceptación de que esta era la mejor decisión.
Con eso, la reunión terminó. Las tres mujeres se levantaron, y las dos Sheikah intercambiaron una mirada cómplice antes de desaparecer en un suspiro al unísono, sabiendo que todo había salido mejor de lo esperado.
Impa y Prunia intercambiaron miradas antes de soltar un profundo suspiro de alivio. No esperaban que la discusión con el Rey Rhoam resultara tan favorable, especialmente considerando lo insistente que había sido en mantener estricta vigilancia sobre la princesa. Zelda, que las seguía de cerca, no parecía compartir el mismo alivio. De hecho, cuando las dos Sheikah se giraron hacia ella, la expresión severa en el rostro de la princesa les dejó claro que algo no estaba bien.
Zelda, con los brazos cruzados y una mirada de pura indignación, las observaba en completo silencio. Un aire de tensión comenzó a formarse entre ellas, y tanto Impa como Prunia supieron que la princesa estaba furiosa. El silencio se rompió cuando Zelda habló con una voz firme y agitada:
—¿Por qué no me dijeron que el Oráculo ya había hablado? ¿Que el Cataclismo será este año?
Ambas se miraron rápidamente antes de que Impa diera un paso adelante y bajara la cabeza en señal de disculpa.
—Princesa... lo lamento. No queríamos que se estresara más de lo necesario. Pensé que era mejor esperar el momento adecuado para decírselo. —Impa intentaba sonar calmada, pero la preocupación se notaba en su tono.
Zelda frunció el ceño y continuó reprochando, sus palabras llenas de frustración acumulada:
—¡No soy una niña, Impa! ¡Tengo derecho a saber lo que está pasando en mi propio reino! —Apretó los puños y dio un paso hacia adelante—. Esto no es algo que puedas ocultarme solo para protegerme.
La tensión permaneció durante unos segundos más, hasta que Zelda dejó escapar un largo suspiro y bajó un poco la guardia.
—Agradezco que hayan sugerido que sea Link quien me acompañe a las fuentes de la diosa... en lugar de un escuadrón de soldados. Al menos eso me da algo de tranquilidad.
Impa e inclinó ligeramente la cabeza.
—No hay de qué, Princesa. Creemos que Link será de más ayuda para su misión... y para usted.
Prunia, que había permanecido en silencio durante la discusión, no pudo contener una sonrisa traviesa que apareció en su rostro. Y antes de que Impa pudiera cambiar de tema, Prunia aprovechó para soltar su comentario con una chispa de picardía:
—Ahora que mencionas a Link... anoche te vi muy bien acompañada en su cuarto, ¿eh, Zelda? —dijo, con una sonrisa maliciosa.
Zelda se quedó helada, y su rostro enrojeció al instante. Tartamudeó al intentar dar una respuesta:
—Y-yo... ¡No es lo que piensas!
Prunia se cruzó de brazos y, con una risa traviesa, continuó atacando:
—Oh, claro, claro... simplemente estabas "charlando" en la habitación de Link, en plena noche... completamente sola... —dijo mientras imitaba las comillas con los dedos.
Impa, viendo la incomodidad de Zelda, intentó intervenir para defender a la princesa.
—Prunia, ya es suficiente. No hace falta...
Antes de que pudiera terminar, Prunia la interrumpió con otra revelación, esta vez apuntando directamente a Impa.
—¡Ah, pero si tú también estabas ahí, Impa! ¡No creas que te vas a librar de esto! Vi cómo te escondías entre las sombras espiando... ¡Buena técnica, por cierto!
Impa abrió los ojos de par en par, completamente sorprendida y algo sonrojada, mientras Zelda, roja como un tomate, decidió que había aguantado suficiente humillación por un día. Sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y salió corriendo, claramente avergonzada.
—¡Princesa, lo siento! ¡No era mi intención espiar! —gritó Impa mientras corría detrás de Zelda, intentando disculparse, aunque su vergüenza la hacía tropezar con sus propias palabras.
Prunia, incapaz de contener su risa, caminaba tranquilamente detrás de ambas, disfrutando del caos que había desatado.
—¡Oh, esto es demasiado bueno! ¡Esperen, no se vayan sin mí! —decía entre carcajadas mientras seguía a Zelda e Impa, aún con esa sonrisa juguetona en su rostro.
—-
Una semana después...
Era temprano por la mañana, el sol apenas asomaba en el horizonte mientras Link, como siempre, ya estaba despierto y listo para su rutina diaria de entrenamiento. El aire fresco de la mañana llenaba los patios del castillo de Hyrule mientras algunos soldados se preparaban para sus ejercicios matutinos, pero en comparación con Link, que ya llevaba un buen rato corriendo y estirando sus músculos, parecían estar todavía despertando.
En esta última semana, Link había comenzado a llevarse con algunos de los soldados, aunque su carácter reservado limitaba las conversaciones a lo estrictamente necesario. Las palabras entre ellos se reducían a trivialidades sobre el clima o simples comentarios sobre las armas, pero para él, eso bastaba. Su verdadera concentración estaba en mejorar.
Después de terminar su carrera, se dirigió a la sala de entrenamiento de generales, a la que tenía acceso especial. Era una arena de combate abierta, sin techo, con paredes reforzadas por magia Goron. Eran tan fuertes que podían resistir los más potentes golpes y ondas de choque, incluso las de los generales. Sin embargo, Link sabía que cuando él entrenaba, algunas veces las paredes parecían vibrar bajo la intensidad de sus ataques. Pero nunca se preocupaba. La magia en esas paredes era de altísimo nivel.
Una vez dentro, empuñó su espada de madera, la única que usaba para entrenar en estos casos. No se atrevía a sacar la Espada Maestra a menos que fuera necesario. En su mente, usarla para simples entrenamientos sería un insulto al legado heroico que representaba. Así que allí descansaba en su espalda, mientras Link manejaba la espada de madera con una destreza que haría que cualquier guerrero lo mirara con respeto. Su habilidad "Maestro de Guerra" convertía cualquier arma en un instrumento letal en sus manos, incluso una inofensiva espada de madera.
Los golpes de Link resonaban en la arena. Cada corte que ejecutaba, aunque no fuese con una espada afilada, tenía la precisión y la fuerza de un verdadero maestro. Durante horas entrenó solo, probando sus reflejos, movimientos y su capacidad de reacción. Estaba completamente inmerso en su entrenamiento hasta que el reloj marcó las 8 de la mañana. La reunión con el rey y los invitados especiales sería a las 9, así que decidió retirarse para alistarse.
Justo cuando estaba por guardar su espada de madera y regresar a su habitación, lo sintió: una amenaza que venía del cielo. Peligro. No solo uno, sino tres proyectiles cayendo a una velocidad letal. Link activó su habilidad "Procesamiento Paralelo", y el tiempo se desaceleró a su alrededor mientras analizaba la situación. Tres flechas bomba descendían hacia él desde el cielo, cada una perfectamente calculada. Podría esquivarlas fácilmente con su velocidad, pero el humo que producirían le permitiría ocultarse y saltar hacia el origen de los disparos.
Con una maniobra fluida, Link esquivó las tres flechas con precisión quirúrgica. Las bombas impactaron el suelo detrás de él, llenando el área de humo, pero antes de que el polvo se disipara, Link ya estaba en el aire, elevándose a una altura considerable con un salto potente. Su mirada escaneó rápidamente los alrededores hasta que lo vio.
El "Alto Orni" Revali.
Link no había visto a Revali en cinco años, pero era imposible no reconocer su figura imponente y la arrogante sonrisa que adornaba su rostro. Revali, el orgulloso arquero de la raza Orni, siempre se autoproclamaba el rival de Link. Incluso ahora, después de tantos años, esa mirada orgullosa no había cambiado ni un poco.
Link se llevó una mano a la cara, palmándose ligeramente, como si la aparición de Revali fuera un chiste que ya había escuchado demasiadas veces. En lugar de atacarlo, aterrizó suavemente de vuelta al suelo, permitiendo que el tiempo volviera a su ritmo normal.
Revali descendió con elegancia desde los cielos, batiendo sus alas con fuerza mientras aterrizaba frente a Link con esa expresión de falsa modestia que lo caracterizaba. Con su habitual tono sarcástico, Revali lo felicitó:
—Vaya, Link. Felicitaciones por haber esquivado mis flechas bomba. Debo admitir que esperaba que fallaras... habría sido mucho más entretenido.
Link lo miró, sin poder evitar una pequeña sonrisa burlona en su rostro, aunque seguía bastante serio.
—Gracias, Revali. Es un honor ser el blanco de tus "entrenamientos". —dijo con un tono seco, sabiendo que Revali siempre tenía una manera peculiar de "felicitar".
El Orni infló el pecho, claramente deleitándose en su propio ego.
—Ah, no hay de qué. Me alegra ver que aún puedes moverte lo suficientemente rápido para no convertirte en un desastre. Pero dime, ¿cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que tuve que enseñarte algo de humildad?
Link lo miró por un segundo, evaluando si valía la pena entrar en esa provocación. Finalmente, soltó un pequeño suspiro y se cruzó de brazos.
—Cinco años... aunque parece que aún te cuesta entender que no necesito esa "lección".
Revali alzó una ceja, sonriendo con superioridad. —Oh, claro, claro. Pero... ¿qué te parece si lo ponemos a prueba? ¿O tienes miedo de enfrentarte a alguien con mi nivel? —dijo, dándole un leve toque con la punta de su ala en el hombro.
Link, aunque paciente, no podía evitar sentirse ligeramente desafiado. Su mirada se volvió más aguda mientras mantenía el contacto visual con el Orni.
—¿Un reto? —repitió, ya sabiendo hacia dónde iba la conversación.
Revali asintió con esa sonrisa que lo hacía ver más provocador de lo que ya era.
—Exactamente, Link. Vamos a ver si todo ese entrenamiento solitario realmente ha dado frutos, o si sigues siendo el mismo chico que conocí hace años.
Link lo observó por un momento más, sopesando las opciones. La verdad es que un enfrentamiento con Revali podría ser interesante, además de que le daría la oportunidad de medir cuánto había mejorado en este tiempo. Asintió con la cabeza, aceptando el desafío.
—De acuerdo, Revali. Vamos a ver qué tan bien manejas tus "habilidades".
El ambiente entre ambos se tensó mientras se preparaban para el reto, aunque detrás de esa competencia, ambos sabían que, de alguna manera, se respetaban. Pero en ese momento, todo se resumía en una cosa: demostrar quién era el mejor.
