Hice como tres versiones de este capítulo por que, sinceramente, no encontraba la forma de continuarlo. Decidí que era mejor despertarlos y retomar la actualidad, a ver qué tal nos va.
¡Disfruten!
El despertar de esa mañana fue más complicado de lo habitual.
Asumió que fue por el cansancio mental acumulado en toda la semana. Los desvelos, el estudio y el prestarle atención a Kise, todo junto lo agotaba demasiado.
Aunque, si Kasamatsu quisiera, podía dejar a un lado a su rubio novio para enfocarse completamente en sus materias. Simplemente no quería. Estar con Kise lo tranquilizaba de gran manera, pese a no parecerlo.
Estiró su cuerpo una vez sus ojos dejaron de sentirse pesados y se acostumbraron a los rayos de sol que entraban por su departamento. Los músculos de su espalda dolían por el sofá, pero era una sensación que podía fácilmente soportar hasta que disminuyera con el pasar del día.
Dio un par de vueltas en el sofá, arropándose en la suave sábana por el frío de los últimos vientos de primavera. Terminó levantándose y fue consciente que se encontraba solo en el departamento.
La tarde anterior estaba compartiendo una caliente bebida con la base de Shōtoku antes de caer dormido. La sábana encima de su cuerpo debió dejarla él antes de irse.
Mientras masajeaba los tensados músculos de su cuello escuchó una tonada venir de la mesa cafetera. Su celular brillaba mostrando una notificación al son de una tonada que describiría como chillona y resplandeciente.
Tonada que desde que la escuchó le recordaba demasiado a Kise.
Con un quejido tomó el celular, observó que eran poco más de las diez y no se sorprendió en absoluto en encontrar más de diez mensajes de su rubio novio.
"Yukiocchi, ya llegué a mi casa."
"¡Tengo mucho que contarte!"
"Escribir me da pereza, ¡te lo contaré en audio!"
Fue inevitable fruncir el entrecejo al notar que dicho audio superaba los tres minutos. Kasamatsu suspiró al levantarse del sofá y caminar hacia su mochila para sacar de ella su cargador y dirigirse a la cocina.
Conectó el cable a la corriente y el celular al pequeño enchufe y dio reproducir al audio para usarlo de podcast en lo que se preparaba un rápido desayuno y un muy necesitado café.
"Iré de menor a mayor." Kasamatsu sonrió, Kise hacía eso cuando quería dejar el tema de mayor intensidad al último "Akashicchi hablará con Nijimura-senpai para que venga a Tokio, ¿puedes creerlo? ¡Hace mucho tiempo que no lo vemos! Estoy emocionado por saber cómo está, ¡lo extraño mucho! Pero no te pongas celoso, Yukiocchi, tú siempre serás mi senpai."
—Eso ya lo sé, idiota.
Kasamatsu siguió preparando su desayuno, con las mejillas sonrojadas.
Nijimura era un tipo que conocía por fotos y relatos. Kise solía hablar mucho de él cuando estaban juntos en Kaijō. Las historias sobre él indicaban que Kise lo había respetado mucho. Sin embargo, esas historias jamás superaban el segundo año.
Kasamatsu se lo había preguntado, pero al oír que Kise se enteró que la salida de su superior se debió por la salud de su padre ya no indagó más.
Estaba feliz por él y su reunión. Y, obviamente sabía, que él era el superior que Kise siempre preferiría.
El audio continuó su curso mientras Yukio servía el caliente café en una taza y volteaba el huevo estrellado en el sartén.
"Fuimos a comer al Maji después de los juegos y Himuro y Kagamicchi fueron por Murasakibaracchi y Kurokocchi en la noche. ¡Nos reímos mucho de eso!"
Kasamatsu colocó el huevo estrellado en un plato mientras colocaba el pan para bagel en el mismo sartén. No estaba entendiendo mucho el contexto del último comentario, pero conociendo a Kise lo explicaría después de terminar de reírse.
"Porque, creo que Sakuraicchi está enojado con Aominecchi."
—Aominecchi…
Repitió el apodo del As de Tōō, imitando el tono chillón que usaba Kise, al mismo tiempo que azotaba el pedazo de pan caliente en su plato.
El audio siguió su curso, pero Kasamatsu ya no le prestaba la debida atención. El rostro iluminado y emocionado que Aomine le ponía a Kise cada que lo veía apareció en su mente.
Recuerdos del día anterior en aquellas canchas donde su pareja se reunía con sus amigos a jugar baloncesto llegaron a él, mezclados con unos que a Kasamatsu le parecieron curiosos. Una versión joven de Kise deambulando por pasillos escolares y el dibujo de un corazón en tinta azul empezaron a marearle.
La voz de Kise en el fondo contando la situación de Aomine con Sakurai empeoraba su estado a tal punto de tener que apoyarse en la encimera de la cocina para evitar caerse.
Tocó su frente, encontrando sudor frío en ella.
—¿Qué son estos recuerdos?
Era demasiado vívidos comparados con los del día anterior. A Kise solo lo veía de espaldas, pero podía reconocer el uniforme de inverno de Teiko. No podía decir lo mismo de los pasillos, la estructura de casi todas las escuelas secundarias eran la misma, podía tratarse de cualquiera.
Sin embargo, esas manos que dibujaban el corazón azul… Kasamatsu podía apostar su vida al decir que eran las de Kise.
"…Sé que es un idiota, Yukiocchi, ¿pero preguntarme por qué Sakuraicchi me odia?"
Volvió a prestarle atención al audio cuando el mareo se detuvo.
Apagó el fogón, tomó su desayuno y se acercó al celular conectado a la corriente. Después de aquello, el bagel ya no lucía tan apetitoso como antes, pero su estómago rogaba por comida.
"Ambos sabemos porque me odia…"
La voz incomoda de Kise le trajo una nueva imagen, impidiéndole terminar de llevar el bagel a su boca para comer.
Una figura de color rojo que se volvía lila y una mano alzada frente a sus ojos intentando tocarla. Debía ser él mismo, pues esa pulsera azul era la misma que traía puesta en ese momento.
El dije con la letra K se movía en el aire y en el fondo los mensajes de Kise, posteriores al audio, eran vistos por sus ojos.
Pero Kasamatsu no los estaba leyendo realmente.
—…ami-kun.
La voz distante de Kuroko y ligeras presiones en su rostro lo fueron despertando poco a poco. Al abrir los ojos se topó con el lindo rostro y los despeinados cabellos del chico fantasma encima de él, dejando besos por su rostro.
Kagami rodeó el pequeño cuerpo con ambos brazos y, pagándole con la misma moneda, besó los rosados labios de Kuroko. Kuroko suspiró varias veces en medio del beso, a Kagami le encantaba.
—Buenos días, Kagami-kun —Kuroko lo saludó con las mejillas rosadas y los ojos entre abiertos. No pudo evitar soltar una risita al verlo así, pues el cabello despeinado de su pareja siempre le pareció cómico. Kuroko le frunció el ceño —¿Te ríes de mi forma de despertarte?
—Me rio de tu cabello —Kagami tocó las alborotadas hebras, haciendo que Kuroko cerrara uno de sus ojos. Kagami aprovechó para meter su otra mano por debajo de la camisa que Kuroko le había robado como pijama, sintiendo la suave piel de su novio —. Sígueme despertando de esa forma, así no sentiré que fue un error dejar que trajeras a ese animal a mi departamento.
Kuroko lo miró fingiendo molestia y dejó un beso en sus labios antes de levantarse.
Su pequeño cuerpo no pesaba mucho, aun así Kagami soltó un quejido por el cambio de presión encima de su pecho.
—La próxima vez haré que Nigo te despierte a lamidas.
—¡Dormirán ambos a fuera si eso ocurre!
Kuroko lo vio molesto una vez más y salió de la habitación hacia el baño. Kagami también dejó la cama y luego de buscar una camisa limpia se dirigió a la sala donde prendió la televisión en un canal de noticias que ambos solían sintonizar y se adentró en la cocina para comenzar a preparar el desayuno.
Después de que Kuroko se mudara con él había aprendido que los desayunos orientales eran sus favoritos, y pese a lo laboriosos que eran solía prepararlos con gusto cuando su pequeño novio se quedaba a dormir.
Ahora que vivían juntos comenzarían a hacerse más habituales en su hogar.
Kuroko salió del baño justo cuando Nigo había despertado y daba vueltas alrededor de sus pies, pidiendo su ración de comida matutina.
—Eres un enfadoso… —murmuró Kagami, mirando como Nigo corría y comía de las croquetas que Kuroko acababa de servirle —¿Estás seguro que tus padres no pueden cuidarlo? —preguntó recordando la amenaza hecha en la cama minutos antes.
—Claro que pueden, mis padres lo aman —Kuroko acarició la cabeza de Nigo y se volvió hacia Kagami, quien lo miraba algo indignado por la confesión, él creía que era lo contrario —. Pero como dicen en América, Kagami-kun, si quieres la vaca querrás a los becerros.
Kagami continuó cocinando, escuchando la risa de Kuroko en el fondo por alguna expresión que hizo. Era un dicho que muy pocas veces escuchó en América y que en Japón no conocían, pero Kuroko debió haberlo oído en alguna serie estadounidense que solía ver.
O, tal vez, al estúpido de Kise se le habría salido. El rubio veía cosas muy extrañas en internet.
—Hoy saldrás a la librería, ¿verdad? —preguntó.
El desayuno estuvo listo. Kagami colocó los platos en la mesa, donde Kuroko y Nigo ya lo estaban esperando.
—Sí —Kuroko observó la espalda de su novio mientras este, como todas las mañanas, se preparaba un café negro —. Furihata-kun me pidió pasar por una edición de un libro que saldrá hoy ya que quiere pasar todo el fin de semana con Akashi-kun.
El timbre de su departamento sonó justo cuando servía el amargo líquido en una taza, sorprendiendo a ambos y evitando que Kagami expresara su opinión de la pareja.
Las miradas que intercambiaron significaban que ninguno esperaba visitas.
—Yo abriré.
Kagami asintió y en lo que Kuroko abría la puerta se sentó en la mesa, vigilando que Nigo no comiera del desayuno de ninguno.
"Ambos sabemos porque me odia…"
El audio se terminó, dejando a Takao con una risa atorada en la garganta.
—¿Sabes, Yuki-chan? Cuando me pediste vernos pensé que sería algo de vida y muerte si tenías que dejar de estudiar —el azabache tomó el celular del mayor y leyó los mensajes que seguían del audio —. Pero, no puedo culparte. Lo que te contó Ki-chan sí es algo serio.
Kasamatsu bufó.
Empezaba a reconsiderar la idea de que Takao era un buen consejero. Quizá estaba bajo demasiada presión y tomó el segundo contacto más frecuente en desesperación, resultando ser ese Takao.
Uno que en ese momento leía sus conversaciones privadas con Kise como si una revista de chismes se tratara.
—¿Quieres dejar de subir el chat, Takao? —Kasamatsu tomó un sorbo del café.
—¿Me encontraré con fotos indecentes, senpai? —finalmente la risa de Takao salió de su garganta cuando Kasamatsu se sonrojó. Intentó quitarle el celular, pero Takao fue más rápido. De todas formas, lo dejó en la mesa, siendo tomado rápidamente por el mayor —No te preocupes, no vi nada.
—P-Por supuesto que no.
Por que las mandaba seleccionando el botón que las programaba para borrarse una vez vistas.
Kasamatsu aclaró su garganta.
—¿Qué piensas?
Takao revolvió el hielo en su bebida y tras pensarlo un poco habló.
—Si yo fuera Sakurai primero —alzó su índice, simulando el número uno —En la vida me fijaría en alguien como Aomine —Kasamatsu no pudo más que asentir de acuerdo mientras Takao alzaba el dedo del medio, haciendo un dos —. Y, segundo, por supuesto me enojaría con él si le presta más atención a su ex que a mí.
—No es su ex —recalcó Kasamatsu. Se encogió de hombros por la mirada de fastidio que le lanzó el otro —, no oficialmente.
—Sí, Yuki-chan, y Shin-chan no sentía nada por Akashi —comentó irónico —. Como sea. Ki-chan está consciente de lo que pasa entre esos dos, pero no le corresponde a él aclarar las cosas con Sakurai.
Kasamatsu lo sabía. El único que podía arreglar la situación entre Aomine y Sakurai era el mismo Aomine. Y, tomando en cuenta lo contado por Kise, era un tipo de conversación que debían tener a solas si alguien tan sumiso como Sakurai llegó al punto de iniciar una pelea.
Kasamatsu suspiró.
—¿Y yo, Takao? ¿Cuándo Kise me va a aclarar las cosas a mí?
Fue el turno de Takao de encogerse de hombros por la expresión de tristeza del superior.
—Yuki-chan, ¿crees que siga sintiendo algo por él? —Kasamatsu arrugó la frente, con asco.
—Kise no —contestó seguro. Ese rubio era tan abierto con sus sentimientos, tan fácil de leer que reconocía que su amor era genuino. Sin embargo, ese era el problema —, pero Aomine es complicado. Ve a Kise con unos ojos diferentes a los demás, parece que espera algo de Kise. Y me molesta —Kasamatsu apretó su puño —. Aomine le ha hecho tanto daño a Kise que me llena de rabia pensar que sigue esperando algo.
Takao tomó el puño y lo acarició, esperando que el mayor se tranquilizara.
Inevitablemente pensó en Midorima. Kasamatsu se refería a Aomine y Kise, pero Takao solo pudo recordar la forma en que el de lentes veía a Akashi durante la Winter Cup.
Los mismos ojos, viendo al otro con esperanza y nostalgia.
Esperar que su superior se relajara era una petición muy hipócrita si el se sentía de la misma manera.
—Yo…
Escuchó su propia voz titubear. Miraba las ondas del café con duda, buscando las palabras adecuadas para seguir hablando. Quería contarle sobre su sueño, ¿pero estaría bien hacerlo? Era demasiado surreal, pero Kasamatsu lo sentía tan vívido. Podía jurar su vida al decir que estaba seguro que lo vivió.
El perfume de Kise, su respiración, las sensaciones, todo lo sentía tan real. Tenía que sacarlo de su pecho si no se volvería loco. Prefería ser considerado como tal ante Takao que serlo.
Takao le permitió un poco de silencio para aclarar sus ideas, también para relajarse él mismo.
Apartó su mano de la ajena cuando Kasamatsu se decidió a hablar.
—Tuve un sueño muy extraño, Takao.
—¿S-Sueño? —Takao lo miraba con sorpresa. Él asintió y siguió hablando.
—En él veía a Kise en Teiko. Sé que era en Teiko por el uniforme que usaba y por que se veía más joven —explicó Kasamatsu —. Fue un sueño muy rápido, pero lo acompañaba por todos los clubes y veía como se aburría rápidamente de ellos hasta que… —se echó hacia atrás, tomando algo de aire —Hasta que apareció Aomine.
—¿Aomine?
Takao lo seguía viendo asombrado, el té helado que bebía estaba apartado de sus manos y estas jugueteaban ansiosas sobre la mesa. Yukio no prestó atención al tono preocupado del otro, solo continuó.
—Era Aomine, solo que diferente. Se topó a Kise cuando pasábamos el gimnasio y lo golpeó con una pelota por accidente —Takao se hubiera reído en ese momento —. Aomine, en vez de burlarse, le pidió disculpas y lo saludó con honoríficos… Él se veía demasiado feliz.
—Oh, Yuki-chan —Takao rio bajito —Quizá fue por el estrés de ayer y tus exámenes. A veces la gente sueña raro por su estado mental…
—Eso fue lo primero que pensé, Takao, pero luego recordé otra parte del sueño —Kasamatsu entonces le mostró la pulsera en su muñeca —. Veía esta mano, esta misma pulsera, intentar alcanzar a un ser de cristal que se asustaba de mí…
Takao abrió los ojos, sorprendido. Una gota de sudor frío recorrió su sien al oír la descripción.
Kasamatsu imitaba la acción de alcanzar algo por encima de la mesa, ajeno al estado del otro.
Takao permaneció en silencio unos segundos.
—¿Qué era lo que esa cosa veía?
Yukio vio el pálido estado de Takao, sus labios apretados y sus ojos decididos observándole.
—Antes de que me acercara, esa cosa veía a Kise.
Vio como Takao se tensaba con su respuesta, como sus juguetones ojos se desviaban al suelo demasiado ansiosos. Kasamatsu creyó que se reiría de él, que sería la burla de Takao después de contarle algo tan íntimo como un sueño que creía era real.
Pero, en cambio, Takao se cohibía.
—¿Takao? ¿Qué pasa? ¿Por qué no estás riéndote de mí?
El entrecejo de Kasamatsu se arrugó consternado.
—Porque yo soñé con Shin-chan.
—Es que estaban dormidos y no quería molestarlos después de todo lo que han trabajado… —se mordió el labio inferior al sentir la mano de su padre acariciarle los cabellos —Aomine-san solo pasó la noche aquí por lo tarde que era, lo prometo…
—Ryō, no estamos enojados, solo nos tomó por sorpresa.
Aomine consideraba que la voz de su suegro, grave e imponente, no combinaba del todo con su aspecto sencillo y dócil. Sin embargo, no podía decir nada de la intensa mirada que a veces le lanzaba mientras intentaba tranquilizar a su pequeño novio.
Era su culpa esa situación, lo reconocía.
No solo por el hecho de ir a tan altas horas de la madrugada a intentar reconciliarse con Sakurai, tampoco por la osadía de gritar su nombre a todo pulmón. Sino porque decidió salir de su habitación a rebuscar comida en la cocina cuando Ryō le dijo, específicamente, que no saliera hasta que sus padres se hubieran ido.
Por el sueño se le olvidó el pequeño detalle que se quedó a dormir ahí por lástima ajena y de infraganti. Conocer a sus suegros vistiendo ropa interior no estaba en sus planes.
—Si quiere enojarse con alguien, que sea conmigo, señor —Aomine se inclinó levemente, llamando la atención de los tres castaños —. Fui demasiado imprudente al venir tan tarde, Ryō solo estaba preocupado por mi bienestar.
Jun le afiló la mirada.
—Tienes razón, Aomine-kun —Ryō se sobresaltó por el tono molesto de su padre y buscó su mirada. Jun, al notar los ojos llorosos de su hijo suplicándole no regañarlo, suspiró —, mi hijo es demasiado bondadoso para dejarte ir tan noche. No me malentiendas, no tenemos problemas con que te quedes, sino con que no estemos informados.
—Lo siento mucho…
Aomine sabía leer el ambiente, por eso se contenía de abrazar a su pequeño novio para evitar que llorase.
Jun acarició las mejillas de su hijo y dejó un beso en su frente antes de tomar las maletas de ambos, colocándose a un lado de su esposa, quien sonería enternecida por la escena.
—Ryō-chan, la próxima vez que tu novio se vaya a quedar en casa solo mándanos un mensaje —el tono de voz de su suegra era dulce, similar al de Ryō —. Para eso existen los celulares, ¿no?
Ella hablaba con una calma, una suavidad, tan tranquila como si su voz pudiese llegar a lastimar. Un tono de voz tan similar al de Ryō. Sin embargo, de aspecto era risueña y demasiado amorosa.
Ryō debió sacar de ella su forma de hablar y los rasgos femeninos, mientras que de su padre el resto del físico como la forma de sus ojos y el cabello castaño. La mujer también lo tenía de ese color, solo que ligeramente más oscuro.
—Sí, mamá… —respondió Ryō, cabizbajo —Aomine-san solo se quedaría aquí por la noche, ahora mismo se irá.
El comentario de Ryō no le agradó del todo. Una parte de él quería quedarse y aprovechar la casa sola todo el fin de semana, pero sabía que estaba enojado y tenía cosas que hablar, Sakurai le había pedido algo de tiempo para aclarar sus ideas.
Y él fastidiando en la casa no era lo más conveniente. Menos después de ese regaño que sus suegros les estaban dando.
La mamá de Sakurai soltó una risita. Daiki notó que la manía de cubrirse la boca con el dorso de Ryō la había heredado de su madre.
—Aomine-kun es bienvenido a quedarse contigo todo el fin de semana, cariño —Sakurai la miró sorprendido, también a su padre quien solo negaba ligeramente con una sonrisa y se alejaba hasta el taxi —. Finalmente lo conocemos, además nos preocupa que estés solo estos días. Si estás acompañado por alguien que te ama mejor, ¿no?
Ryō desvió la mirada y se abrazó a sí mismo.
¿Alguien que lo amaba? Ryō creía que era así, pero sus inseguridades le hacían preguntarse si realmente era amado por Aomine.
Respondió un débil sí, que no pasó desapercibido por los otros dos presentes.
—Aomine-kun.
La mujer se acercó a él, tomándolo por las mejillas. Se agachó un poco al ver que la mayor se había parado de puntitas y permitió que le dejara un beso en la frente. Así como Jun había hecho con su hijo.
—Cuida de mi hijo, por favor —Daiki asintió ante el tono dulce y aterciopelado. Sonrojado por la muestra de afecto tan maternal de ella. El agarre de sus mejillas se volvió fuerte, llegando a pellizcarle la piel, y lo que Daiki describiría como unos ojos llenos de amor y cariño se volvieron fríos y distantes —. No le hagas daño.
—¡Mai, amor, se nos hace tarde!
La mujer le soltó, se despidió de Ryō y corrió hasta el taxi donde Jun le esperaba.
—Así que de ella sacaste ese lado, Ryō…
Sakurai ignoró su comentario y ambos se despidieron de sus padres.
Era demasiado temprano por la mañana, sus padres debían salir casi al mismo tiempo que el sol si querían llegar a tiempo al aeropuerto a tomar su avión, eso los dejaba a ellos con sueño y hambre.
En especial al hambriento Daiki, quien seguía agitando su mano en el aire despidiéndose de sus padres.
Sakurai entró a la casa rumbo a la cocina dispuesto a preparar algo de comer, sintiendo a Daiki caminar a sus espaldas.
No habían cruzado ninguna palabra entre ellos desde que despertaron, ni siquiera durante el regaño de sus padres, la tensión podía cortarse con unas simples tijeras.
El silencio de Ryō mientras sacaba ingredientes e instrumentos para preparar el desayuno hicieron sentir incomodo a Daiki. Conocía al castaño como alguien amable, una persona cálida. El verlo tan distante y frío hacía que Daiki no supiera reaccionar.
Podía agregar la situación con sus padres a la lista de cosas que había hecho mal, junto con algunos puntos que estaban marcados pero en blanco. Puntos que seguían pendientes de hablar.
¿Qué había hecho mal? ¿Por qué estaba tan enojado? ¿Por qué lo estaba ignorando deliberadamente? Estaba desesperado, quería respuestas rápidas. Ryō era la paciencia que le hacía falta, pero en casos así Daiki se sentía impotente.
Aprovechó que Sakurai estaba de espaldas en el fregadero lavando unas verduras para abrazarlo por la espalda. Sintió el pequeño cuerpo tensarse en sus brazos y vio las delicadas manos de Ryō soltar todo en la tabla de madera y aferrarse a sus antebrazos.
—Aomine-san…
Daiki hundió su nariz en su cuello y aspiró profundo, causándole escalofríos. Toda su fuerza de voluntad se esfumó al sentir su cuerpo y la caliente piel pegándose en su espalda, abrazándolo con necesidad y cariño.
—Ryō, siempre te estoy causando problemas —murmuró en su oído. Daiki se restregaba en su cabeza como un pequeño gato necesitado de atención, casi ronroneando sus disculpas —. No solo ayer, sino hoy con tus padres…
—Aomine-san es un imprudente.
Sakurai disfrutaba las caricias, aun si su voz tenía un deje de molestia.
El día anterior seguía fresco en su mente, pero ahora con la situación más fría Sakurai caía otra vez en ese tormentoso ciclo que frecuentaba desde que inició su relación con Aomine.
Los veía interactuar, se ponía celoso, terminaban peleados y, cuando creía que podía interponerse y ganar la discusión, creía que había exagerado las cosas.
Suspiró. Todo había sido un malentendido, otra vez. Lo de ellos dos había sido hace años, el futuro de Aomine era él. Cualquier mirada, cualquier palabra… Todo era parte de su imaginación.
Se giró para tener a Daiki de frente y tomando la camisa con sus manos buscó su mirada.
Daiki le veía con ojos de cachorro regañado, en espera de que su dueño se apiadara de él y lo perdonara. Fue inevitable sonreír levemente, notando que sus cejas aun contraídas, se veían tan amenazantes como siempre.
—Si se trata de ti…
Daiki tomó una de sus manos y la subió hasta sus labios, dejando varios besos en la palma y dorso, sin romper la conexión en sus miradas. Sin importar qué tan húmedos eran los besos, seguía viéndole como adoración.
Apretó los labios cuando el recuerdo de la mirada que le dio Aomine a Kise el día anterior se sobrepuso en el actual rostro del moreno.
—¿Me ama, Aomine-san?
Aomine detuvo los besos y sin dudarlo respondió.
—Te amo, Ryō.
El cálido aliento de Daiki pegó en su palma, Ryō se mordió los labios.
—Dígalo otra vez —susurró —, por favor.
Aomine apretó el agarre en la cintura del castaño y suavemente dejó caer la mano que besaba en su propio hombro, desviando su rostro hacia el blanco cuello de Ryō, cerca de su oído
—Te amo, Ryō.
Ahora el caliente aliento pegó en su oído, erizando los vellos de su cuello. Sintió sus mejilla enrojecer y la sonrisa de Daiki ensancharse en su costado.
Oírlo se sentía demasiado placentero, un gusto que Ryō le daba vergüenza admitirlo.
—O-Otra vez…
Sus manos subieron hasta el moreno cuello, aferrándose a los cortos cabellos azules del otro. Las manos de Daiki se establecieron en sus caderas, atrayéndolas cada vez más a su cuerpo.
Ryō era consciente que todas sus discusiones terminaban en lo mismo. Jamás resolvían nada, pero Daiki haría y diría todo lo que él quería para contentarlo.
Pequeños y húmedos besos fueron esparcidos en su cuello, bajando hasta sus clavículas y volvieron a subir a su oídos solo para cumplir su petición.
—Te amo, Ryō.
La voz de Daiki dejó de oírse lastimera para pasar a sonar grave y sensual.
Su cuerpo se dejó hacer por Aomine. Sus manos acariciaron por debajo de su pijama mientras la boca ajena devoraba con necesidad la piel de su cuello. Ryō tampoco se quedó atrás y restregaba su intimidad en la ajena, sacando jadeos de la boca de Daiki.
En algún momento terminó sentado en la encima, con Daiki entre sus piernas desabrochando los botones de su pijama y devorando su pecho intensamente.
Ryō jugueteaba con los cabellos azules. Su mirada estaba perdida en algún lado de la cocina, borrosa por el placer que le causaban las caricias de Daiki.
—Más, Aomine-san —jadeó Ryō, cuando Daiki subió hasta sus labios, besándolos —. Quiero seguir oyendo que me ama.
Daiki sonrió por la maravillosa vista de los marrones ojos cristalizados, las mejillas rojas y los labios hinchados y entreabiertos de Ryō. Además de esa actitud tan egoísta, fuera de él, que lo encendía.
—Te amo, Ryō.
—Lamento molestarlos tan temprano, Taiga, Kuroko.
Kagami colocó frente a Himuro una taza de café recién hecho junto con una nueva porción del desayuno que preparó.
—No es ninguna molestia, Himuro-kun.
Kuroko le sonreía suavemente, lo que hizo sentir a Himuro algo más cómodo después de haber llegado tan temprano al departamento de su hermano sin aviso alguno.
Se sintió mal por encontrarlos desayunando, pero no encontró otro lugar al cual acudir.
El desayuno frente a él olía delicioso, la sazón de su hermano. Tomó el café entre sus manos y probó un poco, sonriendo al saborear el líquido tan amargo como le gustaba.
—Gracias por recibirme, incluso con desayuno —dijo Himuro —. No tenía a donde más ir, no conozco a nadie.
Podría considerar al chico de Shōtoku, pero su interacción se basó únicamente en direcciones que no podía llamarse una amistad. Además de la generación de los milagros, a quienes no quería toparse en ese momento, todo recaía en Kagami.
—¿Pasó algo, Tatsuya? —habló Kagami con la boca llena, saboreando sin tapujos el enorme tazón de arroz que acompañaba su sopa miso —¿Por qué vienes tú solo? ¿Y el imbécil de Murasakibara?
La mención del nombre le hizo baja la mirada. Kuroko, por debajo de la mesa, le dio un pequeño golpe, lo suficiente para hacerle toser algo del arroz.
Kagami era demasiado despistado que seguramente no había notado los ojos hinchados de Himuro, mucho menos lo había relacionado con la ausencia de su excompañero.
—Atsushi seguía dormido cuando salí del hotel.
Kuroko buscó la hora en el reloj digital más cercano, eran casi las diez de la mañana.
—Murasakibara-kun solía dormir hasta tarde en nuestros campamentos de verano —comentó —. Siéntete libre de estar aquí todo el tiempo que necesites hasta entonces.
Himuro le sonrió, agradecido.
Kuroko era una persona difícil de leer, a comparación de Atsushi y Taiga, cuyos pensamientos volaban libres a su alrededor. Aunque sus palabras le trasmitían confianza, no sabía si podía hablar de su enamoramiento de Atsushi con él, tomando en cuenta que los implicados eran sus amigos.
Aunque, por lo que dijo, parecía saber más de lo que aparentaba.
—Te lo agradezco, Kuroko.
Desvió su mirar a Taiga, quien ya se había recompuesto del golpe y continuaba comiendo el arroz.
Su bobo hermano menor… ¿Podría haberle dicho algo a Kuroko?
—Pensé que te irías ayer en el tren, Tatsuya.
—Lo mismo pensé —confesó Himuro, retomando su café y probando poco a poco el desayuno —, pero como se quedaron hasta noche Atsushi nos reservó un hotel. Creo… que nos iremos hoy por la tarde.
—Y… —Kagami titubeó, picoteando el rollo de huevo de su plato —¿Harás lo que te dije? ¿Lo del tren?
Himuro sonrió irónicamente.
—No estoy seguro si regresaré junto a él a Akita, Taiga.
Kuroko, que comía en silencio, intercaló miradas entre los dos hermanos. Kagami intentó decir algo más, pero con un apretón en su muslo le indicó que lo mejor era guardar silencio.
Kagami no notaba el estado tan decaído de Himuro. Era obvio, por cómo estaba, que algo había pasado con Murasakibara.
El resto del desayuno fue en silencio, con el ruido de la televisión y algunos ladridos de Nigo en el fondo. Tatsuya había comido un poco, pero lo suficiente para no tener el estómago vacío.
—Yo me encargo de los platos, Taiga.
Himuro dejó de jugar con Nigo al notar que el pelirrojo apilaba los platos del desayuno para llevarlos a la cocina. Kagami quiso protestar, pero su hermano ya había tomado las bandejas y se había adentrado a la cocina, con Nigo siguiéndolo.
Kagami bufó.
—Está bien, Kagami-kun, quizá se siente mal por venir de repente.
—Solo lo dices porque te tocaban a ti.
Reprochó, pero Kuroko solo le guiñó un ojo. Ese lindo bastardo se salía con la suya.
El semblante de Kuroko cambió, volviendo a ver a Himuro en la lejanía.
—Himuro-kun no sabe que sé, ¿verdad? —el pelirrojo se tensó, dándole la respuesta —Por eso no quiso decir porqué se peleó con Murasakibara-kun delante de mí.
—¿Se peleó con Murasakibara? —Kuroko asintió, pidiéndole que bajara un poco su escandalosa voz —Ugh… ¿Cómo supiste?
Kuroko dejó la mesa, y acomodándose el pantalón sacudió los cabellos de Kagami.
—Eres un idiota, Kagami-kun —susurró, dejándole un beso en la mejilla para que el otro no pudiera devolverle el insulto —. Iré a arreglarme para salir. Cuando hables con él sé suave y no digas tus habituales tonterías, por favor.
Kagami volteó los ojos. Odiaba que Kuroko le insultara y después de diera muestras de afecto, por que caía redondito.
Viendo a Kuroko desaparecer por el pasillo a la habitación se topó con la espalda de Tatsuya, entretenido en el lavabo. Las cosas entre Murasakibara y su hermano no parecían mejorar.
