Capitulo 1

Estaba en Forks, en la casa de mi padre, sentada en una silla en mitad de la cocina. Todo a mi alrededor estaba en silencio, un silencio denso y que se precipitaba sobre mí con el peso de la realidad. Mis rodillas estaban flexionadas y las apretaba con todas mis fuerza contra mi pecho, en el rostro hundido entre ellas y llorando en silencio. Tan solo siete meses atrás mi vida era perfecta y ahora...

Ahora estaba sola... realmente sola.

Sin necesidad de esforzarme podía recordar con exactitud el día que Renée llegó a casa llorando después del trabajo, días atrás me había dicho que le habían hecho uno de esos reconocimientos médicos rutinarios y ese día le daban los resultados. Todavía vivíamos en Phoenix, el sol ya se había puesto y yo estaba preparando la cena para cuando ella llegase del trabajo como cuidadora en una guardería. En cuanto cruzó la puerta se dejó caer en el sofá y comenzó a llorar desconsoladamente mientras su cuerpo se convulsionaba a causa de los sollozos. Me costó más de cuarenta minutos tranquilizarla para que me dijese lo que pasaba, ella solo lloraba y miraba un punto fijo ignorando todo lo que la rodeaba.

Cáncer...

Esa palabra taladró mi mente y me hizo olvidar el mundo que nos rodeaba. René podría tener cáncer y yo... yo no me lo podía creer. Días después confirmaron el resultado con unas cuantas pruebas más, mi madre padecía cáncer de colon, y lo peor de todo es que ya estaba bastante avanzado cuando se lo detectaron.

Podía recordar perfectamente el tormento en que se convirtió mi vida desde su confesión entre lágrimas. Después de eso llegaron las incansables visitas a un doctor, y otro y otro más... un tratamiento tras otro e igual de inefectivo que el anterior. Mi vida se volvió un infierno, yo tenía solo quince años y pasé a ser la cabeza de familia, ya que Charlie, mi padre del que se había divorciado cuando yo solo era un bebé, vivía a siete horas de vuelo de donde nos encontrábamos. Dejé de asistir al colegio asiduamente, mis notas bajaron y mis ojeras aumentaron.

Mi madre pasaba noches en vela a causa del dolor que no le permitía dormir, y yo la acompañaba para que no se sintiese sola, ella insistía en que yo debía llevar una vida normal, pero no podía mirar hacia otro lado y hacer como que no me enteraba de que ese día parecía más delgada que la semana pasada, o que había vomitado más veces que nunca esa noche.

La peor parte eran los ingresos en el hospital, cada vez que mi madre tenía una crisis se pasaba seis días internada y yo la acompañaba porque la ansiedad de no saber cómo estaba era superior a mí. Y por último estaba el dinero, Renée tuvo que dejar de trabajar por lo que perdió su seguro médico y tuvimos que utilizar sin miramientos mi fondo para la universidad y así poder salir adelante.

Pero no todo era malo, por suerte estaba Kate, nuestra vecina y una de las mejores amigas de mi madre, que siempre nos echaba una mano cuando podía. Ella cocinaba o se ocupaba de Renée cuando yo tenía que asistir obligatoriamente a clases a causa de un examen o una prueba de actitud. Era como nuestro ángel de la guarda, aunque nunca pudo hacer mucho ya que estaba fuera de sus posibilidades, ella era madre soltera de un par de gemelas adorables y tenía que trabajar y sacar adelante a sus dos hijas.

No tardó mucho hasta que los servicios sociales, alertados por la asistenta social del instituto, se hicieron cargo del asunto y me enviaron a vivir con Charlie. Para mí fue una tortura tener que dejar Phoenix y viajar a Forks con un padre que apenas conocía, solo lo veía quince días al año en mis vacaciones y el día de mi cumpleaños. Además... que dejar a mi madre prácticamente sin vida en el hospital me partió el alma en dos. No tardó más que dos días en fallecer después de mi marcha y con tan mala suerte ni si quiera pude asistir a su funeral.

Los comienzos con Charlie, el que se llamaba mi padre, fueron difíciles. Me empeñé en culparlo de todo lo malo que me pasaba en la vida. Me quedaba encerrada en mi habitación durante horas, apenas hablaba y comía lo justo para mantenerme con fuerza. Él simplemente lo aceptaba, sabía que era algo que debía superar sola, por lo que me dejaba mi espacio para pensar las cosas, tenía la esperanza de que tarde o temprano sucediese eso.

No tardó mucho en suceder... dos meses después de llegar a Forks comprendí que la culpa no era de Charlie, pero todavía necesitaba a quien culpar, por lo que toda mi rabia acumulada por lo mal que lo estaba pasando la desahogaba pateando un balón con todas mis fuerzas contra la puerta del garaje. La primera vez que hice eso, Charlie salió asustado de la casa y se quedó unos dos minutos paralizado mirando como yo me desahogaba con la pobre pelota. Una semana más tarde, y después de que unos diez balones cayesen en el bosque y se perdiesen entre la maleza, Charlie me instaló un saco de boxeo en el garaje. Durante horas estuvo enseñándome como golpear sin hacerme daño y después me dejó sola para que pudiese sacar toda esa rabia que llevaba dentro. Estuve allí encerrada durante más de tres horas, acabé con los nudillos ensangrentados, los músculos de mis brazos entumecidos y llorando acurrucada en una esquina. Charlie me tomó en brazos y me llevó al baño donde curó mis heridas en completo silencio. Lloré sobre su hombro y finalmente me quedé dormida en sus brazos.

Ese día fue el comienzo de una nueva vida para mí, decidí que si continuaba lamentándome por lo que había sucedido nunca podría salir adelante, por lo que a la mañana siguiente me levante intentando dibujar una sonrisa en mis labios, con ganas de entablar nuevas amistades y buscarme un huequecito donde me sintiese bien en el frío y húmedo Forks.

Así fue como comencé a pasar más tiempo con Chelsea y a Jane, compañeras de mi instituto en Forks, no eran mis mejores amigas, pero al menos tenía a alguien con quien compartir mi tiempo e intentar estar entretenida. Íbamos de vez en cuando de compras a Port Angeles, al cine o simplemente a cenar. Comenzaba a sentirme mejor conmigo misma y a volver a sonreír de verdad, pero la suerte decidió darme otra puñalada por la espalda.

Había pasado solo cinco días atrás... cada vez que lo pensaba se me ponían los pelos de punta... solo cinco atrás yo comenzaba a asomar la cabeza del tremendo hoyo en el que había caído, esperaba una mano amiga que me ayudase a salir, pero lo que me encontré fue como si una tonelada de tierra cayese de nuevo sobre mí impidiéndome volver a respirar. Por más que me esforzaba en ver un resquicio de luz, donde me encontrada era todo oscuridad... allí donde mirase, aunque me esforzase por abrir los ojos al máximo, solo oscuridad...

Era un viernes, acababa de volver del instituto y estaba preparando la cena. Tenía la televisión puesta en la MTV mientras un videoclip de Muse resonaba a todo volumen en la casa. Estaba preparando pollo con patatas asadas... Charlie se chuparía los dedos, le encantaba. Mientras esperaba que sonase la alarma del horno jugueteaba con la cadena que Charlie me había regalado por mi cumpleaños solo dos meses atrás. Era una simple cadena de plata de la que colgaba un dije en forma de corazón con el nombre de mi madre grabado. El día que me lo regaló me tiré a sus brazos llorando, fue el primer abrazo que le di a Charlie por voluntad propia, aunque desde ese día era fácil tener ganas de hacerlo al tenerlo cerca.

Enrollaba la cadena en mi dedo y lo alzaba y bajaba haciendo que el dije se deslizase haciendo un ruido tintineante en el proceso. Era algo aburrido y monótono, pero no tenía nada mejor que hacer.

Cuando la alarma del horno sonó, saqué el pollo y las patatas con cuidado de no quemarme aunque no tuve tanta suerte, mientras maldecía entre dientes y refrescaba mi dedo herido bajo el chorro de agua fría, el teléfono sonó y tuve que dejar lo que estaba haciendo para atenderlo.

— ¿Hola? —mi voz sonó alegre, mucho más de lo que hacía cuando seis meses atrás llegué a ese pueblo perdido en mitad de la nada.

— ¿Familiares de Charlie Swan? —preguntó una mujer al otro lado.

— Soy su hija... pero ahora mismo no está en casa —dije frunciendo el ceño.

— Lo sé, pero es necesario que usted se presente cuanto antes en el hospital provincial de Forks, ha ocurrido un accidente.

La voz de aquella mujer continuó hablando, pero yo no la escuchaba. El auricular del teléfono resbaló de mis manos y golpeó con fuerza en el suelo. Sin pensar en lo que hacía salí a la calle, ya había anochecido y había olvidado coger un abrigo, pero no sentí el frío, no tenía más que miedo... un miedo que me calaba hasta los huesos y me hacía temblar aunque estuviese cubierta de sudor.

Y corrí...

Cuando las puertas del hospital aparecieron ante mis ojos apuré el paso y entré en él sin mirar a mi alrededor, la enfermera de información me dijo que esperase, hasta que el doctor Gerandy apareció y colocando una mano en mi espalda me guio hacia su despacho. En ese momento me sentía como si estuviese fuera de mi cuerpo, era como si me hubiese salido del mundo y estuviese viendo todo desde la distancia, era una espectadora más de mi propia vida... de mi pobre miseria.

— Siento decirte esto... pero tu padre ha fallecido, un camión cargado de troncos se salió en un curva... —dejé de escuchar... nada importaba ya... solo la palabra fallecido se repetía una y otra vez en mi cabeza. Solo el sonido de la voz de mi padre mientras se despedía esa misma mañana resonara una y otra vez en mis recuerdos.

Sola...

Y corrí de nuevo... corrí en dirección contraria hasta llegar a mi casa, o lo que creía que era mi casa. Me encerré allí sin importarme nada. Me metí en la cama, y lloré... lloré tanto como lo había hecho por Renée, lloré tanto que creía que mis ojos se secarían en algún momento, pero eso no sucedió. Las lágrimas salían y salían a borbotones de mis ojos sin poder detenerlas.

Las horas pasaron, la noche dio paso al día y ese día a otra noche más... y yo estaba como un zombi mirando al vacío, sin pensar, sin sentir, solo lloraba y lloraba...

Cuando el hambre fue insoportable bajé las escaleras a trompicones hasta llegar a la cocina, mi pecho se rompió en dos al ver el pollo sobre la mesa y los dos cubiertos preparados para cenar... me senté en mi silla habitual y me serví mi ración y la de Charlie... me comí las dos mientras las saboreaba con la amargura de mi lágrimas...

Y continuaba sola...

El tiempo siguió pasando y no tenía consciencia de nada. Hacía solo dos minutos que había mirado el calendario y vi que ese día sería su cumpleaños... cuarenta y tres... cuarenta y tres años que un camión se llevó por delante sin pensar que mi vida quedaría destrozada a su paso. Me dejé caer sobre una silla, abracé mis rodillas y volví a llorar.

Cinco días... habían pasado cinco largos y tortuosos días, pero lo más extraño de todo y en lo que nunca me había parado a pensar era en su funeral... ¿qué habría pasado con Charlie? Sentí miedo... ¿estaría todavía en el hospital? Había salido corriendo sin detenerme a pensar, no sabía lo que debería qué hacer en un caso así, tenía solo dieciséis años... aunque ya había perdido a Renée fue Kate quien se ocupó de todo, ya que estaba en Forks por culpa de los servicios sociales...

Servicios sociales...

Deteniéndome a pensar fríamente en ellos ¿por qué no se había presentando ya? Era menor y como tal no podía hacerme cargo de mí misma... en teoría. ¿Por qué no habían venido para llevarme a un orfanato o donde fuese que viviesen los adolescentes huérfanos? Yo no tenía más familia que Charlie... mis abuelos habían muerto cuando solo era una niña y mis padres eran hijos únicos por lo que tampoco tenía tíos...

Estaba completamente sola...

Me estremecí solo de pensarlo... ¿qué sería de mí? Realmente no me importaba, no me quedaba nada... absolutamente nada. Renée se había ido, Charlie también... y yo, aunque mi corazón latiese y mis pulmones se llenasen de aire, estaba muerta también. No tenía nada por lo que luchar, nadie a quien culpar...

El timbre de la puerta principal me hizo dar un brinco sobresaltada, el corazón se me saltó a la boca y un jadeo salió de mis labios. Me puse en pie sintiendo como mis rodillas estaban débiles y temblaban, me acerqué a la puerta intentando respirar hondo, seguro que eran los servicios sociales como había pensado antes, o quizás Chelsea o Jane que vendrían a ver como estaba. Giré el pomo de la puerta y me quedé mirando fijamente a mi visitante.

Era un chico joven, tendría unos veinticinco años, vestía un elegante traje hecho a medida y sus zapatos negros gritaban "caro" en cada reflejo de luz sobre ellos. Su cabello rubio era largo, aunque estaba peinado y engominado hacia atrás. Sus ojos estaba cubiertos por unas gafas de sol y tras él, aparcado enfrente al camino, había un mercedes negro con las ventanas tintadas, con un chofer apoyado en la puerta delantera.

Fruncí el ceño en dirección a mi nueva visita... o los servicios sociales habían subido el sueldo a sus empleados o se había equivocado de puerta cuando llamó.

— ¿Isabella Swan? —preguntó en un tono de voz tranquilo.

— ¿Quién lo pregunta? —inquirí cruzándome de brazos.

— Me llamo Jasper y soy abogado... —afirmó quitándose las gafas y dejando a la vista sus ojos marrones—. ¿Tú eres Isabella Swan?

¿Abogado? ¿Vendrían porque no me había hecho cargo de Charlie? Comencé a temblar a asustada.

— Soy Isabella... —susurré bajando la mirada— si estás por lo de Charlie yo no... no he preparado el funeral porqu no sé cómo hay que actuar en un caso así, mi madre murió hace poco también, pero no sé a quién llamar ni a quien... —balbuceé avergonzada.

— No te preocupes —susurró sonriendo y colocando una mano sobre mi hombro—. ¿Puedo pasar y hablamos más tranquilos? Es importante lo que tengo que decirte.

— Está bien —murmuré extrañamente confiada haciéndome a un lado.

Aquel chico entró en la casa de Charlie mirando en todas direcciones, pasó hasta la sala de estar y se sentó en el sofá individual que había junto a la chimenea, había algo en su rostro y en su mirada que no era capaz de reconocer, era una emoción muy fuerte, pero a la vez algo que quería esconder, o eso parecía. Me senté en el sofá de tres plazas y esperé que comenzase a hablar.

— Tú dirás... —murmuré removiéndome con nerviosismo.

— Lo primero que debo decirte es que no debes preocuparte por el funeral de Charlie, me he ocupado de ello —dijo mirándome a los ojos.

— ¿Eres... eres el abogado de la familia o algo así? —pregunté confundida.

— Algo así... —sonrió con algo que me pareció ironía— entiendo que después de lo que ha pasado hayas estado en estado de shock y no hayas sabido cómo actuar, después de todo solo eres una niña.

— Tengo dieciséis años —mascullé entre dientes mientras lo mirada con los ojos entrecerrados.

— De acuerdo... —sonrió y después suspiró inclinando su cuerpo un poco hacia delante, jugueteando con sus manos— tengo que decirte algo importante, no quiero que te lo tomes por la tremenda ni entres en shock de nuevo, será algo difícil de asumir, pero creo que eres inteligente para poder procesarlo... ¿me sigues, Isabella?

— Solo Bella... y sí, entiendo —murmuré.

— Esta bien... —resopló— me llamo Jasper Swan y Charlie Swan, tu padre, también era el mío.

Parpadeé sorprendida y lo miré en silencio durante unos segundos.

— ¿Qué? —pregunté con un hilo de voz.

— Entiendo que sea difícil de creer, yo tampoco sabía de tú existencia hasta hace cuatro días —explicó—. La última vez que vi a Charlie yo tenía cinco años y apenas lo recuerdo, mi madre casi nunca hablaba de él y cuando lo hacía nunca mencionó que se había casado y tenía otra hija.

Lo miraba sin poder creerme todo lo que estaba diciendo... era una locura... ¿Charlie tuvo un hijo antes de casarse con Renée? ¿Ella lo sabría? ¿Por qué nunca me dijeron nada?

— ¿Es una broma? —pregunté comenzando a enfadarme sin saber muy bien por qué.

— No lo es... —metió la mano en su bolsillo y sacó unos papeles que extendió hacia mí— aquí tienes el acta de defunción de Charlie y mi certificado de nacimiento en el que él me reconoce como su hijo, así puedes asegurarte de que te estoy diciendo la verdad.

Miré los papeles detenidamente, comprobando que era verdad todo lo que él decía. Pero mi mirada se quedó trabada en uno en específico y del que todavía no había hablado.

— ¿Qué es esto? —mi voz tembló.

— Es un documento para que yo asuma tu tutela, soy tu único familiar vivo y tengo medios económicos para hacerme cargo de ti —explicó— ,solo falta mi firma y que lo entregue en los servicios sociales.

Apenas fui consciente de sus palabras, en cuanto "Tutela" se coló entre ellas mi mente desconecto y me quedé paralizada.

— ¿Cómo? —pregunté aturdida.

— Me llamaron hace cuatro días para explicarme lo que había sucedido —continuó hablando—, para mí no fue una sorpresa que Charlie no tuviese familia y que yo tuviese que hacerme cargo de todo el papeleo a causa de la defunción. Pero después me llamaron los servicios sociales y me hablaron de ti, no podía creérmelo...

— ¿A... a dónde quieres llegar con todo esto? —pregunté tragando en seco.

— Eres menor Bella, no tienes a ningún familiar que pueda hacerse cargo de ti, por eso los servicios sociales se pusieron en contacto conmigo —dijo con aquel tono de voz tranquilo que había estado utilizando todo el tiempo.

— ¿Para qué? —pregunté aturdida.

— Querían saber si me haría cargo de ti... si no lo hago te enviarán a un centro de menores.

Me quedé en silencio procesando sus palabras... ¿un centro de menores? ¿No era allí a donde llevaban a los chicos problemáticos?

— Entiendo que tengas que pensártelo —comenzó a explicar con voz tranquila una vez más—, no nos conocemos de nada y venir conmigo dejando todo atrás no tiene que ser fácil. Pero yo te ofrezco una vida normal, tranquila... en el centro de menores no sé con qué podrías encontrarte. Movería mis influencias para que te enviasen al mejor y para que no te faltase de nada. Si lo que quieres es ir allí no puedo obligarte a acompañarme a Chicago, pero me gustaría que lo hicieses, no me quedaría tranquilo sabiendo que estás allí encerrada.

Lo miré en silencio buscándole sentidos a sus palabras ¿irme a Chicago con él? Mi mente era un completo caos en ese momento... acaba de morir mi padre, la única persona que tenía en la vida, y de la nada aparecía un hermano del que no tenía ni idea de su existencia y que me proponía irme con él... a Chicago... lejos de Forks... no es que adorase ese pueblo, pero era lo más cercano que había tenido a un hogar los últimos meses, era mi refugio, había hecho amigas...

— Piénsalo el tiempo que necesites —interrumpió mis pensamientos—, entiendo que te cueste tomar la decisión. Con lo referente a la herencia de Charlie, he renunciado a todos los derechos sobre ella para que tú seas la única heredera, yo no necesito absolutamente nada. Pero no podrás acceder a ella hasta dentro de dos años, cuando cumplas la mayoría de edad.

— E... eso no me importa —susurré con el ceño fruncido.

— Bella... —dijo mi nombre en un susurro a la vez que se ponía en pie para acuclillarse a mi lado segundos después— no me sentiré tranquilo, ni bien conmigo mismo si dejo que te vayas al centro. Tengo un sentimiento de familia muy arraigado y tú eres la mi familia de sangre. Quiero cuidar de ti y facilitarte las cosas.

— ¿Por qué? —mivoz se escuchó ronca, al borde de las lágrimas—. Tú tienes tu vida, yo solo seré una molestia en cualquier plan que tengas.

—Para nada... —sonrió y colocó un mechón de mi cabello tras mi oreja— mi madre también murió hace un par de años, mis abuelos lo hicieron mucho antes y solo me quedan unos tíos y una prima lejana. Siempre he querido tener a alguien más... una familia grande y de verdad, mi madre no se casó después de que yo naciese y siempre pedía un hermano por navidad, mira como son las cosas... en veinte días es navidad.

— ¿Estás utilizando chantaje emocional conmigo? —pregunté en un murmullo.

Él rio secamente y se sentó a mi lado en el sofá de tres plazas.

— Te propongo algo —dijo sonriendo—, ahora... subirás a recoger tus cosas, solo lo más importante, podré comprarte cualquier cosa que necesites cuando lleguemos a Chicago, los dos iremos a hablar con el asistente social que lleva tu caso y le diremos que te vienes conmigo un tiempo... un mes por ejemplo, probamos como funciona y después puedes decidir si quedarte conmigo o ir al centro.

— Suena razonable —musité.

— Es lo más razonable —añadió todavía sonriendo—. Te esperaré, ve a por tus cosas, que nos están esperando.

Me puse un poco nerviosa, pero de todos modos me puse en pie y subí a mi habitación a recoger un poco de ropa y unos cuantos libros, llené solo un par de bolsas y bajé las escaleras lentamente. Jasper continuaba en la sala, estaba mirando las fotos que había sobre la repisa de la chimenea, su rostro mostraba una expresión tierna, se giró y me sonrió en cuanto me escuchó llegar.

— ¿Tienes todo? —preguntó mirándome a los ojos.

— Creo que sí... —murmuré frunciendo el ceño.

— No te preocupes, si te olvidas de algo iremos de compras en cuanto lleguemos a Chicago.

Abrió la puerta de la entrada y esperó a que yo saliera. Después me pidió que cerrase con llave y llevó mis dos bolsas hacia su coche, dónde el chófer las metió en el maletero. Comencé a caminar hacia el coche pero me detuve a mitad de camino y me giré para ver la casa... otro capítulo de mi vida que dejaba atrás... ¿Cuántas veces más tendría que mudarme?

— No te preocupes, podrás volver cuando quieras... es tu casa —susurró Jasper en mi oído.

Lo miré a los ojos intentando encontrarle la trampa a todo aquello, pero su mirada era tan limpia y sincera que era imposible no creer nada de lo que dijese.

— ¿Vamos? —preguntó con la puerta del coche abierta para mí.

Con un suspiro resignado entré en ese coche y me dejé llevar por el que se suponía era mi hermano mayor.