Capítulo 3
Todo olía como él, mi cabeza comenzaba a dar vueltas y si no fuese porque fuera hacía un frío de los mil demonios, habría abierto la ventanilla del coche y habría sacado la cabeza para respirar aire puro. Tal y como lo hacen los perros, pero sin sacar la lengua.
Edward parecía completamente ajeno a todo lo que pasaba por mi mente en ese momento y eso que seguro que mi cara reflejaba todo lo que pensaba, siempre era así. Aunque... pensándolo mejor, era preferible que fuese así, mis pensamientos incluso me estaban asustando a mí misma. Nunca me había comportado así, nunca nadie me había hecho reaccionar de ese modo, nunca me ha había fijado en ningún chico viéndolo como lo que era, un chico y no otra persona más.
Y eso me asustaba...
No entendía porque mi cuerpo reaccionaba así cuando lo tenía cerca, ni porque mi corazón se volvía completamente loco cuando me sonreía, o porque mis mejillas se teñían de rojo cuando me descubría mirándolo... ni mucho menos porque quería mirarlo todo el tiempo. Pero lo que daba vueltas y más vueltas en mi cabeza, era porque me sentía emocionada por una salida de compras cuando siempre las había odiado.
Edward estacionó su volvo plateado en el sótano del centro comercial, abrí mi puerta y me dispuse a bajar, pero él ya estaba allí tendiéndome su mano para ayudarme. Me quedé sorprendida mirándolo... ¿qué mierda hacía? ¿Por qué me ayudaba? Yo era lo suficiente capaz de bajar del coche por mí misma, no necesitaba que alguien me tendiese su mano como si fuese una niñita tonta con miedo a romperme una uña. Me puse en pie sin tomar su mano y mirándolo con el ceño fruncido. No sé lo que pretendía con eso, pero si esperaba que le sonriese por hacer algo tan estúpido como querer ayudarme, estaba listo... él solo sonrió y negó con la cabeza cuando pasaba por su lado.
— ¿Vamos a comer algo aquí? —preguntó, ya que me había negado a comer algo en casa de Jasper antes de salir.
— Como quieras... —contesté en un susurro y encogiéndome de hombros.
— Hay un restaurante francés muy bueno en la segunda planta, será difícil encontrar mesa, pero podemos intentarlo —comenzó a caminar y yo lo hice a su lado.
— ¿Por qué simplemente no vamos a una hamburguesería? —pregunté con un hilo de voz.
— ¿Hamburguesas? —preguntó sorprendido a la vez que se giraba y me miraba con una ceja alzada.
— Sí... —susurré de nuevo— pero si no te apetece, no... no pasa nada.
— No, está bien —sonrió—, es solo que me sorprende que tú comas de eso.
— ¿Por qué? —pregunté sorprendida.
— Las chicas no suelen... comer cosas con tantas calorías... —frunció los labios.
— Yo quiero una hamburguesa... es más, me apetece mucho —se me hizo la boca gua solo de imaginármela.
— De acuerdo —dijo con diversión—, hamburguesa será.
Volvió a caminar y yo le seguí a su lado, entramos en una hamburguesería que estaba bastante llena, pero no nos costó mucho encontrar una mesa vacía. No me pasó desapercibido que Edward, era el único que vestía traje de todo el local y que sentado en aquella silla roja desentonaba completamente, pero él estaba tranquilo, como si fuese lo más normal del mundo ir a una hamburguesería con n traje hecho a medida, aún a riesgo de hacerle un manchurrón de kétchup.
Se nos acercó una de las camareras, subida a unos patines y con una falda tan corta como grande era su escote, la miré raro durante unos segundos, no entendía como una mujer podía dejar que la degradasen tanto solo por ser mujer y tener curvas.
— ¿Qué va a ser? —preguntó con voz de pito mientras mascaba chicle haciendo un ruidito molesto.
Fruncí el ceño y Edward me miró esperando que comenzase a hablar.
— Una hamburguesa completa con doble de queso, patatas grandes y refresco gigante —dije con una sonrisa mientras lo leía en el menú.
— Eh... lo mismo... —murmuró Edward.
— De acuerdo... —dijo la molesta camarera dándose media vuelta y desapareciendo.
Nos quedamos en un incómodo silencio hasta que nos trajeron nuestra comida, a la que me lancé como si realmente no hubiese comido nada en las últimas dos semanas. Edward le daba pequeños mordiscos a su hamburguesa y me miraba de reojo con un gesto extraño. Me estaba poniendo nerviosa, no sabía porque me miraba así.
— ¿Qué pasa? —pregunté con la boca llena.
— ¿Cómo puedes comerte todo eso? —preguntó con tono de sorpresa.
— Me lo meto en la boca, mastico y me lo trago... —expliqué.
— Déjalo... —murmuró rodando los ojos— ¿nunca te han dicho eres diferente? —preguntó de repente—. Las chicas por aquí no comen hamburguesas gigantes, ni se sonrojan con tanta facilidad.
— ¿Te refieres a que... parezco una paleta de pueblo? —pregunté mientras sentía que mis mejillas enrojecían para corroborar lo que él había dicho.
— No quería decir eso, es solo que... las chicas suelen ser diferentes.
— No siempre he vivido en Forks, hasta hace seis meses estaba en Phoenix —dije con un hilo de voz—. No siempre he sido una chica de pueblo, aunque me coma hamburguesas gigantes.
— ¿Y por qué fuiste a Forks? —preguntó con curiosidad.
— Mi madre murió y tuve que mudarme con Charlie.
— Charlie tu padre y el padre de Jasper —aseguró a lo que yo asentí—. Ahora entiendo porque Jasper se ocupa de ti... no sabía que tu madre también había fallecido, lo siento.
— No pasa nada —murmuré bajando la mirada repentinamente triste.
Nos volvimos a quedar en silencio, otra vez algo incómodo hasta que él dejó media hamburguesa en su plato y se recostó en la silla palmeando su estómago.
— No entiendo cómo puedes comerte todo eso —dijo mirando con diversión mi plato vacío y mis patatas casi ausentes, yo solo me encogí de hombros, él suspiró y me miró durante unos segundos con una sonrisa en sus labios— Así que... ¿vas a estudiar derecho? —preguntó.
— No lo tengo muy claro, fue una recomendación de Jasper —contesté con indiferencia—. Le dije que tenía dudas y me dio esa opción.
— ¿Con que dudabas? —preguntó con verdadero interés.
— Medicina o literatura... sé que no tiene nada que ver una con la otra —divagué—, me gusta la literatura, pero quiero ayudar a otras personas, aunque en medicina sería un poco extraño que la doctora se desmayase con la sangre —Edward rio y lo miré sorprendida, me había encantado el sonido de su risa.
— Sería digno de ver —se burló—, opino igual que Jasper, derecho es una buena carrera, ayudas a los demás y tienes mucho que leer. No por más, es lo que estoy estudiando yo.
— ¿Todavía estás estudiando? —él asintió—. Creí que ya habías acabado la carrera, como Jasper dijo que era socio de Cullen y tú eres Cullen.
— Carlisle Cullen es su socio, yo solo soy su hijo —explicó.
— Pero tienes la edad de Jasper, trabajas con él en el bufete.
— Soy becario en el bufete de mi padre... es un poco patético, soy el chico de los recados —explicó sonriendo—. Y no... Jasper es de la edad de Emmett, mi hermano mayor, yo tengo un par de años menos.
— ¿Veinticuatro?
— Sí... —asintió todavía sonriendo— Jasper me dijo que tú tenías... ¿dieciocho?
— No... acabo de cumplir dieciséis —mi mano instintivamente buscó la cadena con el dije que me había regalo Charlie ese día y jugueteé con él unos segundos.
— Creía que eras un poco más mayor —dijo con el ceño fruncido, pero después simplemente se encogió de hombros y volvió a sonreír—. ¿Has acabado ya? —asentí—. Pues vámonos de compras.
Después de salir de la hamburguesería caminamos de nuevo por los pasillos del centro comercial, hasta que Edward se detuvo frente a una tienda y me arrastró adentro con él. Enseguida localicé la sección que más me gustaba, quería acabar cuanto antes, así que fui directamente a la sección de los jeans y busqué un par de ellos que me llevaría ya sin siquiera probarlos, puesto que conocía mi talla.
Edward se colocó frente a mí con el ceño fruncido y me quitó los jeans de las manos.
— ¿Qué... qué pasa? —pregunté confundida.
— ¿Por qué no miras... otro tipo de ropa? —preguntó sonriendo.
— ¿Qué tipo de ropa?
— Ven... —me sujetó con delicadeza de mi brazo y me llevó al otro extremo de la tienda.
Se detuvo ante un perchero y se me quedó mirando como si esperase que hiciese algo, pero solo me encogí de hombros, lo que lo hizo suspirar y mirar él mismo entre la ropa.
— Mira... esto —dijo extendiéndome una falda.
Lo miré raro.
— Yo no uso falda —dije con mis mejillas rojas de nuevo.
— ¿Por qué no? Ven... vamos a probarla —volvió a sujetarme del brazo y me llevó hasta los probadores, donde me metió dentro y me dio la falda— solo pruébala, ¿es tu talla? —lo comprobé y asentí—. Pues no se hable más... esperaré aquí fuera.
Me probé la falta y me miré al espejo del probador... me veía extraña. Estaba acostumbrada a utilizar jeans y camisetas flojas, con esa falda puesta no me veía como yo misma. Suspiré y desabroché la falda dispuesta a quitármela y decirle a Edward que no, que no me la llevaba, sería súper feliz con mis jeans y unas cuantas camisetas de algodón.
— ¿Has acabado? —preguntó desde el otro lado de la puerta—. Quiero ver cómo te sienta.
— No es necesario... no me va —grité para que me oyese.
— Déjame comprobarlo por mí mismo —insistió.
Bufé y volví a abrochar la falda, abrí la puerta y me quedé mirando hacia mis pies esperando su veredicto.
— ¿Ves? Te dije que te sentaría bien —dijo con alegría.
— No... no me ... no me gusta —balbuceé.
— ¿Por qué? —preguntó con una voz un poco diferente.
Alcé un poco la mirada y lo vi mirando fijamente mis piernas, lo que me hizo enrojecer de repente.
— Se ven demasiado mis piernas —murmuré volviendo a meterme en el probador.
— Ese es el punto... —dijo yendo detrás de mí, pero quedándose en la puerta— mostrar lo que tienes, no sé porque te ocultas debajo de todas esas capas de ropa.
— Hace frío —me quejé.
— Abrigarse del frío no implica que lleves ropa tres tallas mayor de que necesitas —murmuró —, ten —me extendió una blusa—, pruébala y después avísame cuando la tengas puesta —cerró la puerta y yo suspiré.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué simplemente no me dejaba comprar mis adorados jeans y ya estaba? Ahora me arrepentía de haber venido acompañada por él... seguro que si hubiese venido la asistente de Jasper había sido una tarde más tranquila. Cuando tuve la blusa completamente abrochada abrí la puerta y como prometió, Edward estaba esperando al otro lado. Una sonrisa surcó sus labios y comenzó a avanzar hacia mí de un modo extraño que hizo que se erizase toda la piel de mi cuerpo.
— Esto es otra cosa —murmuró mirándome con descaro de arriba abajo haciendo que me sintiese de un modo extraño, no incomoda, pero tampoco me había sido indiferente su escrutinio.
— No me siento cómoda —murmuré con un hilo de voz.
Edward suspiró, tomándome de los hombros me hizo girar y sujetando mi barbilla con su mano me obligó a mirar mi reflejo en el espejo.
— Mírate —susurró en mi oído haciendo que mi corazón saltase antes de comenzar a latir más deprisa—, estás preciosa. Tienes curvas que puedes explotar, tu cuerpo es perfecto, no es justo de lo ocultes.
— No me gusta ser un trozo de carne expuesto —dije con voz estrangulada, su olor se colaba en mis sentidos y me dejaba completamente atontada.
— No eres un pedazo de carne, eres una chica hermosa —su voz cada vez sonaba más diferente, lo que me hacía ponerme nerviosa y sentir un cosquilleo extraño en mi vientre—. Mira que cintura... —susurró de nuevo a la vez que su dedo índice se deslizaba por mi cintura hasta mis caderas, mis manos comenzaron a temblar y lo peor era que no podía alejar la mirada de sus ojos, que estaban clavados en los míos a través del espejo— y mira estas caderas... sería imperdonable que le escondieses eso al mundo Bella. Y esto... —alzó sus manos y desabrochó otro botón más de la blusa— no es mostrarte como un pedazo de carne, es demostrar que sabes que eres preciosa
Mis piernas temblaban de tal modo que creía que de un momento a otro mis rodillas fallarían y me caería al suelo. Edward se alejó de mí antes de que pudiese procesar que se estaba moviendo y dio un paso atrás haciéndome despertar de su embrujo.
— No se hable más... ese conjunto nos lo llevamos... iré a buscar algo más —dijo con aquella sonrisa imborrable.
Me quedé aturdida, mirando mi reflejo en el espejo y preguntándome que era lo que había pasado, el por qué mi cuerpo parecía no reaccionar cuando él estaba cerca, por qué mis ojos no se podían alejar de los suyos en cuanto nuestras miradas se cruzaban, me sentía extraña en su presencia... no entendía nada.
— Toma... prueba esto también —apareció de repente tendiéndome un vestido y unos zapatos— espero que los zapatos sean tu talla, si no estaré por aquí, solo me avisas y te traeré otros.
Me dio un ligero empujón y él mismo cerró la puerta del probador, me dejé caer contra ella y suspiré... ¿qué me pasaba?
Dos horas después él iba cargando con unas cuantas bolsas mientras yo solo llevaba un par en una mano, caminábamos rumbo al estacionamiento y después iríamos a casa de Jasper. El viaje hacia allí fue en silencio, iba sumida en mis pensamientos, intentando encontrarle un sentido a lo que me pasaba cada vez que Edward sobrepasaba mi espacio vital. Las reacciones de mi cuerpo eran totalmente inesperadas y desconocidas para mí. Nunca me había sentido de ese modo con nadie.
Bajé del coche todavía pensando en mil cosas a la vez, cuando cruzamos la puerta de entrada varias personas nos esperaban allí. Intenté forzar mi mejor sonrisa, pero parece que no funcionó, ya que la mirada condescendiente de Jasper se cruzó con la mía.
— Ya habéis llegado —dijo con una sonrisa y caminando hacia mí—, dice Sue que la cena estará lista en un rato, pero ven... —dijo Jasper colocando una mano en mi espalda e instándome a caminar hacia delante— quiero presentarte a alguien.
Intenté sonreír de nuevo y él me devolvió la sonrisa. Me colocó frente a una chica morena, bajita y un poco regordeta, pero sin ser excesivo, solo era... fuerte. Tenía el pelo negro que caía ondulado por su espalda y su piel color canela y sus facciones indicaban que no era americana, aunque no supe determinar a primera vista cual era su origen.
La mujer me miró de arriba abajo e hizo una extraña mueca, supongo que quería aparentar una sonrisa pero no pudo.
— Ella es María —dijo Jasper—, es mi novia y ella —señaló a otro mujer que estaba tras ella— es Nettie, amiga de ambos.
— Hola —musité un poco intimidada ante la mirada de desafío que me estaba regalando su amiga.
— Hola cariño —casi gritó María—, me alegra tanto conocerte por fin... Jasper me hablado tanto de ti que tenía mucha curiosidad —no sabía porque pero podía notar un matiz extraño en su voz.
No supe muy bien que decir ante eso, por lo que solo sonreí un poco más y comencé a juguetear con un mechón mi pelo con nerviosismo. Por suerte para mí, Sue salió de la cocina anunciando que la cena estaba servida, por lo que todos avanzamos hacia un gran comedor que había junto a la sala de estar.
Todo el mundo se sentó en un lugar y cuando yo lo hice Edward se apresuró en hacerlo estratégicamente a mi lado.
— ¿Dónde está Emmett? —preguntó Edward.
— Ha dicho que se retrasaría, pero que no lo esperásemos —contestó Jasper.
Comenzamos a cenar y comenzó una conversación a tres entre Jasper Edward y yo, en la que ni María, ni Nettie dijeron ni una sola palabra. Se dedicaban a mirar el contenido de sus platos y en ocasiones me miraban a mí de un modo que no acababa de gustarme del todo, me ponía nerviosa.
— ¡Hola familia! —bramó una voz desde la puerta.
Me giré para ver al dueño de semejante voz y casi me atraganto al ver a un chico enorme junto a la puerta. Tenía el pelo negro y los ojos azules, en sus mejillas resaltaban dos perfectos hoyuelos y su cuerpo era más que asombroso... debía de medir un metro noventa o quizás algo más, sus brazos eran tan gruesos como mi cintura y su pecho parecía un colchón de lo amplio y duro que parecía.
— Emmett —la mirada de Nettie se iluminó al pronunciar su nombre.
— Bella... —Jasper se puso en pie y yo lo imité— él es Emmett, un amigo y el hermano de Edward.
— Encan... —no pude decir más cuando sus brazos me envolvieron en un cálido abrazo y hasta mis pies se alzaron del suelo.
— ¡Bienvenida a la familia! —dijo en un tono de voz demasiado alto—. Es guapísima, no se parece en nada a ti Jazz.
Enrojecí y Edward soltó una risita.
Después de esa interrupción continuamos con la cena y una vez que hubimos acabado los chicos se fueron al salón de juegos y nos dejaron a las tres chicas solas en la sala. María y Nettie se sentaron juntas en un sofá de tres plazas y yo, un poco intimidada, lo hice en uno individual. Las dos hablaban entre ellas sin prestarme la más mínima atención, algo que me molestó, pero no me atreví a decirles nada.
Sue llego un poco después dándome una porción más de un pastel de chocolate que había probado al desayuno y que me había encantado, le agradecí con una sonrisa y ella se fue de nuevo a la cocina. Comencé a comer mi pastel con ganas, realmente me apetecía y estaba disfrutando de cada bocado como si fuese el último. Era como mi momento feliz después de un día tan plagado de emociones.
— Si continuas comiendo así te vas a poner como una foca —murmuró Nettie mirándome con cara de asco.
La miré sin comprender porque decía ese comentario, pero decidí dejarlo pasar.
— ¿Cuándo piensas irte? —preguntó María una vez que hube acabado.
— ¿A dónde? —pregunté confundida.
— Jasper me dijo que solo estarías un mes aquí a modo de prueba, y que después te irías a un reformatorio —explicó con voz afilada.
Fruncí el ceño y tomé aire lentamente.
— Es un centro de menores —dije a media voz— y todavía no tengo claro si voy a irme.
— No entiendo el afán de Jasper de hacer una buena obra contigo —chasqueó la lengua—, solo eres una molestia.
— ¿Perdón? —pregunté sorprendida.
— No me mires así —dijo sonriéndome—, sé muy bien cuál es tu plan, y no vas a ver ni un solo dólar de la herencia de la madre de Jasper.
Mi respiración se aceleró ligeramente en cuanto me sentí atacada, no entendía como esa mujer podía pensar que yo quería el dinero de Jasper. Vale que fuese una huérfana que no tenía sustento para valerse por mí misma, pero si me lo propusiese sería capaz de buscarme un trabajo y salir adelante sola.
— No sé de qué me hablas —dije con voz temblorosa.
— Ya lo sabrás —gruñó María en mi dirección—, pero no te hagas falsas ilusiones, nunca podrás encajar en este mundo. Es demasiado para ti... solo eres una pobre niña sola y cuando Jasper se dé cuenta te echará a patadas de aquí y también serás una niña abandonada.
Mi cabeza comenzó a dar vueltas y mi respiración se volvió pesada... ¿quién se creía que era para hablarme de ese modo?
— Ni se te ocurra abrir la boca para decir alguno de esos insultos de barriobajera que de seguro estás acostumbrada a utilizar —me interrumpió cuando abrí la boca para contestarle—. No me mires así —sonrió con desdén—, si por mi fuese estarías bajo tierra con la golfa de tu madre y el perdedor de tu padre.
Me puse en pie de un salto, veía todo rojo y solo quería arrancarle los ojos, pero cuando estaba a punto de saltar sobre ella, un brazo rodeó mi cintura y me lo impidió.
— Bella... ve a tu habitación a darte un baño relajante mientras yo intercambio un par de palabras con María —dijo Edward en un tono de voz amable.
Me deshice de su brazo con un movimiento brusco y me giré para mirarlo con los ojos entrecerraos y reprocharle que hubiese intervenido, yo sola habría podido con María y con cuarenta más como ella. Podría haber hecho que se tragase sus palabras, nadie hablaba así de mis padres y sé quedaba tan tranquilo. Estaba hecha una furia y dispuesta a decirle a Edward que se metiese el baño tranquilizante donde le cupiese, cuando nuestros ojos volvieron a conectarse y mi mente se bloqueó de nuevo.
— Ve a darte un baño... —susurró solo para mí— ha sido un día muy largo.
Solo asentí y subí las escaleras rumbo a mi habitación, no sin antes dedicarle una mirada de odio a ese par de brujas. Pero en cuanto crucé la puerta todo el enfado que sentí minutos atrás volvía estar en su punto de ebullición más alto. Sentía ganas de gritar, ganas de estrellar algo contra la pared y hacerlo mil pedazos. ¿Cómo se atrevían a hablar así? ¿Con que derecho osaban hablar de mis padres?
Recordé el gimnasio de Jasper y sin pensármelo demasiado salí casi corriendo hacia allí. En cuanto encendí las luces mi mirada se clavó directamente en le saco de boxeo. Imaginé la cara de María sobre él y sin pensar en nada más comencé a golpearlo con todas mis fuerzas.
Pero algo iba mal, en lugar de tranquilizarme como pasaba siempre, estaba cada vez más nerviosa. Sentía la adrenalina recorriendo mis venas, la respiración acelerada por el esfuerzo y mis nudillos magullados, ya que no estaba utilizando ningún tipo de protección. Pero no era suficiente...
Sentía como la ira se deslizaba por cada centímetro de mi cuerpo, estaba enfadada con María por haber hablado así de mis padres. Estaba enfadada con mi madre por rendirse ante el cáncer y morir, contra Kate por dejar que los servicios sociales me llevasen a Forks en contra de mi voluntad. Con Charlie por ser tan comprensivo que me fue sencillo quererlo, pero sobre todo por dejarme sola. Estaba enfada con Jasper, por estar saliendo con una mujer que en lugar de sangre en sus venas tenía veneno. Enfadada conmigo misma por no saber exactamente por estaba enfadada... con Edward por decirme que me fuese cuando estaba a punto de saltarle encima a esa... y también por confundirme como lo hacía, porque cuando me miraba así era capaz de hacer lo que me pidiese con los ojos cerrados y sin pensar en un por qué.
Con toda esa rabia, con todo eso, cada golpe que asestaba era más fuerte que el anterior. El esfuerzo era tal que cada vez que mi brazo se extendía hacia el saco, un gruñido nacía en mi pecho para darle más impulso.
Me sentía perdida de nuevo, como cuando el doctor Snow me dijo que a Renée no le quedaban más que un mes de vida. Me sentía sola, como cuando me comí el pollo que había preparado para Charlie aquella noche. Y sentía miedo a lo desconocido como cuando me bajé del avión al llegar a Chicago...
Sentí una lágrima en mi mejilla, recorría su camino dejando un rastro húmedo y ardiente en mi piel... me prometí no llorar más, prometí no hacerlo y lo cumpliría... ¿pero por qué resultaba tan difícil?
Oí el sonido de la puerta, pero no me giré para saber quién era... me daba absolutamente igual que alguien pudiese verme en ese estado, solo quería que se abriese un hueco en la tierra y que me tragase para siempre.
Unas manos fuertes me sujetaron por las muñecas impidiendo que volviese a golpear el saco. Me removí inquieta, quería soltarme, necesitaba que me soltase para continuar con lo que estaba haciendo.
— Te estás haciendo daño —oí una voz en mi oído, y en ese momento me di cuenta de que me estaban abrazando y aquel olor que tanto me había aturdido a lo largo de la tarde me estaba envolviendo, me estaba debilitando, haciendo que perdiese mi voluntad una vez más y dejando que mis ojos se desbordasen con más lágrimas que acompañaron a aquella primera que escapó furtiva.
Me dejé caer de rodillas al suelo, pero nunca llegué a tocarlo, aquellos fuertes brazos no me dejaron caer y me sostuvieron mientras me deshacía en llanto.
