Capítulo 5
El camino hacia esa heladería que Edward dijo, se me estaba haciendo eterno, solo veía pasar calles y más calles. Nos detuvimos frente a un edificio y Edward dejó el coche en el estacionamiento subterráneo. Subimos a un ascensor hasta el hall del edificio y después salimos a la calle.
Durante el trayecto el coche y después durante nuestro paseo hasta que llegamos a la heladería, solo a un par de manzanas de aquel edificio, tuve mucho tiempo para pensar, quizás demasiado... no entendía porque sentí aquella punzada de aquel sentimiento que reconocí como celos cuando Lauren fue a buscar a Edward, y lo que menos entendía era la pesadez que me invadió cuando me dijo que él no salía con niñas.
¿Pero en mierda estaba pensando?
Obvio que Edward no viese a Lauren como una adulta, tenía solo dieciséis, igual que yo, y él tenía veinticuatro y estaba a un año de licenciarse en derecho... suspiré bajito cuando ese pensamiento llegó a mi cabeza. Edward era mayor, ocho años más que yo para ser exactos... ¿cómo pudo ocurrírseme que podría querer algo conmigo? ¿En qué universo paralelo pasaría eso?
— ¿Qué estás pensando? —me preguntó parándose frente a mí impidiendo que continuase caminando.
— ¿Eh? —pregunté aturdida.
— En estos pocos días he llegado a conocerte lo suficiente para saber que dentro de esa cabecita tuya hay algo dando vueltas —dijo sonriendo—. ¿Ha pasado algo en el instituto?
Lo miré con el ceño fruncido y volví a suspirar.
— Ha sido mi primer día, un primer día como otro cualquiera —expliqué—, he conocido a una chica que parece genial, pero Lauren y su séquito de mosqueperras han querido reclutarme y las he ignorado, por lo que me ha dicho Tanya eso repercutirá en el futuro, así que... sí, un día normal y perfecto.
— ¿Las mosque qué? —preguntó divertido alzando una ceja.
— Es mi primer día allí, no me culpes de los motes absurdos que tengan los demás... —me excusé alzando las manos— no puedo hacer nada contra los cerebros atrofiados de los niños ricos.
— No te preocupes —le restó importancia volviendo a caminar—, Lauren es de las que ladra pero no muerde.
— ¿No decías que no a conocías? —pregunté dando dos saltitos para amoldarme a su paso.
— Y no la conozco —sonrió—, pero conozco a las chicas como ella y todas están cortadas por el mismo patrón.
— Su hermana te ha dado buenas referencias —dije en tono afilado—, sobre todo cuando la tenías en el sillón trasero de tu coche haciéndote sabe Dios qué —me estremecí ante ese imagen mental.
Edward comenzó a reírse y sonreí como una boba ante ese sonido. Era débil... no podía hacer nada por evitarlo.
— Victoria no fue nada importante si eso es lo que te preocupa —dijo mirándome de reojo.
— No me preocupa —me apresuré en aclarar, pero mintiendo descaradamente—. Es solo que no entiendo cómo pueden gustarte ese tipo de chicas... son tan...
— ¿Vacías? ¿Materialistas? —agregó.
— Son plásticas, de mentira —dije con el ceño fruncido—, es como si fuesen clónicas, conoces a una y ya es como si las conocieses a todas. Misma personalidad, mismo modo de hablar, misma ropa... Lauren por ejemplo, es un catalogo de operaciones estéticas con patas, estoy por apostar que hasta su cabello es de mentira, son extensiones, y su séquito no tardará mucho en imitarla.
— Como ya te dije... tienes buen ojo para la gente que de verdad vale la pena —dijo con una sonrisa—, solo intenta no hacerte amiga de ella, no me gustaría que se echase a perder una personalidad como la suya.
— Eso es imposible —aseguré—, ella no tienen amigas, si hasta entre ellas mismas se insultan y se pisan unas a otras. Eso no puede ser sano...
— No lo es... —susurró— hemos llegado.
Alcé la mirada y nos encontrábamos frente a una especie de restaurante. La fachada estaba revestida de madera blanca que se confundía con la nieve que cubría las calles de Chicago, sus ventanas resplandecían con una luz amarilla dándole un aspecto cálido y acogedor. Cuando cruzamos la puerta el sonido de una campanilla me hizo sonreír y allí pude ver el interior. Mesas de madera color haya, sillas a juego con barrotes torneados. Un mostrador también de madera con una vitrina donde había diferentes pasteles a cual más apetitoso. Tras este, una chica con un delantal rojo nos miraba con una sonrisa y tras ella una máquina de café esperando a ser utilizada.
Edward me condujo a una de las mesas que daban a la ventana, desde donde se veía a la gente paseando por la calle, todos iban ataviados con sus abrigos y bufandas. Nos sentamos uno frente al otro y Edward me tendió una carta que había sobre la mesa.
— Ya sé lo que voy a pedir así que... elige —dijo sonriendo.
Miré la carta detenidamente durante unos minutos, cada helado se veía más apetitoso que el anterior, finalmente la camarera del delantal rojo se acercó y yo pedí una mezcla de bolas de helado, Edward pidió una copa que se llamaba "fantasía de fresa", al escucharla solo enarqué una ceja y ahogué una risa. Comimos en silencio nuestros helados, Edward se veía que disfrutaba con cada cucharada que se metía en la boca, la saboreaba como si fuese la última y tenía demasiado esmero en llenar su cuchara para el próximo bocado.
Unos minutos después salimos de allí con la panza llena y una sensación de saciedad muy placentera. Caminamos en silencio una vez más, hasta ese momento no me había dado cuenta de lo cómoda que sentía estando con Edward, incluso sin decir nada, nuestros silencios eran tranquilos, sin necesidad de tener que decir cualquier tontería para romperlo. Edward suspiró y tomándome del brazo me empujó para que cambiásemos el rumbo y nos dirigimos a un parque cercano.
— ¿Dónde vamos? —pregunté en un susurro.
— El lago Michigan —dijo deteniéndose—, creí que te gustaría verlo —se encogió de hombros y su mirada se perdió en el horizonte, dónde podía verse la sky line de Chicago y el lago completamente congelado debido a las bajas temperaturas.
Miré en el mismo punto y nos volvimos a quedar en silencio, era tan fácil estar con él... pero no le conocía, él decía saber de mí a lo largo de los días, pero yo apenas sabía nada sobre él. Solo lo poco que había deducido, que claramente era muy poco.
— ¿Quién es Edward Cullen? —pregunté en un susurro para no romper el silencio de un modo demasiado brusco.
Edward se giró hacia mí y acomodó mejor mi abrigo ya que el viento sopló un poco más frío en ese momento.
— Lo tienes a tu lado —contestó con una sonrisa.
— Eso ya lo sé —rodé los ojos—, pero apenas me has contado cosas sobre ti.
— No hay mucho que contar... —se encogió de hombros y comenzó a caminar, lo seguí—, mis padres Carlisle y Esme se casaron muy jóvenes y tuvieron a Emmett, dos años después nací y aquí estoy.
— Eso me lo podría haber contado Jasper si se lo hubiese preguntado —me quejé—, hablo de tus inquietudes, de porque eres así como eres.
Edward frunció el ceño y me miró durante unos segundos, después suspiró y negó con la cabeza.
— De verdad que no hay mucho que contar —suspiró—, siempre he sido un buen chico, buenas notas, responsable, fiel a mis amigos... nunca he dado problemas aunque me han gustado las fiestas y las chicas. Estudié derecho siguiendo la tradición familiar y ahora estoy cuidando a la hermana de jefe mientras él está en una reunión.
— Sé cuidarme sola —gruñí.
— No lo dudo —sonrió—, pero Jasper quiere que estés bien, por eso me envió a mí. ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué? —pregunté.
— El cambio... imagino que no será nada fácil, sobre todo con este frío —se estremeció para darle más énfasis a sus palabras.
— No es fácil —admití—, ni si quiera sabía que Jasper existía, así que puedes imaginar lo que está pasando por mi cabeza en este momento.
— Es difícil imaginar algo así... —su voz sonó muy baja, tuve que esforzarme para poder escucharlo— siempre he tenido todo lo que he necesitado, nunca me he tenido que preocupar más que de sacar buenas notas y tener mi habitación ordenada. Ni si quiera puedo imaginar ni de lejos que es lo que estás pasando.
— No sé por qué parece que estás arrepentido de vivir como lo has hecho, de que tus padres se hubiesen preocupado tanto por ti —dije confundida.
Él suspiró y me miró unos segundos antes de decidirse a hablar.
— Al conocerte me he dado cuenta de muchas cosas... cosas que antes pasaba por alto —explicó—. Tus padres eran jóvenes cuando fallecieron... ¿les dio tiempo a hacer todo lo que deseaban antes de desaparecer?
— Espero que sí —susurré ignorando la punzada de dolor que asoló mi corazón al pensar que ellos se fueron sin hacer todo lo posible hasta que fueron felices.
— No he vivido una vida, solo he hecho lo que se supone que debía hacer —continuó como si no hubiese dicho nada—. Mis decisiones se han limitado a la ropa que me pongo cada día y el modelo de coche que me regalaron mis padres. Nada trascendental, algo que podría haber decidido alguien por mí y hubiese sido igual de certero.
— No te sigo Edward —lo interrumpí.
— No quiero morir a los cuarenta y darme cuenta de que mi vida no ha sido una vida, solo una sombra de lo que podía haber sido.
— Siempre estás a tiempo de remediar eso —sonreí.
— Sí... —contestó mi sonrisa y pasó un brazo por mis hombros atrayéndome hacia su cuerpo— hace frío —dijo con aquella sonrisa torcida que me provocaba taquicardias.
— Así que... —murmuré— Edward Cullen tiene inquietudes que todavía no ha cumplido.
— Hasta hace unos días no lo sabía... pero sí —confirmó.
El calor de su cuerpo se pasaba al mío y su brazo sobre mis hombros se sentía tan bien que no quería que llegáramos a donde fuese que íbamos para que lo quitase.
— ¿Sabes una cosa? —dijo de repente, lo miré de reojo esperando que continuase—. Aunque te hicieses amiga de Lauren nunca te quedarías tan vacía como ella... tú eres diferente, hace unos minutos no me podía creer que estuviese hablando con una niña de dieciséis años.
— No soy una niña —gruñí de nuevo.
Edward soltó una risita y me acercó un poco más a su cuerpo.
— Eso lo sé, Bella... a cada segundo me lo demuestras más y más — ¿era imaginación mía o su voz había cambiado y sonaba como en aquel probador días atrás?—. ¿Cómo se llama tu amiga? —preguntó de repente alejándose los pocos centímetros que se había acercado.
— ¿Qué amiga? —inquirí confundida.
— De la que me has hablado antes... esa que decías que te caía bien —explicó.
— Tanya, Tanya Denali. Vamos juntas a casi todas las clases, ella y su hermana Irina son de las pocas personas con dos dedos de frente en ese instituto —bufé.
— ¿Denali? —preguntó.
— Sí, Tanya me dijo que Jasper era el abogado de su padre o algo así, que ella lo conocía por eso —añadí.
— Sí... Eleazar es cliente del bufete, uno de los mejores —sonrió con tristeza.
— ¿Qué pasa? —pregunté deteniéndome y haciendo que él también lo hiciese.
— No sé si esto es lo que quiero hacer con mi vida —resopló y se pasó una mano por el cabello con nerviosismo—. Tratar con clientes, sonreír, poner mi mejor cara, mentir en los tribunales para conseguir ganar los juicios... es todo tan enrevesado que no sé. Hace solo una semana tenía mi vida totalmente encauzada y ahora... llegas y me pones todo del revés.
— Yo no he hecho nada —me defendí infantilmente.
— No intencionadamente, pero lo has hecho —sonrió y colocó un mechón de mi pelo tras mi oreja—. Tu historia, incluso tú misma, con tu personalidad y tu forma de ser... has roto todos los esquemas que tenía trazados. La línea recta que se supone que era mi futuro, ahora está torcida porque tú has parecido.
— ¿Eso es malo? —pregunté con un gesto de dolor.
— No necesariamente —aseguró sonriendo, supuse que para tranquilizarme—, pero sé que nada será igual.
— Edward me estás asustando —susurré—, no quiero ser la culpable de que ahora dejes tu carrera y tu vida en Chicago y te escapes a Hawái para montar un chiringuito en la playa.
Edward rio de nuevo y eso me tranquilizó.
— No haré eso... puedes estar tranquila —aseguró—, aunque unas vacaciones en un clima cálido y tropical me vendrían de muerte para escapar de este frío.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de que nos habíamos detenido y estábamos uno frente al otro hablando.
— Vamos... Jasper estará histérico porque no llegamos —añadió volviendo a ponerse en marcha.
Llegamos a aquel edificio donde dejó su coche estacionado y nos subimos de nuevo al ascensor, nos mantuvimos en silencio después de aquella conversación tan esclarecedora, llegamos al piso diecisiete y nos bajamos llegando a una elegante oficina, donde varias personas estaban realizando su trabajo sin prestarnos atención. Pasamos por delante de la recepción y una pelirroja sentada tras el mostrador le dio una mirada lasciva a Edward y a mí me miró de arriba a abajo sonriendo justo después en claro signo de victoria.
— Edward —dijo con su voz un poco ronca y baja—, Jasper te espera en su oficina.
Edward suspiró y se sujetó el puente de la nariz antes de darse media vuelta y encarar a aquella chica.
— Señorita Mallory, le agradecería que hiciese bien su trabajo —masculló con voz molesta—, llámenos señor Cullen y señor Swan, estamos en la oficina y aquí debe guardarnos respeto.
— Lo siento —dijo bajando la mirada—, no se volverá a repetir... señor Cullen —no me pasó desapercibido el tono de voz y la mirada que le dedicó a Edward. Mis manos se cerraron en puños por el enojo y tuve que respirar hondo un par de veces para serenarme.
— Bella, por aquí —dijo Edward a unos pasos de mí mientras caminaba por un pasillo.
Lo seguí en silencio, no sin antes dedicarle una mirada de desprecio a la pelirroja que estaba en recepción, a la que ella respondió con una sonrisa de suficiencia mientras apartaba el pelo de su hombro en un gesto demasiado exagerado. Alcé mi barbilla en señal de orgullo y me di media vuelta con mucha dignidad.
Con Edward, avanzamos a lo largo de un pasillo hasta que llegamos a otra sala de espera, allí había varios sillones de cuero negro contrastando con el gris claro casi blanco de las paredes. Una planta verde frente a una ventana era la única nota de color en aquella estancia, donde también una foto de la Sky line de Chicago en blanco y negro estaba enmarcada y colocada en una pared.
Edward no se detuvo y continuó caminando a una de las cuatro puertas que había allí, en una de ellas se podía leer el nombre de Jasper, Edward dio unos suaves golpes en ella y la abrió sin esperar más.
— Jasper —dijo antes de abrir la puerta por completo y dejarme pasar primero.
— Al fin llegáis, pensé que os había pasado algo, ya estaba por llamarte por teléfono —dijo Jasper cruzando la habitación en dos zancadas y colocándose frente a mí—. ¿Qué tal tu primer día? Espero que los alumnos no hayan sido muy crueles con la nueva —dijo en tono de broma.
— Ha sido normal —me encogí de hombros—, nada que no hubiese esperado de antemano.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó frunciendo el ceño.
— Ha conocido al a hermana pequeña de Victoria —dijo Edward con una risita.
Miré a Edward con las cejas alzadas, no me gustaba que hablasen por mí y menos algo sobre lo que yo no sabía... ¿quién diablos era Victoria?
— Oh... entiendo... la estirpe Mallory —dijo Jasper riendo también.
— ¿Quién es Victoria? —pregunté confundida.
— Es la... uhm... —Edward pareció pensárselo— chica de recepción que has asesinado con la mirada antes de entrar.
— ¿Esa zorra es hermana de Lauren? —pregunté en un chillido.
Jasper estaba en un estado confuso, parecía querer reírse por lo que acababa de decir o regañarme por lo mismo, Edward simplemente no disimuló y comenzó a reírse a carcajadas. La puerta se abrió de repente y un hombre alto la cruzó. Era rubio y de ojos azules, su rostro, muy parecido al de Edward, estaba adornado con una sonrisa.
— ¿Una fiesta y no me invitáis? —preguntó con voz alegre—. ¿Cuál es el chiste?
— Bella estaba hablando de la eficiencia de la recepcionista —dijo Edward entre jadeos—, ¿por qué no la habéis despedido todavía? —preguntó con el ceño fruncido.
— Estoy esperando a que te licencies para que tengas el gusto de hacerlo tú —contestó el hombre palmeando su espalda con camaradería.
— Puedes despedirla antes... no me va a molestar—contestó Edward.
— Si es por evitar una discusión, salgo ahora mismo y le digo que se vaya, no hay problema —pensé el voz alta.
En cuanto los tres me miraron sentí mis mejillas arder... ¿por qué seré tan bocazas?
— Carlisle, ella es mi hermana —dijo Jasper con una sonrisa.
— Isabella —susurró tendiéndome su mano.
— No papá... es Issie —dijo Edward guiñándome un ojo.
Gruñí en su dirección ganándome una sonrisa traviesa de su parte.
— Solo Bella — añadí mirando a aquel hombre a los ojos.
— Soy Carlisle, el padre de este impresentable —le dio una colleja a Edward que le dedicó una mirada envenenada.
— Los Cullen son así —dijo Jasper colocándose a mi lado y pasando un brazo por mis hombros—, ya te acostumbrarás.
— No le cuentes mentiras a la pobre chica —lo retó Carlisle—, dile que aquí el que nos vuelve locos es el abogado Swan... no vengas ahora con remilgos y dile las cosas como son.
— Carlisle, no fui yo el que propuso ir a un local de streep—tease en la última cena de empresa —contratacó Jasper.
— Minucias —le restó importancia con un gesto de su mano—, todo hombre debe ir a un lugar de esos una vez en su vida, yo todavía no lo he hecho.
Al escuchar eso mi mirada fue de repente hacia Edward recordando su confesión de minutos antes, él miraba a su padre con el ceño fruncido.
Jasper abrió la boca para hablar pero fue interrumpido por el sonido del teléfono. Se disculpó y fue a atender la llamada.
— Dime Victoria... —dijo con desgana— pásamela... —frunció el ceño—. Hola... ¿ha ocurrido algo? —preguntó preocupado—. Por supuesto que puedes venir a pasar una temporada, no tienes ni que preguntarlo... claro que no molestas Rose... sí... te esperaremos esta noche... de acuerdo, intentaré que María no esté presente... sí, ella lleva aquí unos días... —me miró de reojo— sí que es buena chica Rose, no juzgues sin conocer... ¿Alice?... —su cara se transformó al a sorpresa—. Como quieras... le diré a Alice que también vaya... sí... un beso, adiós.
— ¿Ha pasado algo? —preguntó Carlisle al ver su ceño fruncido después de cortar la llamada.
— Rosalie... quiere pasar una temporada en casa —explicó todavía con gesto de preocupación.
— ¿No te ha dicho por qué? —preguntó ahora Edward.
— No... solo que no quiere que María esté allí...
— Obvio —mascullé entre dientes.
—... y quiere que Alice vaya a cenar a casa —continuó.
— ¿Alice? —preguntaron a coro los dos.
— La última vez que estuvo en casa se fueron de compras un par de veces y se hicieron amigas —volvió a explicar.
— Cualquiera no se hace amigo de esa enana si te lleva al centro comercial —susurró Edward a mi lado.
— Bueno Bella... vamos a casa que tengo que avisar a Sue para que pongas dos platos más en la mesa —dijo Jasper mientras recogía algunas cosas en su mesa.
— Que sean tres —dijo Edward con una sonrisa.
— ¿Cinco? —añadió Carlisle— o mejor seis... seguro que Emmett se apunta en cuanto se entere.
