Capítulo 37

Era un día caluroso del verano y los veranos de Chicago no tienen nada que ver con los de Arizona y mucho menos con los de Forks, el calor era asfixiante y la humedad hacía que se te pegase toda la ropa a la piel. Era imposible respirar si salías al a calle e intentabas dar dos pasos, enseguida te sentía cansada y sedienta. Me encontraba sentada en el salón de la casa de los Cullen, con el aire acondicionado encendido y mirando por la ventana distraídamente. Esme y Carlisle habían salido porque tenían un almuerzo con un cliente importante y esperaban que se alargase con una cena y posiblemente hasta altas horas de la madrugada, por lo que estaba completamente sola en casa y muy aburrida.

— ¡Bella! —el grito de Emmett me hizo dar un respingo. Segundos después entró en la sala y sonrió al verme—. Tienes que hacerme un favor, es de vida o muerte.

Tras él entró Rosalie, que tenía en brazos a Ethan, su bebé, que tenía cara de muñeco diabólico cuando se enfadaba, pero que parecía un angelito cuando sonreía.

— ¿Qué favor? —pregunté alzando una ceja.

— Rose y yo tenemos algo importante que hacer y no podemos llevar con nosotros a Ethan, ¿crees que podrías... quedarte con él?

Suspiré.

— ¿Qué es tan importante que no os lo podéis llevar? —pregunté poniéndome en pie.

Ethan sonrió mirándome y le devolví la sonrisa.

—No puedo decirte... —susurró Rosalie dejando al niño en mis brazos— tengo órdenes estrictas de no decir ni una palabra.

— No quiero regalos —gruñí.

— No es un regalo material, te gustará —sonrió—. Ethan acaba de comer y no tendrá hambre durante unas tres horas, pero te he dejado un biberón con leche materna en la nevera.

— ¿Cuánto pensáis tardar? —pregunté sobresaltada.

— Vamos a cruzar la ciudad y el tráfico está imposible —suspiró pesadamente y me miró con una disculpa—. Lo siento, pero estoy segura de que me lo agradecerás después.

— Sigo sin entender porque lo que vamos a hacer hará feliz a Bella —murmuraba Emmett por lo bajo mientras salía de la habitación.

— Tú no tienes que entender, solo hacer lo que te pida —lo regañó Rosalie.

— A sus órdenes señora Cullen —contestó él en tono sugerente mientras le pellizcaba una nalga haciéndola saltar.

Miré a Ethan que me devolvía una intensa mirada con sus dos enormes ojos azules, en verdad parecía un angelito, su cabello era dorado, su piel pálida y sus mejillas ligeramente sonrosadas. No conocía a su padre biológico, pero el bebé era un Hale de la cabeza a los pies, a sus tres meses ya se podía apreciar que tendría carácter y sería un niño de armas tomar.

— ¿Y qué vamos a hacer tú y yo ahora? —pregunté mirándolo.

Él me sonrió de nuevo y no pude evitar comenzar besuquear su mejilla hasta que él se quejó con un gruñido, se me escapó una risita y comencé a pasearme por la sala de la casa de los Cullen con él en brazos. Al principio él miraba todo a su alrededor con curiosidad, no es como si fuese la primera vez que estaba allí, pero todo parecía llamar su atención. Después su atención pasó a sus manos, que intentaba meter en su boca y chupeteaba sus dedos con ahínco, finalmente sus ojitos se cerraron y se quedó profundamente dormido.

Lo miré dormir durante unos minutos manteniéndolo en mi regazo, me relajaba verlo descansar y hacer muecas extrañas ante sus sueños. Pero esa tranquilidad duró muy poco e hizo que mi cabeza comenzase a dar vueltas. Rebusqué el teléfono en el bolsillo trasero de mis jeans, mientras sostenía a Ethan con un brazo, pulsé el uno en el marcado rápido y los pitidos del otro lado de la línea comenzaron a sonar.

El teléfono al que está llamando no se encuentra disponible en este momento, inténtelo de nuevo más tarde —me contestó una molesta grabación.

Gruñí bajito para no despertar al niño y tiré el teléfono con rabia contra el sofá. Llevaba desde esa mañana intentando contactar con Edward y siempre me llevaba al buzón de voz o simplemente me salía esa grabación diciéndome que no estaba disponible. Solo quería escuchar su voz, llevábamos dos meses sin vernos, ya que le habían ofrecido un puesto como asistente en un curso de verano en la universidad donde estudiaba, después de pensarlo durante unos días, ambos decidimos que lo mejor sería que aceptase el puesto, ya que eso sería bueno para él y su futuro. Pero eso había sido dar un paso atrás en nuestra relación, habíamos pasado todo el verano separados y ya era septiembre, dos días antes de mi cumpleaños y él llevaba exactamente ocho meses fuera, ocho largos meses yendo y viniendo de Nueva York a Chicago cada pocas semanas y también ocho largos meses de largas e intensas conversaciones telefónicas hasta altas horas de la madrugada.

Durante todo ese tiempo, me mantuve viviendo en casa de los Cullen, poco a poco la habitación que Esme me adjudicó cuando llegué, fue llenándose de mis cosas y otras muchas que entre Rosalie, Alice y hasta la misma Esme, me fueron obligando a aceptar. Durante ese tiempo tampoco había visto mucho a Jasper, apenas una visita a la semana y eso cuando no tenía que salir de viaje o tenía una cena o evento al que acudir y que acortaba su tiempo libre dedicado a mí. Me dolía ese distanciamiento, me hacía sentir sola la mayor parte del tiempo, no tenía a Edward a mi lado y Jasper no tenía tiempo para estar conmigo. Aunque tenía a las chicas a mi lado y el diablillo de Ethan me hacía un poquito feliz, pero no era lo mismo si las dos personas más importantes para mí no estaban en mi día a día.

Mi teléfono comenzó a sonar y contesté lo más rápido que puede para evitar que Ethan se despertase.

— ¿Edward? —pregunté casi como una súplica.

Lo siento pero no... mis padres me llamaron Alice al nacer y todavía no tengo pene —dijo con una risita.

Suspiré resignada y acomodé a Ethan sobre el sofá, cuidando de colocarlo entre dos cojines para que no se cayese.

— ¿Qué quieres? —pregunté con molestia.

Cuanto entusiasmo, yo también me alegro de hablar contigo —no podía verla pero casi podría jurar que estaba rodando los ojos.

— Alice... estoy cuidando a Ethan, ¿podrías ser un poco más directa... por favor? —gruñí en un susurro.

De acuerdo, solo contesta a una pregunta... ¿rojo o negro?

Resoplé y me pasé una mano por mi rostro con desesperación.

— Rojo... —susurré sabiendo que sería inútil preguntar el motivo de esa pregunta— ¿sabes algo de Edward? —pregunté sin perder más tiempo.

Hablé con él anoche, me dijo que vendría en dos días para tu fiesta de cumpleaños —canturreó.

— ¿Pero hoy? ¿Has sabido algo hoy? —insistí.

No, pero no te preocupes, seguro que está ocupado ultimando los detalles de su viaje —intentó tranquilizarme.

— De acuerdo... —suspiré.

Te llamo más tarde... o mejor no, te llamo mañana... ¡besitos! —chilló antes de colgar.

Me quedé mirando mi teléfono con el ceño fruncido... no entendía nada. Alice se había vuelto más alegre y risueña desde que había vuelto a trabajar en Cullen , porque sí, Jasper finalmente consiguió convencerla después de mucho suplicar y casi arrastrase de rodillas por el rellano de su edificio, consiguió el sí de Alice y comenzó a trabajar como su asistente personal de nuevo, lo que también le ocasionó unas cuantas discusiones con María. Pero él hizo algo de lo que me sentiría orgullosa durante mucho tiempo:

¿Qué hace esta aquí? —había gritado María un día que fue de visita al bufete y se encontró con Jasper y Alice encerrados en su despacho.

Es mi asistente, María —la intentó tranquilizar Jasper.

Yo observaba el intercambio de palabras un poco asustada, había visto a María enfadada y dispuesta a decir de todo en muchas ocasiones, pero todas ellas era en contra de mí o de cualquier otra persona, nunca en un enfrentamiento directo con Jasper. En las otras ocasiones me sentía con la libertad de interferir y decirle cuatro cosas o simplemente mirarla amenazadoramente mientras abría y cerraba los puños bajo su atenta mirada. Pero en ese momento y viendo que era más una discusión marital que de dominio público, creí que no sería prudente interferir y mucho menos enfrentarme a ella.

¿Tu asistente? —preguntó ella escandalizada—. Yo podría hacer su trabajo mil veces mejor que ella.

María, cariño... lo tuyo no es trabajar —Jasper sonrió como si eso fuese algo bueno y ella le devolvió la sonrisa un poco forzada—, lo mejor es que te vayas a casa o dar un paseo, la señorita Brandon es una profesional y hará lo posible por facilitarme el trabajo y que pueda pasar más tiempo contigo.

No intentes despistarme, no quiero que 'esa' esté cerca de ti más tiempo del que debe —había gruñido ella.

No podía comprobarlo, ya que Alice estaba a varios metros de distancia, pero casi podía jurar que estaba rechinando sus dientes y completamente rabiosa, no sería para menos, María la estaba insultado, la estaba vejando y el hombre del que estaba enamorada solo le restaba importancia y hacía la vista gorda.

María, te agradecería que dejases de decir sandeces y dejases de atacar a mis empleados —masculló Jasper endureciendo levemente le tono de voz y dejándonos a todos un poco sorprendidos.

¡Eso es lo que ella es! Un simple empleada... no sé porque tanto drama —María alzó la mirada y negó con la cabeza con displicencia.

¿Entonces por qué tanto drama? — él casi repitió sus palabras—. Deja de insultar a Alice y vete a casa — espetó todavía más furioso.

No te atrevas a hablarme así Jasper, no te atrevas —gruñó.

Eres mi esposa y te hablo como quiero, así que vete a casa y ya hablaremos tú y yo.

María se quedó con la boca entreabierta durante unos segundos, igual que el resto de los presentes, que no dábamos crédito a lo que acabábamos de presenciar. ¿De dónde había sacado Jasper todo ese temperamento escondido? Ese tipo de personalidad era la que iba más a acorde a lo que yo pensé cuando lo conocí, pero esas actitudes quedaron enterradas y escondidas cada vez más al estar en compañía de la que era ahora su mujer.

Y eso me gustó, me gustó ver a ese Jasper fuerte y decidido, que no tenía pelos en la lengua para enfrentarse a su esposa y dejarla en el lugar donde debería estar.

Regresé al presenté cuando escuché un leve gorgogeo a mi lado, miré a Ethan y sonreí al verlo con los ojos abiertos y mirando sus manos con detenimiento. Me acerqué a él y lo tomé en brazos de nuevo, me miró suplicante, por lo que deduje que ya tenía hambre, además, habían pasado de largo ya las tres horas que me había dicho Rosalie. Calenté su leche y comencé a dársela mientras le murmuraba cosas, él me sonreía todavía con el biberón entre sus labios y no podía evitar derretirme al ver la perfección que podía haber en algo creado de un modo tan simple. Pero de repente fui deslumbrada por el flash de una cámara de fotos y miré hacia la puerta con los ojos entrecerrados.

— ¡Alice! —gruñí molesta.

— Lo siento —se excusó sonriendo—, es que te ves muy tierna con él en brazos... seguro que a Edward le encantará ver estas fotos cuando regrese.

— ¿Sabes que eso es chantaje emocional? —pregunté haciendo mohín.

— Bobadas... —le restó importancia con un movimiento de su mano y se acercó a donde estábamos Ethan y yo— ¿Qué haces cuidando del principito? —preguntó acariciando su escaso cabello rubio.

— Rose y Emmett tenían algo que hacer al otro lado de la ciudad y me lo han dejado —murmuré sin alejar los ojos de él.

— ¿Algo como qué? —volvió a preguntar.

— No tengo la más mínima idea... ¿tú tampoco sabes nada? —la miré esperando su respuesta y ella solo se encogió de hombros.

Escuchamos pasos apresurados y segundos después Emmett entraba en la habitación con los brazos extendidos hacia su hijo que se había quedado dormido en mis brazos, mientras lo alimentaba.

— ¿Cómo ha estado el rey de la casa? —le preguntó en un susurro mientras lo cargaba.

El pequeño, abrió los ojos y le dedicó una enorme sonrisa a su padre a efectos legales y a Emmett, literalmente, se le cayó la baba en cuanto la vio.

— Llevo una hora intentando convencerlo de que no era necesario llamarte porque sabrías lidiar con él sin problemas —comentó Rosalie entrando tras él—, pero es tan paranoico que ha venido a toda velocidad ya que le requisé el teléfono.

Se me escapó una risita, pero se convirtió en una sonrisa tierna en cuanto vi a Ethan intentando chupar la nariz de Emmett.

— ¿Todo ha ido bien? —preguntó Rosalie llamando mi atención.

— Perfectamente, ha dormido casi todo el tiempo y ahora mismo acaba de comer —sonreí.

— Gracias Bella —susurró dándome un abrazo—. Ahora nos vamos, Emmett, despídete de Bella —le exigió.

— Adiós Bella —murmuró sin siquiera mirarme y ya caminando hacia la puerta.

— Hasta luego, cariño —se despidió también Rose comenzando a seguirlo—. Alice vamos —la sujetó de un brazo y comenzó a arrastrarla—, despídete también.

— Pero yo quiero quedarme... ¡quiero ver! —rezongó arrugando la nariz.

— No tenemos nada que ver —refutó ella con un bufido.

— Yo continuo sin entender nada —protestó Emmett—, ¿por qué tienen que estar solos?

— ¡Cállate, bocazas! —lo regañó Alice en esta ocasión.

Se me escapó una risita mientras los veía interactuar, la verdad es que pese a todo lo que estaba pasando con María y con Jasper, venir a Chicago era lo mejor que me podía haber pasado. Compartir con Alice, con la familia Cullen, con Rose... aunque Edward estuviese lejos, ellos se habían esforzado por verme sonreír y animarme en mis momentos más bajos aun sin saber el motivo real de ellos en el caso de Esme y Emmett, de Carlisle no estaba tan segura.

Me dejé caer pesadamente en el sofá y miré a mi alrededor, hacía calor todavía... el aire hacía su trabajo pero no era suficiente, sentía algunas gotas de sudor recorriendo mi espalda desde la parte posterior de mi cuello. Suspiré y miré hacia la puerta por la que todos habían salido dejándome sola... sola...

En ese momento una sensación de frio me recorrió la espalda y mi piel se puso de gallina. Me froté los brazos enérgicamente para que esa sensación se alejase, pero no funcionó. Volví a mirar a mi alrededor y me sentí como un gigante en mitad de la nada, sin nada ver y sin nada que hacer.

Decidí irme a mi habitación, si leía un libro o veía un poco de televisión seguro que las horas se me pasaban más rápido. Estaba ansiosa porque pasasen dos días y Edward llegase, así que las horas me pasaban lentas y tortuosas, había tenido la distracción de cuidar de Ethan, pero ahora él no estaba y no tenía nada que hacer.

Me puse en pie y comencé a caminar hacia las escaleras, pero cuando puse un pie en el primer escalón una melodía llegó a mis oídos, eran las notas de un piano, más concretamente el piano de Edward. Me quedé paralizada con el pie todavía sobre el primer escalón, la melodía continuaba y venía desde el pasillo que daba al estudio de música.

Me estremecí de pies a cabeza sin poder imaginar el motivo de escuchar eso, quizás estaba soñando, sí... seguro que era eso y todavía estaba dormida en el sofá de la sala. Pero, sueño o no, tenía que comprobar de donde salía esa música y cuál era el motivo. Con paso vacilante, avancé por el largo pasillo, hasta que me detuve frente al estudio de donde provenían las notas del piano. Tomé una gran bocanada de aire y empujé la puerta entreabierta, lo primero de lo que fui consciente fue del gran piano blanco de Edward en su lugar habitual, pero sobre este había un ramo de rosas rojas junto a unas cuantas velas repartidas por toda la habitación, que tenía las cortinas cerradas y estaba sumida en una leve penumbra.

Mis músculos se quedaron completamente paralizados cuando me di cuenta de que frente al piano había una persona, alguien que estaba de espaldas a mí y que tenía su cabello despeinado y de un color cobrizo inconfundible. Tomé unas respiraciones entrecortadas, ya que no me sentía con fuerzas ni para jadear, mis manos y mis rodillas temblaban y un sudor frío me recorrió la espalda.

— Edward... —exhalé en un susurro.

Él me miró por encima del hombro y me dedicó una sonrisa torcida que casi me hace trastabillar y caer al suelo.

— Acompáñame —me pidió con su voz, esa voz que me había acompañado en sueños durante los pasados ocho meses, la voz por la que era capaz de hacer cualquier cosa.

Me senté a su lado, haciendo un esfuerzo hercúleo para no tropezar y llegar al banquito del piano cuanto antes. Lo miré con la boca abierta sin poder creer que realmente estuviese allí, a mi lado. Él me devolvió la mirada mientras sus dedos volaban sobre las teclas de marfil creando magia con ellos. Me dedicó otra de sus sonrisas torcidas y mi corazón dio un brinco dentro de mi pecho.

En ese justo momento tuve una epifanía, no estaba sola, no tan sola como creía que lo estaba al menos. Lo tenía a él... siempre estaría él, aunque no físicamente siempre tendría su recuerdo. Había aprendido que la vida no es un camino de rosas, eso lo sé desde hace un tiempo, cuando decido levantarme de un golpe recibo otro todavía más fuerte. Luchar... ¿Para qué? Por más que me levante, por más que ponga la otra mejilla el golpe me tirará de nuevo y acabaré de rodillas suplicando un final... un final que no llega.

Pero la vida tiene cosas buenas, aunque todo lo bueno tiene un lado malo... ¿o en este caso es perverso? Cuando miro sus ojos verdes no puedo evitar hacer lo que me pida, con el sonido de su voz pierdo mi voluntad por completo, al tacto de sus manos mi piel se derrite y se vuelve gelatina...

Él es mi ángel de la guarda... pero un ángel caído que ha perdido las alas y quiere disfrutar de la vida. Lo mejor es que ya no tengo nada que perder, haré lo que me pida sin preguntar y sin esperar nada a cambio. ¿Pero quién le explica eso a mi corazón?

Lo amaba, con cada parte de mi ser y cada resquicio de mi corazón, por él sería capaz de cualquier cosa, por ver su sonrisa, por ver el brillo de sus ojos cargados de una lujuria tan densa que electrizaba el aire a nuestro alrededor. Esperaba poder recibir de él al menos una cuarta parte de lo que yo le entregaba, esperaba poder compartir cada una de esas caricias prohibidas que mi cuerpo anhelaba sentir.

La última nota de aquella melodía quedó flotando en el aire y me descubrí a mí misma suspirando y sintiendo mis mejillas más calientes y rojas de lo que había recordado nunca. Edward dejó descansar las manos sobre sus rodillas y giró su cuerpo hasta quedar frente a mí, yo hice lo mismo y sentí los nervios y la anticipación haciendo un fuerte nudo en mi estómago.

— Estás aquí... —susurré no muy convencida de poder encontrar mi voz.

Edward sonrió y acarició una de mis mejillas con el dorso de sus dedos, cerré los ojos ante el roce y suspiré como una idiota, una idiota enamorada...

— Estoy aquí... —ante el sonido de voz volví a abrir los ojos y su mirada estaba en mis labios.

— ¿Cuándo...?

— Shh... —me interrumpió colocando un dedo sobre mis labios y ante su toque mi cuerpo entero se estremeció y mi piel se puso de gallina de nuevo— después... —dijo simplemente

Se acercó a mí lentamente, sin retirar sus dedos de mis labios, sus ojos parecieron vacilar durante unos segundos, pero en seguida volvieron a cubrirse de aquella determinación que era tan suya y que me volvía tan loca. Cuando sus labios por fin rozaron los míos, sentí como si el alma regresase a mi cuerpo después de tanto tiempo de tenerla perdida.

Mi manos reaccionaron envolviéndose en su cuello y atrayéndolo hacia mí, Edward estaba aquí... estaba aquí y no era un sueño, podía asegurarlo por el tacto de su cabello entre mis dedos, podía sentirlo en el aire que estaba impregnado en su olor y mi corazón parecía gritarlo en cada latido. Su beso me estaba transportando a meses atrás, donde no había distancia y todo era más fácil, donde no necesitaba la promesa de un nuevo viaje para vernos, donde estábamos juntos casi cada día.

El aire comenzó a escasearen mis pulmones y me alejé solo un poco de él para poder respirar, Edward parecía no ser capaz de alejarse de mi cuerpo, porque sus besos descendieron por mi mandíbula hasta llegar a mi cuello, donde mordisqueó justo bajo mi oreja haciéndome temblar de la cabeza a los pies.

— Te eché de menos —dije con un poco de coherencia que logré encontrar.

Edward se alejó de mí solo lo suficiente para mirarme a los ojos y sonrió en cuanto lo hizo.

— Nunca más... —murmuró sin dejar de mirarme— voy a quedarme y no me iré nunca más.

Mi corazón comenzó a repiquetear con mucha más fuerza ante su confesión y mi yo interna tenía ganas de ponerse en pie y comenzar a hacer el baile de la alegría. Pero perdí el hilo de mis pensamientos, cuando una de las manos de Edward me tomó por la cintura y tiró de mí hasta dejarme sentada en su regazo. Sonreí sin poder evitarlo y en esta ocasión fui yo la que se acercó a sus labios hasta que nos besamos con intensidad, de nuevo sus labios acabaron en mi cuello y más abajo aprovechando que llevaba una pequeña camiseta de tirantes debido al calor.

— ¿Qué estabas tocando? —pregunté incoherentemente.

Edward rio sobre la piel de mi pecho pero no se alejó ni un solo centímetro de ella.

— Música... —contestó.

Iba a preguntar qué tipo música, pero una de sus manos bajando mi camiseta a la altura de mi pecho me dejó aturdida durante unos segundos. Cuando volví a recuperar la coherencia, sus dientes estaban atacando mi pezón y haciendo que jadease vergonzosamente.

— Edward... —gemí su nombre.

Me miró entre sus pestañas mientras todavía tenía mi pezón en su boca y me percaté del fuego que había en su mirada, sus orbes estaban en llamas y ese fuego se traspasó a mi cuerpo en cuestión de segundos. Mi sangre comenzó a hervir y ciertas zonas de mi cuerpo solo anhelaban su tacto y el roce de su piel contra la mía.

Mis manos volvieron a enredarse en su cabello, tirando de varias hebras haciendo que él también gimiese todavía con mi pecho entre sus labios, lo que me provocó rodar los ojos y sentir como mi ropa interior se humedecía. Había sido demasiado tiempo sin sentir sus caricias, demasiadas noches buscando su cuerpo entre las sábanas vacías de mi cama, demasiadas llamadas de teléfono, demasiada necesidad acumulada y sentía que era tan poco tiempo para resarcirme, además... estábamos en casa de sus padres, en cualquier momento podrían venir y...

— Ed... Edward... —balbuceé incoherentemente— tus... tus padres... pueden llegar.

— No lo harán —aseguró sin mirarme—, Alice se ha encargado de ello.

— ¿Pero ella...? —comencé a preguntar al darme cuenta de que esa demonio sabía que Edward regresaba ese día y no me había dicho nada, pero Edward me silenció con una sola mirada.

— Después hablamos de lo que quieras, pero ahora necesito sentirte, lo otro llevamos meses haciéndolo —dijo con voz ronca a la vez que se ponía en pie y me acorralaba entre el piano y su cuerpo.

Y me perdí...

Olvidé donde estaba, lo que estaba haciendo y lo que tenía planeado hacer. Mis neuronas se pusieron en stand by y pasé a dejarme guiar por impulsos, esos me invitaban a perderme entre su cuerpo y sus caricias.

Mis manos, con vida propia, fueron hacia los botones de su camisa y comenzaron a desabrocharla a toda la velocidad que mis dedos permitieron. En cuanto tuve su piel expuesta tuve que morder mi labio inferior ante la necesidad de abalanzarme sobre él. Pero el no pareció no poder contenerse y sus manos fueron directamente a mi trasero, tirando de mí hacia delante y haciendo que nuestras caderas chocasen.

— Te eché tanto de menos... —susurró contra mis labios antes de pasar su lengua en un rápido lametón sobre ellos, provocando que perdiese el equilibrio y tuviese que afianzarme a sus hombros ante el temor de caer— cada noche soñaba con hacerte mía una y otra vez.

— Edward... —musité.

— Te veía en mis sueños tal y como estás ahora... tan excitada... —se acercó a mi cuello e inhaló con fuerza— oliendo a sexo, a ganas de sexo... —su voz se enronqueció todavía más y mi entrepierna se hizo agua literalmente.

Mis manos fueron hacia su pantalón batallando para abrir el cinturón y el botón que lo apresaban, las de Edward hicieron lo mismo con mis jeans y en cuestión de segundos ambos estábamos desnudos de cintura para abajo.

El roce de su piel con la mía se sintió como si por fin pudiese tomar aire después de meses sin hacerlo, como si mi pecho pudiese expandirse en su totalidad después de respirar solo a medias. Sentí sus manos en mi cintura y cuando me quise dar cuenta estaba sentada sobre el piano con Edward entre mis piernas abiertas, mi camiseta estaba prácticamente en mi cintura y sus manos viajaban a toda velocidad por mi cuerpo, hasta que se detuvieron en el lugar que más ansiaba por su tacto. Sus dedos se perdieron entre mis pliegues completamente húmedos y el aire abandonó mis pulmones cuando esos mismos dedos me penetraron lenta y torturantemente.

— Basta... —gimoteé— basta... te necesito a ti... a ti dentro de mí... —casi supliqué.

Vi relampaguear esa sonrisa en sus labios y mi bajo vientre comenzó a cosquillear de anticipación. Edward colocó la punta de su miembro en mi entrada y jugó a torturarme todavía un poco más, introduciendo solo la punta y retirándose para volver a repetir el procedimiento. Pero yo no estaba para juegos, le necesitaba ya, así que enrollé mis piernas en su cintura y le empujé haciendo que en su próxima tortura me penetrase por completo.

Ambos gemimos al unísono y aquella sensación de plenitud que tanto había echado de menos me poseyó de repente, todo comenzó a dar vueltas, mi espalda perdió su fuerza y acabé tumbada sobre la tapa del piano, mientras Edward comenzaba a embestir en mi interior con insistencia.

— Te amo... —gimió con los ojos clavados en los míos y mi pecho explotó de felicidad.

Estaba en el cielo, en el Olimpo y flotando entre nubes, no podía llegar a imaginar todo lo que había echado de menos a ese hombre, la falta que me había hecho y todas las noches que me dormí llorando por no tenerlo a mi lado. Todo eso desapreció de mi memoria y fue ocupada por las sensaciones de su carne adentrándose en mí una y otra vez, haciendo que mis paredes se tensasen a su alrededor. Pero yo volaba, estaba segura de que lo hacía y tanteé con mis manos intentando buscar algo a lo que afianzarme. No encontré nada, solo las teclas que estaban a mi derecha y que hacían su peculiar sonido cada vez que las rozaba intentando sujetarme a ellas.

Edward gruñó con fuerza y todo a mi alrededor comenzó a arder cuando sentí el orgasmo naciendo en mi vientre y esparciéndose por cada rincón de mi cuerpo haciéndome gritar y temblar a partes iguales, todavía escuchando el sonido intermitente de las teclas que no podía parar de pulsar al intentar sujetar algo.

El cuerpo de Edward colapsó sobre el mío y lo sentí respirar pesadamente contra la piel de mi pecho. Mis manos lo rodearon y nos quedamos en esa posición el tiempo que necesitamos para poder respirar con normalidad.

— No voy a irme más, lo que te dije antes era verdad... —susurró después de unos minutos dejando un beso en mi pecho derecho.

— Espero que no lo hagas... si no tendré que matarte —bromeé, en ese momento podía hacerlo, porque ya estaba conmigo, todavía dentro de mí y abrazándome con fuerza.

Su risa me hizo sonreír y alzó la cabeza para mirarme.

— Felices diecisiete —susurró todavía sonriendo.

— Faltan dos días —rezongué.

— Pero yo lo he celebrado hoy... ¿no te has dado cuenta? —una sonrisa acudió de nuevo a mi rostro y me incorporé haciendo que él también lo hiciese y quedásemos cara a cara.

— Te amo —escapó entre mis labios.

Edward sonrió y me besó profundamente, saboreándonos lentamente y sin prisas.