Capítulo VIII

"Encuentros inesperados"

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"Es durante nuestros momentos más oscuros que debemos enfocarnos para ver la luz."

Aristóteles

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La lluvia caía copiosamente. Su paraguas no era de mucha ayuda a la hora de mantenerse seco. Caminaba con la cabeza gacha, con una mano sostenía el paraguas, con la otra su portafolios. Esquivaba, como podía, los charcos de agua. Después de tantos días seguidos de lluvia, el agua se amontonaba en las calles. Parecía que nunca dejaría de llover. Se detuvo frente a la entrada al hospital. Levantó su vista para ver el enorme edificio. Suspiró. Su corazón latía a mil por hora. No había estado en ese lugar desde hacía tiempo. Había elegido seguir con su vida, tratar de no pensar. Pero la pena y la culpa le carcomían el corazón. Dudó si entrar o no. Le dolía verla así. Extrañaba aquellos tiempos en los que no hacían más que pelear. Había perdido las esperanzas de que esos tiempos vuelvan. Sabía que su madre iba todos los días. Que dedicaba varias horas a estar con ella, a hablarle o leerle. Que seguía esperando el día en que ella despierte. Pero él no, ya no. O, quizás, en el fondo, aún lo esperaba. Por más de que intentará hacerse el fuerte, hacer como que no le afectaba.

Ingresó al lugar y subió hasta el tercer piso. Fue directo hasta su habitación, como por inercia. Ese olor a hospital se coló por sus fosas nasales. No le agradaba ese olor. No le agradaba ese lugar. Por eso había evitado ir a verla los últimos dos meses. Abrió la puerta de su habitación, con un nudo en la garganta, con su corazón latiendo fuerte. La encontró recostada en su cama. Sus cabellos dorados sueltos, su rostro pálido y frío. Se sintió incómodo al verla allí, inmóvil, callada. Ella que siempre había sido tan alegre, inquieta, llena de vida. Ella que solía ser la alegría de sus padres, de sus amigas, de él mismo. Le chocó el hecho de que estuviera sola, su única compañía aquella tarde era ese ramo de rosas rojas que adornaban aquella fría habitación. Que ironía. ¿Por qué le molestaba que estuviera sola cuando él mismo no la había visitado en semanas?

Dejó su maletín y su paraguas a un lado de la puerta, se acercó a ella. La observó unos segundos, en silencio. Por su mente pasaron miles de pensamientos. Recordó la última vez que la había visto, antes de ese fatídico accidente.

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Bajó las escaleras y fue directo a la cocina. Usagi ya se encontraba desayunando, mientras su madre terminaba de cocinar los hotcakes. Dio los buenos días y se sentó a la mesa. Las clases aún no comenzaban, así que no tenía prisa esa mañana. Se sirvió un poco de té y luego untó una tostada con mermelada. Entonces, levantó su vista y notó la mirada inquisidora de su hermana. Sus mejillas se tiñeron de carmesí.

-Te has levantado muy tarde hoy- dijo ella con ironía, eso hizo que se sonrojara aún más. - Has estado hablando con ella hasta la madrugada.

-¡Eso no te incumbe! - dijo molesto, con la cara roja.

-¿Por qué no le dices lo que sientes? ¡Pídele que sea tu novia!

-¡Ya no te metas Usagi!

-Shingo insecto, ¡eres un cobarde! ¿Tienes miedo verdad? Tienes miedo a que te diga que no…

-¡Usagi tonta! Claro que no. Yo… no estoy para esas cosas… lo único que me importa ahora es sumar los suficientes créditos para entrar en la universidad de Tokio.

-¿Por qué es tan importante entrar a la Universidad?

-Al menos uno de nosotros tendrá un estudio, como siempre lo quiso papá. ¿Qué hay de ti? Sigues aquí, no has estudiado, no puedes conservar un trabajo por más de 3 meses… ¿Qué piensas hacer de tu vida? ¿Sólo ser la esposa de Chiba?

-¿Qué tiene de malo eso?

-¡Eres pésima ama de casa! Mucho más cocinando… ¿Cuánto crees que tardará en cansarse el cerebrito? Cuando llegue a su casa cansado después de sus guardias y sólo encuentre una cena incomible…- los ojos de Usagi se llenaron de lágrimas. Comenzó a hacer pucheritos como niña pequeña. -Nunca cambias, Usagi tonta… siempre eres la misma niña llorona…- Shingo se levantó de su asiento, sin probar su desayuno y salió de su casa molesto.

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-¡Usagi tonta! - Apretó sus ojos con fuerza, para evitar que escaparan las lágrimas. En vano. Presionó sus puños. Tenía deseos de golpearse a sí mismo. Ni siquiera sabía porque le había dicho esas cosas. Quizás porque había sentido su orgullo herido. En efecto, ella dio en el clavo, temía decirle a su amiga lo que sentía por ella. Jamás hubiera imaginado que esas podrían ser las últimas palabras que le dijera a su amada hermana. ¡De saber lo que pasaría! - ¡Ni siquiera pude pedirte perdón por lo que te dije ese día! Jamás he pensado eso de ti, Usagi… Siempre te admiré… siempre admiré tu dulzura y tu alegría, y esa fuerza que siempre te impulsaba a seguir adelante. - Las lágrimas rodaban por sus mejillas sin cesar. En ese momento, se sobresaltó al sentir una mano posarse en su hombro. Volteó asustado para encontrarse con el hombre de cabellos azabache.

-Ma…Mamoru.

-Shingo… Estoy seguro de que ella ya te ha perdonado. - dijo con una sonrisa. Shingo secó sus lágrimas con el dorsal su mano. - Ella puede escuchar… aunque esté en ese estado… estoy seguro de que puede escuchar…- Mamoru se acercó a ella y la observó en silencio. Shingo pudo notar cierta conmoción en su mirada. Sus ojos se cristalizaron, tenía una leve sonrisa. Jamás se había detenido a observar como él la miraba. Se notaba que la amaba con locura.

-Tú… ¿estabas con ella? - preguntó. Él afirmó con la cabeza, con una leve sonrisa.

- Me sentí culpable por dejarla sola. Hubo un accidente automovilístico, entraron varios pacientes mal heridos… por eso decidí ir a ayudar, aunque mí guardia ya había terminado… Elegí esta carrera porque me gusta ayudar, no podía negarme…

-Entonces… ¿te quedaste con ella… después de tu guardia? – Mamoru volvió a afirmar con la cabeza. Eso sorprendió a Shingo. Sabía lo largas y extenuantes que podían ser las guardias médicas. Largas horas sin dormir, quizás 24 horas seguidas o más. Y, aun así, él decidía quedarse allí, en lugar de ir a su casa a dormir. - ¿Por qué?

-Porque la amo más que a mí mismo. Porque mi vida carece de sentido desde que ella se encuentra en este lugar. - Shingo abrió los ojos con sorpresa. - Ella despertará… estoy seguro de que despertará… y cuando lo haga, yo estaré esperándola.

-Pero ella… ¿realmente crees que siempre la amaras?... Ella se comporta como una niña… nunca cambiará… Realmente, tendrás que cuidarla siempre.

-Me ha salvado miles de veces, en todos los sentidos. Lo menos que puedo hacer por ella es cuidarla por el resto de mi vida.

-Ella te ama demasiado… Siempre… siempre tuve miedo de que algún día te cansaras de ella, que dejaras de amarla… Si eso llegará a pasar, ella sufriría demasiado...- Mamoru sonrió. Él realmente amaba a su hermana, se preocupaba por ella.

-Eso nunca pasará… Nosotros estamos predestinados…

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Caminó bajo la densa llovizna, a paso lento y esquivando los charcos de agua, sin más protección que un piloto gris claro que llegaba hasta sus tobillos. Era una noche clara, le sorprendía como las nubes grises iluminaban más que la Luna. Aunque, sabía que la Luna había perdido ese esplendor que la caracterizaba. En aquellos tiempos, cuando el mundo estaba bajo el dominio del Reino Dorado, la luna brillaba con tanta intensidad que hasta el sol sentía envidia. El poder del cristal de Plata lograba ese esplendor. Aunque él siempre había estado seguro de que, más que aquel cristal, era el corazón de la dulce y bondadosa princesa lunar lo que hacía que la Luna tuviera tan maravilloso brillo. Con la caída del Imperio Lunar, la Luna se había convertido en un simple satélite, árido y sin vida, sin brillo, que sólo podía reflejar la luz del sol. Sin embargo, hubo en tiempo glorioso, miles de años después de la caída del Milenio de Plata, cuando la Luna recuperó su brillo propio. Fue cuando Serena despertó y logró el renacimiento de su imperio. Ahora, con Usagi en coma y el Cristal de Plata desaparecido, la Luna volvió a ser un cuerpo celeste inerte atrapado por la órbita de la Tierra. Y ni siquiera la espada sagrada, que Venus guardaba celosamente, ni los rezos de las Senshi a la piedra sagrada, habían logrado devolver aquel brillo.

Detuvo su marcha al pie de las largas escalinatas del Templo Hikawa. Levantó la vista al cielo, observando el torii en la base de las mismas. Suspiró. Sabía muy bien que ellas estaban juntas, que estaban allí. Quizás se estaba precipitando, quizás era demasiado pronto para presentarse ante ellas, quizás ella no entendería. Pero ya no podía seguir oculto en las penumbras, ya no podía verla sufrir por la incertidumbre. Ella tenía derecho a saber. Después de todo, la batalla que se avecinaba los involucraba a todos, y estaban en juego las vidas de Serena y de su sensei.

Levantó la mirada al cielo, como buscando respuestas. Aún tenía muchas preguntas. Recordarlo todo de repente no había sido sencillo, buscar a sus compañeros y hacerles comprender su misión tampoco. Quizás hubieran sido más felices sin saber, sin recordar sus vidas pasadas. Pero la promesa de proteger siempre a su sensei seguía latente y más viva que nunca.

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Despertó asustado y bañado en sudor, se sentó en la cama llevando su mano derecha a su cien. Su respiración estaba agitada y tenía un fuerte dolor de cabeza. Otra vez ese sueño, otra vez la destrucción. Pasó sus manos por su cabello blanco, lo llevaba algo largo, sobrepasando su nuca. Un escalofrío recorrió su cuerpo, al mismo tiempo que sentía un cansancio inusual, como si hubiera estado corriendo una maratón entre sueños. Respiró profundo, intentando calmarse. Se levantó de la cama para dirigirse a la cocina y tomar un poco de agua, fue cuando notó que estaba mareado. Se le hizo difícil mantenerse erguido, tuvo que sostenerse apoyando sus dos manos sobre la cómoda de su alcoba. Volvió a respirar profundo, para intentar alejar el temor que lo estaba invadiendo. ¿Qué significaban esos sueños? ¿Aquel reino devastado? ¿Por qué sentía que había estado allí? ¿Eran acaso visiones de su vida pasada?

De repente, sintió un ruido que parecía provenir desde adentro del primer cajón de su cómoda, como si algo o alguien intentará salir de allí adentro. Sin pensarlo demasiado, lo abrió. Entonces una potente luz salió de adentro, aquella luz era tan fuerte que le impedía ver qué había allí adentro.

-¿Qué está pasando? - se preguntó a sí mismo. Cuando la cegadora luz cesó, pudo observar que dentro de su cajón había cuatro extrañas piedras. Piedras que nunca en su vida había visto. ¿De dónde habían salido? Por alguna razón sintió la necesidad de tomar una de ellas, que era de un color liliáceo. En ese momento, la piedra desapareció y tuvo la sensación de que se introduzco es su cuerpo. Y se sintió invadido por una poderosa energía, una energía inusual, pero a la vez familiar, que sintió recorrer sus venas. Imágenes comenzaron a llegar a su cabeza, una tras otra, sin darle respiro. Imágenes de aquel maravilloso reino, de la Luna brillando con intensidad en el cielo, el rostro de su sensei. Y luego la catástrofe, el fuego, la destrucción. Recordó a una mujer de cabellos rojizos, tan hermosa como malvada, un hechizo del que fue víctima, una cruel batalla contra el amor de su vida. Ella le había impedido morir, le había impedido tener la posibilidad de renacer tal como lo había hecho su sensei.

Una lágrima rodó por su mejilla. Entonces entendió porque toda su vida había sentido ese gran vacío en su corazón, porque sentía que le faltaba una parte de su vida. Y entendió esas pesadillas que durante años había padecido. Levantó su rostro para mirarse al espejo, llevándose una tremenda sorpresa al ver qué su cabello había crecido hasta llegar a su cintura. Así era como lo solía tener en aquellos tiempos.

Entonces, una nueva visión llegó a su cabeza, la visión de un mundo destruido. Su mundo destruido. Una mujer de cabellos negros azabache y tez trigueña caminaba entre las ruinas de la metrópoli, con una macabra sonrisa en su rostro. Abrió los ojos con sorpresa.

-Keres…- dijo. Los recuerdos de aquella mujer estaban tan frescos en su mente como si hubieran acontecido hacía un par de meses. Ella había prometido venganza… ¿Acaso…? Pero ¿cómo? ¿Cómo podría escapar de aquella tumba de arena? En aquel entonces, habían tomado todos los recaudos para asegurarse de que ella jamás pudiera salir.

Volvió a mirar el cajón, a las otras tres piedras que aún estaban allí. Las tres tenían el mismo tamaño y la misma forma. Una era de color verde agua, otra de un verde mucho más intenso, la última de tonos verdes mezclados con fucsia.

-Jedaite, Zoysite, Nephrite…- susurró.

-Debes encontrarlos…- el joven se sobresaltó al escuchar la dulce voz de una mujer. Volteó de prisa y se encontró con el rostro sereno de la reina de la Luna.

-Reina Serenity… - dijo haciendo una pequeña reverencia.

-Kunzite, has tenido la posibilidad de renacer en este mundo por una razón. Endymion y mi hija están en peligro.

-Ha sido usted… usted me ha devuelto mis recuerdos.

-Busca a los demás… Busca a las Senshi… Se avecina una batalla que pondrá en peligro el presente y el futuro, así como el renacimiento del Milenio de Plata… Confío en ti, Kunzite.

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Ahora sentía miedo de callarse. Realmente nunca había sido lo suficientemente fuerte, no como su sensei. Ni siquiera había podido evitar caer bajo el hechizo de Metalia. Él sí, él había podido, el amor que sentía por la princesa de la Luna le había impedido caer en ese hechizo. ¿Cómo iba a hacer para protegerlos? Con Serena fuera de batalla, los poderes de Endymion se debilitaban, lo único que podía hacer por ellos era encontrar el Cristal de Plata, quizás de ese modo Serena despierte de su muerte en vida. Pero, para eso, necesitaría a las Senshi.

Sintió pasos detrás suyo, ellos estaban allí. Volteó.

-Naoki, Jomei… Llegan tarde ¿Qué saben de Zakuro?- dijo, manteniendo su semblante serio. Los jóvenes notaron cierta molestia en su rostro. Aunque no hacía mucho tiempo que se habían conocido, sabían a la perfección lo que el otro sentía con sólo observar sus gestos. Claramente, la conexión que había entre ellos era especial, una conexión que provenía de la profunda relación que habían tenido en el pasado.

-Quizás llegue un poco tarde. Su avión llegó hace apenas una hora. - respondió Naoki. Koichi guardó silencio. Volteó a ver las escalinatas, nuevamente. El sólo pensar en enfrentarla le ponía los nervios de punta. ¿Cómo se podía amar tanto a alguien a quien ni siquiera conocía? ¿Cómo se podía amar a alguien aún después de tantas vidas?

-¿Estás seguro de esto, Koichi?- preguntó Jomei.- ¿Qué les diremos? ¿Cómo crees que reaccionarán al vernos? Después de todo, ellas nos creen muertos.

-Tarde o temprano lo sabrán... Cuanto antes mejor...

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Observó a su alrededor. Aquel acogedor lugar, el que había sido testigo de cientos de reuniones, de cientos de charlas, secretos, chismes y demás, el que las había visto crecer, madurar, quizás antes de tiempo, convertirse en mujeres. Aquel lugar era como un santuario para ellas. Pero, en estos últimos tiempos, aquel lugar le despertaba cierta nostalgia, mucha tristeza. Ahora eran sólo tres. Ellas tres y sus gatos. Quizás por eso prefería estar trabajando, o estudiando, o perdida en algún bar de mala muerte, algún boliche con muchas luces y mucho ruido, tanto ruido que le impidiera oír hasta sus pensamientos, esos que la atormentaban día y noche.

Observó a su alrededor. Rei estaba junto al fuego sagrado, no había parado de orar desde que habían llegado. Quizás podría tener alguna visión, algo que no haya visto antes, algo que pudiera ayudarlas. Mientras, Makoto buscaba información en su notebook, alguna nota que hable de los extraños sucesos en Inglaterra. El sonido de las teclas presionadas por sus dedos retumbaba en el silencio de aquella habitación. Luna la observaba atentamente. Había estado todo el día en el centro de control intentando rastrear alguna información, pero nada. Estaba empezando a pensar que nada raro ocurría, que no había algún enemigo oculto, que Usagi sólo había tenido un desafortunado accidente, que lo que ocurría en Inglaterra no era más que una mera coincidencia. Suspiró.

-Creí que esta reunión sería más divertida. - comentó, como para romper el silencio que ya le estaba pesando. Pero no recibió respuesta alguna. Volvió a suspirar. Los ánimos no estaban para chistes esa tarde. Se sentía una tensión en el aire. Tenía una extraña sensación en su corazón. Como un mal presentimiento.

De repente, el silencio se vio interrumpido por el estruendo de un rayo caer no muy lejos. De hecho, hasta se sintió como que cayó en el mismo templo. Minako se puso de pie, alarmada, había algo extraño en ese rayo, algo... sobrenatural.

-Makoto...- miró a su amiga, quien había despegado los ojos de la notebook por primera vez en lo que iba de la tarde. Una simple mirada bastó para que ambas supieran que ese rayo no era el anuncio de una tormenta que se avecinaba. Luego, observaron a su otra amiga, quien se ponía de pie al mismo tiempo que tomaba su lapicera. Entonces, entendieron que, quizás, esa era la señal que habían estado esperando durante dos largos meses, la prueba de que el accidente de Usagi y la desaparición del Cristal de Plata no eran meras casualidades del destino.

Minako sacó su lapicera del bolsillo de sus pantalones y la observó con cierto temor. ¿Funcionaría? ¿De verdad lo haría? Durante todo ese tiempo había sentido que sus poderes se debilitaban, que su lapicera había perdido su capacidad de convertirla en Sailor Venus.

-No puedes permanecer con la duda toda tu vida, algún día tendrás que probar. - la dulce voz de Makoto la sorprendió. Ella tenía esa habilidad para siempre saber lo que las demás estaban sintiendo. Minako esbozó una sonrisa. Su amiga tenía razón, pero aun así sentía miedo.

- ¡Es hora, chicas! - dijo Reí, dando unos pasos al frente. Levantó su pluma en alto. - ¡Por el poder de Marte!- Rápidamente fue rodeada por una energía en forma de fuego. Después de varios años, volvía a ser Sailor Mars. Makoto hizo lo mismo.

-¡Por el poder de Júpiter!- y un fresco viento con olor a rosas la volvió a transformar en Sailor Júpiter. Mínako volvió a mirar su pluma. Quizás, a lo que le temía era a volver a ser sailor Senshi, a tener que luchar, sin ella, a volver a ser la líder y que toda la responsabilidad de la batalla recaiga sobre sus hombros. Suspiró. Levantó su pluma en alto, esperando que sus peores temores no se hicieran realidad…

-¡Por el poder de Venus! - Una potente luz dorada la rodeó. Volvía a ser Sailor Venus.

Rápidamente salieron al patio de aquel templo. Reí y Makoto por delante. Se detuvieron en seco de repente. Minako las alcanzó segundos después. Observó a su alrededor, hasta que diviso al goshinboku (*), rodeado de una poderosa oscura.

-No puede ser…- se apresuró a decir Reí, con sus puños apretados. Estaba visiblemente molesta. ¿Cómo? ¿Cómo podían meterse con su árbol sagrado? Antes de que Minako pudiera reaccionar. Corrió hasta el árbol, lanzando uno de sus pergaminos. - ¡Aléjate, espíritu maligno! - gritó. Inesperadamente, el árbol emitió una energía oscura, en forma de escudo, y destruyó el papel antes de que llegue a él. Reí abrió los ojos con sorpresa. Nunca antes, ningún ser maligno había podido destruir uno de sus talismanes.

Rápidamente, el árbol comenzó a mover sus ramas, cuál si fueran las manos de un pulpo, al mismo tiempo que sus raíces salían de la tierra para que hagan de pies que le permitan moverse. Entonces, una poderosa energía oscura salió del centro del árbol y golpeó a Sailor Mars, dejando inconsciente.

-¡Trueno de Júpiter! - Makoto intentó, en vano, atacar al goshinboku, pero el rayo pareció atravesarlo sin hacerle el más mínimo daño. Entonces, uso sus ramas como látigo, para golpear a la guerrera y hacerla caer contra el suelo.

-¡Chicas! - Minako observó al árbol. Era realmente inmenso. Necesitaba hacer algo y rápido. Pero, otra vez el miedo de no poder luchar, el miedo de haber perdido sus poderes, volvió invadirla.

El árbol no perdió oportunidad. Movió sus ramas en una extraña danza y luego lanzó sus hojas contra la guerrera, cual si fueran trozos partidos de vidrio. Minako observó, inmóvil, como se acercaba amenazantes a gran velocidad. Cerró los ojos, esperando el inevitable ataque. Inesperadamente, un joven corrió a ella a una increíble velocidad y, tomándola por la cintura, dio un salto para alejarse del lugar de impacto y así ponerla a salvo.

Minako abrió los ojos asombrada, para encontrarse con la intensa mirada de aquel joven. Ojos azules, tan expresivos que parecían contarle todo el amor que había en su corazón. Sus largos cabellos blancos danzaban con el viento. Aterrizó en el suelo con elegancia, apoyando los pies de la joven luego, pero sin dejar de tomarla por la cintura. Sus miradas se entrecruzaron unos instantes, que parecieron eternos, unos instantes que parecieron traer a sus mentes miles de recuerdos perdidos en lo más recóndito de sus corazones.

-Kunzite… ¿Eres tú? - Está vez fue Venus la que puso aquellas palabras en sus labios. Venus, quien recordaba cada detalle. Venus que era quien, aún, lo amaba con locura.

Otro joven pareció aparecer de la nada, cabellos rubios y cortos, ojos azules. Corrió hasta quedar frente a aquel añejo árbol y, apuntando la palma de su mano hacia él, lanzo una extraña magia en forma de luz dorada. Para sorpresa de Venus, su magia pareció ocasionarle cierto daño a aquel ser maligno, cosa que con sus amigas no habían logrado.

-No eres de gran ayuda, Koichi.- dijo el joven, con cierta ironía. Segundos después volteaba a ver a la guerrera del fuego, quien apenas estaba reaccionando del duro golpe que había recibido. Sus miradas se cruzaron. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Mars. ¿Qué era ese sentimiento? ¿Quién era él?

-¿Jedaite?- A espaldas del joven, el árbol se disponía a atacarlo. Koichi se apresuró a usar de magia contra él. Del mismo modo que su camarada, apuntó la palma de su mano hacia el ente maligno, despidiendo una energía muy similar a la del otro joven.

-Hay cosas que nunca cambian, Jomei.

-¿Que está pasando aquí? ¿Quiénes son ustedes? - Makoto apenas podía incorporarse cuando otro joven se unía al trío. Cabellos largos y ondulados, color castaño, ojos caoba. Sacó una espada de quién sabe dónde y atacó al árbol cortando todas sus ramas a una velocidad increíble. Aunque, para su sorpresa, éstas volvieron a crecer.

Makoto lo observó embelesada, casi sin entender el porqué. El meneó su cabeza y la observó. Makoto sintió como si su corazón se estremecía. Entonces recordó.

-Nephrite… Pero, es imposible…- un estruendoso sonido, que se escuchó a kilómetros de distancia, salió del árbol. Fue como si hubiera pegado un grito de guerra. Estaba furioso. Naoki volteó asombrado. Aquella criatura era más fuerte de lo q había pensado.

-¿Y ahora que, Koichi?- preguntó, como esperando indicaciones. Pero el joven devenido en improvisado líder tampoco tenía idea de que hacer. Nubarrones negros comenzaron a amontonarse arriba de aquel árbol. Parecía como si reuniera fuerzas para dar el golpe final. Las Senshi observaron, con sorpresa. Jamás habían visto semejante demostración de poder, ¿cómo era posible que no hayan sentido antes esa presencia maligna?

Naoki se puso en posición de batalla sujetando su espada con ambas manos. Tal vez no sabía cómo combatir a aquella bestia, pero daría lo mejor de sí. En ese momento…

-¡Niebla de Mercurio! - la visibilidad de aquella noche se vio acotada por una inesperada niebla no prevista en los radares metrológicos. Las Senshi se sorprendieron al reconocer aquella energía.

-Mercuri, -alcanzó a decir Venus, antes que la niebla se disipara. Al hacerlo, pudieron ver a la guerrera de cabellos cortos, junto a un joven de largos cabellos rubios. El joven levantó su brazo hacia el frente, apretando su puño, en su dedo anular llevaba un anillo con una enorme piedra roja. La piedra comenzó a brillar de manera intermitente.

-Hasta aquí, ser maligno. - dijo. Entonces, la entidad que se encontraba dentro del árbol sagrado fue absorbida por el anillo y el árbol cayó inerte al suelo.

-Te tardaste demasiado Zakuro…- dijo Koichi, mientras las nubes que habían ocultado la luna aquella noche comenzaban a dispersarse.

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(*) árboles sagrados que se preocupan por la seguridad, salud y felicidad del espíritu que hay en su seno y que se alzan en los santuarios sintoístas.

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N/A

Cuéntenme, ¿qué les ha parecido el tan esperado encuentro? La verdad es que lo había pensado de una manera totalmente diferente. Pero, preferí que el encuentro sea en medio de la acción, creo que no quedó tan mal ¿no? ¿Ya mencioné que amo la pareja de Venus y Kunzite? Así que prepárense para ver mucho romance (y también tensión, ¿por qué no?) entre ellos. Pero no me olvidare de las demás guerreras. La idea es que las cuatro tengan su protagonismo y su romance en esta historia.

Por cierto, la primera parte del capítulo me quedó un tanto dramática. Pero, siempre me he preguntado que sentiría la familia de Usagi si hubiera estado al tanto de todas las veces que estuvo al borde la muerte. Y, pues, en mis otras historias ni siquiera mencioné a la familia de Usagi ni de nadie, así que me pareció lindo contar un poco como viven sus seres queridos este momento tan difícil que está pasando.

Ojalá haya sido de su agrado. Al momento de terminar este capítulo, no tengo ni idea de que voy a escribir en el siguiente, de modo que nos les puedo adelantar nada XD.

Besos y nos leemos la próxima.