Prólogo: La Madre cuyo Nombre fue Olvidado
Dicen que, al comienzo de todo, no debía haber nada. Solo el vacío, silencioso e inmóvil, aguardando en la oscuridad eterna. Sin embargo, allí estaba ella, la Primera, Madre , una entidad sin forma que era parte de todo y, a la vez, de la nada.
La soledad la envolvía, pesada e implacable, y en su vasto corazón surgió el anhelo de compañía. Así, en un acto de amor insondable, la Mujer dio forma a sus hijos: Fuerza, Velocidad, Resistencia, Espacio, Tiempo, Creación y Destrucción.
Ellos nacieron del mismo vacío, cada uno llevando una chispa de su esencia.
Hermosos y poderosos, sus hijos trajeron equilibrio a la creación, formando un delicado tejido de energías que sustentaba el cosmos. La Mujer, que los contemplaba con orgullo, por fin se sintió completa.
Ya no estaba sola.
Con el paso de los eones, sus hijos comenzaron a tomar formas físicas,descendiendo del reino etéreo para habitar entre los mortales, criaturas que moldearon a su voluntad.
Los mortales les rendían culto y obediencia, y susnombres resonaban en todos los rincones de la existencia.
Pero el corazón de la Madre estaba inquieto, pues percibía el creciente conflicto entre sus hijos. Cada uno deseaba ser el favorito, el único que recibiría su semillas de la discordia germinaron, y los hermanos, cegados por el orgullo, iniciaron una guerra entre ellos.
La pequeña Fuerza, la más joven, acudió a su madre, buscando su ayuda, su consuelo. Pero la Mujer, convencida de que no era más que un juego infantil, desestimó la súplica de su hija.
Entonces, como un relámpago rasgando el cielo, la tragedia descendió. La Mujer sintió cómo la vida de Fuerza se debilitaba, y con ella, el universo mismo parecía tambalearse.
Un terrible temor brotó en su pecho.
—¿Mi niña? ¿Qué te sucede, mi niña? —llamó, recorriendo la inmensidad.
Al encontrarla, el horror la invadió: su hija yacía moribunda, rodeada de sangre y polvo estelar. En su desesperación, la Madre encerró a Fuerza en una esmeralda, una última esperanza para preservarla.
La Mujer se quedó allí, abrazando la esmeralda que contenía a su hija, con el alma desgarrada por la culpa.
En su ira y desesperación, comprendió que debía proteger el delicado tejido del universo y proteger a sus hijos de ellos mismos.
Tenia que darles el mismo destino que le dio a su hija.
Velocidad fue el primero en notar el poder de su madre sobre él. Corrió como nunca, atravesando galaxias en un parpadeo. Pero ni siquiera él fue lo suficientemente rápido para escapar del alcance de su creadora.
Resistencia intentó soportar la embestida de su madre, desafiándola a superarlo. Pero ni siquiera él, que podía soportar lo impensable, logró resistir el abrumador poder de la Mujer.
Tiempo se refugió en el pasado y en el futuro, explorando líneas infinitas de momentos, buscando una en la que escapara a su destino. Pero todas las rutas posibles lo devolvían a ella, inquebrantable, inevitable.
Creación, en su desesperación, engendró aberraciones, moldeando criaturas retorcidas que se alzaron contra su madre. Pero ninguna de sus creaciones fue rival para ella; todas cayeron, disipadas en el vacío.
Destrucción, con el fuego de la ira en sus ojos, se enfrentó directamente a la Mujer, lanzando su poder con osadía y furia. Su intento desesperado fue aplacado sin esfuerzo, su esencia disipada en el abrazo esmeralda.
Espacio, el mayor de todos, huyó a los confines del universo, buscando el planeta más remoto en el que pudiera ocultarse. Lloraba, él, el más poderoso y sabio de los hermanos, su llanto resonando en el vacío.
Sabía que la Madre lo encontraría, y aún así, esperó, con el peso de una eternidad sobre sus hombros.
-Ma… madre…?- murmuró al sentir la inmensa presencia sobre él.
Lo último que vio fue una mano gigante descendiendo sobre su forma, envolviéndolo en la fría prisión de una esmeralda.
Y así, uno a uno, la Madre encerró a sus hijos. Cada uno, una chispa de poder, ahora sellados en unas joyas relucientes.
Ella los amaba, sí. Y porque los amaba, los apartó, protegiendo el universo del caos y de sí mismos.
Finalmente, solo la Mujer permaneció. La soledad, ahora tan fría y desgarradora, la hizo desear unirse a sus hijos en el encierro eterno. Tal vez así, encerrada también en una esmeralda, la soledad no sería tan devastadora.
Y así fue como la Madre dejó de ser el universo mismo, el principio y el fin.
Ahora solo sería conocida como la Esmeralda Maestra.
Pum.
El libro se cerró con un golpe suave pero resonante, y la mujer lo colocó sobre el escritorio con cuidado. Se llevó una taza de café a los labios, disfrutando el calor y el amargo aroma que le daba energía. Sus ojos no se apartaban del título del libro,
impreso en letras doradas sobre la desgastada tapa: Historia de un Pasado Lejano.
—Las historias de los isleños son… interesantes —murmuró, con una mezcla de escepticismo y fascinación.
La mujer, de formación científica, se encontraba dividida.
Creer en seres tan fantásticos, en un pasado lleno de poderes y leyendas, le parecía casi ridículo, aunque, en el fondo, admitía que también le resultaba absolutamente cautivador.
Los isleños —o "animales humanoides," como se les denominaba en términos más comunes— eran una raza que la había fascinado desde que podía recordar, gracias a las antiguas notas y documentos de su abuelo, el doctor Gerald Robotnik.
Gerald había sido un pionero en los estudios sobre estas criaturas en la colonia Ark unos años antes que terminara la guerra humano/humanoide.
Sin embargo, de un momento a otro, estos experimentos fueron eliminados de la historia junto con ellos su abuelo y primo.
Ahora, ella, la joven doctora Robotnik, era la primera persona en 30 años en reanudar los estudios abandonados sobre los isleños y, quizás, descubrir aquello por lo que su abuelo fue silenciado.
¡Toc, toc!
Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Una voz se oyó a través del umbral:
-Señora Robotnik, estamos a quince minutos de la isla.
Un tic de molestia apareció en su rostro, sus labios se torcieron ligeramente antesde responder.
-¿Señora? ¡Apenas tengo 25!-protestó, rodando los ojos mientras se ponía de pie y salía de la habitación, azotando la puerta tras ella.
El soldado de G.U.N.,quien había dado el mensaje, ya se había retirado, probablemente temiendo suenojo.
/Estos soldados necesitan aprender algo de respeto/ pensó, mientrasacomodaba su melena rubia y avanzaba hacia la cubierta de la nave.
El viento le golpeó el rostro al salir, y al fondo del horizonte apareció una vasta extensión de tierra rodeada de nubes y océano. La isla se alzaba ante ella, imponente y llena de misterio.
Dejó de lado el pequeño enojo que sentía y observó la isla con renovada emoción.
Una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Esto será… muy interesante.
