No se me ocurre la menor idea de cómo explicarlo, pero el coronel estaba en lo cierto. Con solo una mirada, él pudo descubrir algo que ningún explorado previo pudo detectar.
Tan pronto los más de veinte Griffon que teníamos a nuestra disposición llegaron al frente, descargaron toda su furia sobre la supuesta nada de tierra árida y rocas sedimentarias. Un descomunal desperdicio de munición para ojos de muchos. Los mío incluidos, que no eran capaces de entender lo que Tairon tenía en mente. Y agradezco al Emperador en su Trono Dorado por estar equivocado.
Las salvas arrasaron con todo nuestro campo visual, y el terreno arenosos se convirtió en una tierra arrasada por pólvora y metal, mientras su superficie quebradiza se alzaba con los fuertes vientos del planeta. Una gigantesco cortina de polvo y susieda que tapó todo nuestro panorama. Un viento, que giró escalofriantemente hacia nosotros, lanzando en nuestro rostro el polvo y segando nuestra visión.
Pensamos que era una coincidencia nefasta. Pero pronto entendimos que solo era un presagio de lo que se avecinaba.
Cincuenta metros solo podíamos ver al frente. Cincuenta metros, que serían recorridos en cuestión de segundos por un enemigo desconocido. Todos nos manteníamos alerta. A la espera. Yo, sobre las trincheras improvisada al este. Tairon, al oeste. Lo suficientemente lejos, para que un repetidos de señal tuviese que ser colocado entre ambos.
Nosotros, la milicia regular de Cantus, pero con el adoctrinamiento propia de la Guardia de Krieg. No compartíamos su fanatismo a ese extremo, pero nuestra convicción y nuestras ansias por purgar a nuestros enemigos y vengar a nuestros caídos era igual de férrea.
Nos convertimos en maestros de las trincheras. Hombres y mujeres con con solo una pala y diez minutos, ya tenían un agujero en donde esconderse para abrir fuego. Carecíamos de las técnicas más perfeccionadas de los soldados de Krieg, pero para ser una imitación barata e improvisada, cumplía bastante bien su función. Y eso esperábamos, pues cuando la tierra comenzó a retumbar justo bajos nuestros pies. El momento había llegado.
—¡Ahí vienes! ¡Todos listos! ¡Rifles láser al frente! ¡Disparad a todo lo que se mueva!
Mi grito resonó en los canales de mi frecuencia y en la mentes de aquellos que me escucharon en persona. Murphy estaba ubicado en en mi extrema derecha, el punto más alejado de todos. Confiaba en él y en sus fuerzas de élite para retener al enemigo, y en su capacidad para encontrar la solución si algún imprevisto ocurría.
En la extrema izquierda coloqué a Mason, cerca de las tropas del coronel Tairon. Mason ha demostrado buena capacidad de liderazgo, pero carece de experiencia, y quiero estar seguro que, de haber algún problemas, algún oficial experimentado de los Korps de Krieg pueda asumir el mando.
Sin esperar, nuestros rifles abrieron fuego a lo desconocido, y nuestros tanques y piezas de artillería siguieron la cacofonía ensordecedora de la guerra propia. No sabíamos con exactitud a qué le disparábamos, pero nos hacíamos una idea bastante sólida al respecto. Idea que fue confirmada, cuando el indiscutible sonido de los proyectiles balísticos provenientes de las armas de nuestros atacantes respondieron con igual agresividad. Estaban aquí... Siempre estuvieron aquí.
Pronto, de la cortina de humo comenzaron a salir enorme figuras verde olivo, portando entre sus manos estrambóticas armas de fuego y armas afiladas improvisadas. Con armaduras chapuceras cubriendo sus cuerpo, pero lo suficientemente resistentes para aguantar varios de nuestros disparos laser, obligándonos a apuntar a zonas más desprotegidas.
Este etapa duró unos poco minutos, mientras la polución que cegaba nuestra vista se desvanecía poco a poco. Y una vez lo hizo, hubiese deseado no haber visto lo que nos mostraba el horizonte.
Lo que antes era un desierto desolado, ahora era una interminable horda de pieles verdes que marchaban hacia nosotros. Eran millones de ellos... Y nosotros apenas éramos uno pocos miles. Miles extendidos en un frente improvisado, que se vería superado en cuestión de minutos. Y lo peor de todo, era que las desgracias apenas estaban comenzando.
—Coronel Tairon. Debemos retroceder. No podremos superarlos.
Llamé por la radio, pero no hubo respuesta.
—Demonios. Coronel Tairon. ¿Me recibe? Tenemos que retroceder o será demasiado tarde.
Sin embargo, la carencia de voz al otro extremo de la línea agudizaba mis temores, los cuales se hacían más profundos al escuchar la constante estática que esa frecuencia me devolvía. Tenía que pensar en algo... Y rápido.
—Contacte con el puesto de inmediato.
—Negativo. Las frecuencia de largo alcance están siendo interrumpidas. —Comentó el operador de radio.
—Que el Emperador nos proteja. Comuníquenme con Murphy y con Mason de inmediato.
—Si, comisario.
Siento al operado accionar varios botones y mecanismos del dispositivo de comunicaciones, mientras vuelvo mi mirada al frente. La ventana para nuestra retirada se hacía cada vez más pequeña, a medida que la horda de pieles verdes se acercaba a cada segundo. Mis tropas se mantenían en combate constante con varias fuerzas orkas que se nos abalanzaban, pero esos ni siquiera eran el grueso de su ejército. De hecho, a juzgar por lo que vi en Cantus con mis propios ojos, estos orkos que se lanzaban contra nosotros no eran más que meros novatos.
Cuando las unidades élite se presenten... Aquellos que levantaron ese enorme muro de escudo que no pudimos sobrepasar. Entonces ya no habrá esperanza para nosotros.
—Comisario. Está en línea.
No pierdo el tiempo, y regreso el equipo de comunicación a mi oído, donde el constante replicar de las armas láser crea una cacofonía desastrosas que apenas me permite escuchar a quienes respondieron mi llamado.
—Mason. Murphy. ¿Me reciben?
—Lo re... bo comisa... ¿Cuál es ... situación?
—Harrus. Son dema... dos. Tenemos que ... troceder de inmediato.
—Lo se, capitán. Pero no logro ponerme en contacto con el coronel Tairon. Mason. ¿Cuál es la situación en su posición?
—Las tro... de Krieg signe ...chando. Hubo una ex...ción cerca de nuestra posi... Creo que el repetidos fue ...truido.
—Entendido. ¿Hay algún indicio que las tropas de Krieg se retiren?
—Nega...vo. Se mantienen firmes. ¿...les son sus or...nes?
—No podemos retroceder. Murphy, mantenga el flanco y avíseme de cualquier imprevisto. Mason, lo mismo para usted. Si ve a los Korps de Krieg movilizarse infórmeme de inmediato.
—Si, co...sario.
—Copiado. Harrus ne...sitaré refuerzo si quere... mantener la posición.
—Entendido capitán. Le enviaré algunos hombres.
No había nada más que pudiese hacer en esta situación. Resistir. No quedaban alternativas. Resistir tanto como nuestros tanques fuesen capaces de hacerlo, o tanto como nuestros cargadores nos lo permitiesen.
Una idea cruzó por mi mente. Una idea que me aterraba. Decidí quedarnos, porque era nuestro deber, porque sabía que seríamos castigados de hacerlo y desovedecer órdenes, y porque me negaba a dejar al coronel solo en esta lucha. Pero... ¿Qué tal si el propio coronel no ha ordenado la retirada, pensando lo miso que yo? ¿Qué tal si está esperando nuestros movimientos, para retroceder él también, negándose a abandonarnos?
—¡Comisario! —La voz de un mensajero armado me saca de mis pensamientos.
—¿¡Qué ocurre!?
—¡La unidad de Steve ha perdido a más de la mitad de sus hombres! ¡Y Torga solicita refuerzos!
—¡Demonios! ¡Nos estamos quedando sin opciones! ¡Operador! ¡Mantenga esa radio activa con su vida! Compañía 12 y 5! ¡Conmigo! ¡York! ¡Diríjase al sector cuatro y apoye la unidad de Torga!
—¡Si, comisario! ¡Ya habéis oído! ¡En marcha!
—¡Al resto! ¡Esperad por instrucciones!
No había mucho que pudiésemos hacer en esta situación. Dejar la seguridad del improvisado puesto de mando era algo temerario, pero necesitaba saber que estaba pasando al frente. Si el teniente Steve caía, dejaría un enorme agujero en nuestras defensas.
Por otro lado, no tenía sentido dejar tropas en reserva, cuando estábamos enfrentándonos a un contingente único que nos superaba mil a uno, o más. Si de repente, esa unidad especial de grentchins que vimos en Cantus nos asalta por la retaguardia ya podríamos darnos por muertos, pero gracias a la sagrada luz del Emperador que eso jamás ocurrió. Aunque eso no hacía nuestra situación menos plausible.
Cuando llegué al frente, tuve que buscar cobertura desesperadamente, mientras los hombres y mujeres que me seguían hacían lo mismo. El mensajero estaba en lo cierto. A juzgar por la forma de los cuerpos mutilados, pude asumir que una explosión se originó justo al medio, acabando con más de la mitad de los defensores. Steve incluido.
El frente de batalla es... diferente. No es lo mismo ver un informe e interpretarlo en cuestión de segundos, a ver la dura realidad con tus propios ojos. Mi propia fusil se unió al de mis hombres, y mi voz se unió a los vítores de la imposible victoria y a las alabanzas desesperadas por el Emperador.
Allí, entre el lodo, los disparos, y los cuerpos de mis camaradas caídos, no era un comisario. No era el oficial al mando de las Ultionem Militum. No era esa figura falsamente glorificada que lucho con coraje durante las últimas horas de Cantus. No era nada de eso. Era un simple soldado raso. Uno que podría morir con la misma facilidad que cualquier otro a mi alrededor. Uno que quería terminar esta maldita guerra y regresar a casa. A mi pequeña morada de Cantus y volver a labrar la tierra o a ensuciarme la ropa con los motores. Uno que se sentaba junto a sus compañeros sin importar el rango o los protocolos militares, beber un buen trago mientras como algo que no sea una pasta proteica insípida. Por el Emperador... Cada segundo que paso con este uniforme puesto, recuerdo lo afortunado que era y no lo sabía.
—¡Cómisario!
El llamado de un soldado rápidamente me sacó de mis momentáneas fantasías del pasado. Alzo la mirada, y veo que el operador de radio, junto a los pocos soldados que se quedaron con él para proteger el equipo de comunicaciones. Veo como varios proyectiles impactan cerca de su posición, y sin pensarlo dos veces me lanzo a la carrera hacia su posición, embistiéndolo en la carrera y obligándolo a caer sobre un saliente lejos de las balas enemigas. Por desgracia, dos de sus escoltas no tuvieron tanta suerte.
—¡Soldado Prestón! ¿¡Qué demonios está haciendo aquí!?
Él alza la mirada, aun conmocionado por si casi muerte. Sin embargo, noto en él la necesidad imperiosa de decime algo. Sus labios tiemblan, su boca gesticula, pero no escapa palabra alguna. Y solo cuando lo sacudo con mis manos, este es capaz de regresar a la realidad.
—¿¡Qué ocurre, soldado!?
—¡Es el... El el cuartel general! ¡Los refuerzos! ¡Están en camino!
Mis ojos se abrieron como platos al escuchar la noticia, y un aura de emoción colectiva se adueño de todos los que fuimos capaces de escucharlo.
Refuerzos. Por el Emperador, alabado seas en tu trono dorado. Esa era la esperanza que tanto necesitábamos oír. Al menos, lo suficiente para que pudiésemos retroceder y reagruparnos. Sin embargo, ninguno de nosotros estaba preparado para ver, qué tipo de refuerzos fueron enviados.
De pronto, múltiples estallidos sacudieron el cielo, mientras enorme bolas de fuego caían desde la atmósfera hacia nuestra posición. Yo grité, para todos aquellos que pudiesen escucharme se pusieran a cubierto de inmediato. Creyendo que... como mínimos, eran proyectiles balísticos de largo alcance. Pero nada más alejado de la realidad.
El suelo se sacudió infinidad de veces, y una repentina calma se adueñó del lugar, no sabría decir si por la conmoción del momento, o por el tinitus que saturaba mi oído. Alcé la cabeza de mi posición, y mis ojos se abrieron eufóricos ante lo que me mostraban.
Eran ellos. Ellos ya estaban aquí. Los ángeles del Emperador descendieron desde los cielos en cápsulas que montaron una barrera improvisada que nos brindaba algo de cobertura, mientras los mejores guerreros de la humanidad salían al campo de batalla, blandiendo sus armas de energía cuerpo a cuerpo y sus bolters.
Los templarios Negros habían llegado.