Ichigo se colocó su delantal favorito, una prenda rosa con estampados de fresas. La emoción por cocinar algo en su nueva cocina le burbujeaba. Se acercó a la alacena, y sacó varios utensilios de cocina, que estaban a punto de ser usados por primera vez. De arriba del refrigerador, tomó un par de guantes, y los acomodó en sus manos. No quería manchar el anillo con comida.

Abrió al refrigerador, y le impresionó verlo totalmente blanco. Lo único que había eran las sobras del pastel de bodas. Se veía apetitoso, con su merengue de chocolate y fresas, y la textura esponjosa como una nube, pero sabía que un pastel no era un buen almuerzo.

Escuchó moverse el cerrojo de la puerta. Allí vió a entrar a su Naoto, con una expresión de cansancio. Al verla, el hombre dejó la maleta sobre un asiento, y abrió los brazos.

– ¿Cómo está mi esposa?

– Feliz, porque ya regresaste. – respondió, mientras se dejaba abrazar. – ¿Lograste poner la casa a nombre de ambos?

– Sí, fue difícil. Había una fila enorme, y la secretaria era lentísima.

– Seguro te desesperaste. – comentó ella, con una pequeña risa. – Mira, Nao, necesito un favor tuyo. Acompáñame a hacer unas compras, que se nos olvidó la comida.

Su esposo se llevó una mano a la cabeza. Dijo estar cansado, y que no podía. Además, Ichigo siempre había sido más experta en cuanto a ingredientes y esas cosas, conocía mejor qué tipo de comidas hacían falta y cuáles no. Pero, tras mucha insistencia, fue convencido por su mujer.

Salieron a la calle, agarrados del brazo. Para Ichigo fue como sentir unas mariposas en el estómago, era la primera vez que caminaban juntos como esposos. Sentía que era una persona nueva, ahora no era sólo una chica, era una mujer casada. Naoto notó la alegría en el rostro de Ichigo, y sonrió.

Llegaron al mercado, un sitio algo pequeño pero que a ella le gustaba. Recordaba cuando de niña solía ir a ese lugar con su mamá, y allí compraban ingredientes para el Nori Bento Hoshimiya. Agarró una cesta metálica en la entrada. Le indicó a Naoto que tomara un carrito, y que fuera a por cierta cantidad de cosas que necesitaban, ella iría primero a buscar entre los condimentos. Le dejó una pequeña lista para que no se le olvidara.

Ya de acuerdo, cada uno tomó por su rumbo. Al hombre le pareció un poco extraña la lista de su esposa, donde se mezclaban por igual cosas dulces y saladas, postres y carnes, pero trató de dar con todo. Ya listo, se acercó a la caja registradora.

Un señor que estaba allí, se le acercó de a poco, medio que susurrando le preguntó "¿Esa mujer es tu amiga?", mientras apuntaba a Ichigo, la cual, totalmente de espaldas a la caja, seguía revisando los frascos de cúncuma de un estante.

Estuvo a punto de responder que era su esposa, pero no le dió tiempo.

– Se ve hermosa, ¿Está soltera? – interrogó aquel con interés, y dejando al descubierto una mirada llena de deseo.

Naoto se dió cuenta de que Ichigo, inconscientemente, había permanecido con los guantes de goma puestos, los cuales no permitían ver su anillo de bodas. Algo molesto, se acercó a Ichigo.

– Por favor, querida, ¿Puedes quitarte los guantes?

– Ah, ¡Qué despiste!, Ni había notado que no me los quité.

Al momento, se los sacó. Se hizo relucir la brillante piedra de su anillo. El esposo miró de soslayo al señor de antes, el cual permenecía observándolos, con los ojos más abiertos que un par de ventanas.

– Nao, voy a buscar un poco de arroz.

– Te acompaño.

– No es necesario. – respondió, un poco avergonzada.

– Descuida, prefiero quedarme contigo, mi fresa.

Ella se ruborizó, y asintió con la cabeza. Aún le parecía extraño, que seguía sonrojándose con cada palabra linda o conmovodera que Naoto le expresaba. Para estar casada con él, ya debía haberse acostumbrado a escucharlas, pero no, aún la hacían ruborizarse.

Se fueron juntos a otro estante. Pasaba el rato, y cada vez el hombre notaba más el peso de las miradas sobre Ichigo. Uno que otro, había susurrado la intención de acercársele y pedir su número de teléfono. Inconcientemente, cada vez él se había acercado más a su esposa. Aquella notó que Naoto permenecía algo inquieto, y que no se apartaba de su lado. No pudo evitar reír, al pensar que lo tenía allí protegiéndola de lo que sea, como un fiel caballero de la Edad Media a su reina.

– ¿Pasa algo? – preguntó él, con intriga.

– Nada, nada. Sabes que te amo, ¿Verdad?

Naoto asintió con la cabeza.

Luego de pasar una última vez por la caja registradora, se fueron del mercado. Las calles de Japón estaban movidas, por la gran cantidad de gente que regresaba a esa hora a sus casas para almorzar.

– Nao, lo siento por hacerte venir conmigo. Sé que estabas cansado. – agregó ella, con una sonrisa traviesa.

– No, me gustó acompañarte. Creo que de ahora en adelante, te quiero acompañar a donde sea que me pidas.

Ichigo hizo relucir una risa dulce.

– Pues, está bien, ¡Vamos a casa!