- Joven Miroku - murmuró Kagome, paralizada por el miedo - ¿Qué sucede?

- El conjuro... - respondió en el mismo tono - Ha despertado... ha despertado a su sangre demoníaca.

¿Sangre demoníaca?

El peliplata se puso de pie, sin apartar los ojos de la sacerdotisa, mientras una macabra risa abandonaba sus labios y extendía su mano, mostrando sus largas y filosas garras.

- ¿Piensas que te tengo miedo? - pronunció con seguridad, empuñando su arco - Ésta vez... no tendré piedad por ti.

- ¡Kikyo! ¡No lo hagas!

Inuyasha miró a la joven en ese instante, como si algo en su voz hubiera llamado la atención.

Kagome.

Su cabeza palpitó dos veces, provocando que llevara sus manos a sus cienes, tratando de calmar aquel dolor punzante que retumbaba en su interior.

- No es el momento - gruñó, volviendo sus ojos de fuego a su oponente.

- ¡Inuyasha! ¡Por favor...!

Hizo caso omiso de sus palabras y se lanzó sobre la mujer, quién disparo su fecha, la cual se incrustó en su brazo derecho, sin embargo, no impidió su avance.

- ¡Maldito! - rápidamente lanzó otra que se incrustó en su hombro.

Pudo sentir el aire acariciar su cuello, debido al manotazo que él lanzó, el cuál la hizo retroceder.

¿Falló a propósito?

Pensó, notando la casi imperceptible rigidez de su brazo al realizar el movimiento. El hanyo cayó de cuclillas, quitándose ambas flechas y volvió a mirarla mientras sonreía.

- ¡Inuyasha! ¡Detente! - volvió a gritar, dando un paso en su dirección, sin embargo, Miroku la detuvo.

- ¡No se acerque! - la sostuvo del brazo - O él puede tratar de lastimarla... su lado demoníaco está furioso.

- ¡Necesito regresarlo a la normalidad!

Pero... ¿cómo?

La miko se cubrió con un campo de energía, debido a los recurrentes ataques que él trataba de realizar.

- ¡Garras de acero! - clavó sus uñas en el campo, haciendo presión, sin embargo, tuvo que alejarse - Maldita bruja... ¿Qué clase de conjuro utilizas? - volvió a sonreír - No me interesa... ¡Porque lo destruiré! ¡Garras de fuego!

Aquel ataque logró que la mujer se pusiera de rodillas, tratando de mantener su campo de protección.

Sus ataques... consumen mi energía... ¿por qué?

Frunció el entrecejo, tomando su arco y lanzando una nueva flecha, con la intención de alejar al híbrido. El arma se incrustó en su haori, logrando su objetivo.

- ¡Maldita! - gruñó - No escap...

- ¡Inuyasha! - Kagome lo rodeó de atrás con sus brazos - ¡Inuyasha, por favor, reacciona!

Profesó un sonoro gruñido, mientras tomaba su cabeza con sus manos y aquellas imágenes, en dónde él se encontraba con la morena, comenzaron a invadir su mente.

Eres una gran persona Inuyasha... no necesitas convertirte en humano para ser bueno... eres genial así... tal y como eres

- Kagome - su voz se escuchó normal.

- Inuyasha - murmuró, abriendo sus ojos ampliamente - ¿Realmente eres tú?

- Aléjate.

- ¿He? Inuya...

- ¡Suéltame! - gruñó, con su voz demoníaca, al mismo tiempo en que se la quitaba de encima, lanzándola al suelo.

Comenzó a correr en la misma dirección en la que Kikyo había salido disparada, mientras gritaba su nombre.

- ¡Señorita Kagome! - se arrodilló a su lado - ¿Se encuentra bien?

- Si... - no apartaba la mirada de la zona en la que ambos habían desaparecido - Debemos detenerlo o él... matará a Kikyo.

Por un momento... por un momento pensé que había regresado, es decir, escuché su voz.

- Creo que hay una manera de calmarlo, pero... es necesario que usted este cerca.

Ella asintió y el monje comenzó a correr, sin embargo, ella se detuvo al percibir una poderosa energía a sus espaldas. Volteó y posó sus ojos en la Tessaiga.

- Colmillo de acero - regresó sobre sus pasos, tomándola entre sus manos y reanudando su camino.

Mientras tanto, la sacerdotisa atravesaba los árboles, alejándose cada vez más de la aldea.

Inuyasha es un peligro para los aldeanos, debo alejarlo lo más que pueda de ellos... Kaede, por favor, mantente a salvo.

Pensó, frunciendo el entrecejo mientras sentía como el aire comenzaba a faltarle.

- ¿Por qué...? - murmuró.

Porque mi vida está atada al fragmento... mi cuerpo... no tiene la misma resistencia que antes.

Sintió el filo de las garras sobre la piel de sus piernas, provocando que cayera estrepitosamente.

- Maldición - gimió de dolor al sentir como la sangre comenzaba a botar de la herida de su muslo derecho, al mismo tiempo que clavaba las yemas de sus dedos en la hierba.

El peliplata hizo crujir sus garras, acercándose lentamente y arrodillándose a su lado. La tomó por el cabello, obligándola a mirarlo. Sus ojos estaban completamente encendidos, mientras que su macabra sonrisa, revelaba sus intenciones.

- Ya no eres tan valiente, ¿verdad?

- Mátame - respondió con seriedad - De igual forma, ya estoy muerta.

Jamás volveré a ser la misma... jamás volveré a sentir la calidez de la vida humana, no después de haber visto cara a cara a la muerte.

- Por eso odio a los humanos - gruñó, apretando más el agarre sobre su cabellera - Sólo son unos mentirosos... traidores...

- ¡Tú fuiste el maldito que me traicionó! - gritó, con sus ojos llenos de lágrimas - Tú... te acostaste con esa mujer... - las lágrimas comenzaron a mojar sus mejillas.

- Y tú trataste de matarme - río cínicamente - Y eso no te lo perdonaré... jamás.

- ¡Entonces mátame! - su grito retumbó en el silencio del bosque.

La sonrisa del joven se mantenía en pie, sin embargo, sus manos no cambiaban de posición.

¿Por qué no hace nada? ¿Acaso no puede matarme?

Sus ojos castaños no abandonaban los de él, aún así, sabía que no debía confiarse en lo absoluto. Disimuladamente, trató de acercar su mano a su arco, el cuál había quedado a unos centímetros de su cuerpo, sin embargo, la mano libre de Inuyasha rasgo parte de la piel de su antebrazo, arrancándole otro grito.

- ¿Lo ves? Eres una traidora... - su carrasposa voz sonaba como la de un monstruo salido del inframundo - Tú... al igual que todos los de tu especie.

- ¡Inuyasha! - ambos giraron ante la voz del monje.

- Kikyo - murmuró ella, encontrándose con la triste mirada de la joven.

¿Él le hizo eso?

Pensó, observando la sangre que se acumulaba al lado de la mujer.

- Inuyasha, te ordeno que te alejes de la señorita Kikyo.

- ¡Keh! ¡¿Y crees que le haré caso a un monje insolente?!

- Sé que tu sangre demoníaca es la que tiene el control en este momento, pero... en algún lugar de tu mente, tú estas allí... trata de salir, Inuyasha... ¡Revélate!

Una macabra risa emanó de los labios de él, generando una sensación angustiante en el pecho de la adolescente.

- ¿Acaso quieres morir primero? - soltó a la mujer, quién cayó con el costado de su mejilla.

- ¡Váyanse! - gritó, con una mezcla de miedo y dolor.

Kikyo.

Apretó sus puños, dejando a un costado la espada, al mismo tiempo en que daba un par de pasos hacía él.

- ¿Qué hace? - gritó por lo bajo el castaño.

- Inuyasha - sus ojos estaban completamente humedecidos - Por favor... ya basta.

- ¡Aléjate! - le gruñó, deteniéndose a unos metros de ella - ¡Vete!

- ¡No lo haré! - respondió en el mismo tono - Prometí que estaría a tu lado... y así va a ser, Inuyasha.

Meneó la cabeza rápidamente, como si algo en su interior le molestara, sin embargo, eso no le impidió darle un manotazo a la joven, lastimando su brazo, obligándola a retroceder.

- ¡NO TE ACERQUES!

Ella lo miraba absorta, mientras su otra mano hacía presión sobre la herida, llenándose de sangre inmediatamente.

- No tengo elección - murmuró el monje, cerrando sus ojos y uniendo las palmas de sus manos.

En es momento, un intenso brillo comenzó a envolver el cuello del peliplata, quién se puso en alerta de manera instantánea.

- ¡¿Qué demonios es esto?! - tomó aquel collar y trató de quitárselo, sin éxito - ¡¿Qué hiciste?! - la miró.

- Yo no fui... - murmuró.

- ¡Dígale un conjuro! - gritó el hombre, mientras Inuyasha continuaba luchando.

- ¿Qué? Pero... ¿Qué le digo?

El joven comenzó a correr en dirección del bosque, con la intención de alejarse lo más posible.

- ¡Kagome! - gritó la miko, aún desde el suelo - ¡Di lo que sea!

Yo... yo no se...

- ¡ABAJO!

- ¿Abajo? - Miroku entrecerró sus ojos, en señal de confusión.

El híbrido, quién se encontraba a unos pasos de adentrarse en el basto lugar, cayó de cara al suelo, quedándose inmóvil.

- ¿Funcionó? - se sorprendió él.

- ¡Inuyasha! - ella corrió en su dirección, arrodillándose a su lado - Inuyasha, lo siento, ¿estas bien?

Inuyasha

Abrió sus ojos, encontrándose con la hierba cubriendo gran parte de su visión. Su respiración estaba entrecortada y sus oídos no lograban escuchar demasiado, aún así, logró distinguir unas figuras al fondo.

Kikyo.

Pensó, observando a la mujer tendida en el suelo.

Su sangre... está en mis manos... yo... ¿yo le hice eso? pero... también puedo percibir el olor de la sangre de ella.

- ¡Inuyasha! - los pasos de la mujer comenzaron a retumbar sobre el pasto

Kagome... la sangre de Kagome también está aquí... ¿también la lastimé? No puede ser...

- Inuyasha, lo siento, ¿estas bien? - vio como se arrodillaba a su lado, prestándole mayor atención a la sangre que brotaba de su brazo, mientras sus cálidas manos se posaban sobre su espalda.

Kagome... yo... lo siento mucho.

Pensó, en el mismo momento en que la oscuridad lo invadió por completo.