- Rin. - trató de mantener su tono neutro.

- Yo... no quiero ver más muertes, por favor... ayúdeme.

Cerró sus ojos, soltando un imperceptible suspiro mientras la miraba por sobre su hombro. Sus ojos se encontraron en ese instante y, para él, todo dejó de importar sólo en aquel segundo. Colocó sus manos sobre las de ella, separándolas en su cuerpo, mientras giraba en su dirección.

- ¿Dónde está?

¡Kah! ¿De verdad el amo bonito va a ayudar a un humano? ¡¿Y sólo porque otra humana se lo pidió?!

- ¿Va a ayudarme? - sus ojos se iluminaron en ese instante. - ¡Muchas gracias, señor Sesshomaru! ¡Es usted hermoso!

¿Hermoso?

Era la primera vez que alguien se refería a él de esa manera, por lo que le resultó bastante extraño el tono en el que aquellas palabras fueron pronunciadas.

- ¡Por aquí! - lo tomó de la mano, al mismo tiempo en que comenzaba a correr mientras él la seguía.

Mientras tanto, Kikyo se mantenía al lado del monje, quien poco a poco comenzaba a sentir su cuerpo cada vez más pesado.

- Joven Miroku, por favor, manténgase concentrado en mi voz, trate de permanecer consciente.

- No... no es tan fácil. - murmuró. - El... veneno.

- ¿Veneno?

- Los... insectos...

- ¿Insectos venenosos? - él asintió como pudo, mientras ella llevaba su vista a su mano, la cuál estaba envuelta en el rosario.

Esta sangrando.

- Na...ra...ku.

¡¿Naraku?!

- ¿Él le hizo esto? - asintió. - No se preocupe... lo salvaremos.

Volteó en ese instante, encontrándose con los orbes dorados del demonio, los cuales la observaban con una expresión serie, sin sentimientos, sin emociones.

- Señorita Kikyo. - la joven se arrodilló a su lado. - El señor Sesshomaru puede llevarlo.

- ¿Estas segura? - preguntó, sin apartar la mirada de él. - Sesshomaru no hace este tipo de cosas, ¿no es así?

El peliplata entrecerró sus ojos, mientras se acercaba.

- Apártate.

Ambas mujeres se pusieron de pie, mientras él se posicionaba al lado del joven y aquella extraña capa que poseía sobre su hombro, comenzaba a extenderse hasta envolver el cuerpo del joven.

- ¿Qué es eso? - murmuró Rin.

- Su mokomoko.

- ¿He?

La sacerdotisa permaneció en silencio, mientras aquel recuerdo atravesaba su mente.

Inicio del flashback.

El atardecer se había hecho presente, mientras la mujer se encontraba al borde de aquel acantilado, respirando las últimas brisas de aquel día. Sonrió al sentir su energía, sin embargo, no volteó.

- Inuyasha debe estar buscándote. - pronunció, con aquella profunda voz.

- Él no logrará encontrarme. - lo miró por sobre su hombro. - Hay algunas cosas que él no sabe de mi. - respondió, haciendo referencia a aquella mezcla de hierbas que volvían imperceptible su aroma.

Como el hecho de que, de vez en cuando, me gusta alejarme de la aldea.

El silencio reinó durante unos segundos, hasta que ella, como siempre, decidió romperlo.

- ¿Qué estas haciendo aquí?

- Sólo seguí tu energía.

- Ya veo. - sonrió, volviendo la mirada al atardecer. - ¿Puedo hacerte una pregunta?

- ¿Qué es lo que quieres?

- ¿Qué es eso que llevas sobre tu hombro?

- ¿Por qué quieres saberlo?

- Sólo por curiosidad, ¿es parte de tu cuerpo? - sus miradas se encontraron, mientras él asentía.

Fin del flashback.

Supe su nombre por mi cuenta, aunque jamás entendí su función.

- ¡Espere señor Sesshomaru!

La voz de Rin la sacó de sus pensamientos, al mismo tiempo en que observaba al hombre volar y desaparecer en el cielo, mientras ella corría en dirección de la aldea.


- ¿Qué... qué estas haciendo? - preguntó, con sus mejillas completamente rojas.

- Lo mismo te pregunto. - la intensidad de su mirada dorada estaba haciendo estragos en su pecho. - ¿Por qué haces esto?

- Porque... me irritas.

- Entonces sigues celosa. - sonrió levemente.

- ¡No se trata de eso, tonto! - el brillo en sus ojos se asemejaba más al de la tristeza. - Se trata de que... no se que pasará cuando regresemos a la época feudal.

- Tú... dijiste que ibas a acompañarme a buscar los fragmentos, ¿verdad? - ella asintió. - ¿Y eso no te da miedo?

- No... ya te dije que tengo una responsabilidad allí y esa es el volver a unir la Perla...

Es... un poco incomodo hablar en esta posición.

- Oye... ¿podrías? - señaló sus manos, las cuales aún seguían sujetadas por las manos de él.

- ¿Y si no quiero?

- Entonces, ¿Qué quieres?

Su corazón temblaba sin parar, a sabiendas de la respuesta que este le otorgaría.

- ¿Vas a salir con él?

- ¿Con Hojo? - no respondió. - Bueno... ya le dije que si.

- Sólo lo hiciste para molestarme.

Bueno... no puedo negar eso, aunque suena muy inmaduro de mi parte.

- Aún así... no voy a cancelarle.

Él frunció el entrecejo, poniéndose de piel y colocando sus manos en su haori, se sentó en un extremo de la habitación.

- Bien, haz lo que quieras.

- ¿Estas molesto? - miró sobre su escritorio. - ¿No vas a comer?

- ¡No me molestes, Kagome! - gritó.

Vaya, de verdad le afecto bastante.

- Inuyasha...

- ¿Qué?

- ¿Puedo hacerte una pregunta? - no respondió. - ¿Qué sentiste al despertar?

- ¿He? - su expresión de confusión hizo que supiera que verdaderamente no sabía a lo que se refería.

- Tú me preguntaste como hice que cayeras al suelo... la respuesta es el collar.

- ¿El collar? - lo tomó, observándolo.

Entonces ¿esta era la fuerza que me jalaba?

Trató de quitárselo, sin embargo, no lo consiguió.

- ¡¿Qué?! ¡¿Por qué no puedo quitármelo?!

- Bueno, no lo sé. - llevó su mano a la barbilla. - El monje Miroku fue quien lo colocó.

- ¡Ese idiota!

- ¿De verdad no recuerdas nada de lo que sucedió cuando despertaste?

- Bueno... sólo la última parte...

Cuando regresó mi conciencia y percibí la sangre de Kikyo y Kagome en mis manos... supe que había hecho algo malo.

- No recuerdo el momento en el que las ataqué, pero asumo que mi lado demoníaco deseaba matar a Kikyo.

- ¿Y a mi?

- No lo se... pero... no descarto la posibilidad de que pueda hacerte daño. - suspiró, desviando la mirada.

- ¿Y no sabes el por qué despertó tu sangre yokai?

- No... supongo que en algún momento lo averiguaré. - permanecieron en silencio unos momentos. - ¿No tienes que dormir ya?

- ¿He?

- Es muy tarde... mañana regresaremos.

- Si, lo se. - suspiró.

- Puedes estar tranquila, no voy a molestarte. - cerró sus ojos.

- Inuyasha...

- Buenas noches, Kagome.

- Pero... - no obtuvo respuesta. - Buenas noches, Inuyasha.


- ¿Se encuentra mejor? - preguntó la sacerdotisa, ingresando a al cabaña.

- Aún duerme. - respondió Kaede, colocando el paño húmedo sobre su frente. Pero ya le bajó la fiebre.

- Eso es muy bueno. - sonrió.

- ¿A donde vas? - preguntó, notando que su hermana giraba en dirección. - Ya es de noche.

- Lo se, iré a caminar un poco.

- Pero... es peligroso.

- Tranquila. - la miró por sobre su hombro, sonriendo. - Ya no tengo la perla en mis manos, por lo que ya no soy un blanco fácil.

- Ten cuidado. - murmuró.

- Lo haré.

Sin más, comenzó a caminar hacia el bosque. El silencio de la noche sólo era interrumpido por sus pisadas sobre la hierba. Segundos después, se encontró frente a frente con aquella estructura natural e inmediatamente sus ojos se posaron sobre la marca en la corteza. Se acercó, apoyando su mano sobre ella.

- ¡Muere Inuyasha!

- Ki...Kikyo... miserable, ¿Cómo pudiste?

- Inuyasha. - susurró. - ¿Qué estarás haciendo en este momento?

Acaso... ¿estarás con ella?

- Él está al otro lado del pozo. - respondió.

- Lo se... tú mismo te encargaste de querer matarlo. - entrecerró sus ojos. - ¿Por qué lo hiciste?

- Esa espada me pertenece.

- Y eso no me interesa. - volteó, mirándolo directamente. - Creí haberte dicho que no le hicieras daño a Inuyasha.

- ¿Y quién va a impedírmelo? ¿Tú?

Ella sonrió, desviando sus ojos de los ojos dorados de él, al mismo tiempo en que comenzaba a caminar, mientras la seguía.

Se adentraron a una zona más profunda, una en la que un pequeño arrollo se elevaba del suelo y era iluminado por aquellos pequeños insectos que revoloteaban a su alrededor. Ella se detuvo, extendiendo su mano mientras uno de ellos se posaba sobre su mano.

- Dime, Sesshomaru... ¿Qué es lo que buscas? - él entrecerró sus ojos, sin dejar de observarla. - ¿Por qué te acercaste a mi ese día?