- ¿Puedes quitar esa cara de amargado? - se quejó, mirando por la ventana.

- ¡Keh! - cruzó sus brazos, dándole la espalda.

Que inmaduro.

Pensó, entrecerrando sus ojos. Nuevamente su vista se posó en la entrada en el mismo momento en que su corazón se detenía.

- Hojo... - murmuró.

- ¿Hm?

- Nada. - tomó su bolso y corrió a la puerta. - Ni se te ocurra salir, ¿oíste?

- Ay si, al parecer llegó tu amado Hojo.

- ¿Quieres callarte? - le lanzó una mirada fatal.

- Feh, sólo espero que no vayas a...

- ¡ABAJO! - su rostro se estrelló en el suelo y un gruñido abandonó sus labios. - ¡Ni se te ocurra terminar esa frase!

- ¡Maldita!

- Regresaré en un rato y volveremos a la época feudal. - suspiró. - Por favor, no causes problemas.

- ¡Kagome! ¡Hojo ya está aquí!

- Al parecer tu familia lo conoce muy bien.

- Por supuesto que lo hace, nos conocemos hace años.

Aquel comentario lo sorprendió, sin embargo, decidió permanecer en silencio. Ella salió, dejándolo sólo con sus pensamientos.

Descendió las escaleras, encontrándose con la imagen del joven, quién sostenía un ramo de flores en sus manos y estaba charlando, amenamente, con su madre y su abuelo.

Sólo espero que no le hayan hecho demasiadas preguntas.

Pensó, suspirando para sus adentros. Llegó al final del escalón y trató de colocar su mejor cara.

- Hojo. - sonrió.

- Kagome. - volteó, regalándole una iluminada sonrisa. - ¿Cómo estas? Ten, son para ti.

- Muchas gracias, son hermosas. - las tomó, observándolas con detenimiento.

- Es un chico increíble, Kagome. - intervino el abuelo.

- Lo se, abuelo. - sonrió incómoda. - Creo... que mejor nos vamos, ¿no? - lo tomó del brazo.

- ¡Qué se diviertan! - ambos los saludaron desde la puerta.

Salieron de la casa y ella soltó un ligero suspiro de alivio.

- Lo lamento, Hojo. - pronunció visiblemente apenada. - Debieron haberte hecho muchas preguntas.

- De hecho, creo que son muy agradables. - sonrió. - Oye, Higurashi, ¿por qué decidiste cambiar el cine por un almuerzo?

- Bueno, porque... - miró, por sobre su hombro, en dirección de la ventana de su cuarto.

No puede ser...

Sus ojos se abrieron ampliamente al ver al peliplata sentado en la ventana, observándola fijamente.

- ¿Qué sucede? - trató de voltear, sin embargo, ella lo detuvo, tomando su brazo.

- ¡No! Nada jeje sólo que... me surgieron cosas que hacer en casa, espero que no te importe.

- No, para nada. - cerró sus ojos, sin perder la sonrisa. - Después de todo, el hecho de que hayas cambiado los planes significa que querías verme de todas formas.

- ¿He?

Bueno... de hecho, esa no era la idea.

- Y yo también tenía muchas ganas de verte. - pasó su brazo por sobre su hombro, abrazándola ligeramente al mismo tiempo en que comenzaban descender las escaleras.

- Grrr, ese maldito... - dio un salto, aterrizando sobre sus pies. - ¿Cómo se atreve a tocarla tan familiarmente? ¡No se lo voy a permitir!

- ¿Inuyasha?

- ¡Argh! - volteó, sorprendiéndose.

- Lo siento, ¿te asusté? - se acercó.

- ¡¿Qué te hizo creer que estaba asustado?! - gritó.

- Estas alterado porque mi hermana se fue con ese chico, ¿verdad?

- ¡Hugh! - cruzó sus brazos, dándole la espalda. - Keh, ¿a quién le interesaría esa tonteria? - unos segundos de silencio transcurrieron. - Oye... - lo miró por sobre su hombro. - ¿Tú sabes quién es?

- No en realidad. - se paró al lado del peliplata, mirando en dirección de las escaleras que conectaban la calle con el templo. - Pero, al parecer, está interesado en mi hermana.

- ¿Tú... crees eso? - el temblor en su ojo era bastante notorio.

- Si, estoy seguro... Oye, ¿a donde vas?

- ¡No preguntes!

- ¡Espera! - corrió detrás de él.

- ¡¿Qué?!

- No puedes salir mostrando tus orejas de perro, la gente va a notarlo.

- Maldición. - gruñó.

- Ven. - lo tomó de la mano. - Tengo algo que puede ayudarte.

Mientras tanto, Kagome y Hojo se encontraban ingresando al restaurante en donde el castaño había hecho una previa reserva un par de horas antes.

- Vaya, es muy lindo. - sonrió, observando la decoración. - Parece ambientada en la época feudal.

- Así es. - se acercaron a su mesa. - Supuse que te gustaría.

- Bueno, si, es muy acogedor.

Se parece mucho a las cabañas de la aldea de Inuyasha...

Inuyasha... ¿Qué estarás haciendo ahora?

- ¿Higurashi?

- ¿Qué?

- ¿Qué vas a pedir?

- Oh... lo siento, yo... me distraje. - rio, tomando la carta.

- ¿Estas bien? - la miró con un dejo de preocupación.

- Si, ¿por qué preguntas?

- Porque... recuerdo que tu abuelo nos dijo que estabas muy enferma y por eso te ausentaste durante tanto tiempo de la escuela. - extendió su mano, tomando la de ella. - ¿Segura que te sientes bien?

Abuelo... gracias por... esto.

- Si, no te preocupes. - sonrió nerviosa. - Sólo me quedé pensando unas tonterias.

- De acuerdo. - asintió, al mismo tiempo en que llamaba a la mesera para ordenar.


Maldición, tantos olores me confunden.

Pensó, olfateando la acerca en busca de del aroma de Kagome.

- ¡¿Qué me ven?! - elevó la cabeza, gritándole a las personas que se habían formado alrededor de él y lo observaban con curiosidad.

Rápidamente todos se alejaron, mientras él se ponía de pie.

Kagome, ¿Dónde estás?

Colocó las manos en el interior de sus mangas y comenzó a caminar, observándo todo a su alrededor.

Vaya, este mundo es muy diferente...

Pensó, pasando sus orbes dorados por el vasto escenario que se asomaba frente a él.

Las casas son enormes... y estas cosas con ruedas son bastantes ruidosas... y, definitivamente hay muchas más personas por aquí.

Llegó a una de las esquinas, olfateando el aire.

- Es el olor de Kagome. - murmuró, saliendo disparado en la dirección en la que percibía aquella fragancia.

Atravesó las siguientes dos calles con sorprendente rapidez, esquivando a todas las personas, quienes volteaban y murmuraban al verlo pasar. Se detuvo frente a un restaurante, colocando su rostro en el gran ventanal y enfocando su mirada en su objetivo.

En el interior, Kagome se encontraba degustando un pequeño plato de Soba, mientras Hojo hundía los palillos en su plato de Udon.

- ¿Te agrada? - preguntó, dando un gran bocado de fideos.

- Esta delicioso. - sonrió, limpiando la comisura de sus labios.

- Entonces... ¿regresarás a la escuela finalmente?

- Bueno... creo que mañana no iré.

- Vaya, realmente debes sentirte mal si planeas quedarte en casa. - nuevamente aquella mirada de preocupación.

Preferiría eso en lugar de tener que regresar a la otra época a enfrentarme con Kikyo y los demás.

Suspiró, quedándose en silencio brevemente. Redirigió sus ojos al costado y casi cae al suelo al encontrarse con el rostro del peliplata, quien se mantenía del otro lado del gran ventanal.

¡¿Qué está haciendo aquí?!

- Higurashi, ¿Qué ocurre? Te pusiste pálida de repente...

- Hojo. - se quedó en silencio, observándolo fijamente, pensando en que decir.

- ¿Qué sucede? - el tono de preocupación aumentó, provocando que él tomara sus manos. - Ya comprendo.

- ¿Comprendes? - comenzó a temblar levemente. - ¿Qué comprendes?

- Comprendo... que aún no te recuperaste pero... tenias tantas ganas de verme que decidiste venir aún sintiéndote de esta manera.

- ¡¿He?! ¿De... de verdad crees...?

- No es necesario que digas más, significa mucho para mi. - sonrió, ladeando levemente la cabeza.

Esto tiene que ser una broma... necesito escapar de esta situación lo más rápido posible.

Miró disimuladamente a su alrededor, notando que las personas comenzaban a señalar en la dirección en la que Inuyasha se encontraba.

- Lo siento, Hojo... tienes razón... yo... no me siento bien. - desvió su mirada.

- Lo sabía, no tienes que preocuparte, puedes irte a casa, lo primordial es descansar. - soltó sus manos.

- Gracias. - se puso de pie. - Te agradezco que seas tan comprensivo.

- Sólo quiero decirte algo. - se paró frente a ella.

- ¿Qué...? ¿Qué estas haciendo?

- Quiero que sepas... - la abrazó. - Que puedes contar conmigo para lo que necesites.

Ella redirigió, disimuladamente, su mirada hacía el ventanal, observando al rostro del peliplata, el cuál tenía su ceño fruncido, sus dientes a la vista y sus garras clavadas en el vidrio.

- Mu... muchas gracias. - se alejó con sutileza. - Pero ya debo marcharme.

Comenzó a caminar rápidamente en dirección de la salida.

- Te llamaré. - pronunció, elevando su mano. - Pobre Higurashi, se esforzó mucho para venir.

Atravesó el pequeño restaurante con su vista clavada al frente y sin deseos de voltear.

Ese idiota de Inuyasha, ¿Cómo se atrevió a seguirme? ¡Oid! Que molesto es...

Salió del lugar y comenzó a caminar en dirección a su casa.

- Grrr, oye, Kagome...

- ¡Abajo! - gritó, pasando por su lado al mismo tiempo en que su rostro se estrellaba en la acera.

- ¡Maldita! ¡Regresa aquí! - rápidamente se puso de pie y comenzó a seguirla, con la intención de pedir todo tipo de explicaciones.


- ¿Qué sucede, hermana? - preguntó el niño, observando el rostro serio de la castaña.

- No es nada, Kohaku. - respondió sin mirarlo.

Hay algo demasiado extraño... ¿Por qué la sacerdotisa se encontraría tan lejos de la aldea?

- Lamento si mi presencia los sorprendió. - pronunció la miko, casi como si se hubiese percatado de los pensamientos de la mujer. - Pero hay un ser muy peligroso rondando la aldea y decidí salir a buscarlo.

- No tiene que darnos explicaciones, señorita Kikyo. - respondió el líder. - Aún así, nos sorprende la distancia que recorrió.

- No se preocupe. - sonrió. - Estoy acostumbrada.

Continuaron su camino, con la morena como cabecilla de la fila, mientras era seguida por el líder de los exterminadores, su mano derecha y, más atrás, Sango, Kohaku y el príncipe, quién se mantenía sentado sobre el lomo de Kirara.

- Oye, Sango. - murmuró Hitomi.

- ¿Qué sucede, excelencia?

- ¿No notas algo extraño en esa mujer?

- ¿En Kikyo? - la miró.

- Si... hay algo en ella... que llama mi atención.

- ¿A que se refiere?

- Llámame loco, Sango, pero es como si no estuviese con vida.

¿Cómo si no estuviese con vida? Pero... eso sería imposible, ¿verdad?

La siguiente media hora de viaje transcurrió casi en completo silencio y con una tensa calma invadiendo el ambiente.

- Ya casi llegamos. - pronunció la mujer. - Por allá esta la aldea.

- Si, podemos verla. - sonrió el padre de los jóvenes.

- Kirara, ¿verdad? - el moreno miró al animal, el cuál se detuvo.

- ¿Qué sucede? - Sango se detuvo a su lado.

- Quisiera continuar el resto del camino a pie.

La exterminadora le extendió su mano, ayudando al moreno a descender.

- ¡KOHAKU! - gritó su compañero.

Ambos llevaron su vista al frente, encontrándose con la macabra escena.

- ¿Ko...Kohaku? - los ojos de la castaña se abrieron ampliamente. - ¿Qué...?

- ¿Mató a sus compañeros? - el príncipe Kagewaki poseía el mismo asombro que la mujer.

El niño se encontraba bañado de sangre, al igual que su arma mientras que, en el suelo, yacían las cabezas de su padre y el otro hombre.

- ¡Kohaku! - gritó. - ¡¿Qué hiciste?!

Su rostro no mostraba ningún tipo de emoción. En ese momento, una flecha se aproximó y, de no ser porque el joven la tomó, jalándola en su dirección, hubiese sido atravesada por ella.

- Hitomi. - murmuró, sintiendo que lo que estaba viviendo era surreal.

- Te dije que había algo extraño en esa mujer. - susurró, manteniendo su vista al frente.

- Tú. - ella llevó su mirada a la de la morena. - Tú tienes algo que me pertenece. - empuñó su arco, parándose al lado del niño. - Entrégame el fragmento de la perla... o muere.

- ¿Kikyo? - murmuró.

¿Qué demonios está pasando aquí?