- Keh, no entiendo porque estás tan enojada. - se quejó, colocando sus manos en el interior de su haori mientras caminaba detrás de ella.
No puede ser.
Pensó, cerrando sus ojos sin responder.
El camino a casa transcurrió en una tensa calma, ya que ninguno de los dos volvió a dirigirse la palabra. Al llegar al templo ambos ingresaron a la casa.
- ¿Hermana? - preguntó el niño sentado en la sala mientras observaba como la joven seguía su camino sin siquiera mirarlo. - ¿Sucedió algo malo?
Inuyasha, quién se mantenía detrás, comenzó a profesar un leve gruñido.
- ¡¿Qué acaso ya no vas a hablarme?!
Se detuvo en el segundo escalón y supo que jamás debió de pronunciar aquellas palabras. La morena volteó, observándolo con toda la furia que invadía su ser.
- .me en paz. - su tono bajo y amenazante erizó los vellos del joven, quién retrocedió y se adentró en la sala. Ella continuó subiendo.
- Inuyasha. - sus ojos dorados se encontraron con los del niño. - ¿Qué le hiciste?
- Yo... ¡yo no le hice nada! ¡Tu hermana tiene muy mal carácter! - desvió su mirada, cruzando los brazos.
Pero... es la primera vez que la veo tan molesta.
Suspiró.
Mientras tanto Kagome, quién había ingresado a su habitación, se lanzó a su cama al mismo tiempo en que emitía un leve suspiro.
- ¿Qué demonios le sucede a Inuyasha? - murmuró. - Primero dice que quiere estar a mi lado, después va a ver a Kikyo y ahora se molesta porque fui a almorzar con Hojo.
¿Qué es lo que siente o desea en realidad?
Volteó, fijando sus ojos en el techo al mismo tiempo en que aquella secuencia pasaba por su mente.
Quiero... conocerte más, compartir... mi vida, contigo
- Esas fueron sus palabras esa noche luego de... - se sonrojó. - Sin embargo al despertar no fue capaz de volver a comportarse igual.
Supongo que el hecho de que Kikyo lo haya sellado tiene algo que ver pero aún así...
Meneó la cabeza, tratando de quitarse aquellos pensamientos negativos. Volteó sobre su lado izquierdo y sonrió levemente.
- No puedo negar que... en el fondo me dio un poco de ternura que se haya puesto celoso de Hojo.
Mi cabeza es un desastre en este momento y, no conforme con todo esto, debemos regresar a la época feudal para recolectar los fragmentos.
Suspiró nuevamente.
- A veces desearía no tener que regresar jamás... no quiero volver a ver a Kikyo, tampoco a Inuyasha cerca de ella sin embargo...
Él no pertenece a mi época y si yo decido quedarme aquí... ya no lo veré nunca más y... lo más probable es que él decida quedarse con ella.
Sus emociones estaban completamente enredadas y provocaban un torbellino que estaba a punto de explotar. La confusión se apoderaba de ella por momentos y, cuando parecía que un destello de claridad iba a despejar sus dudas, el panorama se nublaba nuevamente.
- ¿Qué tengo que hacer? - susurró en el mismo momento en que aquella lágrima rebelde atravesaba su mejilla.
- ¿Qué estas esperando? - pronunció la miko. - ¿Prefieres la muerte?
- ¡¿Qué demonios te sucede?! - gritó la mujer, poniéndose de pie. - ¡¿Qué le hiciste a mi hermano?!
Sus ojos se posaron en los de su pequeño hermano, los cuáles se encontraban completamente grises.
- Tú lo elegiste.
Lanzó la flecha, la cuál ella esquivó rápidamente, sin embargo su hermano se abalanzó sobre ella con la intención de atacarla con su Kurasigama.
- ¡Kohaku! - interpuso su boomerang entre ella y el arma de él. - ¡¿Qué demonios estás haciendo?!
El niño no respondió y, a decir verdad, parecía que su cuerpo se movía por propia voluntad mientras su consciencia había desaparecido por completo.
- ¡Sango! - miró por sobre su hombro al príncipe Kagewaki, quién a duras penas podía mantenerse de pie.
Maldición.
Frunció el entrecejo y ejerció presión sobre su arma, empujando al niño para finalmente correr en dirección del joven.
- ¡Venga! - se arrodilló a su lado y pasó el brazo de él por su hombro.
- Sango, por favor déjame aquí, escapa.
- ¡¿Qué cosas dice?!
Comenzó a correr con dificultar, utilizando todas sus fuerzas y poniendo en práctica todos los entrenamientos aludidos a la resistencia que su padre le había enseñado.
Necesito encontrar un lugar seguro pronto... no puedo dejar que el príncipe salga lastimado.
Por su lado vio pasar una de las flechas de la mujer, la cuál impacto en uno de los árboles del camino.
- Déjame Sango. - insistió.
- No... no lo abandonaré.
Corrió unos metros más hasta percatarse de una pequeña cueva que se asomaba entre un pequeño grupo de árboles y unos arbustos.
Bien.
Se acercó hasta allí y recostó al joven en aquel lugar al mismo tiempo en que este comenzaba a toser y un pequeño hilo de sangre salía de sus labios.
- Joven Hitomi. - murmuró. - Usted no esta bien.
- No te preocupes, Sango. - sonrió, acomodándose. - La realidad es que poseo una enfermedad extraña... y mi viaje tenía como destino el encontrar a alguien que me ayudara con ella, pero mi palanquín se accidentó en el medio de la nada. - volvió a toser.
- Quisiera poder ayudarlo.
- No, no lo hagas, sólo huye... llévate el fragmento contigo y busca ayuda.
Si me quedo a su lado con toda probabilidad Kikyo y Kohaku nos encuentren y lo asesinen, sobre todo si mantengo conmigo este fragmento.
- Iré a buscar ayuda. - estaba por ponerse de pie cuando él la tomó de la mano. - ¿He?
- Sango, prométeme algo. - comenzó a acariciar sus dedos.
- ¿Qué sucede? - se sonrojó.
- Prométeme que te mantendrás con vida. - sonrió levemente. - La vida es algo muy valioso pero sólo nos damos cuenta de ello cuando el tiempo se nos ha ido.
- Príncipe Hitomi... no hable como si estuviese a punto de morir. - él cerró sus ojos sin perder la sonrisa. - Por favor, resista. - sus ojos se llenaron de lágrimas. - Prometo que regresaré con ayuda.
- Cuídate mucho, querida Sango, fue un placer conocerte.
- ¡No se despida! - gritó, poniéndose de pie. - ¡Usted prométame que hará todo lo posible para mantenerse con vida!
- Trataré...
Joven Kagewaki.
Comenzó a correr a toda velocidad tratando de orientarse en la dirección de la aldea a la que se dirigían al comienzo.
- Pobre mujer.
- ¿Qué? - murmuró Hitomi, mirando hacía un costado. - Sacerdotisa...
- Al parecer esa joven te agradó demasiado. - sonrió. - Te ves patético.
- ¿Por qué?... se supone que usted...
Kikyo se encontraba de pie a una corta distancia mientras que, a su lado, se encontraba Kohaku con aquella mirada de hielo.
- Descuida, la dejaré vivir un poco más. Es una pena que tú no corras la misma suerte, aunque después de todo, tu hora se está acercando.
- Una sacerdotisa dedica su vida a ayudar a otros...
- ¿Cómo es posible que alguien como tú posea un rango tan alto si ni siquiera es capaz de diferenciar a un humano de algo más? - su sonrisa se deformó.
- ¿Qué? - sus ojos se abrieron ampliamente. - Tú no eres una sacerdotisa... ¿Qué clase de cosa...?
- Lo lamento, excelencia... - su cuerpo comenzó a deformarse. - Pero tu apariencia me pertenecerá de ahora en adelante.
Horas más tarde.
- ¿Seguro que está mejor? - preguntó Kikyo, extendiéndole un té de hierbas.
- Si, muchas gracias. - el monje sonrió mientras bebía un sorbo. - Déjeme decirle que, de no ser por usted, lo más seguro es que estaría muerto en este momento.
- No tiene nada que agradecerme, joven Miroku.
El grito de una niña provocó que ambos se pusieran de pie rápidamente.
¡¿Kaede?!
Sus ojos se abrieron ampliamente al reconocer la voz de su pequeña hermana.
- ¡Esperé, señorita Kikyo! - gritó él al verla salir despedida del lugar. - ¡Sus heridas...!
- ¡Kaede! - gritó mientras corría en dirección al bosque. - ¡Kaede! ¡¿Dónde estas?!
Un nuevo gritó heló su sangre y, aunque sus heridas le dificultaban su andar, ni siquiera pensó en detenerse.
- ¡Entrégame el fragmento de la perla! - gritó Royakan al mismo tiempo en que abría su mandíbula y aquellos lobos salían disparados
La niña comenzó a correr, soltando la cesta en donde había recolectado diferentes elementos mientras aquellos espíritus la seguían.
- ¡Al suelo! - la voz de su hermana provocó que se lanzara, al mismo tiempo en que la flecha pasaba sobre ella y se estrellaba en el suelo, deshaciendo a los seres que la seguían. - ¡Kaede!
Se detuvo a su lado y se arrodilló, abrazándola con fuerza.
- Her... hermana.
- Kaede, ¿estas bien? ¿Quién te está persiguiendo?
- ¡Entrégame el fragmento de la perla de Shikon!
Royakan.
Pensó, poniéndose de pie.
Y sigue bajo el control de Naraku. El fragmento que tiene incrustado en la frente está demasiado contaminado.
- Kaede. - pronunció con seriedad. - Regresa a la aldea y asegúrate de que nadie se dirija hasta aquí.
- Pero, hermana...
- El monje Miroku está despierto. - trató de transmitirle tranquilidad. - Ve con él.
La niña asintió, comprendiendo el mensaje al mismo tiempo en que comenzaba a correr en dirección de la aldea.
- ¡Tú...! - rugió. - ¡Tú tienes el fragmento de la perla!
- Royakan, eres una criatura pacífica, estas siendo manipulado por el fragmento que hay en ti. - entrecerró sus ojos. - Deja que te lo quite y podrás regresar a la normalidad.
- ¡No! - gritó. - ¡Si no le llevo el fragmento, Naraku va a matarme!
- No quiero lastimarte. - tomó una flecha y empuñó su arco. - Pero si no me dejas elección...
- ¡Maldita! - se abalanzó sobre ella en el mismo momento en que ella disparaba aquella flecha.
- ¿Qué? - se sorprendió al ver como el yokai abría sus fauces liberando aquellos espíritus que se encargaron de neutralizar su ataque.
Las garras del guardián del bosque rasgaron las vendas que cubrían sus heridas, lanzándola a uno de los laterales. La sacerdotisa profesó un sonoro grito, el cuál llegó a oídos del monje, quién había sido interceptado por Kaede y lo guiaba hacía el lugar en donde se estaba desencadenando la batalla.
- ¡Señorita Kikyo!
Un par de horas habían pasado desde su pelea y él se encontraba sentado en el suelo, al lado de la cama, como un perrito que aguardaba el despertar de su dueño.
Kagome, ¿seguirás enojada conmigo?
Pensó, parpadeando ligeramente.
La morena, quién se había dormido luego de batallar con un sinfín de pensamientos contradictorios, comenzó a removerse en su cama.
- ¿Kagome? - pronunció.
- ¿Inuyasha? - abrió lentamente los ojos, encontrándose con su mirada dorada. - ¿Qué haces? - se elevó. - ¿Me quedé dormida? ¿Por qué no me despertaste?
- Pensé que estabas cansada. - se alejó un poco mientras ella se sentaba y desperezaba. - ¿Aún sigues molesta?
¿Por qué tiene esa cara?
Pensó, notando un dejo de preocupación en sus ojos.
- Bueno... a decir verdad... me siento mejor.
- Bien. - desvió su mirada.
- Inuyasha. - sus ojos se encontraron nuevamente. - ¿Estas bien?
- Si, es sólo que...
- ¿Quieres regresar? - no respondió. - Entiendo... sólo dame un momento para cambiarme, ¿si?
Asintió y salió de la habitación, manteniéndose en la puerta.
¿Qué me sucede? Este presentimiento no me deja en paz, es como si algo muy malo estuviera pasando.
Unos minutos después la joven salió ya con su mochila al hombro.
- Sólo iré a hablar con mi familia.
- Kagome. - ella se detuvo frente a la escalera y volteó. - Yo... lamento que tengas que regresar, si prefieres quedarte aquí...
- Descuida, Inuyasha. - sonrió. - Quiero ir contigo.
Él sonrió levemente. Ambos descendieron y, luego de que la estudiante le explicara a su familia los motivos por los que debía irse nuevamente, salieron de la casa en dirección al templo.
- Inuyasha.
- ¿Qué?
- ¿Qué piensas hacer al regresar?
- Pues, ¿Qué no es obvio? Partiremos en busca de los fragmentos de la perla de Shikon.
Yo no estaba preguntando eso.
Pensó, subiéndose al borde del pozo.
- ¿Lista? - ella asintió en el mismo momento en que se lanzaron al interior. Aterrizaron y elevaron su vista al cielo azul que se posaba en la entrada del pozo. - ¿Estas bien? - la ayudó a ponerse de pie.
- Si, no te preocupes.
El hanyo abrió ampliamente sus ojos al percibir aquel olor.
- Kikyo. - murmuró.
- ¿Qué? - lo miró desconcertada.
- Sube. - le ofreció su espalda.
Es el olor de la sangre de Kikyo. Lo sabía, algo muy malo está pasando aquí.
Pensó mientras Kagome se colocaba en su espalda y él saltaba, saliendo de aquel oscuro lugar
