Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.


Capítulo 36

La tormenta

Parte II

"La Muerte golpea igualmente a la puerta del pobre

y en los palacios de los reyes."

~Horace~

El Mustang negro avanzó a toda velocidad por la estrecha carretera, los faros casi ahogados por la lluvia que caía a cántaros desde el cielo. Amy Winehouse sonaba en la radio, su voz conmovedora llenaba el aire denso.

—¿Puedes hacer esto?

Asentí, giré el rostro y le lancé a Edward una media sonrisa que hizo que sus cejas se alzaran y sus labios se curvaran en una expresión de sorpresa y diversión. Su rostro estaba mojado por la lluvia. Esta goteaba de su cabello, se deslizaba por su rostro y bajaba por sus altos pómulos. Sonrió con satisfacción, esos labios rosados se curvaron hacia arriba en las comisuras. Sacudió la cabeza y, apretando más fuerte el pie sobre el acelerador, ignoró el deslizamiento de los neumáticos contra la superficie resbaladiza de la carretera mojada.

—Más secretos que ocultar.

Me encogí de hombros, ya no me preocupaban los secretos y las mentiras. La muerte de Aro era un secreto que guardaría con gusto por el resto de mi vida.

Edward disminuyó la velocidad una vez que nos acercamos al bar Merle's. Las luces estaban apagadas, como en toda la ciudad, pero aparentemente los bebedores eran bastante importantes porque justo cuando pasábamos, las luces parpadearon y un hombre emergió de detrás de la vieja choza de un edificio.

—Generador.

Asentí, buscando a través de las ventanas polarizadas del coche y las gruesas cortinas de lluvia alguna señal de la camioneta de Aro, pero no había ninguna. No estaba allí.

—¿Crees que se ha ido a casa? —pregunté, mordiéndome el labio inferior.

—No lo sé —dijo Edward con cautela, justo cuando el sonido de una sirena llenaba el aire.

—¿Qué es eso? —jadeé, dándome la vuelta en mi asiento para mirar a mi alrededor, pero no veía nada.

El sonido se volvió familiar, pero no tenía sentido. Era septiembre en Dixie Alley, en el corazón de uno de los lugares más mortales para vivir si te preocupaban los tornados.

—¿Esa es la sirena de tornado? —pregunté, sabiendo ya la respuesta a mi pregunta—. No es temporada de tornados.

—Las advertencias de tormenta deben estar empeorando —supuso Edward, jugueteando con la radio y sin obtener nada más que estática—. No hay electricidad. Ninguna de las estaciones funciona. Tal vez el pueblo esté usando la sirena de tornado de la estación de bomberos para advertir a todos que esta tormenta está empeorando.

Asentí con la cabeza ante su respuesta mientras atravesábamos el centro de Mayhaw. El pueblo estaba oscuro y silencioso, las banderas estadounidenses que sobresalían de cada uno de los edificios de ladrillo rojo ondeaban con el viento frío, enredándose alrededor de los postes de los que colgaban en un lío empapado de rojo, blanco y azul.

—Eso de «no tener un plan» probablemente no fue nuestra mejor idea —confesé, sacudiendo la cabeza por mi propia estupidez.

—No te preocupes —Edward sonrió mientras lo miraba de reojo—. Siempre me ocupo de las cosas, ¿no?

Abrí la boca, pero el único sonido que salió fue un jadeo cuando él giró el volante del coche y entró en un callejón oscuro donde había una furgoneta muy familiar.

—La furgoneta de tu abuela no parecerá sospechosa si la ven cerca de la casa de Aro —explicó Edward encogiéndose de hombros, sin apagar el motor—. ¿Tienes las llaves contigo?

—Sí —respondí, tocando las llaves en mi bolsillo, las que usaba para abrir mi antigua casa.

—Necesito deshacerme del 'Stang —continuó—. Nos vemos en algún lado.

— ¿Dónde?

—En cualquier lugar.

Lo pensé un momento, tirando de un mechón de pelo mojado entre mis dedos.

—Hay un camino de acceso que sale del bosque, a lo largo de las orillas del río y bajo el puente —le dije en un susurro apresurado—. Nos vemos allí.

Con un breve asentimiento y un beso largo, lo dejé, salí corriendo del auto y me adentré en la lluvia, buscando a tientas mis llaves un poco antes de meter la correcta en la cerradura. La vieja camioneta arrancó al instante, el vehículo tembló y chisporroteó mientras veía los faros de Edward desaparecer detrás de mí. Esperé diez minutos agonizantes antes de salir del callejón, siguiendo el camino que sabía que él acababa de tomar.

Me estaba esperando justo donde le ordené que esperara, el coche oscuro escondido debajo del ancho puente junto a las aguas fangosas. Las aguas estaban subiendo y me hacían morderme el labio con preocupación mientras pensaba en la preciada posesión de Edward, pero él me hizo callar rápidamente, contento de que las aguas nunca subieran lo suficiente como para alcanzar su coche. Asentí, observándolo mientras se sacudía el agua del cabello desordenado, dándome esa sonrisa que te sacudía el estómago y que me derritió.

Edward insistió en conducir y yo lo dejé, y en su lugar opté por mirar a través de las ventanas polarizadas mientras viajábamos por el pueblo, mi cuerpo temblando suavemente mientras lo inevitable se acercaba.

—Nena, ¿estás bien?

—Tengo frío —mentí, soltando un suave suspiro cuando él inmediatamente encendió la calefacción.

La verdad era que no tenía frío en absoluto. Estaba ardiendo, la idea de asesinar a mi familiar rondaba mi mente. Sabía que podía hacerlo, no tenía ninguna duda, pero aun así estaba nerviosa por quitarle la vida a un hombre, por vivir con ese conocimiento para siempre.

No tenía miedo de matar a Aro, en sí. No, estaba más preocupada por mi mente, preocupada de que me cerrara mentalmente una vez más. Si lo hacía, ¿qué seguiría? ¿Volvería alguna vez a la realidad? ¿Regresaría del mundo al que viajé después de la muerte de Alice?

El temblor disminuyó una vez que la mano cálida de Edward encontró la mía. Sus dedos largos se entrelazaron con los míos cortos, dándome un apretón tranquilizador. Había una sonrisa torcida y emocionada en su rostro que me recordaba a un niño en Navidad, y no pude evitar sacudir la cabeza y fruncir el ceño, recordando las palabras de Jasper de hace tanto tiempo.

Solo está buscando una excusa para patearle el trasero a alguien por ti.

~DSDW~

Aro Swan vivía al final de un viejo camino de tierra en una propiedad familiar, heredada de generación en generación. El camino serpenteaba a través de pastizales, con bosques oscuros que bordeaban las onduladas colinas. Alambres de púas oxidados y antiguos colgaban cansados de las vigas de madera que bordeaban el camino, sobresaliendo de la tierra empapada. El barro salpicaba del camino, girando a través de los neumáticos y cayendo contra los costados del coche antes de ser llevado por el aguacero. Miré a través del parabrisas, con las palmas de las manos sudando, ansiosa por el peligro inminente en el que estábamos a punto de ponernos. Cuando pasamos por el viejo granero de madera con el techo de hojalata oxidada de color marrón, supe que estábamos cerca de la casa y que no había vuelta atrás.

No había vuelta atrás.

La casa se alzaba frente a nosotros. No había vehículos a la vista aparte del viejo tractor amarillo Case de Aro que, por alguna razón, no estaba estacionado en el granero. Las mecedoras del porche delantero se balanceaban de un lado a otro con el viento, como si fantasmas invisibles estuvieran sentados en el porche observándonos mientras avanzábamos por el camino de entrada.

—No está aquí —susurré, mi voz se llenó de alivio y decepción—. ¿Y ahora qué?

—Ahora entramos —respondió Edward, mirándome mientras estacionaba y apagaba el motor—. Entramos y vemos si podemos encontrar algo en lo que encaje esa llave.

—¿La llave?

—Sí —confirmó, asintiendo en mi dirección—. La llave que encontraste en la habitación de Alice. Esa llave puede encajar en algo que vincule a Aro y sus hermanos con las muertes de nuestros padres. Con esa evidencia podemos atrapar a toda la familia, junto con cualquier otra persona involucrada en sus muertes.

Mi dedo encontró la cadena que colgaba de mi cuello mientras él señalaba con la cabeza hacia mi pecho. Deslizando un dedo debajo de la cadena, la saqué de donde descansaba, escondida de manera segura debajo de mi camiseta. Toqué el frío metal entre las yemas de mis dedos.

—¿Es esa la misma llave que estaba en la caja fuerte de tu abuela?

—Sí —respondí pensativamente—. Nunca pensé que fuera importante. Alice ama... amaba esta llave. La usaba todo el tiempo. La tenía puesta la última vez que la vi.

Edward y yo nos miramos el uno al otro durante un largo momento, con una pregunta no formulada flotando en el aire: ¿cómo el collar de Alice podía estar colgado de su tocador si lo llevaba puesto la noche de la sobredosis? Tenía que suponer que se lo habían devuelto a mi madre la noche en que Alice fue llevada a urgencias. El personal de allí se lo habría quitado antes de trabajar en ella. Se lo habrían devuelto a la persona responsable de ella. Tal vez mamá regresó el collar a la habitación de Alice después de su muerte.

Tal vez.

Edward y yo nos bajamos del vehículo con cautela cruzando el empapado patio delantero. Subí los escalones con Edward pisándome los talones, mis pies resbalándose ligeramente contra la superficie escurridiza y húmeda. Mi cabello se pegaba a mi cara en grandes mechones empapados que aparté mientras agarraba el pomo de la puerta y lo retorcía en mi mano fría.

Dentro había un silencio inquietante aparte del ocasional trueno a lo lejos, el sonido tan fuerte que sacudía las viejas y polvorientas ventanas de la casa de madera. Una ráfaga de viento sopló detrás de nosotros, haciendo crujir las cortinas a cuadros de las ventanas. El repentino movimiento me hizo sobresaltar, haciendo que mi corazón se acelerara en mi pecho mientras presionara mi mano sobre el órgano que latía rápidamente.

Los frascos de vidrio llenos de tuercas, pernos y tornillos chocaban contra los gruesos paneles de vidrio con cada trueno. Las paredes blancas se iluminaban cuando los relámpagos cruzaban el cielo.

La casa estaba limpia pero mohosa, olía a muerte y desesperación, como si nadie hubiera vivido y respirado el aire seco dentro de la casa durante años. Me pregunté con qué frecuencia Aro se quedaba en la casa, donde pasaba la mayor parte del tiempo.

El agua se acumulaba en los pisos de madera pintados de azul mientras Edward y yo nos movíamos de una habitación a otra, abriendo cajones, revolviendo armarios y vestidores, buscando algo en lo que pudiera caber la vieja llave de latón, pero no había nada. No había caja fuerte, ni baúl, nada.

—¿Hay un sótano? —preguntó Edward, de pie cerca de una ventana y mirando hacia afuera en busca de alguna señal de que mi tío se acercara. Me senté de rodillas, agachada en el suelo del cuarto de Aro, buscando debajo de su cama.

—No. La única persona de mi familia con un sótano es Nana —mencioné en voz alta, mirando su rostro.

—La llave era de tu Nana. ¿Crees que lo que sea que le pertenece está en su casa?

—Sólo hay una manera de averiguarlo.

~DSDW~

La verja de metal que había frente a su casa estaba abierta, sujeta por un bloque de hormigón medio encajado en la tierra. Sentí un escalofrío al ver una serpiente tigre muerta colgando de la valla, boca arriba, con el cuerpo azotado por el viento violento, liso y negro.

La llave estaba exactamente donde siempre la dejaba, por muy cliché que fuera. Estaba escondida inocentemente debajo de la alfombra que había frente a su puerta principal. Sostuve la llave en alto como un premio, y le sonreí a Edward.

—Debe de estar todavía en Birmingham —supuse, encogiéndome de hombros, metiendo la llave en la cerradura y entrando en la casa.

—Tu abuela es supersticiosa, ¿eh? —preguntó Edward, señalando con la cabeza hacia la parte superior de las puertas.

Sacudí la cabeza confundida, notando las herraduras por primera vez. Mis ojos vagaron de una habitación a otra, notando que había una herradura colgada sobre cada puerta. Busqué en mi mente el significado, el simbolismo de las herraduras.

—Trae buena suerte —explicó Edward, mirando una fotografía colgada en el estudio—. Y la serpiente en la verja trae lluvia.

Asentí con la cabeza en señal de comprensión, pero honestamente no entendía nada en absoluto. Mi abuela no era diferente a cualquier anciana sureña. Tenía sus creencias, pero nunca pensé que fuera supersticiosa.

—Esta casa es más grande que la de Aro —dijo Edward, sacudiéndose la lluvia del cabello, las gotas salpicando los pisos de madera de mi abuela—. Nos llevará más tiempo en buscar, lo que nos da más posibilidades de que nos atrapen. Conoces la casa mejor que yo. ¿Qué te parece si me quedo a vigilar desde la sala mientras tú buscas?

Asentí en respuesta, sonriendo mientras él dejaba un beso en mis labios y se dirigía hacia la habitación contigua. Me quedé allí un momento, observándolo mientras se paraba cerca de la ventana, la luz de cada rayo iluminaba su figura mientras permanecía en silencio detrás de las cortinas. Una mano sostenía las cortinas ligeramente hacia un lado, la otra deslizó el botón de su linterna para apagarlo, dejándolo rodeado en una oscuridad total.

Se sentía extraño dejarlo allí. Una inquietud se apoderó de mí, pero rápidamente me deshice de esa idea y subí las escaleras para comenzar mi búsqueda.

Comencé en el armario de mi abuela, hurgando en los arcones de ajuar que guardaba allí. Uno estaba grabado con mi nombre, Isabella, y luego Mary Alice, lo que me hizo tragar saliva. El de Kate también estaba allí, aunque la madera estaba grabada con su nombre de pila, Katherine. El arcón de Makenna también estaba allí, y lágrimas inesperadas brotaron de mis ojos al ver su nombre. Me las sequé con el dorso de la mano y seguí.

Mi arcón estaba lleno de objetos inesperados e impresionantes. Reconocí el vestido de novia de mi abuela por las fotografías en blanco y negro que colgaban en la sala sobre la chimenea, aunque la foto no le hacía justicia. En lugar de ser blanco, era de un azul pálido, con un borde de encaje frágil, el material era sedoso y la talla era mucho más pequeña que la de mi robusta abuela.

Ignorando el torrente de emociones que sentía, seguí buscando en el baúl, entre las flores de seda y los broches, las joyas de bisutería, las fundas de almohadas con monogramas desteñidas por el tiempo, montones de cartas con un nombre reconocible que guardé en un rincón de mi mente para más adelante.

Busqué en el armario durante lo que parecieron horas, aunque probablemente fue solo cuestión de minutos. No había nada en el armario que requiriera una llave.

—Esto no tiene sentido —murmuré, apartándome el pelo que se secaba rápidamente de los ojos.

Un gran trueno sacudió la casa, el sonido de cristales rompiéndose me hizo gritar. Presionando la mano contra mi corazón palpitante, salí del armario, linterna en mano. El haz cayó sobre algo brillante, el reflejo devolviéndome el destello.

Un retrato de mi hermana yacía en el suelo, el cristal roto por la fuerza de la caída. Lo recogí, mirándola fijamente a los ojos mientras los fragmentos caían del marco.

—¿Estás tratando de decirme algo, Ali? —pregunté en voz alta, casi esperando que apareciera.

Pero no hubo nada. La casa estaba extrañamente silenciosa, tan silenciosa de hecho, que comencé a preocuparme por Edward, a quien abandoné abajo.

Dejé la foto en el piso tal como la encontré, un poco triste por dejarla allí como si también estuviera dejando atrás a mi hermana.

Bajé las escaleras, teniendo cuidado de mantener la luz de mi linterna apuntando al suelo para evitar que alguien la viera fuera de la vieja casa. La alfombra que bajaba las escaleras estaba cubierta de barro rojo, mis propias huellas, y maldije en silencio.

—¿Edward? —llamé, mi voz era un susurro muerto dentro de la casa, las palabras perdidas en el aullido del viento afuera y las contraventanas golpeando ruidosamente contra la casa.

No hubo respuesta inmediata. Un escalofrío recorrió mi columna, se me erizaron los finos vellos de la nuca y se me puso la piel de gallina en los brazos. Entré en la sala y apunté la luz de mi linterna hacia la ventana, pero Edward ya no estaba. Solo quedaban unas huellas de barro a su paso.

Un fuerte golpe me hizo sobresaltar, haciendo que mi corazón se acelerara. Me dirigí hasta el vestíbulo y encontré la puerta completamente abierta, el viento la azotaba contra la pared. Agarré la puerta con la mano, me quedé en la entrada y miré hacia la oscuridad entrecerrando los ojos para protegerme de la lluvia punzante que entraba por el porche.

—¿Buscas esto? —dijo una voz familiar con satisfacción.

Por un momento pensé que era mi padre. Los dos hombres se parecían de una manera sorprendente. Parpadeé varias veces, concentrándome en el hombre a través de la oscuridad, encontrando sus ojos malvados y ardientes.

Aro se encontraba en el vestíbulo vestido de negro. El agua goteaba de su ropa, formando charcos en el piso sucio debajo de él. Sujetaba los brazos de Edward detrás de él, presionando a mi novio contra su pecho. En su otra mano había una pistola, la culata de la cual estaba hundida en la garganta de Edward cerca de su manzana de Adán. Los ojos de Edward suplicaban, yendo de mí a la oscuridad detrás de mí, como si me estuviera ordenando silenciosamente que me fuera, que huyera, que lo dejara atrás con mi tío psicótico.

Bueno, al diablo con eso.

—No lo quieres a él —le dije a Aro con el ceño fruncido—. Déjalo ir. Es a mí a quien quieres.

—Ahí es donde te equivocas, mi querida —se rió Aro, sus ojos oscuros danzando maniáticamente—. Los quiero a ambos. Muertos.

—Sí, bueno. Lo mismo digo. —Fruncí el ceño, pensando en el rostro sonriente de mi hermana en la fotografía destrozada del piso de arriba.

—Apártate de la puerta, Bella.

Entrecerré los ojos, completamente insultada por el tono de su voz; suave, tranquilizador y condescendiente, como si estuviera hablando con un niño. Entonces recordé que probablemente creía que estaba loca, como todos los demás creían.

—¿O qué?

—O le dispararé a tu novio en la cabeza —Sonrió, quitándole la pistola del cuello a Edward y golpeándola contra su sien para enfatizar.

—No lo escuches, Bella —ordenó Edward con los dientes apretados, sus ojos moviéndose hacia la puerta una vez más.

—Quizás no fui lo suficientemente claro —sugirió Aro con una sonrisa.

Aro quitó el arma de la cabeza de Edward y luego lo golpeó con la pistola. Observé con un estupor horrorizado cómo los ojos de Edward giraban hacia atrás y su cuerpo se desplomaba lentamente contra el de mi tío. Aro dio un paso atrás, lo que provocó que Edward cayera al suelo. Mi tío se cernió sobre él, con el arma apuntando al cuerpo de mi novio boca abajo. El suave subir y bajar del pecho de Edward me alertó de que estaba inconsciente, pero no muerto, lo que me trajo un alivio agridulce.

—Aléjate de la puerta, Bella —exigió Aro, dando un gran paso sobre el cuerpo de Edward.

El viento se levantó, al igual que mi fuerza de voluntad. La puerta a mi lado se abrió violentamente y el grueso trozo de madera se dirigió hacia mí. Cuando la puerta se acercó a mí, salté hacia atrás por impulso, y mi tío me miró con los ojos entrecerrados, su cuerpo ágil arrastrándose hacia adelante como un animal salvaje listo para atacar. Llegó a la puerta, pero no lo suficientemente rápido, porque cuando se cerró de golpe mis pies abandonaron el suelo y salí volando.

Corrí a toda velocidad a través de la lluvia, el viento, el barro y la suciedad, mis zapatillas se resbalaban y se hundían profundamente en la tierra. La succión de la arcilla roja se apoderó de mis pies, reteniéndome, pero aun así corrí. Tiré mi linterna inútil a un lado mientras corría, sabiendo que necesitaba ambas manos libres por si acaso, por si acaso él me alcanzaba.

Vi la casa para tormentas de Nana al frente, el refugio de cemento casero ubicado en la ladera de la colina, la puerta abierta, un vacío negro en el pequeño espacio que me llamaba. Si corría hacia el refugio, quedaría atrapada sin posibilidad de escapar, pero sabía que esa casa para tormentas era el lugar al que pertenecía. Algo en lo profundo de mí me impulsaba a seguir adelante, a acercarme.

Entré a trompicones, arriesgándome a mirar hacia atrás para encontrar a mi tío a unos pocos metros de distancia, con una sonrisa enfermiza en su rostro. Sabía que me tenía, creía que me tenía.

Estaba equivocado.

La sequedad de la habitación oscura funcionó a mi favor. Saqué la pistola de la cintura de mis jeans, sujetándola detrás de mi espalda. Pensé en cerrar la puerta de madera de un tirón, pero no serviría de nada. No era necesario, porque él estaba allí.

Aro estaba de pie cerca de la puerta, bloqueando la pequeña cantidad de luz bendecida por la luna que ocasionalmente se asomaba detrás de las nubes oscuras. Mientras él estaba allí, levanté mi arma, sujetándola entre mis manos, saboreando la frescura del elegante metal entre mis dedos. Me sentía fuerte, me sentía valiente. Me sentía yo misma otra vez.

—Creíste que podrías venir aquí y dispararme, ¿eh? —Se rió Aro, y el sonido fue escalofriante al salir de su garganta—. Perra estúpida. Ni siquiera te diste cuenta de que te he estado siguiendo toda la noche.

Aro dio un paso adelante, lo que hizo que mi corazón se paralizara en mi pecho. Vacilé, y en ese momento me atrapó, arrastrándome desde la casa para tormentas a través del patio trasero embarrado, riéndose y burlándose de mí mientras lo hacía. Una vez que estuvimos cerca de la casa, me soltó y me arrojó al suelo.

—Nunca me matarás. Eres una cobarde. Como lo era tu padre.

Me fulminó con la mirada y escupió en el suelo, la lluvia goteaba por su rostro. Se parecía tanto a mi padre en ese momento, los ojos oscuros y el cabello espeso, que me quedé aturdida por un momento, con lágrimas en los ojos. ¿Cómo se había convertido en este monstruo? ¿Cómo se había convertido en este hombre que me había quitado tanto, que se había quitado tanto a sí mismo, matando a su propio hermano, matando a su propia sobrina? Se me retorció el estómago y sentí la necesidad de vomitar, porque sabía que yo era la siguiente.

Yo sería la siguiente en morir si no me defendía.

Aferré el arma en mi mano, el barro en el que estaba se incrustó bajo mis uñas. La sostuve en alto, agarrándola con ambas manos, y apunté directamente a su cabeza. Mi postura era firme. El seguro se soltó con el desliz de mi pulgar. Estaba lista para que esto terminara. Había estado lista durante mucho tiempo.

—No lo harás —gritó entre risas, sus rasgos se torcieron en una mueca de desprecio y me miró con el ceño fruncido, con una mirada de condescendiente compasión dibujada en su rostro—. Eres demasiado como tu padre. Eres débil. Piensas con esto más que con esto.

Aro se dio una palmada en el área sobre su corazón con una mano antes de tocarse la sien con la otra.

—¿Quieres hablar de mi padre? —pregunté, parpadeando para quitarme la lluvia y las lágrimas, y tragando el nudo que tenía en la garganta—. Hablemos de mi padre. Mi padre era un buen hombre que cometió algunos errores terribles, pero no merecía morir. Dime por qué lo hiciste, tío Aro. Dime por qué asesinaste a mi padre.

La sonrisa burlona abandonó su rostro y fue reemplazada por una mueca de dolor cuando el hombre pensó en mi padre. Los relámpagos marcaron el cielo detrás de él, el viento me cegó mientras la lluvia golpeaba mi delicado rostro. Aro dio un paso adelante, cerniéndose sobre mí, sin importarle que el arma de su hermano muerto apuntara directamente al área entre sus ojos.

—Me quitaste todo —susurré mientras él permanecía en silencio, mirándome fijamente con sus ojos negros y brillantes—. Perdí a mi padre, perdí a mi madre, perdí a mi hermana, incluso perdí la maldita cabeza por un tiempo, pero ya no. He vuelto, hijo de puta, he vuelto para vengarme. Pagarás por tus pecados con tu vida. Dudo que alguien te extrañe.

—Tienes razón —reflexionó en voz alta con una sonrisa malvada, sus labios curvándose en una mueca de desprecio—. Nadie me extrañará. No soy Charlie. No soy un monstruo con un corazón de oro. Yo era el niño que vivía a su sombra. Todo por lo que trabajábamos, todo, era suyo. ¡Yo era el mayor! ¿Sabes cómo era vivir a la sombra de Charlie Swan? ¿Saber que mi padre no era realmente mi padre? ¿Siempre me hacían sentir que nunca era lo suficientemente bueno para mamá? ¿Nunca lo suficientemente bueno para papá?

—No puedo creer que Nana te tratara de forma diferente —argumenté, sintiendo el arma pesada en mis manos, debilitándose un poco—. Nana ama a todo el mundo, firmemente. Tu padre, tu padre biológico, fue su único y verdadero amor. En todo caso, estoy seguro de que eras el más especial de sus hijos.

—¿El más especial? —Se rió, con una carcajada amenazante y entrecortada tras los dientes apretados—. Soy el hijo bastardo de un hombre que nunca la amó. La usó y nunca reconoció mi existencia. Fui un error. Charlie era el primogénito Swan. Papá Swan lo adoraba. Era todo lo que yo no era.

—¿Así que lo mataste? —exigí—. ¿Lo mataste por celos?

—¿Celos? —Frunció el ceño—. ¿Celos? ¿Así lo llamas? ¡Ja! Te espera un duro despertar, niñita. Lo maté porque era un traidor, haciendo tratos con el mismísimo diablo, el traidor del jodido Edward Cullen Padre. Yo estuve en contra desde el principio, así que tu amado papi actuó a mis espaldas, haciendo tratos con los Cullen para compartir territorio. Tu padre lo habría arruinado todo. Piensa en el dinero que habríamos perdido, al simplemente cederles territorio a los Cullen.

—¿Así que lo mataste por dinero? —Lo acusé, sacudiendo la cabeza con desdén, mientras mi cabello empapado se pegaba a mi frente.

—No, lo maté porque se interpuso en mi camino —espetó, quitándole el seguro a su propia pistola mientras daba otro paso hacia adelante, parándose directamente sobre mí—. Yo soy el rey, no Charlie. Yo estaba destinado a gobernar, no él. Él se interpuso en mi camino. Edward Padre se interpuso en mi camino. Alice se interpuso en mi camino, y ahora tú estás en mi camino.

»—Tenía tantas esperanzas en ti, Bella —susurró, con el rostro pensativo y con un leve arrepentimiento—. Eres la más inteligente de la familia. Me dije a mí mismo que si alguna vez tenía un hijo, querría que fuera como tú. Apoyé económicamente a tu madre después de la muerte de tu padre. Incluso después de que la puta se escapara, las apoyé a ustedes, chicas. Todo lo que tenían que hacer era mantenerse alejadas de los Cullen, pero no pudieron hacer eso, ¿no? Eres demasiado parecida a tu padre, demasiado parecida a tu madre. Una puta Cullen. Y tenía tantas esperanzas en ti. Podrías haber gobernado algún día, pero no. Qué desperdicio.

El sonido inconfundible de un clic resonó en el aire. Cerré los ojos, respiré profundamente y expulsé el aire de mis pulmones.

Abrí los ojos y le dije mis últimas palabras a Aro.

—Estás equivocado —le dije a mi tío, sonriendo mientras la lluvia caía a cántaros, goteando de sus rizos oscuros y salpicando mi cuerpo—. No estoy en tu camino. Tú estás en el mío.

La pistola de mi padre emitió un sonido de clic propio. El percutor golpeó contra el frío metal. El arma ya no se sentía pesada en mis manos. Si acaso, se sentía ligera, ingrávida, y me sentí flotar en ese momento. Los problemas que me seguían de repente se desvanecieron.

Apreté el gatillo.

Me imaginé matándolo un millón de veces, en mis sueños, en mis pesadillas. Pero la imagen que mi mente conjuró nunca me preparó para el acto real. En mis sueños, la bala viajaba en cámara lenta. Caería en silencio al suelo.

En realidad, la bala voló con fuerza, más rápido que un parpadeo. El cuerpo de Aro voló hacia atrás mientras su frente se hacía añicos ante mis propios ojos, la sangre y la materia cerebral se filtraban a través de su cráneo partido. Los ojos de Aro estaban muy abiertos, mirándome boquiabiertos, aturdidos, su propia pistola colgando de sus dedos antes de caer al suelo.

Esos ojos oscuros, los ojos de mi padre, se fijaron en los míos mientras se tambaleaba hacia atrás, su cuerpo inerte se estrelló contra el costado de la casa de campo blanca de mi abuela.

Mientras se desplomaba, su cabeza destrozada dejó un rastro de sangre, un violento recordatorio de la vida y la muerte, que se reducía al costado del edificio blanco. Su mirada se apartó de la mía mientras su cabeza caía hacia un lado y su cuerpo se desplomaba en una posición sentada. La conmoción había desaparecido, reemplazada por una mirada vacía mientras la lluvia comenzaba a disminuir lánguidamente.

Mi estómago se revolvió y mi corazón se contrajo en respuesta mientras me daba la vuelta para vomitar en el suelo de arcilla roja y fangosa.

El viento se levantó. Olí la frescura de las magnolias húmedas, sus flores marchitas desde hacía tiempo por el calor del verano mientras los pétalos caían a la tierra; la frescura del aroma se entremezcló con el olor de un arma recién disparada. Las inhalé, la pólvora, las flores, la arcilla roja y la lluvia. Me sentí viva por primera vez en meses, viva por primera vez desde que conocí a Edward.

Edward.

Me levanté del suelo, mis jeans llenos de barro se pegaban a mis piernas como arañas aferradas a una telaraña. Me tambaleé hasta el porche trasero, ignorando al hombre muerto por un momento antes de detenerme y mirarlo una vez más antes de recoger con cautela su arma descartada del suelo frío.

—Por si acaso —murmuré.

Disparé otra ronda, impactándolo en el pecho esta vez, y la bala atravesó su corazón muerto hace mucho tiempo. Su cuerpo pálido se sacudió y luego cayó, deslizándose hacia la tierra, su rostro sumergiéndose en un charco profundo. Lo observé por un momento antes de dejarlo allí, satisfecha de que no hubiera burbujas saliendo de la superficie de su tumba acuosa.

Luego entré en la casa de mi abuela para recuperar mi vida.

Recuperé mi nueva vida con Edward.