- . Todos los caminos llevan a casa: Parte 3 -
Summary completo:
En medio de una guerra interminable que cambió al mundo con la aparición de los quirks, Ochako Uraraka, una chica sencilla de campo, ha crecido en la tranquilidad de una isla aislada del caos de los combates. Mientras el conflicto sigue devorando a las ciudades y separando familias, Uraraka enfrenta una decisión crucial en su vida adulta: casarse con un completo extraño que, a pesar de todo, emana una familiaridad y amabilidad que la intriga. En un mundo donde la batalla lo consume todo, ¿podrá encontrar la felicidad en un futuro incierto?
Historia con temas ligeros de IzuxOcha/ BakuxOcha
Basada en la película: En este rincón del mundo
Cuando Ochako al fin regresó a la casa de los Midoriya, el ambiente se sentía diferente. Al llegar, se enteró de que Momo se había quedado en la casa.
—Desde que regresó, Ochako se comporta de una forma bastante extraña —le comentó Inko a Momo con un dejo de preocupación.
—Es una niña —respondió Momo sin mucho interés—. Le falta madurar todavía.
Ochako, mientras tanto, se había sentado en el campo que rodeaba la casa, observando cómo las briznas de pasto danzaban con el viento. Frente a ella, un diente de león capturó su atención. Lo tomó suavemente entre sus dedos y lo sopló, viendo cómo las semillas volaban lejos, dejándose llevar por la brisa. Sus pensamientos se hundieron en la marea de emociones que llevaba acumuladas. Miró hacia el camino que llevaba a la casa y, al seguirlo con la vista, vio a Izuku regresar del trabajo.
—Bienvenido a casa —lo saludó con una pequeña sonrisa cuando llegó a su lado.
—¿Estás recogiendo hierbas? —preguntó Izuku mientras se acercaba y se sentaba a su lado en el campo.
—Sí —respondió Ochako, su voz algo apagada—. Todas las hierbas son para la cena de esta noche.
Izuku la observó por un momento, notando el cansancio en su tono y en su expresión.
—¿Todos los dientes de león en Kure son blancos, verdad? —preguntó ella de repente, lanzándole una mirada de reojo.
—¿En dónde solías vivir eran diferentes? —le respondió él, intrigado, pero pronto algo captó su atención—. Mira, aquí hay uno amarillo.
Izuku extendió la mano para cortar el diente de león que había encontrado, pero Ochako lo detuvo, tocado su mano con suavidad.
—Tal vez vino de muy lejos —murmuró, perdida en sus pensamientos.
Izuku la miró más de cerca. Sus ojos reflejaban algo de tristeza, algo que él no podía descifrar del todo.
—Te ves triste... Tal vez es porque tuviste que dejar la casa de tus padres otra vez —dijo, intentando colocar su mano en la cabeza de Ochako para consolarla.
Sin embargo, ella lo rechazó, apartándose con un leve movimiento.
—Nada de eso —respondió, ahora visiblemente de mal humor.
Izuku intentó cambiar el ambiente, buscando distraerla.
—Mira allá —dijo, señalando hacia el horizonte—. Esos grandes del fondo son portaaviones.
Ochako levantó la mirada, entrecerrando los ojos para ver mejor.
—Son inmensos... —comentó con asombro.
—Los pequeños que ves son destructores. Y también hay un submarino de Alemania. ¿Lo ves? —dijo Izuku, apuntando hacia una pequeña silueta en el agua—. Y ese es un remolcador de barcos. ¿Lo alcanzas a ver?
Ochako, aunque impresionada por la escena, dejó que su mirada volviera a perderse en el horizonte. Izuku la observó de reojo, preocupándose cada vez más por su comportamiento distante.
De repente, algo a lo lejos capturó la atención de Ochako.
—Eso de allá... ¿es un barco? —preguntó, señalando una enorme estructura en el agua.
—Es el buque acorazado más grande del mundo. Verlo es un espectáculo impresionante.
—¿Y hay personas que viven ahí dentro? —Ochako lo miró con curiosidad, su asombro creciendo.
—Sí, unas 2,700 personas. Toda una tripulación.
—¿2,700...? —Ochako quedó impresionada, sus ojos fijos en la majestuosa embarcación.
—Sí, más o menos. Será mejor que les demos una buena bienvenida a Kure —dijo Izuku con una sonrisa, rodeándola con su brazo por el hombro, en un gesto de cercania, pero Ochako se puso de pie, buscando una mejor vista del buque.
—Y no me digas que tienen que cocinar todos los días para 2,700 personas...
Antes de que Izuku pudiera responder, Ochako resbaló con el barro y la hierba húmeda del campo. Instintivamente, él intentó sostenerla, pero ambos perdieron el equilibrio y terminaron deslizándose colina abajo.
—Disculpa... ¿Te lastimaste? —preguntó Ochako suavemente, aún en el suelo, con la respiración agitada.
—No, estoy bien. ¿Y tú? —Izuku la miró con una suave sonrisa, mientras tocaba su cabeza para asegurarse de que estuviera bien, pero ella volvió a alejar su mano, esta vez con un aire de incomodidad.
Izuku intentó disimular el pequeño rechazo mirando en otra dirección.
—Ojala que el estrés que tienes... no te haga perder más cabello. Pero aún asi... te ves igual de linda como siempre—dijo en un intento de aliviar el ambiente, aunque preocupado.
Ochako, sorprendida, jugó con sus dedos, algo avergonzada.
—Ay, ya te diste cuenta... —respondió con una pequeña risa nerviosa, sintiendo cómo la tensión entre ellos se disolvía al fin.
Poco después de que Momo regresara a la casa de sus padres, la rutina en la casa de los Midoriya retomó una calma muy agradable. Ochako, quien ya estaba lista para retomar sus tareas en la cocina, notó que las raciones se habían reducido considerablemente. Ahora, recibían apenas cuatro sardinas secas para tres comidas, y esto para alimentar a una familia de cuatro. Sin embargo, en su mente, trataba de mantenerse positiva. Cualquier cosa era mejor que solo comer vegetales día tras día, y con un poco de suerte, de vez en cuando lograba comprar un poco de tofu.
En sus caminatas de regreso a casa, Ochako solía recoger hierbas que encontraba en el camino. Las pequeñas hojas, raíces y flores se convertían en ingredientes que le permitían estirar aún más las escasas raciones, tratando de crear algo nutritivo para la familia.
—Todo está muy tranquilo sin Momo, ¿no te parece? —comentó Inko un día, mientras ambas estaban en la cocina—.Ah. Perdona, me acabo de acordar de que tengo que secar las sobras de la comida para conservarlas.
Ochako asintió mientras removía suavemente una olla de sopa que preparaba con las hierbas que había recogido.
—Dime, ¿la vecina te enseñó esta receta? —preguntó el suegro de Ochako, Hisashi Midoriya, con una sonrisa de aprobación durante la cena.
—Es que las raciones de arroz se redujeron a la mitad —respondió Ochako, algo avergonzada—. Así que hice papilla de camote. Pero prometo que mañana saldrá mejor.
Aunque los Midoriya elogiaban sus esfuerzos, Ochako sentía una ligera vergüenza por la austeridad de las comidas que preparaba. Aún así, anotaba todas las recetas que le enseñaban en un cuaderno especial que Izuku le había regalado cuando se casaron. Cada plato, cada técnica de ahorro y cada pequeño consejo de sus vecinos y conocidos era cuidadosamente registrado.
A la mañana siguiente, mientras preparaba el desayuno, Izuku entró en la cocina y se sorprendió al ver el plato en la mesa.
—Tenemos mucho arroz hoy —comentó—. Los granos están bien inflados.
Inko, también impresionada, lo comentó alegremente:
—Es la primera vez que comemos algo así.
—Muy buen provecho —dijeron todos antes de empezar a comer.
Sin embargo, tras el primer bocado, las caras de todos cambiaron. La textura no era lo que esperaban, y el sabor era menos agradable de lo que parecía.
—Disculpen... —murmuró Ochako apenada, mientras Izuku y su padre se preparaban para salir a trabajar.
Ese mismo día, cuando Ochako salió a recoger las raciones, un ruido estruendoso rompió la calma. Las alarmas empezaron a sonar en toda la ciudad.
—¡Alerta de emergencia! ¡Alerta de emergencia! —gritaban los héroes, instando a todos los civiles a buscar refugio—. ¡Alerta de invasión aérea!
La alerta continuó hasta el amanecer del día siguiente. En la casa de los Midoriya, la tensión era palpable. Hisashi, intentando captar alguna señal en la vieja radio, frunció el ceño.
—No transmiten nada —dijo preocupado.
Tras una pausa, continuó meditando en voz alta.
—Estimando el rango del enemigo, los villanos no deberían alcanzar esta zona. No hay necesidad de que nos vayamos a las montañas —intentó calmar a la familia—, pero vamos a tener falta de energía.
Como si sus palabras fueran una señal, en ese momento las luces de la casa se apagaron.
Con el amanecer, la familia Midoriya se unió para arreglar el techo de la casa y colocar tablones en las ventanas, asegurándose de resguardar su hogar lo mejor posible. Después, Izuku, poniéndose los zapatos en la entrada, comentó:
—La remoción de edificios comenzará pronto. Están construyendo un cortafuegos enorme... aunque no por aquí, sino alrededor de la ciudad.
—Es terrible —respondió Ochako, agachada junto al fuego mientras cocinaba—. Espero que la gente pueda encontrar un lugar para vivir.
De repente, alguien le pasó un leño para alimentar el fuego.
—Muchas gracias —dijo Ochako, sin apartar la mirada de la olla.
—Siempre es un placer —respondió una voz conocida.
Ochako se giró rápidamente, sorprendida al ver a Momo parada junto a su pequeño hijo Toya.
—¿Qué...? —empezó a preguntar, sin poder procesar del todo lo que veía.
—Tengo leña de sobra cuando quieras —explicó Momo, con una expresión seria—. Derribaron mi casa, así que todo es desperdicio.
A la hora de la cena, Momo dio más detalles sobre su situación.
—Mi familia se mudará lejos, así que decidí dejarlos al fin —dijo mientras los Midoriya la escuchaban, aún incrédulos.
—No se mortifiquen —aclaró Momo, notando las miradas de sorpresa—. Encontraré un empleo y empezaré a trabajar.
Hisashi, más tarde esa noche, reflexionaba en voz alta mientras Izuku dibujaba en una de sus libretas a la luz de una vela. Toda la familia estaba reunida alrededor.
—A partir de hoy, seremos más miembros en la casa —comentó, observando el boceto de Izuku
— ¿Algo como esto?
Hisashi asintió. Lo que había dibujado Izuku era un refugio antibombas que empezarían a construir al día siguiente.
El día había empezado con una atmósfera de calma y colaboración en los alrededores de la casa de los Midoriya. Vecinos de todas partes del pueblo se habían acercado para ayudar a construir el refugio antibombas, uniendo fuerzas en medio de los rumores sobre los ataques en las aldeas cercanas. Con el paso de las horas, las conversaciones se apagaban mientras el trabajo continuaba, y cuando el reloj marcó pasado el mediodía, la mayoría de los vecinos comenzaron a despedirse.
—Este refugio está mejor que ningún otro —comentó Inko con una sonrisa orgullosa—. E Izuku trabajó horas extras para asegurarse de terminarlo.
Izuku, revisando por última vez la fortaleza del techo, asentía modestamente.
—Los pilares y las esteras de la casa de Momo sirvieron para reforzarlo aún más —dijo, señalando los elementos que habían reutilizado.
Momo, quien estaba inspeccionando los alrededores, se detuvo al notar algo curioso en uno de los pilares.
—Izuku, ¿tú colocaste esto aquí? —preguntó, señalando las marcas que indicaban las alturas de Toya y de otro niño más pequeño.
—Sí, lo hice, pero no fue nada —respondió Izuku restándole importancia.
Cuando salieron del refugio, Izuku se quedó observando el terreno a su alrededor.
—Creo que deberíamos organizar un poco todo esto afuera —murmuró.
Ochako, quien había estado observando junto a él, sonrió y le dijo:
—Dime, ¿podría usar algo de tierra para llevarla a nuestra granja?
Izuku asintió con una sonrisa cálida.
—Claro, toma toda la que necesites, pero ten mucho cuidado, ¿sí?
Mientras Ochako usaba su don para cargar un par de cubetas llenas de tierra, vio a Toya, su pequeño sobrino, de pie en medio del campo, mirando al horizonte con aire pensativo.
—Toya, ¿qué estás haciendo? —le preguntó con dulzura, acercándose a él.
—Estoy buscando barcos —respondió el niño con seriedad.
Ochako sonrió, fascinada por la curiosidad de su sobrino.
—Claro, parece que hoy tenemos muchos barcos navegando por el campo —dijo, Ochako observando por un momento el horizonte a su lado.
—Por allá veo dos Yamatos —dijo Toya, señalando al horizonte—. Uno se llama Musashi. Y también hay muchos buques de guerra, pero no veo ningún portaaviones… Ah, ese es el Tone. Tiene muchas torretas atrás. ¿Alcanzas a verlas?
Ochako lo miró con admiración.
—Estoy muy impresionada de que sepas tanto sobre barcos —lo elogió.
Toya asintió con confianza.
—Mi hermanito me enseñó todo —dijo con orgullo.
—Ya veo —respondió Ochako, sonriéndole—. Yo también sé algunas cosas. Mira, por allá… veo un destructor, y también algunos barcos más pequeños.
—Es un bote anfibio —corrigió Toya con seriedad.
Ochako se rió suavemente y luego señaló al cielo.
—Déjame enseñarte algo yo —dijo—. Mira esa nube tan grande, parece un yunque. Va a soltar mucha lluvia.
Ambos rieron, y justo como Ochako había predicho, la lluvia comenzó a caer en cuestión de minutos. Tuvieron que correr de vuelta a la casa mientras las gotas gruesas los alcanzaban.
—¡Rápido, metan todo por favor! —gritaba Izuku, su voz resonando sobre el sonido de la lluvia mientras se movía con agilidad entre las herramientas y las cubetas que se habían usado durante la construcción. Sus manos se movían con destreza, recogiendo clavos, martillos y cualquier cosa que pudiera dañarse con el agua. La lluvia caía a cántaros, creando charcos en el suelo y formando un pequeño torrente que arrastraba hojas y tierra.
Unos momentos después, ya resguardados en el refugio, Izuku y Ochako se sentaron en la entrada del refugio que habían construido. Desde allí, podían observar cómo las gotas caían incesantemente. El sonido rítmico de la lluvia parecía llenar el espacio con una calma extraña, suavizando el bullicio del mundo exterior. Era como si el refugio se convirtiera en una burbuja de tranquilidad en medio de la tormenta.
Ochako, con una sonrisa traviesa, decidió ayudar a Izuku a secarse el cabello con una toalla que habían encontrado entre las cosas. Se acercó a él, sintiendo un cosquilleo en el estómago mientras sus dedos tocaban suavemente sus cabellos húmedos.
—G-gracias —murmuró Izuku, sonrojándose un poco ante su atención. El calor de la toalla contrastaba con la frescura del aire, y su corazón latía un poco más rápido al sentir la cercanía de Ochako.
Luego, con una mezcla de nervios y diversión, Izuku decidió devolver el gesto. Se acercó a ella con la toalla en la mano, y al comenzar a secarle el cabello, no pudo evitar reírse al ver la expresión divertida de Ochako.
—Yo puedo, yo puedo —dijo, ruborizándose también mientras ella se movía un poco para separase.
Para aliviar la pequeña tensión que había entre ellos por la cercanía, Ochako le preguntó con curiosidad:
—¿Te gustan mucho los buques de guerra? ¿Le enseñaste los modelos a Toya?
Izuku se tomó un momento para responder, su expresión cambiando a una más seria.
—Yo no fui el que le enseñó eso a Toya —dijo—. Fue Natsuo, su hermano. A él le encanta todo lo relacionado con los buques de guerra. Lo vas a conocer algún día.
Ochako se inclinó un poco hacia el pilar al lado del que estaba sentado Izuku, señalando las marcas de altura que había en la madera.
—Entonces él se llama Natsuo —dijo, su mirada suave y curiosa mientras seguía las marcas con su dedo.
Izuku, sorprendido por su cercanía, se puso nervioso. El calor de sus mejillas aumentó, y solo pudo asentir muy bajito, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejando solo el momento compartido entre ellos.
Sus ojos se encontraron y el silencio se llenó de una intensa conexión. Izuku tomó la mano de Ochako con ternura, Se inclinó hacia ella para besarla suavemente. Ochako respondió a su beso con la misma suavidad, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. En ese instante, pensó con emoción: No puedo creer que esté aquí, haciendo esto con él.
El primer beso fue un instante maravilloso y al separarse, ambos sintieron la necesidad de volver a unirse. Se besaron de nuevo, perdidos en su propio mundo, hasta que la voz de Hisashi, el padre de Izuku, los sorprendió desde atrás.
—Querida... salgamos mientras no llueve —comentó, asomándose por la puerta del refugio con una suave sonrisa, seguido por la mano de Inko.
Ambos se separaron de inmediato, el rubor invadiendo sus rostros en un instante.
—Muchachos... ¿nos dejan pasar? —preguntó Hisashi con una mezcla de diversión y ternura, disfrutando de la sorpresa en los rostros de su hijo y Ochako.
—Papá, nosotros... —intentó explicar Izuku, caminando junto a Uraraka para entrar de nuevo a la casa, la confusión y la timidez aún palpitando entre ellos.
—Ustedes están casados, hijo. Me alegra ver que están empezando a acercarse más —dijo Hisashi, intentando restarle importancia a la situación, aunque la expresión de alegría en su rostro delataba que estaba contento por su hijo.
Notas de la autora.-
Muchas gracias por leer hasta aquí. Espero continuar pronto estas historias! Sus comentarios siempre son bienvenidos! Muchas gracias por leer, seguir y darle like. Siempre me hace sonreír.
