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OBITO UCHIHA

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Por la mañana, mientras hago lo propio de todos los días —cepillarme los dientes, contemplar mi conocida cara delante del espejo: cabello negro berengena, —como el de mi mamá—, ojos grises, piel blanca (nada especial)— tengo la sensación de que todo ha sido un sueño, que anoche no estuve sentada en camisón, en la oscuridad de mi refugio, hablando de sentimientos con un extraño: nada menos que Naruto Namikaze.

Durante el desayuno, le pregunto a mi madre dónde conoció a Obito Uchiha y ella, concentrada en pasar la aspiradora, responde con un somero: «En un evento político».

Teniendo en cuenta que es a los únicos eventos a los que va, la respuesta no me aclara mucho las cosas.

Arrincono a Hanabi en la cocina. Se está preparando para su día de playa con Konohamaru, aplicándose máscara de pestañas a prueba de agua en el espejo que hay sobre la barra bar. Le cuento lo de anoche, excepto la parte de Naruto en el tejado.

—¿Y qué problema hay? —comenta ella, acercándose más al espejo—. Por fin mamá ha encontrado a alguien que le gusta. Y si encima le puede ayudar con la campaña, mejor. Sabes lo emocionada que está con las elecciones de noviembre. —Me pasa la máscara de pestañas—. ¿O se trata de ti y tu miedo a la intimidad?

Odio cuando Hanabi se pone en plan psicoanalista conmigo. Desde que zanjó su etapa rebelde con un año de terapia, se cree cualificada para soltar sus propias teorías freudianas.

—No, se trata de mamá —insisto yo—. No era ella misma. Si hubieras estado aquí, también te habrías dado cuenta.

Hanabi extiende los brazos con las manos abiertas en un gesto que señala toda nuestra cocina (actualizada al más mínimo detalle) con vistas al enorme salón y amplio vestíbulo. Espacios demasiado grandes para nosotras tres, demasiado espléndidos; solo Dios sabe el tipo de mensaje que se quiere dar con algo de estas características. Nuestra casa debe ser el triple de grande que la de los Namikaze. Y eso que ellos son diez.

—¿Por qué iba a querer estar aquí? —me pregunta—. ¿Qué hay «aquí» que nos pueda resultar interesante?

Me dan ganas de responder que «yo» estoy aquí, pero entiendo lo que quiere decir. Nuestro hogar contiene todo lo imaginable para vivir cómodamente: los mejores muebles, tecnología de punta, está inmaculado... Y también tiene a tres personas que preferirían estar en otra parte.

A mi madre le gusta la rutina, lo que significa que tenemos programadas algunas de las cenas de la semana: sopa y ensalada los lunes, pasta los martes, filete los miércoles... Entienden lo que digo, ¿verdad? Tiene pegados en la pared nuestros horarios con todas las actividades extraescolares, aunque no tenga tiempo de acompañarnos, y se asegura de que no tengamos mucho tiempo libre durante el verano. Desde que salió elegida senadora, le ha sido imposible continuar con algunas de estas rutinas; otras, sin embargo, las ha hecho más frecuentes. La cena de los viernes en el Templo del Fuego Club sigue siendo sacrosanta.

El Templo del Fuego Club es la clase de edificio que todo el mundo de la zona pensaría que es de mal gusto si no fuera porque «todos» están deseando formar parte de él. Fue construido hace quince años, pero parece un castillo estilo Tudor. Está situado en las colinas de la ciudad, por lo que ofrece unas espléndidas vistas del río. A mamá le encanta, incluso forma parte del Consejo de Administración. Gracias a eso, y al hecho de haber pertenecido al equipo de natación, el año pasado trabajé como socorrista del club. Este verano volveré a repetir; dos veces por semana a partir del próximo lunes, lo que implica dos jornadas completas en el Templo del Fuego, más las cenas de los viernes.

Como hoy es viernes, aquí estamos todos; Hanabi, Konohamaru y una servidora entrando por las imponentes puertas de roble detrás de mi madre. A pesar de la eterna búsqueda de mi hermana y su novio de lograr la medalla de oro en las olimpiadas de su agenda electrónica, mi madre adora a Konohamaru. Quizás ayude mucho el hecho de que su padre sea el dueño de la empresa más importante de Konoha. Sea por la razón que sea, el caso es que desde que Konohamaru y Hanabi empezaron a salir hace seis meses, el novio de mi hermana no se ha perdido ni una de las cenas de los viernes. ¡Qué suerte la suya!

Tenemos preparada nuestra mesa de siempre; una que está situada bajo un gigantesco cuadro de un ballenero rodeado de enormes ballenas con arpones clavados por todas partes, pero que todavía son capaces de devorar a unos pocos marineros con mala suerte.

—Tenemos que hablar de lo que van a hacer este verano —comenta mamá cuando nos sirven una cesta con panecillos—. Quiero tenerlo todo controlado.

—¡Mamá! Ya hemos discutido el tema. Voy a ir a Al Pais de las Olas. Konohamaru ha conseguido un trabajo estupendo como profesor de tenis y yo he alquilado una casa con unas amigas y voy a trabajar de camarera en La Tienda de Verduras. El arrendamiento comienza esta misma semana. Ya está todo planeado.

Mamá saca la servilleta de tela de su plato y la desdobla.

—Sí, Hanabi, me comentaste lo que tenías pensado hacer pero todavía no te he dado permiso.

—Se supone que este es el verano en el que debo disfrutar de lo lindo. Me lo he ganado —replica Hanabi, inclinándose sobre su plato para hacerse con un vaso de agua—. ¿Verdad, Konohamaru?

Pero Konohamaru, en un movimiento muy inteligente por su parte, ha decidido atacar la cesta de panecillos y está concentrado untando uno de ellos con mantequilla, por lo que no puede responder.

—Ya no tengo que preocuparme por el asunto de a qué universidad voy a ir. Me han admitido en Getsu. No me hace falta demostrar nada más.

—¿Acaso trabajar duro y hacer las cosas bien solo sirven para demostrar algo? —Mi madre alza ambas cejas.

—¿Konohamaru? —Hanabi busca de nuevo su ayuda, pero su novio sigue fascinado con la tarea de untar mantequilla a la par que mastica el panecillo.

Mamá decide centrar su atención en mí.

—En cuanto a ti, Hinata, quiero estar segura de que tienes planeado el verano como es debido.

¿Cuántas mañanas a la semana vas a estar trabajando en el Bar de Tezuna? —Le ofrece al camarero que nos está sirviendo agua con hielo su encantadora sonrisa de cara al público.

—Tres, mamá.

—Y también tienes los dos días de socorrista. —Frunce un poco el ceño—. Lo que te deja tres tardes libres. Más los fines de semana. Mmm... —Ahora es ella la que unta mantequilla en uno de los panecillos. Sé que no se lo va a comer, que es algo que hace para concentrarse.

—¡Mamá! ¡Hinata solo tiene diecisiete años! ¡Por Dios! —exclama mi hermana—. Deja que tenga un poco de tiempo libre.

En ese momento una sombra se cierne sobre la mesa y los tres levantamos la cabeza. Se trata de Obito Uchiha.

—Horai. —La besa en una mejilla, luego en la otra y finalmente tira de una silla que hay al lado de mi madre, le da la vuelta y se sienta a horcajadas sobre ella—. Y el resto de tu encantadora familia. No sabía que tenías un hijo.

Hanabi y mamá se apresuran a sacarle de su error. Mientras tanto, un camarero llega con la carta; algo del todo innecesario ya que el Templo del Fuego lleva ofreciendo el mismo menú de precio fijo los viernes por la noche desde que los dinosaurios poblaban la tierra.

—Le estaba comentando a mi hija Hanabi que debería dedicar su verano a hacer algo más productivo —dice mi madre, pasándole el panecillo a Obito—. Algo más serio que divertirse en El país de las Olas.

Él apoya los brazos en el respaldo de la silla y mira a mi hermana con la cabeza ladeada.

—Creo que un verano distendido y fuera de casa es justo lo que necesita Hanabi, Hōrai. La preparará para cuando vaya a la universidad y tú podrás concentrarte mejor en la campaña.

Mi madre le mira fijamente durante un instante hasta que parece encontrar una señal que a mí me pasa desapercibida.

—De acuerdo, entonces —termina diciendo—. Quizá me he precitado demasiado, Hanabi. Pero necesito que me des los nombres, números de teléfono y direcciones de las amigas con las que vas a compartir casa, y también tu horario de trabajo.

—Hori —dice Obito Uchiha riéndose—. Estamos hablando de tus hijas, no de política. Sus direcciones y teléfonos no te hacen falta.

Mamá le sonríe. Se ha ruborizado un poco.

—Tienes razón. Estoy sulfurándome por tonterías.

¿De verdad ha pronunciado mi madre esa frase con la cadencia típica del sur? ¿Acaso se está convirtiendo en otra persona? ¿Cree que eso puede funcionarle aquí, en Konoha?

Saco el teléfono móvil del bolsillo y escribo con disimulo un mensaje a Sakura.

"Mamá ha sido abducida por los extraterrestres. Solicito consejo de inmediato."

A los pocos segundos recibo su respuesta. Aunque no ha hecho ni caso de lo que le ponía.

"¿Sabes qué? ¡He ganado el Premio shōnen de literatura! ¡Van a publicar mi ensayo sobre Huck Finn y Holden Caulfield en la revista literaria de Konoha! A Sasuke también le publicaron su ensayo el año pasado y dice que eso ha sido clave para que le hayan admitido en La universidad de la Taka. ¡Allá voy, Suna!"

Recuerdo aquel ensayo. Sakura sudó lo suyo. Y eso que el tema que escogió me resultó de lo más extraño. ¿Hablar del protagonista de El guardián entre el centeno cuando ella odia esa novela porque, según sus propias palabras, «está llena de palabrotas y Holden está demente»?

"¡Genial!"

Apenas me da tiempo a escribir más ya que mi madre se da cuenta, me confisca el teléfono móvil y lo guarda en su bolso.

—Hinata, hoy me ha llamado Mebuki Haruno para hablar de Sai. —Bebe un largo sorbo de agua y me mira con las cejas alzadas.

Esto no puede traer nada bueno. Hoy en día todo lo que implique «hablar de Sai» es sinónimo de desastre.

—Quiere que mueva algunos hilos para que trabaje como socorrista en el club. Por lo visto, no le ha ido bien en el trabajo en Barba Q.

Claro. Porque si se te da mal servir mesas lo más lógico es que te pongas a salvar vidas.

—Ahora que han abierto la piscina estilo laguna —continúa ella—, se necesita otro socorrista más. ¿Qué te parece?

«¿Una idea catastrófica?» Sai y salvar vidas no es la mejor combinación del mundo. Sé que nada bien —estuvo en el equipo de natación de Byakugan antes de que le expulsaran—, pero...

—Vamos, dime —insta mi madre mientras me muerdo el labio.

Cuando ejerzo de socorrista, apenas aparto la vista de la piscina un segundo. Me imagino a Sai ocupando ese puesto y me estremezco, pero llevo ocultando durante años —tanto a sus padres como a mi madre— el tipo de persona en la que se ha convertido.

—Mamá, últimamente está un poco... distraído. No creo que...

—Lo sé —dice mi madre con impaciencia—. Ahí es donde quería llegar, Hinata. Un trabajo como este le vendría muy bien. Necesita centrarse, salir y pasar más tiempo al aire libre. Y lo más importante, será un punto a su favor en las solicitudes de admisión universitaria. Voy a recomendarle para el puesto. —Saca el teléfono móvil y me mira asintiendo con la cabeza; clara señal de que ha terminado con la conversación.

—Muy bien —interviene Obito, esbozando una sonrisa—. ¿Les importa si su madre y yo hablamos de negocios? —nos pregunta a Hanabi, Konohamaru y a mí.

—Adelante —responde mi hermana alegremente.

Obito no se lo piensa dos veces y va directo al grano.

—He estado estudiando las características de tu contrincante en las próximas elecciones, el tal Kakashi Hatake. Y voy a serte sincero, Horai, necesitas ser más identificable.

«Identificable». ¿De verdad existe esa palabra?

Mamá le mira frunciendo el ceño, como si estuviera hablando en otro idioma.

— Kakashi Hatake —relata Obito—. Se crió en Konoha, en el seno de una familia humilde, estudió bachillerato en un colegio privado gracias a una beca, fundó su propia empresa de alimento para perros, con lo que ya tiene asegurado el voto de los ecologistas. —Hace una pausa para untar mantequilla en la otra mitad del panecillo de mamá y le da un buen mordisco—. Tiene ese aire de hombre del pueblo que funciona tan bien. Tú, querida mía, puedes parecer un poco estirada. Fría. —Otro mordisco—. Me consta que no es así, pero...

Un momento. Miro a Hanabi, esperando que esté tan indignada con lo que acabamos de oír como yo, pero solo tiene ojos para Konohamaru. Ambos están con las manos entrelazadas.

—Entonces, ¿qué debería hacer? —El ceño de mamá se frunce aún más. Nunca la he oído pedir consejo a nadie. Ni siquiera le resulta fácil pedir indicaciones cuando nos hemos perdido.

—Tranquila. —Obito le da un apretón en el antebrazo—. Solo vamos a mostrar lo que ya eres. El lado más dulce de Horai.

«Parece el anuncio de un pastel.»

Se mete la mano en el bolsillo, saca algo y nos lo enseña. Se trata de uno de los folletos de la anterior campaña electoral de mamá.

—Mira, a esto es a lo que me refiero. El eslogan de tu campaña anterior decía: «Horai Hyuga, trabajando por el bien común». Es horrible, querida.

—Pero gané, Obito —puntualiza mi madre a la defensiva.

Me impresiona bastante que esté siendo tan directo con ella. El lema de aquella campaña consiguió que Hanabi y yo recibiéramos nuestra buena cuota de burlas por parte de nuestros compañeros de clase.

—Sí, lo hiciste. —Esboza una rápida sonrisa—. Gracias a tu encanto y capacidad. Pero ¿el bien común? ¿De verdad? Chicas, ¿tengo o no tengo razón? —Konohamaru se hace con un tercer panecillo y mira con pesar la puerta de salida. No le culpo por querer salir de aquí cuanto antes—. La última persona que usó un lema como ese fue Hashirama Senju. Puede que también su hermano, Tobirama. Como acabo de decirte tienes que ser más identificable, ser la persona que los electores están buscando. Cada día se mudan más familias a este estado; familias jóvenes. Ellos son tu objetivo. No tienes que luchar por el voto del americano medio. Kakashi Hatake ya lo tiene acaparado para sí. Así que esta es mi idea:

«Horai Hyuga trabaja duro por tu familia porque la familia es lo que más le importa». ¿Qué te parece?

Justo en este momento aparece el camarero con nuestros aperitivos. Me doy cuenta de que no le sorprende ver a Obito en la mesa, por lo que me pregunto si todo esto no estaba planeado.

—Madre mía, esto tiene una pinta estupenda —apunta Obito Uchiha mientras el camarero coloca un gran cuenco de sopa de pescado delante de él—. Algunos dirán que los sureños no sabemos apreciar este tipo de comida, pero me gusta disfrutar de los placeres de la vida y esto —afirma, señalando con la cuchara a mi madre mientras nos mira esbozando una enorme sonrisa—, está delicioso.

Tengo la sensación de que Obito Uchiha va a pasar muchas horas con nosotros.