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LA CASA NAMIKAZE

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Al día siguiente, cuando llego a casa después del trabajo, sudorosa tras la caminata bajo el sol del verano, mis ojos vuelan al hogar de los Namikaze. La casa está inmersa en un extraño silencio. Me quedo allí parada, observando, hasta que diviso a Naruto en el camino de entrada, tumbado de espaldas mientras repara una enorme moto plateada y negra.

Les aviso desde ya que no soy el tipo de adolescente que se deja deslumbrar por las motos y las cazadoras de cuero. Ni mucho menos. Shino Aburame, con sus oscuros jerséis de cuello vuelto y taciturna poesía, ha sido lo más lejos que ha llegado a gustarme un «chico malo» y tuve suficiente para el resto de mi vida. Estuvimos saliendo casi toda la primavera, hasta que me di cuenta de que más que un artista torturado era una tortura en sí mismo. Aclarado este punto, y sin pensarlo siquiera, voy hacia el final de nuestro jardín delantero, rodeo la valla que separa a «dos buenos vecinos» que mi madre instaló meses después de que se mudaran los Namikaze —mide más de metro ochenta— y me dirijo al camino de entrada.

—Eh, hola —digo.

«Un saludo memorable, Hinata.»

Naruto se apoya sobre un codo y me mira durante un minuto sin decir nada. Tiene una expresión indescifrable en el rostro, lo que hace que me entren ganas de volver por donde he venido.

Entonces comenta:

—Supongo que eso que llevas puesto es un uniforme.

Maldita sea. Se me había olvidado que no me lo había quitado. Me echo un vistazo: falda corta azul marino, camisa blanca acampanada estilo marinero y pañuelo de color rojo vivo atado al cuello.

—Bingo. —No puedo sentir más vergüenza.

Naruto asiente. A continuación esboza una enorme sonrisa.

—Ya decía yo que no me parecía muy del estilo Hinata Hyuga. ¿Dónde rayos trabajas?— Se aclara la garganta—. ¿Y por qué allí?

—En el Bar de Tezuna. Cerca del muelle. Me gusta mantenerme ocupada.

—¿Y el uniforme?

—Lo diseñó mi jefe.

Naruto me estudia en silencio durante un minuto o dos y termina diciendo: —Debe de tener muchísima imaginación.

No sé cómo responder a eso, así que hago uno de los típicos gestos de despreocupación de Hanabi y me encojo de hombros.

—¿Pagan bien? —pregunta él mientras intenta alcanzar una llave inglesa.

—Dan las mejores propinas de la ciudad.

—Seguro que sí.

No tengo ni idea de por qué estoy manteniendo esta conversación, ni tampoco sé cómo seguirla.

Veo que está concentrado en desatornillar o soltar algo, así que le pregunto.

—¿Es tu moto?

—De mi hermano Shee. —Deja de trabajar y se sienta, como si pensara que es de mala educación seguir con sus cosas mientras habla conmigo—. Le gusta cultivar la imagen de «rebelde sin causa». La prefiere a la de deportista, lo que en realidad es. Dice que así consigue a las estudiantes más listas.

Asiento con la cabeza, como si supiera algo del asunto.

—¿Y de verdad lo consigue?

—No lo sé. —Frunce el ceño—. Eso de dar una imagen distinta de lo que eres en realidad siempre me ha parecido algo falso, una especie de manipulación.

—Entonces, ¿tú no representas ningún papel? —Me siento en el césped que hay al lado del camino de entrada.

—No. Lo que ves es lo que hay. —Vuelve a sonreír.

Si soy sincera, lo que veo, ahora que lo tengo tan cerca y a la luz del día, me gusta bastante.

Además del pelo rubio con mechas doradas y los dientes blancos, Naruto Namikaze tiene los ojos azules y una de esas bocas exuberantes que parecen estar a punto de ponerse a reír en cualquier momento. Y por si eso fuera poco, tiene esa magnética forma de mirarte siempre a los ojos cuando habla contigo. ¡Por Dios!

Echó un vistazo a mi alrededor, pensando en algo que decir.

—Parece que esto está muy tranquilo hoy —comento finalmente.

—Estoy de niñero.

Vuelvo a mirar a mi alrededor.

—¿Dónde está el bebé? ¿En la caja de herramientas?

Naruto ladea la cabeza, reconociendo la broma.

—Durmiendo la siesta —explica—. Gaara y Tema. Mi madre ha salido a hacer la compra y tarda lo suyo.

—Me imagino. —Dejo de mirarle la cara y me doy cuenta de que tiene el cuello de la camiseta y las sisas empapadas de sudor—. ¿Tienes sed? —pregunto.

Otra enorme sonrisa.

—Sí. Pero no pienso arriesgar la vida y pedir que me traigas algo. Sé que al nuevo novio de tu madre le pusiste en la lista negra solo por pedirte que le hicieras un café.

—Yo también estoy sedienta. Y tengo mucho calor. Mi madre prepara una limonada estupenda. —Me levanto y empiezo a dirigirme a mi casa.

—Hinata.

—¿Sí?

—Vuelve, ¿de acuerdo?

Le miro durante un segundo, después hago un gesto de asentimiento y me meto en casa, me ducho —descubriendo que la traidora de mi hermana ha vuelto a gastar lo que quedaba de mi acondicionador—, me pongo unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes y regreso con dos enormes vasos de plástico llenos de limonada con hielo.

Naruto está de espaldas, haciendo algo con una de las ruedas, pero se vuelve en cuanto mis chanclas resuenan en su camino de entrada.

Le entrego la limonada y la mira como me he fijado que Naruto Namikaze suele mirarlo todo: detenidamente, sin pasar por alto nada.

—¡Vaya! Los cubitos de hielo están hechos de limonada y llevan trozos de cáscara de limón y menta.

—Sí. Mi madre es una perfeccionista. Verla hacer limonada es como estar en un laboratorio de química.

Vacía el vaso de un trago y alarga la mano en busca del otro.

—Este es mío —digo yo.

—Oh... sí... por supuesto. Perdón. Tengo muchísima sed.

Le ofrezco mi limonada.

—Vamos, toma. En casa hay más.

Él niega con la cabeza.

—No, nunca te privaría de nada.

Noto cómo en mi estómago revolotean esas mariposas de las que todo el mundo habla. «Mala señal.» Es la segunda vez que hablamos. «Muy mala señal, Hinata.»

Justo en este instante oímos el motor de un automóvil que está aparcando a nuestro lado.

—¡Hola, Hinata!

Se trata de Konohamaru. Sale del vehículo y se acerca.

—¿Qué tal, Konohamaru? —pregunta Naruto.

—¿Le conoces?

—Salió con mi hermana Ino el año pasado.

—No se lo digas a Hanabi —se apresura a decir Konohamaru.

Naruto me mira en busca de una explicación.

—Mi hermana es muy posesiva —le aclaro.

—Inmensamente posesiva —añade Konohamaru.

—Siente muchos celos de las ex novias de sus novios —digo yo.

—Durante mucho tiempo —admite Konoahamaru.

—¡Pues qué bien! —ironiza Naruto.

Konoahamaru se pone a la defensiva. —Pero me es fiel. No se acuesta con mi pareja de dobles en el tenis.

Naruto hace una mueca. —Hombre, ya sabías en lo que te metías cuando empezaste a salir con Ino.

Miro a ambos.

—Bueno... no sabía que se conocían —comenta Konohamaru tras unos segundos.

—No nos conocemos —replico yo justo cuando Naruto dice: «Pues sí».

—Muy bien, da igual. —Konoahamaru alza las manos en un gesto que denota que no le interesa el asunto—.

¿Dónde está Hanabi?

—Se supone que tengo que decirte que estará ocupada todo el día —confieso yo. Mi hermana es toda una maestra en el arte de hacerse la difícil con los chicos; incluso cuando ya está saliendo con ellos.

—De acuerdo. ¿Y dónde está, a ver?

—En la playa.

—Entonces voy para allá. —Konohamaru se da la vuelta dispuesto a marcharse.

—Si le llevas la revista Miss Konoha —le grito— y un helado de coco triunfarás.

—Eres buena gente —me dice Naruto cuando me vuelvo hacia él.

Parece complacido, como si ese aspecto de mi personalidad le hubiera pillado desprevenido. —No te creas. Es mejor para mí que Hanabi esté feliz. Así me roba menos la ropa. Ya sabes cómo son las hermanas.

—Sí, pero las mías no me quitan la ropa.

De repente oigo un grito, una especie de chillido fantasmal. Me sobresalto y abro los ojos como platos.

Naruto señala el intercomunicador para bebés que hay enchufado en el garaje.

—Gaara —explica y se dispone a entrar en la casa. Después, se da la vuelta y me hace un gesto para que le acompañe.

Y así, tras todos estos años, es como me adentro por primera vez en el hogar de los Namikaze. Gracias a Dios mi madre hoy trabaja hasta tarde.

Lo primero que me llama la atención es el color. En nuestra cocina todo es de color blanco o gris metalizado —las paredes, las encimeras de granito, el frigorífico, el lavavajillas. Las paredes de los Namikaze son de un vivo amarillo. Las cortinas también son del mismo tono, pero adornadas con hojas verdes. Todo lo demás es un arco iris de color. El frigorífico está cubierto de diferentes dibujos, y otros tantos más están pegados a las paredes con cinta adhesiva. Los mostradores de formica verde están llenos de tarros con plastilina, juguetes con formas de animales y cajas de cereales y el fregadero tiene una pila de platos por lavar. En el centro hay una mesa lo suficientemente grande para que todos los Namikaze puedan sentarse a comer, pero no tanto como para contener la pila de periódicos, revistas, calcetines, envoltorios de bocadillos, gafas de bucear, manzanas a medio comer y cáscaras de plátanos que hay.

Gaara viene a nuestro encuentro antes de que salgamos de la cocina. Trae consigo un enorme dinosaurio de plástico y solo lleva una camiseta con el lema «Yo amo el Pais del Remolino»; es decir, que va sin pantalones y sin ropa interior.

—Vaya, compañero, ¿qué te ha pasado? —Naruto se inclina sobre él, señalando con la mano la parte inferior desnuda de su hermano.

El pequeño pelirrojo, con las mejillas surcadas de lágrimas, aunque ya sin llorar, toma una profunda bocanada de aire.

—He tenido una pesadilla con los agujeros negros.

—Entiendo —asiente Naruto, enderezándose—. ¿Te has hecho pis en la cama?

Gaara dice que sí con la cabeza con aire de culpabilidad, entonces mira a través de sus largas pestañas en mi dirección.

—¿Quién es?

—La vecina de al lado. Se llama Hinata y apuesto a que sabe muchas cosas de los agujeros negros.

Gaara me mira con recelo desde sus ojos verdes aun acuosos.

—¿De verdad?

—Bueno —digo yo—. Sé que... mmm... son estrellas que perdieron toda su energía y que estallaron desde el interior, impulsadas por su propia fuerza de gravedad y que... una vez que absorben algo hacia su interior, desaparece.

Gaara empieza a gritar otra vez.

Naruto lo alza en brazos, con trasero desnudo incluido.

—También sabe que no hay ninguno cerca de Konoha. ¿Verdad, Hinata?

Me siento fatal. —Ni en nuestra galaxia —me apresuro a añadir, aunque estoy segura que hay uno en la Vía Láctea.

—Hay uno en la Vía Láctea —solloza Gaara.

—Pero ninguno cerca de la casa. —Extiendo la mano para acariciarle la espalda y, sin darme cuenta, rozó la mano de Naruto, pues él está haciendo lo mismo. La aparto al instante.

—Ya lo ves, hermanito, estás completamente a salvo.

El llanto de Gaara disminuye, transformándose en hipidos, hasta que desaparece gracias a un helado de lima.

—No sabes cuánto lo siento —susurro a Naruto. Rechazo el último helado que queda en la caja que me ofrece.

—¿Cómo ibas a saberlo? —susurra él también—. ¿Y cómo iba a saber yo que eras una experta en astrofísica?

—Hubo una época en que me dio por observar las estrellas. —Cuando pienso en todas las noches que me quedé sentada en el tejado, mirando las estrellas... y a los Namikaze, me pongo roja.

Naruto me mira enarcando una ceja, como si estuviera tratando de adivinar de qué me avergüenzo.

Lo peor de ser tan blanca es que se ruborizan todas las partes de tu cuerpo; orejas, cuello... todo. Es imposible que pase desapercibido.

De nuevo oímos otro grito proveniente de la planta de arriba.

—Esa va a ser Temari. —Naruto comienza a subir las escaleras—. Espérame aquí.

—Mejor me voy a casa —repongo yo, aunque en realidad no tengo ninguna razón para hacerlo.

—No, por favor, quédate. Solo será un segundo.

Me quedo con Gaara, que lame ensimismado su helado hasta que, tras unos minutos, decide preguntar:

—¿Sabes que en el espacio hace mucho, mucho frío? ¿Y que no hay oxígeno? ¿Y que si un astronauta se cae de su nave sin su traje espacial se muere en seguida?

Por suerte soy de las que aprendo rápido.

—Pero eso es algo que nunca pasará porque los astronautas son muy, muy cuidadosos.

Gaara me sonríe. Tiene la misma sonrisa deslumbrante que su hermano mayor, aunque a estas alturas sus dientes están verdes.

—¿Podría casarme contigo? —confiesa—. ¿Te gustaría tener muchos hijos?

Empiezo a toser. Al instante siento una mano dándome golpecitos en la espalda.

—Gaara, para hablar de esos asuntos es mejor que lo hagas con los pantalones puestos.— Naruto deja caer unos calzoncillos a los pies de su hermano y después baja a Temari al suelo y la deja a su lado.

La pequeña lleva un bañador rosa y una de esas pequeñas coletas altas que hacen que el pelo salga disparado desde la coronilla. Es toda brazos y piernas regordetas. ¿Qué edad tiene ahora? ¿Un año?

—¿«Eta»? —pregunta, señalándome de forma un tanto agresiva.

—«Eta» es Hinata —dice Naruto—. Por lo visto va a ser tu nueva cuñada. —Enarca una ceja. Tú y Gaata no se andan con contemplaciones.

—Estábamos hablando de astronautas —explico yo, justo cuando la puerta se abre y aparece la señora Namikaze tambaleándose por el peso de lo que parecen cincuenta bolsas de la compra.

—Entiendo. —Naruto guiña un ojo y se vuelve hacia su madre—. Hola, mamá.

—Hola, cariño. ¿Qué tal se han portado? —Tiene la mirada fija en su hijo mayor y no se ha dado cuenta de mi presencia.

—Razonablemente bien. Pero hay que cambiar las sábanas de Gaara. —Ayuda a su madre con algunas bolsas y las deja en el suelo, al lado del frigorífico.

La señora Namikaze le mira con los ojos entrecerrados. Estos son de un verde un tanto más oscuro que los de Gaara, casi castaños. Es una madre guapa, con un rostro afable y pequeñas patas de gallo en las comisuras de los ojos, lo que denota que sonríe a menudo. Tiene la misma tez aceitunada típica de la familia y el pelo rojo largo y brillante.

—¿Qué cuento le leíste antes de echarse la siesta?

—Vamos, mamá. Jorge, el curioso, pero con algunos cambios. Había un incidente con un globo de aire caliente que creí que podría ser problemático. —Se vuelve hacia mí—. Oh, lo siento, Hinata. Esta es mi madre. Mamá, Hinata Hyuga. La vecina del al lado.

La señora Namikaze esboza una enorme sonrisa.

—Ni siquiera me he dado cuenta de que estabas. No sé cómo he podido pasar por alto a una muchacha tan bonita. Me encanta el brillo de labios que llevas.

—¡Mamá! —exclama Naruto un poco avergonzado.

Su madre se dirige a él.

—Esta es la primera tanda. ¿Puedes traer las otras bolsas?

Mientras Naruto trae lo que parece un sinfín de bolsas, la señora Namikaze empieza a hablar conmigo como si nos conociéramos de toda la vida. Me resulta tan extraño estar aquí sentada, en esta cocina, con una mujer a la que llevo observando desde la distancia durante años. Es como encontrarte en un ascensor con alguien famoso. Hasta tengo que controlarme para no decir: «Soy una gran fan suya».

Le ayudo a colocar la comida mientras ella se las apaña para dar de mamar a Patsy. Si mi madre estuviera aquí se moriría. Yo, sin embargo, intento fingir que estoy acostumbrada a ver este tipo de cosas.

Llevo una hora con los Namikaze y ya he visto a uno de ellos semidesnudo y una buena porción de los pechos de la madre. Ahora solo me falta que Naruto se quite la camiseta.

Por suerte para mi salud mental no lo hace, aunque sí que anuncia, después de traer todas las bolsas, que necesita una ducha y me invita a acompañarle escaleras arriba.

Lo más absurdo de todo es que le sigo. Apenas le conozco. No sé qué tipo de persona es. Aunque me imagino que si su madre (una mujer aparentemente normal) deja que se lleve a una chica a su habitación es porque no es un violador psicópata. Aún así, ¿qué pensaría mi madre?

Entrar en la habitación de Naruto es como entrar en... No sé muy bien cómo describirla... ¿Cómo entrar en un bosque? ¿Un santuario de aves? ¿Uno de esos hábitats tropicales que hay en los zoos?

Tiene plantas por todas partes; algunas altas, otras colgantes, otras frondosas, incluso cactus. En una jaula hay tres periquitos; en otra, una cacatúa con cara de pocos amigos. Mires donde mires hay algún tipo de animal. Una tortuga en un recipiente al lado del escritorio. Varios jerbos en otra jaula. Un terrario con una especie de lagarto. Un hurón tumbado en una pequeña hamaca también en una jaula. Un roedor, que no tengo ni idea de lo que es, con el pelo negro y gris del tamaño de una bestia. Y para finalizar, sobre la cama impecablemente hecha, un enorme gato naranja que parece una pelota con apéndices peludos.

—Kurama. —Naruto me indica que me siente en una silla junto a la cama. Cuando lo hago, el animal salta sobre mi regazo y empieza a soltar pelo profusamente mientras intenta enroscarse sobre mis pantalones cortos.

—¡Qué cariñoso!

—Ni te imaginas. Lo destetaron demasiado pronto —comenta Naruto—. Voy a ducharme. Estás en tu casa.

«Sí, claro. En su habitación. No hay problema.»

En alguna que otra ocasión estuve en el dormitorio de Shino, pero normalmente a oscuras, donde me recitaba algunos de los lúgubres poemas que había memorizado. Eso sí, le costó más de dos conversaciones conseguir que aceptara ir allí. Con Kiba Inozuka salí el pasado otoño; duramos muy poco juntos, el tiempo que tardamos en darnos cuenta de que el hecho de que me gustaran sus hoyuelos y a él mi largo cabello (bueno, seamos sinceros, mis tetas) no era base suficiente para que una relación funcionase. Nunca me llevó a su habitación. Puede que Naruto Namikaze sea una especie de encantador de serpientes. Eso explicaría lo de los animales. Miro a mi alrededor. Oh, Dios, sí que hay una serpiente; una de esas naranjas, blancas y negras con pinta aterradora. A pesar de que sé que no son peligrosas no puedo evitar que se me pongan los pelos de punta.

La puerta se abre, pero no es Naruto. Se trata de Gaara, que aunque sí que lleva puestos los calzoncillos, ahora va sin camiseta. Se acerca, se deja caer sobre la cama y me mira con expresión sombría.

—¿Sabías que el transbordador espacial Challenger explotó?

Asiento con la cabeza.

—De eso hace mucho tiempo. En los últimos años han mejorado mucho las cosas.

—Cuando sea mayor voy a entrar en la NASA, pero no en los transbordadores. No quiero morirme nunca.

Me entran unas ganas enormes de darle un abrazo.

—Yo tampoco, Gaara.

—¿Vas a casarte con Naruto?

Me pongo a toser de nuevo.

—¿Qué? No, no. Gaara, solo tengo diecisiete años. —Como si esa fuera la única razón por la que no estamos comprometidos.

—Yo tengo estos. —Alza la mano y saca cuatro dedos regordetes—. Pero Naruto tiene diecisiete y medio. Podrías casarte con él. Así te vendrías a vivir aquí y tendrían muchos hijos.

Naruto irrumpe en la habitación justo en mitad de la proposición.

—Gaara. Lárgate. En la tele está puesto el Discovery Channel.

Gaara sale de la habitación caminando marcha atrás, pero antes de retirarse del todo añade: —Su cama es muy cómoda. Y nunca se hace pis en ella.

Cuando cierra la puerta ambos empezamos a reír.

—Oh, Jesús. —Naruto lleva una camiseta verde diferente a la de antes y un par de pantalones de deporte cortos azul marino. Se sienta en la cama. Lleva el cabello mojado y pequeñas gotas de agua caen por sus hombros.

—No te preocupes. Me encanta tu hermano pequeño. Creo que me casaré con él.

—Deberías pensártelo dos veces. O al menos tener mucho cuidado con lo que le leas antes de dormir. —Esboza una sonrisa perezosa.

Tengo que salir de esta habitación cuanto antes. Me pongo de pie, dispuesta a cruzar la estancia, pero entonces me fijo en la fotografía de una muchacha pegada en el espejo que hay encima de la cómoda. Voy hacia allí para verla más de cerca. Tiene el pelo rubio platino y (lo lleva recogido en una coleta) y una expresión seria. También es bastante guapa.

—¿Quién es?

—Shion. Mi ex novia. Se hizo la foto en papel adherible en el centro comercial y ahora no puedo despegarla.

—¿Por qué ex?

¿Por qué estoy haciendo esta pregunta?

—Se volvió demasiado peligrosa. ¿Sabes? Ahora que lo pienso, creo que podría pegar alguna otra cosa encima.

—Claro. —Me inclino sobre el espejo, examinando sus perfectos rasgos—. Define peligrosa.

—Le gustaba robar en las tiendas. Mucho. Y quería que todas nuestras citas fueran en un centro comercial. Resultaba difícil no parecer su cómplice. Mi idea de una noche perfecta no es precisamente estar esperando a que me saquen del calabozo.

—Mi hermana también solía robar —digo, como si esto fuera una anécdota divertida que tenemos en común.

—¿Y alguna vez te llevó con ella?

—Gracias a Dios, no. Me moriría si me metiera en un lío como ese.

Naruto me mira intensamente, como si lo que acabo de decir fuera algo muy profundo.

—No lo harías, Hinata. No te morirías. Solo tendrías un problema que terminarías superando.

Está detrás de mí, de nuevo demasiado cerca. Huele a champú de menta, a frescura, a limpio. Por lo visto cualquier distancia que haya entre nosotros es demasiado cerca.

—Sí, bueno... Tengo que irme. A casa. Tengo cosas que hacer.

—¿Estás segura?

Asiento con firmeza.

Cuando llegamos a la altura de la cocina, la puerta se abre y entra el señor Namikaze seguido de un niño pequeño. Pequeño pero más grande que Gaara. ¿Menma? ¿Buna?

Como con el resto de la familia, hasta ahora solo había visto de lejos al padre de Naruto. De cerca parece más joven, más alto, con el tipo de carisma que hace que una habitación se llene con su mera presencia. También tiene el cabello del mismo tono rubio de Naruto, con algunos mechones de color gris. Gaara entra corriendo y se lanza sobre la pierna de su padre. La señora Namikaza se aparta del fregadero y le sonríe. Ahora mismo tiene el mismo brillo en la mirada que he visto a muchas de mis compañeras de clase cuando el chico que les gusta entra en una estancia llena de gente.

—¡Minato! ¡Hoy has llegado muy pronto!

—Llevábamos tres horas sin que nadie entrara en la tienda. —El señor Namikaze se aparta un mechón de pelo de la cara y se lo mete detrás de una oreja—. De modo que decidí que aprovecharía más el tiempo ayudando a Naruto con los entrenamientos. Me fui a buscar a Buna a casa de su amigo y vine para casa.

—¡Me pido el cronómetro! ¡Me pido el cronómetro! —grita Buna.

—¡Me toca a mí, papi! ¡Hoy me toca a mí! —A Gaara se le contrae la cara.

—Pero si ni siquiera te sabes los números —espeta Buna—. Da igual lo rápido o lento que corra, tú siempre dices que ha tardado once minutos. Lo llevaré yo.

—He traído de la tienda otro cronómetro más —apunta el cabeza de familia—. ¿Preparado, Naruto?

—Ahora mismo está con Hinata... —empieza la señora Namikaze, pero la interrumpo.

—Ya me iba.

El padre de Naruto se vuelve hacia mí.

—Hola, Hinata. —Su enorme mano envuelve la mía por completo. Me mira fijamente y sonríe —. Así que tú eres la misteriosa chica que vive en la casa de al lado.

Miro de inmediato a Naruto pero tiene una expresión inescrutable en el rostro.

—Sí, vivo aquí al lado, eso es cierto. Pero le aseguro que no tengo nada de misteriosa.

—Bueno, me alegro de verte más de cerca. No sabía que Naruto tuviera...

—Voy a acompañarla fuera, papá. Luego me pondré con las pesas. Hoy empezamos con eso, ¿no?

Mientras salimos de la cocina, la señora Namikaze me invita a volver cuando quiera.

—Me alegro de que hayas venido —comenta Naruto cuando llegamos al final del camino de entrada—. Siento de nuevo lo de Gaara.

—Me encanta Gaara. ¿Para qué te estás entrenando?

—Ah... eso. Para la temporada de fútbol. Este año voy a jugar de cornerback, ya sabes, en la línea de defensa. Quizá me ayude a conseguir una beca que, todo hay que decirlo, me vendría de maravilla.

Me quedo parada un momento, entrecerrando los ojos por los rayos de sol que me dan de frente y preguntándome qué decir a continuación. No sé si despedirme o no despedirme. De todos modos, ¿por qué estoy tan preocupada si mi madre no llegará a casa hasta dentro de unas horas? Retrocedo un paso pero me tropiezo con una pala de plástico y estoy a punto de caer.

Naruto me sujeta al instante.

—Ten cuidado.

—¡Uy! Sí... Bueno... Adiós. —Tras un rápido gesto de despedida con la mano entro en casa corriendo.

«¿Uy?»

«Hinata, por Dios.»