.

EL NOVIO DE MI MADRE

.

.

.

En cuanto estamos en el porche, doy un apretón a Sakura en la mano.

—¡Lo sé! —dice ella—. Está mucho peor desde que le expulsaron de Byakugan. Se pasa todo el día así y solo Dios sabe lo que hace de noche. Mis padres no sospechan lo más mínimo. Mamá se cree todas sus mentiras. «Eso que has encontrado en la mochila solo es té que compré en un herbolario». «¿Qué píldoras, mamá? ¿Te refieres a las aspirinas?». «¿Eso blanco? Es solo sal». Pero después se pone furiosa si suelta alguna palabrota y le castiga a echar dinero en la alcancia cada vez que dice una. Pero le da igual, porque luego me lo quita a mí de mi cartera. En cuanto a mi padre… ya sabes… —Se encoge de hombros.

La señora Haruno es la persona más exaltadamente alegre que he conocido. Todas sus frases empiezan con exclamaciones: «¡No me digas!», «¡Oh, Dios mío!», «¡Esto es fantástico!», «¡Qué bien!». El señor Haruno es justamente lo contrario, casi nunca dice nada. Cuando éramos pequeños, tenía un juguete, uno de esos pollitos de plástico dentro de una cesta de Pascua, que me recordaba mucho a él. Nada más llegar a casa del trabajo suele sentarse en un sillón de cuadros escoceses y se queda allí quieto hasta la cena, a continuación vuelve a adoptar la misma posición hasta que se va a la cama; parece como si tuviera una pila interna que solo le dura el tiempo suficiente para ir de casa al trabajo y del sillón a la mesa.

—Incluso ha puesto la planta de Sai en medio de las suyas y la riega y todo.

¿Qué tipo de hombre joven de los ochenta fue que no reconoce la marihuana? —Se está riendo, pero en su tono de voz se atisba cierto matiz de histeria—. Es como si Sai se estuviera ahogando y a ellos solo les preocupara el color de su bañador.

—¿Y no les has contado nada? —pregunto, no por primera, ni por segunda, ni por centésima vez. Aunque, ¿quién soy yo para hablar? Tampoco he comentado nada a mamá sobre Sai.

Sakura vuelve a reírse pero no responde directamente a la pregunta.

—Esta mañana, cuando he ido a desayunar, papá estaba diciendo que puede que lo que Sai necesite es entrar en alguna academia militar que haga de él un hombre. O pasar una temporada en el ejército. ¿Te imaginas? Sería el típico recluta que termina encolerizando a sus superiores hasta tal punto que lo meterían en algún agujero horrible y se olvidarían de él. O tocaría las narices al matón del campus y se ganaría una paliza de muerte. O se enrollaría con la mujer de algún sargento de instrucción y acabaría con un tiro en la frente.

—Menos mal que no te has dedicado a pensar en las diversas posibilidades —digo yo.

Sakura me rodea el hombro con un brazo. —Te he echado de menos, Hinata. Lo siento. Me he centrado únicamente en Sasuke y en sus fiestas de graduación. En realidad quería estar lo más lejos posible de casa.

—¿Y qué tal te va con él? —Sé que se muere por hablar del tema y dejar de lado el drama de Sai.

—Sasuke… —suspira—. Tal vez debería seguir enamorada platónicamente de Tenzo Yamato y Steve McQueen. No sé qué le pasa. Está súper estresado con lo de la universidad del Rayo pero ya sabes lo inteligente que es. Además, la universidad no empieza hasta dentro de tres meses. Estamos en junio, ¿es que no puede relajarse un poco?

—Claro. —Le doy un ligero empujón con el hombro—. Y eso lo dice la que se ha puesto con las solicitudes universitarias cuando todavía le queda un año para terminar el instituto.

—Por eso somos la pareja perfecta, ¿verdad? —dice con una pequeña mueca.

En cuanto entramos en la avenida principal se levanta una brisa que sacude las hojas de los arces que bordean la carretera, produciendo un sonido similar al que hace un suspiro. El aire huele a sal y a plantas. Cuando pasamos cerca de la tienda Dango, dos figuras salen por la puerta y parpadean al darles de frente la luz del sol. Se trata de Obito. Y de una morena muy guapa vestida como una mujer de negocios. Freno en seco, centrando toda mi atención en ellos. Me fijo en la enorme sonrisa que él esboza y en cómo se inclina para besarla. En los labios. Con mano en la espalda incluida.

Sabía que iba a tener que ver más veces a Obito Uchiha, pero no me esperaba esto.

—¿Qué pasa, Hinata? —pregunta Sakura, tirándome del brazo.

«¿Que qué pasa?». No es que le haya dado un beso con lengua, pero tampoco el beso que le darías a una hermana.

—Ese es el nuevo novio de mi madre. —Ahora Obito da un apretón al hombro de la morena y le guiña un ojo sin dejar de sonreír.

—¿Que tu madre tiene novio? ¿Estás de broma? ¿Desde cuándo?

La mujer se ríe y acaricia la manga de Obito.

Sakura me mira con cara de circunstancias.

—No sé cuándo se conocieron, pero parece que van en serio. O parecía. Al menos por parte de mi madre.

Ahora la morena, que debe de ser unos diez años más joven que mi madre, abre su maletín y le entrega a Obito una carpeta. Él ladea la cabeza y la mira con expresión de «eres la mejor».

—¿Sabes si está casado? —pregunta Sakura en un murmullo.

De repente me doy cuenta de que estamos paradas en medio de la acera, mirándolos fijamente. Entonces Obito se vuelve hacia nosotras y me saluda tan tranquilo. «Como se te ocurra engañar a mi madre…», pienso, aunque no termino la frase porque, seamos sinceros, ¿qué haría?

—Seguro que solo es una amiga —señala Sakura en un tono nada convincente—.Venga, vamos a tomarnos ese helado.

Miro a Obito una última vez, esperando transmitir la amenaza de un daño inminente a sus partes más preciadas si traiciona a mi madre, y sigo a Sakura. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Intento dejar de pensar en Obito, al menos hasta que llegue a casa y pueda detenerme a meditar sobre el asunto. Gracias a Dios, Sakura no ha sacado el tema a colación.

Cuando llegamos al Pais del dulce me siento aliviada. La heladería está situada en un pequeño edificio de dos plantas cerca del muelle, que divide la desembocadura del río desde el océano. Antes era la tienda de chucherías a un centavo, cuando podías comprar dulces a ese precio; ahora, su gran atracción es Matatabi, una especie de gato falso color azul que por el módico precio de un cuarto de dólar manotea pequeños caramelos con forma de pluma a un ritmo frenético. Por alguna extraña razón, este gato con trastorno obsesivo compulsivo es un gran reclamo turístico, junto con el helado y las vistas al faro.

Sakura rebusca en su cartera. —¡Hinata! ¡Tenía veinte dólares pero no consigo encontrarlos! ¡Voy a matar a mi hermano!

—No te preocupes —le digo, mientras saco unos cuantos billetes del bolsillo.

—Te lo pagaré —asegura Sakura, tomando el dinero.

—Tranquila, Saky, no pasa nada. ¿Quieres el helado o no?

—Sí, después. Bueno, como te iba contando, anoche Sasuke me llevó a ver una película. Creí que nos lo habíamos pasado bien pero hoy solo he recibido un mensaje de él en el que me pone «TQ» en vez de escribirlo completo. ¿Qué te parece?

Nunca he entendido a Sasuke, la verdad. Es una de esas personas tan inteligentes que hacen que te sientas estúpido a su lado.

—Tal vez iba con prisa.

—¿Conmigo? Si hay alguien a quien tienes que dedicarle tiempo es a tu novia, ¿no? —Sakura llena una bolsa de plástico con caramelos, ositos de goma y bolas de chocolate. La terapia de azúcar en la sangre nunca falla.

Durante un rato no sé muy bien qué decir. Al final, sin mirarla a los ojos, suelto lo que llevo pensando desde hace un tiempo.

—Me da la sensación de que Sasuke siempre te pone nerviosa, ¿verdad?

Sakura está observando a Matatabi, que parece estar sufriendo un ataque de epilepsia. Ya no manotea las plumas, solo se mueve de delante hacia atrás espasmódicamente.

—No sabría qué decirte —comenta tras unos segundos—. Sasuke es el primer novio de verdad que tengo. Tú has tenido a Kiba y a Shino. Incluso a Hidan cuando estábamos en octavo.

—Hidan no cuenta. Solo nos besamos una vez.

—Y él les contó a todos que habíais llegado hasta el final —dice Sakura como para demostrar su teoría.

—Cierto, lo había olvidado. ¡Qué caballero! Fue el amor de mi vida, es verdad.

¿Qué tal fue la película con Sasuke?

Los movimientos de Matatabi se van ralentizando hasta que termina por detenerse de repente.

—¿La película? —pregunta Sakura distraída—. Ah, sí. La tristeza y la piedad.

Bueno, estuvo bien… para tratarse de un documental en blanco y negro de tres horas sobre la guerra. Pero después nos fuimos a tomar un café y terminamos en una cafetería a la que suelen ir estudiantes universitarios. Entonces Sasuke se puso en plan pedante y empezó a usar palabras como «tautológico» y «trasfondo».

Me echo a reír. Aunque lo que más atrae de Sasuke a Sakura es precisamente su inteligencia, saca su vena pomposa muy a menudo.

—Al final tuve que llevarle a rastras al coche y besarle para que se callara.

Antes de que termine de decir «besarle» me imagino los labios de Naruto Namikaze. Lo cierto es que los tiene muy bonitos. Con el inferior más carnoso, aunque sin parecer que está haciendo un puchero. Me vuelvo hacia Sakura y la miro. Está inclinada sobre otro expositor de dulces. Lleva el fino pelo rosa fresa recogido detrás de una oreja y se está mordiendo una uña. Tiene la nariz un poco quemada por el sol. Abro la boca dispuesta a decirle que he conocido a un muchacho, pero no me salen las palabras. Ni siquiera Sakura sabe que he estado observando a los Namikaze todo este tiempo. No es que no quisiera contárselo… es que nunca salió el tema. Además, lo de Naruto es una historia que puede terminar en cualquier parte. O en ninguna. Vuelvo a centrarme en los dulces.

—¿Qué te parece? —pregunta Sakura—. ¿Le llevamos a Sai sus caramelos? Tú eres la que tiene el dinero, así que tú decides.

—Sí, claro. Pero solo de los verdes que le dan escalofríos.

Sakura cierra su bolsa haciendo un rugoso nudo en la parte superior.

—¿Qué vamos a hacer con él, Hinata?

Echo unos cuantos caramelos verdes en una bolsa de papel blanco y me acuerdo de aquella vez cuando teníamos siete años y me picó una medusa. Sai lloró y lloró porque su madre, y la mía, no dejaron que hiciera pis en mi pierna y él había oído que era un excelente remedio para las picaduras de ese tipo.

—Pero mamá —se quejó él entre sollozos—. ¡Yo tengo el poder que hace falta para salvarla!

Aquella fue una de nuestras bromas recurrentes durante años: «¡Recuerda que tengo el poder para salvarte!». Ahora ni siquiera puede salvarse a sí mismo.

—Pues como no sea rezar para que estos caramelos tengan poderes mágicos, no tengo ni idea.