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NINIÑERA DE LOS NAMIKAZE

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A la tarde siguiente, mientras me estoy quitando los zapatos del uniforme en el porche antes de cambiarme, oigo a la señora Namikaze.

—¡Hinata! Hinata, ¿puedes venir un momento?

Está parada de pie, al final de nuestro camino de entrada, con Temari en brazos. A su lado se encuentra Gaara, vestido solo con calzoncillos. Un poco más allá está Buna, agazapado detrás de una carretilla y apuntándonos con una de esas boquillas que se conectan a las mangueras. Está claro que está jugando a hacer de francotirador.

En cuanto me acerco me doy cuenta de que la señora Namikaze está dando de mamar a Yugito. Me saluda con esa enorme sonrisa que tiene y dice:

—Oh, Hinata… Me preguntaba si… Naruto me ha dicho lo bien que te entendiste con Gaara el otro día y… quería saber si…

Se ha detenido de pronto y me mira con los ojos como platos.

Miro hacia abajo. «El uniforme, ¡cómo no!».

—Es el uniforme de trabajo. Lo diseñó mi jefe. —No sé por qué siempre añado esto último. Quizá para aclarar que, de no ser por eso, ni loca me pondría una minifalda azul y una blusa de marinero.

—Un hombre, supongo —remarca la señora Namikaze con sequedad.

Asiento.

—Por supuesto. Como te decía… —Empieza a hablar atropelladamente—. Me pregunto si estarías interesada en hacer de niñera para nosotros. Naruto no quería que te lo dijera. Tenía miedo de que pensaras que se dedica a atraer a jovencitas incautas a casa para que yo pueda explotarlas en mi propio beneficio. Una especie de madre esclavista desesperada.

Me río.

—No pienso eso.

—Claro que no. —Vuelve a sonreírme—. Sé que muchos creen que pregunto a todas las adolescentes con las que me cruzo si se dedican a cuidar niños, pero no es así. Hay poca gente que sepa lidiar con Gaara y Naruto me dijo que tuviste muy buena mano con él. Ya sé que puedo tirar de mis hijos mayores, pero odio que se sientan forzados a hacerlo, Ino, por ejemplo, siempre actúa como si fuera una carga enorme. —Está hablando muy deprisa, como si estuviera nerviosa—. A Naruto nunca le importa, pero el hecho es que entre el trabajo en la ferretería y los entrenamientos apenas tiene tiempo libre; una tarde a la semana y parte de los fines de semana. De todos modos, solo necesitaría un par de horas algún que otro día.

—Está bien —digo—. No tengo mucha experiencia, pero aprendo rápido. Así que sí, estaré encantada de cuidar de sus hijos.

«Siempre que no se lo diga a mi madre».

La señora Namikaze me mira agradecida, después separa a Temari de su pecho y, tras desabrochar algo con la mano, la coloca en el otro. Temari protesta entre sollozos y la señora Namikaze pone los ojos en blanco.

—Solo le gusta este lado —confiesa—. Es de lo más incómodo.

Asiento de nuevo, aunque no tengo ni idea de a qué puede deberse esa preferencia. Gracias a la exhaustiva charla de mi madre sobre «tu cuerpo está cambiando» sé todo lo que hay que saber sobre el sexo y el embarazo, pero todavía tengo algunas dudas sobre la lactancia materna. «Gracias a Dios».

En este momento Gaara decide intervenir.

—¿Sabes que si tiras una moneda desde lo alto del Valle del Fin puedes matar a alguien?

—Sí, lo sabía. Pero eso nunca sucede —me apresuro a añadir—, porque los turistas que suben hasta arriba tienen mucho, mucho cuidado. Y hay una barrera de plástico muy alta.

La señora Namikaze sacude la cabeza.

—Naruto tenía razón. Tienes un talento innato.

Siento un escalofrío de puro placer al ver que Naruto ha hablado bien de mí.

—Entonces —continúa ella—, ¿podrías venir una o dos veces por semana? Por la tarde, si te cuadra bien con tu horario de trabajo.

Asiento de nuevo y le explico cuáles son mis turnos antes incluso de que me ofrezca más de lo que gano en el Bar de Tezuna. Después vuelve a mirarme un poco avergonzada y me pregunta si puedo empezar hoy mismo.

—Claro. Solo deme un minuto para cambiarme de ropa.

—No te cambies. —Gaara estira la mano y acaricia mi falda con uno de sus dedos sucios—. Me gusta mucho. Te pareces a Sailor Moon.

—Me temo que más a Barbie marinera, Gaara. Tengo que cambiarme porque he estado trabajando toda la mañana con este uniforme y huele a huevos y tocino ahumado.

—Me gustan los huevos y el tocino —dice Gaara—, pero… —Su cara se contrae—… ¿sabías que el tocino es… —Se le llenan los ojos de lágrimas—… el cerdito Wilbur?

La señora Namikaze se agacha al instante a su lado.

—Gaara, ya hemos hablado de esto. ¿Te acuerdas? Wilbur no se convirtió en tocino.

—Es verdad. —Me pongo a su altura y observo cómo las lágrimas empiezan a salir de sus ojos—. Lo salvó la araña Charlotte y vivió una larga y feliz vida con las hijas de Charlotte… mmm… Nelly, Urania y… —Joy —termina la señora Namikaze—. Hinata, eres una niñera estupenda. Espero que no te guste robar en las tiendas.

Empiezo a toser. —No. Nunca.

—¿Entonces el tocino es Babe, mamá? ¿Es Babe?

—No, tampoco es Babe. Babe sigue cuidando ovejas, no se ha convertido en tocino. El tocino solo se hace con cerdos de verdad, Gaara. —La señora Namikaze le acaricia el pelo y le limpia las lágrimas.

—Con cerdos malos —aclaro yo.

—¿Hay cerdos malos? —Gaara se ha puesto nervioso.

«Oh, oh».

—Bueno, en realidad son cerdos… mmm… cerdos sin alma. —Eso tampoco ha sonado demasiado bien. Intento buscar una explicación mejor—. Como los animales que no hablan en Narnia.

«Gaara tiene cuatro años, imbécil. ¿Cómo va a conocer Narnia? Pero si todavía está con Jorge, el curioso. Con algunos cambios, eso sí».

Sin embargo, parece que le he convencido porque se le ilumina el rostro.

—Oh. Eso está muy bien. Porque me gusta mucho el tocino.

Cuando regreso de casa, Gaara está dentro de la piscina hinchable que Buna está llenando de agua. La señora Namikaze le quita a Temari el pañal y le pone una especie de braguita de plástico con pequeños soles.

—Todavía no conoces a Buna. Buna, esta es la amiga de Naruto, Hinata, que va a cuidar de vosotros un rato.

«¿Desde cuándo me he convertido en la amiga de Naruto? Si solo he hablado con él un par de veces. ¡Vaya!, la señora Namikaze es completamente diferente a mi madre».

Buna, que tiene los ojos castaños pero el mismo cabello rubio que Naruto me mira desafiante.

—¿Sabes tirarte de cabeza hacia atrás?

—Mmm… Sí.

—¿Me enseñas? ¿Ahora mismo?

—Buna, ya hemos hablado de esto —le interrumpe su madre—. Hinata no puede irse contigo a la piscina grande porque tiene que vigilar a los pequeños.

Buna hace un mohín.

—Puede poner a Temari en el portabebés, como tú haces, y darle la mano a Gaara. Él sabe flotar muy bien con los manguitos.

La señora Namikaze me mira disculpándose. —Mis hijos esperan que todo el mundo sea capaz de hacer cualquier cosa. No, Buna. Es en esta piscina o en ninguna.

—Pero yo sé nadar. Nado muy bien. Y ella sabe cómo tirarse de cabeza hacia atrás. Puede enseñarme.

«¿Con Temari en un portabebés y dándole la mano a Gaara? Entonces sí que sería Sailor Moon».

—No —repite la señora Namikaze con firmeza. A continuación se dirige a mí—. Tienes que ser inflexible. Sigue diciendo «no» y terminará cansándose. —Me lleva dentro de la casa, me enseña dónde están los pañales, me dice que puedo tomar lo que me apetezca del frigorífico, me da su número de teléfono y una hoja con los teléfonos de emergencia, me advierte de que no hable de nada relacionado con los tornados delante de Gaara, salimos de nuevo fuera, se monta en la furgoneta y se va…

Dejándome con Temari, que está intentando subirme la camiseta; Gaara, que me está contando algo de no tocar pulpos con anillos azules porque son muy venenosos y Buna, que me mira como si quisiera matarme.

La verdad es que no se me está dando tan mal.

Siempre he evitado hacer de niñera. No porque no me gusten los niños, sino porque nunca me ha apetecido lidiar con padres disculpándose por llegar tarde, o tener que ir en el automóvil de alguno de ellos, de camino a casa, incómoda mientras tratamos de mantener una pequeña conversación. Sin embargo, los niños Namikaze son muy fáciles de llevar. Hemos entrado en casa para traer el aspersor que tenemos en el jardín, que es esa cosa complicada de cobre que no hace más que girar y girar, y que se entretengan con él. Por suerte, Buna lo encuentra fascinante y él y Gaara se pasan una hora y media jugando con él. Después se meten en la piscina hinchable y yo me quedo con Temari en el regazo mientras ella me chupa el pulgar y me llena la mano de babas.

Cuando termino de darles algo de merendar y vuelvo a llevarles a la piscina, oigo el sonido de una moto.

Me vuelvo sintiendo un extraño cosquilleo en el estómago, pero no es Naruto. Se trata de Shee, que se ha bajado de la moto y ahora está apoyado en ella mirándome de arriba abajo. Algo que suele sucederme a menudo cuando estoy en el Bar de Tezuna.

—Gaara, Buna, ¿a quién habéis traído a casa? —pregunta el mayor de los Namikaze. Es atractivo, quizá demasiado, y lo sabe.

—Es Sailor Moon —dice Gaara—. Y sabe un montón sobre agujeros negros.

—Y también sabe cómo tirarse de cabeza hacia atrás —añade Buna.

—Pero no te la puedes quedar porque se va a casar con Naruto —concluye Gaara.

«Estupendo».

Shee parece sorprendido. No me extraña.

—¿Eres amiga de Naruto?

—Pues… lo cierto es que no… no mucho… acabamos de conocernos. En realidad estoy aquí cuidando de tus hermanos.

—Pero estuvo en su habitación —puntualiza Gaara.

Shee me mira enarcando una ceja.

Me sonrojo de la cabeza a los pies. Y lo digo de forma literal, ya que estoy en biquini.

—Solo soy la niñera.

Gaara se abraza a mi cintura y me da un beso en el ombligo. —No. Tú eres Sailor Moon.

—¿Y de dónde vienes? —Shee se cruza de brazos.

Gaara y Buna se van a jugar con el aspersor. Tengo a Temari apoyada en una cadera y la pequeña no para de intentar quitarme la parte de arriba del biquini.

—Póntela mejor en el otro lado —sugiere Shee sin pestañear.

—Oh. En la derecha, es verdad.

«Temari, la niña que a la que solo le gusta un pecho».

—Ibas a contarme de dónde vienes, ¿verdad? —Shee sigue apoyado lánguidamente en la moto.

—De aquí mismo. Soy la vecina de al lado.

—¿Eres la hermana de Hanabi Hyuga?

«Por supuesto. Era imposible que no se hubiera fijado en mi hermana». Es «¡Hanabi Hyuga!». Ha sido así desde el prescolar. Yo tengo el cabello medio negro berengena y la piel blanca con una terrible tendencia a convertirse en roja en cuestión de segundos y Hanabi tiene un cabello lizo de un castaño de lo mas brillante, es de piel clara e inmaculada. Es una auténtica injusticia que parezca que nunca ha visto el sol a pesar de que pasa casi todos los veranos más tiempo en la playa que en casa.

—Sí. —De pronto me pregunto si mi hermana también habrá interactuado en secreto con los Namikaze. Pero Shee no es castaño, requisito indispensable para todo novio de Hanabi, junto con un buen revés, así que lo más probable es que no. De todos modos, pregunto para cerciorarme.

—¿Juegas al tenis?

Shee no parece inmutarse por lo incongruencia de la pregunta. Se nota que está acostumbrado a que las chicas se queden obnubiladas por su presencia y digan cosas sin sentido.

—Bastante mal. —Extiende los brazos hacia Temari, que llegados a este punto parece que cualquier pecho le viene bien. Sus pequeños deditos tiran tercamente de la parte superior de mi biquini.

—Sí, seguro que la cazadora de cuero no ayuda mucho a la hora de hacer voleas. —Le paso a la niña.

Me hace un saludo militar con sorna.

—Sailor Moon y además una sabelotodo. Me gusta.

Justo en este momento un Jeep aparca en el camino de entrada haciendo un derrape. Ino abre la puerta de golpe y se inclina hacia atrás para desenredar la correa de su bolso de la palanca de cambios. Lleva el pelo, recogido en una coleta de lado y va vestida con un top negro con cuello halter y unos pantalones muy cortos.

—Lo sabías, Lee —espeta con brusquedad al conductor del vehículo—. Sabías cuáles eran los términos. —Se endereza, se marcha con paso decidido hacia la entrada de la cocina y cierra de un portazo. A diferencia de sus hermanos, es de constitución menuda, pero no por ello pierde ni un ápice de su halo de autoridad.

El tal Lee, un muchacho de aspecto dulce vestido con un conjunto verde, se ha quedado con cara de no tener ni idea de a qué términos se refería y apoya la cabeza sobre el volante en señal de impotencia.

Shee vuelve a pasarme a Temari y se acerca al Jeep. —Lo siento, colega —dice a Lee, que asiente con la cabeza pero no dice nada.

Regreso al lado del aspersor y me siento. Gaara se acerca y se deja caer a mi lado.

—¿Sabías que la tarántula gigante es tan grande como tu mano?

—Naruto no tiene ninguna de esas, ¿verdad?

Gaara esboza una deslumbrante sonrisa. —No. Tenía una tarántula normal llamada Hachibi pero… —empieza a angustiarse—… murió.

—Seguro que ahora mismo está en el cielo de las tarántulas —agrego a toda prisa.

Me estremezco por completo solo de pensar en la pinta que tiene que tener ese cielo.

La señora Namikaze llega a los pocos segundos y aparca detrás de la moto de su hijo mayor. De la furgoneta salen los que supongo son Menma y Karin, ambos con las mejillas enrojecidas y el pelo alborotado. A juzgar por los chalecos salvavidas, deben de venir del campamento de vela.

Gaara y Buna, mis leales seguidores, corren a contarle mis muchas habilidades a su madre. Temari, sin embargo, se pone a llorar y señala con un dedo acusador a la señora Namikaze mientras gimotea: —¡Tetita!

—Fue su primera palabra. —La madre de Naruto recoge a la pequeña de mis brazos sin importarle que el bañador de su hija esté todavía húmedo—. Un acontecimiento memorable.