.

NADO NOCTURNO

.

.

.

Con mi madre y Hanabi fuera, la casa está tan tranquila que puedo oír cualquier sonido. El zumbido metálico del hielo que cae del dispensador del frigorífico. El cambio de una velocidad a otra del aire acondicionado. Pero cuando estoy tumbada en mi dormitorio, sobre las diez de la noche, pensando en si debo decirle a mi madre algo sobre la mujer que he visto con Obito, hay un sonido que no me espero para nada.

Es un rítmico tan, tan, tan que proviene del exterior, debajo de mi ventana. La abro, me subo a ella, salgo fuera y miro hacia abajo. Se trata de Naruto, martillo en mano, que está clavando algo en el enrejado. Cuando se da cuenta de mi presencia, mira hacia arriba y me saluda con un clavo entre los dientes.

Me hace ilusión verle, pero la verdad es que la situación me parece un poco extraña.

—¿Qué estás haciendo?

—Tenías una tabla suelta. —Se quita el clavo de la boca, lo coloca en el enrejado y vuelve a golpear con el martillo—. No parecía seguro.

—¿Para ti o para mí?

—Dímelo tú. —Da un último golpe, deja el martillo en la hierba y en menos de un segundo escala por el enrejado y se sienta a mi lado—. Me he enterado de que mi familia te ha tendido una emboscada. Lo siento.

—No te preocupes. —Retrocedo un poco. Vuelvo a estar en camisón, lo que me parece una clara desventaja.

—Son lo mejor que tengo, pero a veces pueden llegar a ser un poco… —Hace una pausa, como si estuviera buscando una definición adecuada—… abrumadores.

—Bueno, no soy una persona que se abrume con facilidad.

Naruto me mira. Sus intensos ojos azules estudian durante un instante mi rostro. —No. No lo eres, ¿verdad?

En este momento me doy cuenta de que, aquí sentada a su lado, puedo ser quien yo quiera. Entonces me percato de que hay algo moviéndose en su hombro.

—¿Qué es eso?

Naruto gira la cabeza hacia un lado.

—¿Qué? Oh, te refieres a Shukaku. —Alza el brazo y agarra una especie de ardilla… o conejo… algo peludo de su hombro.

—¿Shukaku?

—Es un petauro del azúcar. —Extiende la mano que ahora contiene una mata de pelo difusa que parece una ardilla voladora con un amplio mechón negro en la espalda y ojos negros como el hollín.

Con vacilación, acaricio la pequeña cabeza.

—Le encanta que le hagan eso. Es muy cariñoso. —Naruto junta las dos palmas y acuna a Shukaku entre ellas. Tiene las manos ásperas, las típicas de alguien que está acostumbrado a trabajar con ellas. En muchos aspectos Naruto Namikaze se parece más a un hombre que a un niño.

—¿Eres una especie de doctor Doolittle o algo parecido?

—Simplemente me gustan los animales. ¿A ti no?

—Sí que me gustan, pero no tengo un zoo en mi habitación.

Mira por encima de mi hombro, en dirección a mi dormitorio y asiente. —Seguro que no. ¡Qué habitación más limpia! ¿Siempre la tienes así?

Me pongo a la defensiva. Y después me pongo a la defensiva por haberme puesto a la defensiva. —Normalmente sí. Aunque a veces…

—¿Te dejas llevar por tu lado salvaje y no cuelgas el albornoz? —sugiere él.

—Es posible.

Está sentado tan cerca de mí que puedo sentir su aliento en la mejilla. Otra vez vuelven las mariposas en el estómago.

—He oído que eres una superheroína.

—Sí. Unas pocas horas con tu familia han bastado para que tenga poderes sobrenaturales.

—Los necesitarás con ellos. —Se recuesta hacia atrás, coloca a Shukaku sobre su estómago y se apoya sobre los codos—. Y también sabes tirarte de cabeza hacia atrás.

—Sí. Fui al equipo de natación.

Asiente con la cabeza lentamente, sin dejar de mirarme. Siempre parece hacer todo de forma meditada y con un propósito. Supongo que estoy acostumbrada a estar con muchachos que se lanzan a la vida sin más. Como Kiba, que solo pensaba en el sexo, o Shino, que estaba a merced de sus cambios de humor (ya fuera en su fase de euforia o en la de profunda desesperación).

—¿Te apetece nadar un rato? —pregunta Naruto al cabo de pocos segundos.

—¿Ahora?

—Sí. En nuestra piscina. Hace mucho calor.

El ambiente es sofocante, está cargado y huele a tierra.

«Veamos… Nadar. De noche. Con un chico. Que es prácticamente un extraño. Y por si fuera poco un Namikaze».

Es asombrosa la cantidad de normas de mi madre que puedo llegar a romper con una sola acción.

Más de diecisiete años de sermones y advertencias: «Piensa en la impresión que darás, Hinata. No hay que dejarse llevar solo por los sentimientos. Toma decisiones inteligentes. Ten en cuenta siempre las consecuencias» … tirados por la borda en menos de diecisiete segundos.

—Voy a por el bañador.

Cinco minutos más tarde, estoy en la zona del jardín que hay debajo de mi ventana, esperando nerviosa a que Naruto regrese de cambiarse. Echo miradas furtivas al camino de entrada, temiendo que en cualquier momento aparezcan un par de luces de faros, que sea Obito trayendo de vuelta a casa a mi madre y que me encuentre aquí parada, con el tankini negro, en el lugar en el que menos se supone que debo estar.

En vez de eso, oigo la voz tranquila de Naruto.

—Hola —dice, entrando en la penumbra por mi camino de entrada.

—Ya no tienes a Shukaku, ¿verdad?

—No. No le va mucho el agua. Vamos. —Rodeamos la valla de más de metro ochenta de mi madre, subimos por el camino de entrada de los Namikaze hasta su jardín trasero y cuando llegamos a la alta alambrada verde que circunda la piscina me dice —: Muy bien, ¿se te da bien trepar?

—¿Por qué vamos a tener que trepar? Es tu piscina. ¿Por qué no usamos la puerta?

Naruto se cruza de brazos, apoya la espalda sobre la alambrada y me sonríe, mostrando sus blancos dientes en la oscuridad.

—Así es más divertido. Si estás rompiendo las normas, por lo menos ten la sensación de que lo estás haciendo.

Le miro con recelo.

—¿No serás uno de esos a los que les gusta meter a las chicas en problemas solo para divertirse?

—Nunca lo haría. Vamos, sube. ¿Necesitas un empujón?

No me vendría mal, pero no voy a admitirlo. Apoyo los dedos de los pies en un agujero de la cadena, me impulso hacia arriba y salto hacia el otro lado. Naruto cae a mi lado casi al instante siguiente. Se le da de maravilla esto de escalar. «Por supuesto», pienso, recordando el enrejado.

Enciende las luces de la piscina. Me fijo en que hay varios juguetes flotando, algo de lo que mi madre siempre se está quejando. «¿No saben que con todas esas cosas el filtro no funciona bien? A saber lo sucia que debe de estar el agua».

Pero no lo parece. Todo lo contrario, es transparente. En realidad la piscina parece un zafiro brillando en la noche. Me tiro de cabeza y nado hasta el otro extremo, donde saco la cabeza para tomar aire.

—Eres rápida —comenta Naruto desde el centro de la piscina—. ¿Te apetece una carrera?

—¿Eres uno de esos a los que les gusta ganar a las mujeres para demostrar lo machotes que son?

—Da la impresión de que has conocido a unas cuantas personas inaguantables —observa él—. Soy solo yo, Hinata. ¿Una carrera?

—¡Vamos!

Hace un año que dejé el equipo de natación. Los entrenamientos empezaron a quitarme mucho tiempo de estudio y mi madre tomó cartas en el asunto. Aún así, aprovecho cada ocasión que tengo para nadar. Y sigo siendo rápida. Sin embargo, Naruto me gana. Dos veces. A la tercera termino ganando yo. Después nos quedamos chapoteando un rato.

Tras unos minutos Naruto sale de la piscina, saca dos toallas de un enorme cubo de madera y las extiende en la hierba. Me tumbo sobre una y me quedo contemplando el cielo nocturno. Hace tanto calor que siento la humedad presionando sobre mi piel como si de dedos se tratara.

Naruto se tumba a mi lado.

Si soy sincera, estoy esperando que sea él el que dé el siguiente paso. A estas alturas las manos de Kiba Inozuka habrían llegado a la parte superior de mi tankini con más rapidez que las de Yugito. Pero Naruto se limita a doblar un brazo detrás de su cabeza y a mirar el cielo.

—¿Qué es eso? —pregunta señalando.

—¿Qué?

—Dijiste que te gustaba observar las estrellas. ¿Qué es eso?

Entrecierro los ojos para ver dónde está señalando exactamente su dedo.

—Draco.

—¿Y eso?

—La Corona Boreal.

—¿Y allí?

—Escorpio.

—Eres toda una astrofísica. ¿Y eso de ahí?

—Norma.

Suelta una carcajada. —¿De verdad?

—Tú eres el que tenía una tarántula llamada Hachibi. Sí, de verdad.

Se pone de lado para mirarme. —¿Cómo sabes lo de Hachibi?

—Me lo contó Gaara.

—Claro. Mi hermano lo cuenta todo.

—Me encanta Gaara —digo yo.

«De acuerdo, ahora tengo su cara casi pegada a la mía. Si alzo un poco la cabeza y la giro unos centímetros…». Pero no lo haré porque ni loca daré el primer paso. Nunca lo he hecho y no voy a empezar a hacerlo ahora. Así que me quedo mirando a Naruto, preguntándome si será él quien decida acercarse más y…

De pronto veo el destello de los faros de un automóvil y me levanto de un salto.

—Tengo que irme. Tengo que llegar a casa ya mismo.

Hay una nota de pánico en mi voz. Mi madre siempre se pasa por mi habitación antes de irse a dormir. Corro hacia la alambrada, abro la puerta de golpe y me dirijo hacia la valla que separa ambas casas. En cuanto llego allí siento las manos de Naruto sobre la cintura que me elevan a la altura suficiente como para que solo tenga que pasar una pierna por encima e impulsarme para saltar.

—Lo vas a conseguir. No te preocupes —dice en voz baja, con tomo calmo.

Seguramente es el mismo tono que utiliza para tranquilizar a los animales.

Caigo al otro lado y corro hacia el enrejado.

—¡Hinata!

Me doy la vuelta, aunque solo puedo ver la parte superior de su cabeza por encima de la valla.

—¡Ten cuidado con el martillo! Todavía está en la hierba. Gracias por la carrera.

Asiento con la cabeza, me despido con un rápido movimiento de mano y vuelvo a correr.