NO TIENES QUE IRTE A TRABAJAR HINATA
—¡Hinata! Hinata. —Hanabi entra a toda prisa en mi dormitorio—. ¿Dónde está tu top de cuello halter azul marino?
—En el cajón, Hani. ¿Por qué lo preguntas? —repongo con dulzura. Hanabi ha empezado a hacer el equipaje para irse al Pais de las Olas… media hora antes de que Konohamaru venga a recogerla. Típico de ella. Como también es típico que considere que como hermana mayor tiene el derecho a confiscar cualquier prenda de mi armario siempre y cuando no la lleve yo puesta en ese momento.
—Porque me lo llevo prestado, ¿de acuerdo? Solo durante el verano. Te prometo que durante el otoño será todo tuyo. —Abre el cajón de mi cómoda, escarba entre la ropa y saca no solo el top azul marino sino unas cuantas camisetas blancas.
—Claro, porque precisamente el otoño es la estación en la que más me pongo los tops sin mangas. Deja esas otras en su sitio.
—¡Oh, venga! Necesito más camisetas blancas. Voy a jugar mucho al tenis.
—He oído que en el Pais de las Olas también hay tiendas.
Hanabi pone los ojos en blanco, vuelve a dejar las camisetas en el cajón y se va directa a su habitación. El año pasado fue monitora de tenis en el Templi del fuego y de pronto me doy cuenta de que, al igual que en casa, me va a resultar muy raro trabajar allí sin verla. A todos los efectos mi hermana ya se ha marchado.
La sigo hasta su dormitorio.
—Voy a echarte de menos —digo mientras la observo descolgar vestidos de las perchas y meterlos sin ningún miramiento en una maleta de mamá sin preocuparse del prominente monograma GCR.
—Te mandaré alguna postal. —Abre una funda de almohada y corre al baño.
Después mete las planchas del pelo, el rizador y el cepillo eléctrico de dientes que hay en la encimera—. Espero que no me eches mucho de menos, Hinata. Es el verano anterior a tu graduación. Olvídate de mamá. Desmelénate. Disfruta de la vida.
—Agita sus píldoras anticonceptivas delante de mis narices para dar mayor énfasis a la frase.
«¡Puaj!». No necesito que mi hermana me recuerde de una forma tan visual que tiene una vida sexual.
Mete las píldoras en la funda y hace un nudo en uno de los extremos. Después se cuelga al hombro el improvisado saco y me mira. De pronto su expresión se torna vulnerable.
—Me temo que me estoy involucrando demasiado con Konohamaru. No sé si es muy buena idea pasar todo el verano juntos.
—Me gusta Konohamaru —comento yo.
—Sí, a mí también, pero solo quiero que me guste hasta finales de agosto. Vamos a estar en costas diferentes cuando vayamos a la universidad.
—Hay aviones, trenes, automóviles… —sugiero.
—Odio toda esa mierda de las relaciones a distancia, Hinata. Además, luego no paras de preguntarte si estará con otra en el campus y no sabes si estás haciendo el imbécil o no.
—Ten un poco de fe, Hanabi. A Konohamaru se le ve muy enamorado por ti.
—Lo sé —dice mi hermana, y suspira—. El otro día me trajo una revista y un helado a la playa. Me pareció un gesto tan dulce. Ahí fue cuando me di cuenta de que puede que me esté enamorando de él.
«Oh, oh».
—¿Por qué no te limitas a ver cómo se van desarrollando las cosas?
Hanabi esboza una sonrisa triste. —Creo recordar que cuando salías con Kiba tenías una especie de hoja de ruta para ver cuándo le dejabas dar el siguiente paso.
—Es que si no hubiera hecho eso con él me hubiera intentado desvirgar en el automóvil de su padre antes de traerme a casa después de nuestra primera cita.
Hanabi se ríe. —Era un auténtico salido, aunque tenía unos hoyuelos muy atractivos. ¿Llegaste a acostarte con él?
—No. Nunca. —¿Cómo ha podido olvidarse de eso? Me siento un poco dolida.
Recuerdo cada detalle de la vida amorosa de mi hermana, incluido ese traumático verano de hace dos años en el que salió con tres hermanos, rompiéndoles el corazón a dos de ellos y consiguiendo que el tercero se lo rompiera a ella.
Oímos a Konohamaru tocando el claxon en el camino de entrada; algo que mamá detesta pero que parece tolerar en él.
—¡Ayuda! Llego tarde. ¡Tengo que irme! ¡Te quiero! —Hanabi baja las escaleras como si de un elefante en una cacharrería se tratara. Nunca he entendido cómo mi esbelta y menuda hermana puede hacer tanto ruido en las escaleras. A continuación se abalanza sobre mi madre, le da un abrazo, se asoma por la puerta y grita—: ¡Ya voy, Kono! ¡Te prometo que vale la pena esperar!
—¡Ya lo sé, nena! —responde él.
Hanabi se acerca a mí, me da un sonoro beso en la mejilla y se echa hacia atrás. —¿Estás segura de lo de las camisetas blancas?
—¡Sí, vete!
Y con un susurro de su falda y un portazo, mi hermana se marcha de casa.
—¿Sabes que en el instituto de Konoha hacen un simulacro de examen de nivel superior en el mes de agosto? —comenta Sakura mientras vamos de camino al Templo del Fuego. Antes hemos hecho una parada en El Pais del Dulce y ahora ella está dando un sorbo a su batido de galleta y yo masticando el hielo de mi granizado de lima.
—Dame un respiro. Estamos en verano, Sakura. —Alzo el rostro hacia el cielo y tomo una profunda bocanada de aire caliente. Hay marea baja y aspiro el aroma a agua de río calentada por el sol.
—Ya lo sé, pero solo dura una mañana. Tuve gastroenteritis la última vez que lo hicimos y saqué mil novecientos. Una nota que no es lo suficientemente buena. No para Suna.
—¿No puedes hacerlo online? —Me gusta el instituto y adoro a Sakura, pero no quiero pensar en pruebas de admisión y notas hasta por lo menos septiembre.
—No es lo mismo. Este simulacro está supervisado y todo. Se hace en las mismas condiciones que el examen de verdad. Podríamos hacerlo juntas. Será divertido.
Sonrío y alargo la mano para hacerme con su batido y probarlo.
—¿Eso es lo que entiendes por diversión? ¿Mejor no podríamos… no sé… nadar en aguas infectadas de tiburones?
—Por favor. Sabes lo asustada que estoy con esto. Me ayudaría mucho ver cómo reacciono con las mismas condiciones que tendremos en el examen real. Y siempre que sé que estás ahí me siento mejor. Hasta te pagaré la suscripción. Por favooooooor, Hinata.
Murmuro que me lo pensaré. Llegamos al Templo, donde tenemos que rellenar unos papeles antes de empezar a trabajar. Pero también he ido allí para hacer otra cosa.
Cuando llamo a la puerta del despacho del señor Roshi estoy sudando un poco. Miro a un lado y a otro, sintiéndome culpable, mientras espero su respuesta.
—¡Adelante! —dice el señor Roshi.
Cuando asomo la cabeza parece sorprendido de verme.
—Vaya. Hola, señorita Hyuga. Sabe que no empieza hasta la semana que viene, ¿no?
Nada más entrar al despacho me asalta el mismo pensamiento de siempre.
Alguien debería conseguirle al señor Roshi una mesa de escritorio más pequeña. El pobre no es muy alto y esa inmensa mole de roble parece estar a punto de engullirle.
—Sí, lo sé —respondo tomando asiento—. Solo he venido a cumplimentar el papeleo. El motivo de que esté aquí es que… me preguntaba… necesito… Me gustaría volver al equipo de natación el curso que viene, así que necesito entrenar un poco. Me preguntaba si podría venir una hora antes de que se abra la piscina y hacer algunos largos en ella. —El señor Roshi se recuesta en su silla y me mira impasible—. Sé que puedo nadar en el mar y en el río, pero necesito controlar mis tiempos y es más fácil si sé la distancia que recorro y la velocidad a la que voy.
Apoya los dedos debajo de la nariz.
—La piscina abre a las diez —comenta.
Intento no hundir los hombros. Nadar y competir con Naruto la otra noche, aunque de manera informal, hizo que me sintiera de maravilla. Me dio mucha pena dejar el equipo de natación, pero bajé de sobresaliente a notable en matemáticas y ciencias y mi madre insistió. Si me organizo bien y trabajo duro puede que este año…
—Pero también es verdad —continúa el señor Roshi—, que su madre es un miembro muy respetado de nuestro Consejo de Administración. —Aparta los dedos de su cara lo suficiente para mostrar un atisbo de sonrisa—. Y usted siempre ha sido una trabajadora excelente. Puede usar la piscina, siempre que cumpla el resto de normas. Ya sabe, ducharse primero, usar gorro… y no permitir, bajo ninguna circunstancia, que nadie sepa de nuestro pequeño acuerdo.
Me levanto de un salto.
—Gracias, señor Roshi. No lo haré. Perdón, quiero decir que sí, que haré todo lo que me ha dicho. Muchas gracias.
Cuando salgo del despacho me encuentro a Sakura esperándome. Nada más ver mi sonrisa dice:
—¿Te das cuenta de que esta es seguramente la primera vez que el señor Roshi hace la vista gorda en toda su vida? No sé si felicitarle o seguir sintiendo pena por él.
—No te imaginas lo mucho que quería esto.
—Siempre te he visto más feliz cuando nadabas —admite Sakura—. Y en mejor forma —agrega como quien no quiere la cosa—. Te va a venir fenomenal.
Me vuelvo para mirarla pero ya se ha alejado por el pasillo.
Al día siguiente me toca el último turno en el Bar de Tezuna (de nueve a una, en vez de seis a once). Así que, mientras mamá frunce el ceño leyendo sus mensajes en el teléfono móvil, decido hacerme un batido. Hace días que no coincidimos y me pregunto si este será un buen momento para contarle lo de Obito. Concluyo que sí justo cuando veo que deja el teléfono y abre la puerta del frigorífico, dando golpecitos en el suelo con la sandalia. Es un gesto que suele hacer mucho, como si estuviera esperando a que las fresas le gritaran un «¡cómenos!» o el zumo de naranja saliera por si solo hasta la encimera y se sirviera a sí mismo en un vaso.
Tap. Tap. Tap.
También es una de sus técnicas favoritas: permanecer callada durante mucho tiempo de modo que se produzca un silencio tan sepulcral que el otro sea incapaz de soportarlo y empiece a hablar. Abro la boca, dispuesta a comenzar la conversación, pero para mi sorpresa es mi madre la que habla primero.
—He estado pensando mucho en ti, cariño.
Por la forma en que lo dice no puedo evita replicar: —¿Planificándome el verano? —En cuanto noto el sarcasmo que destilan mis palabras me siento culpable al instante.
Mamá saca un cartón de huevos, se queda mirándolo unos segundos y lo vuelve a meter en el frigorífico.
—Sí, eso también. Estas elecciones no van a ser fáciles. No es como la primera vez que me presenté, en que mi único rival era ese libertario descerebrado. Si no pongo toda la carne en el asador podría perder mi escaño. Por eso estoy tan agradecida a Obito. Necesito concentrarme y sé que saben cuidar de ustedes mismas. Hanabi… —Más golpecitos en el suelo—. Obito cree que no debo preocuparme por ella. Que lo mejor que he podido hacer ha sido dejar que se fuera al Pais de las Olas. Al fin y al cabo se irá a la universidad este mismo otoño. Pero tú… ¿Cómo te lo puedo explicar para que lo entiendas?
—Tengo diecisiete años, mamá. Lo entiendo todo. —A mi mente acude una imagen de Obito con esa mujer. ¿Cómo abordar ese asunto? Me agacho delante de ella para hacerme con las fresas.
Mi madre me da un pellizco en la mejilla.
—Cuando dices estas cosas es cuando me acuerdo de lo joven que eres. —Su expresión se suaviza—. Sé lo duro que te va a resultar acostumbrarte a que Hanabi no esté en casa. A mí también. Todo está tan tranquilo sin ella. Entiendes que voy a tener que trabajar muchísimo este verano, ¿verdad, cariño?
Asiento. Es cierto lo que dice; de hecho la casa ya está muy silenciosa sin Hanabi desafinando en la ducha o bajando ruidosamente con sus tacones por las escaleras.
Mi madre saca el agua filtrada de la nevera y la vierte en una tetera.
—Obito dice que puedo aspirar a cotas más altas. Que podría llegar a ser alguien importante. Que podría ser alguien más que la mujer con el fondo fiduciario que compró su escaño.
La primera vez que ganó se dijo eso mismo en un montón de artículos. Yo los leí, me estremecí y escondí los periódicos con la esperanza de que mi madre no los leyera. Por lo visto sí que lo hizo.
—Hace tanto tiempo que nadie me entiende, que nadie me ve como soy realmente —añade de repente. Sigue de pie, con la jarra de agua en la mano—. Tu padre lo hizo… o al menos eso creo. Pero después… después… una tiene demasiadas cosas que hacer y se hace mayor… y nadie vuelve a verte de ese modo. Tú y Hanabi… Tu hermana se irá a la universidad el próximo curso y el año que viene tú harás lo mismo. Sí, sé que ahora les toca a ustedes, pero no puedo dejar de pensar, ¿cuándo dejé escapar mi oportunidad? Obito tardó muy poco en asumir que tenía dos hijas adolescentes. Él me ve, Hinata. No puedo explicar lo bien que me sienta eso. —Se vuelve hacia mí y me mira. Nunca la he visto tan… radiante.
¿Cómo puedo decirle ahora: «Bueno, mamá, creo que Obito no solo te ve a ti, sino a alguien más»?
Pienso en Naruto Namikaze y en cómo parece entender lo que me pasa sin necesidad de explicarle las cosas. ¿Siente mi madre lo mismo con Obito? «Por favor, que no sea un asqueroso mujeriego».
—Me alegro, mamá. —Pulso el botón de la licuadora y la cocina se llena con el sonido de las fresas y el hielo triturándose.
Mi madre me aparta un mechón de pelo de la frente, deja la jarra de agua en la encimera y se queda a mi lado hasta que apago el aparato. Después vuelve el silencio.
—Tú y Hanabi —dice a mi espalda tras unos segundos— son lo mejor que me ha pasado en la vida. Desde el punto de vista personal. Pero la vida es algo más que las cosas personales. No quiero que sean lo único que me pase. Quiero…
Se queda callada. Me doy la vuelta y me la encuentro mirando al vacío, sumida en sus propios pensamientos. De repente tengo miedo por ella. Con esa expresión de ensoñación parece una mujer distinta, no mi madre, la reina de la aspiradora que pone los ojos en blanco cada vez que habla de los Namikaze. Solo he visto un par de veces a Obito. Tiene un encanto especial, supongo, pero mi padre también debía de tenerlo. Mi madre siempre dice con tono amargo: «Tu padre tenía encanto», como si ese encanto fuera una sustancia ilegal que usó con ella para que perdiera la cabeza.
Me aclaro la garganta.
—Bueno —comento en lo que espero sea un tono informal, no uno con el que trato de sonsacarle información—, ¿qué sabes de Obito Uchiha?
Mi madre clava la vista en mí.
—¿Por qué me haces esa pregunta, Hinata? No creo que sea asunto tuyo.
Por eso a veces prefiero no decir nada. Hundo una cuchara en el batido y aplasto un trozo de fresa contra un lateral.
—Solo preguntaba. Parece…
¿Un desastre potencial? ¿Mucho más joven? Puede que esta no sea la manera más diplomática de abordar el asunto. Pero ¿acaso hay una forma diplomática de hacerlo?
Al final decido no terminar la frase; otra técnica que suele usar mi madre para conseguir que seamos nosotras quienes las finalicemos. Por increíble que parezca, también funciona a la inversa.
—Lo que sí sé es que ha llegado muy lejos para lo joven que es. Asesoró al Comité Nacional Republicano en la última campaña, ha visitado al Tercer Hokage en su rancho …
«Por Dios». Hanabi suele bromear con el tono de reverencia absoluta que usa mi madre siempre que habla del ex Hokage. «Mamá está enamorada del Comandante en Jeeeeeeefe». A mí, sin embargo, me horroriza tanto que soy incapaz de hacer ningún tipo de burla al respecto.
—Obito Uchiha es una persona muy importante e influyente en el partido — continúa diciendo—. Todavía no creo que vaya a ayudarme en una campaña tan insignificante como la mía.
Meto las fresas en el frigorífico y remuevo el batido con la cuchara en busca de cualquier trozo de fruta que se haya escapado de la cuchilla de la licuadora.
—¿Cómo terminó en Konoha?
«¿Sabes si está casado o tiene algún ligue por la zona?».
—Compró a sus padres una casa en El Remolino para que pasasen allí las vacaciones. —Mi madre abre el frigorífico y cambia las fresas del segundo estante, donde las he dejado yo, al tercero—. Ya sabes, esa isla pequeña que hay río abajo. Estaba extenuado por el trabajo y decidió tomarse un descanso. —Sonríe—. Entonces leyó un artículo sobre mi carrera política y decidió involucrarse.
«¿Con la campaña o contigo? Quizá sea una especie de agente secreto que está intentando desacreditarla ante la opinión pública. Aunque nunca lo conseguirá, mi madre no tiene ningún trapo sucio».
—¿Y eso se puede hacer? —Encuentro un trozo de fresa y lo machaco—. Me refiero a que estéis saliendo juntos y que también te asesore en la campaña. Creía que no estaba bien visto.
Mi madre siempre ha sido muy estricta a la hora de separar la política de lo personal. Hace unos años, a Hanabi se le olvidó llevar dinero para alquilar los patines en una pista de hielo. El encargado, un partidario de mi madre, le dijo que no se preocupara. Al día siguiente, mamá obligó a Hanabi a volver y pagar el precio completo del alquiler.
Alza ambas cejas.
—Somos adultos, Hinata. Solteros y sin ningún compromiso. No estamos rompiendo ninguna norma. —Alza la barbilla y se cruza de brazos—. No me gusta el tono que estás usando.
—Solo quería…
Pero ya va de camino al armario. Abre la puerta, saca la aspiradora y la pone en marcha. El aparato ruge como si de un 747 se tratara.
Me concentro en el batido, preguntándome si había otra forma mejor de tratar el asunto. Mamá casi me pidió los antecedentes de Kiba y Shino cuando se enteró de que estaba saliendo con ellos, por no hablar de algunos de los novios menos deseables de Hanabi. Pero cuando se trata de ella…
La aspiradora emite un sonido ahogado y deja de funcionar de repente. Mi madre le da una pequeña sacudida, la desenchufa, vuelve a enchufarla e intenta encenderla de nuevo. Nada.
—¡Hinata! —grita—. ¿Sabes qué ha podido pasar? —Lo que según mi dilatada experiencia significa: «¿Tienes tú la culpa de esto?».
—No, mamá. Sabes que nunca la toco.
Vuelve a sacudirla con más fuerza.
—Pues ayer por la noche funcionaba sin ningún problema —espeta con tono acusador.
—Yo no la he tocado, mamá.
De repente se pone a gritar.
—¿Entonces qué le pasa? ¡Tenía que romperse justo ahora! Obito va a venir a cenar con algunos posibles donantes para la campaña y solo me ha dado tiempo a limpiar la mitad del salón. —Da un golpe a la aspiradora.
El salón está tan inmaculado como siempre, hasta el punto de que uno no sabe cuál es la mitad que ha aspirado.
—Todo está perfecto, mamá. No se van a dar cuenta.
Le da una patada a la aspiradora y me mira.
—Yo me daré cuenta.
«Está bien».
—Mamá. —Estoy acostumbrada a su temperamento, pero esto me parece desmesurado.
De repente, desenchufa la aspiradora con violencia, recoge el cable, la lleva por todo el salón hasta la puerta y la lanza por los aires. El aparato aterriza con un estruendo en el camino de entrada.
Me quedo mirando a mi madre.
—¿No tienes que irte a trabajar, Hinata?
