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TIENES QUE BESARME
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Poco después llega el padre de Suigetsu Hozuki, un hombre alto y atractivo con cara de resignación, en un BMW negro y lo aparca en el camino de entrada. Suigetsu, sale del vehículo y entra en el jardín trasero en busca de Karin. Es un muchacho bastante guapo, con el pelo lacio de un tono entre gris y blanco y una sonrisa contagiosa no desmerecida por el aparato dental.
Karin, con el bañador rojo y un vestido de felpa azul marino encima, se mete en el BMW tras lanzarnos a Naruto y a mí una rápida mirada de «¿no les parece lindo?».
Cuando llegamos al Ichiraku una hora después está tan atestado como siempre. Se trata de un pequeño y descuidado edificio (más o menos del mismo tamaño que el vestidor de mi madre) que hay en la playa de Konoha y que tiene interminables colas de gente esperando durante todo el verano. Es el único lugar que hay para comer en la playa. Cuando por fin logramos entrar, vemos a Karin y a Suigetsu sentados en una mesa de la esquina. Él está hablando con aire muy serio y ella jugueteando con sus patatas fritas y con las mejillas tan rojas como su bañador. Naruto cierra los ojos y suspira.
—Duele cuando se trata de tu hermana, ¿verdad? —pregunto.
—Con Ino es más fácil. Mi hermana mayor es como una de esas arañas que se comen la cabeza del macho después de terminar con él. Pero Karin es distinta; sabes que tarde o temprano alguien le romperá el corazón. —Mira a nuestro alrededor en busca de algún asiento disponible y tras unos segundos pregunta—: Hinata, ¿conoces a ese tipo?
Miro en la dirección que señala y me encuentro con Shino sentado sin compañía frente al mostrador y mirándonos con aire taciturno.
«Dos ex novios en un solo día. ¡Qué suerte la mía!».
—Es… mmm… bueno… estuvimos saliendo juntos una breve temporada.
—Me lo imaginaba. —Naruto parece divertido—. Parece como si estuviera a punto de acercarse a nosotros y retarme a un duelo.
—No lo hará, pero me juego el cuello a que esta noche escribirá un poema en tu contra.
Como no vemos ningún sitio libre decidimos salir fuera con el bol (extra grande) de ramen de Naruto y el mío de tamaño mediano. A pesar de que el sol todavía está alto la brisa proveniente del mar es fresca, así que me pongo un fino suéter abierto.
—¿Qué pasó con el muchacho emo? ¿Terminaron mal?
—Más o menos. No es que estuviera enamorado perdidamente de mí, ni mucho menos. Pero con Shino todo es un drama. Ese es un problema. —Tomo un bocado y me quedo mirando el agua y las olas negro azuladas—. No me veía como a mí misma, sino como a la protagonista de sus poemas. Primero era un objeto inalcanzable; después, la chica dorada que se suponía le alejaría de la tristeza para siempre… o la sirena que le estaba seduciendo para acostarse con él en contra de su voluntad.
Naruto se atraganta y comienza a toser.
—¿En serio?
Ahora soy yo la que se sonroja.
—En realidad no. Es muy católico, de modo que cuando intentaba dar un paso al respecto se sentía culpable durante días.
—Qué tipo más divertido. Deberíamos liarle con mi ex, Shion.
—¿Shion la ladrona? —Intento robarle un narutomaki y él me pasa todo el recipiente.
—La misma. No tiene ningún cargo de conciencia. Puede que sean el contrapunto perfecto el uno para el otro.
—¿Llegaron a arrestarte?
—No, me llevaron hasta la comisaría en un furgón policial. Te aseguro que tuve bastante con eso. Una vez allí me amonestaron. A Shion, sin embargo, como se dieron cuenta de que no era la primera vez que la pillaban con las manos en la masa, le pusieron una buena multa, que quiso que pagáramos a medias, y servicios en beneficio de la comunidad.
—¿Y pagaste? —Pruebo otro bocado de ramen mientras lucho con todas mis fuerzas por no mirarle. Bajo la dorada luz del atardecer, esos ojos azules, la piel bronceada y su sonrisa ladeada son demasiado para mí.
—Casi, porque me sentí como un estúpido. Mi padre me convenció de lo contrario ya que yo no tenía ni idea de las intenciones de Shion. Podía meterse una docena de cosas en el bolso sin pestañear si quiera. Prácticamente desvalijó todo el contenido del mostrador de cosméticos antes de que llegaran los de seguridad. —Sacude la cabeza.
—Cuando lo dejamos, Shino estuvo escribiendo varios poemas sobre rupturas todos los días durante tres meses. Después me los mandó todos con franqueo insuficiente. Así que me tocó pagar.
—¡Ves! Deberíamos hacer que se juntaran. Se merecen el uno al otro. —Se pone de pie, toma el bol de mis manos y lo pone en una barra junto con suyo vacío.—. ¿Te apetece dar un paseo hasta el faro?
Tengo frío, pero quiero ir de todos modos. El espigón que lleva al faro es un tanto extraño ya que, hasta mitad de camino, las rocas son perfectamente planas; después, sin embargo, se vuelven irregulares y dentadas, de modo que el paseo incluye una cierta dosis de escalada e ir pegados el uno al otro. Cuando llegamos al faro, la luz del atardecer ha pasado de ser dorada a tener matices rosáceos con la puesta de sol.
Naruto se cruza de brazos, se apoya en la barandilla negra de hierro y se queda contemplando el océano, salpicado de los diminutos triángulos blancos que conforman los veleros que regresan a sus hogares. Es un paisaje tan pintoresco que tengo la sensación de que de un momento a otro va a empezar a tocar alguna orquesta de fondo.
Hanabi es una experta en estas cosas. Si ahora mismo se encontrara en mi misma situación, seguro que fingiría un tropiezo para acercarse más a él y luego le miraría, aleteando sus pestañas. O quizá le diría que estaba helada con la excusa de pegarse a él. Sí, mi hermana sabe cómo conseguir que un muchacho la bese cómo y cuándo quiera.
Pero yo carezco de este tipo de habilidades así que me quedo parada al lado de Naruto, apoyada también sobre la barandilla, mirando los veleros y sintiendo el calor que irradia su brazo rozando el mío.
Tras unos minutos, se vuelve para mirarme. Lo hace de esa forma tan pausada y reflexiva típica de él, examinando mi cara al detalle. «¿Se está deteniendo en mis ojos, en mis labios?». No estoy segura, aunque me encantaría que fuera así. Sin embargo se limita a decir:
—Vamos a casa. Podemos tomar el Escarabajo e ir a algún sitio. Ino me debe una.
A medida que descendemos por las rocas, no puedo dejar de preguntarme qué es lo que acaba de pasar. Hubiera jurado que me estaba mirando como si quisiera besarme. «Entonces, ¿por qué no lo ha hecho? Tal vez no le gusto. Puede que solo quiera que seamos amigos». No sé si seré capaz de ser amiga de alguien a quien estoy deseando arrancarle la ropa.
«¡Oh, Dios mío! ¿De verdad he pensado eso?». Lanzo una mirada furtiva a Naruto y a sus jeans. «Sí. Sí que lo he pensado».
Al pasar por el Ichiraku, volvemos a echar un vistazo a Karin y a Suigetsu. Ahora es ella la que habla y él la tiene tomada de la mano y la mira fijamente. Está claro que la cosa promete.
Cuando llegamos a casa de los Namikaze, nos damos cuenta de que no está la furgoneta.
Entramos al salón y nos encontramos con Ino y Yugo tumbados en el sofá modular marrón. Yugo le está masajeando los pies a la hermana de Naruto. Gaara se ha quedado profundamente dormido, desnudo y bocabajo en el suelo. Temari está deambulando de un lado para otro con un pijama púrpura de felpa, gimoteando de forma lastimera: «Tetita».
—Ino, Tema debería estar en la cama. —Naruto alza a su hermana pequeña en brazos; el diminuto trasero parece minúsculo en su ancha mano. Ino parece sorprendida de encontrarse todavía allí a la niña, como si esperara que Temari se hubiera acostado ella sola hace tiempo.
Naruto va a la cocina a por un biberón; Ino se sienta y me mira con ojos entrecerrados, intentando ubicarme. Ahora lleva el pelo peinado con algún tipo de gel fijador brillante con las puntas hacia arriba en todas las direcciones.
Tras mirarme un buen rato se decide a hablar.
—Eres la hermana de Hanabi Hyuga, ¿verdad? Conozco a Hanabi. —El tono que usa implica que en este caso en particular conocer a mi hermana no es sinónimo de quererla.
—Sí, soy la vecina de al lado.
—¿Estás saliendo con Naruto?
—Solo somos amigos.
—No se te ocurra hacerle daño. Mi hermano es el mejor chico del mundo.
Naruto regresa en ese momento, oyendo la última frase. Intercambiamos una mirada y pone los ojos en blanco. Después, alza al inconsciente Gaara y echa un vistazo por todo el salón.
—¿Dónde está Happy?
Ino, que acaba de acurrucarse en el regazo de Yugo, se encoge de hombros.
—Ino, si Gaara se despierta y no tiene a Happy va a armar un escándalo.
—¿Happy es un dinosaurio de plástico? Porque está en la bañera.
—No, es un perro de peluche. —Naruto hurga debajo del sofá durante un minuto y al final encuentra a Happy que, a juzgar por su aspecto, ha llevado una larga y agitada vida—. Solo será un segundo. —Cuando pasa a mi lado, apoya la mano en mi espalda durante un segundo.
—Lo digo en serio —espeta Ino en cuanto desaparece su hermano—. Como le hagas daño tendrás que vértelas conmigo.
Lo ha dicho como si fuera perfectamente capaz de contratar a un asesino a sueldo si doy un paso en falso con Naruto. «¡Madre mía!».
Naruto abre la puerta del viejo Volkswagen Escarabajo blanco de Ino y recoge unos cincuenta discos compactos del asiento del copiloto. Después abre la guantera e intenta meterlos todos en orden, pero en ese momento se cae un sujetador de encaje rojo.
—¡Jesús! —masculla. Vuelve a meterlo dentro y lo entierra bajo un montón de discos.
—Supongo que no es tuyo —comento yo.
—Necesito tener mi propio vehículo ya mismo —dice él—. ¿Quieres ir al lago?
Cuando nos disponemos a salir, llegan el señor y la señora Namikaze, aparcan en el camino de entrada y se besan como adolescentes; ella con los brazos alrededor del cuello de él y él enredando los dedos en su cabello. Naruto hace un gesto de negación con la cabeza, un poco avergonzado por el espectáculo, pero yo no puedo dejar de mirarles.
—¿Qué se siente? —pregunto.
Está dando marcha atrás, con el brazo apoyado en el respaldo de mi asiento.
—¿Con qué? ¿Con eso?
—Sí. Con tener unos padres felices. Que están juntos. Con tener dos padres.
—¿Tú nunca los has tenido?
—No. No conozco a mi padre. Ni siquiera sé si sigue vivo.
Naruto me mira frunciendo el ceño.
—¿No se ha hecho cargo de ustedes?
—No. Mi madre tenía un fondo fiduciario. Creo que intentó llegar a algún tipo de acuerdo, pero abandonarla estando embarazada jugó en su contra.
—No me extraña —masculla él—. Lo siento, Hinata. Solo conozco lo que es tener unos padres que se quieren y que están juntos. Son los cimientos de mi familia. No me imagino cómo sería mi vida sin ellos.
Me encojo de hombros. Me pregunto por qué me estoy abriendo de este modo a Naruto. Nunca me ha costado mantener en privado los asuntos familiares. Puede que lo que me haga hablar sea la tranquila atención con la que me escucha.
Tardamos quince minutos en llegar al lago, que está en el extremo más alejado de la ciudad. Lo cierto es que no suelo venir mucho por aquí. Sé que es un punto de encuentro entre los estudiantes del instituto público (algo me han contado sobre una costumbre en la que los alumnos de último curso se tiran al agua con toda la ropa el último día de clase), así que espero encontrarme un lago lleno de vehículos aparcados con cristales empañados, pero cuando paramos no veo a nadie. Naruto saca una toalla del maletero, toma mi mano y me guía a través de los árboles hasta la orilla. Como aquí no corre la brisa marina, hace mucho más calor que en la playa.
—¿Una carrera hasta la balsa? —pregunta, señalando una silueta apenas visible en la creciente oscuridad.
Me quito el suéter abierto y el vestido. Todavía tengo el bañador puesto de modo que empiezo a correr hacia el agua y me zambullo en ella. Está fría y es mucho más suave que la del mar. Cuando siento las plantas acuáticas bajo los pies me detengo un instante, intentando no pensar en las truchas y tortugas mordedoras que deben de poblar el lago, pero me doy cuenta de que Naruto ya se ha puesto a nadar y hago lo mismo para adelantarle.
Termina ganando y cuando llego a la balsa está esperando arriba para ayudarme a subir.
Miro a mi alrededor, al agua en calma, a la orilla a lo lejos, y me estremezco cuando su mano se cierra sobre la mía.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —pregunto.
—¿Qué?
—Apenas te conozco. Podrías ser un asesino en serie, atrayéndome a un lago desierto para tenderme una trampa.
Naruto se ríe y se tumba de espaldas, con los brazos detrás de la cabeza.
—No lo soy y lo sabes.
—¿Cómo voy a saberlo? —Le sonrío y me tumbo a su lado. Nuestras caderas están tan cerca que casi pueden tocarse—. Toda esa fachada de familia feliz y chico perfecto podría ser una tapadera.
—Es una cuestión de instinto. Sabes en quién puedes confiar, igual que lo saben los animales. Los humanos no lo tenemos tan desarrollado como ellos, pero sigue estando ahí. Si no, ¿por qué tenemos ese extraño cosquilleo cuando presentimos que algo no va como debería, o esa sensación de calma cuando las cosas van bien? —Su tono de voz es bajo y áspero en la penumbra.
—¿Naruto?
—¿Mmm? —Se incorpora un poco y se apoya sobre un codo. Apenas puedo verle el rostro con la luz crepuscular.
—Tienes que besarme —me encuentro diciendo.
—Sí. —Se acerca a mí—. Por supuesto.
Sus labios son cálidos y suaves. Me rozan la frente y después descienden por mi mejilla hasta la comisura de mi boca. Mueve la mano hasta mi nuca, debajo del cabello mojado, y me sostiene así, mientras la mía asciende hasta su espalda. Bajo las frías gotas de agua que todavía cubren su cuerpo, tiene la piel cálida, y a pesar de estar recostado, sus músculos se tensan pues continúa apoyado sobre el codo. Me acurruco contra él.
No soy una novata en el arte de besar… o eso pensaba. Sin embargo, jamás he experimentado nada parecido a esto. Me da la sensación de que no tengo suficiente de él. Cuando Naruto profundiza el beso, siento como si eso fuera lo correcto y no ese pequeño instante de vacilación que he tenido con todos los demás.
Después de un buen rato, nadamos de nuevo hacia la orilla, extendemos la toalla y volvemos a besarnos. Cuando trazo un sendero de pequeños besos sobre su cara, Naruto sonríe. Me aferro con fuerza a sus hombros; él entierra su rostro en mi cuello y me mordisquea suavemente la clavícula. Es como si todo el mundo hubiera dejado de existir y solo quedáramos nosotros dos, tumbados a orillas del lago en una noche de verano.
—Creo que deberíamos volver a casa —susurra Naruto, acariciándome la cintura.
—No. Todavía no. Todavía no —replico yo. Mis labios vuelven a encontrar los suyos que los reciben de muy buena gana.
