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DRAMAS DE ADOLESCENTE

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Siempre he sido puntual. Jamás he entendido a la gente que usa la expresión de: «Perdí la noción de tiempo». Jamás he perdido o pasado por alto nada; ni el teléfono móvil, ni los deberes, ni mis horarios de trabajo… ni por supuesto el tiempo. Pero esta noche lo hago. Cuando subimos al Escarabajo son las once menos cinco. Intento que no se me note que estoy a punto de dejarme llevar por el pánico cuando le recuerdo a Naruto mi toque de queda. Él pisa el acelerador un poco más, sin pasarse del límite de velocidad, y pone una mano sobre mi rodilla para tranquilizarme.

—Te acompaño —se ofrece en cuanto llegamos a la rotonda que da a nuestras casas—. Diré que ha sido por mi culpa.

—No.

Los faros del Escarabajo iluminan un Lexus aparcado en nuestro camino de entrada. ¿Será de Obito? ¿De algún donante? Abro la puerta del vehículo con manos sudorosas mientras mi cabeza no para de buscar una excusa aceptable para mi madre.

Como los donantes no le hayan dado el dinero —y aunque lo hayan hecho— estoy metida en un buen lío. No me queda más remedio que entrar por la puerta principal, porque seguro que mi madre ya ha subido a mi habitación a ver qué tal estoy.

—Buenas noches, Naruto —me despido apresuradamente y salgo corriendo sin mirar atrás.

Cuando llego a la puerta empiezo a abrirla, pero esta se abre desde dentro con tal fuerza que casi pierdo el equilibrio. Alzo la vista y veo a mi madre, esperándome allí de pie y con el rostro tenso de furia.

—¡Hinata Hyuga! ¿Sabes qué hora es?

—Después del toque de queda, lo sé. Pero…

Agita la copa de vino que lleva en la mano como si fuera una especie de varita mágica con la que poder silenciarme.

—No estoy dispuesta a pasar por esto también contigo, ¿entendido? Ya cubrí el cupo de madre de adolescente problemática con tu hermana. Es lo último que necesito en este momento, ¿ha quedado claro?

—Mamá, solo me he retrasado diez minutos.

—Eso no importa. —Eleva la voz—. ¡Lo que importa es que no tienes que retrasarte ni un minuto! Espero algo más de ti. Este verano sobre todo. Sabes que estoy bajo una gran presión y ahora no es momento para que empieces con tus dramas de adolescente.

No puedo evitar preguntarme si hay algún padre que planifique los «dramas de adolescente» de sus hijos. «Parece que esta semana la tengo bastante tranquila, Sarah, así que voy a hacer un hueco para tu trastorno de anorexia».

—Esto no es un ningún drama —le digo. Al menos para mí no lo es. Mi madre sí que es un drama. Sai es un drama. En ocasiones hasta Sakura es un drama. Naruto y los Namikaze… son todo lo contrario a un drama. Ellos son como una de esas charcas que aparecen en verano, llenas de formas de vida exóticas pero sin ningún peligro real.

—No me repliques, Hinata —dice de repente mi madre—. Estás castigada.

—¡Mamá!

—¿Qué está pasando, Hanni? —pregunta una voz con suave acento sureño.

Segundos después Obito sale del salón, con las mangas remangadas y la corbata aflojada sobre el cuello.

—Ya me encargo yo —responde mi madre secamente.

Casi espero que vuelva por donde ha venido, como si acabara de recibir una bofetada en la cara (lo que me dan ganas de hacer cuando mi madre se pone en ese plan), pero veo cómo adopta una postura mucho más relajada. Se recuesta sobre la jamba de la puerta, se limpia algo que tiene en el hombro y se limita a decir: —Parece que necesitas un poco de ayuda.

Mi madre está tan nerviosa que prácticamente vibra. Siempre ha sido una persona de solucionar las cosas en privado, nunca nos ha gritado ni a mí ni a Hanabi en público; en esas situaciones soltaba su típico y áspero susurro de «ya hablaremos más tarde». Pero ahora se trata de Obito y su mano se dispara hacia arriba para atusarse el pelo de esa forma que solo usa cuando está delante de él.

—Hinata no ha cumplido con su toque de queda y no me ha dado ninguna explicación aceptable.

Bueno, tampoco es que me haya dado oportunidad de hacerlo. Aunque, para ser sinceros, no sabría qué decir en mi defensa.

Obito echa un vistazo a su Rolex.

—¿A qué hora es el toque de queda, Hanni?

—A las once —contesta mi madre con tono vacilante.

Obito suelta una sonora y grave carcajada.

—¿A las once? ¿En verano? ¿Y con diecisiete años? Cariño, a esa edad todos nos saltábamos el toque de queda. —Se acerca a mi madre y le da un ligero apretón en el cuello—. Yo lo hice. Y estoy seguro de que tú también. —Mueve la mano hasta su barbilla y hace que vuelva la cabeza para que le mire a los ojos—. Sé un poco flexible, querida.

Mi madre le mira fijamente. Contengo la respiración y echo un vistazo a mi insólito salvador. Obito me guiña un ojo y da un golpecito con los nudillos a la barbilla de mamá. En sus ojos no hay ningún rastro de remordimiento o —y me sorprende lo mucho que me alivia— complicidad sobre lo que sabe que vi.

—Puede que haya exagerado un poco —dice a Obito, no a mí.

Pero yo también me estoy preguntando lo mismo. ¿No habré exagerado con lo de la morena? Puede que haya una explicación perfectamente lógica.

—Todo el mundo lo hace a veces, Hanni. ¿Qué te parece si te sirvo un poco más de vino? —Obito le quita la copa de los dedos y se dirige a la cocina como si estuviera en su casa.

Mi madre y yo nos quedamos solas.

—Tienes el pelo mojado —comenta tras unos segundos—. Será mejor que te pongas un poco de acondicionador si no quieres que se te enrede cuando se seque.

Asiento y voy hacia las escaleras. Antes de subir oigo sus pasos detrás de mí, pero hago caso omiso y sigo hasta mi dormitorio. Una vez allí me tumbo bocabajo sobre la cama a pesar de que todavía tengo húmedo el bañador y el vestido. Siento cómo se hunde el colchón a mi lado cuando mi madre se sienta.

—Hinata… ¿por qué me provocas de este modo?

—No lo hago… No se trata de…

Empieza a frotarme la espalda del mismo modo que solía hacer cuando era pequeña y tenía pesadillas.

—Cariño, no tienes ni idea de lo duro que es ser padre, sobre todo madre soltera como yo. He estado trabajando en la cuerda floja y sin red desde que ustedes nacieron. Nunca sé si estoy tomando o no la decisión correcta. Mira a Hanabi y su incidente con el robo de la tienda. Y tú y ese Shino, que perfectamente podía haberte metido en las drogas.

—Mamá, ya te dije que no era ningún drogadicto. Solo un poco raro.

—Da igual. Este tipo de cosas no pueden suceder durante la campaña. Necesito concentrarme en el reto que tengo por delante. No puedo permitir que me distraigas con estas tonterías para llamar la atención.

«¿Tonterías para llamar la atención? Ni que hubiera llegado desnuda a altas horas de la noche, oliendo a alcohol y a marihuana».

Continúa frotándome la espalda durante unos minutos. Después frunce el ceño y pregunta:

—¿Por qué tienes el pelo mojado?

La mentira sale de mi boca con suma facilidad a pesar de que es la primera vez que miento a mi madre.

—Me he duchado en casa de Sakura. Estuvimos probándonos algunos productos cosméticos nuevos y un tratamiento para el pelo.

—Ah. —Baja la voz—. Voy a estar pendiente de ti, Hinata. Siempre has sido mi niña buena y obediente. Solo… sigue así, ¿de acuerdo?

Sí, siempre lo he sido. Y hasta aquí he llegado. Aún así, susurro un «de acuerdo» y me quedo muy quieta mientras me sigue frotando la espalda. Después de un rato se levanta, me da las buenas noches y sale de mi dormitorio.

Diez minutos más tarde oigo un golpe en la ventana. Me quedo inmóvil en busca de cualquier indicio que demuestre que mi madre también lo haya oído, pero en la planta baja todo permanece en silencio. Abro la ventana y me encuentro a Naruto agachado en el balcón.

—Quería asegurarme de que estabas bien. —Estudia de cerca mi cara—. ¿Lo estás?

—Dame un minuto —le digo. Casi le pillo los dedos al cerrar la ventana. Voy corriendo hasta la puerta, salgo de mi habitación y grito en dirección a las escaleras—. Voy a darme una ducha, mamá.

—¡Usa acondicionador! —responde también gritando. Su voz suena mucho más relajada. Me meto en el baño, abro el grifo al máximo y regreso a la ventana.

Naruto me mira perplejo.

—¿Va todo bien?

—Mi madre es un poco sobreprotectora. —Saco una pierna por la ventana, después la otra y me siento al lado de Naruto, que se ha recostado cómodamente sobre el gablete. La brisa nocturna susurra en nuestros oídos y las estrellas brillan con especial intensidad.

—Ha sido culpa mía. Yo era el que conducía. Deja que hable con tu madre. Le diré que…

Me imagino a Naruto enfrentándose a mi madre. Que la primera vez que he desobedecido el toque de queda haya sido en compañía de «uno de esos Namikaze» solo confirmaría a sus ojos todo lo que siempre ha pensado de ellos. Lo sé a ciencia cierta.

—No servirá de nada.

Extiende el brazo y toma mi mano fría en la suya, cálida. Debe de sentir que la tengo helada, porque inmediatamente después añade su otra mano.

—¿Seguro que estás bien?

Lo estaría si dejara de imaginarme a mi madre regresando al dormitorio para asegurarse de que estoy usando suficiente acondicionador y encontrándome aquí fuera con Naruto. Trago saliva.

—Sí, lo estoy. ¿Te veo mañana?

Se inclina hacia delante y, sin soltar mi mano, acaricia con los labios el puente de mi nariz y desciende lentamente hasta mi boca. Abro los labios y empiezo a relajarme entre sus brazos, pero entonces creo oír un golpe.

—Tengo que irme. Yo… Buenas noches… —murmuro.

Me estrecha la mano con fuerza. A continuación, esboza una sonrisa tan deslumbrante que se me encoge el corazón.

—Sí. Nos vemos mañana.

A pesar de los besos compartidos, no consigo calmarme. «¿Por primera vez en la vida he llegado diez minutos tarde y ya soy un problema para la campaña? Tal vez, si mi madre y los Haruno nos meten juntos a mí y a Sai en la academia militar puede que les hagan un descuento».

Cierro el grifo de la ducha y doy un sonoro golpe a la empañada puerta de cristal.

En el dormitorio, la tomo con la almohada dando varios puñetazos hasta que le doy la forma que quiero. Estoy tan tensa que no sé cómo voy a conseguir conciliar el sueño.

Si Shino fuera un drogadicto y en este momento me ofreciera un porro para olvidarme de todo, lo aceptaría, a pesar de que soy de las que se lo piensan dos veces antes de tomarse una aspirina. Si Naruto volviera a llamar a mi ventana y me propusiera hacer una escapada en moto al País del Rayo ahora mismo, iría con los ojos cerrados.

¿De qué me sirve comportarme como lo he hecho hasta ahora si mi madre apenas lo aprecia?

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