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CITA EN EL TECHO

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Naruto da un da un golpecito apenas perceptible al cristal de la ventana con la mano, pero yo estoy tan pendiente de cualquier sonido que lo oigo enseguida, abro la ventana y salgo a la calle en menos de veinte segundos.

En cuanto me ve hace un gesto hacia la manta que ha extendido sobre el techo.

—¡Veo que has venido preparado! —comento, tumbándome a su lado.

Naruto se acerca a mí y desliza un brazo debajo de mi cuello.

—Soy un tipo previsor. Además, necesitaba un incentivo para terminar la última parte del entrenamiento, así que me dediqué a pensar en lo que haría cuando viniera a verte.

—¿Yo fui tu incentivo?

—Sí.

Siento su brazo cálido en mi espalda. Estiro los dedos de los pies en la parte inferior de la manta, rozando las tejas aún calientes. Son casi las nueve y los últimos rayos de sol empiezan a perder la batalla contra la oscuridad. Por delante se presenta otra noche estrellada.

—¿Sabías que las estrellas son diferentes según en qué sitio del mundo estés? Si estuviéramos del otro lado del mundo veríamos un cielo completamente distinto a este.

—¿No solo del revés? —Naruto me acerca más a él y yo apoyo la cabeza en su pecho. Tomo una profunda bocanada de aire, aspirando el aroma que desprende su cálida piel y el olor a camiseta limpia—. ¿O invertido? ¿Completamente distinto?

—En casi todo —respondo—. De ese lado ahora es invierno, así que allí se puede ver el Triángulo de Verano… y el cinturón de Orión. Y esa estrella rojoanaranjada, Aldebarán, que forma parte de la constelación de Tauro. Ya sabes, el toro.

—Y dime. —Desliza el dedo lentamente por el cuello de mi camisa en un movimiento hipnótico—, ¿cómo te convertiste en una experta astrofísica?

—Pues fue un poco por casualidad. —Cierro los ojos e inhalo el olor a hierba cortada y el aroma que desprenden los rosales de mi madre y la piel recién salida de la ducha de Naruto.

—Adelante —comenta. Su dedo traza un sendero desde mi garganta, siguiendo por la línea de la mandíbula y regresa de nuevo a mi cuello. Tengo la sensación de que me ha hechizado con ese simple movimiento, porque antes de darme cuenta le estoy contando una historia que jamás he contado a nadie.

—¿Recuerdas que te dije que mi padre nos dejó antes de que naciera? —Asiente con la cabeza y frunce el ceño, pero no dice nada—. En realidad no sé cómo pasó, porque ella nunca nos ha contado nada. No sé si fue ella la que lo echó, o él simplemente se marchó, o tuvieron una pelea enorme… Sin embargo mi padre sí que dejó algunas de sus cosas en una caja que se suponía que mi madre tenía que enviarle, pero como ella estaba a punto de dar a luz y Hanabi tenía poco más de un año, no lo hizo. Se limitó a guardarla en el fondo del armario del vestíbulo y se olvidó de ella.

Siempre me ha parecido un poco raro dado que mi madre es una obsesiva de la limpieza.

—Hanabi y yo encontramos la caja cuando teníamos cinco y seis años —continuó—. Al principio creímos que era un regalo de Navidad o algo parecido, así que la abrimos totalmente emocionadas. Pero nos sentimos decepcionadas en cuanto vimos lo que contenía: viejas camisetas con nombres de grupos musicales, cintas de casete, fotos de esas grandes reuniones de personas que no conocíamos, artículos deportivos. Una zapatilla de deporte. Tonterías. Desde luego no lo que esperábamos encontrarnos una vez nos dimos cuenta de lo que realmente era.

—¿Qué esperaban? —pregunta Naruto con voz tranquila.

—No sé. Un tesoro. Viejos diarios o algo similar. Su colección privada de Barbies…

—Esto… ¿Tu padre coleccionaba Barbies?

Me río.

—No que yo sepa. Pero éramos unas niñas pequeñas. Hubiéramos preferido eso a los zapatos malolientes y las desgastadas camisetas de R.E.M o Blind Melon.

—Sí, claro. —Ahora Naruto ha bajado el dedo hacia mis pantalones cortos trazando un sendero parecido al anterior a lo largo de mi cintura. Respiro hondo para recuperar el aliento.

—El caso es que en el fondo de la caja había un telescopio. Uno que se veía que era de primera calidad pero que todavía seguía envuelto, como si se lo hubiera comprado pero nunca lo hubiera abierto. O quizá se lo regalaron y no le gustó. Decidí sacarlo y lo escondí en mi armario.

—¿Y lo usaste? ¿En el tejado? —Naruto cambia de postura y se apoya sobre un codo para mirarme.

—En el tejado no. Solo desde la ventana. Al principio no entendía las instrucciones, pero en cuanto pasaron unos años y fui lo suficientemente mayor empecé a usarlo. Busqué cualquier signo de vida extraterrestre, la Osa Mayor… ese tipo de cosas. —Me encojo de hombros.

—¿Nunca te preguntaste dónde podía estar tu padre?

—Puede que sí. Lo más seguro. Pero después me centré en todos esos planetas y estrellas.

Naruto asiente, como si esa respuesta tuviera algún sentido para él.

Me doy cuenta de que estoy temblando un poco.

—Ahora te toca a ti.

—¿Qué? —Está haciendo pequeños círculos con el dedo sobre mi ombligo.

«¡Dios, mío!».

—Cuéntame algo. —Giro la cabeza y entierro los labios en el desgastado algodón de su camiseta—. Algo que no sepa.

Y así, sin nada que nos distraiga, sin hermanos y hermanas pululando a nuestro alrededor, sin amigos entrando y saliendo, sin ningún trabajo de por medio en el que debamos comportarnos, solo Naruto y yo, me entero de cosas sobre los Namikaze que nunca hubiera descubierto con solo observarles.

Por ejemplo, descubro que Ino está estudiando enfermería. Cuando me lo dice y suelto una carcajada, enarca una ceja.

—¿Qué? ¿No te imaginas a mi hermana como una persona capaz de cuidar a los demás con paciencia infinita? Me dejas a cuadros.

Menma es alérgico a las fresas. Karin nació con dos meses de antelación. Todos los Namikaze tocan algún instrumento. Naruto, la guitarra. Ino, el flautín. Menma, el violonchelo. Karin, el violín.

—¿Y Shee? —pregunto.

—La batería, qué si no. Empezó con el clarinete, pero enseguida se dio cuenta de que no era lo suyo.

La brisa trae un suave olor a árboles. Siento el lento latido del corazón de Naruto bajo mi mejilla. Cierro los ojos y me relajo.

—¿Cómo ha ido el entrenamiento?

—Me duele un poco todo el cuerpo —admite—. Pero mi padre sabe lo que se hace. Además, Shee hizo lo mismo y le fue muy bien. Consiguió una beca completa en la universidad estatal para jugar al fútbol.

—¿Y tú a qué universidad quieres ir? ¿Lo sabes ya?

Naruto, que ha vuelto a apoyarse sobre el codo, se frota un lado de la nariz con el pulgar. Su expresión, normalmente abierta y alegre, se nubla durante un instante.

—No lo sé. Ni siquiera sé si voy a poder ir.

—¿Qué?

Se pasa una mano por el pelo.

—Mis padres… mi padre… siempre ha tenido bajo control el asunto de las deudas. Pero el año pasado una gran cadena de bricolaje abrió una nueva tienda. Mi padre creyó que era un buen momento para pedir un préstamo y comprar más mercancía. Material específico, cosas que no se suelen encontrar en esa tienda. Sin embargo la gente ha dejado de construir y apenas llegamos a fin de mes. Tenemos que apretarnos el cinturón. Ino tiene una beca parcial y algo de dinero que le dejó una tía abuela. Este verano también ha encontrado trabajo, ayudando a una enfermera privada. Yo… en cambio… eso del fútbol puede funcionar, pero no soy mi hermano.

Me vuelvo para mirarle.

—Tiene que haber algo, Naruto. Algún otro tipo de becas. Préstamos estudiantiles. Seguro que hay algo, ya lo verás.

Me viene a la cabeza la señora Namikaze, controlando cuánto zumo beben los pequeños: «Buna, nunca te terminas el vaso entero. Ponte solo un poco y luego, si tienes más sed, te echas más».

Y luego pienso en mi madre, que se dedica a preparar exquisitos platos que ve en el canal de cocina y que como no pasa el tiempo suficiente en casa no puede comérselos. Y Hanabi, y ahora yo sola, somos incapaces de terminarlos.

—Encontraremos una solución, Naruto. Te lo prometo.

Se encoge de hombros, me mira y parece reponerse un poco.

—¿Así que ahora voy a ser rescatado por Sailor Moon?

Le hago un saludo militar.

—Estoy a tu servicio.

—¿Ah, sí? —Se inclina sobre mí hasta que su nariz y la mía se tocan—. ¿Podrías indicarme en qué va a consistir exactamente ese servicio?

—Solo si tú… —susurro.

—Trato hecho —murmura él. Entonces cierra su boca sobre la mía en un beso cálido y seguro mientras sus brazos me estrechan contra su cuerpo.

Más tarde, se inclina una última vez para besarme y desciende por el enrejado. A continuación se queda esperando en el suelo a que yo recoja la manta y se la tire.

—¡Buenas noches!

—¡Buenas noches! —digo en voz baja.

De repente, oigo la voz de mi madre a mis espaldas.

—¿Cariño?

«¡Dios mío!». Salto por la ventana tan rápido que me doy en la cabeza con el marco.

—¡Ay!

—¿Con quién estabas hablando? —Mi madre, que va muy elegante con una camiseta de tirantes negra y un pantalón blanco entallado, se cruza de brazos y frunce el ceño—. Me ha parecido oír voces.

Trato de que el rubor no inunde mi cara, pero no lo consigo. Estoy roja como un tomate y tengo los labios hinchados. No podría parecer más culpable ni aunque lo intentara.

—Solo estaba saludando a la señora Akimichi al otro lado de la calle. Ha salido a retirar el correo.

Por increíble que parezca, mi madre se lo cree. Debe de estar un poco distraída.

—Te he dicho cientos de veces que no dejes abierta esa ventana. ¡Deja que se escape el aire acondicionado y entran bichos! —Cierra la ventana de un golpe, echa el pestillo y mira a través del cristal al exterior. Rezo para que no vea la silueta incriminatoria de Naruto caminando hacia su casa con (¡cielos!) una manta. No es que vaya a sumar dos más dos solo con eso, pero está demasiado cerca y mi madre no es tonta.

El corazón me late tan deprisa que tengo la sensación que se me va a salir del pecho.

—¿Por qué nunca quitan todos los trastos que tienen en el jardín? —murmura para sí, refiriéndose claramente a los Namikaze. Cierra la persiana.

—¿Querías algo, mami? —Hago una mueca. No la he llamado «mami» desde hace por lo menos seis años.

Pero la palabra parece suavizarla porque se acerca a mí y me retira el pelo de la cara, casi como Naruto hizo, aunque ella termina recogiéndomelo en una coleta.

Después se aparta un poco para examinar el resultado y esboza una sonrisa que le llega hasta los ojos.

—Sí. Necesito que me eches una mano, Hinata. Mañana tengo programados varios eventos y no sé qué ponerme. Podemos tomar un té.

Minutos más tarde, mis niveles de adrenalina han vuelto a la normalidad. Bebo un sorbo de manzanilla y observo a mi madre extender sobre la cama unos pantalones de lino y algunos suéteres veraniegos. Cualquiera pensaría que esto es algo que se le daría mejor a Hanabi; al fin y al cabo ella es la que siempre está hablando de moda y prepara qué ropa ponerse la noche anterior. Sin embargo, siempre he sido yo la encargada de ayudar a mamá en estas cosas.

—Esto es lo que tengo —explica mi madre—. Primero un almuerzo en el club de jardinería, después una fiesta de cumpleaños de un hombre que celebra sus cien años y desde allí directamente a un paseo en barco por el puerto.

Me recuesto sobre la almohada de raso y reduzco las posibilidades a un socorrido vestido negro, un traje blanco de lino y una falda azul de flores con un chal azul claro.

—El vestido negro —digo finalmente—. Va con todo.

—Mmm… —Arruga la frente, alza el vestido con la percha y se lo pone por encima. Después examina su imagen en el espejo de pie—. Mi madre siempre decía que no me pusiera nada negro. Demasiado serio y todo un cliché. —Antes de que le pregunte por qué se lo compró, se le ilumina la cara y añade—: Pero tengo uno igual de color azul marino.

Comento que el azul marino será perfecto y es verdad. Mi madre se pierde en su vestidor y regresa con una selección de zapatos. Me acomodo mejor entre las almohadas. Aunque apenas es más alta que yo, su cama es una de esas tamaño extra grande que parecen hechas para los jugadores de futbol americano. A veces, cuando estoy aquí, me siento como si todavía fuera una niña pequeña.

Tras elegir el calzado adecuado —hemos descartado los altos y dolorosos Manolos y los prácticos aunque nada agraciados Naturalizers— mi madre se sienta en la cama y alcanza su té. Tras un sorbo, alza los hombros para luego dejarlos caer con un suspiro.

—Esto es de lo más relajante. —Me sonríe—. Parece que ha pasado un siglo desde la última vez que lo hicimos.

En realidad sí que ha pasado mucho tiempo. Nuestro ritual del té, escoger ropa, mamá en casa por la noche… me cuesta acordarme de la última vez que hicimos todo eso juntas.

—Hanabi me ha mandado un correo electrónico con una foto de ella y Konohamaru en el faro de El Api de la Olas en la que salen guapísimos.

—Sí, a mí también me la ha mandado —señalo.

—Me parecen una pareja muy dulce. —Mi madre bebe otro sorbo de té.

«Dulce» no es la primera palabra que me viene a la mente para describir a mi hermana y su novio, aunque también es cierto que les he pillado en algunas situaciones comprometidas que mi madre, gracias a Dios, no ha presenciado. «¿Y si hubiera entrado en mi habitación cinco, o un par de minutos antes? La ventana abierta le hubiera dado una pista de donde me encontraba. ¿Cómo hubiera reaccionado? ¿Qué hubiera hecho Naruto?».

—¿Echas de menos tener novio, cariño? —La pregunta me pilla totalmente desprevenida. Se pone de pie, recoge las prendas que hay sobre la cama y vuelve a colocarlas en el armario. Yo permanezco en silencio—. Sé que a tu edad es algo importante. —Se ríe con amargura—. Puede que también a la mía. Me había olvidado de lo que se siente… —Se sume en sus pensamientos durante unos segundos. Después parece volver en sí y retoma el tema de conversación—. ¿Qué me dices de Udon, Hinata? El hermano pequeño de Konohamaru. Es un muchacho muy simpático.

¿Ahora se va a poner a hacer de casamentera? Esta nueva faceta de mi madre me resulta de lo más estrambótico.

—Esto… mamá… Udon juega para el otro equipo.

—Bueno, no creo que sus lealtades deportivas importen mucho a la hora de salir con alguien —comenta—. Siempre ha sido un muchacho encantador.

—Es homosexual, mamá. Hace tiempo que salió del armario.

Parpadea un par de veces, tratando de asimilarlo.

—Oh. Vaya. Muy bien.

En ese momento empieza a sonarle el teléfono móvil, rompiendo el silencio que se había instalado en el ambiente.

—Hola, querido. —Mamá apoya el teléfono entre el hombro y la oreja y se atusa el pelo a pesar de que Obito no puede verla—. ¿Cuándo? De acuerdo, voy a encenderla ahora mismo. ¡Te llamo luego!

Va a por el mando a distancia, que está perfectamente colocado en una cesta de mimbre que hay en su mesilla de noche.

—El Canal Siete va a retransmitir el discurso que di en la escuela de leyes. A ver qué te parece, Hinata.

Me pregunto si los hijos de las estrellas de cine tienen la extraña sensación de desconexión que estoy experimentando ahora mismo. La persona que aparece en pantalla se parece a la mujer que hace limonada en nuestra cocina, pero las palabras que pronuncia parecen salidas de la boca de un extraño. Hasta ahora, mi madre nunca ha tenido problemas con los inmigrantes. O con el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Siempre ha sido conservadora pero de una forma moderada. Mientras la escucho, veo la cara de entusiasmo con la que se ha sentado a mi lado y no sé qué decir. ¿Esto es obra de Obito? Sea como sea no puedo evitar estremecerme por dentro.

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