.

.

.

BENDITAS INTERRUPCIONES

.

.

.

—Tengo una sorpresa. —Dos días más tarde Naruto me abre la puerta de la furgoneta.

No he visto ni a Sakura ni a Sai desde el incidente en el Castillo, lo que en el fondo agradezco, ya que así me ahorro un poco de drama.

Entro en la furgoneta, piso una pila de revistas, un vaso de papel vacío, varias botellas de plástico de zumos y Gatorade y unos cuantos envoltorios de bocadillos. Ino y el Escarabajo deben de seguir todavía en el trabajo.

—¿Una sorpresa para mí? —pregunto intrigada.

—Bueno, en realidad es para mí, pero también un poco para ti. Es algo que quiero que veas.

Eso último hace que me sienta un poco incómoda.

—¿Es una parte del cuerpo?

Naruto pone los ojos en blanco.

—Dios, no. Creía que era un tipo encantador y no alguien que usa ese tipo de recursos.

Me río.

—Está bien. Solo era para asegurarme. A ver, enséñame lo que quiera que sea.

Conduce hasta Monte Myōboku, un municipio que se encuentra dos localidades más allá de Konoha. Naruto deja la furgoneta en un aparcamiento con un inmenso letrero rojo, blanco y azul que dice: «Venta de vehículos usados de Fukasaku "el Francés"».

—¿Fukasaku «el Francés»?

—Fukasaku cree que poner lo de «francés» hace que parezca que tiene más clase.

—Entiendo. Vamos, que si te llamo Naruto «el Francés» eso significa que eres más elegante que con Naruto a secas.

—Oui, oui. Ven. Quiero que me digas qué te parece mi chica.

«¿Su chica?».

En cuanto salimos del automóvil toma mi mano y me lleva a la parte de atrás, donde hay acumulados montones de vehículos extremadamente viejos en diversos estados de deterioro y con letras pintadas en blanco en el parabrisas. Me fijo en algunas de las cosas que leo: «$3999 ¡Toda una ganga!» o «Ya no se hacen motores de este tipo» o «Ruge como un tigre».

Segundos después nos detenemos delante de un automóvil blanco grisáceo con un chasis enorme pero con una cabina muy pequeña. En el parabrisas pone: «Esta preciosidad puede ser tuya por unos pocos peniques».

—«Unos pocos peniques» en realidad son mil quinientos dólares —señala Jase—. Pero ¿a que es una maravilla?

No soy una experta en el mundo del motor, pero como veo que sus ojos brillan de emoción, asiento entusiasmada.

—Sí. Es impresionante.

Se ríe.

—No ahora, lo sé. Pero es un Mustang del 73. Imagínatela pintada en vez de con la capa de imprimación que lleva, con una nueva tapicería, un volante de cuero y…

—¿Unos dados colgando del espejo retrovisor? —pregunto con recelo—.¿Pintado de rojo intenso y con tapicería de estampado de leopardo?

Naruto niega con la cabeza.

—¿Quién te crees que soy, Hinata? Por supuesto que no. Me refiero a un color verde como el de los automóviles de carreras. Nada de dados. Y antes de que me lo preguntes, tampoco ninguna bailarina hawaiana.

—En ese caso, me encanta.

Esboza una enorme sonrisa.

—Estupendo. Porque sé que puedo hacer que vuelva a funcionar. Además es descapotable y… Solo quería asegurarme de que… que te gustaba porque… Solo quería saber si te gustaba. —Da una palmada al capó del Mustang y ladea ligeramente la cabeza—. Llevo cuatro años ahorrando para poder comprarme un vehículo propio. Sí, sé que debería usar el dinero para la universidad —dice, como si esperara que fuera a soltarle un discurso sobre la responsabilidad—. Pero Ino lleva una temporada en la que acapara todo el rato el Escarabajo. Por lo visto Jugo es un conductor pésimo. Y tú y yo no podemos tener todas nuestras citas en un tejado. Además, es una auténtica ganga.

Lo que más me ha llamado la atención de todo lo que ha dicho ha sido un pequeño detalle.

—¿Llevas ahorrando cuatro años para comprarte un automóvil? ¿Desde que tenías trece?

—¿Qué? ¿Crees que soy un bicho raro?

Su sonrisa es tan contagiosa que se la devuelvo antes de contestarle siquiera.

—No lo sé. Creía que los muchachos de trece años lo primero que quieren tener es una videoconsola.

—Shee me enseñó a conducir a esa edad. Recuerdo la primera vez; en un aparcamiento de la playa en otoño. Quedé fascinado. Por eso empecé a aprender un poco de mecánica… ya que era demasiado pequeño para conducir un automóvil, por lo menos podía arreglarlo. Crees que estoy loco, ¿verdad? A veces yo también lo pienso.

—Loco en el buen sentido de la palabra —aseguro.

—Eso me sirve. Y ahora, vamos, ma chérie. Paguémosle a Fukasaku «el Francés».

Fukasaku se compromete a llevar el Mustang a la casa de los Namikaze el viernes.

Cuando subimos de nuevo a la furgoneta pregunto:

—¿Dónde tienes pensado repararla? —Vaya, se me ha pegado eso de dirigirme al Mustang como «ella».

—En el camino de entrada a casa. Shee está yendo a trabajar en moto este verano, así que hay hueco de sobra. En el garaje es imposible, por lo menos hasta que mi madre se deshaga de todos esos cachivaches que lleva queriendo vender desde hace cinco años.

Ya me imagino a mi madre, con las manos en las caderas, mirando a través de la ventana el destartalado Mustang y resoplando cada dos por tres. «¡Una chatarra oxidada! ¿Qué será lo siguiente? ¿Flamencos de plástico?». Doy un apretón a la rodilla de Naruto. Al instante su mano envuelve la mía y me mira con esa sonrisa suya tan embriagadora. Siento una extraña punzada en mi interior, como si estuviera entregando una parte de mí que nunca he dado a nadie. De pronto me acuerdo de mi hermana y de lo preocupada que estaba porque creía que se estaba enamorando de Konohamaru. Solo han pasado unas pocas semanas y parece que voy por el mismo camino.

Naruto tiene los días tan ocupados como mi madre. La ferretería, los entrenamientos, alguna que otra hora para arreglar cosas en la tienda de bicicletas, entregas de madera… Una tarde, después de terminar mi jornada como socorrista, me quedo en el porche, dudando sobre si llamarle o no. Entonces oigo un silbido y lo veo caminando en dirección a mi casa.

Llevo la estúpida rebeca con charreteras y el bañador con el logo. Tenía tantas ganas de salir del Castillo que no me molesté en cambiarme.

—¡Almirante Hinata, volvemos a encontrarnos!

—No digas nada. Dichoso tú que puedes vestir como te dé la gana. —Hago un gesto con la mano hacia sus pantalones cortos desteñidos y la camisa verde oscuro.

—Pero tú eres más guapa que yo. ¿Cuándo llega tu madre a casa?

—Tarde. Tiene no sé qué reunión para recaudar fondos— respondo con una mueca.

—¿Quieres venir a casa? ¿O no te dejan confraternizar después del trabajo?

Le digo que espere un par de minutos mientras me cambio de ropa.

Cuando llegamos al hogar de los Namikaze me encuentro con la vorágine de actividad de costumbre. La señora Namikaze está dándole el pecho a Temari en la mesa de la cocina, a la vez que pregunta a Buna los nombres de varios nudos para el campamento de vela. Menma está delante del ordenador. Gaara, sin camiseta, come galletas con pepitas de chocolate que moja previamente en leche mientras ve ensimismado un documental en el National Geographic infantil. Ino y Karin están al lado del fregadero manteniendo una acalorada conversación.

—¿Cómo le animo a hacerlo? Me está matando. Como no lo haga me muero. —Karin cierra los ojos de forma dramática.

—¿Qué te está matando? —pregunta la señora Namikaze—. Creo que me he perdido.

—Suigetsu Hozuki no me ha besado todavía. Y ya no aguanto más.

—Ya debería haberlo hecho —observa Ino—. Puede que sea gay.

—¡Ino! —protesta Naruto—. ¡Solo tiene catorce años! ¡Jesús!

—¿Qué es «gay»? —pregunta Gaara con la boca llena de galletas.

—Gay es como esos pingüinos sobre los que leímos —explica Menma sin dejar de teclear en el ordenador—. ¿Te acuerdas que a veces los machos se emparejan con otros machos?

—Ah, sí, ya me acuerdo. ¿Pero qué es «emparejar»? Me he olvidado de eso —responde Gaara, todavía masticando.

—Intenta con esto —sugiere Ino. Después camina lentamente hacia Naruto, se toca el pelo de forma sugerente, desliza los dedos sobre el pecho de Naruto y juguetea con los botones de su camisa, inclinándose ligeramente hacia él—. Siempre funciona.

—No con tu hermano. —Naruto retrocede y vuelve a abrocharse los botones.

—Supongo que podría intentarlo. —Karin no parece muy convencida—. ¿Pero y si me mete la lengua en la boca nada más empezar? No creo que esté preparada para eso.

—¡Qué asco! —exclama Buna—. ¡Puaj!

Me sonrojo y miro a Naruto. Él también se ha ruborizado, aunque esboza una pequeña sonrisa.

La señora Namikaze suspira.

—Creo que deberías tomarte las cosas con calma, Karin.

—¿Qué se siente? —pregunta Karin, dirigiéndose a mí—. ¿Está bien o no? Es difícil de imaginar aunque lo intente. Todo el tiempo.

—Hinata y yo nos vamos arriba a… mmm… dar de comer a los animales. —Naruto me agarra de la mano.

—¿Ahora se le llama así? —ironiza Ino con cara de inocente.

—Ino… —Empieza a reprenderla la señora Namika. Pero no oigo nada más porque hemos subido a toda prisa las escaleras y nos metemos en el relativamente tranquilo dormitorio de Naruto.

—Lo siento —murmura él con la punta de las orejas todavía roja.

—No pasa nada. —Me quito la goma del cabello y lo dejo caer suelto sobre mis hombros, aleteo las pestañas y me acerco a él, acariciándole el pecho como hizo su hermana hace un rato, mientras le desabrocho los botones.

—Oh, Dios mío —susurra Naruto—. Ahora sí que… Estoy… No te imaginas cómo… —Engancha un dedo en la cinturilla de mis pantalones cortos y me atrae hacia él. Sus labios descienden sobre los míos. Ya estoy acostumbrada a ellos, pero cada vez me resultan más excitantes. Llevamos unas semanas en las que pasamos horas besándonos; solo besándonos, o acariciando nuestras caras, espaldas y cinturas.

A Naruto le gusta tomarse su tiempo.

Pero en esta ocasión soy yo la que mete las manos debajo de su camisa, la que le acaricia el pecho mientras… apoyo la cabeza sobre su hombro y tomo una profunda bocanada de aire.

Todos nuestros besos han sido lentos y controlados, aunque es cierto que siempre nos hemos besado en el lago o en el tejado, donde podían descubrirnos en cualquier momento.

Hoy, sin embargo, estamos en su dormitorio; algo demasiado tentador. Deslizo las manos hasta el dobladillo de su camisa y tiro de ella hacia arriba. Una parte de mí no termina de creerse que me haya atrevido a hacer algo así.

Naruto da un paso atrás y me mira intensamente con sus ojos azules. A continuación alza los brazos para que pueda quitarle la camisa.

Lo hago.

Le he visto con el torso desnudo antes, como también le he visto en bañador. Pero cada vez que le he acariciado el pecho estábamos a oscuras. Ahora, los rayos vespertinos inundan de luz la habitación; una habitación que huele a tierra y a bosque con todas esas plantas y en la que solo se oyen nuestras respiraciones entrecortadas.

—Hinata.

—Mmm… —Le acaricio el estómago, sintiendo sus firmes abdominales.

Naruto extiende la mano, cierro los ojos y no puedo evitar preguntarme lo avergonzada que me sentiría si me detiene. En vez de eso, sus dedos se cierran en torno a mi blusa, deslizándola hacia arriba mientras su otra mano me engancha de la cintura. Entonces me acaricia la mejilla, formulándome una pregunta tácita. Asiento con la cabeza y tira de mi camisa para quitármela.

Después me acerca más a él y volvemos a besarnos, pero sentir gran parte de su piel contra la mía hace que el contacto sea mucho más íntimo. Percibo los latidos de su corazón y su respiración. Hundo los dedos en su espeso cabello y me pego todo lo que puedo a él.

De pronto la puerta se abre y entra Gaara.

—Mami dijo que les trajera esto.

Nos separamos al instante y nos encontramos con el pequeño ofreciéndonos un plato de galletas con pepitas de chocolate, varias de las cuales están mordidas.

Gaara nos mira con expresión de culpabilidad.

—Tenía que asegurarme de que seguían estando buenas. —Y entonces parece percatarse de algo importante—. Oye, ¡no llevan camiseta!

—Pues… Gaara… —Naruto se pasa las manos por el pelo.

—¡Yo tampoco! —Gaara señala con un dedo su propio pecho desnudo—. ¡Vamos iguales!

—Venga, superhéroe —Naruto le guía hasta la puerta, dándole tres galletas—. Hora de ir abajo. —Da a su hermano un pequeño empujón entre sus delgados omoplatos y cierra la puerta detrás de él.

—¿Qué probabilidades hay de que no le mencione a tu madre lo de las camisetas? —pregunto.

—Muy pocas. —Naruto se apoya contra la puerta y cierra los ojos.

—Claro. Gaara lo cuenta todo. —Me pongo rápidamente la blusa, metiendo los brazos en las mangas.

—Vamos a… —Parece que se ha quedado sin palabras.

—¿Dar de comer a los animales? —sugiero yo.

—Sí. Eso. Mira, aquí. —Saca algunos cajones que tiene debajo de la cama—. Lo tengo todo clasificado.

Preparamos la comida, cambiamos los recipientes de agua y colocamos más paja en las jaulas. Tras cinco minutos de actividad le digo:—Vuelve a ponértela. —Le lanzo la camisa.

—De acuerdo. ¿Por qué?

—Solo hazlo.

—¿Te distrae mi torso desnudo, Hinata?

—Sí.

Se echa a reír.

—Bien. Entonces estamos igual. —Se queda en silencio unos segundos—. No he querido decir eso. Parece que solo me preocupo por tu físico y no es así. Eres tan diferente a como creía que eras.

—¿A como creías que era cuándo?

—Cuando te veía. Sentada en tu tejado. Te he estado observando durante años.

—¿Que me has estado observando durante años? —Me ruborizo de la cabeza a los pies—. Nunca me habías dicho nada.

—Sí, durante años. Y por supuesto que no te dije nada. Sabía que nos mirabas, aunque no sabía por qué ni porque nunca te presentaste. Creía que tal vez eras tímida… o una esnob… No sé. No te conocía, Hina. Aunque tampoco podía evitar observarte.

—¿Porque soy encantadora e irresistible? —pregunto con una mueca.

—Solía mirarte, a través de la ventana de la cocina cuando cenábamos o mientras nadaba en la piscina de noche, preguntándome qué estarías pensando. Siempre parecías una persona impasible, distante y perfecta… pero ahora… —Vuelve a pasarse la mano por el pelo—. Eres menos… más… Me gustas más ahora.

—¿A qué te refieres?

—Me gusta verte aquí, tan real, lidiando con todo el caos que hay en mi casa, con Gaara, Karin y Buna, conmigo… con esa tranquilidad que siempre demuestras. Me gusta cómo eres de verdad.

Contempla mi rostro durante un buen rato. Después se vuelve y coloca con cuidado el recipiente de agua en la jaula del hurón.

Aunque sus palabras me complacen sobremanera, también me dejan un tanto inquieta. ¿Soy realmente una persona tranquila? ¿Alguien que se toma las cosas con calma? Parece que eso es lo que Naruto ve.

Un golpe en la puerta me saca de mis ensoñaciones. En esta ocasión se trata de Buna que viene pidiendo ayuda con los nudos marineros. A continuación entra Ino; al día siguiente tiene un examen de reanimación cardiopulmonar y necesita una víctima voluntaria.

—De ninguna manera —dice Naruto—. Usa a Jugo.

Creo que es bueno que tengamos todas estas interrupciones, porque ahora mismo no siento ni un ápice de calma; todo lo contrario, estoy nerviosa por lo que acaba de pasar en esta habitación, por el roce de nuestras pieles desnudas. Siento que lo que está sucediendo entre nosotros no está en mi agenda, que escapa a mi control. Que no elijo apartarme, dar marcha atrás o hacerme a un lado, sino que elijo un deseo menos fácil de manejar. Antes, siempre había sentido curiosidad, nunca me vi… obligada.

¿Cuánta experiencia tiene Naruto? Besa de maravilla, aunque también se le da bien todo lo que hace, así que eso no quiere decir nada. La única novia que le conozco es Shion, la que se dedicaba a robar en las tiendas, y está claro que era el tipo de persona que no vacilaba a la hora de tomar lo que quería de la vida.

Cuando la señora Namikaze sube a preguntarme si quiero quedarme a cenar, le digo que no. Por primera vez en mi vida, mi casa tranquila y vacía, con las sobras de la comida dispuestas en envases herméticos en el frigorífico, se convierte en el refugio que necesito para escapar del apasionado silencio que se respira en la habitación de Naruto.

.

.

.