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.MUNDO PERFECTO
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—Allá vamos, Horai. Barbacoa en el centro para la tercera edad, Festival del Arenque con las Hijas de Jashin y Festival del Arenque con la congregación de Jashin, los Shinigamis y el Rey del Infierno,. Tienes que ir a todos ellos.
Obito sostiene un rotulador y el periódico local. Mi madre está con la tercera taza de café que se toma esta mañana.
—¿Festivales del arenque? —pregunta con un hilo de voz—. Nunca he acudido a ninguno.
—Tampoco has tenido nunca un oponente de verdad, Hori. Sí, a todos. Mira, aquí. Inauguran una cafetería en un viejo vagón de carga en laIsla Olvidada. También tienes que ir.
Mamá bebe un largo sorbo de café. Tiene el pelo más desordenado de lo habitual; cuando apoya la cabeza en el respaldo del sofá me fijo en la maraña rubio platino que normalmente llevaría recogida en un pulcro moño.
Obito rodea con el rotulador varios artículos más y mira a mi madre.
—Sé que estás agotada. Pero tienes lo que se necesita, Hori, y es fundamental que centres todos tus esfuerzos en ganar estas elecciones.
Mi madre se endereza, como si Obito hubiera tirado de unas cadenas invisibles.
Después se sienta a su lado y examina el periódico mientras se coloca el pelo detrás de las orejas.
Me preocupa cómo se comporta cuando está con Obito. ¿Era igual con mi padre?
Entre Konohamaru y Hanabi hay un equilibrio, ahora me doy cuenta. Pero mamá a veces parece estar bajo el influjo de algún hechizo. Pienso en los momentos compartidos en el dormitorio de Naruto. Si mi madre se siente de esa forma con Obito puedo llegar a entenderlo. Sin embargo… el estremecimiento que siento cuando estoy con Naruto no es nada comparado con la ansiedad que me produce ver a las dos cabezas castañas que tengo delante de mí, la una pegada al lado de la otra.
—¿Necesitas algo, cariño? —pregunta Obito al verme asomada.
Abro la boca, aunque vuelvo a cerrarla al instante. Puede que Hanabi tenga razón y no esté acostumbrada a que mi madre esté con un hombre. Tal vez, después de todo, tengo una especie de instinto protector hacia mi padre ausente. O quizá solo se trata de las hormonas. Miro el reloj. Todavía falta una hora y media para que empiece mi jornada en el Castillo. Me imagino el agua fría de la piscina, los rayos de sol bañando la superficie, la calma que se respira cuando te sumerges en ella, solo rota por mis controladas brazadas. Agarro mis cosas y me voy.
—¡Sailor Moon! ¡Estás saliendo en la tele! —Buna viene hacia mí en cuanto entro por la puerta de la cocina—. ¡Eres tú! Justo en medio del programa de animales que estamos viendo. ¡Corre, ven!
En el salón de los Namikaze, Gaara, Menma y Karin están sentados frente a la televisión, observando ensimismados uno de los anuncios de campaña de mi madre.
Justo en este momento veo una imagen de su cara en frente del Capitolio. «Como mujeres, como padres, todos sabemos que la familia es lo primero», dice mientras en la pantalla empiezan a parecer fotos de Hanabi y mías vestidas con nuestras cestas de los huevos de Pascua, en la playa, sentadas en el regazo de Santa Claus en el Castillo; en todas ellas se ve a mi madre de fondo. No recuerdo que me tomaran ninguna con foto con Santa en la que no estuviera llorando, pero en esa parezco relativamente tranquila. El Santa Claus del Castillo siempre olía a cerveza y se le caía la barba. «Mi familia siempre ha sido lo más importante en mi vida».
—Tu mamá es muy guapa pero no parece una mamá —dice Gaara.
—Eso ha sido muy grosero de tu parte —comenta Karin. Vuelve a aparecer otra tanda de fotos (Hanabi recogiendo un trofeo de gimnasia, yo ganando un premio en la feria de ciencias por un modelo en 3D de una célula)—. Oh, mira, también llevabas aparato, Hinata. No lo sabía.
—Solo quería decir que se la ve una señora muy elegante —explica Gaara mientras mi madre sonríe y dice: «Cuando salí elegida senadora, siguió siendo lo más importante, pero mi familia se hizo mucho más grande».
Aparecen fotos de mi madre en medio de un grupo de estudiantes el día de su graduación, al lado de una mujer mayor en silla de ruedas que ondea una bandera, recibiendo flores de un niño pequeño.
—¿Toda esa gente es familia tuya? —pregunta Buna con cara de no estar muy convencido—. Nunca los he visto en la casa de al lado.
Ahora la pantalla muestra a mi madre cenando con un grupo de personas de diferentes etnias, todas sonríen y asienten con la cabeza, hablando con ella de sus valores, sus vidas… alrededor de un banquete de comida típica de El país del Fuego. Veo un plato de almejas con guarnición, el guiso de jamón con verduras, pizza … cosas que nunca hemos tenido en casa.
«Mis electores son mi familia. Este mes de noviembre, si me dejan, me sentiré honrada de sentarme en sus mesas y formar parte de sus vidas. Soy Horai Hyuga y apruebo este mensaje», termina mi madre con firmeza.
—¿Estás bien, Sailor Moon? —Gaara tira de mi brazo—. Pareces triste. No quería decir nada malo de tu mami. —Aparto la vista de la pantalla y me lo encuentro a mi lado, respirando con esa intensidad con la que lo hacen los niños pequeños. En la mano lleva a Happy, el maltrecho perro de peluche—. Si estás triste, Happy es mágico, seguro que puede ayudarte.
Agarro al perro y abrazo a Gaara. Más respiraciones pesadas. Happy queda aprisionado entre su pequeño cuerpo y el mío; huele a mantequilla de cacahuete, plastilina y tierra.
—Vamos, muchachos. Hace un día espléndido y estáis aquí dentro, viendo la tele. La tele solo se ve cuando llueve. —Saco a los pequeños Namikaze al jardín, pero antes vuelvo a mirar una última vez la pantalla. A pesar de todos los carteles, folletos e imágenes en el periódico, me sigue pareciendo surrealista ver a mi madre en la televisión. Y todavía me resulta mucho más extraño verme a mí misma y lo mucho que parezco encajar en su mundo perfecto.
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