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DAMISELA EN APUROS

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Desde el despido de Sai del Castillo, los Haruno, que siguen con la búsqueda de una academia militar, intentan mantenerle ocupado todo el tiempo que pueden. Esta noche, por ejemplo, le han dado dinero para que nos lleve a Sakura y a mí al cine.

—Por favor —me ruega Sakura al teléfono—. Solo va a ser una película. Apenas dos horas. Además, a él no le importa que escojamos una peli romántica, ni siquiera sé si se dará cuenta.

Pero en el momento en que me meto en el asiento trasero del Jetta de Sai sé que esto no va funcionar. Debería salir ahora mismo de aquí, pero no lo hago. No puedo dejar a Sakura en la estacada.

—Sai. ¡Por aquí no se va al cine! —Sakura se inclina hacia delante en el asiento del copiloto.

—Muy bien, hermanita. Que le den al cine. Por aquí se va al Pais de la lluvia y a las botellas de Bacardi libres de impuestos.

La aguja del velocímetro supera los ciento veinte kilómetros por hora. Sai aparta los ojos de la carretera cada dos por tres, ya sea para poner una canción en el iPod, o sacar el encendedor o buscar en el bolsillo de su camisa un Marlboro tras otro. Hasta ahora hemos ido relativamente bien, pero de pronto el automóvil zigzaguea y Sai agarra el volante con firmeza. Miro el perfil de Sakura que, sin darse la vuelta, echa hacia atrás la mano y agarra la mía.

Tras veinte minutos de exceso de velocidad y sustos como el de antes, Sai se mete en un negocio de comida rapida y pisa los frenos con tanta fuerza que Sakura y yo nos desplazamos de adelante hacia atrás. A pesar de eso, doy gracias a Dios porque no nos haya pasado nada. Tengo los nudillos blancos del tiempo que llevo agarrada al tirador de la puerta. Sai regresa al Jetta con una cara peor que antes. Tiene las pupilas tan dilatadas que apenas se ve el gris de sus iris y lleva el pelo todo alborotado.

—Tenemos que salir de esta como sea —susurro a Sakura—. Deberías conducir tú.

—Solo tengo el carné de principiante, no el definitivo —dice mi amiga—. Podría meterme en un buen lío.

Me resulta difícil imaginar un lío peor que este. Y yo, por supuesto, no puedo conducir porque mi madre no ha querido que me apunte a clases, alegando que soy demasiado joven y que la mayoría de los conductores que hay en la carretera son unos ineptos. Nunca he insistido en el tema porque Hanabi siempre me lleva cuando lo necesito, pero ahora me hubiera encantado haber falsificado el nombre de mi madre en el formulario de autorización. Quizá podría intentarlo. A veces se oyen noticias en las que niños de seis años llevan a sus abuelos al hospital. ¿Por qué no yo? Me fijo en la parte delantera del Jetta. En cuanto me doy cuenta de que no es automático pierdo toda esperanza.

—Tenemos que pensar en algo ya, Sakura.

—Lo sé —susurra. Se inclina hacia delante y pone la mano en el hombro de su hermano, mientras este intenta, sin éxito, meter la llave en el arranque—. Sai, no tiene sentido que hagamos esto. Todo lo que pretendes ahorrarte en bebida te lo vas a gastar en gasolina.

—Estamos viviendo una puta aventura, hermanita. —Sai por fin consigue arrancar el Jetta y pisa el acelerador a fondo. Salimos del aparcamiento con las ruedas chirriando—. ¿Es que no te apetece saltarte un poco las normas?

Vamos cada vez más rápido. El potente zumbido del motor vibra a través de los asientos. Sai adelanta a otros vehículos por la derecha. Echo un vistazo al reloj de pulsera. Las nueve menos diez. Mi toque de queda es a las once. No creo que estemos ni remotamente cerca del Pais de la Lluvia para esa hora. Si es que no terminamos antes empotrados contra algún árbol. Me duelen los dedos de agarrarme con tanta fuerza al tirador y tengo la frente sudorosa.

—Sai, tienes que parar. ¡Para y deja que nos bajemos! —grito—. No queremos ir contigo.

—Tranquilízate, Hinata.

—¡Vas a conseguir que nos maten! —exclama Sakura.

—Me juego el cuello a que ambas morís vírgenes. Me pregunto para qué carajo se están reservando tanto.

—Sai. ¿Puedes dejar de decir esa palabra?

Como era de esperar eso no hace más que incentivarle aún más.

—¿Qué palabra? ¡Ohhhh! «Esa» palabra. —Empieza a repetirla una y otra vez. Primero en voz baja, luego en voz alta y después de todas las formas posibles.

Durante los siguientes minutos lo único que sale de su boca es la palabra que empieza con «c», hasta la tararea como si fuera canción. Entonces me percato de que el velocímetro supera los ciento sesenta kilómetros por hora y me quedo petrificada. En toda mi vida he estado tan asustada como ahora.

—¡Mierda, la poli! —Sai se hace a un lado y conduce el Jetta hacia un área de descanso. Rezo para que el vehículo policial nos siga, pero pasa de largo con la sirena a todo volumen. La cara de Sakura está blanca como la cal. El automóvil se detiene de repente; Sai sale disparado del asiento del conductor mascullando: «¡Joder!, me estoy meando» y se aleja en dirección a un gigantesco contenedor azul.

Sin pensármelo dos veces, saco la llave del arranque, salgo del automóvil y lanzo las llaves hacia los arbustos que hay en un lateral del aparcamiento.

—¿Qué haces? —chilla Sakura, siguiéndome con los brazos extendidos a los lados.

—Asegurándome que salgamos vivas de esta.

Mi amiga hace un gesto de negación con la cabeza.

—Hinata, ¿en qué estabas pensando? Sai tenía… las llaves del candado de su bici en ese llavero.

Estoy doblada, con las manos apoyadas en las rodillas y respirando larga y pausadamente. Me vuelvo para mirarla. Cuando ve la expresión de mi rostro se pone a reír.

—De acuerdo. Acabo de decir una estupidez —reconoce ella—. Pero ¿cómo vamos a salir de aquí?

Justo en este momento, Sai regresa, se mete en el asiento del conductor y apoya la frente sobre el volante.

—No me siento bien. —Inhala una profunda bocanada de aire y coloca los brazos alrededor de la cabeza, tocando inconscientemente el claxon—. Ambas sois buena gente. En serio. No sé qué demonios me pasa.

Está claro que ni Sakura ni yo tenemos la respuesta. Cerramos la puerta del automóvil y nos apoyamos en él. Los vehículos pasan volando a nuestra izquierda.

Tantas personas y todos ellos ajenos a la situación que estamos viviendo. Nos habría dado igual perdernos en el desierto.

—¿Y ahora qué? —pregunta Sakura.

Mi madre me ha dado mil charlas sobre lo que tengo que hacer en el caso de ir con un conductor que no esté en plenas facultades. Así que la llamo. Llamo a casa. La llamo al móvil. Al teléfono de Obito. Al de Hanabi (tampoco es que vaya a poder hacer mucho por mí desde El país de las Olas). Nadie contesta. Intento recordar dónde me dijo mi madre que iba a estar esta noche, pero me he quedado en blanco.

Últimamente todo es un borrón de «debate sobre economía», «reunión en el Ayuntamiento» y «evento informativo para el personal de apoyo».

Al final decido llamar a Naruto, que me responde al tercer tono.

—¡Hinata! ¿Qué tal…?

Le interrumpo para contarle lo que ha pasado.

Sakura, que está echándole un vistazo a Sai, grita:

—¡Se ha desmayado! O eso creo. Está sudando mucho. ¡Oh, Dios mío, Hinata!

—¿Dónde están exactamente? —pregunta Naruto—. ¡Ino, necesito que me eches una mano! —exclama—. ¿Ves algún cartel en la carretera? ¿Cuál es la salida más cercana?

Miro a mi alrededor pero no veo nada. Le pregunto a Sakura si se acuerda de cuál fue la última localidad que pasamos, pero niega con la cabeza y contesta: —Iba con los ojos cerrados.

—Está bien, cuelga —termina diciendo Naruto—. Métanse dentro, bloqueen las puertas y enciendan las luces de emergencia. Los encontraremos sea como sea.

Y lo hacen. Cuarenta y cinco minutos después, oigo un golpe en la ventanilla, alzo la vista y veo a Naruto con Ino detrás. Abro la puerta. Tengo los músculos agarrotados y las piernas temblorosas. Naruto me abraza. Siento su cuerpo sólido y cálido a mi alrededor y la tranquilidad que parece desprender en un momento como este. Me aferro a él. Sakura, que acaba de salir del automóvil, alza la cabeza, nos ve y se queda inmóvil. Tiene la boca tan abierta que parece que se le va a desencajar la mandíbula de un momento a otro.

Un minuto después, Naruto me suelta y ayuda a Ino, a la que se ve sorprendentemente silenciosa y paciente, a meter a Sai, que está inconsciente, en el asiento trasero del Escarabajo. Mi amigo suelta un fuerte ronquido, lo que nos confirma que está fuera de combate.

—¿Qué ha tomado? —pregunta Ino.

—No… No lo sé —balbucea Sakura.

La hermana de Naruto se inclina sobre Sai, le toma el pulso con los dedos en la muñeca, le huele el aliento y sacude la cabeza.

—Creo que está bien. Solo ha perdido el conocimiento. Llevaré a estos dos a su casa si ella… —Hace un gesto hacia Sakura—… me dice cómo ir. Después vete allí y me recoges, ¿de acuerdo, Naruto? —Se mete en el asiento del conductor y lo mueve para acomodarlo a su tamaño más menudo.

Sakura, que ya está dentro del Escarabajo con Ino, frunce el ceño y mueve los labios, diciéndome en silencio: «¿Qué está pasando aquí?». Después hace un gesto con la mano, imitando un teléfono en la oreja, para que la llame después.

Asiento y suelto un suspiro tembloroso. Espero a que Naruto me pregunte en qué demonios estaba pensando, yendo a ninguna parte con alguien en esas condiciones, pero en vez de eso dice:

—Has hecho lo correcto.

Intento con todas mis fuerzas ser esa muchacha que Naruto cree que soy; esa adolescente serena y tranquila que no deja que nada la perturbe, pero me siento incapaz de serlo y me pongo a llorar. Me derrumbo soltando esos vergonzosos sollozos que apenas te dejan respirar.

Por supuesto, él sabe cómo manejar la situación. Nos quedamos allí hasta que consigo recomponerme. A continuación mete la mano en el bolsillo de la cazadora y me pasa un chocolate.

—Ino dice que es buen remedio para este tipo de conmociones. Y, oye, al fin y al cabo está estudiando para ser enfermera.

—He tirado las llaves en esos arbustos.

—Bien hecho. —Se va hacia el lateral del aparcamiento y se agacha tanteando con las manos el suelo.

Le sigo y hago lo mismo.

—Debes de tener buen brazo —comenta, después de diez minutos de búsqueda infructuosa.

—Jugué en el equipo femenino de softball de la escuela hasta octavo —explico—.¿Y ahora qué hacemos?

En lugar de responder se dirige hacia el Jetta, abre la puerta del conductor y me hace un gesto para que suba. Obedezco y observo fascinada cómo arranca un trozo de plástico de la columna de dirección. Después tira de la cubierta de dos cables rojos y los enrolla. Saca otro cable, esta vez marrón, y hace contacto con él con los rojos. Las chispas vuelan.

—¿Acabas de hacerle un puente? —Hasta ahora solo lo había visto hacer en las películas.

—Pero solo para ir a casa.

—¿Dónde aprendiste a hacerlo?

Naruto me mira mientras el motor cobra vida.

—Me encanta todo lo relacionado con los automóviles. He aprendido todo lo que hay que saber sobre ellos.

Tras diez minutos de conducir en silencio por la carretera, Naruto murmura pensativo.

—Sai Haruno. Debería haberme dado cuenta.

—¿Le conoces? —Estoy sorprendida. Primero Konohamaru y ahora Sai. No sé por qué, pero al no conocer a los Namikaze me los imaginaba en un mundo distinto al mío.

—Íbamos juntos a los Boy Scouts. —Alza los dos dedos haciendo el saludo tradicional de los exploradores.

Suelto una carcajada llena de incredulidad. Boy Scout no es lo primero que me viene a la cabeza cuando pienso en Sai.

—Incluso en esa época era un desastre en ciernes. Si es que no había empezado ya a hacer de las suyas —Naruto se muerde el labio inferior.

—¿Se drogaba en los campamentos? —pregunto.

—No, pero siempre estaba intentando hacer fuego con lupas, robaba las insignias a los otros niños… cosas de esas. Era un buen tipo, en serio, pero parecía que estaba deseando meterse en problemas. ¿Entonces su hermana es tu mejor amiga? ¿Cómo es ella?

—Todo lo contrario. Siempre está intentando ser perfecta en todo. —Por primera vez, me fijo en reloj del salpicadero. Las diez y cuarenta y seis. Mi parte racional, esa que parece haberme abandonado hace un rato, me dice que es imposible que mi madre me regañe por llegar tarde en unas circunstancias como estas. Aún así, me pongo tensa. Seguro que mamá encuentra cualquier excusa para terminar echándome la culpa. O peor aún, a Naruto.

—Siento haberte metido en esto.

—No pasa nada, Hinata. Me alegro de que estés bien. Lo demás no importa. —Me mira durante un instante—. Ni siquiera un toque de queda. —Su voz es tranquila y dulce. Siento cómo las lágrimas vuelven a agolparse en mis ojos. ¿Qué me está pasando?

Naruto consigue entretenerme el resto del viaje. Hace una exhaustiva y totalmente incomprensible (al menos para mí) lista de cosas que necesita para que el Mustang funcione de nuevo (Así que tengo unos trescientos caballos con mis cilindros de aluminio y tubo de escape y el embrague se desliza a unos doscientos sesenta caballos en tercera, quiero comprarme el kit de embrague de Centerforce, pero cuesta quinientos dólares. Sin embargo, cada vez que meto tercera y oigo el sonido del motor me vuelvo loco) y tenga el aspecto que «se supone que debe tener». Después me cuenta que ha estado trabajando esa misma tarde en su pequeña joya en el camino de entrada mientras Suigetsu Hozuki y Karin estaban sentados juntos en las escaleras del porche.

—Intentaba no escuchar ni mirarles, ¡pero eran un absoluto desastre! Él estaba todo el rato intentando dar el paso en plan disimulado, ya sabes, juntar la rodilla o bostezar para estirar el brazo y ponerlo alrededor de mi hermana. En el último momento se echaba siempre para atrás. Karin se lamía los labios y movía la melena de tal forma que pensé que se le iba a salir la cabeza de los hombros. Y todo el tiempo estuvieron hablando sobre la clase que tuvieron el curso pasado en el laboratorio de biología, cuando les obligaron a diseccionar un feto de cerdo.

—No es un tema de lo más estimulante, la verdad.

—No. La biología por sí sola promete, pero meter la disección de un cerdo no es el camino más adecuado.

—Bueno. —Niego con la cabeza—. Con catorce años no es fácil encontrar el camino adecuado.

—Ni con diecisiete. —Naruto pone el intermitente para avisar de que vamos a salir de la interestatal.

—Ni con diecisiete —concuerdo yo.

Y por enésima vez me pregunto cuánta experiencia tiene.

Cuando llegamos a casa de los Haruno, Sakura e Ino hace tiempo que han llegado.

Ambas están fuera del Escarabajo, debatiendo. La mayoría de las luces de la vivienda están apagadas, excepto un tenue resplandor naranja que proviene de las ventanas del salón y dos luces parpadeantes en el porche.

—Por favor, ¿no podemos meterle sin que nadie le vea? —implora Sakura, agarrando el brazo de Ino con sus delgados dedos.

—La pregunta que hay que hacerse es si «deberíamos» meterle sin que le vean. Este es el tipo de cosas que tus padres tendrían que saber. —Dice Ino cargada de paciencia, como si ya hubiera pasado por situaciones como esta en varias ocasiones.

—Ino tiene razón —interviene Naruto—. Si no se enteran… Tal vez si no me hubieran pillado con Shion en esa tienda hubiera descubierto que me gustaba robar. Esto va más allá… Si nadie sabe lo lejos que está llegando Sai, puede que termine en una situación parecida a esta pero con peores resultados. O tú. O Hinata.

Ino asiente. Mira a Sakura, pero se dirige a su hermano.

—Naruto, ¿te acuerdas de Kisame Hoshigaki? Sus padres le dejaban hacer lo que le daba la gana, hacían la vista gorda a todo. Terminó llevándose a tres vehículos por delante antes de chocar con la mediana de la 1-95.

—Pero ustedes no entienden. Sai ya está metido en un buen lío. Mis padres quieren llevarle a una academia militar. Y eso es lo que menos le va a ayudar. Lo que menos. Sé que es un imbécil y un perdedor, pero es mi hermano y… —Se queda callada, incapaz de continuar. Le tiembla la voz, al igual que el resto del cuerpo. Me acerco a ella y la agarro de la mano. Pienso en todas esas cenas incómodas que he tenido en su casa, con el señor Haruno sentado con la mirada perdida, mientras su mujer no para de parlotear sobre cómo hace las alcachofas. Siento como si estuviera subida en un columpio que se balancea entre lo que sé que es correcto y verdadero y todos los momentos del pasado que han conducido a este punto. Naruto e Ino tienen razón, pero Sai parece haber tocado fondo. Además, no dejo de recordarlo diciendo: «No sé qué diablos me pasa» con cara de desesperación.

—¿Puedes abrir la puerta del sótano? —pregunto a Sakura—. Podemos llevar a Sai allí y que duerma en la sala de juegos. Seguro que por la mañana estará en mejores condiciones para enfrentar lo que sea.

Sakura toma una profunda inspiración.

—Sí.

Ambas miramos a Ino y Naruto.

Ino se encoje de hombros y frunce el ceño.

—Hagan lo que les dé la gana, pero no me parece bien.

—A ver, ellas conocen mejor la situación que nosotros —señala Naruto—. Está bien, Sakura. Ve a abrir la puerta. Nosotros nos encargamos de meterle.

Como era de esperar, Sai se despierta desorientado mientras le estamos llevando y vomita sobre Ino. Hago una mueca de asco al instante. Ese olor resucitaría hasta a un muerto. Por extraño que parezca, Ino no se enfada, solo se limita a poner los ojos en blanco y sin ningún tipo de pudor se quita la camiseta manchada. Llevamos a Sai, que a pesar de su delgadez es alto y en las condiciones en las que está, difícil de transportar hasta el sofá. Naruto echa mano de un cubo que encuentra al lado de la lavadora y lo deja al lado de Sai, junto al vaso de agua y la aspirina que le ha preparado Sakura. Sai se queda tumbado de espaldas, con el rostro ceniciento. De pronto abre los enrojecidos ojos y se queda mirando a Ino y a su sujetador negro.

—Caramba —susurra y vuelve a quedarse inconsciente.

La última vez que llegué a casa diez minutos tarde me llevé una bronca tremenda. Esta noche, sin embargo, cuando sí que me he visto envuelta en un incidente que podría haberme costado la vida; uno en el que podría haber actuado con mejor juicio («¿Por qué no se me ocurrió llamar al 911 y avisar de que estaba en un vehículo con un conductor borracho?»), cuando el Escarabajo aparca en nuestro camino de entrada todo está a oscuras. Mi madre no ha llegado todavía.

—Esta noche te has librado de más de una, Hinata. —Naruto sale corriendo a abrirme la puerta.

Voy hacia la puerta del conductor y le digo a Ino: —Gracias. Lo han hecho muy bien. Siento lo de tu camiseta.

Ino me mira fijamente.

—No hay de qué. Si lo único que ese imbécil saca de todo esto es una resaca horrible y pagar la factura de una tintorería, tiene más suerte de la que debería. Naruto no se merece quedar traumatizado por una muchacha que cometió un error estúpido y terminó muerta en una cuneta.

—Cierto. —La miro a los ojos—. Tienes razón.

Se vuelve hacia su hermano.

—Me voy a casa, Naruto. Así podrás despedirte de tu damisela en apuros.

El golpe da en el clavo y me ruborizo intensamente. Cuando llegamos a la puerta principal me apoyo sobre ella.

—Gracias —repito.

—Hubieras hecho lo mismo por mí. —Naruto pone su pulgar debajo de mi barbilla y alza mi rostro hacia él—. No pasa nada.

—Sí, bueno. Solo que yo no sé conducir, tú no te hubieras metido en un lío como este y…

—Shhh.

Me acalla mordiendo suavemente mi labio inferior. Después encuentra mi boca en un beso que empieza siendo tierno pero que termina intensificándose de tal modo que no puedo pensar en nada más que en el tacto de la piel de su espalda bajo mis manos.

Mis dedos se enredan en su sedoso cabello y me pierdo en las caricias de sus labios y lengua. En este momento estoy inmensamente feliz de seguir viva y poder experimentar todas estas sensaciones.

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