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SERA ALGO QUE DESCUBRIREMOS JUNTOS
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Más tarde, esa misma noche, estoy tumbada sobre la cama, mirando el techo, después de haberme duchado y puesto un camisón blanco que tengo desde que tenía ocho años. En esa época era largo, de corte romántico, ahora me llega a los muslos.
Mi madre por fin sucumbió a la fatiga y se fue a dormir. Por primera vez me pregunto si Obito ha pasado alguna noche aquí. Lo cierto es que no lo sé, ya que la habitación de mamá está en el otro extremo de la casa y tiene unas escaleras que dan al jardín. «Uf, mejor no lo pienses».
Oigo un golpe en la ventana, miro hacia allí y me encuentro una mano pegada al cristal. Naruto. Verle me produce la misma sensación que cuando el viento impacta sobre tu cara y te quedas unos segundos sin respirar para instantes después poder tomar una profunda bocanada de aire. Me acerco, pongo la mano en el mismo lugar que él la tiene y abro la ventana.
—Hola. ¿Puedo entrar?
Salta con un movimiento fluido, agachándose para no darse con el travesaño, como si hubiera hecho esto un millón de veces. Después mira alrededor de la habitación y me sonríe.
—Lo tienes todo tan ordenado, Hina. No me queda más remedio que hacer esto.
Se quita una zapatilla de deporte y la tira sobre el escritorio, luego hace lo mismo con la otra y la lanza con mucho cuidado y en silencio hacia la puerta. Un calcetín va a parar a lo alto de la cómoda y el otro a una estantería.
—No te detengas. —Tiro hacia arriba de su camiseta y se la quito, arrojándola por los aires. La prenda aterriza en el respaldo de mi silla de estudio.
Intento seguir pero él me detiene poniendo una mano sobre mi brazo.
—Hina.
—Mmm —respondo, ensimismada con la fina línea de vello que rodea su ombligo y continúa hacia abajo.
—¿Debería preocuparme?
Le miro a los ojos. Estoy completamente perdida.
—¿Sobre qué?
—Sobre el hecho de que por lo visto eres la única adolescente del planeta que no le cuenta a su mejor amiga las cosas. Tengo hermanas, Hina. Creía que era una regla universal; la mejor amiga lo sabe todo. La tuya ni siquiera sabía que existía.
—¿Sakura? —pregunto a toda prisa. Entonces me doy cuenta de que no sé qué más decir—. Con ella todo es un poco complicado. Está pasando una mala época… y pensé que… —Me encojo de hombros.
—¿Lo hiciste por consideración a ella? —pregunta, separándose de mí y sentándose en la cama—. ¿No por vergüenza?
Siento cómo el oxígeno abandona mis pulmones e intento respirar de nuevo.
—¿Por vergüenza de qué? ¿De ti? No. ¡Por supuesto que no! Nunca. Solo… —Me muerdo el labio.
Sus ojos estudian mi cara.
—No quiero ponerte en ningún aprieto. Solo intento averiguar qué es lo que pasa. Tú eres… ya sabes… la hija de la senadora del estado. Y yo… bueno… solo soy «uno de esos Namikaze», como el padre de Shion solía decir.
Pronuncia la frase como si lo dijera entre comillas y no puedo soportarlo. Me siento a su lado en la cama y pongo una mano sobre su mejilla.
—Soy solo yo —digo—. Y me alegro de que estés aquí.
Naruto vuelve a estudiar mi cara. A continuación toma mi mano y tira de mí hacia abajo, haciendo que nos tumbemos enredados el uno sobre el otro. Tengo la cabeza apoyada en su brazo y él descansa la suya sobre mi hombro. Sus dedos se mueven lentamente sobre mi pelo. La paradoja con Naruto es que al mismo tiempo que hace eso soy plenamente consciente del calor de su pecho contra mi espalda y la firmeza de los músculos de las piernas que me rodean. Me siento tan segura y cómoda entre sus brazos que antes de darme cuenta me quedo dormida.
Me despierto cuando Naruto me sacude un poco el hombro.
—Tengo que irme —susurra—. Ya ha amanecido.
—No puede ser —me pego a él—. No he tenido suficiente.
—Sí que lo es. —Me da un beso en la mejilla—. Tengo que irme. Son las cinco y veintisiete.
Le agarro de la muñeca y miro su reloj digital.
—Imposible.
—En serio —comenta él—. Escucha a las palomas.
Ladeo la cabeza y oigo una serie de sonidos que más bien parecen búhos que otra cosa. Naruto sale de la cama, recoge su camiseta, calcetines y zapatillas y se los pone.
Después se inclina sobre mí, me da un beso en la frente y desliza sus labios hacia abajo lentamente, hasta llegar a la comisura de mi boca.
—¿De verdad tienes que irte?
—Sí, Hinata, yo… —Deja de hablar. Le rodeo el cuello con los brazos y tiro de él hacia mí. Se resiste durante unos segundos, pero termina capitulando y se tumba a mi lado. Sus manos se enredan en mi pelo ahora suelto (se me ha debido de deshacer la trenza por la noche) y nuestros besos se vuelven cada vez más intensos, incluso un poco primitivos. Deslizo un brazo debajo de él y lo muevo para que se coloque encima de mí. Le miro a los ojos, esos profundos ojos azules que se dilatan durante una fracción de segundo por mi gesto. Entonces se apoya sobre los codos y sus competentes y cuidadosas manos empiezan a desabrocharme los botones del camisón.
Por extraño que parezca, no siento nada de vergüenza. Todo lo contrario, estoy impaciente. Cuando sus labios descienden sobre mí, suelto un suspiro de placer que parece propagarse por cada centímetro de mi cuerpo.
—Naruto…
—Mmm. —Posa lo labios sobre un pecho y roza con las yemas de los dedos el otro con tal suavidad que se me ponen los vellos de punta.
—Naruto, sí… quiero… por favor.
Me mira a la cara, tiene los ojos somnolientos y brillantes por el momento que estamos compartiendo.
—Lo sé. Lo sé. Yo también lo quiero. Pero no así. No con prisas. No sin nada… —Traga saliva—. No así. ¡Jesús, Hinata! Mírate.
Y la manera como me mira hace que me sienta absolutamente preciosa.
—No puedo apartar los ojos de ti —susurra con voz ronca—. Pero tengo que irme. —Toma una profunda bocanada de aire, vuelve a abrochar los botones de mi camisón y deposita un beso en mi garganta.
—Naruto, ¿eres…? ¿Lo has hecho alguna vez?
Siento cómo niega con la cabeza. Después cambia de posición para poder mirarme a la cara.
—No. Nunca. Casi lo hice. Con Shion. Pero no llegamos hasta el final. No… Nunca sentí con ella ni una milésima parte de lo que siento con solo mirarte. Así que no, no lo he hecho nunca.
Acaricio su áspera mejilla sin afeitar.
—Yo tampoco.
Esboza una sonrisa y mueve la cabeza para darme un beso en la mano.
—Entonces necesitamos tiempo. Para que así podamos… —Vuelve a tragar saliva y cierra los ojos—. A veces, cuando te miro, soy incapaz de pensar. Necesitamos tiempo para descubrirlo juntos.
—Está bien. —De pronto me entra un ataque de timidez—. Yo…
—Me encanta cómo te sonrojas de la cabeza a los pies —murmura él—. Todo tu cuerpo. Desde la punta de las orejas, hasta las rodillas. Seguro que también les pasa lo mismo a tus dedos de los pies.
—Esa no es la mejor forma de evitarlo. —Me pongo todavía más colorada.
—Ya lo sé. —Se separa muy despacio de mí y sale de la cama—. Pero no quiero que lo evites. Me encanta. Ahora tengo que irme. ¿Cuándo llegas a casa hoy?
Me esfuerzo por pensar en algo que no sea tirar de él y volver a ponerlo encima de mí.
—Pues… tengo turno doble en el Bar de Tezuna. Así que hasta las tres nada.
—De acuerdo. Es una lástima que hoy la ferretería abra hasta tarde. Estaré de vuelta sobre las siete. Voy a echarte de menos todo el día.
Veo cómo abre la ventana y sale por ella. Cierro los ojos y me toco el punto de la garganta donde acaba de besarme.
Soy virgen. Por lo visto Naruto también lo es. He ido a todas las clases sobre educación sexual que han dado en el instituto. He visto películas clasificadas. He escuchado a Hanabi contarme hasta la saciedad todas las veces que ella y Konohamaru pueden hacerlo al día. He leído libros con escenas eróticas. Sin embargo, hay tantas cosas que no sé. ¿Hay que dejarse llevar por el instinto? ¿Es agradable desde el primer momento o se le va tomando el gusto con el tiempo, como dicen que sucede con el vino o el tabaco? ¿Duele muchísimo la primera vez o solo un poco? ¿Tengo que comprar yo los preservativos o se supone que se encarga él? Porque la píldora tarda en hacer efecto, ¿verdad? Me refiero a que tienes que tomártela por lo menos un mes antes de tener relaciones sexuales. Además, tendría que ir al médico para que me la recetara y mi médico es un hombre de ochenta años con uno de esos bigotes que se curvan hacia arriba en las puntas, con pelos en la nariz y que para más inri también fue el pediatra de mi madre.
Me gustaría poder preguntar todo esto a mi madre, aunque me da más miedo imaginar la cara que pondría si lo hago que no saber las respuestas. La señora Namikaze me inspira mucha confianza, sin embargo es la madre de Naruto y sería muy extraño.
Muy, muy extraño. A pesar de que quiero dar el paso estoy empezando a aterrarme.
Pero entonces pienso en la persona en la que más confío en este mundo. Naruto. Y me doy cuenta de que tiene razón.
Será algo que descubriremos juntos.
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