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DE COMPRAS
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Cuando llego a casa del Bar de Tezuna, con los pies destrozados y oliendo a tocino frito y sirope de arce, el único rastro que ha dejado mi madre es una nota en la que me pide que pase la aspiradora por el salón. Una tarea de la que hago caso omiso ya que todavía se vislumbran en la alfombra las líneas de la última vez que la pasó. El teléfono suena, pero no es mi madre, sino Karin.
—¿Hinata? ¿Puedes venir un rato a casa? Mi madre se ha puesto enferma y papá todavía no ha llegado a casa. Yo… bueno… tengo una cita con Suigetsu y… estaría genial que te quedaras a cuidar de los pequeños hasta que Naruto vuelva. ¿Puedes, por favor? A Menma no se le dan bien los pañales y a Temari le ha salido una erupción. Ya sabes, una de esas que necesita una crema especial. La tiene por todo el trasero y se le ha extendido hasta los muslos.
Evidentemente, no sé nada sobre la dermatitis del pañal, pero le digo que estaré allí enseguida.
El ambiente en casa de los Namikaze está más agitado que de costumbre.
—Mamá está arriba en la cama, durmiendo. No se encontraba nada bien —explica Karin mientras intenta ponerse un poco de delineador en los ojos y calzarse al mismo tiempo. Le retoco el maquillaje y le hago una trenza de raíz.
—¿Han comido todos?
—Solo Tema. Los chicos están hambrientos. Y eso que les he dado todos los cereales que nos quedaban. Ino ha salido con Jugo, o como se llame… no me acuerdo. Da igual. —Asoma la cabeza por la puerta de entrada—. Ya ha llegado el señor Hozuki. —Sale a toda velocidad de la casa y me deja con Menma, Buna y Gaara, que me están esperando prácticamente con los tenedores en la mano, y Temari que sonríe de oreja a oreja y dice: —Popó.
Empiezo a reír.
—¿Esto es lo que viene después de «tetita»?
Menma abre el frigorífico y suelta un suspiro de desánimo.
—Me imagino que sí. Mamá va a tener que tirar mucho de la imaginación cuando le cuente a la gente las primeras palabras que dijo Tema. Aquí no hay nada, Hinata, ¿qué nos vas a preparar?
Al final, la cena de los Namikaze consiste en mini pizzas, macarrones con queso precocinados y la limonada y ensalada de pasta con brócoli, tomates y nueces de mi madre (recibida con menos entusiasmo que los anteriores platos), que mando a Menma traer de mi casa, explicándole dónde encontrar los cubitos de hielo especiales.
Mientras baño a Tema y a Gaara, hay una pequeña conmoción en el pasillo.
Hebi, la serpiente del maíz, ha vuelto a escaparse. Oigo a Menma correr de un lado para otro en su busca y a Buna gritar extasiado. Al final encontramos al animal en una habitación, tratando de enrollarse en una de las sucias zapatillas Transformer de Gaara. Cuando extiendo la mano con calma y atrapo a Hebi para pasársela a Menma me siento tremendamente orgullosa de mí misma. No me he inmutado ni siquiera cuando la serpiente, haciendo honor a su naturaleza, se ha dejado llevar por el estrés del momento y ha defecado en mi mano.
—¡Pooooopó! —grita Temari encantada en cuanto me ve lavarme la mano.
Media hora después, Tema está dormida en su cuna, con los cinco chupetes que insiste en llevar consigo en la mano (nunca se los mete en la boca); Gaara está tumbado en el sofá, medio somnoliento, viendo un documental sobre las Diez metamorfosis de animales más extraordinarias que emiten en Animal Planet; Menma sentado en el ordenador y Buna construyendo lo que parece ser el Pentágono con bloques de juguete. Entonces llegan Ino, y Naruto, que por el aspecto sudado y despeinado que trae debe de haber estado entregando los pedidos de madera de la ferretería. En cuanto me ve alza la barbilla, esboza una enorme sonrisa y se acerca a mí, pero Ino le frena en seco.
—Date una ducha antes de empezar a besuquearla. He venido contigo en la camioneta y estás hecho un asco.
Naruto desaparece escaleras arriba y yo pongo a Ino al día.
—¿Que mi madre está durmiendo? —pregunta sorprendida—. ¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Karin dijo que no se encontraba muy bien.
—Maldita sea, espero que no sea la gripe. Tengo tres exámenes dentro de poco y no tengo tiempo para hacer de madre suplente. —Ino empieza a recoger los platos de la mesa y tira las sobras a la basura.
—Hinata ha terminado su jornada laboral por hoy. —Naruto entra en la cocina, recoge un rascador de espaldas amarillo de la encimera, junto con un par de calcetines sucios, una caja vacía de galletas con pepitas de chocolate, cinco automóviles de juguete, el delineador de Karin y un plátano a medio comer, y da un golpecito en cada hombro de Ino con el rascador—. Yo te nombro madre oficial de esta casa hasta que llegue papá. Hinata y yo nos vamos arriba. —Me agarra de la mano y me lleva con él.
Pero toda la prisa que parece tener es más para sacarme del caos de la planta baja que para llevarme a la cama, porque en cuanto entramos en su dormitorio, me rodea la cintura con los brazos y se inclina para darme un beso lento y pausado. Después se separa de mí unos centímetros y me mira fijamente.
—¿Qué? —pregunto, acercándome a él en busca de más.
—Hinata, he estado preguntándome si quieres que…
—Sí —respondo de inmediato.
Se ríe.
—Espera, déjame terminar. He estado pensando un montón sobre lo que hablamos esta mañana. ¿Cómo quieres que…? ¿Quieres que lo planeemos o prefieres que…?
—¿Te refieres a si ponemos hora y lugar? Creo que me pondría muy nerviosa.
Como si fuera una especie de cuenta atrás. No quiero que lo planeemos. Al menos no de esa forma.
Me mira aliviado.
—Estoy contigo. Estaba pensando en que deberíamos asegurarnos de que… bueno… de que estamos preparados. Y luego podemos ver cómo van sucediendo las cosas hasta que estemos…
—¿Listos? —pregunto.
—¿Cómodos? —sugiere él—. ¿Preparados? —repite.
Le doy un pequeño empujón en el hombro.
—Estás hecho todo un Boy Scout.
—Bueno, no tienen ninguna insignia para esto. —Vuelve a reírse—. Aunque sería una de las más buscadas. Por no mencionar su tremenda utilidad. Hoy he estado en la farmacia y he visto un montón de tipos de… preservativos.
—Lo sé. —Sonrío—. Yo también he estado.
—La próxima vez deberíamos ir juntos. —Alza mi mano, le da la vuelta y deposita un húmedo beso sobre mi muñeca.
¡Madre mía! Si solo un roce de sus labios consigue que se me acelere el pulso de este modo, no quiero ni imaginarme lo que vendrá después.
Esa misma noche, un poco más tarde, terminamos yendo a la farmacia, porque la señora Namikaze se despierta, sale de su habitación, envuelta en un albornoz color zafiro, y pide a Naruto que le compre un poco de Gatorade. Así que aquí estamos, en el pasillo de los profilácticos con un carrito cargado de bebidas energéticas y las manos llenas de…
—Troyanos, Ramsés, Magnum… ¡Jesús! Estos nombres son peores que los que les ponen a los vehículos deportivos —observa Naruto, deslizando el dedo por el expositor.
—Sí, suenan bastante… contundentes. —Doy la vuelta a la caja que estoy sosteniendo y leo las instrucciones.
Naruto me mira y sonríe.
—No te preocupes, Hinata. Solo somos… nosotros.
—No tengo ni idea de lo que significa la mitad de las cosas de las que habla. ¿Qué es un «anillo vibrador»?
—Parece la pieza de la lavadora que siempre se rompe. ¿Y «ultrasensible»? Porque esa es la palabra que yo usaría para describir a Gaara.
Me echo a reír.
—No sé si será mejor o peor que «sensación extrema». Mira, hay «placer compartido» y «placer para ella», pero no veo por ninguna parte «placer para él».
—Estoy completamente seguro de que se sobreentiende que a él le va a gustar sí o sí —comenta él—. Ni se te ocurra pillar esos de colores. No pienso ponérmelos.
—Pero el azul siempre ha sido mi color favorito —digo, moviendo las pestañas con un mohín.
—Déjalos en su sitio. Y tampoco los que brillan en la oscuridad. Dios. ¿Para qué quieren que a uno le brille eso?
—¿Para los que tienen problemas de visión? —pregunto, colocando las cajas en el estante.
Vamos hacia la fila que hay en la caja. Cuando nos llega el turno y pagamos, el cajero nos desea que pasemos una buena noche.
—¿Crees que se ha dado cuenta? —inquiero yo.
—Te estás poniendo roja otra vez —murmura distraídamente—. ¿Si se ha dado cuenta quién?
—El cajero. ¿Crees que sabe por qué los hemos comprado?
Las comisuras de su boca se tuercen hacia arriba en una sonrisa.
—Por supuesto que no. Seguro que no se ha imaginado ni por un momento que los hemos comprado para usarlos nosotros. Me apuesto lo que sea a que piensa que… que… los hemos comprado para regalárselos a unos amigos que acaban de estrenar casa.
«De acuerdo. Ha sido una pregunta estúpida».
—O como recuerdos de boda. —Me río. —O… —Mira el ticket de compra—… para usarlos como globos de agua.
—¿Y como material para la clase de sexualidad? —Meto una mano en el bolsillo trasero de los jeans de Naruto.
—O como pequeños chubasqueros para… —Se queda callado. Por lo visto se le han acabado las ideas.
—¿Muñecas Barbie? —sugiero.
—Mejor para guerreros G.I. Joe —corrige él.
Me imita y mete la mano en mi bolsillo trasero, dándome un ligero golpe con la cadera mientras nos dirigimos al automóvil.
Esa noche, cuando me estoy cepillando los dientes, escuchando el sonido de las gotas de la lluvia de verano cayendo sobre las ventanas, me maravillo de cómo las cosas pueden cambiar de un día para otro. Hace un mes, era alguien que iba a una farmacia y compraba veinticinco artículos que no me hacían falta (laca de uñas, crema de manos, cosméticos…) para que el cajero no se fijara en la caja de tampones, que era lo que realmente necesitaba y que me daba vergüenza comprar. Hoy, sin embargo, he comprado preservativos, y ninguna otra cosa más, con el muchacho con el que estoy planeando usarlos.
Naruto se los ha llevado a casa, ya que mi madre todavía abre periódicamente mis cajones para colocarme la ropa por colores y estoy convencida de que si me pilla con ellos no se va a creer la excusa de que los voy a usar como «globos de agua». Cuando le he preguntado si no le da miedo que la señora Namikaze los encuentre cuando le coloque la ropa me ha mirado perplejo.
—Yo me lavo la ropa y también soy yo quien la mete en los cajones, Hina.
Nunca he tenido apodo. Mi madre siempre insistió en que me llamaran por mi nombre completo, Hinata. Kiba a veces me llamaba «Hina-nina», pero solo porque sabía que me molestaba. No obstante, me gusta Hina. Me gusta ser la Hina de Naruto. Suena como el nombre de alguien relajado, tranquilo, competente. Quiero ser esa persona.
Escupo la pasta de dientes y me miro en el espejo. Uno de estos días (un día no muy lejano) Naruto y yo usaremos esos preservativos. ¿Me veré diferente entonces?
¿Cómo me sentiré? Y sobre todo, ¿cómo sabremos cuándo habrá llegado el momento de dar el paso?
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